CAPITULO 14

Cuando la otra titánida se unió a ellos, la inquietante diferencia que Cirocco había notado antes se hizo patente y sobradamente clara, y todavía más inquietante. Entre las patas delanteras, donde Do Sostenido tenía una mata de pelo, Si Bemol tenía un pene completamente humano.

—Dios santo —murmuró Gaby, tocando levemente el codo de Cirocco.

—¿Quieres callar? —exclamó la capitana—. Esto me pone muy nerviosa.

—¿Nerviosa, tú? ¿Y yo? No entiendo una nota de lo que estás cantando. Pero es muy bonito, Rocky. Cantas francamente bien.

Aparte de los genitales masculinos en la parte delantera, Si Bemol era casi idéntica a Do Sostenido. Ambas tenían senos, altos y cónicos, y piel pálida, sin vello. Sus semblantes eran vagamente femeninos, con labios grandes y sin barba. Si Bemol tenía más pintura en su cuerpo, más flores en su cabello. Sin tener en cuenta eso y el pene, las dos habrían sido difíciles de distinguir.

Un extremo de una flauta de madera sobresalía de un pliegue de la piel al nivel del inexistente ombligo de Si Bemol. Parecía ser una bolsa.

Si Bemol avanzó y extendió su mano. Cirocco se echó hacia atrás y Si Bemol actuó con rapidez, poniendo una mano en cada uno de los hombros de la mujer. Cirocco sólo se atemorizó un instante antes de comprender que Si Bemol compartía la aprensión de Do Sostenido. Si Bemol había creído que ella se iba a caer de espaldas, y solamente había pretendido sostenerla.

—Estoy bien —cantó Cirocco, muy nerviosa—. Puedo mantenerme en pie yo sola.

Las manos de la titánida macho eran grandes, y perfectamente humanas. Estar en contacto con aquel ser era muy extraño. Ver una criatura imposible era muy distinto de sentir su calor corporal. El hecho forzosamente indicó con toda claridad a Cirocco que se encontraba estableciendo el primer contacto de la humanidad con un alienígena inteligente. Si Bemol olía a canela y manzanas.

—La curadora llegará pronto —Si Bemol cantaba la misma canción que sus semejantes, aunque pronunciada de un modo formal—. Mientras tanto, ¿habéis comido?

—Nosotras mismas os ofreceríamos comida —cantó Cirocco—, pero a decir verdad, estamos escasas de provisiones.

—¿Y mi hermana-hembra no os ha ofrecido nada? —Si Bemol dirigió una mirada de reproche a Do Sostenido, quien bajó la cabeza—. Es curiosa e impulsiva, pero no piensa. Perdonadla, por favor —las palabras que usaba para describir su relación con Do Sostenido eran complejas. Cirocco contaba con el vocabulario, pero no con todos los términos de remisión.

—Ella ha sido muy amable.

—Su madre-hembra se alegrará de oír eso. ¿Vendréis con nosotras? Desconozco qué tipo de alimento preferís, pero si tenemos algo de vuestro gusto, es vuestro.

Si Bemol metió la mano en su bolsa —una bolsa de cuero sujeta a la cintura, no la que formaba parte de su cuerpo— y sacó algo grande y rojo oscuro, como un jamón ahumado. Manejó la vianda como si fuera un muslo de pavo. Las titánidas se sentaron, doblando las patas hábil y fácilmente, de modo que Cirocco y Gaby también tomaron asiento, una operación que las titánidas observaron con franco interés.

El asado de carne fue pasando de una a otra. Do Sostenido sacó varias docenas de manzanas verdes. Las titánidas se limitaron a ponerlas enteras en sus bocas. Hubo un crujido, y las frutas desaparecieron.

Gaby se quedó muy seria mirando la fruta. Alzó una ceja al ver que Cirocco mordía una. Sabía como una manzana verde. Era blanca y jugosa por dentro, y tenía pequeñas semillas marrones.

—Quizá comprendamos todo esto más tarde —dijo Cirocco.

—No me importaría tener algunas respuestas ahora mismo —replicó Gaby—. Nadie creerá que nos sentamos a comer asquerosas manzanas verdes en compañía de centauros pintados de color carne.

Do Sostenido se echó a reír.

—La llamada Ga-bi canta una canción espléndida.

—¿Está hablando conmigo?

—Le gusta tu canción.

Gaby sonrió tímidamente.

—Eso no es nada con el Wagner que tú nos has regalado. ¿Qué piensas de estos seres? ¿Qué me dices de su aspecto? Había oído hablar de evolución paralela, pero ¿de la cintura para arriba? Podía creer en humanoides. Estaba preparada para cualquier cosa, desde grandes bultos de gelatina hasta arañas gigantes. Pero se parecen demasiado a nosotros.

—Sin embargo muchos no se parecen a nosotros en nada.

—¡Vale! —dijo Gaby, chillando de nuevo—. Pero mira esa cara. Olvida las orejas de burro. La boca es amplia y los ojos son grandes y la nariz da la impresión de que le han pegado en la cara con una pala, pero está al nivel de lo que se encuentra en la Tierra. Mira más abajo, si te atreves —Gaby se estremeció—. Mira sólo eso, y te desafío a que me digas que no es un pene humano.

—Pregúntale si podemos participar —cantó Si Bemol, con gran entusiasmo—. No conocemos las palabras, pero podemos improvisar un acompañamiento.

Cirocco cantó que debía hablar con su amiga un poco más, y que traduciría después. Si Bemol asintió, pero siguió atentamente la conversación.

—Gaby, por favor, no me grites.

—Lo siento —miró su regazo e hizo un esfuerzo para calmarse—. Me gusta que las cosas tengan sentido. Un pene humano en una criatura extraña no lo tiene. ¿Has visto sus manos? Tienen rayas en las yemas de los dedos. El FBI clasificaría sus huellas dactilares sin hacer preguntas.

—Ya lo he visto.

—Si pudieras explicarme cómo hablas con ellos…

Cirocco extendió las manos.

—No sé si podré. Es como si el lenguaje estuviera siempre en mi mente. Cantar es más difícil que escuchar, pero sólo debido a que mi garganta no está preparada para hacerlo. Me asustó al principio, pero ya no. Confío en estas criaturas.

—Igual que Calvin confía en los dirigibles.

—Está muy claro que algo jugueteó con nosotros mientras estuvimos durmiendo. Alguien me dio el lenguaje, no sé cómo o por qué, y ese mismo alguien me dio otra cosa. Es una sensación de que el propósito de ese don no era diabólico. Y cuanto más hablo con las titánidas, más me gustan.

—Calvin dijo cosas muy parecidas de los malditos dirigibles —dijo Gaby, en tono sombrío—. Y estuviste a punto de arrestarlo.

—Creo que ahora le comprendo un poco mejor.


* * *

La curadora titánida —una hembra cuyo nombre también estaba en la tonalidad de Si Bemol— entró en la tienda y pasó un rato examinando la pierna de Bill ante la atenta mirada de Cirocco. Los bordes de la herida estaban amarillentos y negroa-zulados. Un flujo burbujeó cuando la curadora hizo presión cerca de la herida.

La curadora fue consciente de la preocupación de Cirocco. Torció su torso humano y buscó en una bolsa de cuero atada a su lomo equino mediante una cincha, de donde sacó un frasco transparente de líquido marrón.

—Un poderoso desinfectante —cantó, y aguardó.

—¿Cuál es su estado, curadora?

—Muy grave. Sin tratamiento, estará con Gea en unas cuantas decenas de revoluciones.

Cirocco lo interpretó así al principio, pero hubo una palabra usada para el término temporal… Aplicando prefijos métricos, la tradujo por decarrev. Una revolución de Gea tardaba casi una hora. El significado de ‘estará con Gea’ era claro, pero la curadora no había empleado el término Gea. Ella se había referido a su mundo con la acción, a la diosa que era su mundo, y al concepto de volver a la tierra. No había connotación alguna de inmortalidad.

—Quizá prefieras esperar a que llegue una curadora de tu especie —cantó la titánida.

—Oh, lo más probable es que Bill jamás alcance a verla.

—Así es. Mis remedios eliminarían las infecciones de pequeños parásitos. No sé si estos remedios detendrán el funcionamiento de su metabolismo. No puedo prometerte, por ejemplo, que mi tratamiento no dañará la bomba que propele sus flujos vitales, ya que no sé dónde localizarla en vuestra raza.

—Está aquí —cantó Cirocco, poniéndose un dedo en el pecho.

Las orejas de la titánida se irguieron y bajaron de golpe. Aplicó una de ellas sobre el pecho de Bill.

—No es una broma —cantó—. Bien, Gea es sabia, y no dice por qué gira.

Cirocco estaba en una agonía de indecisión. Los conceptos metabolismo y parásitos no eran algo comprensible para un hechicero. Pero esas palabras habían sido traducidas exactamente así… Sin embargo, hasta la curadora sabía que su medicina podía dañar un cuerpo humano.

Pero Calvin no estaba y Bill agonizaba.

—Te lo ruego, ¿para qué sirve esto? —cantó la curadora; sostenía un pie de Bill, con sus dedos doblaba suavemente los dedos del pie enfermo.

—Oh, son… —quiso explicar Cirocco, vacilante, sin encontrar las palabras que tradujeran vestigios evolutivos atrofiados. Había una palabra para evolución, pero no en la forma que se aplicaba a seres vivos—. Son útiles para mantener el equilibrio, pero no indispensables. Son descuidos, o imperfecciones de diseño.

—Ah —canturreó la curadora—. Gea comete errores, es bien sabido. Por ejemplo, el ser con el que estuve unida sexualmente como hembra hace muchas miriarrevs.

Cirocco quiso traducir el sujeto de la última frase como ‘mi marido’, pero eso no era apropiado; podía igualmente ser ‘mi esposa’, aunque tampoco eso cuadrara. No había un equivalente en su idioma, comprendió Cirocco antes de recordar su problema.

—Haz lo que puedas por mi amigo —cantó—. Lo dejo en tus manos.

La curadora asintió y se puso a trabajar.

Primero bañó la herida con el líquido marrón; llenó el corte de una gelatina amarilla y puso una gran hoja junto a la piel, “para persuadir a los diminutos comedores de su carne”. Las esperanzas de Cirocco aumentaban y disminuían mientras observaba. No le importaba la hoja, ni la referencia a disuadir. La cura parecía demasiado primitiva. Pero cuando la curadora vendó la herida, lo hizo con vendas extraídas de paquetes cerrados que según ella habían sido “limpiados de parásitos”.

Conforme iba trabajando, la curadora examinaba con gran interés el cuerpo de Bill, a veces tarareando una cancioncilla que denotaba sorpresa.

—¿Quién habría pensado que… ¿Un músculo aquí? ¿Unido así? Como andar con los pies rotos… No, no lo creo.

La curadora describió a Gea como una diosa tan variable como sabia, eternamente creativa, innecesariamente compleja y estúpidamente necia. También dijo que Gea gozaba del chiste ocasional al igual que la siguiente deidad, y esto lo dijo mientras contemplaba asombrada las nalgas de Bill.

Cirocco estaba empapada de sudor cuando la curadora acabó. Al menos la titánida no había sacado cascabeles o muñecas de vudú, ni dibujado señales mágicas en la arena. Cuando hubo atado el último nudo de los vendajes, empezó a cantar una canción curativa. Cirocco creyó que eso no haría ningún mal.

La curadora se inclinó sobre Bill y puso sus brazos en torno a él por debajo del cuerpo, lo levantó suavemente por la cintura y lo sostuvo muy cerca de ella. Colocó la cabeza del hombre en su hombro y dobló su propia cabeza hasta que sus labios quedaron próximos a la oreja de Bill. Osciló de un lado a otro, canturreando una nana sin palabras.

Poco a poco Bill fue dejando de temblar. El color empezó a volver a su cara, que se hizo más pacífica que nunca desde la herida.

En pocos minutos, Cirocco habría jurado que Bill sonreía.

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