Uno — La Mata de Quinn

Gavving podía escuchar los crujidos de sus compañeros mientras perforaban hacia arriba. Se mantenían a lo largo de la gran pared plana del tronco. Ramas espinosas gruesas como dedos brotaban del tronco, dividiéndose interminablemente en finas hebras de arbusto, floreciendo por fin entre un follaje como de algodón verde, girando libremente para conseguir capturar cada desperdigado destello de luz solar. Algo de luz se filtraba a través suyo como un crepúsculo verde.

Gavving perforaba a través de un universo de verde algodón hilado.

Hambriento, metió la mano profundamente en la red de arbustos y arrancó un puñado de hojas. Tenían un sabor como de fibroso algodón hilado. Saciaban el hambre, pero lo que el estómago de Gavving le estaba reclamando era carne. Pese a todo, el gusto era demasiado fibroso… y el verde demasiado oscuro, incluso para ser de los bordes de la mata donde daba la luz del sol.

De cualquier modo, se lo comió y siguió avanzando.

El creciente aullido del viento le advirtió que ya estaba cerca. Un minuto después, su cabeza se abrió paso hasta el viento y la luz del sol.

La luz del sol apuñaló sus ojos, todavía enrojecidos y con dolor después del ataque de alergia que había tenido por la mañana. Siempre le atacaba los ojos y los senos nasales. Bizqueó y giró la cabeza y sorbió y esperó a poder enfocar la visión. Luego, crispándose anticipadamente, miró hacia arriba.

Gavving tenía catorce años, medidos por las pasadas del sol detrás de Voy. Hasta aquel momento, nunca antes había estado por encima de la Mata de Quinn.

El tronco iba hacia arriba y hacia abajo a partir de Voy. Parecía alejarse eternamente, un inmenso muro marrón que se estrechaba cilíndricamente hasta no ser más que una oscura línea con una suave curvatura inclinada hacia el oeste, perdiéndose en el infinito… y la punta estaba tachonada de verde. La mata lejana.

Una nube verde teñida de ocre se deslizó bajo él, esparciéndose por el cuerpo principal de la mata. Mirando hacia el este, con el viento azotando hacia adelante su largo cabello, Gavving pudo ver la rama que emergía medio klomter de desnuda madera de su vaina verde: una delgada aleta.

La cabeza de Harp apareció, y su cara volvió a sumergirse, huyendo del viento. Laython fue el siguiente, e hizo lo mismo. Gavving esperó. Sus caras volvieron a aparecer. El rostro de Harp era ancho, de recia osamenta, su fuerza brutal medio oculta por una barba dorada. La larga y oscura faz de Laython empezaba a retoñar con los primeros pelos de una barba negra. Harp le llamó:

—Podemos andar a cuatro patas rodeando el tronco a sotavento. Al este. Escaparnos del viento.

El viento soplaba siempre desde el oeste, siempre con la velocidad de un vendaval. Laython comprobó cuidadosamente con los dedos la dirección del viento.

—¡Negativo! —vociferó—. ¿Cómo vamos a cazar algo? ¡Cualquier presa vendría a favor del viento!

Harp se retorció a través del follaje para reunirse con Laython. Gavving se encogió de hombros e hizo lo mismo. Le hubiera gustado que hubiese un cortavientos… y Harp, diez años mayor que Gavving y Laython, estaba nominalmente al mando. Lo que raramente solucionaba aquellos problemas.

—No podemos atrapar nada —les dijo Harp—. Estamos aquí para proteger el tronco. Que hay sequía no significa que no pueda producirse una inundación. ¿Podría rozar el árbol un estanque?

¿Qué estanque? ¡Mira a tu alrededor! ¡No hay ninguno cerca de nosotros! ¡Harp, deberías verlo por ti mismo!

—El tronco nos impide ver lo que hay al otro lado —dijo Harp pacientemente.

El punto brillante en el cielo, el sol, vagaba a la deriva bajo el borde occidental de la mata. Y en aquella dirección no había estanques, ni nubes, ni bosques a la deriva… nada, sólo el cielo blanco teñido de azul, hendido por la blanca línea del Anillo de Humo, y en aquella línea, un desquiciante grumo que debía ser Gold.

Mirando hacia arriba, hacia afuera, no vio nada más… lejanos gallardetes de nubes con forma de remolinos tormentosos… una centelleante mancha que posiblemente era un estanque, pero que parecía incluso más lejana que la verde extremidad del árbol integral. Allí no habría inundaciones.

Gavving tenía seis años cuando llegó la última inundación. Recordaba el terror, el pánico, la frenética precipitación. La tribu se había abierto camino cavando, a lo largo de la rama, hacia el este, amontonándose en el ligero follaje, allí donde la mata terminaba en una punta de madera desnuda. Recordaba un rugido que ahogó el del viento, y cómo la masa de la rama se estremecía interminablemente. El padre de Gavving y dos aprendices de cazadores no fueron avisados a tiempo. El cielo se los llevó.

Laython empezó a rodear el tronco, en la misma dirección que el viento. Había medio emergido de entre el follaje, empujándose contra el viento con sus largos brazos. Harp le siguió. Como era costumbre, Harp había cedido. Gavving refunfuñó, pero se movió para reunirse con ellos.

Era cansado. Harp debía aborrecerlo. Usaba sandalias claveteadas, pero incluso con ellas, debía estar padeciendo. Warp tenía un buen cerebro y la lengua fácil, pero era un enano. Su torso era corto y ancho; pero la musculatura de sus brazos y piernas no tenía aguante, y los dedos de sus pies eran mera decoración. Medía menos de dos metros de alto. El Grad, en cierta ocasión, le había dicho a Gavving:

—Harp se parece a las imágenes de los Fundadores, en la bitácora. Hace mucho tiempo, todos nos parecíamos a ellos.

Harp le sonrió a Gavving, pensando que estaba fatigado.

—Tú también tendrás sandalias de clavos cuando crezcas.

Laython también sonrió, desdeñosamente, y se apresuró a ponerse en cabeza. Gavving no dijo nada. Las sandalias claveteadas sólo habrían servido para estorbarle los largos y prensiles dedos de los pies.

La noche había cortado la luz por la mitad. Con la luz del sol circunvalando la otra cara de Voy, ver resultaba más fácil. El tronco era una gigantesca muralla marrón de tres klomters de circunferencia. Gavving volvió a levantar la vista una vez más y se sintió descorazonado por lo poco que habían avanzado. Se protegió la cabeza, agachándola contra el viento, abriéndose camino desgarrando el verde algodón, hasta que escuchó un aullido de Laython.

—¡La cena!

Una temblorosa partícula negra, señalando un punto a babor en el viento.

—No puedo decir lo que es —dijo Laython.

—Está intentando desaparecer —dijo Harp—. Parece grande.

—¡Trata de dar la vuelta hacia el otro lado! ¡Vamos!

Se arrastraron rápidamente. La mota temblorosa estaba muy cerca. Era grande y delgada y movía el primer tallo. La gran aleta traslúcida se ensanchaba por la velocidad, como si intentase llegar al claro del tronco. El tenue torso giraba lentamente.

La cabeza quedó a la vista. Dos ojos brillantes tras el pico, separados por ciento veinte grados.

—Pájaro espada —decidió Harp. Y dejó de moverse.

Laython preguntó:

—Harp, ¿qué vamos a hacer?

—Nadie en su sano juicio iría detrás de un pájaro espada.

—¡Sigue siendo carne! ¡Y, por lo lejos que está, también debe estar hambriento!

Harp bufó.

—¿Quién lo dice? ¿El Grad? El Grad está lleno de teorías, pero nunca ha salido a cazar.

La lenta rotación del pájaro espada dejó a la vista lo que había sido el tercer ojo. Pero lo que mostraba era un largo, irregular, velloso y verde remiendo. Laython gritó:

—¡Lanilla! ¡Tiene una herida en la cabeza infectada de lanilla! ¡Esa cosa está herida, Harp!

—No es un pavo herido, chico. Es un pájaro espada herido.

Laython tenía vez y media el tamaño de Harp, y además era el hijo del Presidente. No era fácil disciplinarle. Apretó los largos y fuertes dedos sobre el hombro de Harp.

—¡Lo perderemos si nos quedamos aquí discutiendo! ¡Yo digo que vayamos a Gold! —Y se puso de pie.

El viento le golpeó. Sujetó en los arbustos un puño y los dedos de los pies, estabilizándose, y empezó a hacer señas con el brazo libre.

—¡Hola! ¡Pájaro espada! ¡Carne, copsik, carne!

Harp emitió un sonido de disgusto.

Era casi seguro que el animal le vería si no dejaba de agitar la brillante blusa escarlata. Gavving pensó: Lo perderemos y el peligro habrá pasado. Pero no quería aparentar cobardía en el transcurso de su primera partida de caza.

Tomó de la espalda la cuerda corrediza. Socavó el follaje para poder clavar una escarpia en la sólida madera y amarró en ella la cuerda. El centro estaba anudado a su cintura. Nadie se arriesgaba a perder la cuerda. Si la conservaba, un cazador que cayera hacia el cielo todavía podría encontrar apoyo en alguna parte.

La criatura no les había visto. Laython juró. Se apresuró a anclar su propia cuerda. El fin de la operación era arpearla: dura madera del afilado final de la rama. Laython hizo girar el arpeo alrededor de la cabeza, gritando y abriéndolo.

El pájaro espada debía haberle visto, u oído. Se volvió repentinamente, con la boca abierta, la cola triangular revoloteando como si intentase abrirse camino hacia estribor, hacia su lado del tronco. ¡Hambriento, sí! Gavving nunca había considerado que una criatura pudiera verle a él como su carne hasta aquel momento. Harp se puso ceñudo.

—Va a maniobrar. Si tenemos suerte, podría llegar a chocar con el tronco.

El pájaro espada parecía hacerse más grande a cada segundo que pasaba: más grande que un hombre, más grande que una choza… todo boca y alas y cola. La cola era una membrana traslúcida encerrada en una V de huesos espinosos de bordes dentados. ¿Cómo había llegado tan lejos? Los pájaros espada se alimentaban de criaturas que devoraban en los bosques a la deriva, y había muy pocos, y siempre estaban muy cerca de Voy. Muy poco de todo. La criatura está muy flaca, pensó Gavving; y ahí está la suave costra verdosa sobre el ojo. La lanilla era una planta verde, parásita, que crecía en un animal hasta que el animal moría. También atacaba a los humanos. Todo el mundo la padecía antes o después, algunos incluso más de una vez. Pero los humanos tenían bastante sentido común como para estar a la sombra hasta que la lanilla blanqueaba y moría.

Laython podía estar en lo cierto. Una cabeza herida, un sentido de la dirección enloquecido… y era carne, un montón de carne tan grande como la gran choza de los solteros. Debía estar famélico… y se volvió para enfrentarse a ellos.

Una boca aislada les alcanzó: un campo elíptico, en expansión, lleno de dientes.

Laython enrolló la cuerda con una prisa frenética. Gavving vio cómo le adelantaba volando la cuerda de Harp, y cómo le arrancaba de la parálisis, haciéndole lanzar su propia arma.

El pájaro espada latigueó a su alrededor, imposiblemente rápido, tronchando el arpón de Gavving como si fuera de caramelo. Harp lanzó un alarido. Gavving se quedó congelado por un momento; luego, enterró los pies en la maleza mientras daba un tirón de la cuerda. Lo he enganchado.

La criatura no intentó escapar; seguía revoloteando hacia ellos.

El arpeo de Harp le desolló el costado, dio un tirón, intentando enganchar a la bestia, y falló de nuevo. Enrolló la cuerda para otro intento.

Gavving estaba a horcajadas entre el ramaje y el algodón, hundiendo los dedos de los pies profundamente, asiendo con las manos el mortífero asidero de la cuerda. Con los ojos fijos en el pájaro espada, continuó comportándose como si esperase contactar con la bestia asesina.

—Harp, ¿dónde debo herirla? —gritó.

—En las órbitas de los ojos, supongo.

La bestia estaba confundida. Tenía los costados arañados por el tronco que se extendía sobre sus cabezas, estaba terriblemente cercana. El tronco se estremeció. Gavving aulló de terror. Laython aulló de rabia, lanzando el arpeo por encima de la cabeza.

Rozó el costado del pájaro espada. Laython tiró de la cuerda con fuerza y clavó la púa de dura madera en la carne, profundamente.

La cola del pájaro espada se paralizó. Quizá estaba considerando otras opciones, mirándoles con los dos ojos sanos mientras el viento lo empujaba hacia el oeste.

La cuerda de Laython se tensó. Y la de Gavving. Las ramas espinosas desgarraron los inadaptados dedos de los pies de Gavving. Y la inmensa bestia le arrastró hacia el cielo.

Sintió la garganta atenazada, pero pudo escuchar el chillido de Laython. Laython también había sido arrastrado.

Los dedos de Gavving todavía llevaban clavados los arbustos espinosos. Miró hacia abajo, hacia la almohadillada protección de la mata, preguntándose hasta dónde sería llevado y tirado. Pero su cuerda aún estaba anclada… y el viento era más fuerte que la marea; podría llevarle más allá de la mata, más allá de la rama, cada vez más lejos. Pero en vez de eso se arrastró a lo largo de la cuerda, alejándose del predador.

Laython no se había rendido. Había preparado de nuevo su arpeo y esperaba.

El pájaro espada decidió. Su cuerpo chasqueó en una curva. La cola dentada latigueó forzadamente hacia la cuerda de Gavving. El pájaro espada aleteó violentamente, dirigiéndose hacia el oeste. La cuerda de Laython se tensó; los arbustos se desgarraron y la cuerda quedó libre. Gavving intentó cogerla pero la perdió.

Podría haberse retirado hasta ponerse a salvo, pero siguió vigilando.

Laython se equilibraba con el arpeo dispuesto, moviendo la otra mano en círculo preparando su cuerpo para dar la vuelta, mientras el predador aleteaba hacia él. El hombre era casi la única criatura del Anillo de Humo que no tenía alas.

El cuerpo del pájaro espada se arqueó en forma de U. Golpeó con la cola a Laython casi antes de que éste pudiera mover el arpeo. La boca de la bestia se abrió y se cerró cuatro veces, y Laython desapareció. La boca siguió actuando, intentando librarse del arpón que Gavving le había clavado en la garganta, mientras el viento se la llevaba hacia el este.


La choza del Científico era como cualquier otra choza de la Tribu de Quinn: vivientes arbustos espinosos trabajados como el mimbre de una cesta. Era más grande que algunas, pero no daba sensación de lujo. La techumbre y las paredes estaban constituidas por un amasijo de chismes pegados a la urdimbre; y plumas de pavo y rojos penachos teñidos con tinta, útiles de enseñanza, útiles científicos, y reliquias de antes del tiempo en que los hombres abandonaran las estrellas.

El Científico entró en la choza como si fuera un ciego. Tenía los brazos llenos de sangre de las manos a los codos. Se los había arañado con la brazada de maleza, y hablaba entre dientes:

—Malditos, malditos berbiquís. En cuanto se ponen a excavar, no hay manera de pararlos. —Levantó la vista—. ¿Grad?

—Hola. ¿Con quién hablabas? ¿Estás hablando solo?

—Sí. —Se restregó los brazos airadamente, y tiró el manojo de follaje lejos de él—. La muerte de Martal. Un berbiquí se puso a excavar en ella. Posiblemente, yo mismo la maté, cuando se los extraje, pero hubiera muerto de todos modos… no puedes dejar huevos de berbiquí. ¿Has oído algo de la expedición?

—Casi nada. No puedo conseguir que nadie me dé noticias.

El Científico arrancó de la pared de la choza un puñado de follaje e intentó limpiar con él el escalpelo. No había mirado al Grad.

—¿Qué piensas?

El Grad estaba furioso y se había ido irritando cada vez más mientras esperaba en una choza vacía. Intentó que aquello no se reflejase en su voz.

—Pienso en el intento del Presidente para deshacerse de algunos ciudadanos que le resultan molestos. Lo que me gustaría saber es, ¿por qué yo?

—El Presidente es un loco. Piensa que la ciencia podrá parar la sequía.

—¿Tú también tienes problemas? —El Grad los tenía—. Puedes traspasármelos a mí.

El Científico, al fin, le miró. El Grad pensó que vería culpabilidad en ellos, pero los ojos del Científico se mostraban tranquilos.

—Le dejé pensar que tú tenías la culpa, sí. Ahora, hay algunas cosas que necesito de ti…

La respuesta fue una risa incrédula.

—¿Qué, más herramientas para acarrear por otros cien klomters del tronco?

—Grad… Jeffer. ¿Qué es lo que te he contado acerca del árbol? Hemos estudiado juntos el universo, pero lo más importante que hay en él es el árbol. ¿Acaso no te he enseñado que todo lo que vive procura estar cerca de la región intermedia del Anillo de Humo, allí donde hay aire y agua y tierra?

—Todo menos hombres y árboles.

—Los árboles integrales tienen un método. Te lo enseñé.

—Tengo… la idea de que sólo estás adivinando… Oh, ya veo. Estás deseando apostarte mi vida.

El Científico bajó los ojos.

—Supongo que tienes razón. Pero si estoy en lo cierto, no quedará nada excepto tú y la gente que te acompañe. Jeffer, podría no pasar nada. Podrías volver con… todo o que necesitamos: crías de pavo, alguna especie de vida animal que se desarrollase en el tronco, no lo sé…

—Pero tú no lo crees.

—No. Por eso voy a dártelo.

Sacó tesoros de los arbustos espinosos: un vidrioso rectángulo de veinticinco por cincuenta centímetros, demasiado liso como para hacer un paquete y cuatro cajas del tamaño de la mano de un niño. La respuesta del Grad fue un musical:

—O-o-oh.

—Decide por ti mismo lo que quieres que te cuente que te pueda servir de ayuda. Vamos a tener ahora una última sesión de aprendizaje. —El Científico metió una cassette en un lector de pantalla—. No tendrás muchas oportunidades de estudiar cuando estés en el tronco.


PLANTAS

LA VIDA SE EXTIENDE POR TODO EL ANILLO DE HUMO, PERO NO NI DENSA NI MASIVA. EN EL ENTORNO DE CAÍDA LIBRE, LAS PLANTAS PUEDEN EXTENDER MUY LEJOS SUS ZONAS VERDES PARA ATRAPAR LA MÁXIMA CANTIDAD POSIBLE DE LUZ SOLAR, DESPRECIANDO EL AGUA Y EL SUELO, SIN PREOCUPARSE DE LA FUERZA ESTRUCTURAL. FINALMENTE ENCONTRAMOS UNA EXCEPCIÓN…

LOS ÁRBOLES INTEGRALES CRECEN HASTA ALCANZAR UN TAMAÑO ENORME. LAS PLANTAS FORMAN UN LARGO TRONCO BAJO TERRIBLES TENSIONES, Y ESTÁN ENCOPETADAS DE VERDE AL PRINCIPIO Y AL FINAL, ESTABILIZADAS POR LAS MAREAS. FORMAN MILES DE RADIOS CIRCULANDO ALREDEDOR DE LA ESTRELLA LEVOY. CRECEN HASTA CIEN KILÓMETROS DE LARGO, Y TIENEN HASTA UN QUINTO DEL GEE DE LAS MAREAS DE «GRAVEDAD» DE LAS MATAS Y CON PERPETUOS VIENTOS HURACANADOS.

LOS VIENTOS DERIVAN DE SIMPLES MECANISMOS ORBITALES. SOPLAN DESDE EL OESTE DE LA MATA INTERIOR Y DESDE EL ESTE DE LA MATA CONTRARIA (INTERIOR, ES HACIA LA ESTRELLA LEVOY, COMO ES HABITUAL). LAS ESTRUCTURAS SON DOBLADAS POR EL VIENTO, CURVÁNDOLAS EN EL EXTREMO DE CADA RAMA A UNA POSICIÓN CASI HORIZONTAL. EL FOLLAJE SE FERTILIZA POR LA TAMIZACIÓN EN EL VIENTO…

LOS PELIGROS MÉDICOS DE UNA VIDA EN CAÍDA

LIBRE SON BIEN CONOCIDOS. SI LA DISCIPLINA NOS ABANDONASE EFECTIVAMENTE, SI EFECTIVAMENTE FUÉSEMOS DEJADOS A NUESTRA SUERTE EN ESTE EXTRAÑO AMBIENTE, NO HABRÍA NADA PEOR QUE REFUGIARSE EN LAS MATAS DE LOS ÁRBOLES INTEGRALES. SI LOS ÁRBOLES DEMOSTRARAN SER MAS PELIGROSOS DE LO QUE HABÍAMOS ANTICIPADO, ESCAPAR SERÍA FÁCIL. SOLO HABRÍA QUE SALTAR Y ESPERAR HASTA SER RECOGIDO.


El Grad levantó la vista.

—La verdad es que no sabían mucho sobre los árboles.

—No. Pero, Jeffer, vieron los árboles desde fuera.

Era una observación impresionante. Mientras la digería, el Científico dijo:

—Me temo que deberás empezar a entrenar a tu propio Grad muy pronto.


Jayan estaba sentada con las piernas cruzadas, enrollando cuerdas. De vez en cuando echaba una mirada para vigilar a los niños. Iban como el viento a través de los Comunes, y cuando el viento moría los dejaba desparramados alrededor de Clave. Clave no estaba trabajando mucho, pero parecía hacerlo.

Las chicas adoraban a Clave. Los chicos le imitaban. Algunos le observaban, otros zumbaban a su alrededor, intentando ayudarle a reunir los arpones y púas, o planteándole una serie de preguntas sin fin.

—¿Qué vas a hacer? ¿Por qué necesitas tantos arpones? ¿Y toda esa soga? ¿Es un viaje de caza?

—No puedo decirlo —dijo Clave con la exacta dosis de pesar. King, ¿dónde has estado? Parece pegajoso.

King era un chico de ocho años, feliz, repintado de polvo marrón.

—Hemos ido a la parte inferior. El follaje es allí más verde. Sabe mejor.

—¿Habéis llevado cuerdas? Las ramas no son allí tan tuertes como a las que estamos acostumbrados. Podíais haber caído. ¿Os ha acompañado, al menos, algún adulto?

Jill, de nueve años, tuvo la agudeza de cambiar de conversación.

—¿Cuándo cenamos? Estamos hambrientos. —Todos lo estamos. —Clave se volvió hacia Jayan—. Ya tenemos bastantes mochilas, tendremos que llevar comida, y encontrar agua en el tronco… sandalias de clavos… vainas surtidor, me alegro que las tengamos… espero que llevemos bastantes púas… ¿necesitaremos algo más? ¿Ha vuelto Jinny?

—No. ¿Qué la enviaste a buscar? —Rocas. La di una red para que las trajera, pero tenía que ir hasta la boca del árbol. Espero que encuentre una buena piedra para afilar.

Jayan no quiso regañar a los chicos. También ella adoraba a Clave. Si hubiera podido, la hubiera gustado quedársela para ella sola… si no para Jinny. A veces se preguntaba si Jinny habría sentido alguna vez lo mismo.

—Mmmm… tendremos que recoger un poco de follaje antes de abandonar la mata… Jayan dejó de trabajar.

—Clave, no se me había ocurrido. ¡No hay follaje en el tronco! ¡No tendremos nada para comer!

—Algo encontraremos. Para eso vamos —dijo Clave animosamente—. ¿Piensas cambiar de idea?

—Ya es demasiado tarde —dijo Jayan. No añadió que nunca había deseado ir. Ya no era el momento para decirlo. —Podría rechazarte. Y a Jinny también. Los ciudadanos como tú no deberían permitir…

—No me quedaré. —No con Mayrin y con el Presidente, y sin Clave. Levantó la mirada y dijo—: Mayrin.

La esposa de Clave estaba en la semipenumbra del lado más alejado de los Comunes. Podía estar allí hacía tiempo. Era siete años mayor que Clave, una mujer robusta, con la misma cuadrada mandíbula que su padre, el Presidente.

—Clave —llamó—, poderoso cazador ¿a qué estás jugando con esta joven cuando podrías estar cazando para los ciudadanos?

—Ordenes.

Ella se acercó, sonriendo.

—La expedición. Mi padre y yo la proyectamos juntos.

—Si quieres creerlo así, puedes hacerlo.

La sonrisa se cortó.

—¡Copsik! Te has burlado de mí durante mucho tiempo, Clave. Tú y todos. Ojalá te caigas al cielo.

—Ojalá no —dijo Clave suavemente—. ¿Te gustaría ayudarnos? Necesitamos mantas. Mejor llevar una de más. Nueve.

—Búscala tú —dijo Mayrin. Y salió andando con paso majestuoso.

En los principales abismos de la mata de Quinn había túneles que atravesaban el follaje. Las chozas anidaban en el flanco vertical de la rama, y los túneles las sobrepasaban. Harp y Gavving tenían ya sitio para poder caminar, o algo parecido. En el bajo impulso de la marea, saltaban por el follaje como si tanto ellos como el follaje fueran etéreos. Los arbustos que rodeaban los túneles estaban secos y desnudos, descortezado el follaje de todo alimento.

Cambios. Los días habían sido más largos antes del paso de Gold. Dos días entre cada sueño; ahora el equivalente eran ocho. El Grad había intentado explicárselo en una ocasión, pero el Científico había golpeado al Grad por divulgar sus secretos y a Gavving por escucharlos.

Harp pensaba que el árbol había muerto. Pero, bueno, Harp era el narrador y las palabras más desastrosas se convertían en sus labios en ricas fábulas. Pero el Grad también lo pensaba… y Gavving sentía que el mundo estaba acabando. Casi hubiera preferido que llegara el fin antes de verse obligado a contarle al Presidente lo que le había sucedido a su hijo.

Se detuvo para mirar su propia morada, un largo cuerpo semicilíndrico, la gran choza de los solteros. Estaba vacía. La Tribu de Quinn debía estar reunida para la comida del atardecer.

—Tenemos problemas —dijo Gavving y suspiró.

—Seguro que los tenemos, pero nadie nos va a condenar por haber actuado como lo hicimos. Si nos escondemos, no podremos comer. Además, tenemos esto. —Harp levantó el hongo muerto.

Gavving sacudió la cabeza. Aquello no les ayudaría.

—Podrías haberlo impedido.

—No pude. —Al ver que Gavving no contestaba, Harp dijo—; Hace cuatro días que toda la tribu está tirando cuerdas a un estanque, ¿recuerdas? Un estanque que no más grande que una choza. ¿Por qué no podíamos hacerlo nosotros? No pensamos que era una estupidez hasta que ocurrió aquello, y nadie salvo Clave podía haber realizado la hazaña, y no estaba allí…

—Yo ni siquiera enviaría a Clave a cazar un pájaro espada.

—Veinte a veinte —bromeó Harp. El chiste era arcaico pero su sentido se conservaba. Cualquier loco puede prever el pasado.

Una abertura en el algodón: la pavera, con sólo un melancólico pavo todavía vivo. No esperaban conseguir ninguno, a menos que lo hubieran capturado a un salvaje en el viento. Sequía y hambre… El agua todavía bajaba por el tronco, esporádicamente, pero nunca en cantidad. A veces pasaban cosas volando, comida arrastrada por el aullante viento, pero con poca frecuencia. La tribu no podría sobrevivir largamente sin más alimento que el azucarado follaje.

—¿Nunca te he contado —preguntó Harp— lo de Glory y los pavos?

—No. —Gavving se relajó un poco. Necesitaba distraerse.

—Fue hace doce o trece años, antes del paso de Gold. Las cosas entonces no caían tan deprisa. Pregúntale al Grad por qué, porque yo no sé la causa, pero sí que ocurría. Así que si Glory se hubiere caído sobre la pavera, no la habría destrozado. Pero Glory intentó acarrearla. La sujetó entre sus brazos, y pesaba tres veces más que ella, y perdió el equilibrio y empezó a correr para evitar que golpeara en el suelo. Y entonces la estrelló.

«Fue como si lo hubiera hecho a mala idea. Los pavos se esparcieron por todas partes, desde el Grupo hacia el cielo. Puede que perdiéramos la tercera parte de la pavada. A partir de aquello, Glory fue relevada de todas las responsabilidades sobre la cocina.

Otro agujero, uno grande: tres habitaciones construidas con ramas espinosas. Vacío.

—El Presidente tendrá todavía la lanilla —dijo Gavving.

—Es de noche —contestó Harp.

La noche era sólo un oscurecimiento mientras el lejano arco del Anillo de Humo filtraba la luz del sol; pero un klomter cúbico de follaje también bloqueaba la luz. Una víctima de la lanilla podía salir de noche para compartir una comida.

—Nos verá llegar —dijo Gavving—. Me gustaría que todavía estuviese confinado.

Frente a ellos ardía una hoguera. Se apresuraron, Gavving suspirando, Harp arrastrando el hongo con la cuerda. Cuando emergieron en los Comunes llevaban las caras solemnes y sus ojos no evitaron a nadie.

Los Comunes era una gran zona abierta, encuadrada por una empalizada de arbustos. Casi toda la tribu formaba un círculo escarlata con la marmita en el centro. Hombres y mujeres vestían blusas y pantalones teñidos con la púrpura que el Científico extraía de ciertas bayas y que a veces estaban decoradas de negro. Aquel rojo contrastaba vividamente con cualquier parte de la mata. Los niños sólo llevaban blusas.

Todos estaban extrañamente silenciosos.

El fuego parecía casi apagado, y la marmita —un objeto antiguo, un alto, transparente cilindro con una tapa del mismo material— contenía apenas una ración doble de estofado.

El pecho del Presidente estaba medio cubierto por la lanilla, pero la mancha se había contraído y en su mayor parte empezaba a adquirir un tono marrón. El Presidente era un hombre de mandíbula cuadrada, fornido, de mediana edad, y parecía infeliz, irritado. Hambriento. Harp y Gavving se acercaron a él, ofreciéndole su presa.

—Comida para la tribu —dijo Harp.

La presa parecía un champiñón carnoso, con un tallo de medio metro de largo y órganos sensitivos y un enrollado tentáculo bajo el filo del capuchón. Un pulmón bajaba desde el centro del tallo/cuerpo y era utilizado por la cosa como un propulsor. Parte del capuchón estaba desgarrado, quizá por algún predador; la herida estaba medio cicatrizada. Su apariencia era poco apetitosa, pero las leyes de la sociedad también encadenaban al Presidente.

Tomó el hongo.

—El desayuno de mañana —dijo cortésmente—. ¿Dónde está Laython?

—Perdido —dijo Harp antes de que Gavving pudiera decir nada—. Muerto.

El Presidente los miró con aflicción. —¿Cómo? —Luego—: Espera. Comed primero. Era la cortesía habitual para los cazadores que regresaban; pero para Gavving la espera era una tortura. Excavaron en un recipiente que contenía una escasa cantidad de caldo de verduras y pavo, y usaron las calabazas tan poco como les fue posible.

—Ahora, hablad —dijo el Presidente. Gavving se deprimió cuando Harp empezó la narración. —Partimos como cazadores y escalamos a lo largo del tronco. Levantamos las cabezas al cielo y vimos el tronco desnudo extendiéndose hacia el infinito…

—¿He perdido a mi hijo y me hablas poéticamente? Harp se sobresaltó.

—Perdón. No había nada en la parte del tronco en que estábamos, ningún signo de peligro ni de salvación. Entonces fue cuando Laython vio un pájaro espada, muy lejos, al oeste, arrastrado hacia nosotros por el viento. La voz del Presidente estaba controlada sólo a medias. —¿Fuisteis detrás de un pájaro espada? —Hay hambre en la Mata de Quinn. Hemos caído demasiado hacia adentro, demasiado cerca de Voy, eso dice el Científico. No hay bestias que vuelen cerca, ni aguas goteantes que bajen por el tronco…

—¿Acaso no estoy yo mismo los suficientemente hambriento como para saberlo? Hasta un niño sabe que es mejor el hambre que cazar un pájaro espada. Bueno, sigue.

Harp lo contó todo, con un lenguaje sobrio, pasando ligeramente por la desobediencia de Laython, dejando que le viesen como un héroe condenado.

—Vimos como Laython y el pájaro espada eran empujados por el viento hacia el este, a lo largo de un klomter de rama desnuda, y más allá. No podíamos hacer nada.

—¿Y su cuerda?

—Fue con él.

—Habrá encontrado apoyo en algún sitio —dijo el Presidente—. Un follaje… otro árbol… se habrá podido anclar en la zona media y bajar… bien. La Tribu de Quinn lo ha perdido.

Aguardamos —dijo Harp—, con la esperanza de que Laython pudiera encontrar un camino de vuelta, que lo consiguiera y se amarrara a alguna parte del tronco… Pasaron cuatro días. Sólo vimos un hongo arrastrado por el viento. Lanzamos los garfios y lo apresamos.

El Presidente parecía enfermo y disgustado. Gavving oyó en su mente. ¿Habéis cambiado a mi hijo por un hongo? Pero el Presidente dijo:

—Sois los últimos cazadores que quedaban por volver. Debéis saber lo que ha pasado hoy. Lo primero, que un berbiqui ha matado a Martal.

Martal era una de las ancianas, tía del padre de Gavving. Una arrugada mujer que siempre estaba ocupada, demasiado ocupada para hablar con los niños, y que había sido la cocinera principal de la Tribu de Quinn. Gavving intentó no imaginarse el berbiquí barrenando sus intestinos. Mientras Gavving se estremecía, el Presidente dijo:

—Cuando hayan pasado cinco días de sueño, nos reuniremos para los últimos ritos de Martal. Segundo: el Consejo ha decidido enviar una expedición que suba por el tronco. No regresará sin traer medios para sobrevivir. Gavving, tú te unirás a la expedición. Serás informado con todo detalle de tu misión después del funeral.

Загрузка...