Capítulo 12

– Te equivocas, Jane -dijo Joe tajante-. Le estás siguiendo el juego.

– No, se lo estaría siguiendo si ocultara el anillo. -Ella le miró-. Y tú lo sabes. Sólo que no quieres que corra riesgos. Ahora tenemos una oportunidad. Y si yo fuera otra persona, aceptarías. -Jane levantó la mano-. ¿De verdad crees que quiero llevarlo? Me da náuseas. Pero es lo que debo hacer. -Le puso el paquete de fotos encima de la mesa de centro. Hay suficientes fotos como para empezar a buscar al vendedor. Trevor dice que puede que lo comprara en Italia hace algunos años.

– Ya lo veremos -dijo con los labios apretados-. Que nosotros sepamos no le ha regalado ninguna joya a las otras víctimas. Si hace tanto tiempo que la lleva encima es porque verdaderamente te considera especial.

Jane hizo una mueca de preocupación.

– Si soy especial es porque no soy una víctima y no lo seré.

– Eso esperamos -dijo Eve.

– Piensa en positivo. -Jane se fue a su dormitorio-. Me voy a la cama. Si me quedo aquí, intentaréis persuadirme para que no lo lleve y no voy a dejar que eso suceda. Sólo empeoraría las cosas. Buenas noches, Joe.

– Huir no va a evitar que… -Murmuró un taco mientras Jane entraba en su dormitorio y cerraba la puerta con suavidad y decisión al mismo tiempo-. Has de convencerla Eve. Ella te escucha.

– Ya lo he intentado -dijo Eve en voz baja-. Ahora ya no me escucha. Piensa que tiene razón y que yo estoy equivocada.

– No es más que una niña, maldita sea.

– ¿De verdad? Creo que ya hablamos de esto hace algunas semanas y tú me decías que en realidad Jane nunca había sido una niña y que estaba bien que fuera así.

– Eso fue antes de que Aldo apareciera en escena. Ahora no está bien que sea así.

– Demasiado tarde. -La tenue sonrisa de Eve era triste-. Puede que antes de que todo esto sucediera hubiéramos tenido la oportunidad de hacer que su vida fuera más como la de una adolescente normal, pero ahora ya no. Ella ha cambiado.

– Sólo se ha vuelto más obstinada.

Eve movió la cabeza negativamente.

– Se ha formado. La he estado observando. Me recuerda a una de mis reconstrucciones. Cuando trabajo sé que todo está bajo mis dedos, pero no está listo para salir a la luz. Luego, de repente, todas las piezas encajan.

Joe la miraba frunciendo el entrecejo y Eve volvió a hablar.

– Es como poner una pieza de cerámica en un horno. Cuando entra, todavía es suave y maleable, pero cuando sale, todo se ha quemado y endurecido y así es como será para siempre. Eso es lo que ha hecho Aldo con ella. -Apretó los labios-. ¡Qué arda en el infierno!

– Y yo lo secundo. -Joe miró las fotos-. Puede que no esté lo bastante cerca como para ver que ella va alardeando de esa cosa.

Eve levantó las cejas.

– Vale, eso son esperanzas. -Cogió las fotos-. Las enviaré por fax a comisaría y les diré que le sigan la pista a ese paquete de Mail Boxes Unlimited de Carmel.

– Ella tiene razón, ¿no es cierto? Por mucho que nos duela hay que reconocer que es una oportunidad.


La luz de la lámpara hacía que la pálida vesubianita verde brillara y resplandeciera como el frío filo de un cuchillo. A Aldo le gustan los cuchillos, pensó Jane.

«No lo mires, ni pienses en lo que hizo con esos cuchillos».

Apagó la luz y metió la mano debajo de las mantas. Pero no sirvió de mucho. Seguía viéndolo en su mente ardiendo y reluciendo.

Entonces acéptalo. Había tomado esa decisión y tenía que afrontarla. Sacó la mano de debajo de las mantas y la dejó reposar fuera. Aldo había tenido ese anillo en sus manos. Lo había tocado, había mirado la resplandeciente piedra y había pensado cómo la trastocaría al enviárselo. Casi podía verle sonriendo y acariciándolo.

Bueno, ahora es mío. Y no dejaré que sea nada para mí que yo no quiera que sea. Así que, ¡jódete, Aldo!

Cerró los ojos y se propuso dormir. No iba a soñar con Cira, ni tampoco con Aldo. Desconecta, descansa, recobra fuerzas y determinación.

No, no duermas. Piensa.

Debía revisar todo lo que sabía de Aldo e idear una forma de atraerle. Estaba harta de esconderse y hacerle pensar que podían aterrorizarla. La situación tenía que cambiar. Tenía que mover ficha…

Lo siento, Eve…


A la mañana siguiente Bartlett estaba frente a la cabaña, como de costumbre. Sonrió gentilmente cuando Jane se dirigió hacia él.

– Buenos días. He oído que ayer noche hubo algún problema con el correo.

– Un poco. ¿Dónde está Trevor?

– Con Matt Singer revisando la seguridad. Pronto estará aquí. Puedes llamarle al móvil si es urgente.

Jane movió la cabeza.

– Quiero hablarle en persona.

– Ya veo. Bueno, estaré encantado de estar en su compañía mientras le espera. -Su mirada se dirigió a su mano y su sonrisa desapareció-. Trevor tiene razón. No debería llevar eso.

– Trevor no hizo nada por evitarlo.

– Lo sé. Dijo que era cosa suya. No me sorprendió, aunque sí me decepcionó.

– ¿Por qué?

– Me gusta. Pero me gustaría más si admitiera que no es tan duro como pretende.

– No creo que finja tanto.

– Eso es porque es muy bueno fingiendo.

– ¿Cómo cuando fingió ser de Scotland Yard investigando la muerte de su esposa? Es evidente que no le engañó.

Sonrió.

– Casi. Pero supe que no era un policía cuando le seguí al Claridge. Los policías no suelen tener suficiente dinero como para alojarse en lugares de lujo.

– Pero los contrabandistas y estafadores sí.

– Exactamente. Y cuando me familiaricé con Trevor me di cuenta de que mi mejor oportunidad para atrapar al asesino de Ellen era él. Tenía dedicación. La dedicación es importante -añadió con un tono de gravedad.

– También lo es la sinceridad. ¿Cuántas veces te ha mentido?

– Sólo una. Es sincero a su manera.

Jane movió la cabeza con incredulidad.

– No entiendo qué tipo de sinceridad es ésta. Se es sincero o no se es.

– ¿Blanco o negro? Mucho me temo que Trevor se encuentra en la zona gris. Pero, eso es mejor que negro, ¿verdad? Un hombre con esas dotes sería un villano temible. Debe ser una gran tentación para él.

– Me dijo que le gustaba mucho el dinero.

Bartlett asintió con la cabeza.

– Eso dice.

– ¿No le crees?

– ¡Oh!, sí creo que le gusta. De pequeño se educó en la pobreza y tuvo que luchar a su manera. Pero hay formas más sencillas de conseguir dinero cuando se es tan brillante como Trevor. No tiene necesidad de andar por una cuerda floja. Creo que ya lo probó cuando era pequeño y con los años se ha convertido en una adicción.

– ¿Ésa es la razón por la que persigue a Aldo? ¿No por el oro, sino por la emoción de la cacería?

– No, creo que se trata de algo más personal. ¿Te ha contado que Pietro Tatligno había sido mercenario con él en Colombia?

Jane abrió los ojos como platos.

– No, sólo me dijo que era un experto en antigüedades.

– Y muy brillante, pero hizo de las suyas cuando era más joven antes de dejar la vida militar y luego retomó los estudios. Era evidente que Trevor y él se habían hecho muy buenos amigos y fue Trevor quien se lo presentó a Guido Manza.

– ¿Estás insinuando que va detrás de Aldo porque se siente culpable?

– Trevor lo negaría. Según él el sentido de culpa no es productivo. -Sonrió-. Puede que incluso te diga que quiere atrapar a Aldo porque le traicionó.

– Me dijo que Pietro no merecía morir.

– Ah, quizás esté empezando a admitir la verdad.

Sacudió la cabeza cuando volvió a mirar su anillo.

– Es muy bonito, ¿verdad? Es terrible utilizar la belleza para asustar.

– Sólo te asusta si lo permites. No es más que un anillo.

– Y ella no lo va a permitir -dijo Trevor desde atrás-. Ya veo que Quinn no ha podido convencerte para que te lo saques.

– No. -Se giró y vio cómo se acercaba. Se le veía rígido, inquieto y Jane volvió a ser consciente de esa energía apenas contenida que exudaba en cada momento-. Es mi anillo. Mi decisión.

– Es cierto. -Se detuvo delante de ella-. Pero dado que no soy tan ético como Quinn, puede que intente manipular las circunstancias para que tu decisión sea la mía.

– Joe es sincero, pero tampoco está por encima de esta forma de actuar. Así que puede que os parezcáis más de lo que piensas.

Hizo una mueca.

– No le digas esto a él. No se sentiría halagado. Él es una persona recta y yo soy todo menos eso. Yo prefiero los caminos por los que nadie ha caminado y la mayoría son más retorcidos que la espalda de una serpiente.

Jane asintió con la cabeza.

– Retorcidos. Por eso he venido a hablar contigo.

– Le he dicho que podía llamarte y que tú vendrías enseguida -dijo Bartlett.

– En cualquier momento. -La miró fijamente a los ojos-. A cualquier parte.

Se sintió… rara. Sin respiración. Enseguida apartó la mirada.

– Eso es fácil de decir. Seguro que no estabas a más de dos kilómetros de distancia en la carretera.

Trevor sonrió.

– Pero no me llamaste. ¿Porque has preferido interrogar a mi amigo, Bartlett, sobre mí?

– Estoy emocionado -dijo Bartlett-. ¿Sabes que es la primera vez que admites que soy tu amigo? ¡Qué alentador!

Trevor movió la cabeza con resignación.

– ¿Sabes que realmente siente lo que dice? No puede negarlo. -Tomó del brazo a Jane-. Vamos, tengo que salir de su sombra. Toda esa dulzura y brillo me hacen sentirme mal cuando me comparo con él.

– No debería -dijo Bartlett mientras se alejaban-. He hecho todo lo posible para dejarte en buen lugar. Ha sido bastante difícil.

– No lo pongo en duda. -Trevor bajó la mirada hacia Jane mientras caminaban-. ¿Te has reído delante de él?

– No, nunca heriría sus sentimientos.

– ¡Dios nos libre! ¿Te vas a poner a la cola para ser la esposa número cuatro?

– No he venido aquí para hablar de Bartlett. -Se detuvo y le miró-. Y tú lo sabes. Así que, ¿por qué intentas evitar que diga lo que tengo que decir?

– Quizá me esté divirtiendo. Desde que te he conocido todo ha sido tensión, estar a la defensiva y sospechas. Me gusta verte así.

– ¿Así, cómo?

– Pues, tierna. No me atribuyo el mérito por ningún cambio de actitud, pero siempre me he aprovechado de cualquier oportunidad que se me ha dado.

– No estoy siendo tierna. No pretendo serlo.

– La mayoría de las personas tienen un aspecto tierno. Tú se lo muestras a Eve a Joe y a Toby -dijo arrugando la nariz- y a Bartlett.

– Eso es distinto.

– Y eso es lo que estoy diciendo. Es refrescante. -Trevor levantó la mano en cuanto Jane empezó a hablar-. Vale, ya veo que te estás impacientando. Dispara cuando quieras.

– Has dicho que Aldo era un genio de la informática. ¿Cuándo os codeabais en Herculano qué descubriste de sus hábitos de navegar por Internet?

– ¿De navegar por Internet?

– ¿Qué si no?

– En primer lugar no nos codeábamos. En segundo lugar, ¿por qué caray quieres saberlo?

– No estoy segura. Me ronda algo por la cabeza pero todavía no está claro. Ya me imagino que no erais amigos del alma, pero los dos erais unos cracks de la informática. Teníais eso en común y los dos estabais aislados en el túnel. Os debisteis haber comunicado en algún nivel.

Jane se encogió de hombros.

– Todos tenemos una web site favorita que visitamos casi cada día. Yo la tengo.

– Yo también. -Trevor frunció el entrecejo-. ¿Quieres saber las web site favoritas de Aldo?

– ¿Las conoces?

– Probablemente. Como has dicho, teníamos eso en común y yo admiraba su pericia. No compartíamos información, pero a veces le observaba.

– ¿Puedes recordarlo?

– Ha pasado mucho tiempo.

– ¿Puedes recordarlo?

Asintió lentamente con la cabeza.

– Todo ese período está bastante grabado en mi memoria. ¿Qué quieres de mí?

– Quiero una lista de todas sus web site favoritas.

– Puede que no las recuerde todas, Jane.

– Bueno, de todo lo que puedas recordar. De cualquier cosa.

– ¿Para qué?

– Es un punto de partida. No sé adonde podemos llegar. Anoche estaba en la cama pensando en alguna forma de llegar hasta Aldo antes de que él llegue hasta mí. Pero no sé nada de él. En realidad no. -Jane hizo un gesto de impotencia con la mano-. Tenemos tan poco… él está loco. Cree que soy la reencarnación de Cira y le gustan los ordenadores. He elegido lo más concreto que se me ha ocurrido para empezar a trabajar.

– ¿Y cómo quieres utilizar esa información cuando haya estrujado mi memoria?

– Ya te lo he dicho. Todavía no estoy segura.

Trevor estudió su expresión.

– Puede que no estés segura, pero tienes una idea de adonde quieres ir a parar con todo esto. Podría callarme y obligarte a compartir tus ideas.

– Y a mí me molestaría esa imposición y necesitarías un montón de tiempo para conseguir que cooperara contigo en un futuro inmediato.

– Eso es cierto -respondió sonriendo-. Sólo estaba faroleando un poco. No me gusta que me dejen en la sombra, pero seré paciente. Sé que seré el primero en enterarme en cuanto tengas las cosas claras.

– ¿Por qué?

– Porque sabes que te ayudaré. No discutiré. No impediré que te arriesgues. Si tienes una oportunidad de atraparle, dejaré que corras el riesgo. -Se calló-. Aunque eso suponga alejarte de Eve y de Quinn y de la manta de protección que te envuelve.

Se dio cuenta de que la había decepcionado. ¿Por qué? Era justo lo que esperaba, lo que necesitaba de él.

– Bien. ¿Cuándo tendrás la lista?

– Esta noche. ¿Es lo suficientemente rápido?

– Tendrá que serlo. -Se dio la vuelta-. De todos modos esta tarde voy a estar ocupada.

Trevor se inquietó.

– ¿Haciendo qué?

– Voy a ir al centro comercial a tomarme una pizza en CiCi's.

– ¿Qué demonios? ¿Y crees que Quinn te lo permitirá?

– No sin discutir. Pero al final me dejará ir. No querrá perder esa oportunidad de atraer a Aldo. Le diré a Eve que venga conmigo y Toe asignará a alguien de Singer para que nos siga.

– Supongo que no tengo que adivinar por qué has de ir de compras cuando Domino's puede traértelas a casa.

– Pensará que un centro comercial lleno de gente es más seguro y un restaurante es un buen lugar para poder lucir su pequeño regalo -Levantó la mano para que la luz solar hiciera brillar la gema-. Tiene que verme. He de incitarle. He de enfurecerle y hacer que se sienta inseguro. Ha matado a doce mujeres, al menos que sepamos, y nunca le han atrapado. Eso ha de darle seguridad, incluso se ha de sentir como un dios. Probablemente piense que lo único que ha de hacer es esperar una oportunidad y podrá borrar a la número trece de la lista. -Jane sonrió sin alegría-. Pero nosotros nos aseguraremos de que el trece sea su número de la mala suerte. Le haremos perder el equilibrio y le sacaremos la alfombra de debajo de los pies hasta que se quede al descubierto.

– ¿Y crees que lucir ese anillo va a ayudar?

– Es un punto de partida. Si no sale a la luz, al menos me aseguraré de que se irrite.

– Estoy seguro de que lo harás. -Se calló un momento-. Me encantaría verte en acción. Puede que tenga que seguirte y observar.

Jane movió la cabeza negativamente.

– Tienes trabajo que hacer aquí. Y no quiero que vea que estoy bajo vigilancia. Será mucho más eficaz si piensa que sólo voy con Eve, así le demostraré lo poco que me importa.

– Él no me verá.

– Pensé que ibas a dejarme correr mis propios riesgos.

Trevor se encogió de hombros.

– No es tan fácil como pensaba. Lo estoy intentando.

– Sigue haciéndolo. -Jane se fue a la cabaña-. Quédate aquí.


Estaba sonrosada, radiante, hermosa. Y triunfal. Aldo intentó contener la ira que le abrasaba todo el cuerpo mientras la observaba riendo con Eve Duncan cruzando el aparcamiento en dirección al restaurante. Ahora esa zorra estaba haciendo gestos, cada movimiento hacía brillar el anillo.

En el centro comercial había sido igual. Estaba resplandeciente; cada rasgo de su rostro estaba animado y tan vivo que era como una bofetada.

Le estaba provocando no sólo con su regalo sino con su mera presencia.

No tenía miedo. El anillo no le había impresionado; la amenaza implícita sólo la había hecho reír.

Podía sentir cómo se desataba la rabia en su interior. ¿Cómo se atrevía? ¿No se daba cuenta de que le había llegado la hora y de que él era la espada que iba a atravesar su oscuro corazón?

Calma. Ya aprendería. Cada cosa sería vengada a su debido tiempo. Él borraría esa sonrisa de su rostro.

¡Zorra!

Pero no podía soportar que ella hubiera sido tan sarcástica con él y le hubiera tratado como si no tuviera importancia. No podía estar ahí sentado y dejarla actuar así. Tenía que demostrárselo. Tenía que hacerle ver con quién estaba tratando.


– ¿Satisfecha? -le preguntó Eve a Jane en tono bajo mientras conducía hacia la cabaña del lago-. Parece como si te hubiera arrollado un camión.

– Así me siento. -Jane se reclinó en el asiento y cerró los ojos-. Nunca hubiera imaginado que estar tan eufórica pudiera ser tan agotador. Estoy exhausta.

– Yo también -dijo Eve tajante-. Pero estoy harta de mirar discretamente por encima de mi hombro.

– Muy discretamente. -Jane abrió los ojos y sonrió-. Gracias por hacerlo. No me habría servido de nada hacer alarde de lo poco que me afecta Aldo si a ti se te hubiera visto preocupada.

– Lo sé. -Aparcó delante de la cabaña-. Y no iba a someterme a todo este estrés para nada. -Se giró y miró a Jane-. ¿Ha sido para nada? ¿Crees que nos estaba observando?

«¡Señor!, espero que estuviera allí», pensó Jane agotada.

– No lo sé. En algunas ocasiones he notado como si… Quizá. Valía la pena intentarlo.

– Una vez -dijo Eve-. Joe y yo te hemos apoyado esta vez pero tendrás que entablar una batalla si decides hacer esto todos los días.

Jane asintió con la cabeza mientras bajaba del coche.

– Desde luego que no va a ser todos los días.

– Eso no es comprometerse mucho -dijo Eve-. Lo que quiero decir es que no sé… -Se calló-. De acuerdo, seamos razonables con esto. Si sigues así, crearás un patrón de conducta y lo último que necesitas es ser predecible. Eso sería fatal.

Jane sonrió.

– Estoy de acuerdo. No seremos predecibles.

Eve se relajó.

– Me alegro de que lo hayas dicho en plural. Te estás volviendo un poco demasiado independiente para Joe y para mí. Nos asustas.

Jane movió la cabeza.

– He recurrido a vosotros y os he pedido que vinierais conmigo, ¿no es así? No quiero ser independiente si eso implica excluiros. Ya estuve mucho tiempo sola cuando era pequeña. Eso duele.

Eve se rió entre dientes.

– Sí, ya lo creo.

Cogió a Jane del brazo y subieron juntas los peldaños.

– Ya que lo has expuesto de manera tan delicada, yo te diría que eso duele un montón. -Echó un vistazo al lago-. Bonito atardecer. Nunca me canso de verlos. Tranquilizan el espíritu.

Jane movió la cabeza.

– A mí no me pasa lo mismo. Yo necesito mucho más que un atardecer. Pero tú lo haces muy bien.

– ¿De veras? -Eve la miró con incredulidad-. Nunca me habías dicho que necesitaras que alguien te tranquilizara.

– Porque siempre has estado conmigo. No tenías que hacer nada. -Abrió la puerta mosquitera-. ¿Quieres que te ayude a preparar la cena?

Eve le dijo que no con la cabeza.

– Prepararé una ensalada y unos sandwiches cuando venga Joe.

– Entonces, cogeré el ordenador y me sentaré en el porche a hacer los deberes. -Se fue por el pasillo hacia su dormitorio-. No hace falta que me prepares nada. No tengo hambre después de haberme comido la pizza. No he comido mucha, pero me ha llenado igual…


Acababa de encender el ordenador cuando sonó su móvil.

– Puta. Zorra. Pavoneándote y meneándote como la puta que eres. ¿Estás orgullosa de ti? ¿Crees que has demostrado algo poniéndote ese anillo? No significaba nada para mí.

Se quedó helada.

Aldo. Sus palabras vomitaban rabia, violencia y maldad.

No te desmorones. Debería haber pensado que él averiguaría su número de móvil. Que no se dé cuenta de que estás sorprendida y de que tienes miedo.

– Tampoco ha significado nada para mí. Sólo una baratija. ¿Por qué no me lo iba a poner? Siento que estés tan decepcionado.

– Es de tu montaña, de la que te mató. ¿No te trae ningún recuerdo? Espero que te ahogues en ellos.

– No tengo ni idea de lo que me estás hablando. ¿Y realmente crees que voy a dejar que me tengas confinada en esta cabaña? Iré donde me plazca. ¿Sabes que la camarera de CiCi's me ha felicitado por este anillo tan bonito? Le he dicho que me lo había regalado un hombre que me seguía como un cachorro perdido. Las dos nos hemos echado a reír.

– ¿Un cachorro perdido? -Jane podía sentir la rabia en su voz-. ¿Eres consciente de lo poderoso que soy? ¿De a cuántas mujeres he asesinado por tener tu asquerosa cara?

– No me interesa saberlo. -Hizo una pausa-. ¿Por qué me llamas, Aldo? Nunca lo habías hecho antes. Creo que has mentido. Te he sacado de tus casillas.

– No ha significado nada -repitió-. Sólo que he decidido que no hay razón para esconderme de ti. Puede que todavía pase mucho tiempo antes de que te mate. Meses. Años. No me importa el tiempo, ahora que te he encontrado. Siempre que te esté observando, vigilando, jamás escaparás de mí. Pero me merezco el placer de acercarme más a ti, de escuchar tu voz, de sentir que estás cada vez más asustada. Tengo derecho.

– Y yo, el mío de colgarte el teléfono.

– Pero no lo harás. Seguirás hablando porque esperas que te diga algo que pueda darles una pista a Trevor y a Quinn. Y cada una de tus palabras me proporciona un arrebato de placer.

Sintió náuseas del asco. Lo decía en serio. En su tono podía percibir una febril excitación mezclada con ira. Pero tenía razón, ella debía aprovechar la oportunidad.

– ¿Quién crees que soy?

– No lo creo, lo sé. Eres Cira. Pensé que te había enterrado en ese túnel, pero después de asesinar a aquella mujer en Roma me di cuenta de que eras demasiado fuerte como para no haber vuelto a nacer. Supe que tenía que buscarte hasta que te encontrara.

– No cabe duda de que estás como una cabra. Yo no soy Cira, soy Jane MacGuire.

– Con el alma de Cira y tú lo sabes. ¿Por qué sino estás con una escultora forense como Eve Duncan? Sabías que vendría a destruirte tu odioso rostro y querías estar segura de que nunca desaparecería. ¿Sabes cuántas noches me había levantado y había visto a mi padre mirándote? No puedo recordar que alguna vez me tocara con afecto, pero sí le recuerdo acariciando ese maldito busto como si fuera la mujer que él amaba. Intenté destruirlo cuando tenía diez años y me dio tal paliza que no pude caminar en una semana.

– ¿He de sentir lástima por ti? Debería haberte ahogado cuando naciste.

– Probablemente, él pensara lo mismo. Después de que tú entraras en su vida, no fui más que un estorbo para él. Pero ahora tendré mi revancha. De modo que disfruta de tu sentimiento de triunfo. Quédate sentada en la cabaña rodeada de todas esas personas a las que has embaucado para que hagan tu voluntad. Te pudrirás allí, zorra. -Colgó.

No se podía mover ni para apagar el móvil. Sentía como si la hubieran azotado, como si le hubieran dado una paliza. ¡Dios mío!, el odio le desbordaba. El veneno era devorador y paralizador.

Reponte. Aldo quería que te sintieras así de débil e indefensa

Piensa en lo que ha dicho e intenta encontrar algo positivo en toda esa basura. Hizo un esfuerzo para colgar y se recostó en el balancín.

¿Positivo?

Dios mío.


– Correo -dijo Trevor mientras subía los peldaños una hora después-. Nada para ti, salvo una carta de… ¿Qué demonios te pasa?

– Estoy bien. -No estaba bien, pero estaba mejor. No le extrañaba que Trevor se hubiera dado cuenta de lo conmocionada que estaba. Sentía como si estuviera escrito en cada línea de su rostro-. No ha sido un día fácil -añadió con dificultad.

– Ha sido decisión tuya pasarle ese maldito anillo por la cara a Aldo. -La mirada de Trevor fue a buscar el rostro de Jane-. Pero no esperaba esta reacción.

– Yo tampoco. -Intentó sonreír-. Y supongo que no puedo quejarme. De hecho, creo que mi pequeña excursión ha sido un rotundo éxito. Pretendía incitarle a que diera algún paso y realmente he conseguido mi objetivo.

– ¿Qué?

– Aldo me ha llamado. -Miró el teléfono móvil que todavía tenía en sus manos-. Hace aproximadamente una hora.

– ¡Dios santo! ¿Qué te ha dicho?

– Estaba furioso. No le ha gustado el hecho de que su regalo no me asustara. Ha sido… desagradable. -Se humedeció los labios-. Me ha dicho entre dientes que tenía el alma de Cira y cuánto odiaba… ¡Dios mío!, cuánto odia mi rostro. Se ha propuesto la misión de librar al mundo de mi cara. Tenías razón, con todos esos asesinatos estaba matando su efigie.

– Pero no llamó a ninguna de las otras para charlar -dijo con gravedad-. Ni les regaló bisutería fina.

– Ninguna de ellas le enojó como lo he hecho yo. Me he quedado aquí sentada intentando pensar en algo constructivo que pudiera salir de todo esto, pero es muy difícil. Una cosa es cierta, volverá a llamarme. Cree que es su recompensa. Lo peor de todo es que me ha dicho que podía esperar mucho tiempo para matarme. -Apretó los puños-. Pero yo tengo prisa. No puedo soportar esto mucho más.

– Hoy hemos hecho un progreso. Te ha llamado.

– No es suficiente. Lo que dijo lo dijo en serio. Esperará hasta haber exprimido la última gota de placer de esta situación. -Apretó los labios-. Fue… repugnante, nunca había estado en contacto con algo tan detestable. Él… me asustó. No puedo dejar que eso vuelva a suceder.

– Podemos hacer que Quinn revise los archivos de llamadas para intentar localizarle.

Jane asintió.

– Ya lo he pensado, pero dudo mucho de que me hubiera llamado si no hubiera estado seguro de que no podríamos hacerlo.

– Lo intentaremos de todos modos.

– Por supuesto. -Enderezó el balancín-. Haremos todo lo que podamos. Hablaré con Eve y con Joe más tarde.

– ¿Ahora no?

– No quiero que me vean así; ahora, no. -Hablar con Trevor la había ayudado a liberar el miedo que Aldo le había inoculado, pero tenía que alejarse de ello, ahogar el recuerdo de esa llamada durante un rato. Miró el sobre que Trevor todavía tenía en sus manos-. ¿Me has dicho que tenía una carta?

Él no dijo nada durante un momento y luego esbozó una pequeña sonrisa.

– Sí, es de Harvard. ¿Has hecho una solicitud?

Se dio cuenta que Trevor estaba intentando cambiar de tema, lo cual la calmó.

– Sí, he solicitado una admisión anticipada. -Cogió la carta sin abrirla-. Quizá me han aceptado. -Tiró la carta sobre el balancín-. Sería estupendo.

– Tu entusiasmo es sorprendente.

– No estoy muy segura de que quiera ir a una de las universidades de la Ivy League. Pero Joe fue allí y le gustó. ¿Dónde está mi lista?

Trevor se puso la mano en el bolsillo y le dio una hoja de papel.

– Esto es todo lo que puedo recordar y puede que ya no visite esas web site.

– Y puede que sí. -Le echó un vistazo a la lista-. Dos web italianas. Un periódico inglés.

– Estudió dos años en Oxford. Le gustaba mantener el contacto.

– Esta es de Florencia, La Nazione. ¿Es otro periódico?

Trevor movió la cabeza afirmativamente.

– Creció allí. La mayoría de las personas siguen vinculadas a sus ciudades natales. También visitaba la web de otro periódico de Roma, la del Corriere della Sera.Jane señaló otra web site.

– ¿Y ésta?

– ¿La de Archaeology Journal? Es una revista semanal y prácticamente la biblia de la arqueología actual.

– Pero él era actor. Su padre era el arqueólogo. Probablemente, ahora ya no la visite.

– No, pero a menudo salen artículos sobre Pompeya y Herculano y él tiene un interés personal en esos lugares.

Jane pasó a otra web site.

– Ésta también es de Roma. ¿Otro periódico?

Trevor sonrió.

– No, ésa es una de las web site porno más importantes de Italia. Muy explícita, muy pervertida. Apuesto a que todavía está interesado en visitarla de vez en cuando.

– ¿Qué clase de perversión?

– También sentí curiosidad cuando le vi entrar en esa web site, así que yo también entré. Su especialidad es el sadomasoquismo y la necrofilia.

– ¿Violar a los muertos? -Se estremeció-. Repulsivo.

– Y eso me confirmó mi creencia de que Aldo no era un muchacho agradable.

– Me has dicho que no violó a ninguna de las víctimas después de las primeras que asesinó en Roma.

– Eso no significa que no le interese el sexo. Quizá consideraba que las otras no merecían la pena. O quizás ahora le baste el crimen para correrse.

Jane se humedeció los labios.

– A las mujeres que violó ¿lo hizo antes o después de haberlas matado?

– Después.

– Enfermo.

– Sin lugar a dudas. ¿Quieres saber alguna cosa más?

– Ya te lo diré. -Su voz denotaba abstracción mientras revisaba la lista-. Quizá pueda encontrar el resto. Puedo acceder a una gateway site y conseguir una traducción literal.

– ¿Eso quiere decir que me echas?

– Por el momento.

– ¿Y se me va a permitir saber qué demonios planeas hacer con esa información?

Levantó la mirada.

– ¡Oh, sí! Te voy a necesitar.

– Me consolaré con eso. -Se giró para marcharse-. Me cuesta imaginar que admitas necesitar a alguien.

– No.

– ¿Puedes decirme aproximadamente a qué hora?

Sacudió la cabeza negativamente.

– He de pensar en ello e investigar un poco.

– Y has de recuperarte del asalto verbal de Aldo.

– Ya lo estoy haciendo. -Era cierto. La distracción había diluido el impacto emocional del veneno de Aldo-. Ha sido absurdo ponerme de ese modo. Al fin y al cabo, su llamada ha sido una victoria y me ha aclarado su actitud y sus intenciones.

– Y por lo que veo también ha aclarado tu actitud y reforzado tu determinación de avanzar a la velocidad de la luz.

– No necesitaba mucho refuerzo.

– No, vas a toda máquina. -Trevor levantó las cejas-. No puedo esperar a saber adonde vas a ir con todo eso.

– Ni yo tampoco -dijo ella cortante-. Sólo espero que no sea a un callejón sin salida.

– Entonces, suele haber un camino sobre el que retroceder para encontrar la salida.

Calor. Noche asfixiante.

Corre. Rocas que caen. Dolor.

– No quiero dar marcha atrás. -Apretó los labios-. He de ir directa hacia la salida y pasar por encima de ese bastardo si se interpone en mi camino.

Trevor dio un pequeño silbido.

– Voto por eso. -Empezó a bajar los peldaños-. Y yo te proporcionaré la apisonadora para hacerlo. Sólo tienes que abrir la boca.

Jane no respondió, volvió a mirar la lista.

Trevor movió la cabeza con arrepentimiento mientras caminaba por el sendero para encontrarse con Bartlett. Era muy obstinada; había liquidado el tema de la llamada de Aldo y probablemente hasta se había olvidado de él. No era bueno para el ego masculino.

¡Qué demonios! No podía esperar ninguna regla habitual entre hombre y mujer para su relación con Jane.

Mejor que no.


– Está absorta. -Bartlett tenía la mirada fija en ella-. Parece como si le hubieras hecho un regalo.

– En cierto modo así es. No ha sido una caja de bombones ni un ramo de flores, sino una lista de las webs que solía frecuentar Aldo.

– Ya veo. -Bartlett asintió con expresión de gravedad-. Mucho más valioso que una caja de bombones y ella no es de las que aprecian la dulzura.

– Quizá no haya tenido la oportunidad de probarla.

Jane inclinaba la cabeza sobre la lista y él observaba la tensión, la tersura y la delgada elegancia de su cuerpo mientras cogía su ordenador. Lo hacía todo con una gracia natural e inconsciente que era una delicia observar. Había juventud sin la torpeza de la misma. Gracia y fuego. Ardía como una vela en la…

– No, Trevor.

Miró a Bartlett.

– ¿Qué?

Bartlett estaba moviendo la cabeza, con cara de preocupación.

– Es demasiado joven.

– ¿Crees que no lo sé? -Intentó apartar la mirada de ella. Dios, qué difícil le resultaba-. Mirar no hace daño.

– Podría. Ella no es una estatua y tampoco es Cira.

– ¿No? -retorció los labios-. Eso díselo a Aldo.

– Te lo digo a ti. -Bartlett frunció el entrecejo-. Y no debería habértelo tenido que decir. Podrías hacerle daño.

Trevor sonrió inquieto.

– Ella lo negaría; diría que es mucho más probable que ella me hiriera a mí.

– Pero tú sabes que eso no es cierto. La experiencia cuenta y ella sólo tiene diecisiete.

Se giró para marcharse.

– ¿Por qué estamos tan siquiera hablando de esto? Te he dicho que no iba a hacer nada más que mirar.

– Eso espero.

– Cuenta con ello. -Se fue por el sendero-. Volveré para relevarte dentro de una hora. Se ha pasado toda la tarde provocando a Aldo y ahora está rabioso. Quiero estar por aquí por si decide aparecer.

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