CAPITULO 25

Océano rumió diez mil años al sentir que el puño de Gea se debilitaba. Todavía había la posibilidad de que ella destruyera la floreciente independencia que él ocultaba con tanto cuidado. Los resentimientos de Océano se emponzoñaron.

¿Por qué él debía estar en la oscuridad? Él, el más poderoso de los océanos, eternamente cubierto de hielo. La vida que pugnaba en la desolada tierra por encima de él no podía desarrollarse. Muchos de sus hijos morirían a plena luz del día. ¿Cuál era la excelencia de Hiperión para que estuviera tan lujuriante y hermoso?

En silencio, unos cuantos metros cada día, Océano extendió un nervio por debajo de la tierra hasta que pudo hablar directamente con Rea. Reconoció el germen de la locura en ella y empezó a lanzar miradas al oeste en busca de un aliado.

Mnemósine no estaba bien. Se sentía desolada, física y emotivamente, por la muerte de sus frondosos bosques. Por mucho que pudiera arder en resentimiento hacia Gea, Océano no podía penetrar en las profundidades de la depresión de Mnemósine. Océano perforó un túnel.

Más allá de Mnemósine se hallaba la región nocturna de Cronos. El dominio de Gea era poderoso; el cerebro secundario que señoreaba en el territorio era una herramienta de la mente primaria y todavía no había desarrollado una personalidad independiente.

Océano siguió moviéndose hacia el oeste. Sin comprenderlo, estaba tendiendo una red de comunicaciones que uniría las seis tierras rebeldes.

Océano encontró en Japeto su aliado más fuerte. Con sólo que hubiera estado más cerca, los dos podrían haber derrocado a Gea. Pero las tácticas que imaginaron se basaban en una estrecha cooperación física, por lo que él y Japeto se vieron reducidos a la mera conspiración. Océano no tuvo más remedio que recurrir a su alianza con Rea.

Dio el paso en la época que en la Tierra se construían las pirámides. Sin aviso, detuvo los flujos refrigerantes que atravesaban su inmenso cuerpo y los cables de sustentación controlados por él. En el lejano extremo oriental del mar que dominaba el helado panorama de Océano, gobernaba dos bombas fluviales: enormes músculos de tres cámaras que alzaban las aguas del Ofión hasta Hiperión occidental. Océano detuvo la inmensa pulsación de los músculos. En el este. Rea hizo lo mismo con las cinco bombas que elevaban el agua sobre sus cordilleras orientales, al mismo tiempo que aceleraba el funcionamiento de sus bombas cercanas a Hiperión. Aislado por el oeste y desecado por el este, Hiperión empezó a marchitarse.

En pocos días, el Ofión dejó de fluir.


* * *

—Supe todo esto por medio de Rea —dio Gea—. Sabia que estaba perdiendo el control sobre mis cerebros periféricos, pero nadie había mencionado quejas. No imaginé que pudieran existir.

Poco a poco se había hecho más oscuro, mientras Gea narraba la rebelión de Océano. La mayoría de los paneles luminiscentes del suelo se habían apagado. Los que quedaban despedían un fluctuante resplandor anaranjado. Las paredes de la sala retrocedían en las tinieblas.

—Sabía que tenía que hacer algo. Océano estaba a punto de acabar con ecosistemas enteros. Podían pasar mil años antes de que yo pudiera recomponerlos.

—¿Qué hiciste? —musitó Gaby.

Cirocco respingó, la silenciosa voz de Gea casi la había hipnotizado. Gea levantó la mano y lentamente formó un puño que parecía una masa de piedra.

— Me contraje.


* * *

El vasto músculo circular había estado inactivo tres millones de años. Sólo había tenido una función: contraer el centro de la rueda y despedir los radios, justo después de que naciera el titán. La red de cables de Gea dependía de ese músculo. Era el centro del cordaje, el ancla poderosa que mantenía unida a Gea.

El músculo se contrajo bruscamente.

Megatoneladas de hielo y rocas saltaron en el aire.

Diez mil kilómetros cuadrados de la superficie de Océano se levantaron como un ascensor superrápido. El mar helado se convirtió en fango, incrustado de cubos de hielo del tamaño de una manzana urbana. En toda Gea, los ramales de los cables chasquearon como cuerda podrida, deshaciendo, enmarañando, azotando la tierra bajo ellos.

El músculo se relajó.

En un instante vertiginoso reinó la ingravidez en Océano. Témpanos de un kilómetro cuadrado flotaron como copos de nieve, girando en el huracán que había empezado a soplar desde el cubo.

Cuando Océano abandonó el fondo, quince cables produjeron un sonido vibrante, la música fatal de la venganza de Gea. Sólo la energía sónica despojó diez metros de superficie del terreno de regiones vecinas y precipitó tormentas de polvo opuestas una docena de veces en torno al borde antes de que su furia se abatiera.

Como una mano que comprime una bola, el músculo del cubo se contrajo y aflojó a un ritmo de dos veces diarias que hizo vibrar Gea como una banda de goma estirada.

Gea tenía otro truco más, pero aguardó hasta que el cataclismo hubiera despellejado a Océano hasta convertirlo en roca desnuda. Gea sólo tenía otros seis músculos. En aquel momento dobló uno de ellos.

El radio que descollaba sobre Océano se contrajo, se redujo a la mitad de su diámetro normal. Privados de agua por una semana, los árboles quedaron secos como yesca. Se desprendieron, fracturados de su tenaz asimiento a la carne de Gea. y empezaron a caer.

En el descenso, se pusieron a arder.

Océano fue un infierno.


* * *

—Quería quemar al bastardo —dijo Gea—. Quería cauterizarlo para siempre.

Cirocco tosió, y buscó su olvidada bebida. Los cubitos de hielo resonaron de modo alarmante en el silencio y oscuridad casi total.

—Océano estaba muy hondo, pero introduje el temor a Dios en él —se rió calladamente—. Yo misma me quemé en el proceso… El fuego dañó mi válvula inferior, y desde entonces he atacado a Océano con huracanes y ruidos cada diecisiete días. El ruido no es mi Lamento; es mi advertencia. Pero valió la pena. Océano fue un chico muy bueno durante miles de años. No cometáis un error, es imposible que una docena de dioses gobiernen un mundo. Los griegos sabían de qué hablaban.

“Pero la dificultad en esto, ¿comprendéis?, se deriva del hecho de que el destino de Océano no es ajeno al mío. El es otra parte de mi mente, de modo que, en vuestros términos, yo estoy loca. Esto nos destruirá a todos, finalmente, a los buenos y a los malos.

“Pero Océano se estaba portando muy bien hasta que os presentasteis vosotros.

“Yo había planeado ponerme en contacto con vosotros unos días antes de que llegarais aquí. Era mi intención cogeros con las grapas externas de Hiperión. Os aseguro que lo habría hecho con delicadeza, sin romper un solo vaso.

“Océano explotó mi debilidad. Mis órganos transmisores radiofónicos se hallaban en el borde. Había tres, pero uno se rompió hace eras. Los otros están en Océano y Crios. Crios es mi aliado, pero Rea y Tetis lograron destruir su transmisor. Repentinamente todas mis comunicaciones pasaron a manos de Océano.

“Decidí no hacer la recogida. No habiendo estado en contacto conmigo, vosotros me habríais malinterpretado, seguramente.

“Pero Océano os quería para él.


* * *

La batalla rugió bajo las superficies de Océano e Hiperión. Se disputó en los grandes conductos que suministran el fluido nutritivo conocido como leche de Gea.

Cada uno de los cautivos humanos fue encerrado en una cápsula de gelatina protectora mientras se decidía su suerte. Los ritmos metabólicos fueron reducidos. Médicamente, se hallaban en estado comatoso, inconscientes de sus contornos.

Las armas de la guerra fueron las bombas que impulsaban nutrientes y refrigerantes a través del mundo subterráneo. Grandes desequilibrios de presión fueron creados por ambos combatientes, de modo que en un momento dado un geiser de leche se abrió paso en la superficie de Mnemósine y salió en chorro hasta alcanzar cien metros en el aire, para caer en la arena y abastecer una breve primavera.

Estuvieron batallando casi todo un año. Luego, por fin, Océano supo que estaba perdiendo. Las recompensas empezaron a fluir hacia Hiperión bajo la asombrosa presión que Gea aplicó a Japeto, Cronos y Mnemósine.

Océano cambió de táctica. Se introdujo en las mentes de los cautivos y los despertó.


* * *

—Siempre temí que él lo hiciera —dijo Gea, mientras las luces de la habitación amenazaban con extinguirse en el olvido—. Océano tenía un vínculo con vuestros cerebros. Se hizo imperativo que yo cortara ese vínculo. Usé tácticas que no creo comprendierais. En el proceso, perdí a uno de vosotros, una mujer. Cuando la recuperé, había sido cambiada.

“Océano trataba de destruiros a todos antes de que yo os tuviera… Antes de que yo tuviera vuestras mentes, no vuestros cuerpos. Eso habría sido muy fácil. El os colmó de información. Implantó el lenguaje de silbidos en uno de vosotros, las canciones de las titánidas en dos más. Que algunos de vosotros hayan sobrevivido cuerdos es algo que no termina de asombrarme.

—No todos nosotros hemos sobrevivido —dijo Cirocco.

—No, y lo lamento. Intentaré compensaros, de algún modo.

Mientras Cirocco se preguntaba qué se podría hacer para arreglar las cosas, Gaby intervino.

—Recuerdo haber trepado una escalera inmensa —dijo—. Atravesé puertas doradas y estuve a los pies de Dios. Hace pocas horas me pareció como si volviera a encontrarme en el mismo lugar. ¿Puedes explicar esto?

—Hablé con todos vosotros —dijo Gea—. En vuestro estado, mentalmente dócil después de días de privación sensorial, cada cual adoptó su interpretación personal.

—No recuerdo nada de eso —dijo Cirocco.

—Tú lo anulaste. Tu amigo Bill fue más lejos, y borró la mayoría de sus recuerdos.

“Entreviéndoos a través de Hiperión, decidí lo que se debía hacer. April estaba demasiado imbuida de la cultura y hábitos de los ángeles. Intentar devolverla a lo que había sido la habría destruido. La transporté al radio y dejé que emergiera para encontrar su destino.

“Gene estaba mentalmente enfermo. Lo llevé a Rea, confiando en que permanecería separado del resto de vosotros. Debí haberlo destruido.

Cirocco suspiró.

—No. Yo fui quien lo dejó vivir cuando pude haberlo matado, como tú.

—Me haces sentir mejor —dijo Gea—. En cuanto a lo demás, era imperativo que volvierais al instante de la plena conciencia. Ni siquiera había tiempo para reuniros. Esperaba que os abrierais paso hasta aquí y en su momento, lo hicisteis. Y ahora podéis volver al hogar.

Cirocco alzó la vista rápidamente.

—Sí —continuó Gea—, la nave de rescate está aquí. A las órdenes del capitán Wally Svensen, y…

—¡Wally! —Gaby y Cirocco lo dijeron simultáneamente.

—¿Un amigo? Pronto lo veréis. Vuestro amigo Bill ha estado hablando con él desde hace dos semanas —Gea se sintió incómoda, y cuando habló de nuevo hubo una huella de malhumor en su voz—. Es algo más que una misión de rescate, a decir verdad.

—Pensaba que podía serlo.

—Sí. El capitán Svensen está equipado para librar una guerra conmigo. Tiene un gran número de bombas nucleares, y su presencia allá afuera me pone nerviosa. Esa era una de las cosas que deseaba preguntarte. ¿No podrías intervenir con una buena explicación? Es imposible que yo constituya una amenaza para la Tierra, ya lo sabéis.

Cirocco dudó un instante, y Gea volvió a sentirse incómoda.

—Sí, creo que podría arreglarlo.

—Muchas gracias. En realidad él no dijo que pensara bombardearme, y cuando descubrió que había sobrevivientes de la Ringmaster esa posibilidad se hizo más remota. He escuchado algunas de sus naves exploradoras, y están en el proceso de construir un campamento base cerca de Ciudad Titán. Tú puedes explicarle lo sucedido, ya que no estoy segura de que me crea.

Cirocco asintió, y no dijo nada durante un largo rato, aguardando que Gea continuara. No lo hizo, y finalmente Cirocco tuvo que intervenir.

—¿Cómo saber que podemos creer en todo esto?

—No os puedo ofrecer seguridades. Sólo puedo pediros que creáis la historia tal como la he contado.

Cirocco asintió otra vez, y se levantó. Trató de que el gesto pareciera casual, pero nadie lo esperaba. Gaby estaba confundida, pero se puso de pie.

—Ha sido interesante —dijo Cirocco—. Gracias por la coca.

—No nos apresuremos —dijo Gea, tras una pausa de sorpresa—. En cuanto volváis al borde no podré hablar con vosotras directamente.

—Puedes enviarme una postal.

—¿Detecto una pizca de enojo?

—No lo sé. ¿Y tú? —de repente Cirocco estaba enojada, y sin saber por qué—. Estás en condición de saberlo. Soy tu cautiva, no importa cómo lo denomines tú.

—Eso no es del todo cierto.

—Sólo tengo tu palabra. Sólo tu palabra para diversas cuestiones. Me traes a una habitación de una vieja película, te muestras ante mí como una vieja regordeta, me ofreces mi único vicio para que lo goce. Apagas las luces y me cuentas una larga e incierta historia. ¿Qué se supone que debo creer?

—Lamento que opines así.

Cirocco agitó la cabeza con aire de cansancio.

—Olvídalo —dijo—. Me siento un poco deprimida, eso es todo.

Gaby la miró, pero no dijo nada. El gesto irritó a Cirocco, y no ayudó en nada que también Gea pareciera interesada por sus últimas palabras.

—¿Deprimida? Imagino el porqué. Has acabado lo que deseabas hacer, contra fuerzas tremendamente superiores. Has detenido una guerra. Y ahora te vas a casa…

—La guerra me preocupa —dijo Cirocco, lentamente.

—¿De qué manera?

—No me he tragado tu historia. O al menos, no me la he tragado completa. Si de verdad quieres que discuta por ti, dime el auténtico motivo por el que las titánidas se enfrentaron a los ángeles durante tanto tiempo, con un fin tan insignificante.

—Práctica —dijo Gea, sin dudar un instante.

—¿Cómo?

—Práctica. No tengo enemigos, y en mi conducta instintiva no hay nada que me ayude a enfrentarme a la guerra. Sabía que pronto conocería humanos, y todo lo que aprendí de vosotros subrayaba vuestra agresividad. Vuestras noticias, películas, libros: guerra, asesinato, conducta predatoria, hostilidad…

—Te estabas preparando para guerrear con nosotros.

—Estaba explorando las técnicas, en caso de que tuviera que hacer eso.

—¿Qué has aprendido?

—Que yo era terrible en ese aspecto. Puedo destruir vuestras naves si se acercan mucho, pero eso es todo. Vosotros me destruiríais en un abrir y cerrar de ojos. No tengo dotes para la estrategia. Mi victoria sobre Océano mostró toda la sutilidad de la lucha a brazo partido. En cuanto llegasteis, April revolucionó el ataque de los ángeles y Gene estuvo a punto de ofrecer nuevas armas a las titánidas. Naturalmente, yo misma pude haberles ofrecido esas armas. He visto bastantes películas de cowboys para saber cómo funcionan un arco y una flecha.

—¿Por qué no lo hiciste?

—Confiaba en que las titánidas las inventaran.

—¿Y por qué ellas no lo hicieron?

—Son una especie nueva. Carecen de creatividad. Es por mi culpa; nunca me destaqué en originalidad. Copié el gusano de la arena de Mnemósine de una película. Hay un antropoide gigante en Febe del que estoy muy orgullosa, pero se trata de otra imitación. Las titánidas son plagiadas de la mitología…, aunque sus constituciones sexuales son mi invención —Gea adoptó un aire de satisfacción y Cirocco estuvo a punto de reírse—. Soy capaz de hacer los cuerpos, ¿comprendes? Pero dotar a una especie manufacturada de un sentido de… bueno, la simple terquedad que tenéis los humanos… Eso está más allá de mis posibilidades.

—Por eso te apropiaste de un poco de esa terquedad.

—¿Cómo has dicho?

—No te hagas la inocente. Hay un detalle, de cierta importancia para mí, y para Gaby y August, que has olvidado mencionar. Te he creído hasta ahora, más o menos, pero aquí tienes tu oportunidad de convencerme de que has dicho la verdad. ¿Por qué quedamos embarazadas?

Gea no dijo nada durante lo que pareció un lapso muy prolongado. Cirocco estaba preparada para salir corriendo. Al fin y al cabo, Gea era todavía una diosa, no servía de nada encolerizarla.

—Yo lo hice —dijo Gea.

—¿Creías que nosotras lo aprobaríamos?

—Ño, estaba convencida de lo contrarío. Ahora lo lamento, pero ya está hecho.

—Y deshecho.

—Lo sé —Gea suspiró—. La tentación fue demasiado grande. Era una posibilidad de obtener un nuevo híbrido…, uno que reuniera lo mejor de ambas especies. Confiaba en revitalizar… No importa. Lo hice, no trato de excusarme. No me enorgullezco de ello.

—De todas formas, me alegra oírlo. No hagas esas cosas, Gea. Somos seres inteligentes, como tú, y merecemos un trato más digno.

—Ahora lo comprendo —dijo Gea, contrita—. Es un concepto muy difícil para acostumbrarse a él.

Cirocco admitió, a regañadientes, que probablemente lo fuera, tras tres millones de años de ser diosa.

—Tengo una pregunta —dijo repentinamente Gaby. Llevaba mucho rato callada, al parecer satisfecha de que Cirocco se encargara de la negociación—. ¿Fue realmente necesario este viaje?

Cirocco aguardó, pues ella misma había tenido dudas en cuanto a esa parte de la narración.

—Tienes razón —admitió Gea—. Podía haberos traído aquí directamente. Está claro, puesto que acerqué a April más de la mitad del camino. Habría habido cierto riesgo con el tiempo adicional de aislamiento, pero el remedio era devolveros al sueño.

—Entonces, ¿por qué no lo hiciste? —quiso saber Cirocco.

Gea extendió las manos.

—Dejemos de engañarnos mutuamente, ¿de acuerdo? Primero, no sé si yo os lo debía. Segundo, yo estaba, y aún lo estoy, un poco asustada de vosotros. No de vuestras personas, sino de los humanos. Tenéis inclinación a ser impacientes.

—No lo discutiré.

—De todas maneras, habéis llegado aquí arriba. ¿no es cierto? Eso es lo que deseaba comprobar: si erais capaces de lograrlo. Y deberíais darme las gracias por ello, porque habéis disfrutado mucho.

—Me es imposible imaginar que puedas pensar en una cosa…

—Ahora somos honestas, ¿recuerdas? En realidad estás más que contenta por estar a punto de volver a casa ahora, ¿verdad?

—Bueno, naturalmente yo…

—Todo tu comportamiento demuestra que no estás satisfecha. Tenías una meta que alcanzar: subir aquí. Ahora lo has logrado. La mejor época de tu vida. Niégalo, si es que puedes.

Cirocco se quedó casi muda.

—¿Cómo puedes decir eso? Vi a mi amante a punto de morir…, y por poco muero yo misma. Yo y Gaby fuimos violadas, yo sufrí un aborto, April se ha convertido en un monstruo, August está…

—Podían haberte violado en la Tierra. En cuanto a lo demás… ¿Esperabas que fuera fácil? Lamento el aborto; no volveré a hacerlo. ¿Me culpas por lo demás?

—Bueno, no, creo que tú…

—Deseas culparme. Sería más fácil irse de aquí. Te es duro admitir que incluso con todas esas cosas que sucedieron a tus amigos, ninguna por tu culpa, has disfrutado de una gran aventura.

—Eso es lo más…

—Capitana Jones, pongo en tu consideración el hecho de que jamás tuviste dotes para ser capitán. ¡Oh, lo has hecho bien, de la misma forma que haces bien la mayoría de las cosas que abordas! Pero no eres un capitán. No disfrutas dando órdenes a los que te rodean. Te gusta la independencia, te gusta ir a lugares extraños y hacer cosas excitantes. En una época anterior habrías sido una aventurera, un soldado de la fortuna.

—Si hubiera nacido hombre —corrigió Cirocco.

—Porque sólo recientemente las mujeres han tenido oportunidad de correr aventuras independientemente. El espacio era la única frontera a tu disposición, pero una frontera mecánica, muy civilizada. En el fondo, no te satisface.

Cirocco había desistido de esforzarse en detener a Gea. Todo era tan forzado que decidió dejar divagar a la diosa.

—No, para lo que tienes dotes es precisamente para lo que has estado haciendo. Escalar la montaña imposible de escalar. Comunicarte con seres extraños. Agitar tu puño ante lo desconocido, escupir al ojo de Dios. Has hecho todo eso. Resultaste herida en el camino; si hubieras seguido esa ruta habrías recibido más golpes. Te habrías helado, habrías pasado hambre, te habrías desangrado, te habrías agotado de cansancio. ¿Qué es lo que deseas, pues? ¿Pasar el resto de tu vida tras un escritorio? Ve a casa. El escritorio te aguarda.

Muy por debajo del abismo curvado que era el cubo de Gea, el viento bramó tenuemente. En alguna parte, masas de aire estaban siendo absorbidas por una cámara vertical de trescientos kilómetros de altura, y esa cámara estaba poblada de ángeles. Cirocco miró a su alrededor, y se estremeció. A su derecha. Gaby sonreía. ¿Qué sabe ella que yo no sepa?, se preguntó.

—¿Qué me estás ofreciendo?

—Una oportunidad de vivir mucho, con la posibilidad de que tu vida pueda ser bastante corta. Te ofrezco buenos amigos y diabólicos enemigos, día eterno y noche interminable, espléndidas canciones y vino de calidad, penurias, victorias. desesperanza y gloria. Te ofrezco la posibilidad de una vida que no encontrarás en la Tierra, el tipo de existencia que sabías no encontrarías en el espacio pero que sin embargo esperabas de todos modos.

“Necesito un representante en el borde. Ha pasado mucho tiempo desde que tuve uno, porque exijo mucho. Puedo otorgarte ciertos poderes. Tú definirás tu trabajo, elegirás horarios y compañías, verás el mundo. Recibirás alguna ayuda por mi parte, pero pocas interferencias.

“¿Te gustaría ser una hechicera?

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