Capítulo 9

El edificio donde vivía Heat no era el Guilford. No sólo su tamaño equivalía a una ínfima parte de él, sino que no había portero. Rook rodeó con los dedos el pomo de latón y sujetó la puerta mientras ella entraba en el pequeño vestíbulo. Sus llaves chocaron contra el cristal de la puerta interior, y una vez que Nikki la hubo abierto, le hizo una señal al coche azul y blanco aún aparcado enfrente.

– Ya estamos dentro -advirtió ella-, gracias.

Los policías dejaron encendida la linterna para iluminarlos, y gracias a su haz de luz el vestíbulo no estaba totalmente a oscuras.

– Ahí hay una silla, ¿la ves? -Nikki dirigió hacia ella la linterna fugazmente-. Mantente cerca. -Una hilera de brillantes buzones de correo metálicos recogieron el reflejo que tenían al lado. Ella agrandó un poco el haz de luz, y aunque así no era tan intenso, le daba una idea mejor del espacio y dejaba ver el largo y estrecho vestíbulo que era una réplica a pequeña escala de la planta del edificio. A la izquierda había un solo ascensor, y a la derecha, separado por una mesa en la que había varios paquetes de UPS y periódicos sin dueño, había un pasillo abierto que daba a la escalera.

– Sujeta esto. -Le dio la caja y cruzó hacia el ascensor.

– A no ser que esa cosa vaya a vapor, no creo que funcione -dijo Rook.

– ¿Tú crees? -Iluminó desde abajo el indicador estilo art déco de latón para ver en cuál de los cinco pisos estaba el ascensor. La flecha señalaba el uno. Heat golpeó la parte trasera de su linterna contra la puerta del ascensor y resonaron una serie de fuertes gongs. Gritó: «¿Hay alguien ahí?», y pegó la oreja al metal.

– Nada -le dijo a Rook. Luego arrastró la silla del vestíbulo hacia la puerta del ascensor y se puso en pie sobre ella-. Para que esto funcione, hay que hacerlo desde arriba, en el cabezal. -Sujetó la diminuta linterna entre los dientes para tener las manos libres y las usó para abrir unos centímetros las puertas por el centro. Nikki inclinó la cabeza hacia delante e insertó la luz en la separación. Satisfecha, soltó las puertas y se bajó, informando-: Vía libre.

– Siempre la policía -apuntó Rook.

– Mmm… No siempre.


Se dio cuenta de lo oscuro que aquello podía llegar a estar cuando empezaron a subir las escaleras, que estaban encajadas entre las paredes, y a las que no llegaba la luz de la policía como en el vestíbulo. Nikki iba delante con su Maglite; Rook la sorprendió con una luz propia. En el descansillo del segundo piso, ella preguntó:

– ¿Qué diablos es eso?

– Una aplicación del iPhone. ¿Mola, eh? -La pantalla de su móvil irradiaba una brillante llama de un mechero Bic virtual-. Ahora causan furor en los conciertos.

– ¿Te lo ha dicho Mick?

– No, no fue Mick. -Reiniciaron el ascenso y añadió-: fue Bono.

No costaba mucho subir hasta su apartamento, situado en el tercer piso, pero el aire sofocante de la escalera hizo que los dos se secaran con la palma de la mano el sudor de la cara. Una vez dentro de su recibidor, ella intentó encender el interruptor de la luz por costumbre y se reprendió por hacer las cosas de manera tan automática.

– ¿Esa cosa tiene cobertura?

– Sí, y con todas las rayas.

– Milagro de milagros -dijo ella, abriendo su propio teléfono para llamar con el sistema de marcación rápida al capitán Montrose. Tuvo que intentarlo dos veces para conseguir línea y, mientras sonaba, dejó a Rook en la cocina e iluminó la nevera-. Ponte hielo en la mandíbula, mientras yo… Hola, capitán, pensé que debería ponerme en contacto con usted.

La agente Heat sabía que la ciudad estaría en alerta táctica y quería saber si tenía que ir a la comisaría o a alguna de las zonas afectadas. Montrose confirmó que Gestión de Emergencias había declarado la alerta táctica y que los permisos y los días libres estaban temporalmente suspendidos.

– Podría necesitarte para cubrir algún turno, pero por ahora la ciudad se está comportando bien. Esperemos hacerlo mejor que en 2003 -afirmó-. Teniendo en cuenta las veinticuatro horas que acabas de tener, lo mejor que puedes hacer por mí es descansar para estar fresca mañana, por si esto continúa.

– Oiga, capitán, me ha sorprendido ver que tengo compañía delante de casa.

– Ah, sí. He avisado a los de la comisaría 13. Espero que te estén tratando bien.

– Fenomenal, muy formales. Pero la cuestión es si con esta alerta táctica ése será el mejor uso de los recursos.

– Si te refieres a escoltar a mi mejor investigadora para asegurarme de que nadie interrumpe su sueño, no se me ocurre mejor uso. Raley y Ochoa insistieron en hacerlo ellos mismos, pero yo se lo impedí. Eso sí que sería malgastar recursos.

Dios, pensó. Eso era justo lo que habría necesitado, que los Roach aparecieran y la pillaran allí fuera rozándose en la oscuridad con Rook. Tal y como estaban las cosas, no le gustaba nada la idea de que esos policías supieran a qué hora se iba Rook, aunque fuera pronto.

– Es muy amable por su parte, capitán, pero soy mayorcita, estoy en casa sana y salva, la puerta está cerrada con llave, las ventanas están cerradas, estoy armada y creo que nuestra ciudad estará mejor si deja que ese coche se vaya.

– Está bien -dijo-. Pero cierra la puerta con dos vueltas de llave. No quiero ningún hombre ajeno en tu apartamento esta noche, ¿me oyes?

Vio a Rook apoyado contra la tabla de cortar con un paño lleno de cubitos de hielo sobre la cara.

– No se preocupe, capitán. Y capitán… gracias. -Colgó y dijo-: No me necesitan esta noche.

– Así que tu evidente intento de acortar mi visita no ha funcionado.

– Cállate y déjame ver eso. -Se acercó para inclinarse sobre él y le retiró el paño para poder examinar su mandíbula herida-. No se ha hinchado, eso es bueno. Un centímetro más cerca de mi pie, y estarías bebiendo sopa por una pajita durante los próximos dos meses.

– Espera un momento, ¿me golpeaste con el pie?

Ella se encogió de hombros.

– ¿Y? -Puso las yemas de los dedos sobre su mandíbula-. Muévela de nuevo. ¿Te duele algo?

– Sólo el orgullo.

Ella sonrió y puso los dedos sobre él, acariciándole la mejilla. Las comisuras de sus labios se curvaron ligeramente hacia arriba, y la miró de una manera que hizo que se sonrojara. Nikki retrocedió antes de que la fuerza magnética fuera realmente intensa, repentina y profundamente preocupada por si se había convertido en una especie de friqui a la que le ponían las escenas de los crímenes. Primero en el balcón de Matthew Starr, y ahora aquí, en su propia cocina. No es que fuera algo malo ser un poco friqui, pero ¿en los escenarios de los crímenes? Estaba claro que ése era el común denominador. Bueno, eso y Rook.

Sacudió el paño para tirar el hielo dentro del fregadero y, mientras estaba ocupado, la mente de ella fue a toda velocidad para intentar comprender en qué demonios estaba pensando cuando lo invitó a subir. Tal vez le estaba dando demasiada importancia a esta visita, haciendo planes. A veces un cigarro es sólo un cigarro, ¿no? Y a veces subir a por hielo es subir a por hielo. Sin embargo, aún tenía el corazón acelerado por haber estado cerca de él. Y aquella mirada. No, se dijo a sí misma, y la decisión quedó tomada. Lo mejor era no forzar las cosas. Él había conseguido su hielo, ella había cumplido su promesa, sí, lo más inteligente sería detener esto ahora y echarlo.

– ¿Te apetece quedarte a tomar una cerveza? -preguntó.

– No estoy seguro -dijo con tono serio-. ¿Tienes la plancha desenchufada? Ah, espera, no hay luz, así que no tendré que preocuparme por si me planchas la cara.

– Qué gracioso. ¿Sabes qué? No necesito una asquerosa plancha. Tengo un cortador de bagels ahí arriba y ni te imaginas lo que soy capaz de hacer con él.

Él se lo pensó un momento.

– Una cerveza está bien -dijo.

Sólo había una Sam Adams en la nevera, así que se la tomaron a medias. Rook dijo que no le importaba compartirla de la botella, pero Nikki fue a por vasos y, mientras los cogía, se preguntó qué le había hecho pedirle que se quedara. Sintió un escalofrío perverso y sonrió pensando en cómo los apagones y las noches calurosas provocaban un cierto caos. Tal vez sí necesitaba que la protegieran; de ella misma.

Rook y su mechero virtual desaparecieron en la sala de estar con sus cervezas, mientras ella revolvía un cajón de la cocina en busca de velas. Cuando llegó a la sala, Rook estaba de pie al lado de la pared colocando el grabado de John Singer Sargent.

– ¿Está recto?

– Oh…

– Sé que he sido un poco atrevido. Ambos conocemos mis problemas con los límites, ¿verdad? Puedes colgarlo en otro sitio, o no, se me ocurrió cambiarlo por tu póster de Wyeth para que pudieras ver el efecto.

– No, no, está bien. Me gusta ahí. Espera a que ponga un poco más de luz para que se vea mejor. Podría haber encontrado su lugar. -Nikki encendió una cerilla de madera y la llama le tiñó la cara de dorado. Introdujo la mano en el quinqué de cristal curvado de la estantería y acercó la llama a la mecha.

– ¿Cuál eres? -preguntó Rook. Cuando ella levantó la vista, lo vio señalando el grabado-. De las niñas que encienden los farolillos. Te estoy viendo hacer lo mismo, y me preguntaba si parecerías una de ellas.

Nikki se acercó a la mesa de centro y puso un par de velas. Mientras las encendía, dijo:

– Ninguna, sólo me gusta el sentimiento que evoca. Lo que plasma. La luz, el ambiente festivo, su inocencia. -Se sentó en el sofá-. Todavía no me puedo creer que me lo hayas regalado. Ha sido todo un detalle.

Rook dio la vuelta por el otro lado de la mesa de centro y se unió a ella en el sofá, pero se sentó en el extremo, apoyando la espalda contra el reposabrazos y dejando así algún espacio entre ellos.

– ¿Has visto el original?

– No, está en Londres.

– Sí, en la Tate -observó él.

– Entonces tú sí lo has visto, presume un poco.

– Fuimos Mick, Bono y yo. En el Bentley de Elton John.

– Ya, seguro.

– Tony Blair se enfadó muchísimo porque invitamos al príncipe Enrique en vez de a él.

– Sí, ya -dijo ella con una risa ahogada, y levantó la vista hacia el grabado-. Me encantaba ir al Museo de Bellas Artes de Boston para ver los cuadros de Sargent cuando estudiaba en la Northeastern. También había algunos murales suyos.

– ¿Estudiaste arte? -Antes de que le diera tiempo a contestar, él levantó el vaso-. Oye, míranos. Nikki y Jamie socializando.

Ella chocó su vaso y bebió un sorbo. El aire estaba tan caliente que la cerveza ya estaba casi a temperatura ambiente.

– Filología inglesa, pero en realidad quería cambiarme a teatro.

– Vas a tener que ayudarme con esto. ¿Cómo pasaste de eso a ser detective de la policía?

– No es un salto tan grande -admitió Nikki-. Lo que hago consiste en parte en actuar y en parte en contar una historia, ¿o no?

– Cierto. Pero eso es el qué. Lo que me intriga es el porqué.

El asesinato.

El fin de la inocencia.

El suceso que cambió su vida.

Lo pensó un instante.

– Es algo personal -dijo-. Tal vez cuando nos conozcamos mejor.

– Personal. ¿Es la expresión clave para «por culpa de un tío»?

– Rook, ¿cuántas semanas llevamos yendo juntos en coche? Conociéndome como me conoces, ¿crees que tomaría una decisión como ésa por un tío?

– Pido al jurado que desestime mi pregunta.

– No, está bien, quiero saberlo -dijo, y se deslizó más hacia él-. ¿Tú dejarías de hacer lo que haces por una mujer?

– No puedo responder a eso.

– Tienes que hacerlo, te estoy interrogando, idiota. ¿Dejarías de hacer lo que haces por una mujer?

– En principio… No creo.

– Pues eso.

– Pero -continuó él, antes de hacer una pausa para formular su pensamiento- por la mujer adecuada… Me gustaría pensar que haría casi cualquier cosa. -Parecía satisfecho con lo que acababa de decir, hasta se reafirmó asintiendo una vez con la cabeza, y cuando lo hizo, alzó las cejas y, en ese momento, Jamie Rook no parecía en absoluto un trotamundos en la portada de una revista de moda, sino un niño de una ilustración de Norman Rockwell, sincero y sin malicia.

– Creo que necesitamos alcohol de verdad -dijo ella.

– Estamos en medio de un apagón, podría saquear una licorería. ¿Tienes una media que me puedas dejar para ponérmela en la cabeza?

El contenido exacto del mueble bar de la cocina era un cuarto de botella de jerez para cocinar, una botella de licor de melocotón para cócteles Bellini que no tenía fecha de caducidad, pero que hacía años que se había cortado y había adquirido el aspecto y el color de material nuclear fisionable… ¡Ajá! Y media botella de tequila.

Rook sujetó la linterna y Nikki se irguió desde el cajón de las verduras de la nevera blandiendo una triste y pequeña lima como si hubiera atrapado una pelota de Barry Bonds con holograma.

– Es una pena que no tenga triple seco, o Cointreau, podríamos hacer margaritas.

– Por favor -dijo él-. Ahora estás en mi terreno. -Volvieron al sofá y él montó el chiringuito sobre la mesa de centro con un cuchillo de pelar, un salero, la lima y el tequila-. En la clase de hoy aprenderemos a hacer lo que denominamos margaritas en mano. Observa. -Cortó una rodaja de lima, sirvió un chupito de tequila, luego se lamió el dorso de la mano sobre el pulgar y el índice y echó sal encima. Lamió la sal, se bebió el tequila de un trago y luego mordió la lima-. Sí, señor. A esto es a lo que me refiero -dijo-. Desmond Tutu me enseñó a hacer esto -añadió, y se rió-. Ahora tú.

Con un movimiento fluido, Nikki cogió el cuchillo, cortó una rodaja, se echó sal en la mano, y para adentro. Ella vio su expresión.

– ¿Dónde diablos crees que he estado todos estos años? -preguntó.

Rook le sonrió y preparó otro y, mientras lo miraba, sintió cómo se relajaban sus doloridos hombros y, poco a poco, se iba liberando del estado de alerta que había adoptado como estilo de vida sin darse cuenta. Pero cuando estuvo listo, Rook no se bebió su chupito. En lugar de ello, extendió la mano hacia ella. Nikki miró la sal sobre su piel y la lima entre sus dedos pulgar e índice. No lo miró a la cara, porque temía cambiar de opinión si lo hacía en lugar de lanzarse. Ella se inclinó hacia su mano y sacó la lengua, rápido al principio, pero luego, queriendo ralentizar el momento, se quedó allí lamiendo la sal de su piel. Él le ofreció el chupito y ella se lo bebió de un trago y, después, cogiendo su muñeca entre los dedos, se llevó la rodaja de lima que él estaba sujetando hacia los labios. El estallido del zumo de lima limpió su paladar y, mientras tragaba, el calor del tequila se extendió desde su estómago hasta sus extremidades, llenándola de un optimismo lujurioso. Cerró los ojos y recorrió sus labios de nuevo con la lengua, saboreando el gusto cítrico y la sal. Nikki no estaba en absoluto borracha, era otra cosa. Se estaba dejando llevar. Una de esas cosas normales a las que la gente no da importancia. Por primera vez en mucho tiempo, que ella recordara, estaba completamente relajada.

Entonces se dio cuenta de que todavía estaba agarrando a Rook por la muñeca. A él no parecía importarle.

No hablaron. Nikki se lamió la mano y le echó sal. Cogió una rodaja. Sirvió un chupito. Y le tendió la mano. A diferencia de ella, él no evitó su mirada. Atrajo su mano hacia él y puso sus labios sobre ella, saboreando la sal y luego el sabor salado de la piel circundante mientras se miraban fijamente el uno al otro. A continuación, se bebió el chupito y mordió la lima que ella le ofreció. Mantuvieron el contacto visual así, sin un solo movimiento, la versión extendida de su momento anuncio de colonia en el balcón de Matthew Starr. Pero esta vez Nikki no lo interrumpió.

Con indecisión, lentamente, se fueron acercando centímetro a centímetro, en silencio, sosteniéndose la mirada. Ella despreció cualquier resto de preocupación, incertidumbre o conflicto que hubiera podido sentir antes, como algo que la haría pensar demasiado. En ese momento, Nikki Heat no quería pensar. Quería estar. Extendió la mano y le acarició la mandíbula con suavidad, donde le había golpeado anteriormente. Se irguió sobre una rodilla, se inclinó sobre él y lo besó suavemente en la mejilla. Nikki se quedó allí, suspendida en el aire, estudiando el juego de la luz de las velas y las sombras sobre su cara. Las suaves puntas de su cabello colgaban hacia abajo, rozándolo. Él se inclinó, separándole con suavidad uno de sus mechones, acariciándole ligeramente la sien. Inclinada sobre él, Nikki pudo sentir el calor de su pecho que subía hasta encontrarse con el suyo, e inhaló el agradable aroma de su colonia. El parpadeo de las velas hacía que pareciera que la habitación estaba en movimiento, la misma sensación que sentía Nikki cuando el avión en el que viajaba atravesaba una nube. Se hundió hacia él y él la recibió; no se movían, sino que se dejaban atraer ingrávidos el uno hacia el otro, atraídos por alguna fuerza irresistible de la naturaleza que no tenía nombre, color, ni sabor, sólo calor.

Y entonces, lo que había empezado tan suavemente, cobró vida propia. Volaron el uno hacia el otro, uniendo sus bocas entreabiertas, cruzando alguna línea que los desafiaba, y ellos aceptaron el desafío. Se saborearon profundamente y se tocaron con el frenesí de la impaciencia encendida por el asombro y las ansias, ambos permitiéndose, finalmente, experimentar los límites de su pasión.

Una de las velas de la mesa de centro empezó a chisporrotear y se apagó. Nikki se apartó bruscamente de Rook, alejándose de él, y se sentó. Con la respiración agitada, empapada en sudor, tanto suyo como de él, observó cómo se apagaba la brillante brasa de la vela y, cuando la oscuridad la consumió, se puso en pie. Tendió la mano hacia Rook y él la agarró, levantándose para ponerse de pie a su lado.

Una de las velas había echado chispas y se había apagado, pero la otra todavía estaba encendida. Nikki la cogió, e iluminó con ella el camino hacia su dormitorio.

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