NOTA SOBRE LOS NOMBRES PROPIOS ISLANDESES

Los islandeses siempre se tratan por el nombre de pila, puesto que la mayoría de ellos tienen un patronímico, que termina en -son en el caso de los hijos y en -dóttir en el caso de las hijas. Los nombres de las personas no se ordenan por el apellido, sino por el nombre, incluso en la guía telefónica. Aunque pueda parecer extraño, los policías, a pesar de las jerarquías, se llaman por el nombre de pila, y también entre policías y criminales.

El nombre completo de Erlendur es Erlendur Sveinsson, y el de su hija, Eva Lind Erlendsdóttir. Los matronímicos son excepcionales, aunque se dice que Audur significa Kolbrúnardóttir (la hija de Kolbrún). Sin embargo, algunas familias tienen apellidos tradicionales que derivan o se adaptaron directamente del danés como resultado del gobierno colonial que duró hasta principios del siglo XX. Briem es uno de esos apellidos tradicionales y por ello no revela el género. En el caso de Marión Briem, el ambiguo nombre de pila hace incrementar la intriga.

Por otra parte, los nombres islandeses son, en su gran mayoría, significativos, y los autores juegan frecuentemente con sus significados. Por ejemplo, Erlendur quiere decir «forastero».


Por fin llegó el gran momento. Se abrió el telón, pudo contemplar la sala y experimentó una sensación gloriosa al ver a toda aquella gente mirándole, y la timidez desapareció al instante. Vio a algunos de los chicos de la escuela y algunos profesores, y vio también al director del colegio, le pareció que le hacía un gesto de aprobación con la cabeza. Pero solo conocía a muy pocos de los presentes. Todas aquellas personas habían ido allí para escucharle a él y para oír su hermosa voz, que había despertado interés incluso más allá de las fronteras.

El murmullo fue apagándose poco a poco y todos los ojos se dirigieron a él, en callada expectación.

Vio a su padre en el centro de la primera fila, con las piernas cruzadas y sus gruesas gafas negras de montura de asta, y el sombrero en las rodillas. Le vio mirarle a través de sus lentes y sonreír para darle ánimos, era el gran momento de la vida de ambos. A partir de aquel momento, nada sería como antes.

El maestro de coro alzó las manos. El silencio se extendió por la sala.

Y él empezó a cantar con aquella voz límpida y bella que su padre consideraba celestial.

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