Capítulo 16

Oscuridad.

Sólo el rayo de la linterna de Trevor iluminaba la oscuridad del túnel.

El frío y la humedad parecían emanar de cada poro y Jane notó que le costaba respirar.

Noche asfixiante.

Imaginaciones.

Si no podía respirar es porque caminaba muy deprisa detrás de Trevor.

– ¿Iremos primero al vomitorio?

– No, he pensado que será mejor ir allí de regreso. Creía que esa no era tu prioridad. Querías ver el teatro.

No discutió con él. Estaba entusiasmada.

– ¿Hay ratas allí abajo?

– Probablemente. Cuando un lugar se abandona, la naturaleza tiende a retraerse en sí misma. -Su voz resonó-. No te alejes. No quisiera perderte.

– Pero no te importaría darme un susto.

Se río.

– He de admitir que me gustaría intentar espantarte un poco a ver si lo consigo.

– Bueno, ya te digo que no lo conseguirás con la amenaza de las ratas. Me acostumbré a ellas en algunas de las casas de acogida en las que viví de pequeña. Simple curiosidad.

– También había ratas en el orfanato donde me crié.

– ¿En Johannesburgo?

– Sí, así es. Veo que Quinn ha indagado a fondo en mi turbio pasado.

– No es tan turbio. Al menos, lo que él ha podido descubrir.

– No está limpio como una patena. Cuidado con el escalón. Hay un charco más adelante.

– ¿Por qué hay tanta humedad aquí abajo?

– Grietas, fisuras. -Se calló-. Me dijiste que habías soñado con túneles. ¿Eran como éste?

Jane tardó un momento en responder. Se había jurado que no le haría confidencias sobre esos sueños, pero el aislamiento y la oscuridad le hacían sentirse extrañamente cercana a él. ¿Y qué importaba en realidad lo que él pensara de ella?

– No, no era como éste. No había humedad. Hacía calor y había humo. Yo… Ella no podía respirar.

– ¿La erupción?

– ¿Cómo quieres que lo sepa? Era un sueño. Ella corría. Tenía miedo. -Esperó un momento antes de volver a hablar-. Tú me has dicho que has soñado con Cira.

– ¡Oh, sí! Desde el día en que descubrí los manuscritos. Al principio era cada noche. Ahora ya no es tan a menudo.

– ¿En qué sueñas? ¿En túneles? ¿En erupciones?

– No.

– ¿En qué?

Trevor se rió.

– Jane, soy un hombre. ¿En qué crees que puedo soñar?

– ¡Oh, por el amor de Dios!

– Me lo has preguntado. Me hubiera gustado poder contarte alguna historia mística o romántica, pero sé que prefieres la verdad.

– Ella no se merece esto.

– ¿Qué quieres que te diga? Sexo. No creo que le importe que haya tenido algunas fantasías con ella. Cira entendía de sexo. Lo utilizaba para sobrevivir y probablemente le gustaría la idea de tener tanto poder sobre mí dos mil años después de su muerte.

– No creo que… Quizá tengas razón, pero ella era más que un objeto sexual. -De pronto le vino un pensamiento-. Y tampoco me creo que eso sea todo lo que significa para ti. Te gastaste una fortuna en el busto que le compraste al coleccionista. ¿Por qué lo hiciste?

– Es una hermosa obra de arte. -Se calló unos segundos-. Y quizá también esté un poco obsesionado tanto con su personalidad como con su cuerpo. Era extraordinaria.

– Entonces, ¿por qué caray no has dicho eso desde el principio?

– No quería que pensaras que soy sensiblero. Arruinaría mi imagen.

Jane emitió un sonido de fastidio.

– No creo que tengas que preocuparte de tu…

– Aquí es donde termina el túnel de la Via Spagnola y donde se une con la red que circunvala el teatro -le dijo interrumpiéndola-. Debería haber un poco más de luz por las luces eléctricas, pero está bastante oscuro. Dejaré la linterna encendida. Estos túneles serpentean alrededor del teatro, pero es la única forma de verlo puesto que todavía está enterrado.

– ¿Cómo es que no han puesto más medios para desenterrarlo?

– Dinero. Dificultades. Intereses. Últimamente parece que la cosa se va a arreglar. Aunque es una batalla complicada porque algunas partes están enterradas a más de veintisiete metros de roca volcánica. Es una pena, porque este teatro es una joya. Acomodaba a unas dos mil quinientas o tres mil personas y contaba con el equipamiento más sofisticado. Tambores de bronce para imitar el sonido del trueno, grúas para elevar a los dioses por el escenario, cojines para sentarse, bandejas de dulces, agua de azafrán para espolvorear sobre los mecenas. Sorprendente.

– Y excitante. A ellos les debía parecer mágico.

– El buen teatro sigue pareciéndonos mágico a nosotros.

– ¿Y te has enterado de todo esto por el periodista?

– No, he investigado un poco. Me dijiste que querías información y no me atreví a desobedecer.

– Bobadas. A ti también te interesaba.

– Me has pillado.

– Es sorprendente que el teatro no fuera destruido por la lava.

– Es una de las cosas sorprendentes que sucedieron aquel día. La corriente de lava arrastró suficiente lodo como para encapsular y proteger. Cuando se excavó podía haber aparecido intacto de no haber sido por la codicia de las personas. Hubo un tiempo en que el rey Ferdinando segundo fundió fragmentos de bronce de valor incalculable para hacer candelabros.

– Pensaba que no sentías ningún respeto por la conservación de las antigüedades.

– Respeto la obra de arte y no me gusta ni la estupidez ni la destrucción.

– ¿Podía haber estado Cira aquí en el teatro cuando el volcán entró en erupción?

– Sí, se cree que los actores estaban ensayando para la representación de la noche.

– ¿Qué obra?

– Nadie lo sabe. Quizás a medida que avancen las excavaciones, se llegue a descubrir.

– Y puede que encuentren a Cira aquí enterrada.

– Quieres decir ¿el hecho tras la ficción? Puede ser. ¿Quién sabe? Los arqueólogos siempre están descubriendo cosas nuevas.

– Cosas nuevas de un mundo muerto. Pero, no parece muerto, ¿verdad? Mientras veníamos desde el aeropuerto de Nápoles pensaba que si cerrabas los ojos, podías imaginar cómo era la vida antes de la erupción. Me pregunto cómo fue para ellos ese día…

– Yo también me lo preguntaba. ¿Puedo contártelo?

– ¿De nuevo tu investigación?

– Empezó así, pero es difícil mantener una actitud objetiva cuando estás tan cerca de la fuente. -Su voz suave salió de la oscuridad-. Era un día normal, hacía sol. Había habido temblores de tierra, pero nada de qué preocuparse. El Vesubio siempre estaba rugiendo. Los pozos se habían secado, pero era agosto. De nuevo, nada de especial.

»Hacía calor, pero en Herculano se estaba más fresco porque la ciudad se encontraba en un promontorio sobre el mar. Era el cumpleaños de un emperador, un día festivo y la gente estaba en la ciudad para gozar de sus lugares de interés y para las celebraciones. El foro estaba abarrotado de vendedores, acróbatas, malabaristas. Las damas eran transportadas en palanquines que llevaban los esclavos.

»Los baños públicos estaban abiertos y los hombres se estaban desvistiendo y preparándose para que les bañaran los sirvientes. En la palestra había actos deportivos y los vencedores estaban a punto de recibir sus coronas de ramas de olivo. Eran sólo unos muchachos, desnudos, bronceados y orgullosos de su hazaña. Los mosaiquistas pulían sus piedras y vidrios, los panaderos hacían sus panes y tartas y los amigos de Cira y sus compañeros actores, quizás hasta la propia Cira, ensayaban para actuar en el mejor teatro del mundo romano. -Hizo una pausa-. Puedo contarte más. ¿Quieres escucharlo?

– No. -Se le hizo un nudo en la garganta porque casi podía ver y sentir lo agridulce de esa mañana-. Ahora no.

– Me has dicho que querías sentir el sabor de su tiempo.

– Sin duda lo has conseguido -dijo un poco desconcertada-. Parece imposible que todo pudiera desaparecer en un abrir y cerrar de ojos.

– No, no es imposible. Nosotros destruimos con bastante rapidez sin la ayuda de la naturaleza. Mira Hiroshima. Fue más como un bramido que un abrir y cerrar de ojos. Las crónicas dicen que los grandes bramidos parecidos a los de un toro parecían provenir de las entrañas de la tierra. El humo agrio sulfúrico lo invadía todo y salió una nube a modo de seta de la montaña.

»Todos dejaron lo que hacía que sus vidas valieran la pena y corrieron.

– Eso los que pudieron. No tuvieron demasiado tiempo.

Sin aire.

Sin tiempo.

De pronto empezó a tener problemas para respirar.

– Quiero salir de aquí. ¿Estamos muy lejos del túnel donde se encuentra la antesala?

– Justo delante. -Le iluminó la cara con la linterna-. No tienes muy buen aspecto. ¿Quieres volver?

– No, sigamos. Enséñamela. Por eso hemos venido.

– No, no es cierto. Hemos venido porque querías ver el teatro. Te intrigaba.

– Es normal que quiera ver este lugar cuando la mujer que tiene mi aspecto…

– No tienes que darme ninguna excusa. Querías venir aquí. Yo te he traído. Ahora quieres ir a casa. Te llevaré a casa. Pero todavía no has visto la excavación principal. Te puedo llevar más cerca del escenario a través del siguiente túnel.

Jane sacudió la cabeza.

– Estoy dispuesta a regresar en cuanto haya visto el lugar donde Sontag y tú habéis puesto el ataúd. Trevor movió la cabeza.

– Cabezota-. Alumbró el suelo con la linterna y la cogió de la mano-. Vamos. Echaremos un vistazo rápido y te sacaré de aquí. No hay mucho que ver. Hemos tapiado la entrada al túnel de los ladrones para que no entre nadie antes de que estemos preparados. -La condujo más adelante-. No estoy seguro de que tu túnel tórrido y con humo sea mejor que éste. Es asqueroso, está lleno de lodo y suciedad.

– Pero sabes adonde vas. No estás perdido y no vas continuamente de un callejón sin salida a otro.

– No, sé adonde vamos. Conmigo estás a salvo.

Se dio cuenta que de pronto se sintió segura. Su voz era tan firme como el apretón de su mano, y la oscuridad ya no la asfixiaba sino que… la excitaba. Se sentía extraña. Quería apartarse de él. No, quería acercarse. No hizo ni lo uno ni lo otro. Dejó que la guiara por la oscuridad.

Tenía que hacer lo que se había propuesto, ver el túnel donde Trevor había preparado su gran engaño, ver el vomitorio y regresar a la villa en Via Spagnola.

– ¿Estás segura de que todavía quieres visitar el vomitorio? -preguntó Trevor mientras caminaba delante de ella por el túnel en dirección a la villa-. Pensaba que por esta noche ya habías tenido bastante.

– Deja de tratarme como a una especie de inválida. Pues claro que quiero ir. No ha sido tan traumático estar aquí abajo. Tenías razón, no podemos llegar tan cerca del túnel de la antesala.

– Y no hay nada interesante que ver en el vomitorio. Dejémoslo por ahora.

– No, quiero saber lo que me espera. -¡Señor, ya estaba harta de esa omnipresente oscuridad! Qué horrible debía haber sido para los ladrones que habían cavado esos túneles en las entrañas de la tierra, sin saber lo que se iban a encontrar a la vuelta de la esquina-. ¿Has dicho que algunos de estos túneles se han hundido? ¿Ha sucedido aquí?

– Me he encontrado con un par de callejones sin salida cuando estaba explorando. No te preocupes, las paredes del vomitorio parecen bastante sólidas. -Se detuvo-. Giraremos aquí. Si estás segura de que quieres ir.

No quería ir. Quería volver corriendo a la villa y meterse en la cama. Quería estar fuera de allí en un lugar con luz. Se sentía como si estuviera enterrada en vida.

¿Cómo habría sido enterrada Cira por esas rocas?

– ¿Jane?

– Ya vengo. -Se adelantó a él en la entrada del túnel-. Has dicho que no estaba lejos del túnel principal. No tardaremos mucho. ¿Verdad?

Trevor se le adelantó.

– Depende de lo que tú consideres lejos. Tengo la impresión de que el tiempo corre un poco lento para ti en estos momentos.

Jane intentaba pensar en otra cosa que no fuera esa maldita oscuridad.

– Cira probablemente conociera el vomitorio. Era su ciudad. Puedo verla caminando por aquí, hablando, riendo, coqueteando con los hombres de la ciudad.

– Yo también. No cuesta mucho imaginárselo.

– No, para alguien como tú, que sin lugar a dudas, piensa en Cira como en un ser físico. Hizo lo que pudo para sobrevivir.

– No fue ninguna mártir. Disfrutó de la vida. Según los manuscritos de Julio tenía un indecoroso sentido del humor, pero él se lo perdonaba todo porque en la cama era una verdadera diosa.

– Qué magnánimo. Probablemente necesitaba tener ese sentido del humor si se veía obligada a acostarse con él.

– No era por la fuerza, sino por elección. Fue ella la que eligió.

– Su nacimiento y sus circunstancias fueron lo que la condicionaron a su elección. ¿Qué más decían los manuscritos sobre ella?

– Que era amable con sus amigos, despiadada con sus enemigos y que no era recomendable enfurecerla.

– ¿Quiénes eran sus amigos?

– Los actores del teatro. No confiaba en nadie más.

– ¿No tenía familia?

– No. Adoptó a un niño de la calle y se dice que fue muy buena con él.

– ¿No mencionan a nadie más?

– No, que yo recuerde. La mayoría de los manuscritos de Julio hablan de su belleza y de su potencia sexual, no de sus atributos maternales.

– Cerdo machista.

Trevor se rió.

– ¿Quién, Julio o yo?

– Los dos.

– Machista o no, estaba dispuesto a matarla. En un manuscrito contemplaba el asesinato del rival que se la estaba robando.

– ¿Quién era?

– No menciona su nombre. Se refería a él como si fuera un actor joven que acabara de llegar a Herculano y que había cautivado a la ciudad. Era evidente que también había cautivado a Cira y enfurecido a Julio.

– ¿Llegó a matarle?

– No lo sé.

– Es mucho más probable que intentara matar a Cira si no pudo convencerla de que no le abandonara.

– ¿Eso crees? Qué curioso.

No era curioso, era horrible y sólo un pequeño ejemplo del tipo de vida que había llevado Cira. Trevor se detuvo de pronto.

– Aquí está el pasaje que tomará Joe para ir al saliente que domina el vomitorio. -Iluminó la pared rocosa de la izquierda con la linterna y pudo ver la pequeña cavidad oscura cercana al suelo del túnel.

– Jamás la hubiera visto si no me la hubieras enseñado.

– Tampoco la verá Aldo. -Volvieron al túnel principal-. Hay demasiadas bifurcaciones en este túnel para que llegue a darse cuenta de ese pequeño agujero en la pared. Va a tener un montón de opciones.

– ¿Todavía no estamos cerca del vomitorio?

– Sí, a unos pocos minutos de aquí.

– Entonces, démonos prisa. Quiero salir de aquí.

Parecía que había pasado más tiempo que los pocos minutos que había dicho Trevor cuando él dio un paso hacia atrás e iluminó con su linterna la oscuridad que tenía delante.

– Aquí está. No es precisamente la muestra más elegante de los tiempos de Cira. Aunque esos seis pedestales de mármol esparcidos por la zona probablemente sostuvieran estatuas de dioses y diosas y quizá del emperador del momento.

Pero ahora los pedestales estaban partidos; eran restos que guardaban la oscuridad de los tres túneles que partían del vomitorio y que parecían centinelas con los dientes al descubierto. Había tres luces fotográficas downlight y un generador con batería cerca de las bases, pero ella no les prestó atención. Dio un paso hacia delante y se fijó en el centro de la sala. Una gran tela de terciopelo rojo cubría el suelo rocoso.

– ¿Qué es eso?

– Parte de mi trabajo de preparación. Quería asegurarme de que Aldo supiera que había hecho un descubrimiento importante.

– Muy bien, es un toque dramático. De modo que soy un señuelo.

El terciopelo parecía un charco de sangre en esa viscosa oscuridad y Jane no podía apartar la mirada.

– ¿Ahí es dónde pondrás el ataúd?

– Al final. Pero lo que nos interesa es que Aldo sepa lo que le espera. Podemos guiarle hasta aquí y luego dejarle para que busque por sí mismo. Después de que haya explorado este lugar, empezará a hacer sus planes. -Señaló las paredes-. Ya he puesto las antorchas. -Le indicó una pared a la izquierda que daba al vomitorio-. ¿Ves esa pequeña abertura en la roca a unos nueve metros de altura? Se comunica con el pasadizo que te he mostrado. Joe estará allí en ese saliente y podrá apuntar directamente a esta zona. Y, de hecho, la videocámara que te había mencionado nos está filmando en estos momentos. -Señaló una gran roca plana cercana al suelo-. Yo estaré allí y podré apartar esa roca para salir a ayudarte en caso de que algo vaya mal.

Jane miró a la derecha.

– ¿Hay dos túneles que salen de esta zona?

– Tres, incluido el que vamos a utilizar.

– ¿Y Aldo estará en uno de ellos? -Parecía no poder apartar la mirada de esa tremenda oscuridad. Podía imaginarle ahora, en ese mismo momento, observándoles-. ¿No hay forma alguna de que pudiéramos ir tras él y cazarle una vez estuviéramos seguros de que está allí? Has dicho que no conoce estos túneles.

– Joe y yo ya hemos valorado esa posibilidad. -Movió la cabeza-. Sería una pesadilla intentar perseguir a alguien. Estos túneles son como un laberinto y tienen al menos otras dos salidas además de la de la Via Spagnola. Podría tropezarse con una de ellas y volveríamos a perderle. -Hizo una pausa-. Pero si tienes dudas respecto a lo de tenderle una trampa, dímelo. Tú decides, Jane.

– Sólo estaba preguntando. No tengo dudas.

Trevor retorció un poco los labios.

– Creo que esperaba que las tuvieras.

– ¡Qué raro!-Jane se acercó más al terciopelo rojo-. Es muy…

Sangre. Dolor. Aldo de pie mirando el terciopelo con aire triunfal.

Imaginación.

Vence al miedo. Tragó saliva.

– Es muy teatral. -Se dio la vuelta y empezó a retroceder por el túnel-. Estoy segura de que Cira lo habría aprobado.

– Sólo si hubiera sido una comedia. La tragedia no era su fuerte.

– El mío tampoco.

Trevor la asió por el codo, para darle ánimos y reconfortarla.

– Y yo intento alejarla de ti. Salgamos de aquí.


– Iré delante. -Trevor subió por la escalerilla y abrió la trampilla de la cocina.

– Si Quinn está despierto e inquieto, seré el primero en recibir su furia. -Echo un vistazo-. No hay nadie -susurró.

No se había dado cuenta antes de lo aliviada que se sentiría si no tenía que confrontarse con Eve y con Joe. Ya estaba bastante conmovida sin tener que afrontar más emociones.

– Ve a la cama -dijo Trevor mientras la ayudaba a subir y cerraba la trampilla-. Mañana va a ser un gran día.

– Para Eve -dijo Jane-. No para mí. En cuanto a los medios de comunicación, yo sólo estoy aquí porque soy la hija de Eve y porque ella quería que conociera la cultura europea.

– Pero, dado que ella no es muy accesible, puede que intenten llegar a ella a través de ti. Y cualquiera que haya leído el artículo en Archaeology Journal podrá ver tu parecido.

– La foto estaba demasiado borrosa. Sam hizo un buen trabajo.

Trevor se molestó.

– ¿Tanta confianza tienes que le llamas por su nombre?

– Es de ese tipo de personas. Además hemos congeniado muy bien.

– No me cabe la menor duda. Apuesto que antes de que hubieran pasado quince minutos ya estaba comiendo en la palma de tu mano.

Jane frunció el entrecejo.

– No fue así.

– ¿De verdad? ¿Cómo fue?

– Ya te he dicho lo difícil… -Se calló de golpe-. No tengo que dar ninguna explicación. ¿Qué te pasa?

– No me pasa una mierda. Sólo me estaba preguntando qué hiciste… -Se calló y se dio la vuelta-. Tienes razón. No es cosa mía. Lo siento.

– Disculpa no aceptada. Si has querido decir lo que creo que has querido decir.

– Ha sido un error, ¿vale?

– No, no vale. ¿Eres una especie de maníaco sexual? Primero, esa estupidez respecto a Cira y ahora esto. No me acuesto con la gente para conseguir lo que quiero. Tengo una mente y la utilizo.

– Te he dicho que lo siento.

La ira empezaba a devorarla.

– No me extraña que tengas esos asquerosos sueños con Cira. Crees que todas las mujeres somos unas putas. -De pronto le vino un pensamiento-. Es por mi rostro. Porque me parezco a ella; crees que me comporto de la misma manera.

– Sé que no lo harías.

– ¿No? En alguna parte de tu cerebro de mosquito machista debe estar ese pensamiento, de lo contrario no habrías actuado así.

– No creo que seas como Cira.

– No, no lo soy. Pero me sentiría orgullosa de tener su fortaleza y determinación, y me molesta que des a entender que ella era menos de lo que era.

– ¿Puedo decir que nunca he admitido que os estuviera comparando? Eres tú la que estás tan segura de que…

Jane se dio la vuelta para abandonar la cocina.

– No. -Le puso la mano en el hombro y le dio la vuelta-. No me des la espalda. He estado aquí aguantando mientras me acusabas de ser un loco hijo de puta, pero no te dejaré marchar hasta que te haya dicho lo que tengo que decirte.

– Suéltame.

– Cuando haya terminado. -Sus ojos brillaban en su tenso rostro-. En primer lugar, puede que tengas razón. He vivido con mi imagen de Cira durante tanto tiempo, que quizá te haya comparado inconscientemente con ella. Repito, inconscientemente. Me doy cuenta de las diferencias. Una de ellas me indigna y casi me ahoga cada vez que te miro. En segundo lugar, sólo porque haya tenido mis saludables pensamientos de lujuria con ella, no significa que la menosprecie a ella… o a ti. Te he dicho que pienso que era extraordinaria. El sexo no es más que una parte del lote, pero sólo una parte. En tercer lugar, si fueras más mayor y tuvieras un poco más de experiencia, no te tendría que estar diciendo esto. Podría demostrártelo.

Jane le miró con los ojos muy abiertos, la ira empezó a desvanecerse y a ser sustituida por esa falta de aire que ya había experimentado antes.

– No me mires de ese modo -dijo ella.

Trevor dejó su hombro y tomó su mejilla en su mano.

– ¡Dios, que bonita eres! Tienes tantas expresiones…

Sentía un cosquilleo en la piel con su caricia y no podía apartarse.

– Todos tenemos expresiones.

– No como tú. Tú te iluminas, ensombreces, brillas… Podría observarte durante todo un milenio sin cansarme… -Respiró profundo y apartó lentamente la mano de su rostro-. Vete a la cama. No me estoy comportando correctamente y esto podría empeorar.

Ella no se movió.

– Vete a la cama.

Ella dio un paso hacia delante y le tocó el pecho dubitativamente.

– ¡Mierda! -Trevor cerró los ojos-. Has sido tú.

El corazón le latía con fuerza bajo su mano…

Trevor abrió los ojos y la miró.

– No.

– ¿Por qué no? -Jane dio otro paso hacia él-. Creo que quiero…

– Sé que quieres. -Respiró hondo de nuevo y se apartó-. Y eso me está matando. -Se giró y se dirigió hacia la puerta-. Los maníacos sexuales somos así.

No recordaba haberle llamado de ese modo.

– ¿Adonde vas?

– A tomar el aire. Lo necesito.

– Estás huyendo de mí.

– Tienes toda la razón.

– ¿Por qué?

Trevor se detuvo en la puerta y la miró.

– Porque no me follo a colegialas, Jane.

Jane se sonrojó.

– No te he dicho que quisiera follarte. Y ésa no es una forma muy bonita de…

– No pretendía que lo fuera. Estoy intentando desanimarte.

– Actúas como si te hubiera atacado. Sólo te he tocado.

– Con eso basta, tratándose de ti.

Jane levantó la barbilla.

– ¿Por qué? Al fin y al cabo, sólo soy una colegiala. No soy lo bastante importante como para que me tengan en cuenta.

– No más que la peste negra en la Edad Media.

– ¿Ahora me estás comparando con una epidemia?

– Sólo en tu aspecto devastador. -Trevor estudió su expresión-. ¿Te he hecho daño? ¡Señor!, siempre se me olvida que eres más frágil de lo que parece.

– No podrías herirme -le respondió mirándole desafiante-. No te lo permitiría. Aunque te lo propusieras. Veamos, me has llamado epidemia, colegiala, Cira.

– Te he hecho daño. -Se calló un momento y cuando volvió a hablar había desaparecido la aspereza de su tono-. Mira, jamás he pretendido herirte. Quiero ser tu amigo. -Movió la cabeza-. No, eso no es cierto. Puede que algún día seamos amigos, pero ahora hay demasiados impedimentos.

– No puedo imaginarme siendo tu amiga.

– Ya estoy harto. Ese es el problema. ¡Maldita sea! Cada vez me hundo más. -Dio un portazo al salir de la casa.

Jamás he pretendido herirte.

Pero lo había hecho. Se sintió rechazada, insegura y sola. Había actuado por instinto, compulsivamente y él la había rechazado.

Era sólo una cuestión de orgullo, se dijo a sí misma. Era todo menos tonta, pero no sabía nada de sexo a nivel personal. Era evidente que él no quería tener nada que ver con una novata.

Bueno, no era culpa suya. Él era atractivo y ella había respondido a sus encantos. Y tampoco es que hubiera sido sólo ella quien había sentido la atracción. Él la había tocado y le había hecho sentir…

Y luego ese cabrón la había tratado como si fuera la adolescente Lolita.

Qué le jodan.

Se giro y se dirigió al pasillo para ir a su dormitorio, para lavarse, dormir y olvidarse de Trevor. Tenía que ver esa noche como una experiencia de aprendizaje. ¿No era normal que la mayoría de las jovencitas se enamoraran de un hombre mayor en algún momento de sus vidas?

Ella no era como la mayoría. No se sentía más joven que Trevor y él no había sido justo. Ella tenía derecho a elegir, no a que la apartaran con una palmadita en la cabeza. Como si no tuviera amigas de su edad que ya habían tenido relaciones sexuales. Una de sus compañeras de clase se había casado el trimestre pasado y esperaba un hijo para agosto.

Y la única razón por la que ella no había tenido esa experiencia era porque no había encontrado con quién tenerla. Los muchachos del instituto eran… niños. Se sentía como si fuera su hermana mayor. Tenía más cosas en común con Joe y los muchachos de la comisaría que con sus compañeros de clase.

Pero no le pasaba lo mismo con Mark Trevor. No tenía nada en común con él y no había razón para sentirse tan próxima a él.

Abrió la puerta del dormitorio y empezó a desvestirse lo más silenciosamente posible. Tenía la cara y las manos manchadas del túnel, pero no iba a ir al aseo a lavarse. Ya había tenido mucha suerte de que Eve y Joe estuvieran durmiendo durante su excursión y no iba a arriesgarse de nuevo. Se levantaría pronto y se ducharía antes de que ellos se despertaran.

Se acercó a la ventana para mirar la sinuosa calle. ¿Estaría Aldo vigilando en alguna parte a la sombra de una de esas tiendas? Allí abajo, en el túnel se había sentido abrumada por la muerte, pero no por el tipo de muerte que representaba Aldo. Trevor le había hecho ver el antiguo Herculano con demasiada claridad. Jóvenes y bronceados atletas, mujeres lánguidas en palanquines, actores ensayando sus papeles. Todos ellos muertos en lo mejor de su vida. Se había sobrecogido, se había estremecido y abatido por la magnitud de esas muertes.

No obstante, jamás se había sentido más viva que en el momento en que Trevor le había puesto la mano en la mejilla. Quizá por eso le había afectado tanto.

Pero ahora había vuelto al mundo real.

Al mundo de Aldo.


Era realmente un cortejo fúnebre, pensó Aldo. El ataúd de metal lo transportaban cuatro de los alumnos de Sontag y los dolientes Joe Quinn, Eve Duncan y los periodistas y soldados que escoltaban el cortejo.

El ataúd.

Miró con ferviente intensidad el féretro que contenía los restos de Cira. Ya había visto antes ataúdes especialmente construidos como ése cuando era pequeño y jugaba por los yacimientos arqueológicos donde trabajaba su padre. Era evidente que Sontag había hecho todo lo posible para evitar que su esqueleto se descompusiera.

A él le daba lo mismo. Machacaría los huesos, los molería hasta convertirlos en polvo. Los profanaría y…

Jane MacGuire y Mark Trevor acababan de aparecer por la esquina, iban detrás del grupo que llevaba el ataúd. A ella se la veía pálida y serena bajo la tenue luz eléctrica que iluminaba aquella oscuridad sepulcral. Ella miraba al frente, no al ataúd. ¿Qué sientes? ¿Expectación? ¿Triunfo? ¿O es demasiado doloroso, zorra? Todavía no sabes lo que es el dolor.

¿Notas que te estoy mirando? ¿Te asusta? Pero te gusta que los hombres te miren, ¿verdad? Trevor te está mirando, te está devorando con sus ojos. ¿Cuánto has tardado en seducirle y en llevarle a tu cama, puta?

Sintió cómo explotaba la furia en su interior. No debía haberle sucedido. Trevor no tenía que haberse interpuesto entre ellos. Debía haber sido él. Sería él. Antes de arrancarle el rostro, tomaría su cuerpo. Se emplearía a fondo, limpiaría el mal que había en Cira.

Pero, quizá no bastara. ¿Y si sólo tenía unos pocos minutos para disfrutar de su victoria final? Necesitaba más. Necesitaba volver a hablar con ella, oír su voz, sus palabras.

El cortejo había desaparecido de su vista por el túnel y tenía que darse prisa para no perderles. Se movió con rapidez por el túnel de los ladrones que transcurría paralelo al del teatro. No estaba realmente preocupado. Sabía que podía seguirles. Conocía bien esos túneles y la oscuridad era su aliada. La sangre cantaba por sus venas un estribillo rítmico que no dejaba de repetirse.

Había llegado su hora.

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