II BOQUITAS AZULES, VIOLÁCEAS, NEGRAS
NOVENA ENTREGA

…Si fui flojo, si fui ciego,

sólo quiero que comprendas

el valor que representa

el coraje de querer.

Alfredo Le Pera


RECAPITULACIÓN: A su regreso de Cosquín, Juan Carlos Etchepare en vano intentó ver a María Mabel Sáenz, pues la joven se ausentó, no sin antes pedir permiso al Consejo Escolar. La licencia le fue inmediatamente acordada, con goce de sueldo. Sus padres la despidieron en la estación ferroviaria y permanecieron en el andén hasta que el tren se perdió de vista, rumbo a Buenos Aires. Conversaciones entre el Dr. Malbrán y el Intendente Municipal decidieron poco después la suerte de Juan Carlos: el joven no estaba en condiciones de volver al trabajo y tampoco se le podía prolongar la licencia. Sin más fue dejado cesante y este hecho tuvo una rápida repercusión en el hogar de Nélida Enriqueta Fernández, donde se oyeron entre otras las siguientes acusaciones: «-¡Yo como padre de Nené tengo derecho a hacerle esas preguntas!», «-¡Si usted no puede volver a su trabajo es porque no está bien!», «-¡¿Cómo tiene el coraje de acercarse a mi hija si no está sano?!», «-¿No tiene conciencia usted? ¿y si me la contagia?» Juan Carlos se ofendió, convencido de que un jardinero no era quién para increparlo. Pero las jornadas pasadas en el bar se hacían largas y no animándose a confiar sus pesares a nadie, echaba de menos a Pancho. Juan Carlos deseaba que su amigo abandonase el curso dictado en la capital de la provincia, para que volviese a hacerle compañía, y hablando con el comisario durante un partido de póker involuntariamente hizo alusión al embarazo de la sirvienta de los Sáenz.


Día 27 de enero de 1938


Haciendo un alto en el trajín del día, a las 12:48 Nélida Enriqueta Fernández se secó los labios con la servilleta, la dobló y dejó la mesa con el propósito de dormir una hora de siesta. En su cuarto se quitó los zapatos y el uniforme azul de algodón. Retiró el cubrecama y se echó sobre la sábana. La temperatura era de 39 grados a la sombra. Buscó una posición cómoda, de costado. La almohada le molestó y la empujó a un lado. Se colocó boca abajo. A pesar de haberse quitado los zapatos los pies seguían doloridos, con los entrededos irritados y en parte lastimados por el sudor ácido; debajo del pulgar del pie derecho el ardor de un principio de ampolla empezaba a ceder. Con una mano reacomodó las horquillas para liberar el cuello del calor aprisionado en su mata de pelo, llevándola hacia arriba. El cuello estaba humedecido por una capa de transpiración casi imperceptible, del cuero cabelludo le bajó una gota redonda de sudor, y luego otra. Los breteles del corpiño y la enagua, humedecidos también, se hundían en la piel, los corrió hasta debajo del hombro. Debió juntar los brazos contra el cuerpo para no forzar las costuras. Las gotas brotadas bajo los hombros se expandieron, brotaron otras. Volvió los breteles a su lugar y se colocó boca arriba con los brazos separados del cuerpo. Se había afeitado el vello de las axilas y la piel estaba enrojecida por la aplicación de líquidos antisudorales. La espalda, en contacto con la cama, calentaba las sábanas y el colchón. Se corrió hacia el borde de la cama buscando una franja más fresca de sábana y colchón. Un escozor incómodo, de piel sudada, le empezó a atacar. La respiración era pesada, el aire le empujaba el diafragma con lentitud y fuerza hacia abajo. La garganta tensa registraba ráfagas nerviosas y dejaba pasar la saliva con dificultad. La opresión del cráneo en las sienes se acentuaba, posiblemente a causa de los dos vasos de vino con limón y hielo que había tomado durante el almuerzo. Alrededor de los ojos una vibración interna le inflamaba los párpados, pensó que toda una carga de lágrimas estaba lista para volcársele por la cara. Algo le pesaba cada vez más, a modo de una piedra, en el centro del pecho. ¿Cuál era en ese momento su mayor deseo?

En ese momento su mayor deseo era que Juan Carlos recuperase el empleo de la Intendencia.

¿Cuál era en ese momento su temor más grande?

En ese momento su temor más grande era que alguien se encargase de enterar al joven martillero público llegado poco antes a Vallejos -con quien tanto había bailado en la kermese navideña- de su pasada relación equívoca con el Dr. Aschero.


El ya mencionado 27 de enero de 1938, haciendo un alto en el trajín del día, a las 21:30 Juan Carlos Etchepare se dispuso a fumar el único cigarrillo diario, sentado en el jardín de su casa. Antes de la puesta del sol su madre había regado los canteros y los caminos de pedregullo, un aire fresco se desprendía con olor vigorizante a tierra mojada. El encendedor dio una llama pequeña, el tabaco se encendió y desprendió humo blanco caliente. El humo más oscuro que exhaló Juan Carlos formó una montaña transparente, detrás estaban los canteros con cerco de jacintos rodeando una palmera, cuatro canteros, cuatro palmeras, al fondo el gallinero y el tapial, pasado el tapial los eucaliptus de un corralón de hierros viejos, más allá no se veían sierras. La pampa chata, viento y tierra, detrás de la polvareda apenas si la había alcanzado a ver de lejos, subía al auto con el padre y la madre, el auto arrancó levantando a su vez otro remolino de tierra. El cigarrillo estaba reducido a un pucho, lo arrojó a un cantero. La mano derecha mecánicamente palpó el paquete en el bolsillo de la camisa. ¿Fumaría otro? Los sueldos de maestra variaban entre 125 y 200 pesos, una licencia con goce de sueldo era difícil de conseguir si no mediaba el Intendente Municipal, amigo del Sr. Sáenz. 250 pesos por mes bastaban para pagar el Hostal y cubrir pequeños gastos personales ¿ni siquiera una licencia sin goce de sueldo? El documento de cesantía del empleado Etchepare estaba firmado por el Intendente, el Pro-Secretario y el Tesorero de la Municipalidad; el humo caliente del segundo cigarrillo le llenaba el pecho de una agradable sensación.

¿Cuál era en ese momento su mayor deseo?

En ese momento su mayor deseo era conseguir de algún modo el dinero para dejar el pueblo y continuar la cura en el sanatorio más caro de Cosquín.

¿Cuál era en ese momento su temor más grande?

En ese momento su temor más grande era morirse.


El ya mencionado 27 de enero de 1938, haciendo un alto en el trajín del día, a las 17:30, de vuelta de la peluquería donde se había sometido a un fatigoso ondulado permanente, María Mabel Sáenz pidió a la tía el diario de la mañana y se retiró a su cuarto a descansar. Se quitó la ropa de calle y se cubrió con una fresca bata de casa. Colocó el ventilador eléctrico en la mesa de luz y entornó las persianas dejando la luz necesaria para leer la cartelera cinematográfica publicada en el diario. Nada mejor que elegir una sala con refrigeración para escapar con su tía, también aficionada al cine, del calor sofocante de la ciudad de Buenos Aires. El mayor sacrificio consistía en tomar el subterráneo, muy caluroso, que en diez minutos las depositaría en el centro mismo de la ciudad, donde se levantaban las principales salas cinematográficas con refrigeración. Buscó la sección especializada, empezando a abrir el diario por la primera página. En la segunda página no estaban los cines, tampoco en la tercera, tampoco en la cuarta, quinta, sexta, séptima, octava, sintió una creciente irritación nerviosa, decidió empezar a hojear el diario de atrás para adelante pero en la última página y en la penúltima había sólo avisos inmobiliarios, lo mismo en la precedente, y en la otra, y en la otra. La irritación hizo crisis, formó una bola con el diario y la arrojó con fuerza contra el ventilador. Atribuyó su alto grado de nerviosidad a las largas horas pasadas en la peluquería bajo el secador. Lloriqueó sin lágrimas, hundió la cara en la almohada y reflexionó. ¿Por qué estaba tan nerviosa, fuera o no a la peluquería? Culpó a los largos días de ocio y a las noches de insomnio, inerte en su cama. Cuando recobró la serenidad alisó las hojas del diario y reanudó la búsqueda de la página consabida. Había refrigeración en el cinematógrafo Ópera: El lancero espía con George Sanders y Dolores del Río; también refrigeración en el Gran Rex: Entre bastidores con dos actrices preferidas, Katherine Hepburn y Ginger Rogers ¿pero habría entradas siendo estreno?; en el Monumental Tres argentinos en París, películas nacionales sólo veía en Vallejos, cuando no había otra cosa que hacer, con Florencio Parravicini, Irma Córdoba y Hugo del Carril; en el Gran Cine Florida programa europeo, El secreto de la Pompadour con Kathe von Nagy y Willy Eicherberg, alemana, y La casta Susana con Henri Garat y Meg Lemonnier; otro programa doble en el Rose Mane: Saratoga con Jean Harlow «la rubia platinada en su éxito póstumo» y No se puede tener todo con Alice Faye, Don Ameche y los Hermanos Ritz. ¿Cuál era el cine que según su tía atraía la concurrencia más distinguida? El Ambassador: «refrigeración, Metro-Goldwyn-Mayer presenta una exquisita comedia de románticos enredos con Luise Rainer, William Powell y Maureen O' Sullivan, Los candelabros del emperador». ¿No había ningún estreno con Robert Taylor? No.

¿Cuál era en ese momento su mayor deseo?

En ese momento su mayor deseo era ver entrar sigilosamente por la puerta de su cuarto a Robert Taylor, o en su defecto a Tyrone Power, con un ramo de rosas rojas en la mano y en los ojos un designio voluptuoso.

¿Cuál era en ese momento su temor más grande?

En ese momento su temor más grande era que su padre perdiera el proceso iniciado por su detestado ex prometido Cecil, lo cual acarrearía daños importantes para la situación económica y social de la familia Sáenz.


El ya mencionado 27 de enero de 1938, haciendo un alto en el trajín del día, a las 17:45 horas, Francisco Catalino Páez se dejó caer en el camastro del cuartel. Los ejercicios de instrucción de Tiro al Blanco estaban terminados por ese día, se había distinguido nuevamente, así como en las clases teóricas que tenían lugar de mañana. La gruesa tela sanforizada de la camisa de fajina estaba pegada al cuerpo mojado de sudor. Decidió darse un gusto y se dirigió al baño de la cuadra. El agua de la ducha salía fría pero no tanto como el agua de la bomba al fondo del rancho. Y no tenía que bombear, el agua salía sola, con sólo abrir una canilla, abundante, se la podía derrochar. Esa tarde estaba permitido salir, pero no podía perder la cena del cuartel ni gastar dinero en tranvía, y el centro de la ciudad de La Plata estaba lejos de allí. De todos modos sacó del armario el flamante uniforme de Suboficial de Policía y pasó la yema de los dedos por la gabardina de la chaqueta y los pantalones, por el cuero lustroso de las botas, por los hilos dorados de las charreteras, por los botones de metal, todos exactamente iguales, sin defectos de fabricación, bruñidos, cosidos a la gabardina con hilo doble. Se vistió con lentitud, temiendo desgarrar alguna costura, o rayar la superficie de las botas. Estaba solo en la cuadra, todos habían salido. Fue al baño y observó detenidamente al suboficial del espejo. La desaparición del bigote campero y el corte de pelo militar, rapado en los costados, cambiaba su fisonomía descubriendo rasgos casi adolescentes. Al ponerse la gorra se acentuaba en cambio la fuerza de la mirada, ojos de hombre, con alguna arruga: él solía crispar los párpados al recibir el chorro helado del agua de la bomba, y al barajar el par de ladrillos que se pasaban de mano en mano los albañiles descargando un camión, y al hundir el pico o la pala con todas sus fuerzas en la tosca, y al notar en un espejo ocasional de la calle que los pantalones regalados además de estar gastados le iban grandes o chicos. Se quitó la gorra de visera refulgente, se la volvió a poner, probándola más o menos requintada.

¿Cuál era en ese momento su mayor deseo?

En ese momento su mayor deseo era dar una vuelta por las calles principales de Vallejos, con su flamante uniforme.

¿Cuál era en ese momento su temor más grande?

En ese momento su temor más grande era que Raba lo denunciase a la Comisaría de Coronel Vallejos como padre de la criatura por nacer.


El ya mencionado 27 de enero de 1938, haciendo un alto en el trajín del día, Antonia Josefa Ramírez, a las 23:30, descansaba en una camilla de la Sala de Partos del Hospital Regional del Partido de Coronel Vallejos. Había sido trasladada de urgencia una hora antes, después de caminar atacada de intensos dolores cuatro cuadras desde su rancho hasta la primera casa con teléfono. Su tía estaba como de costumbre trabajando como doméstica en una casa céntrica y no volvía hasta tarde. La enfermera pensaba que era una falsa alarma, pero esperaba que el médico volviera de una revisación en la sala de primeros auxilios y la observara, antes de decidir internarla o mandarla de vuelta a la casa. La enfermera entraba y salía, dejando la puerta abierta. Raba se incorporó y vio en el patio iluminado por una lamparita tenue, a algunos hombres, seguramente esposos de las muchachas internadas, y viejas de pelo blanco, seguramente las madres o suegras, esperando las novedades a producirse de un momento a otro. Pancho estaba lejos, pero era por el bien de todos: se estaba haciendo Suboficial, al volver ganaría bien, el 29 de julio se había ido, hacía ya seis meses casi que no lo veía, y ella había cumplido su promesa, de no decir nada a nadie. Cuando él estuviera afianzado en su puesto podrían arreglar las cosas ¿pero por qué no había contestado a sus cartas? ¿se habrían perdido? ¿su letra era tan torpe que los carteros no la habían entendido? Uno de los muchachos del patio se parecía a Pancho, tal vez sólo por los bigotes espesos y el pelo rizado largo, estaba nervioso, se paseaba fumando. Raba deseó intensamente agarrar con fuerza la mano grande de Pancho, él entonces la besaría con suavidad, Raba sentiría el roce del bigote espeso y le acariciaría la cabeza, el pelo largo y rizado. La lamparita del patio era pequeña y debido al calor volaban en torno más bichos que de costumbre, tábanos, tatadioses y cascarudos.

¿Cuál era en ese momento su mayor deseo?

En ese momento su mayor deseo era que la criatura naciera sana.

¿Cuál era en ese momento su temor más grande?

En ese momento su temor más grande era que Pancho volviera y repudiara a ella y a la criatura.


Buenos Aires, 10 de noviembre de 1938


Querida Mabel:

Cumplo con mi promesa de escribirte, la carta que tanto me encomendaste, picarona. Ante todo deseo que estas líneas te encuentren bien, lo mismo tu familia. Creo que fue en sexto grado que nos hicimos esta promesa, cuando teníamos apenas doce años, y ya no pensábamos más que en novios. Bueno, me tocó a mí ser la primera en viajar de luna de miel, así que empiezo yo.

Ante todo muchísimas gracias por el regalo tan lindo, qué hermoso velador, el tul blanco de la pantalla es una hermosura, era ése el que yo quería para mi traje de novia, pero no hubo caso de encontrarlo, debe ser importado. Y también, demás está decirlo, ese regalo me significó más cosas: que en el fondo nunca habíamos dejado de ser amigas. No es que una sea materialista, qué sé yo, vos ya me habías parado por la calle para felicitarme, de todo corazón, y yo me había dado cuenta de que volvíamos a la amistad como antes, pero el día antes de mi casamiento, cuando llegó el velador, yo lo miraba y la llamé a mamá para mostrarle que mi compañera de escuela se había acordado de mí. ¡Y qué bien elegiste! Mil gracias de nuevo.

¿Por dónde empiezo? De la iglesia volvimos a casa de mamá, brindamos con los poquitos parientes y mis suegros que habían venido de Trenque Lauquen, y a eso de las nueve y media me cambié, estrené el traje de saco de que te había hablado, y salimos en el auto, que es un cascajo pero anda. Yo hasta ahí no me había emocionado, de tantos nervios que tenía con el vestido largo, y con las valijas sin cerrar, y hasta último momento peleando con mamá porque insistía que me trajera el vestido de novia a Buenos Aires para sacarme la foto acá. Bueno, al fin le hice caso, pero todavía no nos hemos fotografiado, mañana a la mañana voy a salir a pedir precio por las casas de fotos de la calle Callao, perdón, la avenida Callao, se me enoja muchísimo Massa cuando me hago esas confusiones de nombres, porque vi casas muy buenas. Como te decía, toda la ceremonia en la iglesia, y la mañana en el civil, tan nerviosa con el vestido y el peinado, y la toca de tul que me quedaba tan mal en las pruebas, yo no sentía nada, nervios nada más, y la boca seca, muerta de sed, pero cuando me puse el traje de saco ya me empecé a sentir rara, y al subir al auto y despedirme de mamá me emocioné tanto, tanto, Mabel, que lloraba como una loca. Me venía desde el pecho, desde el corazón mismo, el llanto. Cuando arrancó el coche, mi marido me miró la cara y se reía, pero él también estaba emocionado, porque había visto que la madre de él también lloraba, pobre señora, parece que es muy buena. Yo me bajé el tul del sombrero y lo embromé, no quería que me viera toda despintada. Por suerte el camino de tierra estaba bastante apisonado por la lluvia y a las doce más o menos llegamos a Lincoln. Ahí pasamos la noche, y después de almorzar al día siguiente seguimos viaje a Buenos Aires. Ya a eso de las siete de la tarde entramos en Buenos Aires, por la avenida Rivadavia derecho ¡qué luces! mi marido me iba indicando los barrios que atravesábamos, Liniers, Flores, Caballito ¿bonitos nombres, verdad?, Once, hasta este hotel, precioso, de cuatro pisos, enorme, viejo pero conservado, que está en la avenida Callao, cerquita de nada menos que el Congreso.

Yo había venido dos veces no más a Buenos Aires, una vez de chica, y la otra vez cuando internaron en el hospital a mi abuelita, ya grave. Estábamos de luto y no fuimos a ninguna parte. Lo primero que hice ahora fue llevarle flores, aunque me costó una discusión con Massa, él quiere hacer todo a su modo, pero es muy bueno, no me estoy quejando. Bueno, lo que te quiero decir es que yo no conocía nada, casi. Mirá, el hotel es muy salado pero vale la pena, y a mi marido le conviene estar acá porque tiene que recibir a unos hombres de negocios con los que está tratando.

Es por eso que vinimos a Buenos Aires de luna de miel, porque así él resuelve unas cosas, mirá, a lo mejor trae mala suerte contar cosas antes de que se hagan, pero no aguanto más. Resulta que a Massa no le gusta Vallejos ni pizca. Dice que no ha visto un pueblo más chismoso y asqueroso de envidia que Vallejos, según él Trenque Lauquen progresa menos pero la gente es más buena. Ahora adonde él se quiere venir a vivir es… acá. ¡Nada menos! Fijáte qué ambicioso me salió el gordito. Y él acá tiene unos amigos de su pueblo que les está yendo bien, y por ahí ligamos también nosotros. Por lo pronto nos decidimos a quedarnos ya una semana más, en vez de hacer unas compras para la casa que teníamos pensadas, total con los regalos tenemos preciosos adornos ya, es cuestión de acomodarlos bien.

Vos dirás que te cuento cosas, pero no las de la luna de miel, realmente. Ante todo, Mabel, es un muchacho muy pero muy bueno. Con eso no quiero decirte que no tenga su carácter, pero no piensa más que en el porvenir, y en que vamos a tener todas las comodidades, y piensa siempre en lo que a mí me gusta para comprarme así no trabajo mucho en la casa, y cuando él tiene una tarde libre, porque a la mañana siempre sale por sus cosas, ya te digo de tarde salimos a ver heladeras, una victrola ya la tenemos elegida, y si lo convenzo una de las primeras cosas que vamos a comprar es un ventilador que vi, de esos chiquitos que son la última novedad, todos cremita. Y cuando pienso que no voy a tener que ir más a la tienda, no lo puedo creer, pellízcame Mabel, así me doy cuenta de que no estoy soñando.

Claro que cuando vuelva a Vallejos me espera muchísimo trabajo, porque con el casamiento tan apurado, que me imagino lo que dirán en Vallejos y que la lengua se les caiga a pedazos, como te decía del apuro ni cortinas nuevas puse en mi pieza. Ay, qué inmundos, las cosas que dirán, que Massa no tiene dónde caerse muerto, que nos vamos a vivir a casa de mamá. Ya van a ver, porque si esperan que antes de los nueve meses haya novedades, claro que les vamos a dar las novedades, que es el traslado a la capital, y si eso falla, bueno, ya tenemos en vista un chalecito para alquilar en el pueblo, en una calle de asfalto. Te digo estas intimidades porque como vos y tu familia han sufrido en carne propia lo que es la maldad de la gente, en estos meses que tuvieron ese disgusto, por eso te lo digo, porque vos me podés comprender.

Mi marido me pregunta qué prefiero en Buenos Aires, si un departamentito en el centro o una casita con patio en las afueras. Ay, Mabel, estoy tan encantada que quiero quedarme en el centro. Bueno, te cuento lo que hago a la mañana. El desayuno Massa lo quiere en la habitación, y ya que estamos, ahí es el momento a que me cuesta más acostumbrarme: a que me pesque a la mañana con la facha de recién despierta ¡qué rabia me da! Bueno, él se va y yo me coso las cortinas, mirá, si dura poco la estadía en casa de mamá no importa, le quedarán a ella, buena falta le hace algo que la alegre un poco, sabrás que papá no está nada bien. Bueno, no hablemos de cosas tristes. Como te decía estoy haciendo las cortinas para la que era mi pieza de soltera, encontré un género precioso y nada caro así que lo compré y me las estoy haciendo. Me arreglo bien para el almuerzo y si consigo que Massa no duerma la siesta, cuando está libre salimos ya te dije, y si estoy sola me recorro todos los lugares de la capital que quiero ver. Total es facilísimo, ya estoy aprendiendo los nombres de las calles, me fui sola hasta el Cabildo, la Torre de los Ingleses, el rascacielos que está enfrente, la estación Retiro, el puerto, y subí a un barco militar que se podía visitar. Mañana voy a conocer la estación de Constitución, y mi marido (che, no me acostumbro todavía a decir mi marido), bueno, mi marido, me ha prometido llevarme a la Boca, yo sola no voy porque hay muchos matones. A las siete yo siempre lo estoy esperando en el hotel, porque viene a veces con algún hombre de negocios y vamos a tomar un vermouth por ahí. Esta semana por suerte yo me di cuenta de preguntar en el hotel si nos daban pensión sin cena, así podíamos cenar por ahí, y salí con la mía. Mirá, fue la mejor idea, porque al tener paga la cena en el hotel, que sirven tan rica comida, nos llenábamos como animales, y como te imaginás lo que son los hombres en luna de miel, no quería salir ya.

Bueno, Mabel, ya desde el lunes que empezamos a comer afuera la cosa cambió, porque si tenés que pagar ya no comés de puro angurriento como en el hotel, quedás satisfecho pero más liviano. Bueno, y yo me lo llevo caminando siempre para cerca del obelisco, vamos como quien no quiere la cosa caminando despacito, y cuando se quiere acordar ya está en el obelisco el señor Massa. Ahí hay restaurantes para tirar para arriba, ¿y ahora te das cuenta a lo que voy? Justo terminamos de cenar a eso de las nueve y media en pleno barrio de los teatros y los cines, y no se me puede negar. El lunes estaban de descanso las compañías y fuimos al cine, preciosa, Argelia, con Charles Boyer y una chica nueva que no me acuerdo cómo se llama que es la mujer más divina que he visto en mi vida, y de paso me conocí el cine Ópera, que tanto me habías nombrado. Ay, tenías razón, qué lujo de no creer, al entrar me vi a los lados esos balcones de palacios a todo lujo, con plantas tan cuidadas, y los vitrales de colores, y encima de la pantalla ese arco iris, me quedé muda, cuando mi marido me codea y me señala el techo… ahí ya por poco grito ¡las estrellas brillando y las nubes moviéndose que es un cielo de veras! La película era buena pero lo mismo yo de vez en cuando miraba para arriba, y los movimientos de nubes seguían durante toda la función. Con razón cobran tan caro.

El martes insistí hasta que lo convencí a Massa de que me llevara a un teatro de revistas, caímos al Maipo, daban Good bye obelisco, acá tengo el programa, con Pepe Arias, la esposa de él Aída Olivier que no la conocía porque no trabaja en el cine, es una bailarina muy buena, Sofía Bozán que es regia, la Alicia Barrié y esa morocha tan bonita que siempre hace de mala, Victoria Cuenca. ¡Qué raro me parecía verlas en persona! Pero me arrepentí tanto de haber ido, porque es todo de chistes verdes que no sabía dónde ponerme. Para colmo por ahí hacían bromas de recién casados, sudé como una negra. Después el miércoles vimos en el teatro Nacional la compañía de Muiño-Alippi en La estancia de papá, muy buena, con fiesta campera al final, en el programa decía 80 personas en escena, me parece que sí. Anoche a mi marido le habían hablado tanto de los títeres de Podrecca que fuimos, pero estaban en un teatro de barrio, el Fénix, del barrio de Flores, que queda en el camino que va a Vallejos. No te cuento, Mabel, la tristeza que me daba de pensar que dentro de unos días vamos a tomar ese camino… hasta el final. Qué ingrata dirás vos, toda la vida viviendo en Vallejos y ahora no querés volver. Pero Mabel ¿qué me dio Vallejos? nada más que desilusiones. De los títeres te guardé el programa, algo divino, te voy a contar todo cuando vuelva. Y esta noche si te digo no me lo creés ¿sabés quién debuta en el teatro Smart en una obra que se llama Mujeres? La Mecha Ortiz, ni más ni menos. Enseguida me acordé de vos, que es la única artista argentina que tragás. Si conseguimos entradas vamos esta noche misma, acá en el hotel llamaron por teléfono y no les quieren reservar, pero si me la pierdo me muero. Dice el empleado de la portería que van a ir artistas de cine, que es un estreno importante.

Bueno, Mabel, ojalá la pudiéramos ir a ver juntas, yo te deseo que estés bien y que tu papá no esté demasiado preocupado por lo que le pasa, los negocios son los negocios, dice Massa. Él dice que por eso a la noche hay que divertirse, y olvidarse de todo, claro que si por él fuera se quedaría a cenar en el hotel y después enseguida a dormir, pero ya me estoy dando maña para aprovechar la noche viendo tantas cosas que hay en este Buenos Aires de locura. Mañana Massa quiere ver a Camila Quiroga en Con las alas rotas, a él le gustan mucho los dramas fuertes. A mí no tanto, para eso basta con la vida ¿verdad?

Como ves he cumplido, te doy un beso fuerte, y hasta muy prontito.


Nené


Consulta el reloj pulsera -que le fuera regalado por sus padres el día del compromiso matrimonial-y comprueba que faltan varias horas hasta que regrese su marido. Con agrado piensa en todas las cosas que podrá hacer, en total libertad, sin que nadie la espíe, en una ciudad como Buenos Aires. Busca el diario para ver la dirección del teatro Smart. En los titulares de la primera página se detiene sin proponérselo, «ITALIA Y GRAN BRETAÑA NO PUEDEN AÚN PONERSE DE ACUERDO PARA EL RETIRO DE VOLUNTARIOS DE ESPAÑA - En Londres se considera insuficiente la partida de 10.000 combatientes dispuesta por Mussolini. Londres (Reuter). Durante la tarde de ayer…» Piensa que su padre seguramente leerá esa noticia, cuando el diario llegue a Vallejos, al día siguiente. Él está enfermo y lee todas las noticias de España. Tal vez la alegría de saberla bien casada lo ayudará a soportar la enfermedad. Se oyen ruidos en la cerradura, piensa con agrado que será la mucama -de tan amable compañía- a cambiarle toallas como acostumbra a esa hora, la única mujer con quien puede conversar en Buenos Aires, siempre rodeada de hombres. Pero en cambio ve aparecer a su marido, sonriente y desanudándose la corbata. Lo mira y al comprobar que él se dispone a desvestirse para dormir una posible siesta, ella sin perder tiempo le pide dos aspirinas para calmar un fuerte dolor de cabeza. Él saca del bolsillo la billetera, donde siempre tiene la precaución de guardar un sobre con aspirinas.

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