Dieciocho — La guerra del Árbol de Londres

Clave se estaba quedando atrás. Los cartheros lo consideraban un novato, y lo era: no había sabido elegir entre el total de extrañas vainas. Le habían dejado que reventara una muy lenta. Había desfilado junto al tronco; su camino se inclinaba hacia abajo en aquellos momentos. Se encontraría entre la última docena que aterrizara.

Las cuerdas recorrían la superficie del tronco del Árbol de Londres, y cajas de madera se elevaban hacia el centro desde ambos extremos. Clave vio que las dos cajas se abrían de golpe casi simultáneamente, expeliendo de su interior hombres vestidos de azul, ocho de cada caja. Los cazadores de copsiks parecían saber lo que iban a hacer. Se orientaron rápidamente y reventaron pequeñas vainas surtidor para dirigirse hacia el punto medio del árbol, en la cara este. Hacia el carguero. Veintitantos cazadores de copsiks lo rodeaban. La llama de su cola se había apagado, con todo lo que aquello pudiera significar.

Los cartheros sobrepasaron el tronco como una ráfaga en sus vainas surtidor. Pero ya estaban dando la vuelta, llegando por el lado oeste del tronco, esparciéndose drásticamente. Arpones emplumados volaron desde los largos arcos de pie de los cazadores de copsiks. Los guerreros de la Tribu de Carther enviaron hacia ellos las saetas de sus ballestas. Redujeron el número de enemigos casi a la mitad.

La jungla era terrible, un mundo verde pasando a menos de un klomter de distancia. Clave se había preguntado si llegaría a golpear contra el árbol, pero parecía que no iba a ser así. El vapor de la vaina había disminuido. La jungla arrastraba una espesa línea de nubes y una tormenta de pájaros que intentaban huir, y dos masas más oscuras: los grupos de Hild y Lizeth formados cada uno por una veintena de vainas surtidor.

Tan cerca del árbol, la curvatura del tronco ocultaba el antiguo carguero y su lugar de amarre; pero las dos columnas de refuerzos enemigos parecían converger en el carguero. También ellos conocían su valor. Volaban a través de un bosque de arpones emplumados.

El surtidor de la vaina de Clave disminuyó.

Las maldiciones le atravesaban la mente mientras gateaba alrededor de la vaina para ponerla entre su cuerpo y los arpones. Clave casi había llegado hasta el tronco. Otros lo habían hecho antes. Los cartheros utilizaban anclajes sobre los edificios agrupados para esquivar los arpones emplumados o despedazar planchas de corteza para usarlas como escudos. Los cazadores de copsiks preferían dispararles desde el cielo, donde sus miembros tenían completa libertad para poder accionar sus grandes arcos.

Anthon y una docena de guerreros estaban disparando contra el carguero, empleando como protección la curvatura del tronco.

La vaina de Merril golpeó contra una choza de madera. Había usado la vaina para absorber el golpe: una buena técnica. Algunos cazadores de copsiks intentaban alcanzar el edificio. Merril les disparó a dos de ellos desde detrás de la construcción, y luego, cuando los demás estuvieron muy cerca, abandonó su refugio.

¿Habría algo valioso en aquel edificio? La aptitud de los cazadores de copsiks parecía afirmarlo. Clave disparó una flecha hacia ellos y pensó que le había dado a alguno en los pies.

Buscaban el carguero. Clave pudo verlo: todos estaban sobre él, colgando de las redes y de la corteza.

Casi todos los guerreros de la Tribu de Carther habían alcanzado el tronco. Clave había aterrizado en el centro de la batalla. De momento, sólo podía mirar. En el caos de la batalla, ciertas estrategias empezaron a perfilarse:

Los cazadores de copsiks eran menos numerosos. Se retrasaban, por aquella y por otra razón. En combates cercanos no podían usar los arcos. Tenían espadas, y también los cartheros; pero los cartheros, al ser más altos, tenían más alcance. Vencieron en algunos encuentros.

Los cazadores de copsiks usaban vainas surtidor más pequeñas, de las que normalmente crecían en un árbol integral. Preferían quedarse en el cielo.

Clave observó como los cartheros saltaban hacia un grupo de ocho hombres vestidos con ponchos azules. Los cazadores de copsiks usaron sus vainas surtidor, dejando a los cartheros pataleando en el cielo a sus espaldas y dispararon hacia atrás con los arcos de pie. De pronto, dos cartheros estuvieron entre ellos, tratando de matarlos, y en seguida se les unieron otros dos. En caída libre, los cazadores de copsiks luchaban como niños. Los cazadores de copsiks les quitaron a los cadáveres las vainas surtidor.

Clave derivó, ¡los Estados de Carther estaban ganando sin él!

A lo largo del tronco, una caja de madera subía lentamente. Empezó a vomitar refuerzos: seis arqueros vestidos de azul y una voluminosa criatura plateada. En aquella forma había una terrible familiaridad… pero no llegarían hasta que pasaran por lo menos mil latidos.

Un cazador de copsiks apuntó hacia Clave, un blanco inmóvil. Cuidadosamente, disparó un arpón contra la vaina de Clave, luego empezó a moverse por el tronco. Podría disparar mejor cuando Clave estuviese más cerca. Clave disparó contra su enemigo. Sin suerte. El cazador de copsiks lo esquivó y esperó. Clave pudo ver su sonrisa.

La sonrisa se desvaneció cuando Merril le disparó por la espalda. La saeta aparecía por delante de los riñones. El cazador de copsiks hubiera podido luchar… pero su rostro era un grito silencioso. Asió la saeta mientras su cuerpo se retorcía entre convulsiones. El helecho venenoso debía ser una sustancia terrible.

La vaina chocó contra la madera y Clave fue detrás. Se dio la vuelta para soltarla, se agarró a la madera, y empezó a avanzar hacia Merril con la ballesta dispuesta. Vio azul recortándose contra la tormenta blanca en el cielo, disparó una flecha contra un hombre, y empuñó el arpón mientras el otro se dirigía hacia él con la espada levantada.

El cazador de copsiks iba demasiado deprisa. Clave le golpeó en la cara con la empuñadura de la ballesta y, mientras el otro se encogía, le apuñaló la garganta.

Merril estaba avanzando para dar la vuelta al tronco. Clave la siguió. Ella se detuvo y se acuclilló un momento antes de ver el carguero, muy lejos en el tronco. Todos los cazadores de copsiks estaban sobre él.

Clave se acercó a ella.

—Todo bien —dijo Merril—, ¿por qué no nos han matado con esa cosa científica?

—Buena pregunta. —Clave miró hacia el grupo de Anthon mientras los hombres lanzaban saetas desde las ballestas alrededor de la curva de la madera. Los guardianes del carguero disparaban hacia abajo, pero sin mucho éxito.

—Olvídalo —dijo Clave—. No lo están usando. Usan las cajas de madera para que lleguen los refuerzos. Déjalos…

—Corta las cuerdas.

—Conforme.

Dos cuerdas, tan gruesas como el brazo de Clave, corrían en paralelo a lo largo del tronco. La última caja estaba en camino, muy cerca de su asentamiento. Otra caja podría subir. Clave y Merril se abrieron camino hasta la cuerda más cercana y empezaron a cercenarla.

Seis hombres y una cosa plateada tenían la posibilidad de alcanzarlos con los arcos de pie. Clave y Merril tomaron escudos de corteza para protegerse. Clave miró fijamente al hombre de plata. Era como si intentara recordar una pesadilla: un nombre hecho de materia estelar, con una pelota blanca en lugar de cabeza. Clave disparó contra él hasta que vio que le alcanzaba con una saeta y que esta rebotaba.

Su escudo y el de Merril tenían clavados varios arpones emplumados. Vio tres formas diminutas parecidas a espinas golpeando contra el escudo de Merril, con una cuerda amarrada en su desnuda cabeza.

Clave gritó. Merril se agachó. Las espinas chisporrotearon sobre el tronco.

—Oh —dijo Merril—, el hombre de plata.

—¿Lo conoces?

—Sí… cuidado con sus mordiscos… estaba con los cazadores de copsiks en los Estados de Carther. No tenemos nada que pueda taladrar esa armadura.

Otra caja estaba llegando hasta su recinto cuando la cuerda se partió. La caja empezó a ir a la deriva. Los hombres se soltaron y volaron en trayectorias curvas, propulsados por las vainas, dirigiéndose hacia el tronco. Parecían estar demasiado lejos para poder hacer algo útil. La otra cuerda estaba floja.

—Es una polea —dijo Merril—. No hace falta que cortemos la otra.

—Es mejor que nos escapemos. Hay un cable que corre por fuera…

—No. Mejor es que nos unamos al grupo victorioso. Deprisa, o nos quedamos atrás.

—¿Victorioso…? —Entonces Clave vio lo que Merril quería decir.

Guerreros vestidos de verde se amontonaban alrededor del carguero. Algunos gateaban hacia las puertas. Los hombres de azul flotaban alrededor con la lasitud de los muertos. Los cazadores de copsiks que aún seguían vivos retrocedían hacia la curvatura del tronco para esperar la llegada de refuerzos.

Parecía como si la guerra del carguero hubiera terminado. Pero otros cazadores de copsiks estaban acercándose. Clave logró un tiro de suerte: ya sólo quedaban cinco, más el hombre de plata.


Ordon murió mirando asombrado una saeta en su pecho. El Grad vio su cara a través de la ventanilla… pero aunque Ordon hubiese podido oírle, no había nada que pudiera decir. El Grad se volvió hacia la pantalla amarilla.

Había en el ventanal cinco rectángulos flotantes: la vista de popa, dorsal, ventral y ambos costados. Se podían entrever hombres vestidos de azul, hombres y mujeres vestidos de verde; imposible decir cuáles estaban ganando.

Tres hombres de la Armada se movían por la cubierta de los motores de empuje. El Grad tocó unos guiones azules. Las llamas aparecieron cerca de ellos. Gritaron, se lanzaron, aletearon para intentar orientarse… y uno se encontró con una saeta clavada en el vientre.

Lawri gritó.

—¡Asesino!

—A algunos de nosotros no nos gusta ser copsiks —dijo el Grad—. A algunos de nosotros ni siquiera nos gustan los cazadores de copsiks.

—¡Tanto Klance como yo te hemos tratado siempre con amabilidad!

—Eso es totalmente cierto. ¿Pero que hicisteis con el resto de la Tribu de Quinn? ¿No te habrás olvidado de que yo tenía una tribu?

—¡Tu tribu ha muerto! ¡Tu árbol se desmoronó! ¡Maldito alimentador del árbol amotinado, tu tribu podíamos haber sido nosotros!

El Grad no tenía particular interés por hacerla callar. Las acusaciones de Lawri sólo levantaban ciertos ecos en su mente. El Grad ya había tomado sus propias decisiones.

Habló sin ira.

—¿No sabes lo que les estaba pasando a nuestras mujeres? Gavving tendría permiso para ver a su esposa de aquí a unos treinta días, pero cualquier ciudadano macho tenía derecho a ella en cuanto le apeteciera. Ahora que está embarazada, no sabe quién es el padre, y yo tampoco.

—Te matarán —dijo Lawri—. ¿Te he dicho cuál es el castigo por amotinamiento?

—Sigue así, pero noto que tu línea de argumentos ha cambiado.

Ella se lo dijo de todos modos. Parecía lo suficientemente espantoso; razón de más para mantener cerradas las puertas.

El Grad encontró la pantalla de infrarrojos. Aparecieron puntos rojizos por encima del tronco. Desconectó el infrarrojo y reconoció a Clave y a Merril, y a la Armada cazándolos… incluido lo que debía ser un enano en un traje de presión.

¡Clave y Merril! Entonces los cartheros estaban ya junto a él. Se maravilló.

Los guerreros vestidos de verde se precipitaban sobre el mac. Cuando la Armada se replegara sería capaz de envolverla en una llamarada, no sólo para matarla, sino como una señal para los cartheros. ¡Estoy con vosotros! Los cartheros ya hormigueaban por el mac y la Armada se retiraba por el tronco.

El Grad abrió dos líneas amarillas con las yemas de los dedos. Se dio la vuelta para saludar a los altos y sangrientos gigantes de la jungla.


Gavving estaba en pie, entre dos hombres que lo mantenían erguido, sin estar aún del todo despierto.

—¿Qué pasa? —dijo.

—Necesitamos pedaleadores —contestó alguien.

Cuatro hombres de la Armada ayudaban a tres somnolientos copsiks a salir de las barracas y a trepar a lo largo de la mata. Gavving controló su furia y Horse se lo tomó con su típica docilidad, pero Alfin todavía protestaba cuando lo sacaron hacia la luz solar.

—¡Soy el asistente del encargado de la boca del árbol! No soy un par de piernas que den de comer al árbol…

—Escucha. Estamos enviando hombres a la Ciudadela tan deprisa como podemos. Hemos hecho trabajar al grupo regular hasta casi la muerte. ¡Tomarás su lugar y pedalearás con los demás!

—¿Y cumpliré también con mis tareas normales? ¡Estaré medio muerto! ¿Puedo decírselo al Supervisor?

—Móntate en la bicicleta o le tendrás que decir al Supervisor a dónde se han ido tus pruebas. ¡Justo al mismo sitio que se irán tus Vacaciones!

Los copsiks de la plataforma estaban bañados en sudor; el sudor les corría en arroyos desde el cabello; pataleaban como hombres moribundos. Los hombres de la Armada ayudaron a tres de ellos a descender, poniendo mala cara ante el húmedo contacto. Otros hombres de la Armada estaban abordando el elevador.

Medio cielo tenía una textura verde.

¡La jungla! ¡La jungla había llegado hasta el Árbol de Londres!

Sólo se habían quedado tres hombres de la Armada. Uno de ellos era un oficial; Gavving lo reconoció, y llevaba una pieza de la antigua ciencia, una caja parlante. El resto había entrado en el elevador. Gavving estaba atado a la silla. Empezó a pedalear. El elevador subió.

La jungla estaba atacando el Árbol de Londres. La jungla se movía. ¿Quién había sido invitado? La nube verde estaba impresionantemente cerca… y retrocediendo.

¡Tendría que hacer algo! Pero, ¿qué? Hombres armados lo vigilaban.

El elevador estaba a decenas de klomters por encima suyo, y Gavving jadeaba. Sintió el cambio antes de verlo. Súbitamente le fue más fácil el pedaleo. El chirriante quejido de la bicicleta se adaptó a media octava. Levantó la vista.

La caja del elevador estaba dando vueltas, cayendo. Formas azules fueron escupidas de ella y se dirigieron hacia el tronco. Una era demasiado lenta. Cuando alcanzó el tronco se movía mucho más deprisa; rebotó, girando como algo roto, y continuó cayendo. Pero la caja caía con más rapidez.

—Dejad de pedalear. Manteneos en vuestros sitios —ordenó el oficial.

Los invasores habían cortado el cable. Ahora, ¿qué? Adentro te lleva hacia el este. La caja no iba a golpear donde ellos estaban; iba a golpear contra la rama hacia el este, pero ¿dónde? Gavving se imaginó la maciza estructura de madera chocando con el difuso follaje algodonoso.

—¿Oficial? ¿Y si eso choca con el complejo de las mujeres embarazadas?

—Está bajo la rama —dijo el hombre—. Mmmm… pienso que podría darle a alguien. ¡Maldita sea, es el complejo escolar! ¡Karal! Vete hacia el este hasta la punta de la rama y manda para abajo a todo el mundo. No dejes de examinar la choza. Ni la sección de almacenaje. Si vas lo bastante deprisa, podrás ponerte tú también a salvo.

—Señor, un hombre de la Armada —herido, con un brazo cruzado sobre el pecho— salió como una flecha desgarbadamente. Le siguieron otros dos.

El oficial habló por la caja parlante.

—Aquí Patry, Jefe de Grupo. El enemigo ha cortado los cables del elevador. ¿Cuál es vuestra situación?

La respuesta fue casi ininteligible por la estática. Gavving permanecía con la barbilla hundida y los ojos medio cerrados (pobre copsik agotado, demasiado cansado para pensar en amotinarse) y escuchando dificultosamente. Pudo oír—: Los elevadores funcionan. Nosotros… ando tropas. No sabemos cuántos son los enemigos, repito, cuarenta o cincuenta. No sabemos por cuánto nos sobrepasan en número. Nos están dominando. Están amañando el mac, pero incluso… no usan… atados.

—Veo dos masas oscuras al oeste.

—Olvídalas… demasiados problemas. Estamos enviando más hombres a la Ciudadela.

—Patry fuera.


El Grad reconoció a la mujer de largos miembros, Debby, por su largo y lacio cabello castaño. Los dos hombres que la acompañaban le eran desconocidos. Las ballestas con que le apuntaban le preocupaban menos que su miedo. No les gustaba el mac en absoluto.

Abrió ampliamente las manos hacia los costados.

—Soy el Científico de la Tribu de Quinn, el único que sabe cómo hacer volar esta cosa. Me alegra verte, Debby…

Lawri le cortó.

—¡Vete a darle de comer al árbol, amotinado! Te perderás en el cielo o nos estrellarás contra el tronco.

—…y esta es Lawri, la cazadora de copsiks.

Uno se recuperó.

—Soy Anthon. Este es Prez. Debby nos había hablado de ti, Grad. ¿Podemos irnos inmediatamente? ¿Recoger en las redes a todos nuestros guerreros y marcharnos? El hombre de plata se acerca.

—Estamos atados al árbol —dijo el Grad—. Cortad las cuerdas y quedaremos libres. Pero no voy a dejar a Merril y a Clave, y creo que hay tiempo para hacer otras cosas.

Señaló hacia la pantalla que mostraba la vista dorsal. Anthon y Debby se movieron a sus espaldas cautelosamente. Todo aquel material les resultaba anonadante.

—Aquella choza es el Lab. Debby, dentro podrás encontrar algunas cintas grabadas y la lectora, en las paredes. ¿Te acuerdas cómo era?

Debby asintió.

—Ve por ellas. Anthon, toma unos cuantos guerreros y corta las ataduras del mac. —El Grad miró las pantallas. Clave remolcaba a Merril mientras saltaba por la corteza, usando ambas piernas mientras Merril lanzaba saetas hacia sus perseguidores. Un hombre de la Armada cayó hacia atrás, herido. El hombre de plata llegó. El Grad dijo—: A ver si podéis hacerles una cobertura.

—Tú —dijo Anthon tranquilamente— no eres el jefe aquí, Científico.

—Aquí lo soy. ¡Y ya he tenido bastante para saber lo que es ser un copsik!

—Debby, trae toda esa comida de árbol al Científico. Toma un grupo. Prez, haz que corten los cables. —Anthon esperó hasta que hubieron salido por las puertas para volver a hablar. No quería testigos de aquella discusión—. Grad, ¿has luchado en alguna guerra?

—He capturado el mac.

—¿Tú? He superado… —Su voz se apagó—. No importa.

—¿Cuántos sois?

—Ahora, cuarenta, quizá menos. No cabemos dentro, pero podemos colgarnos de las redes.

—Quiero reunir el resto de la Tribu de Quinn. Están en la mata, y puedo encontrarlos. En el mac hay cosas suficientes como para hacerlo. Tenemos pequeños motores para esparcir fuego. Puede resultar fácil.

Anthon no quería precipitarse en tomar ninguna decisión. En el silencio, Lawri dijo:

—El no puede hacer volar el mac. Yo soy la Aprendiz del Científico.

—¿Por qué no la matamos? —preguntó Anthon.

—¡Espera! Es lo que dice… y yo mismo he matado al Científico. Lawri tiene muchas cosas que enseñarnos si se decide a hablarnos de ellas. Será inofensiva mientras siga atada.

Anthon asintió.

—Que viva. Pero yo soy el jefe de los Estados de Carther.

Yo el capitán del mac.

Anthon avanzó hasta las puertas y empezó a gritar órdenes. Había dejado pasar la palabra. Capitán. ¡El que violara las órdenes del Grad a bordo del mac sería un amotinado!

Los cartheros cortaron las cuerdas que sujetaban el mac. Saetas de las ballestas volaron hacia los hombres de azul que seguían a Merril y a Clave. Estos se tiraron de bruces en la corteza para protegerse. El hombre de plata llegó solo. No usaba vainas surtidor. Debía haber algo en aquel traje a presión que le permitía moverse.

El mac derivaba en libertad.

Lawri habló con un susurro de odio.

—¿Por qué no me han matado?

—Ellos no tienen las mismas razones que yo para apreciarte —dijo el Grad sin sarcasmo—. Si puedes, mantén tus opiniones en privado. ¿Piensas realmente que un guerrero de la jungla podría dejarte los controles?

Clave y Merril y Debby entraron como un torbellino. Debby había recibido una cuchillada y sangraba por las costillas. Merril voló hacia el Grad y lo abrazó.

—¡Grad! Quería decir Científico. Buen trabajo. ¡Quería decir glorioso! ¿Puedes hacer funcionar esta cosa?

El Grad sintió su gran importancia. ¡Que Clave y Anhton jugaran a los juegos de dominación! El Grad manejaría el mac, y esperaba que Lawri estuviese equivocada.

—Puedo hacerlo volar.

—¿Puedes encontrar al resto de los nuestros? —preguntó Clave.

—Están todos en la mata. Gavving está en la plataforma, de allí le recogeremos. Jayan y Minya con las mujeres embarazadas. Jinny y Alfin estarán en los Comunes. Podemos dejar el mac para recogerlos.

—Entonces vamos a trabajar. No puedo creerlo.

El Grad sonrió.

—¿Por qué habéis venido? No importa. Debby…

—Las tengo. Hemos tenido que luchar por ellas. —Siete cintas grabadas—. No encontramos la lectora.

—Quizá Klance… bueno, ya da igual. Sentaos. Tú también, Clave, Merril, ¡átate! —Miró las pantallas—. En pocos latidos podremos…

—¿Qué? —Clave vio cómo flotaban las pantallas en la ventana arqueada—. Este sitio es demasiado extraño para mí. ¡Todos esos cuadros me hacen bizquear! Yo… Grad, ¿tienes algo que nos permita librarnos del hombre de plata?

—No a menos que se ponga a gatear por los motores. Lleva un traje de presión de hombre estelar.

—Bueno, es que está matando a todos nuestros aliados.

—Esa pistola escupidora que lleva sólo puede hacerte dormir y que te sientas maravillosamente. Pienso que ahora no debe preocuparnos. Están fuera de acción. Anthon, buen cronometraje. Siéntate en una silla.

Anthon jadeaba; su ballesta estaba en línea con los ojos del Grad.

—¡Has esperado demasiado! Ese maldito dios de plata…

—¡Siéntate en una silla y átate! Y dime cuántos tenemos a la izquierda. —El Grad intentaba leer en todas las pantallas a la vez. Los cartheros desaparecían tras el horizonte del tronco. Algunos flotaban desmayadamente; los que no habían sido golpeados tiraban de los demás. El hombre del traje de plata estaba sobre el mac, disparando dardos.

Anthon dejó de mirar asombrado. Se estaba atando a la silla.

—No podemos herirlo. He sido el único que ha podido llegar hasta el carguero. Los demás no han logrado ir a ninguna parte. Le tienen miedo.

—No podemos abandonarlos.

El hombre de plata estaba disparando contra las puertas. El Grad apretó todos los dedos juntos. El hombre de plata se asustó mientras las puertas se le cerraban en las narices, luego se movió hasta que apareció en la pantalla de la vista dorsal. Estaba agarrado a las redes del casco.

—Está en el mac —dijo el Grad.

—Despréndete de él —dijo Anthon.

—¿Soltarlo?

—Podemos dejar a mis ciudadanos si nos llevamos con nosotros al hombre de plata. Vienen en camino vainas de repuesto.

—Demasiado bueno. —Los dedos del Grad tamborilearon. El hombre de plata todavía colgando de las redes cuando el mac enfiló hacia el tronco y empezó a bajar.

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