Cuatro — Relámpagos y hongos-abanico

Por la mañana todos estaban doloridos aunque algunos lo mostraban más que otros. Alfin intentó moverse, gruñó de dolor y se acurrucó con la cara oculta entre los brazos. La cara de Merril estaba blanca e impasible mientras flexionaba los brazos; luego, la ocultó entre sus manos. Jayan y Jinny estaban compadeciéndose la una de la otra, dándose masajes mutuamente para aliviar el dolor. La cara de Jiovan era dolor y agonía cuando intentó moverse, luego dirigió una mirada furiosa a Clave.

Glory tenía los ojos aterrorizados y dementes, Gavving le dio una palmada en el omóplato (y retrocedió ante las señales de angustia).

—Todos estamos cansados. ¿Por qué queréis ocultarlo? ¿Qué es lo que os preocupa? No queréis aparentar debilidad. Todos estamos sin fuerzas.

Glory susurró, tras normalizar su mirada:

—No estaba pensando en eso. Estaba pensando en lo cansada que estoy. Es algo natural, ¿no?

—Por supuesto. Aunque no estés tullido.

—Gracias por cuidar de mí ayer. Te estoy realmente muy agradecida. Prometo que intentaré hacerlo mejor en el futuro.

Sin intentar moverse, el Grad habló:

—Muy pronto, todos estaremos mucho mejor. La subida aligera nuestro peso, la bajada lo aumenta. Mucho cuidado o podremos empezar a flotar.

Clave pisó cuidadosamente entre los ciudadanos que, aunque se habían despertado, todavía no se habían movido. Gavving le miró con odio y envidia. Clave no se había cansado. Desde el interior de la madriguera del nariz-arma, Clave sacó un pedazo de carne hendida por los arponazos.

—No os deis demasiada prisa en desayunar —les indicó—. Comed tranquilos. Se avanza más fácilmente si se está satisfecho…

—Ayer quemamos un buen paquete de energías —dijo el Grad. Se movió como un inválido para reunirse con Clave y empezó a desgarrar una pieza de un metro de largo de lo que habían sido las costillas del nariz-arma. Pareció percibir a Gavving y se acercó a él. La carne tenía un extraño sabor a rancio. Os acostumbraréis, pensó, cuando vuestra vida dependa de eso.

Clave se movió entre ellos, royendo el pedazo de carne. Cortó un trozo y se lo alargó a Merril. Escuchó a Jiovan describiendo sus síntomas, y le interrumpió.

—Veo que ya te has recuperado. Eso es bueno. Ahora, come —le dijo, ofreciéndole un pedazo de carne. Cortó lo que quedaba por la mitad y se lo ofreció a Jayan y Jinny y demorándose con ellas un minuto o dos para darles un ligero masaje en los hombros y caderas. Hicieron una mueca de dolor, quejumbrosas.

En aquellos momentos, cuando todo el mundo había comido ya algo, Clave echó una mirada al grupo.

—Daremos la vuelta hacia el este y encontraremos agua cuando hayamos hecho media jornada. Por aquí no hay ningún sitio donde podamos hacer ejercicios para entrar en calor; por tanto, los haremos mientras avanzamos. Fuera las penas, ciudadanos. Daremos de «comer al árbol al empezar», y si tenéis que hacerlo ahora, procurad hacerlo a favor de la corriente y del viento. Alfin, ponte en cabeza.

Alfin les guió en una espiral ascendente, en sentido opuesto a las agujas de un reloj. Gavving sintió que disminuían sus dolores según trepaba. Notó que Alfin nunca miraba hacia abajo. No le hubiera sorprendido que hubiese ido maldiciendo a los que le seguían… pero nunca miraba hacia abajo.

Gavving lo hizo, y se maravilló por lo que habían avanzado. Con las dos manos abiertas, podía abarcar la totalidad de la Mata de Quinn.

Se retrasaron para arreglar la Q de una marca DQ. El sol estaba horizontal hacia el este cuando volvieron a ponerse en marcha. Según se iban acercando a Voy encontraron un bosque con aguas tranquilas.

Un riachuelo corría a través de un barranco lleno de meandros. Aquella vez no había ninguna atalaya natural. Nueve sedientos ciudadanos clavaron sus garfios en la madera y se descolgaron por las cuerdas a beber, lavarse, empapar las túnicas y retorcerlas.

Gavving notó que Clave hablaba con Alfin un poco más abajo. No pudo oír lo que decían. Sólo vio lo que hizo Alfin.


—¿Y suponiendo que no lo haga?

—No lo hagas. —Clave inició un gesto hacia arriba, hacia donde colgaba el resto de sus compañeros—. Míralos he elegido. ¿Qué puedo hacer si uno de mi grupo resulta ser un cobarde? Seguiría con él. Pero quiero saberlo.

Alfin le miró blanco de rabia. No rojo de ira. Pero no es que estuviera «blanco de rabia»; el blanco significaba miedo, como Clave había aprendido mucho tiempo antes. Un hombre asustado puede llegar a matar… pero las manos de Alfin se aferraban a su cuerda, y el arpón de Clave le colgaba del hombro, muy fácil de agarrar.

—Quiero saberlo. No puedo dejar que vayas en cabeza si ni siquiera te vuelves para mirar lo que están haciendo. ¿Lo entiendes? Si tienes miedo, te pondré en un sitio donde no puedas hacer daño a nadie. De farolillo rojo. Y si te quedas colgado, estoy seguro de que nadie…

—Conforme. —Alfin revolvió en su mochila, sacando una escarpia y una piedra. Clavó la púa junto a otra que estaba ya colocada.

—Asegúrate de que podrás colgarte de ella. Es tu vida.

La segunda escarpia estaba clavada a más profundidad que la primera. Alfin pasó el final de la cuerda por ambas escarpinas y la anudó.

—¿Y dejó el puesto para quien venga detrás?

—Puedes hacerlo. O no. Pero yo tengo que saberlo.


Alfin saltó hacia adelante arrastrando lazadas de cuerda. Movió las piernas y se cubrió la cara con los brazos.

Cayó lentamente. Somos más ligeros, pensó Gavving. Es real. Hubiese dicho que sólo nos íbamos a encontrar mejor, pero pesamos menos… A Alfin todavía caía, pero ya no se tapaba la cara. Remolineaba los brazos intentando dar la vuelta. Gavving notó que las manos de Clave sujetaban las púas que retenían la cuerda de Alfin. La cuerda se tensó e hizo que Alfin giraba para llegar de nuevo al árbol.

Gavving le observó mientras trepaba. Y lo vio saltar de nuevo, extendiendo los brazos como si quisiese echar a volar. Parecía que podría hacerlo, pues caía muy lentamente; pero la corriente volvió a empujarle contra el árbol de nuevo.

—Parece divertido —dijo Jayan.

—Primero pregúntalo —dijo Jinny.

Alfin no volvió a saltar. Cuando trepó hasta llegar a la altura de Clave, y ambos se movieron para unirse al grupo, Jinny habló.

—¿Podemos intentarlo?

Alfin le echó una mirada que parecía un arpón. Clave le dijo:

—No, es tiempo de entretenerse. Tirad hacia arriba…

Alfin estaba de nuevo en cabeza, cuando volvieron a ponerse en marcha. Se detenía frecuentemente para mirar hacia abajo. Y Gavving se preguntó por qué.

El día anterior Alfin se había abalanzado sobre el nariz-arma, acuchillándolo como un enloquecido maníaco, como el propio Gavving. Era difícil creer que Alfin pudiese tener miedo de Clave, o de las alturas, o de cualquier cosa.


El sol estaba dando la vuelta al cielo, cruzando Voy por detrás y regresando al cénit antes de que ellos volvieran a estar a sotavento. El bosque de aguas tranquilas era más suave, lo bastante para que pudieran atravesarlo con una púa en cada mano, dando un pinchazo, un tirón y otro pinchazo. Viraron hacia abajo para evitar dar cualquier señal a los pájaros que se apiñaban en el bosque. De cola escarlata, los pájaros eran completamente diferentes del bosque gris ocre.

Cuando alcanzaron el riachuelo, era aún más pequeño, pero aún tenía la suficiente corriente: se descolgaron hasta el agua y la sintieron fría y la dejaron correr por sus bocas y caras. Clave repartió carne ahumada. Gavving se sentía famélico.

El Grad observaba los pájaros mientras comía. De repente, soltó una carcajada:

—Mirad, están practicando una danza de apareamiento.

—¿Así?

—Ya lo ves.

Gavving los miró; y lo mismo hicieron los demás, impulsados por la clamorosa risa de Clave y las risitas de Jayan y Jinny. Un macho de color gris ocre se acercó a una hembra y abruptamente abrió las alas grises como si fueran una capa. Debajo del gris se ocultaba un brillante color amarillo, y una trompa protuberante que nacía de un estallido de plumas escarlatas.

—El Científico me habló de ellos en cierta ocasión. Relámpagos —dijo el Grad, su sonrisa murió y dijo—: Me pregunto qué es lo que comen.

—¿Qué diferencia produciría? —preguntó Alfin.

—Quizá ninguna. —El Grad avanzó hacia los pájaros. Las aves se alejaron volando, luego volvieron, dejándose caer en picado, chillando obscenidades. El Grad los ignoró. Regresó.

—¿Bien? —preguntó Alfin.

—La madera está cuajada de hoyos. Cuajada. Los agujeros están llenos de insectos. Los pájaros escarban y se comen los insectos.

—Estás enamorado —ironizó Alfin—. Estás enamorado de la idea de que el árbol se está muriendo.

—Estaría enamorado de la idea de que gozara de buena salud —dijo el Grad, pero Alfin sólo reaccionó con un bufido.

Subieron en espiral hacia el lado oriental mientras el sol se inclinaba por debajo de Voy y empezaba a subir nuevamente. El viento era menos fuerte. Pero se estaban cansando; apenas conversaban. Descansaban frecuentemente en grietas de la corteza.

Estaban descansando cuando Merril llamó: —¿Jinny? Estoy levitando.

Una pinza del tamaño del puño de Clave asió el tejido de la mochila casi vacía de Merril. Merril tiró del saco. De un agujero de la corteza estaba emergiendo una criatura cubierta de duras y marrones placas segmentadas. La cara era una placa simple con un ojo profundamente grabado. El cuerpo parecía blando al acabar las placas.

Jayan apuñaló el sitio donde el cuerpo tocaba la corteza. La criatura se apartó, pero continuó agarrando la mochila de Merril con una determinación estúpida. Jayan apalancó la garra abierta con el arpón y metió a la criatura en su propio saco.

Cuando tras dar la vuelta regresaron al agua, Clave recogió agua para hervir en una pequeña marmita con tapa. Hizo té, volvió a llenar la marmita y coció la presa de Merril. Les dio un pedazo a cada uno de los miembros del grupo.


Se acurrucaron en una amplia grieta con forma de rayo y se ataron con las cuerdas. Juntos pero separados, la cabeza dentro de la corteza. No tenían ocasión de conversar, ni estaban animados para ello. Cuatro días de escalada desde el último desayuno les había dejado con poco ánimo para cualquier cosa que no fuera dormir.

Cuando despertaron comieron un poco más de carne cocida.

—Deberíamos buscar más cosas de caparazón duro —sugirió Clave—. Estaba bueno.

No los apremió para que se movieran. Nunca lo haría, descubrió Gavving, hasta que pudieran acampar junto a una corriente de agua.

En aquella ocasión, asignaron a Jiovan el primer puesto. Los condujo en una espiral en sentido contrario a las agujas de un reloj que los llevó a sotavento por medio día. La madera volvía a ser suave y cuajada de agujeros, y los relámpagos se sucedían bajo ellos. Alfin y Glory perdían terreno en las regiones de sotavento. Jiovan lo hizo notar y se ganó una mirada de sombrío aborrecimiento de Alfin.

Todo era porque Alfin se preocupaba mucho más que los otros de la operación de fijar sus púas. Y Glory no lo hacía, por lo que estaba permanentemente resbalando y sujetándose…

Se detuvieron en la corriente y bebieron y se lavaron.

Alfin observó algo que había muy por encima de ellos: grises protuberancias que se extendían hasta muy lejos por la corteza a ambos lados del riachuelo. Trepó, clavando escarpias tenazmente en la madera, y regresó con un hongo-abanico, gris pálido, con una orla roja, de la mitad del tamaño de su mochila.

—Podría ser comestible —dijo.

Clave preguntó:

—¿Quieres arriesgarte a probarlo?

—No. —Pareció que lo iba a tirar.

Merril le detuvo.

—Estamos aquí para salvar a la tribu de la inanición —dijo. Rompió un pedazo gris y rojo del sombrerete y probó un pequeño bocado—. No tiene mucho sabor, pero es agradable. Al Científico le gustaría. Puede masticarse sin dientes. —Volvió a morder. Alfin tomó un trozo del blanco agrisado del interior y empezó a comérselo, mirándolo como si fuera veneno. Asintió con la cabeza. —Sabe bien.

Con aquellas palabras surgieron nuevos voluntarios, pero Clave lo impidió. Cuando volvieron a ponerse en Marcha, Clave regresó y arrancó un ramillete de los hongos con forma de abanico. Un abanico de a metro ondeaba como una bandera a sus espaldas. El sol subía por el este.

Estaba por debajo de Voy. Mirando directo hacia ajo, a lo largo del tronco, pasada la verde pelota de Pelusa que era la Mata de Quinn, se veía el punto brillante de Voy en los límites de la suave luz solar, y el viento del oeste soplaba casi suavemente a través de las arrugas de la corteza, cuando Gavving escuchó el grito de Merril: —¿Quién necesita piernas?

Se sujetaba a la distancia de un brazo de la corteza, agarrada de una sola mano. Gavving gritó hacia abajo. —¿Merril? ¿Está todo bien?

—¡Me siento maravillosamente! —Merril se soltó y empezó a caer y volvió a asirse—. ¡El Grad tenía razón! ¡Podemos volar!

Gavving trepó hacia ella. Jinny estaba ya debajo de Merril, clavando una escarpia. Cuando Gavving las alcanzó, Jayan estaba usando la púa para agarrarse, con la cuerda preparada en la otra mano. Empujaron a Merril contra el tronco.

No se resistió. Cacareaba.

—Gavving, ¿por qué vivimos en la mata? Aquí hay comida, y agua, y no se necesitan las piernas. Vamos a quedarnos. No necesitamos la cueva de ningún nariz-arma, podemos cavarnos la nuestra. Para comer tenemos los nariz-armas y las cosas con concha y los hongos-abanico. ¡He comido follaje suficiente para el resto de mi vida! Si alguien lo necesita, enviaremos a buscarlo, abajo, a alguien con piernas.

Tendremos que andarnos con cuidado con los hongos-abanico, pensó Gavving. Empezó a clavar púas en la corteza. Al otro lado de Merril, Jiovan estaba haciendo lo mismo. ¿Dónde estaba Clave?

Clave estaba con Alfin, muy por debajo de ellos, argumentando furiosa e inaudiblemente.

—¡Vamos, acercaos! ¿Qué estáis haciendo? —preguntó Merril mientras Gavving y Jiovan la sujetaban a la corteza—. Escuchad, he tenido una idea maravillosa. Vamos a volver. Ya tenemos lo que buscábamos. Matemos otro nariz-arma y podremos cultivar los hongos-abanico en la mata. Y luego formamos aquí otra tribu. ¡Claaave! —bramó cuando Clave y Alfin hubieron trepado hasta un punto desde donde podían oírla—. ¿Cómo me verías de Presidente de una colonia?

—Serías terrible. Ciudadanos, vamos a quedarnos aquí un rato. Ataos. Que nadie vuele.

—Nunca pensé que pudiera ser tan bueno —les dijo Merril—. Mis padres… cuando yo era pequeño, mis padres esperaban que muriese. Pero no me echaron como comida por la boca del árbol. Yo también pensé en ello, pero nunca lo hice. Estoy contenta. A veces pienso que soy como un ejemplo para la gente que necesita tenerlos para ser feliz. Son felices por tener piernas. Incluso una sola pierna —le susurró a Jiovan con voz ronca—. ¡Piernas! ¿Para qué?

Jiovan le preguntó a Clave:

—¿Cuánto tiempo vamos a estar aquí?

—Tú ninguno. Recoge, eh, recoge al Grad y busca un sitio mejor para dormir.

Jiovan miró a su alrededor.

—¿Qué clase de sitio?

—Una cueva, una grieta o una protuberancia de la corteza… cualquier cosa será mejor que colgarnos como carne ahumada.

—Yo también iré —dijo Alfin.

—Tú te quedas.

—¡Clave, no tienes derecho a tratarme como un niño! ¡Sólo me comí la mitad de esa cosa! ¡Me siento bien!

—También Merril.

—¿Cómo?

—No importa. Parece malhumorado, y eso es estupendo. Merril parece feliz, y eso es…

—Alfin, estoy tan contenta que no vais a poder pararme. —Merril le sonreía radiante. En aquel momento. Gavving pensó que era bella. Gracias por intentarlo. Siento sueño —dijo Merril, y se fue a dormir.

Alfin la miró con ojos inquisidores, y dijo.

—Yo… creo que debería hablar con el Presidente sobre esta idiotez. ¿A quién se le ocurre enviar a una mujer sin piernas a trepar por el árbol? Clave, me siento muy bien. Muy despierto. Hambriento. Incluso comería un poco roas de hongo.

Clave sacó un abanico de la mochila. Desgarró un pedazo del borde rojizo y le ofreció a Alfin un pedazo del tamaño de una mano del blanco interior. Si Alfin iba a acobardarse, era un buen momento para comprobarlo. Se comió todo el pedazo con un apetito teatral que hizo sonreír a Clave. Clave rompió el resto de la roja caperuza y se lo colocó en el morral separadamente.

Jiovan y el Grad volvieron. Habían encontrado una marca DQ cubierta de hongos, como una peluca de cabello gris.

—Infectado. Podríamos quemarlo —dijo el Grad.

—Suponiendo que pudiéramos controlar el fuego. No tenemos agua —dijo Clave—. No importa. Vamos a echar una mirada. Jayan, Jinny, quedaos con Merril. Que una de vosotras venga a buscarme si se despierta.

Examinaron dubitativos la mancha de hongos. Raspar todo aquel cabello gris era un trabajo terrible. Clave recogió un manojo y le prendió fuego. Ardió lenta y dificultosamente.

—Podemos intentarlo. Pero lo mejor sería que vaciáramos algunas mochilas por si hay que apagarlo a golpes. La parcela de hongos ardió lentamente. El viento del oeste no era fuerte a aquella altura, y el humo tendía a meterse entre los «cabellos» del hongo, sofocando el fuego. Esto impidió que se apagara. Crepitaba por los bordes incandescentes y se reanudó por sí solo. Regresaron rodeados del hediondo humo.

El humo empezó a disiparse. Gavving se adelantó y descubrió que los hongos habían desaparecido, y que los que quedaban estaban carbonizados. La Q tenía dos metros de hondo.

Clave hizo una antorcha con un trozo de corteza y con ella quemó los pedazos que no habían ardido.

—Raspadlo todo y pensad que tenemos que dormir dentro. Gavving, Jinny, volved a por Merril.

Cuando empezaron a moverse, Merril se despertó de repente, feliz y activa, y desbordante de planes. La llevaron con halagos a través de la corteza, preparados para cualquier cosa, y la amarraron en la raspada punta de la Q.

No hicieron nada más, pero cuando la pusieron en la Q se durmió inmediatamente.


Merril dormía como una niña, pero los demás no conseguían descansar. Irregulares conversaciones se iniciaban y morían. Clave preguntó:

—Jiovan, ¿cómo lo estás haciendo?

—¿A qué te refieres?

—A la totalidad del viaje. ¿Cómo lo estás haciendo?

Jiovan bufó.

—Tengo hambre. Estoy agotado, pero todavía puedo valerme por mí mismo. Puedo trepar. ¿Qué más pretendes que hagamos? No lo sabremos hasta que lleguemos al hogar. Merril ha perdido el control, pero también puede estar en lo cierto.

Clave se mostró sobresaltado.

—¿Quieres decir vivir aquí?

—No, eso es una locura. Quiero volver ahora. Matar algo, ahumarlo y recoger más hongos-abanico y regresar al hogar. Volveremos como héroes, en la medida en que lo han hecho los demás grupos de caza que han vuelto con comida, y, aunque me parece superfluo decirlo, estoy preparado. Soy mala comida para el árbol a pesar de ser uno de los… tullidos. He sido utilizado para suministrar alimentos a la tribu… y si los hongos-abanico pueden crecer en la mata…

Todo el grupo estaba escuchando. Clave supo que hablaban para ellas.

—Merril —dijo— podría estar enferma, ya lo sabes.

—Se siente muy bien.

—Oh, vamos a ver cómo se siente cuando se le haya pasado. Incluso yo mismo podría querer probarlo. —Clave soltó una risita. Esperó a ver qué pasaba.

No hubo oportunidad, no con Alfin escuchando.

—¿Qué hay con lo de volver al hogar? Ya tenemos lo que veníamos buscando.

—Yo no lo creo así. No podemos estar seguros de que hayamos limpiado todas las marcas de la tribu, ¿verdad, Grad?

—Suponen que debemos recorrer todo el tronco.

—Por lo menos ya hemos recorrido la mitad. Ya sabemos que podemos alimentarnos por nosotros mismos. ¿Qué más vamos a encontrar? El nariz-arma era una buena comida, pero sólo hemos encontrado uno, y eso no es suficiente para la mata. Podemos arrancar unos cuantos hongos-abanico en el camino de vuelta. ¿Qué más? ¿Son comestibles los relámpagos? ¿Podremos trasplantar las cosas acorazadas?

El Grad estaba vigilando el fuego.

—Podrían crecer justo encima de la mata. Podríamos trabajar en ello. Yo estoy dispuesto a seguir. Quiero ver lo que pasa cuando ya no haya ninguna fuerza de marea.

—Ya sabemos que lo que Merril va a decir. ¿Alguien más?

Alfin gruñó. Pero nadie dijo nada. —Seguiremos —afirmó Clave.

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