DECIMOTERCERA ENTREGA

…las horas que pasan ya no vuelven más.

Alfredo Le Pera


Era una tarde de otoño. En esa calle de Buenos Aires los árboles crecían inclinados. ¿Por qué? Altas casas de departamentos de ambos lados de la acera ocultaban los rayos del sol, y las ramas se tendían oblicuas, como suplicando, hacia el centro de la calzada… buscando la luz. Mabel iba a tomar el té a casa de una amiga, elevó su mirada a las copas añosas, vio que los troncos fuertes se inclinaban, se humillaban.

Tal vez un vago presagio asió su garganta con guante de seda, Mabel entre sus brazos estrechó un ramo de rosas y aspiró el dulce perfume, ¿por qué de repente pensaba que el otoño había llegado a la ciudad para nunca más dejarla? El frente del edificio de departamentos le pareció lujoso, mas la ausencia de una alfombra en la entrada la tranquilizó: el edificio donde ella muy pronto habría de vivir contaba en cambio con ese elemento decisivo para definir la categoría de una casa. Aunque el ascensor tenía espejo, sí, y examinó su maquillaje a través del fino velo del tocado en fieltro negro con garnitura de racimos de guindas, confeccionadas en papel celofán. Por último emparejó la pelambre de las colas de zorro colocadas en torno a su cuello.

Tercer piso, departamento «B», con peinado alto y tanta sombra en los ojos su amiga Nené le pareció algo avejentada al abrir la puerta.

– ¡Mabel, el gusto de verte! -y se dieron dos besos en cada mejilla.

– ¡Nené! ¡ay, qué angelito de Dios, ya caminando este tesoro! -besaba al niño y descubrió más allá en un corralito al hijo menor de su amiga- ¡y el chiquito qué carita!

– No… Mabel… no son nada lindos ¿no te parece que son feúchos? -habló sinceramente la madre.

– No, son ricos, tan gordos, tan ñatitos ¿qué tiempo tiene el más chico?

– El bichito tiene ocho meses, y el grandulón un año y medio pasados… pero por suerte son varoncitos ¿no?, no importa tanto que no sean lindos… -Nené se sintió pobre, no tenía para mostrar más que dos niños poco agraciados.

– Che, pero qué seguiditos son… no perdiste el tiempo ¿eh?

– Ay, vos sabés que yo tenía miedo que se te fueran los días sin poder visitarme ¿cómo van los preparativos?

– Mirá, lo que se dice enloquecida ¡y eso que ni me caso de largo ni hacemos fiesta!… Tenés muy linda la casa -la voz de Mabel se escuchaba encrespada por la hipocresía.

– ¿Te parece?

– ¿Cómo no me va a gustar?, ni bien vuelva de la luna de miel tenés que venir a verme el nidito, eso sí, muy muy chiquito el departamento mío.

– Será un chiche -replicó Nené colocando en un florero las fragantes rosas, las cuales admiró- ¿a que te olvidaste de traerme la foto de tu novio?

Ambas pensaron en el rostro perfecto de Juan Carlos y evitaron durante algunos segundos mirarse en los ojos.

– No, para qué, es un petiso mal hecho…

– Me muero por conocerlo, por algo te casarás con él, viva. Será un hombre muy interesante. Mostrame la foto del petiso… -antes de terminar la última frase Nené ya estaba arrepentida de haberla pronunciado.

– Son cómodos estos sillones ¡no, querido, las medias no me toques!

– ¡Luisito! mirá que te doy un chas-chas… quieto ahí que ahora te voy a dar una masita -y Nené se dirigió a la cocina para calentar el agua del té.

– Vos sos Luisito ¿y tu hermanito cómo se llama? -sonrió Mabel al niño buscando en su fisonomía algún parecido decisivo con el marido de Nené.

– Mabel, vení que te muestro la casa.

Al encontrarse las dos en la cocina no pudieron evitar la irrupción de los recuerdos. Tantas tardes pasadas en aquella otra cocina de Nené, mientras afuera soplaba el aire polvoriento de la pampa.

– ¿Sabés Nené una cosa? me gustaría un mate, como en los viejos tiempos… ¿cuánto tiempo hará que no tomamos un mate juntas?

– Añazos, Mabel. Más o menos de la época que salí Reina de la Primavera,… y estamos en abril del 41…

Ambas callaron.

– Nené, dicen que todo tiempo pasado fue mejor. ¿Y no es la verdad?

Callaron nuevamente. Las dos encontraron para ese interrogante una respuesta. La misma: sí, el pasado había sido mejor porque entonces ambas creían en el amor. Al silencio siguió el silencio. La luz mortecina del atardecer entraba por la claraboya y teñía las paredes de violeta. Mabel no era la dueña de casa, pero no soportando más la melancolía, sin pedir permiso encendió la lamparita que pendía del techo. E inquirió:

– ¿Sos feliz?

Nené sintió que un contrincante más astuto la había atacado de sorpresa. No sabía qué responder, iba a decir «no puedo quejarme», o «siempre hay un pero», o «sí, tengo estos dos hijitos», mas prefirió encogerse de hombros y sonreír enigmáticamente.

– Se ve que sos feliz, tenés una familia que no cualquiera…

– Sí, no puedo quejarme. Lo que yo querría es un departamento más grande para tomar una sirvienta con cama, pero para hacerla dormir en el living es más lío que otra cosa. ¿Pero vos sabés el trabajo que me dan estos chicos? Ahora que se viene el invierno y empiezan con los resfríos… -Nené prefirió callar sus otras quejas: que no conocía ningún club nocturno, que no había nunca subido a un avión, que las caricias de su marido para ella no eran… caricias.

– Pero si son tan sanitos… ¿Salís mucho?

– No, ¿adónde voy a ir con estos dos que están siempre llorando? o se hacen pis o caca. Tené hijos, vas a ver lo que es.

– Si no los tuvieras los desearías, no te quejes -adujo Mabel engañosa, pues tampoco para ella era deseable esa vida rutinaria de madre y esposa ¿pero era acaso preferible quedarse soltera en un pueblo y continuar siendo el blanco de la maledicencia?

– Y vos, contame de vos… ¿querés tener muchos chicos?

– Con Gustavo hemos hecho el trato de no tener chicos hasta que él se reciba. Le faltan pocas materias pero nunca las da, también él…

– ¿Qué era lo que estudiaba?

– Doctorado en Ciencias Económicas.

Nené pensó en cuánto más importante que un martillero público sería un doctor en ciencias económicas.

– Contame algo de Vallejos, Mabel.

– Y, noticias frescas no tengo ninguna, si hace más de un mes que estoy en Buenos Aires, con estos preparativos.

– ¿Juan Carlos sigue en Córdoba? -Nené sintió que el rubor teñía sus mejillas.

– Sí, parece que está mejor -Mabel miró la llama azul de la hornalla a gas.

– ¿Y Celina?

– Más o menos, che. Para qué hablar de eso, ya te podés imaginar. Tomó un camino malo, sabés que meterse con los viajantes es fatal. ¿No escuchás ninguna novela a la tarde?

– No, ¿hay alguna linda?

– ¡Divina! a las cinco ¿no la escuchás?

– No, nunca -Nené recordó que su amiga siempre había descubierto antes que ella cuáles eran la mejor película, la mejor actriz, el mejor galán, la mejor radionovela, ¿por qué se dejaba siempre ganar?

– Yo me perdí muchos episodios pero cuando puedo la escucho.

– Qué lástima, hoy te la perdés también -Nené deseaba hablar largamente con Mabel, rememorar ¿se animaría a sacar nuevamente el tema de Juan Carlos?

– ¿No tenés radio?

– Sí, pero son más de las cinco.

– No, que son las cinco menos diez.

– Entonces la podemos escuchar, si querés. -Nené recordó que como dueña de casa debía agasajar a la visita.

– ¡Sí, regio! ¿no te enojás? Lo mismo podemos seguir charlando.

– Sí, lo más bien ¿cómo se llama la obra?

El capitán herido, ya faltan cuatro días para terminar, y para el mes que viene anuncian La promesa olvidada. ¿Querés que te la cuente desde que empezó?

– Sí, pero después no te olvides de contarme de la Raba. ¿Cómo anda?

– Lo más bien. Bueno, te cuento cómo es el principio porque si no ya van a ser las cinco y no vas a entender nada, y después seguro que la vas a seguir escuchando.

– Pero apurate.

– Mirá, es durante la guerra del catorce, un capitán del ejército francés, un muchacho joven, de familia muy aristocrática, que por ahí por la frontera con Alemania cae herido, y cuando recobra el conocimiento en la trinchera está al lado de un soldado alemán muerto, y oye que el lugar ha caído en manos de los alemanes, entonces le saca el uniforme al muerto y se hace pasar por alemán. Y es que toda esa región de Francia ha caído en manos de los alemanes y marchan hacia una de las aldeas de por ahí, y pasan por una granja, y piden comida. El granjero es un campesino bruto y cerrado, pero la mujer es una mujer muy hermosa, que les da todo a los alemanes con tal de que sigan camino, pero por ahí lo ve a él, y lo reconoce. Resulta que ella había sido una chica de una aldea cerca del castillo en que vivía el muchacho, y cuando él recién empezaba su carrera militar y venía de descanso al castillo siempre se encontraba con ella en los bosques, que era su verdadero amor de juventud.

– ¿Pero qué clase de chica era ella? ¿era seria o era de hacer programas?

– Bueno, ella se había enamorado de él desde chica, cuando se escapaba del castillo para ir a bañarse al arroyo y juntaban flores, y de más grande seguramente ella se le entregó.

– Entonces que se embrome. Si se entregó.

– No, en el fondo él la quiere de veras, pero como es una aldeana, él se ha dejado llevar por la familia que quiere hacer un casamiento de conveniencia con otra noble. Pero Nené ¿no íbamos a tomar mate?

– Ay, con la charla me olvidé, ahora ya está listo el té ¿querés mate? ¿Y él a la noble la quiere o no?

– Y… es una chica jovencita que también está enamoradísima de él, y de tipo muy fino, a él le tiene que gustar. Tomamos el té, dejá…

– Pero de verdad puede querer a una sola.

Mabel prefirió no responder. Nené encendió la radio, Mabel la observó y ya no a través del velo de su sombrero sino a través del velo de las apariencias logró ver el corazón de Nené. No cabía duda: si ésta creía imposible amar a más de un hombre era porque al marido no había logrado amarlo, pues a Juan Carlos sí lo había amado.

– Y él vuelve con ella por la conveniencia.

– No, él la quiere a su modo, pero de veras, Nené.

– ¿Cómo a su modo?

– Sí, pero para él primero está la patria, es un capitán muy condecorado. Y después vino una parte en que el cuñado de ella, un traidor ¿me entendés? el hermano del marido bruto, que es un espía de los alemanes, viene a la granja y descubre al muchacho escondido en el granero que se ve obligado a matar al espía y lo entierra a la noche en la huerta, y el ¡perro no ladra porque la chica le ha enseñado a quererlo al prisionero.

«-LR7 de Buenos Aires, su emisora amiga… presenta… el Radioteatro de la Tarde…»

– Mientras sirvo el té… que los chicos tienen hambre.

– Sí, pero tenés que escuchar, dejame que la pongo más fuerte.

Una melodía ejecutada en violín desgranó sus primeras notas. Enseguida el volumen de la música decreció y dio paso a una modulada voz de narrador: «Aquella fría madrugada de invierno Pierre divisó desde su escondite en lo alto del granero, el fuego cruzado de los primeros disparos. Ambos ejércitos se enfrentaban a pocos kilómetros de la granja. Si tan sólo pudiera acudir en ayuda de los suyos, pensó. Inesperadamente se oyeron ruidos en el granero, Pierre permaneció inmóvil en su cubil de heno.

»-Pierre, soy yo, no temas…

»-Marie… tan temprano.

»-Pierre, no temas…

»-Mi único temor es el de estar soñando, despertar y no verte más… allí… recortada en el marco de esa puerta, detrás tuyo el aire rosado del alba…»

– Mabel, no me digas que hay algo más hermoso que estar enamorada.

– ¡Chst!

«-Pierre… ¿tienes frío? La campiña está cubierta de un rocío glacial, pero podemos hablar con calma, él ha ido al pueblo.

»-¿Por qué tan temprano? ¿acaso no va siempre a mediodía?

»-Es que teme no poder ir más tarde, si la batalla se extiende. Por eso he venido a cambiarte la venda ahora.

»-Marie, déjame mirarte… Tienes los ojos extraños ¿acaso has estado llorando?

»-Qué cosas dices, Pierre. No tengo tiempo para llorar.

»-¿Y si lo tuvieras?

»-Si lo tuviera… lloraría en silencio.

»-Como lo acabas de hacer hoy.

»-Pierre, déjame cambiarte la venda, así, eso es, que pueda quitarte el lienzo embebido en hierbas, veremos si esta burda medicina de campaña te ha hecho bien.

»Marie procedió a quitar la venda que envolvía el pecho de su amado. Así como en los campos de Francia se libraba una batalla, también en el corazón de Marie pugnaban dos fuerzas contrarias: ante todo quería encontrar la herida cicatrizada, como feliz conclusión de sus cuidados, aunque desconfiaba del poder curativo de esas pobres hierbas campestres; mas si la herida estaba curada… Pierre abandonaría el lugar, se alejaría y tal vez para siempre.

»-Cuántas vueltas a tu pecho ha dado este vendaje ¿sientes dolor mientras te lo quito?

»-No, Marie, tú no puedes hacerme daño, eres demasiado dulce para ello.

»-¡Qué tonterías dices! Todavía recuerdo tus chillidos el día que te lavé la herida.

»-Marie… de tus labios en cambio nunca he oído quejas. Dime ¿qué sentirías si yo muriese en la batalla?

»-Pierre, no hables así, mis manos tiemblan y te puedo dañar… Tan sólo me resta quitarte el lienzo embebido en hierbas. No te muevas.

»Y ante los ojos de Marie estaba, sin vendas, la decisión del Destino.»

Tras una cadenciosa y moderna cortina musical se oyó un anuncio comercial, correspondiente a cremas dentífricas de higiénica y duradera acción.

– ¿Te gusta, Nené?

– Sí, la novela es linda, pero ella no trabaja del todo bien. -Nené temió elogiar la labor de la intérprete, recordaba que a Mabel no le gustaban las actrices argentinas.

– Pero si es buenísima, a mí me gusta -replicó Mabel recordando que Nené nunca había sabido juzgar sobre cine, teatro y radio.

– ¿Ella se le entregó a él por primera vez en el granero o ya antes cuando era soltera?

– ¡Nené, antes! ¿no ves que es un amor de muchos años?

– Claro, ella no puede hacerse ilusiones con él porque ya se le entregó, porque yo pensé que si no se le había entregado antes cuando eran jovencitos, y en el granero él estaba herido y no podía suceder nada, entonces él volvería a ella con más ganas.

– Eso no tiene nada que ver, si la quiere la quiere…

– ¿Vos estás segura? ¿Cómo tendría que hacer ella para que él volviese a buscarla después de la guerra?

– Eso depende del hombre, si es un caballero de palabra o no… Callate que ya empieza.

«Ante sus ojos estaba, sin vendas, escrito su destino. Marie vio con alegría, con estupor, con pena… que la herida había cicatrizado. El ungüento había surtido efecto, y la robusta naturaleza de Pierre había hecho el resto. Pero si Marie lo decidía… esa cicatriz podía volver a abrirse, tan sólo le bastaba hundir levemente sus uñas en la piel nueva y tierna, todavía transparente, que unía ambas márgenes de la profunda herida.

»-Marie, dime, ¿estoy curado?… ¿por qué no respondes?

»-Pierre…

»-Sí, dímelo ya ¿puedo ir a unirme a mis tropas?

»-Pierre… puedes partir, la herida se ha cerrado.

»-¡Partiré! he de luchar con los míos, después regresaré y si es preciso lucharé cuerpo a cuerpo con él… para libertarte.

»-No, eso nunca, él es brutal, una fiera vil, capaz de atacar por la espalda.»

– Mabel ¿por qué se casó ella con ese marido tan malo?

– No sé, yo perdí muchos capítulos, será que no quería quedarse soltera y sola.

– ¿Era una chica huérfana?

– Aunque tuviera los padres, ella querría formar su hogar ¿no? y dejame escuchar.

«-¿Cómo puedes estar tan seguro de que has de volver?»

Tras una cadenciosa y moderna cortina melódica se oyó el anuncio comercial, correspondiente a un jabón de tocador fabricado por la misma firma anunciadora de la crema dentífrica ya elogiada.

– Te mato, Nené, no me dejaste entender, no… te digo en broma ¡yo me como este cañoncito de crema! me voy a poner como un barril.

– ¿Y la Raba? ¿cómo anda?

– Lo más bien, no quiso volver a trabajar a casa, a mí ni me miró más, después de todo lo que hice por ella…

– ¿Y de qué vive?

– Lava para afuera, en el rancho de ella, con la tía. Y al vecino se le murió la mujer, que es un quintero con terreno propio, y ellas le cocinan y le cuidan los hijos, se defienden. Pero es una desagradecida la Raba, esa gente más hacés por ellos peor es…

El relator describió a continuación el estado de las tropas francesas. Estaban sitiadas, poco a poco se debilitarían. Si Pierre llegaba a ellas no haría más que engrosar el número de muertos. Pero el astuto capitán concibió una maniobra extremadamente osada: vestiría el uniforme del enemigo y sembraría la confusión entre las líneas alemanas. Marie entretanto se enfrentaba con su marido.

– ¿Vos serías capaz de un sacrificio así, Mabel?

– No sé, yo creo que le hubiese abierto la herida, así él no volvía a pelear.

– Claro que si él se daba cuenta la empezaba a odiar para siempre. Hay veces que una está entre la espada y la pared ¿no?

– Mirá, Nené, yo creo que todo está escrito, soy fatalista, te podés romper la cabeza pensando y planeando cosas y después todo te sale al revés.

– ¿Te parece? Yo creo que una tiene que jugarse el todo por el todo, aunque sea una vez en la vida. Me arrepentiré siempre de no haber sabido jugarme.

– ¿Qué, Nené? ¿de casarte con un enfermo?

– ¿Por qué decís eso? ¿por qué sacas ese tema si yo estaba hablando de otra cosa?

– No te enojes, Nené ¿pero quién iba a pensar que Juan Carlos terminaría así?

– ¿Ahora se cuida más?

– Estás loca. Se pasa la vida buscando mujeres. Lo que yo no me explico es cómo ellas no tienen miedo de contagiarse.

– Y… algunas no sabrán. Como Juan Carlos es tan lindo…

– Porque son todas unas viciosas.

– ¿Qué querés decir?

– Vos tendrías que saber.

– ¿Qué cosa? -Nené presintió que un abismo pronto se abriría a pocos pasos de allí, el vértigo la hizo tambalear.

– Nada, se ve que vos…

– Ay, Mabel ¿qué querés decir?

– Vos no tuviste con Juan Carlos… bueno, lo que sabés.

– Sos terrible, Mabel, me vas a hacer poner colorada, claro que no hubo nada. Pero que yo lo quería no te lo niego, como novio quiero decir.

– Che, no te pongas así, qué nerviosa sos.

– Pero vos me querías decir algo. -El vértigo la dominaba, quería saber qué había en lo hondo de aquellas profundidades abismales.

– Y, que las mujeres parece que cuando tienen algo con Juan Carlos ya no lo quieren dejar más.

– Es que él es muy buen mozo, Mabel. Y muy comprador.

– Ay, vos no querés entender.

«-Si las tropas francesas avanzan, conviene que nos vayamos de aquí, mujer. Y más rápido con esos atados de heno y esas hormas de quesillo. Cada día estás más torpe, y hasta tiemblas de miedo, ¡tonta de capirote!

»-¿Hacia dónde iremos?

»-A casa de mi hermano, no comprendo por qué no ha vuelto por aquí.

»-No, a casa de él, no.

»-No me contradigas, o te descargaré esta mano sobre el rostro, que ya sabes cuán pesada es.»

– ¿Pero ésta se deja pegar? ¡qué estúpida!

– Y… Mabel, lo hará por los hijos ¿tiene hijos?

– Creo que sí. Yo lo mato al que se anime a pegarme.

– Qué porquería son los hombres, Mabel…

– No todos, querida.

– Los hombres que pegan, quiero decir.

El relator se despidió de los oyentes hasta el día siguiente, después de interrumpir la escena llena de violentas amenazas entre Marie y su esposo. Siguió la cortina musical y por último otro elogio conjunto a la pasta dentífrica y al jabón ya aludidos.

– Pero, che Mabel ¿qué es lo que yo no quiero entender que vos decís de Juan Carlos? -Nené seguía jugando con su propia destrucción.

– Que las mujeres no lo querían dejar… por las cosas que pasan en la cama.

– Pero, Mabel, yo no estoy de acuerdo. Las mujeres se enamoran de él porque es muy buen mozo. Eso de la cama, como decís vos, no. Porque hablando la verdad, una vez que se apaga la luz no se ve si el marido es lindo o no, son todos iguales.

– ¿Todos iguales? Nené, vos no sabés entonces que no hay dos iguales -Nené pensó en el Dr. Aschero y en su marido, no pudo establecer comparaciones, los momentos de lujuria con el odiado médico habían sido fugaces y minados por las incomodidades.

– Mabel, vos qué sabés, una chica soltera…

– Ay, Nené, todas mis compañeras de cuando pupila ya están casadas, y con ellas m’hijita tenemos confianza total y me cuentan todo.

– Pero vos qué sabés de Juan Carlos, no sabés nada.

– Nené ¿vos no sabés la fama que tenía Juan Carlos?

– ¿Qué fama?

Mabel hizo un movimiento soez con sus manos indicando una distancia horizontal de aproximadamente treinta centímetros.

– ¡Mabel! me hacés poner colorada de veras -y Nené sintió todos sus temores violentamente confirmados. Temores que abrigaba desde su noche de bodas, ¡hubiese pagado por olvidar el ruin ademán que acababa de ver!

– Y eso parece que tiene mucha importancia, Nené, para que una mujer sea feliz.

– A mí me dijo mi marido que no.

– A lo mejor te hizo el cuento… Sonsa, te estoy cachando, no es eso lo que me contaron de Juan Carlos, eso te lo dije para cacharte no más. Lo que me contaron fue otra cosa.

– ¿Qué cosa?

– Perdoname Nené, pero cuando me lo contaron juré que nunca, pero nunca, lo iba a decir a nadie. Así que no te puedo contar, perdoname.

– Mabel, eso está muy mal. Ya que empezaste terminá.

Mabel miraba en otra dirección.

– Perdoname, pero cuando hago un juramento lo respeto.

Mabel dividía en dos una masa con el tenedor, Nené vio que el tenedor era un tridente, de la frente de Mabel crecían los dos cuernos del diablo y debajo de la mesa la cola sinuosa se enroscaba a una pata de la silla. Nené hizo un esfuerzo y sorbió un trago de té: la visión literalmente diabólica se desvaneció y la dueña de casa concibió repentinamente una forma de devolver en parte a su amiga los golpes asestados durante la reunión y, mirándola fijo en los ojos, sorpresivamente preguntó:

– Mabel ¿estás realmente enamorada de tu novio?

Mabel titubeó, los breves segundos que tardó en replicar traicionaron su juego, la comedia de la felicidad estaba terminada. Nené con profunda satisfacción comprobó que se hablaban de farsante a farsante.

– Nené… qué preguntita…

– Ya sé que lo querés, pero de tonta una a veces pregunta cosas.

– Claro que lo quiero -mas no era así. Mabel pensó que con el tiempo tal vez aprendería a quererlo ¿pero y si las caricias de su novio no lograban hacerle olvidar las caricias de otros hombres? ¿cómo serían las caricias de su novio? para eso debía esperar hasta la noche de bodas, porque conocerlas antes implicaba demasiados riesgos. Los hombres…

– Vos Nené ¿lo querés más ahora a tu marido que cuando eran novios?

El té, sin azúcar. Las masas, con crema. Nené dijo que gustaba de los boleros y de los cantantes centroamericanos que estaban introduciéndolos. Mabel hizo oír su aprobación. Nené agregó que la entusiasmaban, le parecían letras escritas para todas las mujeres y a la vez para cada una de ellas en particular. Mabel afirmó que eso sucedía porque los boleros decían muchas verdades.

A las siete de la tarde Mabel debió partir. Sintió irse sin ver al marido de su amiga -retenido en la oficina por negocios- y por lo tanto sin apreciar cuánto lo habían desfigurado los muchos kilos adquiridos. Nené inspeccionó el mantel de la mesa, tan difícil de lavar y planchar, y lo halló limpio, sin mancha alguna. Después examinó los sillones de raso, tampoco se habían manchado, y procedió inmediatamente a colocarles sus respectivas fundas.

Mabel salió a la calle, ya había caído la noche. Como lo había planeado aprovecharía ese rato libre antes de cenar para ver las vidrieras de un importante bazar situado en el barrio de Nené, y comparar precios. Mabel reflexionó, siempre había sido tan organizada, nunca había perdido el tiempo ¿y acaso qué había logrado con tanto cálculo y tanta precisión? Tal vez habría sido mejor dejarse llevar por un impulso, tal vez cualquier hombre que se le cruzaba por esa calle podría brindarle más felicidad que su dudoso novio. ¿Y si tomaba un tren con rumbo a Córdoba? en las sierras estaba quien la amó una vez, haciéndola vibrar cual ninguno. En esa calle de Buenos Aires los árboles crecían inclinados, tanto por el día como por la noche. Qué inútil humillación, era de noche, no había sol ¿por qué inclinarse? ¿habían olvidado esos árboles toda dignidad y amor propio?

Nené por su parte terminó de colocar las fundas a los sillones y levantó la mesa. Al doblar el mantel descubrió que una chispa del cigarrillo de Mabel, la única fumadora, había agujereado la tela.

– ¡Qué descuidada y egoísta! -musitó para sí Nené, y hubiese querido revolcarse, proferir un alarido desgarrador, pero delante de sus dos niños sólo pudo llevarse las manos a los oídos para acallar la voz obsesionante de Mabel Sáenz: «…y eso parece que tiene mucha importancia, Nené ¿vos no sabías la fama que tenía Juan Carlos?…sonsa, te estoy cachando. Lo que me contaron fue otra cosa… pero cuando me lo contaron juré… juré… juré que nunca nunca se lo iba a decir a nadie. Y eso otro te lo dije para cacharte nomás, Nené. LO QUE ME CONTARON FUE OTRA COSA».

Árboles que se inclinan por el día y por la noche, preciosos lienzos bordados que una pequeña chispa de cigarrillo logra destruir, campesinas que se enamoran un día en bosques de Francia y se enamoran de quien no deben. Destinos…

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