Capítulo 20

Tim Bryson respondió la pregunta.

– Forma parte de nuestra investigación.

Hale no apartó la mirada de Darby.

– ¿Para qué quería entrar en casa de mi hija, doctora McCormick?

– Me han asignado hace poco el caso de su hija -contestó ella-, y quería tratar de familiarizarme con ella, intentar conocerla un poco.

– El señor Marsh llamó a mi servicio de mensajes. Cuando hablé con mi ayudante, me dijo que fue usted muy insistente en su deseo de entrar en el apartamento de Emma. Habló incluso de una orden judicial.

– Quería investigar una nueva pista.

– ¿Y cuál es esa pista?

– Forma parte de nuestra investigación.

– ¿Lo ven? Ese es precisamente el problema que tengo con todos ustedes. -El tono de Hale seguía siendo cortés-. Cada vez que vienen a verme, esperan que les conteste a todas sus preguntas, pero se niegan a contestar las mías. Por ejemplo, la figurilla religiosa hallada en el interior del bolsillo de mi hija. Les he preguntado lo que era y no quieren decírmelo. ¿Por qué?

– No le culpo por sentirse decepcionado, aunque necesitamos…

– Me han devuelto la casa de mi hija. Yo les he permitido el acceso. Creo que tengo derecho a saber por qué.

– No somos el enemigo, señor Hale. Perseguimos el mismo objetivo.

Hale hizo ademán de tomar otro trago de su copa, se dio cuenta de que el vaso estaba vacío y buscó la botella con la mirada.

– He visto que no ha empaquetado usted ninguna de las cosas de Emma -señaló Darby.

Hale dejó el vaso encima de la mesa, se recostó en el sillón y cruzó las piernas.

– Es difícil de explicar -dijo al cabo de un momento. Se aclaró la garganta varias veces al tiempo que se quitaba una pelusa de los pantalones-. La casa de Emma, la manera como dejó sus cosas… es lo único que me queda de ella. Sé que esto les va a sonar irracional, pero cuando estoy allí dentro, mirando sus cosas, tal como ella las dejó, siento… todavía la siento. Es como si aún estuviera viva.

– ¿Cuándo fue la última vez que estuvo en el apartamento de Emma? -le preguntó Bryson.

– La semana pasada -contestó Hale al tiempo que se levantaba.

– ¿Ha contratado a algún detective privado para que investigue la muerte de su hija?

– Yo no lo llamaría así. -Hale se encaminó a la esquina de la habitación, extrajo una botella de bourbon Maker's Mark del pequeño bar y se llenó el vaso-. El doctor Karim es un asesor forense.

– ¿Ali Karim? -preguntó Darby.

– Sí -respondió Hale mientras volvía a acomodarse en su sillón-. ¿Lo conoce?

Darby lo conocía de nombre. Ali Karim, un patólogo que había trabajado para la ciudad de Nueva York y, sin lugar a dudas, uno de los mejores en su especialidad, dirigía ahora su propia empresa de asesoría. Karim había sido contratado como perito judicial en un buen número de casos criminales de especial relevancia, la mayoría de los cuales habían aparecido en los medios de comunicación. Había escrito varios superventas y era un habitual en el circuito de los programas de entrevistas.

– ¿Por qué contrató al doctor Karim? -quiso saber Darby.

– Quería que alguien me dijera la verdad -contestó Hale.

– No le comprendo.

– A mi hija le dispararon en la nuca con un arma del calibre 22. El detective Bryson me dijo que murió en el acto. Lo cierto es que no es así; por la forma en que la bala penetró en su cerebro, Emma permaneció con vida durante varios minutos. Mi hija sufrió. Terriblemente.

Bryson trató de defenderse.

– Señor Hale…

– Entiendo por qué lo dijo, y no le culpo. -Hale tomó un sorbo de su vaso-. No sabía lo de su hija, detective Bryson.

– ¿Cómo dice?

– Me han dicho que su hija murió. De leucemia.

– ¿Qué quiere decir con eso, señor Hale?

– Usted sabe lo que es perder a un hijo. Conoce esa clase de dolor, y si bien le agradezco su intención de tratar de ahorrarme los detalles de la muerte de mi hija, le he pedido, en repetidas ocasiones, que me proporcione información. Le he pedido que me diga la verdad. Quiero saber cómo murió, lo que le hizo esa persona; quiero saber hasta el último detalle. Por eso contraté al doctor Karim. Están examinando el caso desde una perspectiva completamente nueva.

– ¿Están?

– Karim ha recomendado los nombres de varios investigadores para que estudien las pruebas.

– ¿Cómo se llaman los investigadores a los que ha contratado?

– No he contratado a nadie todavía.

– ¿Conoce usted a esas personas?

– No.

– ¿Cómo encontró a Karim?

– Lo he visto en distintos programas de televisión estos últimos años. Tiene experiencia en esta clase de homicidios, así que decidí llamarlo y él accedió a revisar la autopsia de Emma. Corroboró todos los resultados de los médicos forenses, por cierto.

Llamaron a la puerta; cuando se abrió, el ama de llaves asomó la cabeza y, en un inglés deficiente, dijo:

– Señor Hale, policía están al teléfono. Han dicho una emergencia.

Hale se excusó y descolgó el teléfono de la mesa. Escuchó varios minutos, luego dijo «Gracias» y colgó.

– Lo siento, pero voy a tener que dar por finalizada esta reunión -anunció-. Han entrado a robar en uno de mis edificios. ¿Hay algo más en lo que pueda ayudarlos?

– Sí -contestó Bryson-, el señor Marsh nos dijo que las copias de las cintas de seguridad del edificio se guardan en su oficina de Newton.

Hale asintió con la cabeza.

– Las cintas se pasan a DVD. Así se ahorra espacio de almacenamiento.

– Me gustaría echarles un vistazo.

– Y supongo que no me querrá decir por qué.

– Tenemos que comprobar una hipótesis.

– Ya -repuso Hale, y suspiró-. Será mejor que me acompañen a Newton, porque es allí adonde me dirijo. Por lo visto, un ladrón ha entrado en el edificio.

– ¿Cuál es la dirección?

Hale la anotó en una hoja de papel.

– Me encontraré allí con ustedes -dijo mientras arrancaba la hoja de papel del bloc para dársela a Bryson-. Si me perdonan, ahora tengo que hacer algunas llamadas.

Darby le dejó su tarjeta de visita encima de la mesa.

– Si se le acerca ese hombre, o si se acuerda de alguna otra cosa, puede llamarme a mí o al detective Bryson. Gracias por su tiempo, señor Hale. Siento muchísimo la pérdida de su hija. Se lo digo sinceramente.

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