Treinta minutos después, la detective Heat salió del ascensor del Guilford en el sexto piso y se dirigió hacia el vestíbulo donde estaba Raley con un poli delante de la puerta abierta del piso de Starr. En el marco de la puerta había una pegatina de las de escenario del crimen y la pertinente cinta amarilla. Amontonados sobre la alfombra del lujoso vestíbulo, al lado de la puerta, había unos envases de plástico con la tapa de cierre a presión y con unas etiquetas en las que se leía «Forense».
Raley la saludó con un gesto de la cabeza y levantó la cinta de la policía. Ella se agachó para pasar por debajo y entró en el piso.
– Santo Dios -exclamó Nikki, girando en redondo sobre sí misma en medio del salón. Levantó la cabeza para observar y miró de arriba abajo las paredes, hasta el techo abovedado, intentando asimilar lo que estaba viendo, aunque perpleja por la imagen. Las paredes estaban completamente desnudas y lo único que quedaba en ellas eran los clavos y los marcos.
Aquella sala había sido el autoproclamado Versalles de Matthew Starr. Y aunque en realidad no era un verdadero palacio, como sala única que era, ciertamente podía considerarse la cámara de un museo con sus paredes de dos pisos de altura adornados por algunas valiosas, si bien no coherentemente seleccionadas, obras de arte.
– Es increíble lo que le sucede al tamaño de una habitación cuando se vacían las paredes.
Rook se le acercó.
– Es verdad. Parece mayor.
– ¿Tú crees? Yo iba a decir que me parecía más pequeña.
Él hizo un rápido movimiento de cejas.
– Supongo que la concepción del tamaño depende de la experiencia personal.
Ella le dirigió a Rook una mirada furtiva en plan «tranquilízate» y le dio la espalda. Cuando lo hizo, Nikki tuvo la certeza de que había visto un rápido intercambio de miradas entre Raley y Ochoa. Bueno, o al menos creía estar segura.
Hizo un forzado paripé para volver al trabajo.
– Ochoa, ¿estamos totalmente seguros de que Kimberly Starr y su hijo no estaban cuando se llevaron todo eso? -La detective necesitaba saber si había un secuestro de por medio.
– El portero de día dijo que se había ido ayer por la mañana con el niño. -Rebuscó entre sus notas-. Aquí está. El portero recibió una llamada para que la ayudara con una maleta de ruedas. Eso fue sobre las diez de la mañana. Su hijo estaba con ella.
– ¿Dijo adónde iban?
– Él les pidió un taxi para Grand Central. Desde allí, no lo sabía.
– Raley, sé que tenemos su número de móvil. Llámala a ver si contesta. Y ten un poco de tacto cuando le des la noticia, ha tenido una semana infernal.
– Ahora mismo -contestó Raley, que luego señaló con la cabeza al par de detectives del balcón-. Sólo para asegurarme, ¿somos nosotros los que estamos investigando esto, o los de Robos?
– Dios no lo quiera, pero creo que vamos a tener que colaborar. Está claro que es un veintiuno, pero nosotros no podemos excluirlo como parte de nuestra investigación por homicidio. Aún no, de momento. -Sobre todo con el descubrimiento de la Desconocida que aparecía en el vídeo de vigilancia y de un anillo donde ella había muerto que probablemente perteneciera a Pochenko. Hasta un policía novato lo relacionaría. Lo que faltaba era descubrir cómo-. Espero que seáis amables con ellos. Pero no les enseñéis nuestro saludo secreto, ¿vale?
La pareja de Robos, los detectives Gunther y Francis, se mostraron proclives a colaborar, pero no tenían mucha información que compartir. Había claros indicios de que habían forzado la puerta de entrada; habían usado herramientas eléctricas, que obviamente funcionaban con batería, para forzar la puerta principal del piso.
– Aparte de eso -dijo el detective Gunther-, todo parece estar en orden. Tal vez las ratas del laboratorio descubran algo.
– Hay algo que no me encaja -comentó Nikki-. Para llevarse este botín han sido necesarios tiempo y mano de obra. Con apagón o sin él, alguien habrá tenido que ver u oír algo.
– Estoy de acuerdo -corroboró Gunther-. Había pensado que podríamos separarnos y llamar a algunas puertas para saber si alguien había oído algún golpe por la noche.
Heat asintió.
– Buena idea.
– ¿Falta algo más? -preguntó Rook. A Nikki le gustó su pregunta. No sólo porque era inteligente, sino porque la alivió ver que había dejado a un lado las insinuaciones de niño de doce años.
– Todavía lo estamos comprobando -informó Francis-. Obviamente, sabremos algo más cuando la inquilina, la señora Starr, eche un vistazo, pero, hasta ahora, parece que sólo las obras de arte.
Entonces Ochoa hizo lo que todos ellos seguían haciendo: mirar las paredes desnudas.
– Colega, ¿cuánto han dicho que valía esta colección?
– Entre cincuenta y sesenta mil dólares, lo tomas o lo dejas -respondió Nikki.
– Decididamente, parece que se han inclinado por tomarlo -dijo Rook.
Mientras los del Departamento Forense examinaban el piso y los detectives entrevistaban a los residentes, Nikki bajó a hablar con el único testigo presencial, el portero del turno de noche.
Henry estaba esperando tranquilamente con un policía de una patrulla en uno de los sofás del vestíbulo. Se sentó a su lado y le preguntó si estaba bien. Él dijo que sí, como si fuera a decir que no, por muy mal que se sintiera. El pobre viejo había respondido a las mismas preguntas a los primeros que le habían interrogado y luego otra vez a los policías de Robos, pero era paciente y se mostraba cooperante con la detective Heat, contento de poder contarle a alguien su historia.
El apagón se produjo durante su turno, alrededor de las nueve y cuarto. Se suponía que Henry acababa a medianoche, pero su relevo lo llamó sobre las once para decirle que no podía llegar por culpa del apagón. Nikki le preguntó el nombre del hombre, tomó nota y Henry continuó. Se pasó la mayor parte del tiempo de pie en la puerta, porque con el ascensor no operativo y el calor que hacía, la gente que estaba dentro se quedaba dentro, y muchos de los que estaban fuera se habían quedado tirados en algún sitio. Las escaleras y los vestíbulos estaban equipados con luces de emergencia de baja intensidad, pero el edificio no tenía generador auxiliar.
Alrededor de las tres y media de la mañana, una gran furgoneta se detuvo delante de la puerta y él pensó que eran los de ConEd, porque era grande como las que ellos usaban. Cuatro hombres con monos salieron a la vez y lo asaltaron. No vio ninguna pistola, pero llevaban grandes linternas de cinco pilas y uno de los hombres le dio un puñetazo en el plexo solar con ella cuando Henry se les encaró. Lo metieron en el vestíbulo y le ataron las manos a la espalda con cable plástico y también los pies. Nikki aún podía ver algunos restos de cinta adhesiva gris claro en su piel marrón oscura, sobre la boca. Luego le quitaron el teléfono móvil, lo encerraron en la diminuta sala del correo y cerraron la puerta. No podía dar una descripción muy buena porque estaba oscuro y todos llevaban gorras de béisbol. Nikki le preguntó si habían dicho algún nombre o si captó algo inusual en sus voces, como si eran agudas o graves, o si tal vez tenían acento. Respondió que no, porque no los había oído hablar, ninguno de ellos había dicho una palabra. Profesionales, pensó ella.
Henry dijo que los había oído a todos salir más tarde e irse en la furgoneta. Entonces intentó liberarse y golpear la puerta. Lo habían atado demasiado fuerte, así que tuvo que quedarse como estaba hasta que el jefe de mantenimiento llegó y lo encontró allí.
– ¿Y sabe sobre qué hora se marcharon?
– No podría decirle la hora, pero me dio la sensación de que había sido unos quince o veinte minutos antes de que volviera la luz.
Ella escribió: «Se fueron antes del fin del apagón. Cuatro de la mañana, aprox.».
– Piense un momento. ¿Es posible que no tenga muy claras las horas que me ha dado, Henry?
– No, detective. Sé que eran las tres y media cuando llegaron porque, cuando vi detenerse el coche delante de mí, miré el reloj.
– Claro, claro. Eso está bien, nos resulta muy útil. Pero lo que me extraña es su hora de partida. El apagón acabó a las cuatro y cuarto. Si dice que se fueron unos quince minutos antes, eso significa que sólo estuvieron aquí media hora. -Él procesó lo que estaba diciendo y asintió mostrando su conformidad-. ¿Es posible que se hubiera quedado dormido o inconsciente durante ese tiempo y que, tal vez, se marcharan después de las cuatro de la mañana?
– Créame, estuve despierto todo el rato intentando pensar en una forma de salir. -El viejo portero hizo una pausa y se le llenaron los ojos de lágrimas.
– Señor; ¿se encuentra bien? -Sus ojos se clavaron en el policía que estaba de pie a su lado-. ¿Seguro que no necesita atención médica?
– No, no, por favor, no estoy herido, no es eso. -Él apartó la cara de la de ella y dijo en voz baja -: Llevo trabajando de portero en este edificio más de treinta años. Nunca he visto una semana como ésta. El señor Starr y su pobre familia. Usted, detective, habló con William, ya sabe, el portero del turno de día, sobre aquel día. Aún teme que lo despidan por haber dejado colarse a aquellos tipos aquella mañana. Y ahora, aquí estoy yo. Sé que no es el mejor trabajo del mundo, pero significa mucho para mí. Hay algunos personajes viviendo aquí, pero la mayoría de la gente es muy buena conmigo. Y aunque no lo sean, siempre estoy orgulloso de mi servicio. -No dijo nada por un momento, y luego levantó la vista hacia Nikki con el labio tembloroso-. Yo soy el guardián. Mi responsabilidad es, antes que cualquier otra, asegurarme de que la gente mala no entre aquí.
Nikki le puso una mano en el hombro y le habló con amabilidad.
– Henry, esto no es culpa suya.
– ¿Cómo que no es culpa mía? Era mi turno.
– Lo forzaron, usted no es el responsable, ¿lo entiende? Usted fue la víctima. Hizo todo lo que pudo. -Sabía que sólo lo estaba convenciendo a medias, sabía que seguiría reviviendo aquella noche, preguntándose qué más podría haber hecho-. ¿Henry? -Y cuando volvió a captar su atención de nuevo, Nikki dijo-: Todos lo intentamos. Y por mucho que tratemos de controlar hasta lo más mínimo, a veces suceden cosas malas y no es culpa nuestra. -Él asintió y logró esbozar una sonrisa. Al menos las palabras que el terapeuta de Nikki había usado en su momento con ella hacían a alguien sentirse mejor. Ordenó que un coche patrulla lo llevara a casa.
De vuelta en la comisaría, la detective Heat dibujó una línea roja vertical en la pizarra blanca para hacer un seguimiento por separado pero paralelo del robo. Luego hizo un boceto de la línea cronológica de los acontecimientos empezando por la partida de Kimberly Starr y su hijo, la hora del apagón, la llamada telefónica del portero de relevo, la llegada de la furgoneta y sus ocupantes y su partida justo antes de que volviera la luz.
Entonces trazó otra línea roja vertical para delimitar un nuevo espacio para el asesinato de la Desconocida.
– Estás empezando a salirte de la pizarra -dijo Rook.
– Cierto. Los delitos están aumentando más rápido que los esclarecimientos. -Y añadió-: Por ahora. -Nikki pegó la foto de la cámara de vigilancia del vestíbulo en la que salía la Desconocida. Al lado de ella, pegó la foto del cadáver que Lauren había hecho en el depósito municipal de vehículos hacía una hora-. Pero esto nos va a llevar a algún lado.
– Es demasiado raro que estuviera en el vestíbulo la misma mañana del asesinato de Starr -dijo Ochoa.
Rook giró una silla y se sentó.
– Una coincidencia bastante grande -admitió.
– Extraño, sí. Coincidencia, no -lo corrigió la detective Heat-. ¿Sigues tomando notas para tu artículo sobre los homicidios? Apunta esto. Las coincidencias arruinan los casos. ¿Sabes por qué? Porque no existen. Si encuentras la razón por la cual no es una coincidencia, ya puedes ir sacando las esposas porque tendrás que enganchar con ellas a alguien antes de lo que te imaginas.
– ¿Algún nombre para la Desconocida? -preguntó Ochoa.
– No. Todos sus efectos personales han desaparecido: los papeles del coche, las placas de la matrícula. Una brigada de la 32 está buceando en los contenedores para encontrar su cartera en un radio entre la 142 Oeste y Lenox, de donde remolcaron su coche. Cuando nos vayamos, pregunta cómo les va con lo del número de chasis.
– De acuerdo -dijo Ochoa-. ¿Por qué se está retrasando el análisis de los tejidos?
– Por el apagón. Pero le he pedido al capitán que deslice un M-80 bajo la silla de laboratorio de alguien del Departamento Forense. -Nikki pegó en la pizarra una foto del anillo hexagonal que Lauren había encontrado. La puso al lado de las fotos de los moratones con la misma forma del cadáver de Matthew Starr y se preguntó si sería de Pochenko-. Necesito esos resultados para ayer.
Raley se unió al corro.
– He llamado al móvil de Kimberly Starr. Está en Connecticut. Dijo que hacía demasiado calor en la ciudad, así que ella y su hijo habían pasado la noche en una casa de veraneo en Westport. En un lugar llamado Compo Beach.
– Comprueba la coartada, ¿vale? -ordenó Heat-. Es más, vamos a hacer una lista de todos a los que hemos entrevistado por lo del homicidio y comprobar todas sus coartadas. Y aseguraos de incluir al portero de relevo que perdió su turno la pasada noche. -Nikki tachó esa tarea en su bloc y se dirigió de nuevo a Raley-. ¿Cómo reaccionó ella con lo del robo?
– Se quedó alucinada. Todavía estoy esperando su respuesta. Pero, tal y como me ordenaste, no le dije lo que se habían llevado, sólo que alguien había entrado durante el apagón.
– Dijo que la señora Starr iba a pedir un coche para que la llevara al Guilford y que llamaría cuando estuviera cerca para encontrarnos allí.
– Bien hecho, Raley -dijo Heat-. Quiero que uno de nosotros esté con ella cuando lo vea.
– El que vaya que lleve tapones para los oídos -bromeó él.
– Tal vez no se enfade tanto -aventuró Rook-. Supongo que la colección estaba asegurada.
– Llamaré a Noah Paxton ahora mismo -dijo Nikki.
– Bueno, si lo estaba, ella se alegrará. Aunque con todo lo que se ha hecho en la cara, no sé cómo vais a ser capaces de apreciarlo.
Ochoa confirmó lo que sospechaban, que no había vídeo de la cámara de seguridad del robo por culpa del apagón. Pero dijo que Gunther, Francis y su equipo de Robos seguían llamando a las puertas del Guilford.
– Espero que nadie considere una violación de su intimidad responder a unas cuantas preguntas después de que salieran cuerpos volando por las ventanas y de que se hayan llevado de su edificio un botín de sesenta millones de pavos en obras de arte.
La detective Heat no quería que Kimberly Starr tuviera la oportunidad de ir a su apartamento antes que ella llegara, así que ella y Rook se fueron a esperarla al eterno escenario del crimen.
– ¿Sabes qué creo? -observó Rook mientras entraban de nuevo en el vestíbulo-. Que deberían tener cinta amarilla siempre a mano en el armario de la entrada.
Nikki tenía otra razón para llegar temprano. La detective quería hablar cara a cara con los friquis del Departamento Forense, que siempre se alegraban de intercambiar opiniones con gente de verdad. Aunque siempre le miraban el pecho. Encontró al tipo con el que quería hablar de rodillas, recogiendo algo aprovechable con unas pinzas de la alfombra de la sala.
– ¿Has encontrado tu lentilla? -preguntó ella.
Él se volvió y levantó la vista hacia ella.
– Uso gafas.
– Era una broma.
– Ah. -Se levantó y le miró el pecho.
– Te vi trabajar aquí en el homicidio hace unos días.
– ¿Sí?
– Sí… Tim. -La cara del friqui enrojeció alrededor de sus pecas-. Y tengo una duda que tal vez me puedas solucionar.
– Claro.
– Es sobre el acceso al apartamento. Más concretamente, sobre si alguien podría haber entrado por la escalera de incendios.
– Eso es algo a lo que puedo responder categóricamente: no.
– Pareces muy seguro.
– Porque lo estoy. -Tim llevó a Nikki y a Rook hasta la entrada del dormitorio, donde la escalera de incendios daba a un par de ventanas-. El procedimiento exige examinar todos los posibles puntos de acceso. ¿Ves esto? Es una violación del código, pero esas ventanas han sido pintadas, cerradas y llevan así años. Puedo decirte cuántos si quieres que lo analice en el laboratorio, pero en el lapso de tiempo en que nosotros estamos interesados, es decir, la semana pasada, es imposible que hayan sido abiertas.
Nikki se inclinó sobre el marco de la ventana para comprobarlo por sí misma.
– Tienes razón.
– Me gusta creer que en la ciencia no se trata de tener razón, sino de ser riguroso.
– Bien dicho -admitió Nikki, asintiendo-. ¿Y habéis buscado huellas?
– No, no parecía tener mucho sentido, dado que no se pueden abrir.
– Me refiero a la parte de fuera. Por si alguien que no lo supiera hubiera intentado entrar.
El técnico se quedó con la boca abierta y miró el cristal de la ventana. El rubor de sus mejillas desapareció, y la cara llena de pecas de Tim adquirió un aspecto lunar.
El móvil de Nikki vibró y ella se alejó unos pasos para responder a la llamada. Era Noah Paxton.
– Gracias por devolverme la llamada.
– Me estaba empezando a preguntar si estaba enfadada conmigo. ¿Cuándo fue la última vez que hablamos?
Ella rió.
– Ayer, cuando interrumpí su almuerzo de comida para llevar.
Rook debió de oír su risa y apareció por el pasillo de la entrada para cotillear. Ella le dio la espalda y se alejó unos cuantos pasos de él para evitar su cara escrutadora, pero podía verlo por el rabillo del ojo, rondándola.
– ¿Lo ve? Casi veinticuatro horas. Como para no volverse paranoico. ¿Qué sucede esta vez?
Heat le contó lo del robo de la colección de arte. A su noticia le siguió un silencio largo, largo.
– ¿Sigue ahí? -preguntó ella.
– Sí. ¿No estará bromeando? Quiero decir, no con algo como esto.
– Noah, ahora mismo estoy en el salón. Las paredes están completamente vacías.
Otro largo silencio, y luego lo oyó aclararse la garganta.
– Detective Heat, ¿puedo hacerle una pregunta personal?
– Adelante.
– ¿Ha sufrido alguna vez un golpe emocional enorme?, y luego, cuando pensaba que podría superarlo, sigue adelante y luego… Perdón. -Lo oyó sorber algo-. Luego se las arregla para seguir adelante y justo cuando lo ha conseguido, aparece de la nada un nuevo golpe y después otro, y uno llega a un punto en el que sólo es capaz de decir, ¿qué demonios estoy haciendo? Y luego fantasea con tirarlo todo por la borda. No sólo el trabajo, sino la vida. En convertirse en uno de esos tíos de Jersey Shore que hacen sándwiches submarino en un chiringuito o que alquilan hula hops y bicis. Así de fácil. Tirarlo por la borda. Todo.
– ¿Usted?
– Constantemente. Sobre todo en este preciso instante. -Suspiró y soltó un juramento en voz baja-. ¿Cómo van con el asunto? ¿Tienen algún sospechoso?
– Ya veremos -dijo ella, siguiendo su política de ser la única interrogadora de una entrevista-. Supongo que tiene una coartada para ayer por la noche.
– Vaya, es usted muy directa, ¿no le parece?
– Y me gustaría que usted también lo fuera. -Nikki esperó, a sabiendas de los pasos de baile que tenía que seguir en esos momentos: resistir y luego presionar.
– No debería molestarme. Sé que es su trabajo, detective, pero, vamos. -Ella dejó que su frío silencio lo presionara y él se rindió-. Anoche estuve impartiendo mi clase semanal nocturna en la Universidad de la Comunidad de Westchester, en Valhalla.
– ¿Tiene testigos?
– Estuve dando clase a veinticinco estudiantes de formación continua. Si hacen honor a la media, tal vez uno o dos de ellos se dieran cuenta de que estaba allí.
– ¿Y después?
– A mi casa, en Tarrytown, para disfrutar de una gran noche de cerveza y Yankees-Angels en el bar de siempre.
Ella le preguntó el nombre del bar y lo apuntó.
– Una pregunta más, antes de desaparecer de su vida para siempre.
– Eso lo dudo.
– ¿Los cuadros estaban asegurados?
– No. Lo estuvieron, por supuesto, pero cuando los buitres empezaron a volar en círculos, Matthew canceló la póliza. Dijo que no estaba dispuesto a seguir desembolsando una pequeña fortuna para proteger algo que acabaría cayendo en manos de los acreedores. -Ahora fue Nikki la que se quedó sin palabras-. ¿Sigue ahí, detective?
– Sí. Estaba pensando en que Kimberly Starr llegará en cualquier momento. ¿Sabía ella que habían cancelado el seguro de la colección de arte?
– Sí. Kimberly lo descubrió la misma noche que Matthew le contó que había cancelado su seguro de vida. -Y añadió-: No envidio los minutos que le esperan. Buena suerte.
Raley no exageraba con lo de los tapones para los oídos. Cuando Kimberly Starr llegó al apartamento, se puso a gritar con todas sus fuerzas. Ya parecía afectada cuando salió del ascensor y comenzó a emitir un débil gemido al ver los herrajes de la puerta sobre la alfombra del vestíbulo. Nikki intentó cogerla del brazo cuando entró en su casa, pero ella se desembarazó de la detective y su gemido fue aumentando de intensidad hasta convertirse en un auténtico chillido de película de terror de los años cincuenta.
A Nikki se le retorcieron las tripas por la mujer mientras Kimberly dejaba caer su bolso y gritaba de nuevo. Rechazó la ayuda de todo el mundo y levantó un brazo extendido cuando Nikki intentó acercarse a ella. Cuando los gritos cesaron, se dejó caer en el sofá gimiendo: «No, no, no». Levantó y giró la cabeza para observar toda la habitación, los dos pisos.
– ¿Cuánto se supone que debo soportar? ¿Alguien podría decirme cuánto más se supone que tengo que soportar? ¿Por qué me está pasando esto a mí? ¿Por qué? -Con la voz ronca de gritar, continuó así, gimiendo preguntas retóricas que cualquier persona en su sano juicio o compasiva que estuviera en la habitación no osaría responder. Así que esperó a que parara.
Rook salió de la habitación y volvió con un vaso de agua, que Kimberly cogió y se bebió de un trago. Había bebido la mitad del agua, cuando se atragantó y la escupió sobre la alfombra, tosiendo y jadeando para poder coger aire hasta que su tos se convirtió en un gimoteo. Nikki se sentó con ella pero no la tocó. Al cabo de un rato, Kimberly se giró para darle la espalda y hundió la cara en sus manos, convulsionándose con profundos sollozos.
Después de diez largos minutos ignorándolos, la viuda recogió su bolso del suelo, sacó un bote de pastillas y se tomó una con el agua que le quedaba. Se sonó sin motivo y se sentó retorciendo el pañuelo de papel como había hecho días antes, cuando intentaba digerir la noticia del asesinato de su marido.
– ¿Señora Starr? -Heat habló en un tono ligeramente superior a un susurro, pero Kimberly se sobresaltó-. En algún momento me gustaría hacerle unas preguntas, aunque no tiene que ser ahora.
Ella asintió y susurró:
– Gracias.
– Cuando se sienta con fuerzas, esperemos que durante el día de hoy, ¿le importaría echar un vistazo para ver si se han llevado algo más?
Volvió a asentir.
– Lo haré -volvió a susurrar.
En el coche, durante el corto viaje de vuelta a la comisaría, Rook dijo:
– Esta mañana decía medio en serio lo de llevarte a tomar un brunch. ¿Qué dirías si te invitara a cenar?
– Que estás forzando la situación.
– Vamos, ¿no te lo pasaste bien anoche?
– No. Me lo pasé más que bien.
– Entonces, ¿cuál es el problema?
– No hay ningún problema. Así que no vayamos a crear uno dejando que interfiera en el trabajo, ¿vale? ¿O es que no te has dado cuenta de que tengo no uno, sino dos casos de homicidio abiertos, y ahora un robo multimillonario de arte?
Nikki aparcó en doble fila el Crown Victoria entre dos coches de policía también aparcados en doble fila delante de la comisaría de la calle 82. Se bajaron y Rook le habló sobre el caliente techo metálico:
– ¿Cómo puedes tener una relación con este trabajo?
– No las tengo. Cuidado.
Entonces oyeron a Ochoa gritar:
– No lo cierres, detective. -Raley y Ochoa venían jadeando del aparcamiento de la comisaría hacia la calle. Cuatro policías se estaban acercando.
– ¿Tenéis algo? -preguntó Heat.
Los Roach se acercaron a su puerta abierta.
– La brigada de Robos ha tenido éxito llamando a las puertas del Guilford -informó Ochoa.
– Un testigo presencial que venía de un viaje de negocios vio a un grupo de tíos saliendo del edificio sobre las cuatro de la mañana -continuó Raley-. Le pareció raro, así que apuntó el número de la matrícula de la furgoneta.
– ¿Y no llamó a la policía? -dijo Rook.
– Tío, tú eres nuevo en esto, ¿verdad? -se mofó Ochoa-. De todos modos, la hemos investigado y la furgoneta está registrada en una dirección de Long Island City. -Levantó la nota en el aire y Heat se la arrebató de las manos.
– Subid -ordenó. Pero Raley y Ochoa sabían que aquello era importante y cada uno de ellos tenía ya una pierna dentro del vehículo. Nikki arrancó el coche, cogió la sirena y la puso en el techo. Rook estaba aún cerrando una de las puertas traseras cuando ella llegó a Columbus y la encendió.