– ¿De verdad se parecía Ruth a mí? -Jane miró decepcionada el pedestal vacío-. Me hubiera gustado ver la reconstrucción, antes de que Joe se la llevara. ¿Puedo ir a la comisaría y…?
– No, no puedes -dijo Eve con firmeza-. Puedes ver la fotografía. Ahora te quedarás en casa durante un tiempo.
– ¿Por ese cerdo? -Jane movió la cabeza-. Me quedaré en casa hoy, pero el lunes tengo un examen de trigonometría y no voy a dejar de hacerlo por ese tipo. -Se fue a la puerta y miró el coche patrulla aparcado en la carretera-. Tendría que estar loco para intentar hacer algo viendo que Joe me tiene bajo vigilancia.
– Está loco -dijo Eve-. Nada está más claro que eso. Nadie va por ahí matando mujeres sólo porque le recuerden a alguien, si no está loco. Así que tu razonamiento no tiene fundamento. Y ese examen no merece el riesgo.
Jane se giró para mirarla.
– Estás verdaderamente asustada.
– Tienes toda la razón, lo estoy. No voy a permitir que te pase, nada aunque para ello tenga que atarte a la cama.
Jane estudió su expresión.
– Estás recordando a Bonnie. Yo no soy Bonnie. No soy una niña inocente a la que pueden engañar para atraerla a la muerte. Pretendo tener una vida larga y provechosa y me tiraré a la yugular de cualquiera que intente arrebatármela.
– Puede que no tengas la oportunidad. Este hombre ha matado al menos a seis mujeres que sepamos. Todas ellas más mayores y con más experiencia que tú.
– Y probablemente, ellas no sospechaban nada. Yo voy a sospechar de todos. -Sonrió-. Ya sabes que no soy precisamente la persona más confiada del mundo.
– Gracias a Dios. -Eve respiró profundo-. Estoy asustada, Jane. No me asustes todavía más desafiando a ese monstruo. Por favor.
Jane frunció el ceño.
– No soporto que me impida hacer lo que tengo que hacer. Los cabrones como él no deberían poder controlarnos.
– Por favor -repitió Eve.
Jane dio un suspiro.
– Muy bien. Si te vas a preocupar.
– Me voy a preocupar. Cuento contigo. Gracias.
Jane parpadeó.
– Venga, no he tenido demasiadas opciones. Me has amenazado con atarme a la cama.
Eve sonrió.
– Sólo como último recurso.
– ¿Cuánto tiempo crees que tardarán en atraparle?
La sonrisa de Eve se desvaneció.
– No lo sé. Pronto, eso espero.
– No puedo estar escondiéndome siempre, Eve. -Miró hacia el coche patrulla-. ¿Crees en el destino?
– A veces. La mayor parte del tiempo creo que nosotros controlamos nuestro destino.
– Yo también. Pero esto es una extraña coincidencia, ¿no te parece? Primero Bonnie y ahora yo. ¿Qué probabilidades crees que tienes de enfrentarte de nuevo a este tipo de situación?
– Infinitesimales. Pero así es.
– Entonces, quizá… -Jane hizo una pausa, para ver cómo iba a expresar lo que quería decir-. Si existe algún tipo de destino, ésta podría suponer una segunda oportunidad.
– ¿Qué quieres decir?
– Quizá sea como… un círculo que se repite una y otra vez, si no consigues corregirlo.
– Estás siendo demasiado profunda para mí. No tengo ni la menor idea de lo que estás hablando.
Jane sacudió la cabeza como si quisiera aclararse.
– Yo tampoco. Sólo que se me ha ocurrido que… -Se dirigió a la puerta principal-. Todas estas cavilaciones me están dando dolor de cabeza. Vamos a dar un paseo.
– He de regresar a tiempo para recibir a Trevor. -Miró el reloj de pulsera-. En una hora.
– No creo que se marche si no estás en la puerta. Por lo que has dicho quiere cooperar. Además, probablemente sea uno de esos tipos metódico, cortés y de movimientos lentos.
– ¿Sólo porque es de Scotland Yard? Por lo que he oído son muy eficientes.
– No atraparon a Jack el Destripador, ¿verdad? Joe lo habría atrapado. Él no piensa como los demás. -Le dio un empujoncito a Toby con el pie y empezó a bajar los peldaños-. ¡Venga, perezoso! Que te guste correr por la noche no es razón para que te pases el día durmiendo.
Toby bostezó y se levantó.
– Ya sabes que esos policías del coche nos van a seguir -dijo Eve, detrás de ella bajando los peldaños.
– El ejercicio les irá bien. -Jane sonrió a Eve girando la cabeza-. Y a ti también. Has estado muchos días encerrada en casa trabajando con Ruth. Necesitas aire fresco y cambiar de ambiente. El sol brilla y no hay nubes.
«Estaba equivocada», pensó Eve. Una nube oscura y terrible las acechaba. Pero la expresión de Jane era radiante, atrevida y valiente. Eve notó que le subía el ánimo al mirarla.
– Tienes razón. Hace un día estupendo para caminar. -Se puso a su lado-. Pero sólo hasta la orilla del lago. Puede que Trevor no esté deseando verme, pero, estirado y cortés o no, yo tengo mucho interés en conocerle.
– ¿Señorita Duncan? Soy Mark Trevor. -Se levantó para saludarla al verla entrar en la cabaña-. Estoy encantado de conocerla. -Le hizo un gesto a Joe, que estaba de pie en la barra de la cocina, antes de cruzar la estancia con la mano extendida-. Quinn me ha estado explicando que ha hecho una reconstrucción magnífica. Me muero de ganas de verla.
– Tendrá que ir a la comisaría. Joe se la ha llevado allí esta mañana. Ni siquiera he tenido la oportunidad de hacerle fotos. -Le dio un apretón de manos firme y fuerte y cuando la miró a los ojos, se quedó un poco conmocionada.
Trevor, evidentemente era cortés, pero eso era todo en cuanto a la descripción de Jane. No debía tener más de treinta, llevaba unos téjanos y una sudadera de color verde oliva, y era alto, de hombros anchos y musculosos. Cada palmo de su cuerpo parecía estar cargado de energía. Su pelo corto, rizado y oscuro envolvía un rostro sorprendentemente atractivo del que resaltaban unos ojos oscuros que brillaban con interés e inteligencia. Su sonrisa exudaba un carisma que la hacía acogedora y aduladora a la vez. ¡Dios mío!, parecía más un modelo o un actor que un policía.
– Ya le he pedido permiso para echar un vistazo. -Trevor tomó la taza de café que Joe le estaba ofreciendo-. En Scotland Yard tenemos nuestros propios escultores forenses y yo soy su ferviente adorador. Han realizado reconstrucciones sorprendentes.
– Eso he oído. -Joe le dio otra taza a Eve-. ¿Dónde está Jane?
– Jugando con Toby. Enseguida vendrá. Venía justo detrás de mí. -Su mirada se dirigió al maletín que había en la mesa de centro-. ¿Informes de casos?
Trevor asintió con la cabeza.
– Pero me temo que le van a decepcionar. Tal como le he dicho a Quinn por teléfono, no tenemos nada en concreto. -Abrió el maletín-. Los asesinatos parecían no tener relación entre ellos y no nos dimos cuenta de la conexión del parecido facial hasta que salimos de Inglaterra… -Se sentó en el sofá-. Usted misma. Puede quedarse con estos informes si lo desea. Son copias.
– Ustedes tienen que haber descubierto algo -dijo Eve-. En la era del ADN, no hay ningún escenario del crimen que sea estéril.
– ¡Ah!, tenemos fibra y ADN, pero hemos de tener un sospechoso para compararlos.
– ¿Testigos? -preguntó Joe.
Trevor movió la cabeza negativamente.
– Por la noche, las víctimas estaban vivas y a la mañana siguiente muertas. Nadie las vio con nadie. Aldo, evidentemente las vio, las acechó y luego las agredió cuando no corría riesgo de ser visto.
Eve se sorprendió.
– ¿Aldo? ¿Saben su nombre?
Trevor sacudió la cabeza.
– Lo siento. No pretendía darle esperanzas. Aldo es el nombre que yo le he dado. Se lo puse porque después de todos estos años, no puedo pensar en él de forma impersonal.
– ¿Por qué Aldo?
Se encogió de hombros.
¿Por qué no?
– No me importa cómo llame a ese bastardo -dijo Joe-. Sólo quiero cazarle. La mujer de Birmingham fue quemada hasta morir y el forense dice que hay indicios de que Ruth fue asfixiada. No hay similitud. -Joe señaló los informes-. ¿Qué hay de estas mujeres?
– Jean Gaskin fue asfixiada. Ellen Carter fue quemada. Parece que le gustan estas dos formas de matar a sus víctimas. -Tomó un sorbo de café-. Sin embargo, no se limita a eso. Julia Brandon murió por la inhalación de un gas venenoso.
– ¿Qué?
– Presuntamente, fue forzada a inhalar. Poco común.
– Horrible.
– Sí. -Asintió con la cabeza-. Y Peggy Knowles, la mujer de Brighton, tenía agua en los pulmones. Fue ahogada. -Volvió a dejar su taza sobre la mesa-. Aldo nunca tiene prisa. Se permite el tiempo necesario para ejecutar sus crímenes tal como había planeado.
– ¿No han podido identificar a quién está intentando castigar a estas mujeres? ¿Informes? ¿Alguna base de datos?
– Sería como encontrar una aguja en un pajar, Eve -respondió Joe.
Trevor asintió con la cabeza.
– Y por desgracia no contamos con una tecnología tan sofisticada. No tenemos ninguna base de datos fotográfica centralizada. Sin embargo, hicimos el intento de revisar todos nuestros informes y no encontramos nada. -Hizo una pausa, sus ojos se deslizaron por la ventana antes de volver a mirar a Eve-. Pero, yo tengo la teoría de que aunque las posibilidades no fueran tan amplias, puede que tampoco le hubiéramos encontrado en nuestros archivos.
– ¿Por qué no?
– Cuando estuve buscando información tras el último asesinato en Brighton, descubrí informes de un asesinato en Italia y otro en España antes del primer asesinato en Londres. Ambas mujeres asfixiadas, las dos sin rostro.
– ¡Señor! ¿Ni siquiera podemos saber su país de origen? -preguntó Joe asqueado-. ¿Qué hay de la Interpol?
Trevor sacudió la cabeza.
– ¿Crees que no he rastreado toda la información posible en estos años? Si realmente asesinó a las otras mujeres, no pude encontrar ningún archivo.
– ¿Y no ha dejado ninguna tarjeta de visita como hacen otros asesinos en serie?
Trevor guardó silencio por un momento.
– Bueno, sí lo hizo.
– ¿Qué? ¿Por qué no nos lo has dicho desde el principio? -preguntó Eve.
– Pensé que probablemente ya lo sabíais. -Se giró hacia Joe-. ¿No has recibido todavía el informe forense de vuestra Jane Doe?
– No del todo. Va llegando por partes.
– Entonces, ¿todavía no han analizado las cenizas?
– Cenizas -repitió Eve.
– Encontraron cenizas junto al cuerpo de Ruth -dijo Joe-. Pensamos que eso podía ser una prueba de que fue asesinada en el bosque y que la hoguera fue…
– No serán cenizas de madera -dijo Trevor-. Ni de una acogedora fogata de un día en el campo. El informe revelará que son cenizas volcánicas.
– ¡Mierda! -Joe empezó a marcar en su teléfono-. ¿Estás seguro?
– Bastante seguro. En todos los cuerpos se hallaron partículas de cenizas volcánicas. Vuestra policía de Birmingham fue comprensiblemente negligente en cuanto a analizar las cenizas en un caso donde la víctima había sido quemada. Como es natural supusieron que cualquier ceniza se debería al propio fuego.
– Entonces, ¿por qué no se lo dijiste?
– Te lo estoy diciendo ahora. Es tu caso. -Se levantó deprisa y se acercó rápidamente a la ventana-. ¿No sería mejor ver dónde está?
Eve notó de pronto la tensión de Trevor. Su serena compostura había desaparecido; ahora estaba alerta, inquieto y totalmente concentrado. Ella también se tensó al recordar cómo su mirada se había deslizado a través de la ventana momentos antes.
– ¿Jane?
Trevor asintió con la cabeza de manera cortante.
– Al entrar ha dicho que venía detrás de usted.
Eve miró a Joe.
Sacudió la cabeza y colgó el teléfono.
– Yo no he hablado de ella con él.
Trevor se puso tenso y enfocó la mirada.
– Allí está -dijo girándose hacia Eve-. No debería haberla dejado sola.
– Si mira unos cuantos metros detrás de ella, verá que no va sola. -Eve se acercó a la ventana al lado de Trevor. Jane se acercaba con Toby pisándole los talones y los dos policías intentando seguir su ritmo-. Nunca la dejaría sin protección. -Su voz era fría-. Nunca sabes en quién puedes confiar. ¿Cómo supo de Jane?
Se giró para mirarla.
– Lo siento. Por supuesto que la protegen. He sido un poco impulsivo.
– ¿Cómo supo de Jane? -repitió ella.
– Sus sospechas son muy buenas. Las apruebo. Pero yo soy la última persona de la que ha de temer. Estoy aquí para asegurarme de que no le pase nada. -Alcanzó su cartera y sacó un recorte de periódico arrugado y desteñido-. Mi ayudante ha estado revisando todos los periódicos de las ciudades más importantes durante algún tiempo y un día vio esta foto de Jane MacGuire.
Eve reconoció la foto. La habían tomado hacía tres meses en una exposición canina con fines benéficos para la Sociedad Humana. Estaba un poco borrosa, pero el rostro de Jane se veía con claridad. El terror se apoderó de Eve.
– Puede que él no la haya visto. -Trevor leyó su expresión-. No sé cómo elige a sus víctimas. Algunas han de ser al azar. La mujer de Millbruck, en Birmingham. Peggy Knowles, de Brighton. También era prostituta. Ninguna de las dos había salido en los periódicos.
– ¿Y las otras?
– Una había ganado un premio de jardinería hacía una semana.
– Luego, lee los periódicos.
– Posiblemente. Pero no puede confiar en ellos para encontrar a sus víctimas y, si éstos fueran la fuente, tendría que limitarse a ciertas zonas debido a la magnitud de la tarea. Me inclino a pensar que tiene algún otro sistema para buscar objetivos.
– ¿Alguna otra teoría? -Eve estaba helada-. Usted la ha encontrado.
– No teníamos nada a nuestro favor. Mi colega estaba haciendo un trabajo rutinario para ver qué podía encontrar.
– Y usted encontró a Jane. -Joe le cogió la foto a Eve-. Y es demasiado clara ¿Por qué no me lo notificaste si pensabas que corría peligro?
– El e-mail -le recordó.
– Maldito e-mail. Deberías haber sido específico.
– Ni siquiera sabía que estaba en tu zona hasta el asesinato de Millbruck y eso fue dos meses después de que se tomara esta foto. Y si él hubiera visto esta foto, no es muy probable que hubiera malgastado el tiempo y el esfuerzo en otro objetivo. Habría ido directo a ella.
– ¿Por qué?
– Mírala. -La mirada de Trevor se dirigió a la foto-. Se la ve tan llena de energía que casi salta de la foto. Al compararla con las otras víctimas son como falsificaciones en comparación con la verdadera.
– Razón de más para que se hubiera puesto en contacto con nosotros.
– Puede que no estuviera en peligro.
– Bastardo, debías habérnoslo dicho.
– Os aseguro que la hemos estado vigilando. En cuanto vi esta foto, envié a Bartlett para que la vigilara. Pero estoy seguro de que yo habría sentido lo mismo si estuviera en vuestro lugar.
– Usted no sabe cómo nos hubiéramos sentido -dijo Eve ferozmente-. ¡Maldito hijo de puta! No me importa si atrapa a su asesino. Lo que quiero es la seguridad de Jane.
– Yo también. -La miró a los ojos-. No hay nada que desee más. Créame.
Eve le creyó. No ponía en duda ni su sinceridad ni la intensidad de sus sentimientos. Pero eso no disminuyó su ira.
– Me está diciendo que nos ha estado espiando sin que…
– Creo que tus policías tienen miedo de Toby, Joe. -Jane se estaba riendo cuando entró en la sala-. Les ha gruñido cuando se han acercado demasiado y se han parado tan cerca y de golpe que casi se les parte el cuello. Parecía que se hubieran dado cuenta de que Toby es… -Se calló y su mirada se dirigió a Eve y a Trevor. Dio un silbido suave-. ¿Estoy percibiendo una escisión en las relaciones anglo-americanas?
Trevor sonrió.
– No por mi parte. Yo estoy totalmente de tu parte. Eres Jane MacGuire, ¿verdad? Soy Mark Trevor.
Jane le miró en silencio.
– Hola. No eres lo que yo esperaba.
– Tú eres todo lo que yo esperaba. -Cruzó la sala y le dio la mano-. Incluso más.
Jane le miraba fascinada y Eve podía entender por qué. Ella había tenido la misma respuesta a esa sonrisa y carisma cuando le conoció. Pero eso había sido antes de que se hubiera dado cuenta de lo frío e implacable que podía ser. En cuestión de minutos había pasado de ser un aliado a un adversario. Sintió el impulso de correr al otro lado de la sala y apartar a Jane de su lado.
– El señor Trevor ya se marchaba.
Trevor no apartó la mirada de Jane.
– Sí, me temo que me han puesto en su libro de los malos. He metido la pata -dijo compungido-. Estaba capeando el temporal a las mil maravillas y de pronto me preocupé porque creí que no estaban cuidando bien de ti, abrí la boca y en un minuto he echado a perder el duro trabajo de todo este tiempo.
– ¿Qué duro trabajo?
– Ya te lo explicarán.
– Quiero que me lo explique usted. -Jane le miró directamente a los ojos-. Ha estado intentando atrapar a ese asesino. ¿Qué ha estado haciendo y cómo me afecta a mí?
Trevor se rió entre dientes.
– Debería haber supuesto que serías así. Eres un encanto.
– Y usted me está diciendo sandeces.
– No, no es verdad. -Su sonrisa desapareció-. ¿Quieres saber la verdad? Eres un posible objetivo y hace algún tiempo que sé que cabe la posibilidad de que estés en peligro. He observado y he esperado. Y la señorita Duncan y Quinn están furiosos y con razón, por no haberte proporcionado toda la protección que te mereces desde un principio.
– Sí, lo estamos -dijo Eve-. Porque sólo se me ocurre una razón por la que haya esperado. Si la ha estado vigilando es porque quería utilizarla de cebo.
– Se me pasó por la cabeza. -Miró de nuevo a Jane-. Pero nunca dejaría que te pasara algo. Nadie te va a hacer daño. Te lo prometo.
– Lo que equivale a un cero a la izquierda -respondió Jane-. Yo soy responsable de lo que me sucede. No usted, Eve o Joe. Yo sé cuidar de mí misma. No me importa si usted ha jugado a algo para atrapar a ese cabrón. Siempre y cuando no haya herido a alguien que yo quiero. -Dio un paso atrás-. Creo que es mejor que se marche ahora. Ha molestado a Eve.
Trevor levantó las cejas.
– Y eso es una falta grave, ya lo he captado.
– Sí, lo es. -Le señaló la puerta-. Adiós, señor Trevor. Si puede atrapar a ese cabrón, buena suerte. Pero no vuelva por aquí a menos que tenga una muy buena razón para hacerlo.
– Y no moleste a Eve.
– Veo que lo ha entendido. -Se giró hacia Joe-. Es la hora de cenar. ¿Queréis que caliente las sobras de los filetes que hiciste ayer noche?
– Me parece que me han echado. -Trevor sonrió y se fue hacia la puerta-. Estaremos en contacto Quinn.
Joe asintió de manera tajante.
– Como ella ha dicho, mejor que tengas una buena razón.
– La mejor. No ensombreceré vuestra puerta hasta que así sea -dijo Trevor-. ¿Puedo pedirle a uno de tus hombres que me lleve a la ciudad?
Joe asintió de nuevo con la cabeza.
– Él te dejará en un hotel. -Hizo una pausa-. O en el aeropuerto.
Trevor fingió estremecerse.
– La alfombra de bienvenida ha sido definitivamente retirada. Sólo espero que algún día vuelva a tener una buena relación con vosotros.
– Nunca la ha tenido -dijo Eve-. No le conocemos y no confiamos en usted.
Se detuvo en la puerta.
– Podéis confiar en mí -dijo en voz baja-. Si buscarais hasta en el último rincón de este planeta, no encontraríais a alguien que quisiera proteger más a Jane que yo. -Se puso la mano en el bolsillo, sacó una tarjeta y la puso sobre la mesa que había al lado de la puerta-. Es para ti, Jane. Mi número del teléfono móvil. Si necesitas algo, llámame. Siempre estaré a tu disposición. -La puerta se cerró tras de él.
– ¡Guau! -Jane se acercó a la ventana y le observó mientras se dirigía al coche patrulla-. Desde luego que no es ni estirado ni lento, ¿verdad?
– No. -Eve la miró fijamente-. ¿Qué piensas de él?
Jane miró a Eve.
– ¿Por qué?
– Cuando le has visto por primera vez no podías apartar la mirada de él. ¿Es muy atractivo, verdad?
– ¿Lo es? -Frunció el entrecejo-. Supongo que sí. No me he fijado demasiado.
– Me cuesta creerlo. Ha sido bastante evidente que te has quedado embobada.
– Me recordaba a alguien.
– ¿A quién?
– No me acuerdo. A alguien… -Vio la expresión de Eve y sonrió-. Estás preocupada. ¿Crees que he tenido un flechazo en estos minutos? Yo no tengo flechazos, Eve. Ya lo sabes.
De pronto sintió alivio. Sonrió.
– Siempre hay una primera vez. Me gustaría saber que tienes un flechazo o dos. No pierdo la esperanza y espero que alguna vez se produzca. -Eve sacudió la cabeza-. Pero elije a una estrella del rock o a un jugador de fútbol. No a él, Jane.
– Definitivamente, a él no. -Joe se dirigió a la puerta-. Creo que le llevaré yo mismo a la ciudad. No te preocupes por calentarme los filetes. Traeré comida china cuando vuelva.
Jane soltó unas risitas cuando Joe cerró la puerta.
– Me recuerda al sheriff de un espagueti western. Sólo él escoltará al forajido hasta las afueras de la ciudad; no lo llevará al hotel. -Jane fue hasta la mesa del recibidor y cogió la tarjeta de Trevor-. Realmente os ha molestado a los dos. Parece como si hubiera intentado atacarme, en lugar de hacer su trabajo.
– Debía habernos avisado de la amenaza. Esto es lo que habrían hecho todos los policías que conozco.
– Quizá Scotland Yard es diferente.
– ¿Le estás defendiendo?
– Supongo que sí. -Se puso la tarjeta en el bolsillo de sus tejanos-. ¿Recuerdas que de pequeña robé comida para alimentar a Mike cuando estaba escondido en aquel callejón? No quería hacerlo. Sabía que estaba mal, pero Mike sólo tenía seis años y se habría muerto de hambre si no hubiera hallado el modo de alimentarle. A veces has de hacer cosas malas para evitar otras peores.
– No es lo mismo. Sólo tenías diez años.
– Si no viera otra solución, volvería a hacer lo mismo. Quizá por eso entiendo a Trevor.
– No puedes entenderle -dijo Eve tajante-. No le conoces.
– Simplemente, no veo el porqué de tanto alboroto. Me dijiste que Joe pensaba que estaba obsesionado con este caso. Puedo entender que alguien que se sienta tan involucrado quisiera indagar un poco para ver si encontraba algún sospechoso antes de que yo estuviera rodeada de policías que pudieran disuadirle.
– Eso es más de lo que yo puedo entender. -Eve apretó los labios-. ¿Y por qué guardas esa tarjeta?
– Porque le he creído cuando ha dicho que no quería que me pasara nada. -Miró a Eve a los ojos-. ¿Y tú?
Eve quería negarlo, pero no habría sido sincera y Jane se habría dado cuenta.
– Sí, pero eso no significa que confíe en su forma de actuar y en sus medios.
Jane asintió con la cabeza.
– Te entiendo. Pero a veces nos hemos de conformar con lo que tenemos. Trevor puede ser poco convencional, pero apuesto a que es muy bueno en su trabajo. -Se dirigió hacia su dormitorio-. Ahora me voy a hacer mis deberes para poder disfrutar de la comida china que traerá Joe.
Eve observó cómo cerraba la puerta de su dormitorio. ¡Jesús! ¡Cómo desearía que Jane no fuera tan inteligente! Desde que era pequeña siempre tenía las ideas claras y confiaba en sus criterios.
Y sus criterios, generalmente, eran buenos, mejor que los de la mayoría de los adultos. Eso no significaba que fuera perfecta. Trevor era inteligente y carismático y ambas cualidades atraerían a una adolescente como Jane.
Pero no había adolescentes como Jane. Era única y sus reacciones eran típicamente suyas.
Se había guardado ese teléfono, ¡maldita sea!
Suspiró. ¿Quién sabía lo que se le ocurriría a Jane? Quizá se estaba preocupando por nada.
Al fin y al cabo, Jane le había echado de casa sólo por haberla molestado a ella.
– Este es el Peachtree Plaza. -Joe se paró antes de llegar a la puerta principal-. Te he reservado habitación para dos noches. No pensaba que estarías más tiempo.
– Y ahora esperas que no sea así. -Mientras Trevor salía del coche el portero del hotel ya le estaba abriendo la puerta-. Mi ayuda ya no es necesaria.
– Imagino que podré encontrar todo lo que necesito en esos archivos que has traído. No te necesitamos.
Trevor sonrió.
– Pero aquí me tienes. ¿Y cómo sabes que lo he puesto todo en esos archivos?
Joe le miró fijamente a la cara.
– ¿Por ejemplo?
– La procedencia de las cenizas volcánicas. Verás que los geólogos no han llegado a ninguna conclusión.
– Pero ¿tú sabes de dónde proceden?
– Tengo teorías.
– Las teorías no son pruebas.
– Pero son un punto de partida.
– ¿Y tienes alguna teoría sobre la razón por la que deja las cenizas?
– Quizá. -Trevor le dio una propina al portero cuando le cogió su bolsa de viaje-. Lo que es cierto es que los dos podemos ayudarnos mutuamente, Quinn. Y tú te incorporas tarde a un caso en el que yo llevo años.
– ¿Piensas que no me doy cuenta de que intentas jugar conmigo? -dijo Joe fríamente-. Vas soltando la información con cuentagotas con la esperanza de que te lo perdone todo y te deje volver a la investigación. Pero no me has dado nada. Cero a la izquierda.
– Jane también usó esa misma expresión. -Trevor sonrió-. La forma en que las familias adoptan palabras y rasgos mutuamente es algo entrañable. -Hizo ver que estaba pensativo-. Tienes razón. No te he dicho nada. Las teorías son muy difíciles de probar. Y tú tienes todo el tiempo del mundo para formular las tuyas e investigar, ¿no es cierto? -No esperó respuesta, se giró y entró en el hotel.
Bastardo.
Joe se quedó sentado frente al volante mirando fijamente la puerta del hotel. Trevor habría disfrutado si él hubiera salido del coche para alcanzarle. Pero estaría perdido si lo hacía. Aunque la lógica le decía que necesitaba toda la información que tenía el sarcástico hijo de puta de Trevor, tenía que esperar hasta cerciorarse de que no podía conseguirla de otro modo. Trevor era una fuerza que debía tener en cuenta y no quería que hubiera un comodín investigando fuera de su control.
Apretó el acelerador y regresó a la calle.
Cenizas de un volcán…
Extraño. Quizás el equipo científico de este lado del Atlántico daría con la respuesta. Pero si lo hacía, tenía que ser rápido. La última observación de Trevor había dado en el clavo. Puede que se les estuviera agotando el tiempo.
Ese pensamiento le provocó una sensación de pánico que le tentó a dar la vuelta y a volver con Trevor. Al infierno con la cooperación anglo-americana. Había otras formas de conseguir información de un hijo de puta, que no eran la persuasión. Dos podían jugar a ese juego. Trevor había vulnerado su puesto al no informarle del peligro…
Sonó su móvil. Miró la pantalla. Era Eve.
– Acabo de dejarle -le dijo-. Estaré en casa en cuarenta y cinco minutos. ¿Todo bien?
– No, no lo creo. -Las palabras de Eve fueron rotundas-. Estaba aquí sentada ojeando estos archivos y se me ha ocurrido algo. Creo que las cosas no pueden ir peor.
Trevor observó cómo el coche de Quinn desaparecía al dar la vuelta a la esquina antes de dirigirse al mostrador de recepción.
Había hecho todo lo que había podido. Unas pocas pistas atractivas y una sutil amenaza a alguien que Quinn amaba. Una de las dos fórmulas tenía que funcionar. ¡Dios mío!, esperaba que con eso bastara. El día de hoy no había sido uno de los más brillantes. Había llegado preparado para ser astuto y vencer en todos los frentes y había cometido un error tremendo, imposible de enmendar. Quizá si Eve Duncan y Quinn no hubieran sido tan listos, menos perspicaces, habría podido allanar las diferencias, pero eran formidables, tal como Bartlett le había dicho. Había tenido suerte de haber salido de allí con…
Se detuvo de golpe en el vestíbulo de mármol al darse cuenta de eso.
Quizá no había tenido tanta suerte.
Los dos eran inteligentes y muy, pero que muy perspicaces. Tenía experiencia en reconocer esas cualidades y rara vez había conocido a alguien que le hubiera llenado de más recelo.
Y esa experiencia estaba emanando vibraciones que despertaban todos sus instintos. Sacó su móvil y llamó a Bartlett.
– Estoy en Atlanta. ¿Estás en el apartamento?
– Sí.
– Sal de ahí. Puede que tengas visita. -Miró por el vestíbulo y se dirigió al restaurante. En los hoteles casi siempre había una entrada independiente al restaurante-. La he cagado.
– No me lo puedo creer -dijo Bartlett riéndose en voz baja-. ¿Tanta labia y te han tumbado al primer asalto? Me habría gustado estar allí para verlo.
– No lo dudo -dijo secamente. Sí, había una puerta que daba a la calle en la parte posterior del restaurante. Se dirigió a ella-. Y me merezco que me lo eches en cara. ¡Jesús!, he sido un estúpido. Me he comportado como un maldito novato. No me esperaba tener esa reacción.
Bartlett se quedó un momento en silencio.
– ¿Y Jane MacGuire?
– He esperado demasiado. Me entró pánico antes de que entrara en la sala.
– ¿Pánico? Nunca te he visto tener pánico en ninguna situación, tú un cabrón frío y calculador.
– Bueno, hoy lo habrías visto. Estaba aterrado de pensar que podía haberla perdido antes de tener una oportunidad. Y cuando la vi intenté arreglar las cosas pero era demasiado tarde.
– ¿Es ella?
– ¡Oh, Dios! Sí, lo es. Me ha cortado la respiración. Incluso Aldo estaría satisfecho. -Abrió la puerta de la calle y paró a un taxi-. Pero tenías razón respecto a Quinn y a Eve Duncan. Sólo es cuestión de tiempo para que empiecen a plantearse las mismas preguntas que yo. -Entró en el taxi-. Te llamaré más tarde. No dejes nada allí. Límpialo todo a fondo.
– Puede que tú te hayas comportado como un idiota, pero yo no, y yo valoro mi eficiencia. Haré mi trabajo. -Colgó.
«Como él debía haber hecho el suyo», pensó Trevor lamentándose mientras el taxi se alejaba. Pero ¿quién hubiera dicho que iba a desmoronarse de ese modo?
– Al aeropuerto Hartsfield -le dijo al conductor.
Debía haberlo supuesto. Había esperado demasiado y cada día había sido como un siglo. Pensaba que estaba preparado, pero evidentemente uno nunca puede estar preparado para algo así.
Así que a recoger las piezas y a empezar de nuevo.
No, no de nuevo. Su torpeza sólo había provocado que diera un paso atrás. Porque Jane MacGuire estaba aquí, a sólo unos minutos. La había visto, la había tocado. Llevaba ventaja en el juego.
Le llevaba ventaja a Aldo.