Capítulo 72

Walter la empujó contra la pared y le tapó la boca con el muñón de su mano desfigurada.

– Si dices una sola palabra, te encerraré a oscuras y sin comida. ¿Es eso lo que quieres? Dime, ¿es eso?

Hannah negó con la cabeza.

El timbre de la puerta volvió a sonar. Al mirar más allá de su horrible rostro lleno de cicatrices, Hannah vio que las escaleras del sótano conducían a una puerta abierta, y distinguió armarios de cocina y el techo de otra habitación. Eran menos de doce escalones. Si no estuviera esposada…

¿Y si era la policía la que llamaba a la puerta?

«Muérdele la mano, quítatela de la boca y grita. VAMOS, HAZLO.»

Walter la apartó de la pared de un empujón, la hizo volverse y le rodeó el cuello con el brazo, apretando con fuerza mientras la arrastraba de nuevo por el pasillo. No podía respirar y no podía luchar contra él. Era mucho más fuerte que ella.

Llegaron hasta el lector de tarjetas. Este emitió un pitido y Walter pulsó el 2 seguido de un 4 y un 6. Hannah no logró ver el último número.

La puerta se abrió y Walter la empujó al interior de la habitación. Hannah tropezó y se cayó al suelo. Al cabo de un momento, la habitación se quedó a oscuras. Hannah se llevó las rodillas al pecho, se las estrechó con fuerza y empezó a balancearse hacia delante y hacia atrás, intentando contener las lágrimas.


Walter cogió la Bulldog del calibre 22 del armario de la cocina. Ocultó el arma detrás de su espalda mientras avanzaba por el salón y se asomaba por la ventana.

En el porche delantero de su casa había una mujer algo rolliza arropada con un abrigo grueso de invierno, gorro y bufanda. Walter no la reconoció. La mujer sujetaba un plato envuelto en papel de aluminio.

Walter miró a uno y otro lado de la calle y no vio ningún coche. La suya era la única casa que había en aquella calle. Volvió a mirar a la mujer.

¿Le abría la puerta o dejaba que se fuera?

Ella volvió a llamar al timbre, y sonrió cuando se abrió la puerta, pero su sonrisa se desdibujó un poco en cuanto le vio la cara. Tardó un momento en reponerse de la impresión.

– Hola, soy su nueva vecina, Gloria Lister.

Walter no respondió. Fijó la mirada en la nieve que se derretía en las botas de la mujer, consciente de que ella estaba conmocionada por el aspecto de su cara, consciente de que le estaba juzgando. Sintió ganas de cerrar la puerta de golpe y esconderse.

Como él no se presentaba, la mujer se vio obligada a romper el incómodo silencio.

– Las luces estaban encendidas, y cuando he visto su coche en la entrada, he pensado que estaría en casa -dijo-. No quería dejar esta tarta aquí fuera, así que he llamado al timbre varias veces. Es de manzana. Soy pastelera.

– Soy alérgico a las manzanas.

Era mentira. Walter quería que se fuese. Ya.

– Ah… bueno, pues vaya. Volveré a llevármela, entonces. -Esperó un momento, y como él no le contestó, dijo-: No pretendía molestarlo. Que tenga buenas noches.

Walter cerró de un portazo. Echó los candados y apagó todas las luces. Estaba mareado.

Debería haberla saludado educadamente. Debería haber aceptado la tarta. Al día siguiente, cuando su nueva vecina fuese a trabajar, le hablaría a todas sus amigas de la pastelería de su extraño vecino, el hombre con aquella cara tan horrible, cubierta de cicatrices. «Me alegré de irme, de verdad; parecía un monstruo», diría Gloria, y todas se echarían a reír. La gente empezaría a hablar. Correría el rumor, como ocurría siempre en las ciudades pequeñas, y tarde o temprano la policía oiría hablar del extraño vecino de Gloria Lister que no la invitó a entrar en su casa, que la dejó allí plantada con su tarta, pasando frío. A lo mejor la policía iría a hacerle una visita, decidiría entrar a echar un vistazo. Nunca se sabía.

Debería haberle dicho «hola» al menos.

Usando la pared como punto de apoyo, se tambaleó hasta el salón y volvió a mirar por la ventana, desde donde observó cómo su nueva vecina avanzaba pisando con mucho cuidado los trozos de hielo de la calle. Walter se preguntó que se sentiría al invitar a una mujer a entrar en su casa. Sería la primera vez que lo hacía.

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