El sol de la tarde se reflejaba en la superficie ondulada de las capas de nieve y hielo, y Darby se puso las gafas para protegerse del brillo cegador. Esperó hasta estar dentro del coche de Bryson para hablar.
– ¿Sabías que Hale había contratado a Karim?
– No.
– Pues no pareces sorprendido.
– Es lo que hacen los ricos. Ellos lo resuelven todo a golpe de talonario. -Bryson arrancó el coche y se recostó en el asiento, para que el motor tuviera tiempo de calentarse-. Acuérdate de lo que pasó en el caso de JonBenét Ramsey. Su hija pequeña muere asesinada y ¿qué es lo que hacen los padres? Se esconden detrás de un ejército de abogados y contratan a los mejores científicos forenses del país. Meten en el ajo a todos esos supuestos expertos y, como quien no quiere la cosa, levantan todos los muros posibles para impedir que el caso vaya a juicio.
– La policía de Boulder actuó con negligencia en la escena del crimen… y no me hagas hablar sobre la actuación del fiscal del distrito.
– Lo que quiero decir es que los ricos creen que juegan en un campo de juego distinto -explicó Bryson-. ¿Y sabes qué? Pues que es verdad.
– ¿Quieres hablar con Karim?
– Tú eres colega suya. Hay más posibilidades de que esté dispuesto a compartir la información contigo que conmigo.
Darby no se hacía demasiadas ilusiones; legalmente, Karim no tenía por qué compartir información.
– ¿Qué te ha parecido nuestra conversación de ahí dentro? -preguntó Bryson.
– Cuando hablábamos del intruso, Hale no dejaba de moverse, inquieto; ha apagado el habano, se removía en el asiento y tenía la mirada perdida en la copa. Casi no nos miraba a la cara.
– Puede que esté cabreado con nosotros porque no queremos compartir información y no hemos podido ofrecerle ninguna conclusión.
– Parecía nervioso.
– A mí también me lo ha parecido. Aunque la verdad es que yo también estaría nervioso si hubiese contratado los servicios del cuarto criminal más buscado del país.
– Eso es suponer demasiado, ¿no crees, Tim?
– Tal vez.
Bryson maniobró con el cambio de marchas y enfiló hacia el camino que llevaba al exterior de la finca.
– Parecía genuinamente sorprendido de que alguien hubiese entrado en su edificio -observó Darby.
– Cuadra demasiado.
– La verdad es que sí. Pero, a pesar de todo, cabe la posibilidad de que Fletcher actúe solo.
Cuando Bryson llegó al final del camino, preguntó:
– ¿Tienes hijos?
– No.
– Yo tenía una hija, Emily. Padecía una clase muy rara de leucemia. La llevamos a todos los especialistas, absolutamente a todos. Cuando pienso en todo por lo que tuvo que pasar… Habría vendido mi alma al diablo para salvarle la vida. Sé que suena muy melodramático, pero es la pura verdad. Uno es capaz de hacer cualquier cosa por un hijo. Cualquier cosa.
Darby pensó en su madre mientras Bryson se incorporaba a la carretera principal.
– Lo que nadie te dice es que el dolor no desaparece nunca. Me duele tanto hoy como el día en que murió.
– Lo siento, Tim.
– Los tipos como Hale no están acostumbrados a lidiar con la incertidumbre. Ese hombre puede comprar lo que le dé la gana. Su patrimonio neto, según tengo entendido, alcanza un valor de algo más de medio millar de millones de dólares.
– ¿Crees que ha firmado alguna especie de pacto de Fausto con Fletcher?
– Su hija estuvo encerrada en algún sitio durante medio año, padeciendo quién sabe qué clase de atrocidades, y luego, de un día para otro, el mismo hijo de puta que la mantiene secuestrada decide meterle una bala en la cabeza -dijo Bryson-. Hale ha sido muy explícito en la prensa acerca de la opinión que tiene de nosotros: cree que hemos hecho una mierda de investigación. Si piensa que no va a conseguir que se haga justicia a través de nosotros, a lo mejor ha decidido que puede conseguirla recurriendo a otra parte.