Apenas puedo dar crédito. ¡«No muy largo»! Pero ¿cómo es posible que se me ocurran ciertas frases? No me da tiempo a pensar en otras. Lele, como un pulpo, se abalanza sobre mí y me da un beso impresionante. El mejor, el más intenso. Parece un funámbulo de la lengua, un artista del beso profundo, un loco con unos labios locos… Quizá porque quiere que experimente algo; quiere que entienda lo mucho que me estoy equivocando, quiere…
– Ejem, ejem…
Nos separamos. No me lo puedo creer.
– Disculpad.
De nuevo la señora Marinelli. Esta vez, sin embargo, su aparición es providencial.
– No, no, disculpe usted… Estaba a punto de entrar.
Y aprovecho que abre la puerta para deslizarme al vuelo a través de ella.
– Adiós, Lele. ¡Ya hablaremos!
Veo que le gustaría añadir algo pero no puede, ya no.
– Caro… Entonces… ¡Te llamo luego!
– Sí, sí, claro.
Subo en el ascensor con la señora Marinelli. Un trayecto a decir poco largo, larguísimo. ¡No me mira, me escruta de arriba abajo! ¡Y yo sé de sobra lo que está pensando! Imagináoslo… Cuando, por fin, el ascensor se detiene en su piso y ella sale, no puedo contenerme,
– Para su información, se lo he dicho a mi madre.
– ¿Ah, sí?
– Sí, ¡y me ha dado permiso!
Pulso el botón del ascensor y la dejo plantada en el rellano. Las puertas se cierran delante de su semblante desconcertado, está boquiabierta. En cuanto el ascensor se pone en marcha, yo me pongo a bailar, feliz de mi victoria. Cuando llego a casa desenvuelvo de inmediato el paquete. Nooo…, pero qué monada. Es una especie de suéter para perros con el nombre deJoey. Azul y rojo como los colores de las letras que hay en su caseta. Para los días de frío. Qué detalle tan encantador. Casi, casi… ¡Pero es cuestión de un instante! No, no lo llamo. Si lo hago me largará de nuevo todos esos discursos: «Pero ¿estás segura, Caro? Mira que te estás equivocando. ¿Lo has pensado bien?» Jamás me he sentido tan estresada como los días que siguieron a aquel en que tomé la decisión de dejarlo. Debería haberme sentido feliz con sus besos, con el hecho de que iba a pasar a recogerme, con la idea de que nos volvíamos a ver, de que íbamos a jugar de nuevo a tenis y, en cambio, a medida que se iba acercando el momento, todo me resultaba cada vez más angustioso, insoportable, sofocante… Y horrendo. ¿Será ésa la otra cara del amor? ¿Qué es el amor? Con Ricky era muy feliz al principio, también con Lore, por quien siempre había sentido debilidad, y ahora se ha acabado con Lele, que también me gustaba a rabiar en un primer momento. ¿Seré yo la que no funciona? Quiero decir, ¿cómo es posible que al cabo de poco tiempo esos sentimientos desaparezcan? Sin saber muy bien por qué, de repente me tranquilizo. No. Yo funciono, vaya si funciono. Yo estoy enamorada del amor. Y eso no era amor. Eran mis ansias de enamorarme, de estar enamorada. Pero para eso hace falta mi él. Un él que funcione de verdad. Además de una sonrisa y la certeza. Massi es el amor. Nada más pensar en él vuelvo a sentirme desesperada, ya que no sé cómo encontrarlo.
Durante los últimos días de diciembre, Lele me acosa. No le respondo. Por el momento. Le he mandado un mensaje especial: «Perdona, pero creo que es mejor así durante cierto tiempo.» Puede interpretarse de mil maneras. Por eso es el más adecuado. Me gustaría haberle escrito: «Perdona si te llamo error», pero no estoy muy segura de que lo hubiese entendido. Y, en cualquier caso, no se habría reído.
31 por la noche. Una fiesta fantástica, una fiesta divertida a más no poder a la que han invitado a todos mis amigos. Y la noticia por excelencia: ¡mis padres me han dejado ir! Por si fuera poco, después voy a dormir a casa de Alis.
Estoy en el coche con Gibbo. Han organizado una fiesta increíble en casa de un tal Nobíloni, un disc-jockey fabuloso. La música es divina: para empezar, algunos temas de Finley, a continuación Tokio Hotel y por último los años ochenta. Y por primera vez… me he emborrachado. Cerveza, champán, de nuevo cerveza, otra vez champán. Al final hemos ido a ver los fuegos artificiales al ponte Milvio. ¡Menudo espectáculo! Caía una nieve ligera, mientras los cohetes explotaban en lo alto. Uno ha llevado un estéreo pequeñísimo, pero con unos altavoces increíbles; una música genial, hemos bailado bajo las estrellas. Después ha llegado una pareja, ella tenía los ojos vendados. Él la ha acercado a la tercera farola, le ha quitado la venda y cuando ella ha visto dónde estaban se le ha echado al cuello gritando: «¡Ooohhh, sí! ¡Te quiero!»
¿«Te quiero»? ¡No puede ser! ¡Menuda frase! ¿Y yo? ¿Cuándo diré a alguien que lo quiero? Después, el tipo en cuestión se ha sacado del bolsillo un candado, lo han enganchado a la cadena que había sujeta a la farola y han tirado las llaves al río. «¡¡Eso es!!» Ha estallado un aplauso general mientras esos dos se besaban felices. ¿Y nosotras? ¿Qué pasa con nosotras, las pobres desgraciadas? ¿Nosotras, que llevamos el candado en el bolsillo desde hace no sé cuántos meses y no tenemos un nombre, una esperanza, un sueño donde engancharlo? ¿Por qué no hay una farola también aquí, en el ponte Milvio, para nosotras? ¡La farola de las solteras! Y con este último pensamiento en la cabeza, me despido del año… ¡Adióóós!
Pues bien, eso fue más o menos lo que sucedió durante los primeros meses de colegio. En mi opinión, sin embargo, lo bonito de la vida cuando se echa la vista atrás es que te das cuenta de lo mal que has estado por ciertas cosas que luego olvidas por completo y que, en cambio, recuerdas siempre los momentos de felicidad. Y, sobre todo, cuando repasas lo que has hecho te percatas de que tal vez podrías haber entendido algo. Entonces sientes la tentación de volver sobre tus pasos, de regresar a ese momento y, quizá, cambiar la decisión que tomaste, optar por una diferente, algo así como lo que sucede enDos vidas en un instante, una película preciosa en la que sale Gwyneth Paltrow, o también en Hombre da familia, con Nicolás Cage; ambas te dan la posibilidad de ver cómo los dos protagonistas, un chico y una chica, podrían haber vivido dos vidas distintas. Sólo que, exceptuando esas películas, todos sabemos que eso no es posible.
Por eso, en ocasiones sólo tenemos una opción de elegir guiados por el corazón, por el instinto, por la confianza, sin posibilidad de volver atrás. Y yo espero de verdad que mi decisión sea la justa. Pero ¿qué hora es? No me lo puedo creer, apenas son las nueve y media.
Todavía estará durmiendo. Ha dicho a las once, pero ¿y si se despierta a mediodía? Lo he intentado antes por si acaso, pero tenía el móvil apagado. Más claro, agua. Está en casa solo, el sábado por la mañana, sus padres llevan de viaje una semana, la asistenta hoy no viene, ¿qué más se le puede pedir a la vida? Dormir. Dormir, a veces, es una cosa magnífica Cuando estás en paz con el mundo, cuando has estudiado y te has esforzado, cuando no has discutido con nadie, cuando has echado una mano en casa y has comido cosas ligeras. Entonces sólo te resta ir a dormir… Y soñar. También eso resulta precioso cuando estás en ese estado. Y casi obligado. Es como entrar en un cine con los ojos cerrados. Alguien ha pagado la entrada por ti, pero sabes que no te decepcionará, que no será un disparate, que sonreirás, te divertirás y al final saldrás conmovida… Bueno, pues dulces sueños, Massi, hasta luego. A fin de cuentas, el capuchino en julio se lo toma frío, y en cuanto a los cruasanes, lo importante es que sean frescos.
– ¡Buenos días, Erminia!
Me sonríe, pero no recuerda mi nombre. Venimos aquí de vez en cuando con mi madre y yo compro un ramillete de flores, uno de esos que tienen ya expuestos y que valen diez euros. Mi madre dice que en ocasiones, para las fiestas, es bonito que haya un poco de color en casa. Erminia siempre ha estado en esta esquina de la calle. Al principio su local era poco menos que un agujero, tenía alguna que otra planta que colocaba fuera, delante de la fuente, y un chico que la ayudaba. Ahora los chicos son tres, las plantas innumerables, y el tugurio se ha convertido en una auténtica tienda.
– ¿Puedo ayudarte?
– No… Gracias.
Luego reflexiono por un momento. No obstante… la verdad es que nunca le he regalado flores a un hombre. Por lo general, son ellos los que nos las regalan a nosotras. Venga, ¿por qué no? Es algo raro, lo reconozco, pero es también un detalle precioso, para un día único, especial, que no tiene… Que será incomparable. Quiero decir que nada volverá a ser igual después de que lo haya hecho. Después de que haya hecho el amor.
– ¡Sí! ¡He cambiado de opinión!
Erminia sonríe divertida al ver mi repentino entusiasmo.
– Bien, acabo de atender a este señor y luego me ocupo de ti.
– Vale, gracias.
– Veamos, ¿qué era lo que quería?
– Oh, bueno, unas rosas, pero no muchas, quiero decir, las justas, con el tallo no demasiado largo, vaya. Algo normal.
Erminia arquea las cejas y coge un ramo de uno de los jarrones que hay a su lado.
– ¿Le parecen bien estas?
– Hum… -El hombre las mira cabeceando-. ¿Cuánto cuestan?
– Veintiocho.
Es un ramo de rosas jaspeadas con el tallo mediano.
– Bonitas, pero son demasiadas. -El hombre vacila-. ¿Veinticinco?
Lo que lo hace titubear no son las rosas, sino el precio. O quizá la chica en cuestión.
Erminia esboza una sonrisa.
– Sí… de acuerdo. -Curioseo entre los diferentes tipos de flores mientras ella le prepara el ramo. El hombre coge una tarjeta de una caja cercana y a continuación paga-. Aquí tiene… Gracias.
– Y ahora… -Erminia se aproxima a mí-. ¿En qué puedo ayudarte?
– Bueno, me gustaría algo sencillo.
Erminia me mira.
– Pero bonito…
Le sonrío.
– Eso es, bonito.
– ¿Y qué debe expresar?
Me ve indecisa.
– No es un cumpleaños, sino una fecha que en el futuro será una fecha importante…
– Entiendo.
La miro en silencio. Después de lo que le he dicho no consigo imaginarme lo que puede haber entendido.
– ¿Te gustan éstas?
Coge un ramillete de flores celestes preciosas, pequeñas, pero muy luminosas.
– ¿Qué son?
– Nomeolvides. Son las flores del amor juvenil.
– ¿Qué significa eso?
Erminia me mira.
– Todas las flores tienen su historia, la elección a veces traiciona, quiero decir que la flor revela el momento de amor que está viviendo una pareja. Por ejemplo, los de antes han perdido la pasión.
– ¿.En serio?
– Sí, un hombre que pregunta cuánto cuestan las flores es que ya no está muy enamorado.
– Quizá esté enamoradísimo pero no tenga mucho dinero.
Erminia suelta una carcajada.
– Te gustan éstas, ¿verdad? ¡Dame lo que quieras!
Poco después me encuentro de nuevo en la calle con esa preciosidad de flores en la mano. Las flores del amor juvenil. Son una maravilla. Las llevo envueltas en un ligero velo celeste pálido, gracias al cual resaltan, parecen más oscuras, y están sujetas por un lazo azul, chillón.
– ¡Caro!
¡Dios mío! Reconozco esa voz. Me vuelvo.
Rusty James en su moto.
Se detiene a un paso de mí y me sonríe.
– ¿Qué haces aquí?…
– ¿Yo?…
– ¡Sí, tú! ¿Quién si no?…
Escondo las flores detrás de la espalda. Tengo la impresión de que Rusty se ha dado cuenta, pero hace como si nada y sigue hablando.
– Te he llamado antes, pero no tenías cobertura… ¿Adónde vas?
– A casa de una amiga.
Rusty me sonríe, acto seguido se encoge de hombros. Al parecer, se ha dado cuenta. Mi primera mentira. Mejor dicho, la primera mentira que le digo a él. Rusty sacude la cabeza y arranca la moto.
– Vale… En ese caso, nada. Lástima, tenía una sorpresa para ti.
Parece de nuevo alegre. Quizá no se haya percatado de nada. Luego da la impresión de que cambia de opinión.
– Eh, Caro, quizá te llame esta tarde, ¿qué dices? O mañana. Eso es, quedamos para mañana, que es domingo. ¿Vale?
Le sonrío.
– Vale.
– En ese caso le reservaré a mi hermanita la magnífica sorpresa que quiero compartir con ella.
Y se marcha así, con el pelo asomando por debajo del casco, con sus gafas oscuras y esa maravillosa sonrisa en los labios. En cierto modo, me siento culpable. Es la primera vez, que le miento. Lo veo ya a lo lejos. Solo. Sin Debbie. Me gustaban mucho como pareja. Bromeaban y se reían juntos. Le di la carta sin leerla siquiera. Esperemos que vaya bien. Había otra pareja que también me encantaba, Francesco y Paola. Vivían en Anzio. Los veía todos los años, desde siempre, desde que empecé a ir a esa localidad. Recuerdo que iban a la playa en moto. Ella detrás de él, abrazándolo con fuerza. Tenían una Vespa de color gris metalizado y cuando llegaban él apagaba el motor, porque de lo contrario la señora que se ocupaba de los servicios se enfadaba. Sí, Donatella, la señora de los servicios. Era vieja y siempre tenía algo que objetar. Los servicios se encontraban justo a la entrada de las casetas de la playa y uno podía entrar para lavarse los pies, para sacudirse la arena y para hacer pis. Pero estaban tan sucios que si entrabas descalzo y el suelo estaba lleno de ese barro… Brrr. Sólo de pensarlo se me pone la piel de gallina. ¡Qué asco me daba! De manera que Francesco apagaba el motor de la Vespa, se bajaba al vuelo y metía una mano por la parte trasera, donde está la matrícula, y la hacía bajar por los tres escalones que había.
No podía utilizar la rampa de madera de la señora de los servicios, porque en una ocasión Donatella le había gritado: «¡Es demasiado fina! ¡Es para las bicicletas y no para ese trasto de Vespa!» Y Francesco se había echado a reír. ¿Lo entendéis? En lugar de enfadarse se había reído. Y había bajado la Vespa él solo como si fuese una bicicleta. Tenía un físico que dejaba sin respiración. Después de aparcar la moto ahí abajo, cerca de la arena, Paola y él se dirigían a una sombrilla que no estaba muy lejos y luego jugaban con las palas, eran buenísimos. Jugaban en el agua, donde apenas cubría, con ímpetu, golpeando con fuerza y rabia la pelota.
Paola llevaba siempre unos trajes de baño minúsculos, de color naranja, cereza o amarillo intensó, en cualquier caso, nunca demasiado claros; no tenía mucho pecho, la melena castaña clara le rozaba los hombros y su cuerpo era esbelto y moreno. Francesco tenía el pelo rizado, una nariz un poco aguileña, los hombros anchos y las piernas largas, era también delgado, tenía unos abdominales fuertes, unas cuantas pecas debajo de sus ojos azules y una boca grande con unos dientes blancos y bonitos. Se reía con frecuencia. Sí, porque además no paraban de gastarse bromas. Divertidas. De vez en cuando, él se metía debajo de la sombrilla con un cubo lleno de agua y, mientras ella leía, se la tiraba despacio por el respaldo de la tumbona.
– ¡Así no se moja el periódico!
– ¡Ay, está helada! ¡Como te pille, verás!
Entonces Paola empezaba a perseguirlo mientras el serpenteaba a derecha c izquierda y desaparecía entre los patines; luego seguían corriendo alrededor de las duchas hasta llegar a las sombrillas que se encontraban junto a la orilla. A continuación, ella saltaba por encima de un patín y, en ocasiones, se abalanzaba sobre él y luchaban sobre la arena. Una vez Paola perdió la parte de arriba del biquini, pero le dio igual. Siguió luchando con los pechos al aire. La gente se detenía a mirarlos y se echaba a reír. Ellos eran así, guapos y salvajes, la atracción de la playa. Y ahora no recuerdo qué más sucedía. Ah, sí, a veces era ella la que le gastaba una broma a él. En una ocasión excavó poco a poco bajo la tumbona, durante mucho rato, ¿eh? Hizo un agujero muy profundo y la tumbona acabó bien hundida en la arena Él quedó atrapado en el agujero y, mientras ella lo cubría con la arena caliente, no dejaba de reírse.
– ¡Ay, Paola, quema!
Este verano, sin embargo, él estaba solo. No salía de debajo de la sombrilla y leía un libro tras otro, todos distintos. No sé por qué, pero pensé que debían de ser muy aburridos. Quizá porque siempre tenía el semblante algo triste. En ningún momento oí que alguien le preguntase por Paola. Pero alguna persona debía de saber lo que había ocurrido y tal vez se lo contó a Walter, el socorrista, quien, a su vez, se lo contó a una amiga de mi madre, Gabriella, que es incapaz de quedarse callada. Y, de hecho, al día siguiente: «Sí, sí, Walter me ha dicho que han roto.»
Y lo sentí. Muchísimo. Ahora nuestra playa me parece distinta. Es como si le faltase algo. Como si ya no estuviera el patín rojo, el socorrista, el hombrecillo de los periódicos que pasa con el carrito de vez en cuando, o ese tan moreno con una camiseta blanca y unos pantalones cortos de color azul que vende coco.
Francesco y Paola eran míos. Puede que ellos nunca se dieran cuenta de mi presencia, porque yo era pequeña e insignificante, pero toda su historia, cuando llegaban con la Vespa, el modo en que jugaban con las palas y sus bromas, las carreras y los besos llenaron mis veranos. Y, aunque ellos no lo sepan, echaré de menos a esos dos enamorados.
Casi sin darme cuenta, me encuentro delante de la iglesia. Y, poco a poco, subo la escalinata como empujada por un motivo indefinido. Abro el gran portón. Silencio. Una nave enorme, vacía y ordenada. Los bancos de madera están vacíos. Sólo veo a una señora anciana al fondo. Está quitando el polvo a unos cirios que rodean un pequeño altar. Recuerdo que ahí es donde se celebran los bautizos. Un día asistí a uno precioso. El bebé miraba a sus padres con los ojos muy abiertos. No lloraba. Esperaba curioso y algo asustado lo que le iba a ocurrir a continuación. Luego sonrío. ¿Por qué me habrá pasado por la mente la imagen de ese niño? Justamente hoy, además. Arqueo las cejas. No me atrevo a imaginar qué podría suceder. En casa. En el colegio. Mi padre, mi madre, mi hermano, la abuela Luci. Y lo que podría decir Ale… No quiero ni pensarlo.
– ¿Carolina?
Me vuelvo.
– Hola…, ¿No me reconoces?
Es un cura, claro. Es alto. Tiene el pelo corto y un bonito rostro, sereno y afable.
– Soy don Roberto. Nos conocimos el año pasado, en la catequesis de confirmación… y tú discutiste…
Por descontado. ¿Cómo no? Pero él sonríe y después ladea la cabeza, con una leve curiosidad, moderada, bondadosa, tranquila.
– ¿Qué haces aquí? -A continuación se pone un poco más serio-. ¿Puedo ayudarte en algo?
Parece también un poco preocupado. Y yo no sé realmente qué decirle.
– He entrado a rezar…
Sí, eso es creíble.
Me sonríe.
– Ven, vamos…
Salimos al patio y paseamos. Recuerda una de esas escenas que nos ha leído el profe Leone, don Abbondio hablando con Lucia, ¡Dios mío, pero si eso es de Los novios! Pues vaya… ¡Ojalá! Aunque aún es un poco pronto. Don Roberto me habla de todo un poco, quizá esté tratando de ganarse mi confianza.
– Sé que discutiste en clase con don Gianni.
– Sí, ¿cómo se ha enterado?
– Me lo contó él.
– Ah, bueno, en ese caso…
Sí, don Gianni es mejor persona de lo que pensaba. Ahora bien, a saber cómo se lo habrá contado. Don Roberto me mira de una forma que casi parece que puede leerme el pensamiento.
– Me dijo que era él el que se había equivocado, que quería que os sintierais a gusto con él y que quizá no debería haber contado las intimidades de una de vuestras compañeras…
– ¡Pues sí!
– Y ahora está convencido de que no te fías de nosotros.
– De ustedes, no, de él.
– ¿ De mí sí?
Me mira risueño intentando transmitirme su calma.
– Sí, claro…, ¿por qué no?
– En ese caso, ¿quieres decirme a qué se debe que hayas entrado en la iglesia?
– Paca rezar, ya se lo he dicho.
– Sí, claro, pero normalmente, cuando se reza, es porque uno debe enfrentarse a un momento delicado y tiene miedo de equivocarse.
Ay, este tipo es demasiado intuitivo.
Espero un poco. Inspiro profundamente y pienso en él
– Bueno, mi hermano se ha marchado de casa. No es que haya sucedido nada grave, sólo que no se llevaba bien con mi padre y…
– Tu hermano ha sido muy valiente. Hoy en día muy pocos jóvenes salen de casa e intentan arreglárselas por su cuenta.
– Pues sí.
Se crea un extraño silencio. También en este caso Rusty James me ha echado un cable. No he entrado en la iglesia por él, eso es evidente, pero en cualquier caso me gustaría que todo le fuera bien. Y una oración nunca está de más, ¿no?
– Bueno, ahora tengo que marcharme.
– Bien, Carolina, reza si quieres. Pero ya verás cómo todo va de maravilla.
– Sí, gracias, padre.
Salgo con su bendición, confiando que no sea la única. Mi ciudad me parece más bonita que nunca. O quizá sea cosa del amor. El mero hecho de haber pronunciado estas palabras me preocupa. ¿Debería volver a entrar en la iglesia y confesárselo todo? Me entran ganas de echarme a reír. ¿Cómo era esa frase? «El amor vuelve extraordinaria a la gente común.»
Y hace que las ciudades sean más hermosas. Todo gana en belleza. Es como ponerse unas gafas con los cristales del amor. Gafas «love». Así son las mías. ¡Pese a que no soy yo la que las llevo, sino mi corazón! Hoy me ha dado por la poesía.
¿Qué hora es? Las diez menos cuarto. Pues sí, todavía estará durmiendo. Aunque quizá Jamiro se haya despertado ya. Cojo el móvil y lo llamo. Me da la risa. En realidad se llama Pasquale. Todavía me acuerdo del día en que lo conocí. Piazza Navona. Hace un año,
– ¡Venga, vamos a que nos echen las cartas!
A Alis le encanta probar cosas nuevas sobre todo cuando hay que gastar dinero.
– ¡Vamos, yo invito!
Clod está muy segura.
– Yo voy.
– Vale. -No quiero parecer descortés-. Yo también.
– Sentaos, os las leeré a las tres a la vez, e incluso os haré un descuento. Me llamo Jamiro.
Nos da la mano a las tres.
– Pero si tú te llamas Pasquale -le replica Alis, a la que no se le escapa nada.
Se queda patidifuso.
– ¿Y tú cómo lo sabes?
– Está escrito en la tarjeta que sobresale de tu bolsa.
Jamiro se ríe.
– Ése es mi nombre artístico. En realidad me llamo Jamiro. Por unos segundos me has asustado. Pensaba que la vidente eras tú.
– ¡Sí, médium!
– Sí. -Alis señala a Clod y arremete contra ella-. ¡Y ella esextra large!
– ¡Imbécil! -Pero Clod no se enfada, e incluso se ríe,
Jamiro empieza a leerle la mano y le echa las cartas. Después me mira a mí y me suelta una frase increíble:
– Encontrarás el sol.
– ¿Qué quieres decir?
– No lo sé, es lo que veo. Encontrarás el sol.
– Esperemos que no acabes como Ícaro… -Alis y sus continuas ocurrencias.
Clod no entiende una palabra. Yo no alcanzo a imaginar a qué se refiere. Aunque no tardaré en descubrirlo.
Jamiro responde por fin al móvil.
– Hola. ¿Sigues en el mundo de los sueños?
– ¿Cuál es la diferencia entre la realidad y el sueño?…
Él y sus frases. Me río.
– Y, sobre todo, ¿quién eres? -prosigue Jamiro.
– Pero bueno, ¿no me has reconocido? Soy tu pesadilla.
– ¡Caro!
– Muy bien. ¿Lo ves?
– ¿Qué pasa? ¿Por qué me llamas tan pronto? ¿Un sábado por la mañana, a esta hora? No es propio de ti. ¿Pasa algo?
– No lo sé… Pero es importante, muy importante para mí. ¿qué dicen tus cartas?
– Ahora mismo les echo un vistazo.
Silencio. Sólo oigo unos movimientos ligeros, como el que hacen las hojas al tocar el suelo, o cuando se pasan las páginas de un libro… Como el ruido que hacen las cartas cuando se depositan sobre la mesa.
– Jamiro…
– ¿Qué pasa?
– ¿Debo preocuparme?
– No creo, o puede que sí.
– ¿Qué quieres decir?
– Sólo veo un poco de lluvia. No…, no…, hay un sol. Sí. Cuando salga el sol, todo te parecerá más claro. Sereno…
– Bravooo! Gracias, eres un cielo.
Cuelgo el teléfono y salgo corriendo. Corro como una loca. Ya no me queda ninguna duda: mis ruegos han sido escuchados.
A cierta distancia. A la misma hora, en la misma ciudad.
Jamiro sacude la cabeza. Mira el móvil apagado. Luego las cartas. Eso es, ahora lo entiendo. No es lluvia. El corazón le da un vuelco. Son lágrimas.
Enero
¡Bienvenidos al nuevo año, que, espero, esté lleno de cosas buenas! ¡Mientras tanto yo pongo la mejor de las intenciones!A Happy New Year. Ein gutes neues Jahr. Feliz Año Nuevo. Bonne Année. Sastlivogo Nonovogo Góda. ¡Las sé! ¡Como podéis ver, queridos profes, me las se todas!
Resumen de final de año:
Los amigos más juerguistas: ¡Gibbo y Cudini!
Las amigas más auténticas: ¡Clod y Alis!
La canción de finales de diciembre: la de Tormento, Resta quí.
¿Has cambiado algo en tu vida? ¡Sí, he dejado a Lele!
¿Con quién discutes más a menudo? Con mi hermana, para variar.
¿El lema del año que está a punto de concluir? Ad maiora, que, la verdad, no sabía muy bien lo que quería decir, me lo ha dicho mi hermano.
¿El lema del próximo año? ¡Ad maiora, ahora que sé lo que significa!
Películas que quiero ver:Hacia rutas salvajes, Cuscús, Ahora o nunca. Mr. Magorium y su tienda mágica, Posdata: te quiero.
El pensamiento de hoy: quiero que el nuevo año sea superguay.
Las cosas que odiaré en el nuevo año: los exámenes; la mala educación; a la señora Marinelli cuando me pregunte si tengo novio; a Clod cuando se coma las uñas y a Alis cuando se peine como una pija; a papá cuando no riña a Ale; la asignatura de tecnología, sobre todo los conductores y los aislantes; levantarme a las 7.00 para ir al colegio; no encontrar las zapatillas; a las tipas que digan «Estoy delgada, pero la verdad es que como de todo, tengo un metabolismo muy rápido».
Las cosas que adoraré del nuevo año: «Smallville»;High School Musical; «Sexo en Nueva York»; «I liceali» (que ahora emiten en Sky y que sólo puedo ver en casa de Alis; «Mentes criminales»; «Parla con me»; «Zelig Círcus»; «Le iene»; ir en moto, pese a que todavía no tengo una; las bailarinas Miss Ribellina, y el chocolate.
Atuendo: vaqueros, camiseta con el cuello de barca, un cinturón grande y unas zapatillas de deporte.
Una cita: «Nos volvimos tras una docena de pasos, porque el amor es triste, y nos miramos por última vez.» Jack Keruac,En el camino.
Una canción:Hey there Delilah, de Plain White T's.
Ah, lo olvidaba: ser feliz.
¡Enero es un mes excepcional! Cuando empieza el año tienes siempre numerosos propósitos, al igual que cuando empieza la semana o cualquier cosa nueva; incluso en el amor tienes siempre mil planes, sólo que, en ocasiones, la cosa no sólo depende de ti. ¡De manera que no constituye un punto de referencia! En cualquier caso, he abierto mi nuevo blog, he cambiado las fotografías de MySpace y he recopilado nuevos emoticonos para el Messenger. En fin, que el año no podría haber empezado mejor. Lo importante, como en todo, es conseguir mantener el mismo entusiasmo en todo momento.
¡Pasado mañana volvemos al colegio! Aunque yo estoy muy bien en casa de vacaciones. Me quedo un poco más en la cama por la mañana, holgazaneando. Y luego salgo por la tarde con Alis y Clod. Roma. Calles. Tiendas. Los escaparates preparados para las rebajas, que están a punto de empezar. Nosotras, que nos dedicamos a tomarnos el pelo por las cosas de siempre. Un montón de tiempo libre, pese a que nos han puesto una barbaridad de deberes. Las últimas películas navideñas en la televisión que miro durante cinco minutos, los paseos conJoey, los sms bobos de Clod -no sé por qué, pero tengo la impresión de que los copia de internet-, como, por ejemplo: «Un caballo entra en un cine, se dirige hacia la taquillera y le dice: "Una entrada, por favor", y la taquillera grita: "¡Aahhh! ¡Un caballo que habla!'' Y el caballo le responde: "No se preocupe, señora, que en la sala estaré callado."» Además, no sé si me los manda sólo a mí o si hace un envío múltiple, Bah. ¡Sea como sea, me los manda! ¡Y luego los regalos de la Befana el día 6! ¡Quería encontrar un calcetín lleno de caramelos, de esos caramelos de naranja que tanto gustan, la respuesta adecuada sobre Massi, saber qué colegio elegir para hacer el bachillerato! Hay que hacer la preinscripción. Alis dice que quizá elegirá el bachillerato clásico. A Clod le gustaría cursar el artístico o el lingüístico, y a mí, el clásico. Aunque la verdad es que no quiero separarme de ellas… ¡Uf! El genio de mi hermano me ha dicho que debo elegir según lo que siento, y no según lo que hagan mis amigas, porque la amistad permanece de todas formas, mientras que, si te equivocas con el colegio, luego la pagas. Tiene razón…, ¡como siempre, por otra parte! El caso es que al final mi calcetín me ha dejado patidifusa: Mars pequeños, regaliz, tanto el de lazos como ése más pequeño, ositos de goma y bombones de chocolate con leche de todo tipo. ¡Ojalá me durasen al menos hasta Pascua! He pensado que ciertas cosas me las comeré sólo los sábados. Así, después llega el chocolate de Pascua…, y sigues hasta el verano. Y, lo que es más importante, no engordo. Eso es fundamental Me moriría si por casualidad me encontrara con Massi y me dijera: «¿Quién eres tú? ¿Carolina? ¡Sí, sí, hace veinte kilos lo eras!»
La gimnasia es fundamental. La artística me pirra, es dura, sudas y, además, te diviertes.
«Ring». Es mi móvil. Miro la pantalla: Alis. No puede evitarlo, me echa de menos. Entre los sms y el Messenger, me habrá llamado al menos cien veces. Contesto sin darle tiempo a hablar.
– Vale, te entiendo… No puedes aguantarte ¿eh? Recuerda que pasado mañana nos vemos de nuevo en el colegio, ¿eh?
– Tonta… ¿Estás lista, Caro? ¡Tengo una noticia bomba!
– Desembucha.
– ¡Nos han invitado a la fiesta de Borzilli!
– ¡Nooo!
– Sííí.
– ¡Eres genial, Alis!
– Paso a recogerte dentro de media hora, ¿vale?
– ¿Para qué?
– ¡Para ir de compras!
Cuelga. Nunca me deja el tiempo suficiente para responder a sus propuestas. ¿Y si tuviese otra cosa que hacer? Un compromiso, una cita con mi madre, con otra amiga, con… ¡con un chico! Alis es así. O lo tomas o lo dejas. O mejor tomarlo y dejarse llevar. Sea como sea, es fabulosa. Estoy segura de que Borzilli nos ha invitado gracias a ella.
Stefanía Borzilli. Quince años, suspendida en una ocasión en II. La heroína del colegio. Según la leyenda que circula sobre ella, poco importa que sea verdadera o falsa, ya ha hecho el amor. Es decir, no sé si es verdad, pero en verano, nada más cumplir los catorce, se encerró en un dormitorio de su casa de campo de Bracciano, en la habitación grande, desde la que se puede contemplar el lago, con un chico guapísimo, un tal Pier Frery, un francés que habla italiano y que antes iba a nuestro colegio y que, en cualquier caso, ha vuelto ya a París. Y nadie ha sabido nada de esa historia. Esa noche salieron corriendo y se tiraron a la piscina en mitad de la fiesta, él con unos calzoncillos negros y ella sólo con las bragas. Lo único seguro es que todos vieron cómo se besaban en el agua.
Un día estaba en el gimnasio. El año pasado. La II acababa de finalizar una clase y nosotros estábamos a punto de entrar para jugar a voleibol Borzilli salió y en ese momento se le cayó la sudadera que llevaba enrollada a la cintura.
– ¡Eh, has perdido esto!
Me acerqué a ella y se la di.
– Gracias.
Me sonrió de una manera increíble. Tenía una cara agraciada, afable, despreocupada, salpicada de unas cuantas pecas, unos grandes ojos azules y el pelo castaño claro, un poco rizado, suelto y salvaje. Luego cogió la sudadera, se dio media vuelta y se marchó casi saltando. No sé si la historia que se cuenta sobre ella es cierta, el caso es que Alis, desde entonces, le hace la competencia, y cuando le he dicho «Me parece simpática», me ha contestado: «No. No puede ser, una tipa como ella no puede parecerte simpática.» Sinceramente, he preferido dar por zanjado el tema, no lo he vuelto a sacar a colación. No sé por qué Alis le tiene tanta manía a Stefania Borzilli, y aún entiendo menos por qué se pirra entonces por ir a sus fiestas.
No obstante, tengo la impresión de que será increíble, y no me lo perdería por nada del mundo.
– Coge éste, mira qué bonito es.
Alis descuelga de una percha un top de lentejuelas azul.
– ¡Pero si es minúsculo!
– ¿Y qué quieres?, ¿un mono? Recuerda que el tema de la fiesta es Tokio Hotel.
– ¿Y qué?
– Pues que debemos vestirnos como gogós alocadas.
– Sí, quiero resultar disparatada. -Clod sale con varios vestidos-. ¿Cómo me queda éste?
– ¡Pero si es minúsculo!
– Es justo lo que acabáis de decir, ¿no?
– Sí, pero no nos referíamos a ti y, en cualquier caso, ¡no te cabe!
Nos echamos a reír y nos comportamos como si hubiéramos perdido el juicio. De Catenelli a la via del Corso es todo un espectáculo, nos probamos de todo: faldas de lentejuelas, boas, los tops más variopintos, cazadoras cortas con hebillas metálicas, cinturones y lazos de goma negra. Superguay. Y después…
– Adele, cárgalo todo en mi cuenta.
Por lo visto, Alis se siente en esa tienda como en su propia casa. Y, de hecho, nos arrastra fuera de allí con todos los vestidos imaginables.
– ¡Vamos a causar sensación!
– Y ahora, a Cióccolati. ¿Os apetece? -Clod y sus ideas fijas.
– Vale… -Alargo el brazo para aclarar de inmediato una cuestión-. ¡Pero esta vez invito yo!
– Está bien,
– No. no, hablo en serio, Alis, ¡de lo contrario, no vuelvo a poner un píe allí, qué narices!
Poco después estamos sentadas a nuestra mesa preferida,
– Hola, chicas, ¿qué os traigo?
Las tres nos quedamos con la boca abierta. Quiero decir que, en lugar de la consabida chica lenta, un tanto antipática y un poco lela, nos sirve él: Dodo. Al menos eso es lo que se lee en la tarjetita que lleva prendida de la chaqueta. ¿Os imagináis un extraño cruce entre Zac Efron y Jesse McCartney con una pizca de Scamarcio y de Raoul Bova? Pues bien, lo agitáis todo y, plop, se produce una especie de hechizo. Quiero decir, una sonrisa, una de ésas con los dientes bien alineados, la tez morena, el pelo negro y abundante, los ojos de color avellana, es tan moreno que casi parece un indígena, y un Bounty, por lo rico que está. Pero ¿dónde se había metido hasta hoy? Nos mira fijamente a las tres, que seguimos boquiabiertas, y extiende los brazos con un ademán afable.
– ¿Todavía no os habéis decidido? ¿Queréis que vuelva más tarde?
– Ehh…
Clod está realmente embobada, o tal vez lo hace adrede. Le doy un codazo.
– ¡Ay!
Dodo se echa a reír.
– Sí, creo que será mejor que vuelva luego.
Se aleja.
Seguro que lo hemos pensado todas, pero Alis es la primera que lo dice en voz alta.
– ¡Si hasta el culo es de diez!
– ¡Alis!
– ¿Qué? ¿Qué pasa?, ¿he dicho algo malo? ¿Acaso no es verdad?
Clod esboza una sonrisa.
– A mí me recuerda al Magnum Classic, el primero y también el más rico…
Ella lo asocia todo a la comida. Alis apoya las manos en nuestros brazos.
– Escuchad. Se me acaba de ocurrir una idea superguay… ¿Queréis que hagamos una competición?
– ¿Sobre qué?
– ¡A ver quién lo consigue antes!
– Venga ya…
– Tenéis miedo, ¿eh?
Alis nos mira y enarca las cejas con aire de desafío.
– Yo no tengo miedo. -Le sonrío-. No te temo en lo más mínimo.
Clod arquea a su vez las cejas.
– Es que a mí me gusta Aldo.
– ¡Pero si no te hace ni puñetero caso! Mira, quizá si ve que vas detrás de ése en lugar de hacerte las imitaciones de siempre… ¡pasa a la acción de una vez!
En pocas palabras, que nos hemos reído y hemos bromeado hasta que ha vuelto.
– ¿Os habéis decidido ya, chicas?
Lo miramos fijamente, como si fuéramos bobas. Y da comienzo una especie de competición absurda durante la cual yo me siento un poco avergonzada; Alis, en cambio, es tan descarada que da miedo.
– Veamos, me apetecerían… profiteroles, ¿sabes a cuáles me refiero? Esos que tienen mucha nata y chocolate oscuro como… ¿como tú?
– ¡Alis! -le susurro.
Ella se ríe y se tapa la boca.
Dodo, por su parte, no se inmuta.
– Lo siento, pero no tenemos profiteroles.
– ¿Y tiramisú?
– Tampoco.
Al final, Clod y yo pedimos.
– Nosotras tomaremos un chocolate con pimienta.
En fin, que cuando por fin se aleja soltamos una carcajada y nos sentimos muy ridículas. Pero la vergüenza no tarda en pasar y, luego, me divierto como una enana y, por primera vez en mi vida, me siento transgresora. No disimulo en absoluto, al contrario, lo observo mientras prepara el chocolate con la pimienta detrás del mostrador. Y de repente me siento frágil. Experimento una de esas sensaciones difíciles de entender. Cosa de un instante, él alza los ojos, nuestras miradas se cruzan y permanecen fijas la una en la otra quizá durante demasiado tiempo hasta que, al final, soy yo la que cedo y aparto la vista mientras enrojezco cohibida. Cuando vuelvo a mirarlo, él ha desaparecido.
– Alis…
– ¿Sí? ¿Qué pasa?
Me mira con gravedad, un poco preocupada.
– ¿Qué pasa? ¿Qué ocurre?
Le sonrío.
– Pues que me gusta de verdad…
– ¡Menudo susto me has dado!
Me golpea en el hombro de manera que casi me hace caer de la silla.
– ¡Alis!
– Bueno, pues a mí también me gusta un montón.
Y, de esta forma, empieza la competición.
– Te veo muy sonriente, Caro.
– ¡Sí, abuela, lo estoy!
– Demasiado sonriente.
– ¡Sí, abuela, lo estoy!
Nos echamos a reír. Me ha pillado. Le hago compañía mientras prepara la comida. Me encanta que los abuelos vivan cerca de nosotros, así puedo ir y venir sin problemas cuando me siento sola, cuando mis padres discuten, cuando Ale incordia demasiado o cuando de repente echo de menos a Rusty. En todos esos casos, me refugio allí.
– ¡¿Qué están haciendo mis mujeres preferidas?!
El abuelo Tom es genial. Tiene el pelo lleno de canas y lo lleva siempre despeinado. Es alto, un poco rollizo y, pese a que sus manos son grandes, tiene los dedos muy finos. Le encanta construir, crear, pintar y dibujar. Y yo siempre me echo a reír cuando lo veo.
– ¡Chismorrear!
– ¡En ese caso, no os mováis!
Coge la cámara fotográfica que lleva colgando del cuello, una Yashica digital, y nos saca unas fotografías en el sofá. Yo me descalzo en un pispas, levanto las piernas y las coloco detrás, posando, después me recojo el pelo con ambas manos, hacia, arriba, sobre la cabeza.
– ¿Se puede saber quién eres tú?, ¿Brígitte Bardot?
– ¿Quién? ¿Quién demonios es ésa?
Mi abuelo baja la cámara de fotos.
– Los verdaderos hombres de antaño no pueden olvidarla.
– ¡En ese caso, sí, se parece un montón a mí!
Y esbozo una sonrisa dejando a la vista un sinfín de dientes. El abuelo saca más fotografías.
– ¡Voy en seguida a imprimirlas! Tengo ganas de ver cómo han salido…
Exultante, con sus piernas largas y torpes, se mueve por el pequeño salón, poco le falta para tropezar con la alfombra y luego choca contra el canto de una mesita. Una cajita de plata se cae al suelo. Tom la recoge. La coloca donde estaba antes, la mueve un poco, intenta dejarla en la misma posición en que estaba. Acto seguido sonríe por última vez a la abuela Luci y desaparece al fondo del pasillo. La abuela lo sigue con la mirada. No se enfada por las cosas que hace caer el abuelo. Nunca se lo recrimina. Y sus ojos reflejan alegría mientras permanecen fijos en esa dirección. Mi madre jamás ha mirado así a mi padre. Después se vuelve hacia mí.
– ¿Qué era lo que me estabas contando, Caro?
Le explico lo del sitio donde vamos siempre, Ciòccolati, lo de Dodo y la competición que hemos organizado entre las tres.
– Ten cuidado…
– ¿Por qué dices eso, abuela?
– Porque tal vez una de vosotras se enamore realmente y podría pasarlo mal.
– ¡De eso nada, sólo es un juego!
– El amor no mira a nadie a la cara.
Me encojo de hombros y sonrío. No sé qué responderle. En parte me gusta la frase de la abuela, pero sus palabras me han dejado una extraña sensación.
– Mira… ¡Mira lo bien que has salido! Eres la nueva B. B.
El abuelo llega con las fotografías impresas en blanco y negro. En ellas aparezco yo con el pelo recogido, riéndome, mientras me dejo caer sobre el sofá, bromeando y abalanzándome sobre la abuela. En ese momento lo decido.
– ¡Quiero hacer fotografía!
– Me parece muy bien… Empieza con ésta.
Y me cuelga la cámara del cuello.
– Abuelo…, que pesa…
– Colócatela delante de los ojos y mira… ¡Mírame!
La levanto y enfoco al abuelo. Acto seguido abro el otro ojo, el que no queda tras la cámara. Veo que él me sonríe.
– Eso es… Ahora aprieta arriba. ¿Ves que ahí, a la derecha, hay un botón?
– ¿Éste?
– Sí, ése.
– Vale…
Trato de que quede todo dentro del objetivo, pero el abuelo está gordo. No obstante, al final lo consigo.
– Enséñamela, -El abuelo me quita la cámara del cuello y mira la pantalla. Por un momento se queda perplejo, mas en seguida su semblante se relaja al esbozar una preciosa sonrisa-. Vas a ser muy buena.
Jamás habíamos ido tanto a Ciòccolati como en los días siguientes, cada una por su lado. Para Clod fue un verdadero festín, con la excusa de ligar con Dodo seguro que probó todos los pasteles. Al final se convirtió en un auténtico reto. Hasta el día en que comprendí que, tal vez, la victoria era mía.
– Hola…, ¿y tus amigas? ¿Dónde has dejado a tus guardaespaldas?
– ¡Oh! -Le sonrío-. No tardarán en llegar.
– Bueno, ¿quieres que te traiga algo mientras tanto?
– Sí, un chocolate caliente,light…
– Eres el polo opuesto de Claudia, ¿eh?
– Pues sí.
¡Si sabe hasta el nombre de mi amiga! Seguro que sabe también el de Alis. Faltaría más. Alice le habrá dicho su apellido, dónde vive y a qué se dedica su padre. De manera que quizá no sepa sólo el mío. Mejor, así no me confundirá con las demás.
– Aquí lo tienes. Te he traído también unas galletas nuevas que estamos probando, una es de coco y la otra de naranja; tienen un sabor muy delicado. Pruébalas, a ver qué te parecen.
Le doy de inmediato un pequeño mordisco a la primera.
– Mmm, ésta me parece deliciosa.
Doy un mordisco a la segunda.
– ¡Y ésta también! Hay que ver lo rico que está todo aquí…
– Sí y, además del chocolate, de vez en cuando preparan pequeñas sorpresas…
Me mira y me hace sentirme un poco avergonzada, de manera que echo una ojeada al móvil.
– No me han llamado, lo más probable es que ya no vengan. Si me traes la cuenta, me tomo el chocolate y me marcho.
Dodo se acerca a mí.
– Oh… Ya está pagado. Invita la casa… -me susurra.
– No, de eso nada.
– Sí, es justo. -Se pone serio y muy erguido-. Acabas de probar las nuevas galletas, ¡no eres una clienta cualquiera, sino nuestro conejillo de Indias!
Me guiña un ojo antes de alejarse de nuevo.
– Bueno, pues en ese caso, gracias.
Veo que se queda detrás del mostrador y que, de vez en cuando, me mira. Hago como sí nada, de tanto en tanto echo un vistazo al móvil simulando que, de verdad, estoy esperando una llamada o un mensaje de Alis o de Clod. En realidad hemos establecido turnos bien precisos. Una tarde cada una para ver cuál de nosotras consigue ligar antes con Dodo. La verdad es que está cañón- Cada vez que me sonríe, yo… No sé. El corazón me late a mil por hora. Aunque quizá se deba sobre todo a la idea de competir con mis amigas y, en parte, también al deseo de superar la timidez… Bah, no lo sé. Quiero decir, es guapo, sobre eso no se discute, pero no me gusta. Miro alrededor, ¿dónde se habrá metido? Bueno, basta por hoy. Me marcho. Salgo del establecimiento y echo a andar.
– ¿Puedo acompañarte, Carolina?
Me vuelvo. ¡No me lo puedo creer! Es él. Ya no lleva el uniforme. ¡Y sabe mi nombre!
– Claro, pero ¿no te dirán algo? -Señalo el establecimiento.
– Oh, me han dejado salir.
– Qué amables.
– Sí, me aprecian mucho.
– Tampoco exageres.
– Sí, empecé a trabajar aquí porque quería cambiarme la moto y necesitaba ahorrar un poco de dinero.
– ¿Y te contrataron así, sin más?
– Bueno, la propietaria siente debilidad por mí…
– ¡Vaya!
– Hablo en serio…, ¡soy su hijo!
Volvemos a casa charlando, y os aseguro que incluso me divierto. Es un bromista, y le gusta jugar a fútbol.
– En mi equipo todos somos modelos… ¿Te acuerdas de los Centocelle Nightmare? Pues nosotros estamos aún mejor. ¡Nos gusta el fútbol, pero si no podemos formar un equipo nos dedicaremos al striptease'.
Me río. La verdad es que, bien mirado, tiene un cuerpo bonito. Hablamos por los codos. Es muy simpático, en serio.
– Diecinueve años. ¿V tú?
– Catorce.
Qué más da, ya casi estamos llegando.
– Ah…
No sé por qué, pero cada vez que digo mi edad se produce la misma reacción. ¿Desilusión, sorpresa o el deseo de poner pies en polvorosa? Quién sabe… ¡Imaginaos si llego a decirle que todavía tengo trece!
– ¿En qué estás pensando?
– ¡Oh, en nada! Tiene gracia…, jamás se me habría ocurrido que podías ser el hijo de la propietaria de Cióccolati.
– En realidad preferiría no trabajar con mi madre pero, ¿sabes?, hago lo que quiero, y cuando lo necesito me concede un poco de libertad…
Me mira divertido.
– Ah, claro…
– Hace poco he leído un libro que me ha gustado mucho, El diario de Bridget Jones.
¡No! No me lo puedo creer. Es el mismo que me aconsejó Sandro, el de Feltrinelli, y todavía no lo he leído. Podría haber quedado como una reina y, en lugar de eso, hago el ridículo, como siempre.
– ¿Lo conoces?
Si le digo que yo también lo tengo pero que aún no lo he leído pareceré una mentirosa.
– Sí, me han hablado de él.
– Léelo. Ya verás, estoy seguro de que te gustará.
Llegamos al portón. Me paro. Entre nosotros se crea un extraño silencio. Me mira risueño.
– Me alegro de que hoy hayas venido sola.
No digo nada.
– Así he podido acompañarte a casa.
Otro silencio. Después Dodo hace acopio de valor. Se acerca lentamente a mi boca, por encima de ella, sin dejar de sonreír. Creo que hay momentos en los que todo se decide. Es un instante, pero después nada vuelve a ser igual. Y Dodo avanza lentamente, cada vez más lentamente, mirándome a los ojos y sonriendo. Sus dientes son perfectos y su sonrisa preciosa. Sus ojos oscuros, profundos, intensos. Y, sin embargo,… Justo en el último momento me vuelvo de golpe y le pongo la mejilla. Me da un beso fugaz que manifiesta decepción, desilusión, amargura. Después se aparta.
– Pero…
– Hasta la vista, ahora tengo que marcharme. -Y escapo así, sin añadir nada más.
Abro la puerta, entro y la cierro a mis espaldas. Veo que sigue allí y que me mira. A continuación se encoge de hombros y se aleja. Sé de sobra lo que se estará preguntando; ¿cómo es posible que una chica de catorce años lo haya plantado de esa forma? A saber durante cuánto tiempo rumiará ese pensamiento. O, por el contrario, ¿se tratará simplemente de una nube ligera que en poco menos de un segundo se disipará en su mente? Quién sabe. Yo, en cambio, sonrío. Estoy convencida. Era un simple juego con mis amigas. Y, por algún motivo, ese beso no me decía nada, no me inspiraba en lo más mínimo.
Oigo un ruido. El portón se abre a mis espadas y entra… ¡no me lo puedo creer! ¡La señora Marinelli! Si bien he llamado el ascensor, no lo espero.
– Buenas tardes.
Subo corriendo la escalera. Sólo me faltaba eso, que hubiese presenciado otro beso… ¡Y con otro chico! No lo habría soportado. Le habría faltado tiempo para tapizar el portal con octavillas.
Durante los días siguientes no les dije nada a Clod y a Alis. No sé muy bien por qué. Volvimos sólo una vez a Ciòccolati y bromeamos con Dodo como si no hubiese ocurrido nada.
– Sí, gracias, las tres queremos lo mismo.
Alis y sus alusiones. Él se ríe. Luego, en cuanto se aleja, Alis saca el móvil del bolso.
– Mirad esto. -Se trata de una fotografía de Dodo disfrazado de pelota-. Me la ha mandado con el móvil…
Clod suelta una carcajada.
– ¿Ah, sí? Pues vaya.
Saca el móvil de un bolsillo. La misma fotografía.
– ¡Qué capullo! -Alis pierde los estribos. Alza la barbilla en dirección a mí-: ¿Tú también la tienes?
– No… En la mía está nadando… ¡Sin traje de baño!
– ¿Ah, sí? -Alis se levanta, nos coge del brazo y nos saca a rastras del local-. ¡En ese caso, invita él!
Nada más salir a la calle echamos a correr, escapamos sin pagar, riéndonos, con Alis, que, de vez en cuando, vuelve la cabeza para ver si él ha salido del establecimiento.
– Lo tiene bien merecido. Así aprenderá a no ser tan cretino.
Los días sucesivos son tranquilos. He empezado a leerEl diario de Bridget Jones. Me gusta, ¡pero cuando lo leo por la noche suelo quedarme dormida!
He ido a ver aJoey. Hemos paseado a orillas del río mientras Rusty James escribía en la barcaza. Es un sitio precioso, el verde, las flores, y el Tíber, que en ese punto no parece tan sucio como en otros. Por la orilla pasan siempre unos chicos que hacen piragüismo. Llevan unas camisetas azules y quizá formen parte de un equipo. Llegan y se marchan veloces sin tener siquiera tiempo de saludar. Debe de ser un deporte agotador.
El otro día Alis prácticamente nos secuestró a la salida del colegio.
– Venga, acompañadme.
– Pero ¿adónde vamos?
– ¡Tú sígueme!
Acabamos en un lugar absurdo. Yo, en el coche con Clod, y ella delante.
– Mamá, no voy a ir a casa.
– ¿Se puede saber adónde vas?
– A comer con Alis. Clod también viene. Después estudiaremos en su casa.
– ¡No volváis tarde!
– No…
– ¿Me lo prometes?
– Te lo prometo.
Nos ha llevado a comer al japonés. Clod se niega a entrar.
– No me gusta, es todo pescado crudo.
– Es el mismo que comes cocinado, con la única diferencia de que así no engorda.
– ¿Sabéis una cosa?… Una vez tuve un pececito.
– ¿Y eso qué tiene que ver?
– Pues que se llamabaAurora y una mañana no lo encontré en el acuario, había saltado a la pila y por lo visto encontró el camino del mar…
Clod y sus fantasías.
– Sí, lo mismo que ese de Disney, ¿cómo se llamaba? Ah, sí, Nemo.
– Eso es, muy bien, Caro. He visto esa película cuatro veces.
El entusiasmo de Clod, el cinismo de Alis.
– Venga ya,Aurora murió porque tus padres lo tiraron a la basura… No quisieron decírtelo para que no te sintieses mal.
Clod reflexiona por un instante.
– Bueno, en una ocasión le cambié yo el agua y luego me lo encontré del revés en el acuario, boqueando.
– ¡Claro! A buen seguro le echaste agua helada. Lo dejaste medio tieso. Probablemente se murió.
– Pero ¿y si está vivo, le acaban de pescar y yo voy y me lo como en ese japonés?
– Eres un coñazo, Clod, estás fatal
En fin, una discusión interminable. Al final hemos ido a un japonés que está en la vía Ostia donde sirven también comida tailandesa, china y vietnamita. Así despejábamos cualquier duda sobre lo que queríamos pedir.
– Mmm, estas chuletas de cerdo están deliciosas. Clod prácticamente las engulle en un abrir y cerrar de ojos. Parece una ametralladora de comer.
Alis espera a que haya acabado para decírselo. -Veo que te han gustado, ¿eh? -Sí, estaban riquísimas.
Como tiene por costumbre, Clod se chupa los dedos. -¿Sabes que, en la mayoría de los casos, la carne que comes en los chinos es, en realidad, de gato…, de ratas callejeras? -Pero ¿qué dices?
– Sí, son idénticos: los matan y los trocean. Clod nos mira a punto de echarse a llorar. -Yo tenía un gato,Tramonto, desapareció hace tres meses…
– Perdona…, pero… ¡no nos habías dicho nada! -Confiaba en encontrarlo. -¡Y, en lugar de eso, te lo has comido! Al oír eso, Clod se levanta de un salto.
– ¡Ahhh! ¡Qué asco! -grita. Todo el restaurante se vuelve hacia nosotras. -Perdónenla…, se ha comido aTramonto sin darse cuenta. Alis es realmente terrible. Sólo que a veces nos hace reír y, además, tiene otra cualidad fundamental: siempre invita ella. Pero el plan de Alis no acaba ahí, -¡Venid conmigo! -¿Adónde vamos? -Seguidme.
Sube a su coche y desaparece por la via della Giuliana. Yo me río con Clod.
– ¡Sigue a ese coche!
Doblamos una curva contra dirección mientras circulamos junto a las murallas aurelianas. Nosotras detrás de ella. Nuestro microcoche detrás del suyo. Parece una de las«misiones imposibles» de Tom Cruise. No estaría de más conocerlo, aunque no tanto por él, sino porque eso significaría que somos realmente guays. ¡En esa película todas las mujeres son guapísimas! Alis conduce de maravilla. Derecha, izquierda, serpentea entre los coches como si estuviese haciendo un eslalon. Después, sin poner el intermitente, gira a la izquierda. Clod la sigue.
– ¡Cuidado!
Casi volcamos. Las dos ruedas del lado derecho se levantan. Clod suelta el volante, lo recupera de inmediato, el coche aterriza de nuevo en el suelo, se balancea un poco y a continuación enfilamos la cuesta a toda velocidad. Derecha, izquierda, y de nuevo derecha.
– ¡Oh, no nos superaría ni Daniel Craig en james Bond!
Clod está muy tensa.
– No puedo perderla. Conduce como una loca.
– Tú tampoco te quedas corta -le digo mientras me sujeto para no perder el equilibrio-. ¿Cómo lo haces? ¡Jamás has conducido así!
Clod me mira y respira profundamente por la nariz, parece un toro enfurecido.
– Pienso enAurora, mi pez, y, sobre todo, en Tramonto, mi gato, ¡dado que la imbécil de Alis dice que me los he comido! Les dedico esta carrera.
Y con esta última frase acelera aún más y embocamos a toda velocidad la via Aurelia adelantando a Alis, que nos mira pasmada sin dejar de reírse.
Un poco más tarde. Avanzamos en dirección a Fregene, entre los campos verdes y oscuros de la Aurelia más apartada.
– Eh, pero ¿dónde estamos? ¿Por qué hemos venido hasta aquí?
– Las Palmas…
– ¿De qué se trata? ¿De una bendición?
– Venga, bromas aparte, ¿qué es?
– Un club.
– ¿Puedes explicarnos algo más?
Pero ella está tranquila. Saca un paquete de cigarrillos del bolso y enciende uno, En realidad no es que le guste fumar. Lo hace adrede cuando debe darse aires o decir algo importante. Luego me mira.
– ¿Qué hora es?
– Casi las seis.
Alis tira al suelo el cigarrillo que acaba de encender y lo apaga con el pie.
– ¡Vamos!
La seguimos sin comprender adonde nos dirigimos. Clod y yo nos miramos por un momento.
– Bah… -digo en voz baja.
Clod sacude la cabeza.
– Está como una cabra.
– ¡Venid, pasad por aquí!
Recorremos un corredor que rodea el club y llegamos a un gran campo de fútbol.
– Sentémonos aquí.
En cuanto nos acomodamos en la grada, los jugadores salen de una suerte de túnel.
– Ahí está… ¡Es él!
Alis se pone en pie y salta eufórica agitando los brazos.
– ¡Dodo, Dodo! ¡Estamos aquí! ¡Aquí!
La verdad es que resulta muy gracioso, porque si alguien mira hacia las gradas sólo puede vernos a nosotras, que lo llamamos.
Dodo se separa de los demás y se acerca.
– Chsss. -Sonríe llevándose un dedo a los labios-. ¡Que os he visto! -Acto seguido se aproxima a la valla-. Qué bonita sorpresa… Me alegro de que hayáis venido. Después os presentaré al resto del equipo. Quizá vayamos juntos a comer una pizza…
Miro a Alis y después a Clod.
– Yo, la verdad, no sé si voy a poder…
Alis se encoge de hombros.
– Eres un muermo.
Permanezco en silencio, pero he de reconocer que me enfado cuando me dice esas cosas; sabe de sobra cómo es mi padre.
Dodo me mira ladeando la cabeza.
– ¿Qué pasa? ¿Todavía estás enfadada por lo de la otra noche?
– No, no…
Miro a Alis y a Clod intentando restar importancia a la situación. Piiiiii. Se oye un silbato. Dodo se vuelve.
– Disculpad pero ahora tengo que marchame. Están empezando.
Y se encamina hacia el centro del campo.
– Caramba, si hasta tienen un árbitro.
Alís me mira de soslayo.
– ¿A qué se refería? ¿Qué ocurrió la otra noche?
– No, nada.
– Nada, no, de lo contrario no te habría preguntado si seguías enfadada.
– Te digo que no es nada.
– ¡Cuéntanoslo!
Resoplo. Ya no puedo echarme atrás.
– Bueno, fui a Ciòccolati y me acompañó a casa y, luego, cuando estábamos abajo…
– Cuando estabais debajo de casa…
– Me pidió…
– ¿Qué te pidió?
Alis está empezando a ponerse nerviosa.
– Me preguntó si quería salir con él y yo le dije que no, que mi madre no me dejaba.
– Entiendo, y ahora se preocupa porque la que se fastidió fuiste tú…
Alis se dispone a mirar el partido. Clod me escruta y tuerce la boca de manera divertida, como si dijese: «Ya sabes el carácter que tiene.» Alis enciende otro cigarrillo y me mira de improviso.
– No sé por qué tengo la impresión de que no nos lo has contado todo, ¿me equivoco?
– ¡No, Alis! -Me echo a reír confiando en que todo esto la confunda y evite que la verdad salga a la luz-. Te lo aseguro…, no ocurrió nada más.
– Como me hayas dicho una mentira…
– Pero ¿qué motivo podría tener para hacerlo? Además, se trata de una competición, ¿no? Así que… todavía no has ganado tú.
– Mentirnos equivale a negar nuestra amistad.
Y de nuevo desvía la mirada hacia el campo. Han empezado a jugar y ella anima a los jugadores enardecida. Se pone en pie y grita.
– ¡Sí, vamos, Dodo! ¡Dodo! ¡Dodo!
Al final entonamos incluso una especie de coro.
– ¡Dedícanos un gol, Dodo Giuliani!
Nos abrazamos y casi nos caemos de las gradas y nos sentimos amigas…, y nos reírnos un montón…, ¡somos amigas! Y yo me alegro mucho de haberle mentido a Alis.
Clod no ha podido resistirlo y se ha comprado un paquete de Smarties.
– Eh, pero ¿por qué los sacas? ¿Eliges los que prefieres y el resto vuelves a meterlos dentro?
– ¡Porque me gustan los de chocolate!
– Pero si son todos de chocolate…
– Los marrones llevan más chocolate.
Clod y sus manías. Todas referentes a la comida. La dejo por imposible y decido pasar de ella.
Los jugadores han acabado.
– Van a los vestuarios. -Alis los mira por el rabillo del ojo. Espera a que el último de ellos desaparezca-. ¡Venid conmigo!
Tira de nosotras aferrándonos los brazos. A Clod se le resbala el paquete de Smarties.
– ¡Nooo! Has hecho que se cayeran.
– ¡Te compraré otro paquete, vamos! Además, he visto que sólo te quedaban los amarillos.
– ¡No, los azules también están buenos!
– Venga, venid.
Tira sin cesar e incluso nos empuja. Nos hace seguir un extraño recorrido. Prácticamente rodeamos el edificio del club y acabamos detrás de él, donde hay un campo lleno de hierba, árboles y setos.
– Eh, pero si esto es campo abierto.
– Tengo miedo…
– ¡Chsss! ¿De qué tienes miedo?
– De los animales.
– ¡El único animal que hay aquí eres tú.
Clod resopla. Avanzamos entre la hierba alta.
– Mirad…
Nos sentamos en la ladera de una pequeña colina. A nuestros pies, a poca distancia, están las ventanas estrechas y largas que ocupan la parte alta de la construcción que hay detrás del campo.
– Ahí están…, ahí están.
Llegan. Veo entrar a los jugadores y, después, a Dodo.
– Nooo… Pero si son los vestuarios.
– Sí. -Alis sonríe ufana-, Y están a punto de desnudarse.
Miro a Alis sorprendida.
– ¿Cómo lo sabías?
– Mi madre frecuenta este club. Ése de ahí, el de la izquierda, es el vestuario femenino. El verano pasado solía venir por aquí, hay una piscina.
Sigo mirándola. No sé si me está tomando el pelo, aunque la verdad es que no me importa mucho.
– Mirad, mirad…
Varios de los chicos se han quedado en calzoncillos. Otros ya no llevan nada encima. Se meten, en la ducha, se enjabonan. Ríen y bromean, pero no podemos oír lo que dicen, sólo algún que otro retazo de frase que rompe el silencio nocturno, que no logra atravesar esas ventanas, que tropieza con los sonidos que producen los bancos o las bolsas de deporte que dejan caer al suelo. Poco a poco se van desnudando ante nuestros ojos.
– Mira… Mira ése, qué tipazo…
– ¿Y ése? -Alis señala a otro. Está desnudo y tiene las manos ahí-. ¿Habéis visto una cosa igual?
– ¡Alis!
– ¡Pero es que es impresionante!
– Sí, pero…
– Chsss.
Nos quedamos un rato allí, en silencio, observando esos cuerpos.
Los oímos reírse a lo lejos y hablar sin poder apartar los ojos de ellos. Miro hacia abajo, entre sus piernas. Me ruborizo un poco, por un lado preferiría no mirar, aunque por el otro sí. Me siento extraña, y tengo calor. Pero ¿hace calor? Quizá no…
Clod parece preocupada.
– Yo sólo sé una cosa… Creo que será dolorosísimo.
– Sí… ¡Cuando llegue el momento!
Luego, de repente…
– ¡Eh, vosotras! ¿Qué estáis haciendo ahí?
Una voz, casi un grito, en el silencio de la noche. La figura de un hombre a doscientos metros. Es negra y parece envuelta en una aureola luminosa. Alis es la primera en levantarse.
– ¡Vamos, escapemos!
Y echa a correr delante de nosotras bajando por la colina, en medio del campo verde y oscuro. La sigo con Clod pisándome los talones.
– ¡Eh, esperadme!
Corremos a toda prisa con el corazón en la garganta, jadeando. Alis está cerca de mí, le he dado alcance. Clod se ha quedado rezagada, avanza a duras penas.
– No puedo. Tengo ganas de vomitar.
– ¡No hables! ¡Corre!
El vigilante está detrás de nosotras. Sí, el hombre nos persigue, pero todavía está muy lejos. Cuando llegamos abajo vemos una valla.
– No… Sólo nos faltaba esto.
– ¡Mira!
En un rincón hay una especie de cobertizo lleno de herramientas de jardín y, a su lado, un muro bajo. Alis trepa por él sin perder tiempo. Sube al muro y después al tejado del cobertizo. Acto seguido se agarra a la valla y, levantando una pierna, consigue saltarla y aterriza en el suelo. Yo la imito y en un abrir y cerrar de ojos estamos al otro lado.
– Hay que reconocer que la gimnasia artística sirve, ¿eh?
– ¡Sí, para fugas como ésta!
En ese momento llega Clod con el vigilante a pocos pasos de ella. Jadea con la lengua fuera y tiene las mejillas encendidas.
– ¿Habéis pasado ya? Yo no lo conseguiré nunca.
Sube al muro lentamente, con gran dificultad, hasta llegar a lo alto.
– ¿Y ahora?
– Ahora tienes que meter la pierna ahí abajo y franquearla.
Clod da dos saltos, pero no lo logra. El vigilante se aproxima. Miramos a Clod, después a él, luego de nuevo a nuestra amiga. Alis lo tiene muy claro.
– ¡Tenemos que irnos!
– ¡No! -grita Clod desesperada-. ¿Pensáis dejarme aquí? A mí, a vuestra amiga…
«Sí, a ti y a tus Smarties», me gustaría decirle. En cambio, se me ocurre otra cosa.
– Tírate al suelo, quizá así no te vea.
Echamos a correr por el camino que bordea la valla. El vigilante cambia de dirección. Nos persigue corriendo en paralelo a nosotras.
– ¡Deteneos! ¡Deteneos! Quiero saber vuestros nombres.
Es viejo y le cuesta respirar. Nosotras nos precipitamos hacia los coches. Por fin, Alis abre la puerta del suyo y yo me apresuro a montar a su lado. Introduce la llave en el contacto. El vigilante ha salido por la puerta. Alis pone en marcha el coche y, tras hundir el pie en el acelerador, damos un salto hacia adelante y partimos a todo gas con los faros apagados.
– ¡De prisa, vamos!
Miro por el espejo retrovisor. El vigilante corre ahora por el camino blanco que se encuentra a nuestras espaldas. Después se detiene y desaparece en la noche, envuelto en una nube de polvo.
Alis exhala un suspiro.
– Ufff… Poco ha faltado para que nos metiésemos en un buen lío.
– Pues sí, pobre Clod, a saber cómo saldrá de ésta…
Alis me mira y a continuación se encoge de hombros.
– Pues como hace siempre…
– ¿Tú crees?
– Por supuesto-
Finjo que me ha convencido, aunque lo cierto es que no es del todo así. Por otra parte, era la única solución.
Un poco más tarde recibo un mensaje mientras estoy en la cama. Es de Clod: «Todo ok, ya he conseguido escapar. He tenido que esperar a que cerrase el club. Muchas gracias, amigas.»
Pasados unos días logramos hacer las paces. Para ello ha bastado que la invitásemos a alguna que otra merienda durante una semana. Como no podía ser de otro modo, las ha pagado Alis. ¡Por otra parte, fue ella la que nos involucró en la «misión», más que «imposible» «erótica»!
He pasado tres días estupendos. Me he divertido de lo lindo. Mi madre me ha dejado dormir en casa de Rusty. He estado fuera, sentada en una tumbona, mirando el fluir del río bajo la luna. Qué silencio hay allí No se oye nada, ni siquiera los coches que pasan por encima de nosotros, por el Lungotevere. Rusty me ha puesto una estufa, una de esas que tienen un sombrerete en lo alto, esas que parecen una seta con fuego en el interior y que te caldean evitando que sientas frío. La ha encendido y la ha colocado a mi lado. Después ha empezado a andar arriba y abajo por delante de mí con unos folios en la mano.
– Bueno…, ¿estás lista? Eres la primera persona a la que se lo leo… «Un día como tantos otros, pero nunca más a partir de ese momento. Nunca más desde que se conocieron…»
Me mira risueño. Es su novela.
– ¡Me gusta! Sigue…
– «Él es un chico introvertido, serio, con el pelo largo y las manos encallecidas por el duro trabajo que realiza a diario… -Y sigue leyendo sin dejar de caminar lentamente, poniendo pasión en cada palabra, moviendo la mano derecha como si tratase de detener el tiempo. Lo miro y pienso que su relato me gusta. Es una historia de amor. Lo escucho-: Le gustaba esa chica, delgada, casi flaca, pero con una mirada hambrienta, rebosante de curiosidad… -La chica me cae bien de inmediato, me la imagino a través de sus palabras. Luego me adormezco al calor de la seta. Sólo oigo la voz de Rusty, a lo lejos, que no ha dejado de leer-, Y su mirada fue tan intensa que…» ¡Caro!
Abro los ojos casi instintivamente, quizá porque he oído mi nombre, con esa sensación extraña que experimentas cuando te sientes espiado.
– Te has dormido…
– Perdona…, La verdad es que es precioso…
– Sí, mira si es precioso que te has quedado dormida… Venga, acompáñame.
Deja su novela sobre una mesita. Pone un libro encima, pese a que en ese instante no sopla el viento y, sin darme tiempo a levantarme, me coge por debajo de las piernas y me levanta. Me aleja de allí y yo me aferró con todas mis fuerzas a su cuello con ambos brazos.
– No te vengues de mí… No me tires al rio.
Rusty suelta una carcajada.
– ¡La verdad es que no te vendría mal! Seguro que así te despabilabas.
Lo abrazo aún más fuerte. Me sonríe, no está enojado. Él es así. Y yo me siento querida.
– Es que estoy un poco cansada… Pero me gustaría leer tu novela.
– Sí, sí, tienes todo el tiempo que quieras… Todavía debo corregirla y luego la enviaré a las editoriales. Por eso quería saber tu opinión.
– Las mujeres llorarán, y después sonreirán.
– ¿Qué quieres decir?
– Llorarán leyéndola porque se emocionarán, ¡y sonreirán cuando te conozcan porque querrán salir contigo!
– Tonta…
Me tumba en la cama y me tapa con el edredón. Me cubro con él y me alegro de haberme lavado ya los dientes.
– Rusty…
– ¿Sí?
– Hablo en serio, quiero leerla.
Una última sonrisa.
– Buenas noches, Caro. Que duermas bien.
Apaga la luz y yo me vuelvo del otro lado. Y, pese a que estoy en el río, no tengo miedo. Al contrario. Oigo fluir el agua por debajo de mí. Y me gusta. Y me quedo profundamente dormida.
Al día siguiente voy a casa de mis abuelos. El abuelo Tom me explica unas cosas sobre fotografía. Hacemos varias fotos e incluso las imprimimos.
– ¿Te gustan, abuela? Mira qué bonitas son… A ver si adivinas cuáles he hecho yo y cuáles el abuelo Tom.
Se echa a reír.
– Ésta la has sacado tú…
– ¡No, te equivocas! La mía es ésta, la de las flores.
Y me voy corriendo.
Cuando, más tarde, me acerco a la cocina, veo que está triste, en silencio, pero ella no se percata de mi presencia. Está llorando. Salgo sigilosamente. Después me detengo en la puerta y miro por última vez hacia atrás. La veo reflejada en el cristal, me mira. Nuestros ojos se encuentran por un instante. Se da cuenta de que la he descubierto. Me marcho.
Luego, en la cena, me sonríe.
– Abuela, pero si has preparado ese plato de carne que me encanta: chuletas con salsa de tomate.
– Sí, pese a que a tu abuelo no le gustan.
Lo mira con unos ojos…, no sé cómo expresarlo, y esa sonrisa que refleja todo el amor que siente por él. O, al menos, a mi me lo parece. El abuelo finge enfadarse.
– De vosotras dos no cabe esperar otra cosa… Voy a lavarme las manos.
Sale de la cocina, la abuela se pone seria y me mira con una dulce sonrisa en los labios, ligeramente triste, quizá un poco preocupada.
– No le dirás nada, ¿verdad? Será nuestro secreto.
Me sirvo de beber sin mirarla, después apuro mi vaso y, con él aún en la boca, asiento con la cabeza. Ella sonríe de nuevo. En realidad no tenía sed, pero si hubiese tenido que hablar en voz alta, a buen seguro me habría echado a llorar, A continuación regresa el abuelo.
– Entonces, ¿qué comemos? ¿O lo habéis devorado ya todo? -Se sienta presidiendo la mesa, entre las dos, y me coge la mano con la suya, que es grande y está fresca, recién lavada-. Monstruo, que eres un monstruo, ¡pero al mismo tiempo eres tan preciosa que te comería ahora mismo!
Y prueba a morderme la mano y a metérsela en la boca. Yo trato de zafarme de él mientras me río a carcajadas. También la abuela está ahora de buen humor, de manera que olvido nuestro secreto.
¡Sólo faltan dos! Mañana por la noche se celebra la fabulosa fiesta de Borzilli en Supper. Empiezo a preparar el terreno en casa.
– Mamá, Alis me ha invitado a dormir mañana en su casa.
– ¿Quiénes vais?
– Clod, Alis y yo.
– ¿Y ya está? – Mi madre arquea las cejas, ligeramente desconfiada.
– Es verdad, ¿quieres llamarla? También estará su madre, por supuesto.
Ella sacude la cabeza.
– Esa familia es un desastre.
– Pero Alis no, Alis es mi amiga, no tiene nada que ver con los problemas de sus padres.
– ¡Caro! Ya está bien, no me gusta que hables así… Parece que formes parte de esa familia. ¿Acaso te han adoptado?
Me modero.
– No, perdona, mamá.
– Está bien. Hablaré con tu padre. Por mí puedes ir.
– Sí, pero convéncelo a él. ¡De lo contrario, no sirve de nada! Vamos, cuando quieres lo consigues.
La abrazo con fuerza. Al principio, mi madre levanta los brazos. Da la impresión de que se ha rendido. Después los deja caer y me abraza a su vez.
– Eres terrible. Vete ya al colegio, que si llegas tarde mañana no irás a ningún sitio, te lo digo en serio.
– Sí, sí, claro.
No me hago de rogar y me dispongo a marcharme en seguida. Y la tranquilizo sobre el hecho de llegar tarde.
Parezco Raffaelli, una de esas chicas que sólo viven para ir a la escuela ¡que adoran estudiar y no se avergüenzan! Y lo hago tan bien que me merezco un Oscar como actriz. Y, cuando vuelvo de clase, obtengo el permiso como premio.
– ¡Papá ha dicho que puedes ir!
Mi madre es genial. La abrazo aún más fuerte.
– Eh…, quieta, quieta, ¡que me voy a caer! ¿A qué viene tanta euforia? ¿Acaso debo preocuparme?
Vaya, es cierto. Me he comportado como una estúpida. Me controlo.
– No, es que me alegro de que entiendas hasta qué punto es importante para mí la amistad de… Alis y Clod…
Mi madre me mira.
– Cuando yo tenía tu edad tenía una amiga, Simona. Un día, de repente, no quiso volver a verme.
– Quizá le parecías demasiado guapa.
Sonríe y ladea la cabeza.
– No bromeo. El caso es que la busqué para pedirle una explicación. Le pregunté si había hecho algo malo, pero ella se limitó a decirme: «No, no. en absoluto. Supongo que he estado muy ocupada.» No obstante, a partir de ese día nunca volvió a llamarme.
La miro perpleja.
– ¿Qué quieres decir, mamá?
– Que yo consideraba a Simona mi mejor amiga. Para ella, en cambio, yo no significaba nada, sólo que yo no lo había entendido.
– Sí, mamá, pero Alis, Clod y yo nos lo contamos todo, estamos verdaderamente unidas, es un caso distinto… El problema es que no estás con nosotras… Tú no puedes entenderlo.
– Ah, claro, yo nunca comprendo nada. ¿Sabes lo que solía decirme mi madre? «A veces hace falta golpearse contra un cristal para saber que está ahí.»
– Eso es porque la abuela no veía nada… Yo veo de maravilla.
Me escabullo.
– Llámame cuando llegues.
– Sí, mamá. Bajo la escalera como un rayo y, tal y como hemos acordado, veo que Clod me está esperando fuera.
– ¡¡¡¡Holaaaa!!!!
Subo al coche, pero antes saludo a mi madre, que, como no podía ser de otro modo, se ha asomado a la ventana.
– Vamos. ¡Venga, Clod, vamos!
Arranca a toda velocidad.
– ¡No tan de prisa, que mi madre está asomada!
– Pues sí que… Primero de prisa…, luego no. ¡No hay quien te entienda!
– ¿Qué te pasa? ¿Estás enfadada?
– ¿Yo?
– ¿Quien, si no?
– No me pasa nada.
– ¡No es cierto!
– Está bien… Lo que pasa es que podría haber ido con Aldo a la fiesta. Hemos hablado y ¡lo han invitado!
– ¿En serio? ¿Y cómo es que la conoce?
– Por lo visto es amiga de un amigo suyo. Esta noche habrá un montón de gente allí…
– Bueno, mejor así. Ya lo verás en la fiesta.
– Eso…, por una vez que podemos quedar fuera del gimnasio… ¡tengo que verlo allí! ¿Y si luego no lo encuentro?
– Mira que eres pesada… Mejor. ¡Así te deseará más!
– Pero ¿y si no me desea?
– Si empiezas así, estás perdida… No funcionará de ninguna manera.
Clod se encoge de hombros.
– Si tú lo dices…
– ¡Confía en mí!
La miro, parece un poco desconsolada. Intento cambiar de tema.
– Eh, ¿has traído la bolsa? -Dicho así, esto parece una película de esas en las que todos disparan, corren, huyen, tienen unos cuerpos que quitan el hipo, son negros y hay de por medio un lío de drogas.
– Sí, sí, está aquí detrás…
Me vuelvo. ¡Dentro de las bolsas de Catenella están nuestros supervestidos! Los tops de lentejuelas, las minifaldas y las botas con el calcetín incorporado.
– ¡Caray! Será una noche fantástica.
Clod me mira y al cabo de un instante recupera la sonrisa.
– ¡Si, será genial!
Pasados unos minutos llegamos a casa de Alis. Nos abre la puerta y se abalanza sobre nosotras gritando.
– ¡Yujuuu! ¡Qué bien que ya estéis aquí! ¡Vayamos a vestirnos, vamos!
Nos arrastra dentro. Su madre aparece en el pasillo.
– ¡No corras de ese modo, Alis, vas a romper algo!
– Mira que eres plasta, mamá, dijiste que nos dejarías solas.
Alis acompaña a su madre hasta la puerta del salón, donde la espera una amiga. Casi la saca a empellones desu casa.
– Sí, sí, ya me voy… Con tal de que no destroces las cosas de casa…
– ¡Qué más te da! Pues compramos otras. ¡Tú tráeme una bonita sorpresa, que todavía no hemos hecho las paces!
Y tras decir esto las echa de casa y cierra la puerta. La amiga de su madre sacude la cabeza.
– ¿Tu hija se comporta siempre así?
– ¡Huy, esto no es nada! ¡Últimamente ha mejorado mucho!
Segundos después, Alis entra a toda prisa en el salón y pone Tokio Hotel.
– ¡Vamos! -Empieza a bailar como una loca, saltando sobre los sofás, pasando por delante de nosotras, mareándonos tanto a Clod como a mí-. ¡Esta noche va a ser alucinante! Venid, vamos.
Entramos en una habitación enorme en la que hay una gran cantidad de espejos. Nos probamos los vestidos, uno, dos, a continuación otros, todos diferentes.
– ¡Verás cómo éste te sienta de maravilla!
Alis tiene muchos más, y ha cogido sin decimos nada otras prendas para nosotras. Al final, organizamos mucho más que un destile. Un mayordomo impecable se acerca de puntillas.
– Señorita, le he preparado té verde, tisanas y chocolate.
– Déjalos ahí y esfúmate. – Alis ve que la miro con aire de reprobación. Entonces corrige la frase-: Por favor.
Y probamos también a maquillarnos poniéndonos un sinfín de coloretes y sombras de ojos.
– Éste… Éste más oscuro. Prueba este lápiz azul.
– Éste plateado me queda fenomenal.
Alis se aproxima.
– Es cierto… Rebájalo aquí arriba. Un poco más…
Acto seguido, me miro al espejo.
– Yo me pondría el celeste, luego el azul claro y a continuación el blanco para difuminarlo…
– ¡Pero vas a parecer una loca!
– ¡Por eso mismo!
Alis sube el volumen de la música y seguimos así, riéndonos, empujándonos, maquillándonos y bailando como tres auténticas chilladas.
Son las ocho. Ya estamos listas.
– ¡Estamos buenísimas!
De eso nada, y lo mismo piensa el portero, que, cuando nos ve salir, se lleva la mano a la frente.
– ¡Hola, guapo! ¡¿Qué tal estamos, eh?!
Alis y su manera de comportarse. Al menos bromea, se ríe y no lo trata mal.
Bajamos hasta llegar a los coches. Clod tiene un aspecto muy cómico con su vestido corto. ¡Su elegancia, por decirlo de alguna forma, resulta simpática!
– ¿Por dónde vamos?
Alis arquea las cejas.
– Yo tengo que pasar antes por un sitio. Nos vemos allí.
– ¿Allí, dónde? ¿Y si no nos dejan entrar?
– Venga ya, estáis en la lista. Está en el centro, al lado del cine Barberini: bajando, a la derecha… Supper, ¡todo el mundo lo conoce!
Desaparece en el interior de su coche rosa con todos los accesorios posibles de Hello Kitty, y arranca casi derrapando.
– A saber adónde va.
– Bah,…, siempre tiene alguna extraña sorpresa…
Clod es más dura:
– Yo creo que está como una cabra.
– Para mí es Alis y punto.
– Sí, vale. -Se da por vencida- Busquemos ese Supper.
Bajamos por la cuesta de la piazza Barberini.
– Tienes que ir por ahí.
– No, Alis dijo a la derecha.
Clod se para.
– Pero ¿qué haces?
– Pregunto…
– ¿A un marroquí?
– Eh, disculpe, ¿sabe dónde está Supper?
El marroquí se acerca al coche.
– ¿Qué?
Clod insiste:
– Supper.
– Ah. perdona, ¡no entender antes! Local estupendo, segunda calle a la derecha y lo verás. -¡Gracias!
El marroquí se aleja. Clod me mira satisfecha. -¿Has visto?
– ¡Sí, pero yo ya te había dicho que era a la derecha! Encontramos aparcamiento, después el local, nuestros nombres en la lista y, en un pispás, estamos dentro.
¡No me lo puedo creer! Están todos los Ratas… Y Cudini con su amigo,
– ¡Hola!
Un tipo pasa por mi lado. Es Matt.
– Hola -lo saludo con frialdad.
– ¿Estás enfadada?
– ¿Yo? ¿Por qué?
– Bueno, por la fiesta de aquella noche que subimos…, y yo no te había contado lo de la chica…
– En absoluto…, ¿por qué debería estar enfadada? Y ahora perdona, pero voy a saludar a mis amigos. ¡Ahí están! Ven, Clod.
Me escabullo y nos alejamos de él. Clod escruta a la multitud.
– ¿Se puede saber a quién has visto, Caro?
– A nadie, sólo que no tenía ganas de hablar con él.
Luego los veo de verdad.
– Mira. ¡Gibbo y Filo!
– ¡Hola, chicos!
Nos aproximamos a ellos. Están pegados al disc-jockey. Gibbo lleva unos auriculares enormes. Me guiña un ojo y sonríe. Filo coge el micrófono, baja la música, y se pone a cantarWhen did your heart go missing? de Rooney encima de la canción.
Clod y yo nos miramos.
– Caramba, canta de maravilla…
– ¡Sí, desde siempre!
A continuación Filo rapea y dice algunas cosas sobre la velada. Nosotras empezamos a bailar enloquecidas, saltamos, nos empujamos y nos abrazamos. Clod se detiene de improviso.
– ¿Qué ocurre?
– Acabo de ver a Aldo…
Aldo, sí, ahí está. Camina entre la gente arrastrado por una chica que lo lleva de la mano.
– Pero ¿sale con alguien?
Clod no contesta a mi pregunta, baja al vuelo de la tarima del disc-jockey y se dirige al centro de la pista. Se pone a bailar. Se coloca justo en medio de su trayectoria y, de hecho, la chica que arrastra a Aldo no tarda en pasar por delante de ella. En cuanto la deja atrás, Clod se pone a bailar delante de él para llamar su atención. Él la ve y la saluda.
– ¡Hola!
– Ah, hola -le responde muy seria, forzando una sonrisa-. ¿Ya estás aquí?
– Pues sí, ¿has visto cuánta gente?
– Sí.
La chica se acerca a ellos,
– Ah… Ella es Serena, y ella Claudia. -Luego se dirige a Clod-: ¿Sabes que ella también sabe hacer imitaciones? ¡Te gustarían un montón'.
Clod da media vuelta y lo deja tirado.
– Pero Claudia…
Aldo extiende los brazos, pero la chica vuelve a cogerlo de la mano y se lo lleva.
Clod se me acerca y empieza a bailar con los ojos reducidos a una hendidura, apretando tanto los dientes que casi le rechinan de rabia.
– ¿Qué pasa?
– ¡Que es un cabrón!
– Ah, pues sí, tienes razón.
Como si de repente todo estuviese más claro que el agua. Y justo en ese momento la veo.
– Mira, ahí está Alis.
Camina entre la gente con la cabeza erguida. Sonríe, saluda, agita la mano para decir hola, besa a algunos. Y detrás de ella…, no me lo puedo creer: ¡Dodo Giuliani! Así que ésa era la sorpresa… Cuando nos ve, sacude la cabeza risueña, como si dijese: «Esto sí que no os lo esperabais, ¿verdad? ¿Habéis visto a quién os he traído?»
Empieza a bailar delante de él. Dodo la mira, no se ha percatado de nuestra presencia. Le dice algo al oído, Ella se ríe echando la cabeza hacia atrás, Se ríe aún más fuerte, como si pretendiese darnos a entender a nosotras, a todos, a cualquiera que pudiese albergar alguna duda, que lo que él acaba de decirle al oído es un cumplido precioso. Alis baila ahora con mayor convencimiento, se mueve alrededor de él, se acerca, lo roza, y al final aproxima su boca a la suya, cerca, demasiado cerca. Lo mira a los ojos, le sonríe, se mueve lentamente. Tiene la boca entreabierta mostrando sus dientes perfectos, su sonrisa ligera. Dodo no puede resistirlo, es evidente, de manera que la besa. La música cambia como en una explosión. Alis se separa de él y se pone a bailar alzando las manos a la vez que nos mira. Sonríe y grita; «¡Sí!» Levanta los dedos índice y corazón de la mano izquierda y hace el signo de la victoria. Clod y yo nos miramos.
– Ha ganado…
Simulo que lo lamento, si bien soy la única que sabe lo que podría haber ocurrido con el tal Giuliani. Clod parece más disgustada que yo. Intento consolarla.
– Venga… Hay que reconocer que Alis se lo ha currado.
– ¡Me importa un comino! Dodo no me gusta nada. Sí, admito que es guapo, pero es también un imbécil. ¡A mime gusta Aldo!
Menuda historia. Alis se ha jugado el todo por el todo y está feliz de haber ganado… ¡Y va y resulta que nosotras estamos encantadas de habernos librado de él!
– Bueno…, quizá a Aldo le importe un bledo esa especie de tanque. -Miramos las dos en la misma dirección. Aldo está sentado en un rincón bebiendo un zumo, mientras ella baila delante de él como si fuese una odalisca metida en carnes-. Oh, Clod… ¡Creo que se está aburriendo como una ostra!
– ¡Y a mí ella me parece una vacaburra!
– ¡Eh, chicas, coged esto.
De repente nos dan un par de botes de Nutella.
– ¿Qué pasa?
– ¿No lo sabéis? ¡Está a punto de empezar elTuca, Tuca sweet!
– ¿Y eso qué es?
Tratamos de entender algo, pero la tipa con el uniforme decow girl de Supper, que lleva colgados los botes de Nutella de un extraño cinturón doble, desaparece de inmediato entre la gente.
– Pero ¡¿para qué son estas cosas?!
Clod sonríe.
– ¡Bah! ¡En cualquier caso, se come!
Justo en ese momento suena una canción de Tiziano Ferro: «Y Raffaella canta en mi casa, y Raffaella es mía, mía. Mía. Sólo mía. Y Raffaella…» Y todos bailan enloquecidos mientras el vídeo se proyecta en las pantallas.
– ¡Venga, chicos, elegid compañero!
En un abrir y cerrar de ojos se forman un montón de parejas. Y el disc-jockey se apresura a mezclar perfectamente la canción de Raffaella Carrà: «Se llama, mmm… tuca, tuca! Lo he inventado yo…»
Todo el mundo sujeta una gran cuchara de plástico y empiezan a untar de Nutella a la persona que tienen delante. I.as piernas, el cuello, los brazos, la barriga, en cualquier lugar donde se pueda, vaya, y luego comienzan a lamer y a mordisquear al ritmo de la música, en pocas palabras, a recuperar la Nutella.
– ¡Qué asco!
– ¡Pero si es genial!
– ¡Sí, pero engorda!
En fin, que en un instante estalla una guerra de chocolate. Pasados unos segundos, y siempre al ritmo deTuca, Tuca, todos untan de Nutella a los demás y se muerden y se lamen. Es una suerte de círculo dantesco de golosos. Y en medio de ese extraño Tuca, Tuca sweet aparece ella.
– ¡Eh, Clod, Caro! He ganado… ¿Habéis visto?
– ¡Sí, eres la mejor!
Alis desaparece al fondo de la pista, donde se encuentra Dodo. Clod ve que Aldo está solo y se acerca a él. El disc-jockey mezcla de nuevo y yo me pongo a bailarHappy ending de Mika. Tengo los ojos cerrados, extiendo los brazos y giro sobre mí misma sacudiendo el pelo, siguiendo la música. Los demás me temen y nadie osa aproximarse. Y me echo a reír sola, en mi interior, y pese a que nadie desea untarme de Nutella, me siento feliz. A continuación abro los ojos. El techo del Supper también está tachonado de estrellas.
– ¡Ha sido una fiesta genial!
Clod me coge del brazo a la salida del local. La gente se aleja armando jaleo, unos van del brazo, otros patean una lata como si estuviesen jugando un partido de fútbol.
– Sí… ¡Salvo que ahora soy un pedazo de chocolate andante! ¡Un tipo se puso a untarme mientras bailaba y después quería lamerme el brazo! ¡Me cabreé tanto que casi le doy una patada!
– ¡No tenías el día! Se veía a la legua…
– Mira quién habla. Aldo te ha jorobado la noche.
– De eso nada, hemos hablado. Sea como sea, he entendido lo que te sucede, Caro: te molesta lo de Dodo y Alis.
– ¿A mí? Pero ¿qué dices?… ¡Ahí están!
Justo en ese momento pasan por nuestro lado corriendo, cogidos de la mano.
– ¡Eh, nos vemos en mi casa!
Desaparecen al doblar la esquina.
– ¡Qué locos! Me alegro por ellos, oye.
– Ya…
– ¿Qué te ocurre. Clod?
– ¡Nada!
– Estás rara.
– Ya te he dicho que nada.
– Acabas de decirme que has aclarado las cosas con Aldo.
– Sí, de hecho…
– ¿Entonces?
– Uf, nada…
Permanece en silencio hasta que llegamos al coche. Después se para. Miro alrededor.
– ¡Eh, el tuyo no está! ¡O se lo han llevado o, peor aún, te lo han robado! Por eso estabas así. ¡Lo presentías! ¿Te das cuenta, Clod? ¡Tienes poderes! -La sacudo por los hombros-. ¿Entiendes? Lo presentías… ¡Eres médium!
Ella me mira desconsolada.
– De eso nada: se lo he prestado a Aldo.
– ¡¿A Aldo?!
– Sí, para que pudiese acompañar a la tipa que estaba con él.
– ¡En ese caso no es que tengas poderes, sino que eres idiota!
– ¡Oye, no te permito que me insultes! ¡El coche es mío y puedo prestárselo a quien me dé la gana! ¡Pareces mi madre!
– Puede, pero al menos tu madre tiene su coche consigo. Nosotras no tenemos ninguno. ¿Qué hacemos ahora?
– Esperar. Volverá.
– Pero ¿cuándo? llámalo al móvil.
– Ya lo he hecho. Lo ha apagado.
– ¡Pues vuelve a intentarlo!
– Hace una hora que pruebo.
– En ese caso, el que tiene poderes es él. ¡Menudo gilipollas!
Echo a andar.
– ¿Adónde vas?
– A casa de Alis.
– ¿Y me dejas aquí tirada?
– ¡Tú me has dejado aquí tirada! Yo me voy a casa.
– ¡Espérame! -Me da alcance corriendo de medio lado debido a los tacones-, ¡Justamente tenía que ponérmelos esta noche!
La miro con odio.
– Todo estaba saliendo a pedir de boca hasta que le prestaste el coche.
– ¿Y qué podía hacer? No quería parecer celosa cuando me lo pidió.
– ¡Pues has quedado cono una imbécil!
Caminamos en silencio. La oigo cojear a mi lado, la miro por el rabillo del ojo. Tiene una expresión de dolor en el rostro. Le hacen daño los zapatos. He sido demasiado dura con ella. Me vuelvo, la miro y a continuación esbozo, una sonrisa.
– Perdona, Clod…
Ella también sonríe.
– No te preocupes…, si tienes razón.
La cojo del brazo. Me guiña un ojo.
– Además, Caro, se que estás nerviosa.
– ¿Por qué?
– Porque en el fondo te gustaba Dodo, ¿eh? ¡A mí no se me escapa nada!
Niego con la cabeza y alzo la mirada. No hay nada que hacer. Exhalo un suspiro. Clod sólo piensa en eso.
– Sigamos andando, venga.
Más tarde. Caminamos exhaustas por la piazza Venezia.
– Pero ¿cuánto falta?… ¡Ya no puedo más! -Clod va detrás de mí jadeando.
– ¡Animo, ya no queda nada!
Pasa un coche y el conductor toca el claxon. Uno de los chicos que van dentro se asoma por la ventanilla trasera.
– ¡Hola, guapas! ¿Cuánto queréis?
Y se alejan sin dejar de tocar el claxon como locos. Otro coche se arrima a nosotras de inmediato.
– Perdonad.
– ¿Sí? -responde Clod con ingenuidad.
La cojo del brazo.
– Ven, crucemos.
– Pero si quería preguntarnos algo…
– ¡Por supuesto! ¡Quería saber lo que estás dispuesta a hacer!
Cruzamos la calle sin esperar a llegar al paso de cebra. Los coches tocan la bocina, frenan. Uno se detiene en seco delante de nosotras, no nos atropella por un pelo. Clod y yo nos quedamos patidifusas. Son el profe Leone y la profe Bellini.
– Pero Carolina…, Claudia…
Esbozamos una sonrisa forzada.
– Venimos de una fiesta.
La profe Bellini se asoma y nos mira divertida.
– De disfraces…, ¡qué bien!
– Sí… Bueno, nos vemos mañana.
Me pongo detrás de Clod y acabamos de cruzar la calle.
– La profe Bellini es una estúpida… ¡Una fiesta de disfraces, dice!
– Bueno, Caro, hay que reconocer que vamos vestidas de una forma un tanto estrafalaria…
– ¡Estrafalaria! ¡Es la moda!
– Si tú lo dices… ¡Qué guay que salgan juntos, ¿no?!
– ¡Salen juntos!
– ¡Genial! ¡Dos profes que salen juntos! ¡Es extraño! Creo que el reglamento no lo permite. En cualquier caso, yo no lo habría adivinado jamás. A Alis le va a sentar fatal.
– ¿Por qué?
– ¡Porque le gustaba el profe Leone!
– ¿También?
– Pues sí… ¿Por qué? ¿Acaso no te gustaba también a ti?
– ¡¿A mí?! Yo sólo dije que es un hombre atractivo, un tipo simpático…
– Ah… Sea como sea, el caso es que, cada vez que a ti te gusta alguien, no sé por qué pero automáticamente también le gusta a ella.
– Venga, ahorra saliva, que ya estamos llegando.
Caminamos de nuevo en silencio. Qué curioso, nunca lo había pensado. No obstante, he de reconocer que es cierto. Tal vez el hecho de que tengamos los mismos gustos se deba a que somos muy amigas… Aunque recuerdo que, en una ocasión, Alis salió con un tipo que yo no podía ver ni en pintura. Iba siempre cubierto de tachuelas, con los pantalones desgarrados, pero si no lo soportaba no era por su manera de vestir. Quiero decir que cada uno puede hacer lo que le parezca. Por lo que no lo aguantaba era por su forma de actuar. Estaba en la III-E y era el primo de uno de los Ratas. En fin, que cada vez que el tipo me veía, un tal Gianni, al que en realidad llaman Giagua porque es sardo y se apellida Degiu, bueno, se burlaba siempre de mí, me empujaba en la escalera o me tiraba del pelo, y se metía con Clod diciéndole que debería hacer una de esas dietas extremas. A saber lo que pretendía. Y Alis, nada, al revés, daba la impresión de que en el fondo se divertía. No sé cómo podía salir con un tipo así. Decía que porque era alternativo. ¿Alternativo a qué? Montaba escenas por los pasillos durante el recreo, llegaba y la cogía en brazos, pero no de una manera dulce, no, sitio como unbulldozer, mientras que Alis se limitaba a soltar grititos. Sí, he de reconocer que estaba un poco agilipollada. Nunca entenderé esa clase de cosas. Lo único que sé es que un tío como Dios manda respeta también a mis amigas y, por descontado, no les toma el pelo. Además, un chico que venga a verme a mí no debe montar todos esos numeritos para hacerse notar; tiene que acercarse a mí y darme un beso porque le apetece y punto.
Alis me contó, además, que él quería hacer el amor con ella; bueno, él, como no podía ser de otro modo, no decía «amor», sino «sexo».
Alis vacilaba. ¡Yo le dije que, en mi opinión, era un poco pronto! Tenía trece años! «¡¿Estás de guasa?! Haces el amor con un tipo así y en dos semanas lo sabe todo Roma.» En cualquier caso, y pese a que yo me siento mucho más cercana a Clod, es Alis la que lo sabe todo sobre mí, con ella consigo abrirme más. Con estos últimos pensamientos llegamos a su casa. Alis sale a nuestro encuentro a la carrera. Se ha desmaquillado ya y se ha puesto un pijama muy elegante. Faltaría más.
– Pero ¿se puede saber dónde os habíais metido? ¿Había otra fiesta? No me habéis dicho nada, ¿eh? ¿Habéis ligado? ¡Bueno, sea como sea, he ganado yo! ¡¡¡He ganado yo!!!
Baila sobre la cama, salta, lanza los almohadones al aire, en fin, que arma un buen jaleo. Nos descalzamos sin perder un segundo y empezamos a saltar con ella. No le cuento nada del coche de Clod, ni de Aldo y todo lo demás. ¡No le digo que Dodo lo intentó en primer lugar conmigo! Es agua pasada. Salto y me río, me río y salto. Nos abrazamos y, al final, nos caemos de la cama. Pero por suerte…
– ¡Ay!
Aterrizamos sobre Clod. Se ha hecho daño, no consigue librarse de nosotras, cuanto más lo intenta, más nos enredamos encima de ella, y os juro que en mi vida me había reído tanto.
Luci, la abuela de Carolina
Soy la abuela de Carolina. Me llamo Lucilla, aunque ella me ha puesto el apodo de «abuela Lucí». Amo mi terraza, las flores que me saludan por la mañana en cuanto subo las persianas, y mi taza de té, que, en esta ocasión, es de flores silvestres. Me encanta estar aquí, sobre todo a última hora de la tarde, cuando el cielo se tiñe de naranja y se levanta esa brisa… La casa, las habitaciones, la cocina donde me gusta estar preparando algo apetitoso. Los cuadros en las paredes, las fotografías de Tom y mías, mi Tom. En fin, mis costumbres, mis puntos de referencia, cuando uno se convierte en anciano, en una persona madura o de la tercera edad, como prefieren decir hoy en día, que, a fin de cuentas, la sustancia no cambia. Es bonito mirar alrededor y sentirnos a gusto en medio de lo que conocemos tan bien. Así resulta más agradable recordar la vida y todas las cosas que ésta nos ha regalado. En particular, el amor; me refiero al verdadero. Y yo me siento afortunada porque lo encontré. Ahora me divierto mucho con mi nieta favorita, Carolina, que me hace recordar mi juventud, si bien no viene a verme muy a menudo. Me gustaría que siempre estuviese aquí. Pero la entiendo: es joven, tiene la edad de las novedades, de los descubrimientos en los que el tiempo y el espacio nunca son suficientes. Es divertida, simpática y realmente inteligente. Además, me escucha con curiosidad, y eso es muy importante cuando uno tiene el pelo cano, es agradable. Si bien a veces tengo la impresión de que la aburro; entonces, le digo: «Vete, sal con tus amigas, te divertirás mucho más que escuchando todas estas viejas historias.» Pero ella hace caso omiso, se queda, como mínimo hasta que llega la hora de volver a su casa para evitar el sermón de su padre. Lamento que él tenga un carácter tan brusco y desconfiado, creo que Carolina sufre un poco por ese hecho, al igual que Giovanni, o Rusty James, como lo llama ella. Los dos son muy sensibles y noto que necesitan hablar, contar sus cosas simplemente, como cuando uno se siente verdaderamente relajado y no tiene la impresión de estar diciendo tonterías. No obstante, a veces, cuando el padre es un poco expeditivo, uno se avergüenza y tiende a decir tan sólo lo que él quiere oír. Mi hija es diferente, sé que ella, Carolina y Giovanni siempre han hablado un poco más entre sí, pese a que no han logrado tener la misma confianza que tienen con nosotros, sus abuelos. Por eso me alegro de verlos. De alguna manera, me siento como una segunda madre. En particular me gusta cuando Carolina y yo podemos cocinar juntas. Sin ir más lejos,focacce. A ella le encantan. Cocinar juntas es un momento mágico porque mientras preparamos los ingredientes, los cocinamos y, a continuación, esperamos el resultado, nos sentimos en sintonía. Creamos algo que luego comeremos juntos. Es precioso. Trescientos gramos de harina, un sobrecito de levadura, una pizca de romero y aceite. Carolina empieza echando la harina formando un hueco en el centro de la artesa, yo añado la levadura que previamente he disuelto en agua tibia, un pellizco de sal y después ella lo mezcla todo bien. Cuando llega el momento de dividir la masa en cuatro partes y estirarla, Carolina me pasa el testigo alegando que ella no lo hace bien. Entonces yo unto la masa con un poco de aceite y echo por encima el romero y la sal. Luego viene la cocción. Están ricas así, sin más. Sin rellenos u otros condimentos. En parte como el amor, crudo y desnudo. Sí, quizá sea una abuela muy sincera y quizá ése sea el motivo de que me lleve tan bien con mi nieta. Cuando salen las focacce, nos las comemos todos juntos, tal vez incluso con Giovanni, porque Carolina le manda siempre un sms para avisarlo y él, si puede, pasa por casa y está un rato con nosotros. Giovanni y su sueño de escribir. Cómo me gustaría que se realizase y que fuese feliz. A veces me deja leer algo, es realmente bueno, intenso y capaz. Pero su padre no lo entiende, quiere para él un futuro más cierto, más seguro. Que sea médico. Y él no, ha decidido que no quiere seguir ocultando su verdadera pasión y se ha marchado de casa. Qué valor. Lo admiro, aunque al mismo tiempo temo por él. Lamentaría que sufriese. Espero que pueda transformar su sueño en un auténtico trabajo, se lo merece de verdad. Mi nieta Alessandra, sin embargo, es el verdadero misterio de esa casa. No acabo de entenderla. Aun así, la quiero mucho. Como siempre digo, cada uno de nosotros se comporta como sabe, de nada sirve enojarse demasiado. Cada uno sigue su camino y su manera de vivir y, si bien a veces no nos sentimos en sintonía con alguien, no debemos juzgarlo. ¿Cómo podemos saber a ciencia cierta lo que piensan los demás? Así pues, confío en que también Alessandra encuentre su camino, el que más le guste. Tom y yo hemos coincidido siempre en esta manera de ver las cosas. Mi Tom. El amor de mi vida. La persona con la que lo he compartido todo, que me comprende, y me hace reír y soñar. Vivir con él, levantarse todas las mañanas mirándolo a los ojos, compartir alegrías y penas, dificultades y sorpresas, además del deseo de seguir así un año tras otro, siempre juntos. Soy una mujer afortunada. Amo y me aman. Y la cotidianidad no ha menoscabado nuestra relación, no le ha restado magia. Nuestro amor ha ido evolucionando con el tiempo, ha sabido crecer gracias a nuestra voluntad. Porque las historias sólo funcionan con el esfuerzo, el sentimiento y la colaboración. No bastan las mariposas en el estómago, como dice a veces Carolina. Ése es el punto de partida. Luego es necesario el deseo de construir un proyecto. Nosotros lo hemos logrado. Y espero que mis nietos puedan vivir tanta belleza y felicidad.
Ahora hay un problema en el que prefiero no pensar. Tengo confianza. Quiero tenerla, entre otras cosas porque no me queda otro remedio.
Febrero
Si fueses una cantante, ¿cómo te llamarías? Caro X.
¿Cómo te llama tu madre? Pequeña.
¿Qué edad te gustaría tener? Dieciocho años.
¿Qué serás «de mayor»? Espero que yo misma.
¿Haces realmente lo que te gusta? Casi nunca.
¿Tienes algún «sueño en el cajón»? Ser fotógrafa.
¿Intentarás abrirlo alguna vez? Si encuentro la llave…
¿Tienes novio? No.
¿Estás enamorada? Eso creo.
¿Cuál es tu canción preferida este mes? Goodbye Philadelphia, de Peter Cincotti.
¿Cómo es él? ¿Rubio, moreno…? ¡Moreno y guapo!
¿Tienes éxito con los chicos? Cuando no me interesan, sí.
¿Qué es la última cosa que has comprado? Un cinturón plateado de esos blandos.
¿Un adjetivo para describirte? Nice.
¿Tienes animales en casa? Sí, mi hermana.
Dentro de un mes será primavera. Cuánto me gusta esta época del año… ¡Los primeros colores, la idea de que el verano ya no queda tan lejos! ¡Todo resulta cada vez más ligero! Los domingos hacemos las primeras excursiones a las afueras de Roma con los coches de Alis y Clod, pero, sobre todo, con la moto de mi hermano, ¡A veces me parece increíble que él, precisamente él, me dedique un domingo! Sí, en ocasiones sucede que, después de comer, y a menos que yo no haya quedado con Alis y Clod y él no tenga a alguna tipa rondándole, me pregunta si me apetece salir un rato a probar la moto. ¡Qué guay! Lo abrazo con todas mis fuerzas y me siento segura. Vamos por esa carretera que lleva al campo que se encuentra en los alrededores de Bracciano, circulando a toda velocidad mientras contemplo el paisaje que desfila por mi lado. Cuando acelera, agacho la cabeza porque tengo la impresión de que el casco va a salir volando y me acurruco contra su cuerpo mientras todo va quedando rápidamente a nuestras espaldas. Será que hoy es un bonito día soleado, el primero de este mes. Cudini nos ha hecho reír como locos. Faltaba en clase Triello, el famoso empollón, peor aún que Raffaelli. ¡Si no ha venido es que debe de estar verdaderamente enfermo! En fin, que llega el profe Pozzi, que enseña arte, con un programa muy preciso, muy bien estudiado, supermetódico. ¿Recordáis ese juego de hundir barcos? Pues aún peor. Todos los pupitres están numerados: 1A. 1B, 2A. 2B, etcétera, por nombres y apellidos, y también en función de los exámenes que hemos hecho o de los que nos faltan.
En fin…, escuchad ésta.
– Venga, chicos, a vuestros pupitres… Sentaos, por favor, ¡Vete a tu sitio, Liccardi!
– ¡Soy Pieri!
– Ah, sí. A tu sitio, Pieri.
Pues sí, porque el profe Pozzi tiene un defecto absurdo. ¡No se acuerda del nombre de nadie! Aunque quizá, bien mirado, sea una ventaja. Sea como sea, nos hemos divertido como enanos. El profe se acomoda en su asiento. Saca un dossier de su bolsa y lo abre.
– Veamos, hoy le preguntaré a… ¡Triello!
Sin darle tiempo a alzar la mirada del papel, Cudini se apresura a ocupar el puesto de Triello: pupitre 6A. Raffaelli, la otra empollona universal, levanta la mano para intervenir sin perder un segundo.
– Disculpe, profesor…
Pero Bettoni, el amigo del alma de Cudini, la detiene.
– Ni se te ocurra… o verás cuando salgas.
El profesor Pozzi busca en su lista a quién pertenece esa mano levantada.
– Sí, dime, Raffaelli.
– No, nada. Es que pensaba que me preguntaría a mí.
– No, a ti ya te he preguntado. Falta Triello. A ver, dime…
Cudini se ha puesto en pie y tiene las manos detrás de la espalda, está erguido y muy serio, preparado para cualquier pregunta.
– Háblame del arte romano.,.
Cudini sonríe como diciendo: «¡Genial, ésta me la sé!» Bettoni, como no podía ser de otra forma, saca el móvil y empieza a grabar.
– El arte romano fue prácticamente «robado» de la antigua Siria, las primeras pinturas, además, pertenecían a los babilonios… ¡Y a los sumerios!
El profe Pozzi se levanta las gafas de la nariz como si eso le permitiese oír mejor.
– ¿Robado por quién?
– Ah, disculpe…, por los egipcios.
– ¿Por los egipcios?
– Pero ¿qué estoy diciendo? Por los franceses.
– Por los franceses…
– No, no, eso es…, ¡por los búlgaros!
En resumen, una retahíla de sandeces que, claro está, nos hacen reír a todos a carcajadas, sobre todo al imaginar que Triello habría sabido responder acertadamente y, en cambio, ahora ha quedado como uno de los más ignorantes de la clase. ¡Y eso sin estar siquiera presente!
– ¡No me lo puedo creer, Triello! ¿Has perdido el juicio?
El profe Pozzi golpea la mesa con su dossier.
– ¿Se puede saber de qué os reís? De su ignorancia… ¡Muy bien! ¡Me parece fantástico! No debéis reíros, ¿lo entendéis? ¿Qué te ocurre, Triello, te has enamorado? ¿Ha perdido tu equipo favorito? ¿Te ha caído un rayo en la cabeza? Tenías una media de sobresaliente. ¿Y sabes lo que pienso ponerte ahora? ¿Eh? ¿Sabes la nota que te voy a poner? Pues no, ¡no tienes la menor idea! ¡Un suspenso como una catedral!
Ya nos duele la barriga de tanto reírnos.
Cudini insiste.
– Profesor, eso no es justo, algo sí sabía.
– ¿El qué?
– ¿Cómo que el qué? ¿Acaso no me ha escuchado? Le he enumerado un montón de civilizaciones.
– ¡Sí, incluso algunas posteriores a los romanos! ¡Triello, eres la vergüenza de este instituto!
– ¡Y usted un borrico que no entiende nada!
La discusión entre ambos llega a tal punto que Cudini-Triello acaba siendo expulsado de la clase tras obtener una nota pésima.
Al día siguiente el auténtico Triello, ya recuperado de su enfermedad, vuelve a clase.
– Hola, ¿cómo estás?
– ¿Cómo te sientes?
– ¿Todo bien?
Triello nos mira estupefacto. Todo el mundo le pregunta por su estado de salud. La clase jamás lo ha tenido en tan alta consideración.
– ¡Estábamos preocupados por ti!
Triello se dirige a su sitio. Evidentemente, nadie le cuenta nada, pero no dejarnos de mirarlo y de reírnos.
Por la tarde Cudini le manda un sms: «Echa un vistazo a www. scuolazoo.com. Y… ¡gracias!» Cuando Triello entra en la web y se ve respondiendo a las preguntas del profe Pozzi pese a estar ausente, bueno, casi le da un patatús.
– Mamá…
Sobra decir que, posteriormente, la nota de Triello pasó a Cudini, que, sin embargo, permaneció entre los mejores de www.scuolazoo.com durante diez semanas. Todo un récord.
Febrero me parece el mes más guay del año. En primer lugar porque nací yo, el 3, para ser más exactos, y en segundo lugar porque durante dicho mes se celebra la fiesta de los enamorados. Quiero decir que el hecho de que un mes se elija como el período en que se festeja a los enamorados es ya de por sí importante, ¿no? En cualquier caso, he entendido que el 3 de febrero es un día especial. En esa fecha nacieron varias personas importantes: Paul Auster, escritor; Félix Mendelssohn, compositor, y Simone Weil, una socióloga francesa. No es muy conocida, pero lo que he leído de ella me ha impresionado mucho. Tenía un carácter profundo y sensible, y en eso me reconozco un poco, pero lo que me preocupa es que justo a los catorce años sufrió una crisis adolescente que la llevó a las puertas del suicidio. Cuando lo leí me quedé de piedra. He de reconocer que a mí también se me ha pasado por la mente. Lo he comentado con mis amigas.
– ¿En serio? ¿Y por qué?
Clod me mira sin saber muy bien qué decir.
– Me refiero, es absurdo… ¿Cómo se te puede haber ocurrido una cosa así?
– Bah, no lo sé, quizá sea porque todo me parece muy difícil, el mundo de los adultos parece tan… alejado del nuestro que, cuando pienso en lo que nos espera y a lo que deberemos enfrentarnos, preferiría desaparecer.
Alis permanece durante un momento en silencio. Luego nos mira sonriente.
– Yo lo pienso con frecuencia. -Se calla y a continuación prosigue-: Quizá porque me aburro.
Y nos mira con fijeza adrede, de esa forma que sabe perfectamente que nos hace enfadar.
– ¡En una ocasión incluso lo intenté!
– ¿Y qué hiciste?
– Bebí ginebra para envalentonarme.
– ¿Y después?
– Pues luego no sabía muy bien qué hacer, la cabeza me daba vueltas, me sentía fatal. Al final vomité muchísimo. Mi madre se enfadó porque le manché su alfombra preferida, imagínate… En cualquier caso, ahora que ha pasado todo, no puedo soportar la ginebra ni tampoco la alfombra de mi madre… ¿Salimos?
Ese día se compró de todo y compró también cosas para nosotras. Le habían regalado una tarjeta de crédito no sé por qué entraño motivo. Quizá porque le había contado a su madre esa historia y ella, como no sabía qué decir o qué hacer, le había dado la tarjeta en cuestión. Sea como sea, el hecho de que Simone Weil pensase también en el suicidio me hizo sentir mejor. A una se le ocurren una infinidad de cosasy cree que sus pensamientos son extraños y únicos cuando, en realidad, no es así. Todos pensamos determinadas cosas, pero son pocos los que las cuentan. De manera que la tal Simone Weil debió de decírselo a alguien porque, de lo contrario, no figuraría escrito en su biografía, ¿no? ¡En cualquier caso, me encanta esa Simone! Quiero decir que primero era profesora, luego abandonó la docencia, se convirtió en obrera y escribió sus Cuadernos, donde figuran todas sus poesías y reflexiones que, según leo, son «de una rara integridad existencial». Bueno, eso me encanta, porque, si bien no acabo de entender del todo lo que significa, es inusual. Creo que se refiere al hecho de que siempre trató de hacer lo correcto y que, por aquel entonces, quizá no resultaba tan fácil, y, además, la circunstancia de que naciese el mismo día que yo o, mejor dicho, yo el mismo día que ella (dado que vino al mundo mucho antes que yo) nos hace muy similares. Al igual que debo de tener grandes afinidades con el escritor Paul Auster y con el compositor Mendelssohn, dos personas profundas y sensibles, famosas en el mundo porque son o fueron capaces de expresar lo que sentían a través de las palabras y de la música.
Un tipo con el que no me identifico en absoluto es, sin embargo, el director de cine Ferzan Özpetek. También nací el mismo día que él, pero de no haber sido porque Rusty lo adora y me llevó al cine, quizá no habría visto jamás una de sus películas. Ahora, en cualquier caso, no, porque sus películas son… ¿cómo decirlo?, dolorosas, eso es. Y hay ya tantas cosas dolorosas en este mundo que a uno se le quitan las ganas de pagar los 7,50 euros que cuesta la entrada para que alguien te cuente durante dos horas cuánto se sufre. Ya lo sé por mí misma…, ¡y a mí no me paga nadie! Pero, dado que Rusty me había regalado la entrada y que él estaba deseando ver la peli, pues fui, aunque he de decir que después de dos días había olvidado yaNo basta una vida y ni siquiera la mencioné en mi agenda como un «recuerdo negativo». Quizá tenía razón Rusty cuando me dijo: «Oh, Caro…, algún día lo entenderás.»
Y él no lo dice como nuestro padre, que parece estar llamándome imbécil cuando lo hace, sino con afecto, eso es, igual que el abuelo Tom. En fin, que me hizo entender que no hay que tener prisa para ciertas cosas, que son sensaciones, emociones que maduran con el tiempo, al igual que ciertas clases de fruta, que resulta maravilloso morder cuando llega el momento adecuado. ¡Pero lo que me vuelve realmente loca es que yo nací el mismo día que «Carosello», el mítico programa televisivo! A ver, no es algo que conozca bien o que haya visto, pero mi madre siempre me ha dicho que era fantástico. La abuela Lucí le decía siempre: «Acuéstate después de "Carosello".»
Y a mi madre le gustaba esta idea. Después de cenar se lavaba los dientes a toda prisa para poder verlo. Que, a fin de cuentas, era simplemente un conjunto de anuncios como los que hacen hoy, sólo que, por aquel entonces, y según me contaba mi madre, estaban protagonizados por los actores más importantes. Y eran sólo anuncios divertidos, con melodías alegres, con muchos dibujos animados, en fin, que por eso mi madre siempre dice: «¡Yo soy hija de "Carosello" y de su buen humor!»
Quizá se deba a eso su manera de saber tomarse la vida con una sonrisa en cualquier caso, incluso cuando está agotada, ha tenido un día complicado, corriendo para volver a casa, con el tráfico y todo lo demás, para prepararnos la cena.
Pero si mi madre es «hija» de «Carosello»… y yo soy hija de mi madre…, ¿no será por eso que me llamó Carolina? ¡A veces tengo unas paranoias realmente absurdas! ¡Sea como sea, mañana es mi cumpleaños y ya no tendré que mentirle al Lore o al Lele de turno, que consideran tan importante el hecho de tener catorce años!
Pero yo digo… ¿será posible que, de repente, mi visión del mundo, lo que opino de mi padre, de Rusty, de la escuela, de los hombres en general y de cualquier otra cosa que pueda habérseme pasado por la cabeza hasta ahora cambie mañana? No. Yo seguiré siendo la misma, con catorce años en lugar de trece, lo que, en el fondo, quizá incluso me traiga suerte.
Sólo hay algo que me da mucha rabia: Dakota Fanning. ¿Sabéis quién es? Una joven actriz estadounidense que cumple catorce años el 23… Bueno, ella ya es mucho más famosa que yo, pese a que vino al mundo veinte días después, de manera que yo soy mayor que ella. Aprendió a leer a los dos años, sí, pero mi madre me ha contado que yo empecé a escribir a los cuatro, de modo que tampoco me quedo corta ¿no? Y, en cualquier caso, no cuenta, porque ella ha tenido la suerte de poder relacionarse en seguida con personas que los demás tal vez no conozcamos en toda nuestra vida: Sean Penn, Robert de Niro, Denzel Washington, Tom Cruise, Steven Spielberg, Paris Hillton, Michelle Pfeiffer… En pocas palabras, si frecuentas a gente mayor sueles aprender algo. Si, además, la gente en cuestión es ésa, ¡no es ningún mérito que aprendas a leer a los dos años!
Sea como sea, tengo que reconocer que es realmente buena. Una noche Rusty trajo a casaEl fuego de la venganza, y, dado que mi madre no quería que la viese, simulé que me iba a la cama y la vi entera con mi hermano.
¡Es genial! Rusty dijo que Dakota Fanning llega a emocionar en esa película, y que Denzel es único, y yo la verdad es que estoy de acuerdo con él y pienso que mi madre se equivocaba al no querer que yo la viera.
La película no me dio miedo en absoluto. Era un poco violenta, eso es cierto, pero he visto cosas peores con Alis y Clod. La relación entre Dakota y Denzel se parece un poco a la que tenemos Rusty y yo, ambos nos sentimos protegidos. Tal vez sea por ese motivo por lo que, a pesar de que la fama que tiene ya a los catorce años, en realidad no me importaría ser amiga suya, y estoy incluso segura de que nos llevaríamos muy bien.
Bueno, ahora me voy a dormir.
El abuelo Tom me dice siempre que «el secreto para vivir mejor es reír y soñar».
No sé si me reiré o si soñaré cosas bonitas, lo único cierto es que me voy a la cama. Considero que no hay nada mejor que pasar el tiempo esperando una fecha que sabes de antemano que te hará feliz. Y mañana será así. El mero hecho de pasar de los trece a los catorce años y de no verme obligada a contar más mentiras me parece lo más. Bueno, ya no tendré que seguir mintiendo… ¡sobre mi edad! Buenas noches.
A la mañana siguiente. El aroma es fabuloso.
– ¡No me lo puedo creer! ¡Mamá; Pero si has preparado el roscón de crema y chocolate…, ¡lo adoro, no hay nada mejor para empezar el día! ¡Gracias!
El desayuno es fantástico.
– ¡Felicidades, Caro!
Incluso Ale me parece más simpática. Me ha dado un beso por detrás, un abrazo muy fuerte, y he de decir que jamás habría esperado algo así de ella. Pero lo mejor llega cuando salgo de casa.
– ¡Noooo!
Están todos ahí: el abuelo Tom, la abuela Lucí, Rusty y, detrás de mí, aparecen mis padres y también Ale.
– ¿Te gusta?
– Es preciosa…
Camino con los ojos anegados en lágrimas, conmovida por su regalo: una Vespa 50 Special último modelo, de color negro.
Dios mío, la miro con más detenimiento, tiene algunos arañazos y el sillín beis claro, un color un poco gárrulo. Por lo visto, la han comprado de segunda mano. Camino alrededor de ella, sí, tiene también alguna abolladura… A decir verdad me habría gustado que me regalaran uno de esos cochecitos, un Aixam, para cuando llueve, o un Chatenet gris oscuro con los cristales ahumados como el de Raffaelli… Pero quizá costaba demasiado incluso usado.
De manera que, después de haberla observado con detenimiento, me detengo y, como una consumada actriz, cierro los ojos conmovida.
– Es realmente preciosa…, en serio.
– Me alegro de que te guste, Caro.
Mi madre me da un beso en la frente.
– Tengo que irme pitando a trabajar.
– Yo también, he pedido una hora de permiso para poder asistir a la sorpresa, pero ahora debo marcharme.
– Gracias, papá. Es un regalo verdaderamente bonito.
– Oh.
Hace un gesto con la mano como si pretendiese decir: «Basta, no digas nada más…» Ese tipo de cosas que se hacen cuando no sabes exactamente por qué has hecho algo.
– Ten, esto es para ti.
Ale me da un paquete, lo abro. Es un casco rosa oscuro con un número en lo alto.
– ¡14! Genial…
Luego Rusty se acerca y me da otro.
– Y éste por si debes llevar detrás a una de tus amigas… -y añade, alusivo-: o a uno de tus amigos.
– Monísimo, el mismo casco con otro número encima, ¡14 bis!
– Nosotros hemos pensado en la cadena, así no te la robarán…
– No lo digas ni en broma, abuelo, ¡que trae mala suerte!
– ¡Carolina!
– Y este llavero…
– ¡Es ideal! Ahora mismo meto las llaves…
Han elegido uno con la letra K que es todo de acero, justo como a mí me gusta, como cuando soy Karolina, con K de Kamicaze. En fin, mi yo de cuando intento hacerme la dura y parecer segura de mí misma… y luego… ¡luego no lo consigo! Y la abuela Luci lo sabe de sobra.
Mi madre intenta poner un poco de orden.
– Venga, Rusty, acompaña a tu hermana al colegio o llegará tarde.
– ¡Qué bien'. Podemos ir en la Vespa.
– Giovanni conduce, ya te lo he dicho… ¡Tú todavía no tienes el permiso y estás aún medio dormida!
– Pero, mamá, sé llevarla de sobra. ¡Es imposible que me pille un guardia de aquí al colegio, está muy cerca!
– Bueno, si lo prefieres, puedes ir a pie entonces. Venga, Carolina, no protestes tanto, tu hermano te llevará.
Resoplo, ¡Vaya coñazo! Incluso el día de mi cumpleaños tienen que controlar todo lo que hago.
Pero nada más doblar la esquina. Rusty se detiene.
– Coge la Vespa…
Me hace bajar las piernas, acto seguido se apea él también y mete el casco 14 bis en el pequeño baúl que hay detrás.
– ¿Qué haces?
– Me voy a casa. Adiós, diviértete en el colegio… ¡y felicidades de nuevo!
Se aleja con esa sonrisa irresistible, ajustándose la cazadora y metiendo las manos en los bolsillos.
– ¡Gracias, Rusty James! -grito como una loca y arranco lentamente miLuna 9.
La he bautizado así porque mientras buscaba información sobre lo que había sucedido el 3 de febrero leí que justo ese día, en 1966, una nave soviética aterrizó en la Luna. Se llamabaLuna 9. La verdad es que no se puede decir que esos soviéticos tengan mucha imaginación, pero a mi Vespa le queda bien. De hecho, Luna me hace quedar de miedo cuando «aterriza» en la puerta del colegio.
– ¡No me lo puedo creer! ¿Dónde la has robado?
Gibbo, Filo y Clod se aproximan a mí corriendo, también Alis y algunas otras compañeras me hacen fiestas.
Alis siempre lo sabe todo.
– ¡De robar, nada, imbécil, hoy es su cumpleaños!
Me abraza.
– ¡Toma, esto es para ti! -Me da un paquete que abro muerta de curiosidad.
– ¡Qué pasada! ¡Un iPod Touch! Alis…, ¡es ideal de la muerte!
– Así puedes escuchar todas las canciones que quieras mientras conduces tu nueva Vespa… Te he metido Finley, pero también Linkin Park, Amy Winehouse y Alicia Keys, para que puedas empezar a usarlo en seguida.
Mola muchísimo, basta con tocar la pantalla para mover las carátulas de los CD. Elijo una canción de Rihannay me pongo los auriculares. Empiezo a cantar como una loca, bailo, río, salto y grito, con una felicidad que… Choco con una barriga prominente, importante, propia de un profesor. Me quito los auriculares.
– Profesor Leone…
– ¿Sí, Carolina?
– Nada… ¡es que hoy es mi cumpleaños!
Espero un segundo. Luego él también me hace un regalo espléndido; ¡sonríe!
– Bueno, ¡en ese caso, felicidades! ¿Y vosotros, chicos? No es también vuestro cumpleaños, ¿verdad? Pues todos a clase, venga…
La mañana ha sido genial. Todos los profes se han enterado de que era mi cumpleaños y se han abstenido de preguntarme la lección.
Las 11.30, Suena el timbre del recreo.
– Quietos, chicos, no salgáis.
– Pero, profe, tenemos hambre, es la hora del recreo.
– Si os digo que os estéis quietos será porque tengo un motivo, ¿no os parece?
Me quedo un poco sorprendida, pero hago como si nada. En realidad estoy jugando con el iPod Touch… Sin embarco, de repente, entran por la puerta el abuelo Tom y la abuela Luci.
– ¡Por eso no quería que bajaseis! -dice el profe.
– En caso de que no lo sepáis, hoy es el cumpleaños de nuestra querida nieta. ¡Felicidades, Caro!
¡La abuela Luci y el abuelo Tom han traído bandejas con pizza caliente! ¡Y además unos sándwiches buenísimos! Y unos bocadillos cuyo simple aroma hace que te ruede la cabeza…
– Abuelo, abuela, no deberíais… Después de la sorpresa de esta mañana…
Y me precipito en dirección a ellos y los abrazo con todas mis fuerzas, primero a uno y luego a otro. Y sólo pienso en ellos. En parte porque mis amigos se han abalanzado sobre las pizzas y ni siquiera nos miran. Pasado un momento, me suelto.
– Gracias, sois realmente un encanto.
Y me dirijo corriendo hacia las bandejas.
– ¡Eh, dejadme algo!
Los abuelos permanecen en un segundo plano, mi abuelo con el pelo canoso, mi abuela, en cambio, no. Él es alto y ella, en cambio, no. Se abrazan y se miran de una manera que no soy capaz de describir, pero parecen incluso más felices que yo. A pesar de que luego la abuela cierra los ojos y veo que le aprieta la mano al abuelo y, por un momento, tengo la impresión de que se ha emocionado por algo, de que está a punto de echarse a llorar. Pero después mi atención se centra en Clod.
– Ya has comido un montón de bocadillos.
– Oh, es que me pirran…
– Ya, pero podrías dejar alguno para los demás.
– Pero si ellos prefieren la pizza.
Me encojo de hombros, en cuestión de comida es imposible razonar con ella. Cuando me doy la vuelta veo que mis abuelos ya no están. Por eso son maravillosos. Porque llegan y se van con una sonrisa, porque te sientes amada, porque nunca tienes la impresión de que te están riñendo, porque es como si ellos supiesen en todo momento lo que piensas pero hiciesen como si nada. En fin, que de alguna manera son mágicos, sólo que cuando intento explicarlo no lo consigo.
Luego, a primera hora de la tarde, se produce una extraña sorpresa. Me suena el teléfono. ¿Filo? ¿Qué querrá a estas horas? Son las tres.
– ¿Qué pasa, Filo?
– Tengo un problema. Ahora no puedo explicártelo, pero… ¿puedes venir a la estación?
– ¿A la estación? ¡Pero sí estoy estudiando!
– Vamos, tienes toda la vida para estudiar. Te lo suplico, estoy metido en un lío.
– Pero, vamos a ver, ¿no puedes llamar a Gibbo?
– Tiene el teléfono apagado.
– Sí, eso no te lo crees ni tú.
– ¿Acaso crees que si no lo necesitase de verdad te molestaría justamente el día de tu cumpleaños? ¡Tú eres la única que puede ayudarme!
Guardo silencio por un momento. Vaya rollo.
– Te lo ruego…
Pausa. Tengo la impresión de que hace una pausa un poco más larga.
– Eres mi amiga.
– Está bien, ahora voy.
– ¡Gracias, Caro!
Cuelga. Hay que reconocer que Filo tiene la increíble capacidad de encontrar las palabras adecuadas para convencerte de que hagas cosas que, de otra forma, nunca harías. Y, si al final no las haces, el tipo encima logra… ¡que te sientas culpable! Él sabe lo importante que es para mí la palabra amistad. Sin embargo, antes de salir quiero despejar una duda.
Marco el número. Sí, es cierto: Gibbo tiene el teléfono apagado.
La estación. Apago la moto, meto el casco en el baúl y después, pese a que no pienso quedarme mucho rato, pongo la cadena que me ha regalado el abuelo. Nunca se sabe. Incluso unos pocos minutos pueden ser fatales.
Me abrocho bien el abrigo, me encasqueto el gorro y recojo dentro de él mi melena rubia, así, para que no se me reconozca mucho, y no porque yo sea famosa como mi amiga Dakota, sino porque una chica sola en la estación… ¿Sabéis cuando en menos que canta un gallo se te pasan por la mente todas las cosas que te han dicho cuando eras pequeña? «Cuidado, no vayas sola a sitios peligrosos, no hables con desconocidos, no abras la puerta a nadie…» ¡En fin, hasta el punto de que si uno te pregunta la hora se arriesga a que le des una patada en cierta parte!
Me calo aún más el gorro, parezco Matt Damon enEl caso Bourne… Bueno, más o menos, porque yo no tengo problemas de memoria. ¡Sólo me gustaría saber dónde narices está Filo! Lo llamo.
– Hola, ¿se puede saber dónde estás?
– ¿Y tú?
– Frente a la estación.
– Entra.
– ¿Que entre?
– Sí, pero date prisa, no quiero que me vean.
– ¿Se puede saber qué pasa?
– Venga, Caro, no hagas tantas preguntas, eres la única que puede ayudarme. Andén número 7.
– ¿Tengo que ir hasta ahí?
– Sí, yo no puedo hacerlo solo.
– Oye, si no me dices lo que sucede, no voy.
– Venga, no seas así, lo sabrás dentro de un minuto.
– Está bien, cuelgo.
– No, sigamos hablando…
– Vale. En ese caso, acabo de entrar…
«Y me estoy gastando un pastón en la llamada», me gustaría añadir, pero me parece un comentario feo. Tal vez sea verdad que tiene un problema serio.
– Vale, ahora dirígete a los andenes…
– Ya está.
– Sigue recto y ve hacia el número 7…
– Bien.
Echo un vistazo al panel de salidas. Andén 7. Antes de un cuarto de hora parte un tren para Venecia. Qué pena, en el de llegadas la procedencia ha desaparecido ya. Bueno, puede que no tenga nada que ver con el hecho de que Filo esté ahí.
– Eso es, Caro. Te veo, sigue avanzando…, vamos…
– Pero ¿dónde estás? Yo no te veo.
– Pero yo sí. Eres tú. Llevas un gorro azul…, ¡para que no te reconozcan!
Resoplo.
– Que sepas que ésta es la última vez; tú eres el único que me mete en estos líos. Gibbo no habría hecho jamás nada parecido…
– ¡La verdad es que él también está implicado! – Y los dos aparecen de un salto de detrás de una columna-. ¡Felicidades!
Filo y Gibbo se abalanzan sobre mí, me abrazan y me cubren de besos. La gente que pasa por nuestro lado sonríe divertida.
– ¡Venga ya, basta! ¡Sois unos tontos! ¿Era necesario hacerme venir hasta aquí para darme la sorpresa?
Me sueltan.
– Sí. -Filo sonríe-. Mira esto…
Me enseña una sudadera rosa, con su foto y su nombre estampados.
– ¡Noo! ¡Qué guay! ¡Biagio Antonacci! ¡Mi cantante preferido!
– Y esto… -Gibbo las saca del bolsillo-. Son tres entradas para su concierto en Venecia.
– ¿En Venecia?
– ¡Sí! Y esto. -Filo los saca del bolsillo-. Son tres billetes para el tren. Así que… ¡vamos! ¡Está a punto de salir!
Me cogen de la mano y me arrastran. Tropiezo y estoy a punto de caerme.
– ¡Estáis locos! Pero ¿qué voy a decirles a mis padres?
Gibbo me mira risueño.
– Tú tranquila… ¡Hemos pensado en todo! Te quedas a dormir en casa de Alis, que, en el último momento, te ha organizado una fiesta sorpresa.
– Eso es… ¡Tus amigas te han regalado incluso ropa para que te la pongas mañana!
– E irás directamente al colegio desde allí.
Los miro y sacudo la cabeza.
– Lo tenéis todo pensado, ¿eh?
– Claro, no hay que saltarse ni un solo día de clase…
– Eh, que somos chicos serios… ¡Este año tenemos el examen! ¡No podemos tomarnos el curso a la ligera!
Subimos al tren con el tiempo justo Un instante después siento cómo se mueve debajo de mí y me parece increíble. Me pongo la sudadera. ¡Menos mal que he atado bien la moto! Nos sentamos en un compartimento.
– Ésos son nuestros asientos. Si quieres puedes sentarte ahí. ¿A que no te lo esperabas?
– En absoluto, pensé que Filo se había metido en uno de sus líos…
El tren va adquiriendo velocidad gradualmente. Miro por la ventanilla. Muros altos, calles de cemento y, después, cables de acero, vías que rodean viejos trenes abandonados con el color del óxido.
Chuf. Chuf. Dudum, dudum. Va cada vez, más rápido. Dudum, dudum… Y luego, de repente, el verde, los campos húmedos, los árboles, y esa naturaleza que en invierno resulta tan fresca, tan sana y vivificante. Respiro profundamente.
– ¡Chicos, son los catorce años más bonitos de mi vida!
Filo y Gibbo sueltan una carcajada. ¡Empieza la aventura! Pasa el revisor y le mostramos los billetes. Tengo sed, pero Gibbo lleva tres botellas de agua en la mochila; me entra hambre y Gibbo tiene también dos Bounty de coco y chocolate, de esos que me gustan a rabiar. En fin, ¿os acordáis deEl casoBourne?, pues aún mejor.
Un poco más tarde; son las 18.00. He hablado con Alis, que, claro está, no se ha cortado en decirme lo que pensaba.
– ¡No me lo puedo creer! A mí también me habría gustado ir… Es una sorpresa fabulosa…, ¡me muero de envidia!
– Venga ya… ¡Es mi cumpleaños! Duermo en tu casa, ¿vale?
– ¡Vale!
Llamo a casa. Por suerte, me responde Ale. A veces es un engorro, pero en ocasiones resulta ideal, es muy fácil mentirle, como coser y cantar.
– ¿Lo has entendido? Me quedaré a dormir en casa de Alis y mañana iré directamente al colegio desde allí.
– Vale.
– Repítelo,
– Uf… Te quedarás a dormir en casa de Alis e irás al colegio directamente.
– Y en caso de que quiera hablar conmigo…
– Que te llame al móvil.
– ¡Eso es! ¡Veo que estás mejorando!
De hecho, justo cuando estamos a punto de llegar, me suena el teléfono.
– Es mi madre, ¿y ahora qué hago?
– Espera.
Gibbo se levantay cierra la puerta del compartimento.
– Vale… -Exhalo un largo suspiro-. ¡Hola, mamá!
– Hola, Caro, ¿todo bien?
– Sí, de maravilla. Alis y mis amigas me han organizado una sorpresa estupenda.
Pero justo en ese momento la «sorpresa» me la da el tren. Por la megafonía suena una voz metálica: «Atención, los pasajeros que deseen comer algo tienen a su disposición el vagón restaurante…"
No espero a que siga: pulso una tecla y apago el teléfono.
– Vaya tela. ¡Sólo me faltaba esto! ¡Tenían que anunciarlo precisamente ahora! Espero a que acabe y luego llamo de inmediato a mi madre.
– ¿Qué ha pasado?
– Nada, que no tenía mucha batería y se ha cortado.
– Intento calmarla.
– Por suerte, una de mis amigas tenía el cargador y lo hemos enchufado.
– Está bien. Pero ¿cómo lo harás para ir mañana al colegio?
– Me han regalado una camiseta, e incluso una muda de ropa interior.
– Ah…, veo que tus amigas han pensado en todo.
– Sí…
Miro a Gibbo y a Filo. Han estudiado hasta el último detalle de esta preciosa sorpresa…
– Está bien… Yo hablaré con tu padre.
– Gracias, mamá.
– No llegues muy tarde, Caro.
– No te preocupes, nos vemos mañana a la hora de comer.
Cuelgo y exhalo un suspiro de alivio.
– ¡Yujuuu! Todo ha salido a pedir de boca.
Los abrazo y salto con ellos de felicidad. Y me siento más ligera, como si me hubiese quitado un peso de encima. Justo en ese momento, el tren se detiene.
– Venecia.
Esta vez soy yo la que los coge de la mano.
– ¡Venga, bajemos!
Los arrastro fuera del tren y salimos de la estación. Nos adentramos en los canales de Venecia. Hay agua por doquier. Atravesamos pequeños puentes. La ciudad está llena de turistas. Hace un poco más de frío que en Roma, quizá porque es más tarde.
Nos divertimos sopesando la posibilidad de dar un paseo en góndola.
– Sí, finjamos que somos una pareja de tres… Aunque seguro que cuesta una pasta.
– Bueno, intentémoslo de todas formas.
Filo es así. Tiene la cara muy dura. Va a hablar con uno de los gondoleros, un tipo simpático con un bigote muy poblado y cuatro pelos rubios. Gibbo y yo lo contemplamos desde lejos. No hay nada que hacer, el gondolero sacude la cabeza. Filo vuelve a nuestro lado.
– ¿Y bien?
– ¡Pide doscientos cincuenta euros!
– ¿Qué? ¡Eso será por vender la góndola! Si es que alguien la quiere.
Me echo a reír.
– ¡Yo ni siquiera sabría llevarla!
– Esperad un momento -decido-. ¿De cuánto dinero disponemos?
– Yo tengo veinte.
– Yo treinta.
– Yo cincuenta.
Gibbo hace la suma en un abrir y cerrar de ojos.
– Tenemos cien euros en total.
– Ya… Pero si luego necesitamos algo, si tenemos hambre o si pasa algo…
Los dos se llevan la mano al paquete al mismo tiempo.
– Por mucho que queráis espantar la mala suerte, tenernos que pensar en todo…
Decido probar en cualquier caso, de manera que me dirijo al gondolero.
– Buenas,… Tal vez le parezca raro lo que voy a decirle, pero resulta que hoy es mi cumpleaños y mis dos amigos me han dado una sorpresa y me han traído hasta Venecia. Sólo que ése de ahí…
Y le cuento una historia que ni siquiera yo sé cómo se me ocurre. Sea como sea, resulta tan creíble que logro conmover al gondolero.
– Está bien… De acuerdo.
Vuelvo toda contenta al lado de Gibbo y de Filo.
– Nos dará una vuelta más corta, pero ¿sabéis cuánto nos costará?
– Desembucha.
– ¡Cuarenta euros!
– ¿Cómo lo has conseguido?
– Bueno, de alguna manera el mérito es tuyo, Gibbo.
– ¿Por qué?
– Venga, vamos y luego te lo explico.
– Hola… -El gondolero nos ayuda a subir. El último en hacerlo es Gibbo-. Hola…
Lo saluda casi con pesar, de manera que Gibbo nota que pasa algo raro y se acerca a nosotros. Los tres nos sentamos sobre el cómodo banco tapizado con una extraña tela peluda. Gibbo se asegura de que el gondolero no nos mira y luego me pregunta:
– Pero ¿qué le has dicho?
– ¿Por qué?
– ¡Me ha recibido como si se tratase de mi último paseo en góndola!
– De hecho, es así.
– Venga ya, déjate de bromas.
– Nada. Le he dicho tan sólo que tus padres te acaban de dar la noticia de que se van a separar.
– Bueno, podría ser…, se pasan la vida discutiendo.
– Y que tú irás a parar a una especie de internado.
– ¿Ah, sí? Espero que, al menos, hayas elegido un buen sitio.
– ¿Y qué más da?, si, de todas formas, no irás.
– ¿Y eso por qué?
– Porque te has escapado.
– ¿Y mis padres no me buscan?
– No, les importa un comino. Además, tu padre se ha enterado de que no es tu verdadero padre.
– ¡Lo que faltaba!
Filo se echa a reír.
– ¡Con un desgraciado semejante a bordo, debería darnos la vuelta gratis!
Pasamos por debajo de los pequeños puentes que unen las calles de Venecia. El gondolero se llama Marino, es amable y tiene una bonita sonrisa bajo el bigote. No sé por qué, pero tengo la impresión de que es una buena persona, y no tarda en demostrármelo.
Cuando bajamos de la góndola, Gibbo, que se ocupa del fondo comunitario, le paga. En ese momento, Marino me llama y hace un aparte conmigo,
– Carolina, la historia de ese chico era muy triste… Tan triste que al final… no creí ni una palabra.
Nos miramos a los ojos y él suelta una carcajada.
– Diviértete, vamos -añade luego con acento veneciano-: Quien no la hace en carnaval la hace durante la cuaresma.
En la práctica, eso quiere decir: «Quien no hace las locuras de juventud las hace después durante la vejez.» Muy simpático, sí, si bien no acabo de estar del todo de acuerdo con lo que dice… ¿Por qué una cosa debe excluir a la otra? ¡Yo quiero seguir haciendo locuras cuando sea abuela! Y con el propósito de no dejar de hacer locuras en el futuro, doy alcance a Gibbo. Oigo que está leyendo la guía que ha comprado por doce euros. Filo lo escucha y le hace preguntas a su manera, o sea, en parte estúpidas y en parte no. Yo camino detrás de ellos; como ha dicho Marino, para mí es a la vez carnaval y cuaresma. Me siento mayor paseando por Venecia, y estoy segura de que ésta será una de esas cosas que un día, de pronto, no importa cuánto tiempo haya pasado, recordaré con todo detalle. Y espero que entonces Filo y Gibbo sigan estando presentes en mi vida, y que todo sea como ahora, que no cambie nada, ni siquiera una coma. No obstante, mientras lo pienso me invade cierta tristeza. Sin saber muy bien por qué. Quizá porque, en el fondo, sé que no podrá ser así.
Gibbo se vuelve hacia mí
– Eh, se me ha ocurrido una idea…
Entonces me mira y se percata de que algo no va bien.
– ¿Qué te ocurre, Caro?
– Nada, ¿por qué?
– No sé, tenías una cara…
– Te equivocas… Venga, ¿qué era lo que querías decirme? ¿Se te ha ocurrido una idea? – Vuelvo a sonreír y hago corno si nada; Gibbo es un cielo porque o bien se lo traga, y eso quiere decir que me estoy convirtiendo de verdad en una consumada actriz, o se hace el sueco y cambia de tema.
– Mirad. Leo, ¿eh?… -Señala la guía-. En losbacari a esta hora se toma la «sombra». Se trata de un aperitivo con bacalao, aceitunas, pescaditos y croquetas… Además de muchas otras cosas ricas. ¿Os apetece ir?
Poco después nos encontramos sentados en unos taburetes altos de madera con unas pequeñas mesas delante abarrotadas de comida deliciosa, para chuparse los dedos. Bacalao desmenuzado con leche, sardinas marinadas, almejas, caracolas de mar, chipirones apenas hervidos, y «nervios», que son pedacitos de ternera con vinagre y aceite. La verdad es que estos últimos no me gustan mucho porque están algo duros, ¡pero el resto está riquísimo! Y así…, me olvido de la dieta. Por otra parte, esto sólo se hace una vez cada catorce años, ¿no? Luego descubrimos que el nombre de «sombra» se debe al hecho de que justo a esa hora el sol se pone y, por tanto, se bebe… una sombra. De manera que nos tomamos elspritz.
– Debe de llevar un poco de bíter o alguna clase de aperitivo, agua mineral y vino blanco. Es ligero…
Gibbo y su guía, de la que no se separa bajo ningún concepto.
Sólo que el talspritz no es tan ligero como dice y, al final, un poco aturdidos, mejor dicho, prácticamente borrachos, llegamos sin saber muy bien cómo a Mestre, la localidad donde se celebra el concierto de Biagio. ¡Qué hombre!
Empieza cantandoSappi amare mió, después Le cose che hai amato di piu y L'impossibile, Se é vero che ci sei, y luego Iris, Y con esta última os aseguro que me emociono. ¿Sabéis cuando sientes un extraño estremecimiento y te gustaría que te abrazasen? Estoy con mis amigos, de acuerdo, pero no sé por qué echo de menos a Massi. O, mejor dicho, el amor, ¡Quiero decir, el sabor de un beso, la felicidad absurda, poder llegar con la punta de los dedos a tres metros sobre el cielo! Todo aquello que sólo el amor loco, repentino, mágico, absurdo y único puede hacerte experimentar. Sin embargo, en lugar de eso, me abrazo a Gibbo y a Filo.
– Eh, bailemos juntos…
– Tengo una idea: vamos a mandarles un mms a Clod y a Alis. ¡Por favor! ¡Me gustaría que supiesen lo que estamos viviendo! Venga, Gibbo…, ¿me grabas tú?
Y bailo con el escenario a mis espaldas mientras Biagio canta Inuna stanza quasi rosa, sonrío a mis amigas, les mando un beso y me siento como una especie de video jockey en medio de toda esta gente mientras canto la canción: «Mira este amor que crece y hace que nos sofoquemos en esta habitación, así que fuera, vistámonos y salgamos a iluminar todos nuestros sueños», y al final cierro los ojos emocionada.
– ¡Hecho!
Gibbo me devuelve el móvil y yo echo un vistazo a lo que ha grabado.
– ¡Es superguay! ¡Al fondo se ven las luces y a Biagio!
En un abrir y cerrar de ojos, se lo mando a Alis y a Clod a cobro revertido mediante el número 488.
Alis me responde en menos de un segundo: «Me muero de envidia.»
Después llega la respuesta de Clod o, mejor dicho, la de Telecom Italia. ¡El mms ha sido rechazado! Recibo su mensaje poco después: «¡No tengo un euro! ¿Te estás divirtiendo? ¡Espero que sí! Me lo enseñas mañana en el colegio, ¿vale?»
Luego sigo cantando bajo las estrellas, bajo las nubes que pasan ligeras. Y bailo, bailo con los ojos cerrados, a un paso del escenario, entre la gente que se abandona en el estadio de Mestre, y me pierdo entre las notas de esa música y me siento mayor y feliz y, por un instante, no estoy muy segura de querer volver a casa. Pero es sólo un instante. Poco después, en el tren de regreso, río para mis adentros.
– ¿Que hace Gibbo? ¿ Duerme?
Filo lo mira y asiente con la cabeza. Seguimos contemplando la noche por la ventanilla que corre ante nuestros ojos y vemos algunas casas que todavía tienen las luces encendidas. También algunos televisores con sus reflejos. Alguna habitación vacía, alguna persona asomada al balcón fumando un cigarrillo. Ellos no saben que los estoy mirando, que una parte de su vida ha entrado en la mía. Filo ha encontrado un trozo de cuerda y lo balancea delante de la nariz de Gibbo, que se la rasca rápidamente y después sigue durmiendo inmóvil, en tanto que nosotros nos reímos.
– ¡Chsss!
Me tapo la boca con la mano por miedo a despertarlo. Pero Filo vuelve a repetir su juego como si nada… Y el tren no se detiene, sino que, en cambio, vuela en dirección a Roma. Llegamos con el tiempo justo para bajar.
– ¿Qué hora es?
Gibbo es el único que ha dormido. Filo lo empuja.
– ¡Deberías estar más despabilado que nosotros y, en cambio, estás atontado perdido!
– Son las siete y media… Tenemos el tiempo justo para ir al colegio.
– Pero ¿no pensáis desayunar?
– ¡Claro que sí, en el bar de enfrente!
– Vale.
Nos precipitamos a nuestros respectivos medios de transporte. Por suerte, la moto sigue allí. Me pongo el casco y, debajo, los auriculares del iPod Touch. Y pongo ni más ni menos queIris de Biagio y, mientras conduzco en dirección al colegio, tengo la impresión de estar todavía en el concierto. En cuanto bajo de la moto, Alis y Clod se abalanzan sobre mí.
– ¡Tía, menuda chulada! ¿Te has divertido? Pero ¿qué habéis hecho? ¿Dónde cenasteis? ¿Habéis visitado algún sitio guay?
– ¿Cómo es que no os habéis quedado en Venecia? Enséñame esa película que querías mandarme…
Alis la empuja.
– Ah, yo ya la he visto.,., ¡es superguay!
– Me había quedado sin saldo.
– Como de costumbre.
Y falta poco para que se pongan a discutir.
– ¡Chicas, a clase!
Esta vez es la profe de matemáticas la que nos salva. A todo esto, yo ni siquiera he desayunado. No obstante, ha sido lo más divertido que he hecho en mi vida.
Recibo un mensaje de mi madre.
«¿Todo bien? ¿Estás en el colegio?»
«Sí, claro», le respondo.
Y me entran ganas de echarme a reír. Si sólo pudiese imaginarse que he cogido un tren, he ido a Venecia, después a Mestre, que he asistido al concierto de Biagio y he pasado la noche en el tren de regreso a Roma, se moriría. Me vuelvo. Filo se ha desplomado, duerme sobre el pupitre mientras la profe explica la lección. Gibbo, en cambio, está fresco como una rosa y, mientras la profe escribe en la pizarra, se inclina sobre el pupitre y le hace cosquillas a Filo en la oreja con un trozo de papel.
Filo se agita, después se despierta de golpe y empieza a rascarse con fuerza. Todos rompen a reír. Cudini, claro está, lo graba todo. La profe se vuelve.
– Quietos, chicos… Pero ¿se puede saber qué os pasa hoy?
Gibbo está inmóvil en su sitio. Sonríe. De una manera u otra, se ha vengado de Filo.
¡Soy genial! ¡He aprobado el examen para el permiso! ¡He cometido dos errores, pero he aprobado! Mi madre estaba muy contenta, mi hermano también, mi padre… un poco menos. Quizá no acababa de creérselo. ¡Ni siquiera yo misma me lo creo! De hecho, la vez que hice algunas prácticas en el patio de casa con la moto de mi hermana no mostré, lo que se dice, grandes habilidades. Por un pelo no choqué incluso contra el coche de Marco, mi vecino, ¡pero por suerte conseguí desviarme a tiempo! Sin ocasionar daño alguno. Así que ahora ya tengo el permiso… ¡A toda Vespa! Bueno, aunque la verdad es que la he conducido mientras tanto.
Ahora voy como un rayo. Se acabaron los problemas. Al contrario, me divierto recorriendo las calles. Aunque he de reconocer que para ir a casa de los abuelos, dado que nunca he ido conduciendo por mi cuenta, he tenido que consultar el callejero de internet, que es genial: te da el recorrido exacto y lo imprimes en menos que canta un gallo. Luego te lo metes en el bolsillo, y ¡zas!, en menos de ocho minutos, dos menos de los que decía Google Maps, estaba ya en su casa. Sólo me he parado una vez para consultar una calle donde debía girar. La abuela ha salido a hacer la compra. El domingo quiere invitar a varias personas a comer porque es su cumpleaños El abuelo está en su pequeño estudio dibujando. Lo hace muy bien. Con unos cuantos trazos consigue crear en un instante una escena, un paisaje, una casa o una persona.
– ¿Qué estás haciendo, abuelo?
Me sonríe sin mirarme.
– Una tarjeta para tu abuela… Mañana es 14 de febrero, el día de los enamorados.
– Sí, ya losé.
Sigue dibujando. Usa rotuladores de diferentes colores, los abre, pinta, cierra el tapón y los deja caer sobre la mesa, y luego otro, y otro más.
– ¿Te gusta?
– ¿A ver? ¡Me encanta!
Reconozco a la abuela cocinando; además, hay una mesa al fondo con gente sentada alrededor.
– ¡Pero si ésa del rincón soy yo!
– Sí… Y el que está a tu lado es tu hermano, ¿cómo lo llamas? Rusty John…
– ¡James!
– Eso es… Rusty James, Alessandra… ¡y ése soy yo!
– Sí, ya me había dado cuenta.
– Y ella está cocinando todas esas cosas tan ricas que sabe hacer…
– Pues sí…
El abuelo sujeta un corazón grande y rojo en el que puede leerse: «Para ti, que alimentas mi corazón.»
– ¡Es precioso, abuelo!
Mira satisfecho su dibujo y sonríe complacido. Lo mira otra vez. A continuación se oye el ruido del ascensor y después la llave en la puerta.
– Chsss… ¡Es ella!
– ¿Estáis en casa?
La abuela Luci entra en el estudio.
– Hola… ¿Se puede saber qué estáis tramando? -Arquea las cejas risueña.
– Nada sólo estábamos charlando…
– ¡Sí! -Miro al abuelo con alegría-. Quiero llevar al abuelo en la moto, detrás de mí…
– Está prohibido, te pondrán una multa…
– ¿Y tú qué sabes?
– Lo he leído… Tienes que esperar a tener dieciséis años.
Luego se acerca al abuelo y lo besa ligeramente en la boca con una sonrisa que, desde donde me encuentro, puedo sentir rebosante de amor.
– Te he traído lo que me has pedido…
– ¿Lo que me gusta?
En un abrir y cerrar de ojos, el abuelo se transforma en un niño mucho más pequeño que yo.
– ¡Sí, eso mismo! Voy a prepararos algo de comer, ¿os parece bien?
– ¡Sí, abuela, deja que te eche una mano!
Así que entramos en la cocina. La abuela abre un paquete de patatas fritas y las echa en un plato grande.
– Esto era lo que me había pedido…, patatas con pimentón.
Y yo que me esperaba no sé qué misterio… Acto seguido comenzamos a dar vueltas por la cocina, preparando la comida, colocando las servilletas, los vasos y todo lo demás, hablando de nuestras cosas. La abuela me hace un montón de preguntas y yo le contesto encantada, encantada de que estemos juntas, disfrutando de ese amor que se respira por toda la casa. Todo me parece muy sencillo y le cuento un sinfín de cosas que, en ocasiones, incluso haciendo un esfuerzo enorme, no consigues decir verdaderamente.
Los profesores han empezado a hablarnos de los exámenes, ¡pero yo los veo todavía tan lejos que no quiero ni oír hablar del tema! Entre otras cosas, en abril se celebrará una reunión general con los padres, la última, la definitiva, madre mía, no puedo volver a meter la pata. Pero ¡¿no habían dicho que iban a dejar de hacerla?! He bajado de internet un montón de tesinas, pero no sé si serán suficientes. Mi hermana me dijo una vez que lo de la tesina es una chorrada, pero con ella nunca sé a qué atenerme, no se parece en nada a mí. De manera que me parece que en historia podría hablar de la Italia de la posguerra; en geografía, de Oceanía; en italiano, de Svevo o de Calvino; ¿y en ciencias? No lo sé. ¿Podría relacionar Oceanía con terremotos y volcanes, porque es una zona muy dada a ellos? Ni idea. Para francés y arte había pensado en Henri Matisse. ¿Me iría bien con esa época? En inglés me centraré en Australia; música no sé si entra en el examen, pero de todos modos la podría incluir en historia y hablar de jazz; en tecnología, no sé cómo hacerlo. Además, no tengo claro si es mejor repasar todo el programa de las asignaturas o si al final no sirve de nada, ¡Bah! No lo aguanto más. Mientras me debato en este mar de dudas, desenvuelvo el bocadillo bajo el pupitre, me inclino escondiéndome detrás de la compañera que se sienta delante de mí y trato de lamer un poco la Nutella que se ha salido por el borde. Clod me ve desde su pupitre y me llama. Faltaría más, está dispuesta a ofrecerse como voluntaria. Oh, como si la hubiese invocado, suena la hora del recreo… Y en seguida llega la noticia bomba:
– He roto con Dodo.
– ¿Qué quieres decir?
– Pues eso, que se acabó… Estaba harta.
Clod y yo permanecemos en silencio. Después me encojo de hombros.
– Lo siento, pero… Quizá podría haber llegado a ser una historia importante…, con el tiempo…
Clod, la gran curiosa, le pregunta con malicia:
– ¿Quería ir demasiado lejos?
– ¡Ojalá fuera ése el motivo! -Alis se enciende un cigarrillo, quiere parecer transgresora-. Nada, hasta eso te importa un comino… Sólo piensa en jugar a fútbol con sus amigos, en beber con sus amigos, en salir con sus amigos y, cuando no es así, se pasa el tiempo en el establecimiento de su madre… ¡Joder, chicas, ¿quién puede desear una vida así?!
– Ya…
Lo cierto es que no sabemos muy bien qué decir. Se esforzó tanto en conseguirlo que, por un momento, parecía incluso enamorada. Puede que sólo lo hiciera porque organizamos esa competición, porque quería demostrar que era la más fuerte y destacar como de costumbre. Pero esto lo pienso y punto; es evidente que no puedo decírselo.
– Habéis roto justo hoy, el día de San Valentín…
– Ayer. Le había comprado un regalo incluso, pero la sola idea de pasar la velada con él… No podía soportarlo.
– ¿Qué le compraste?
En ciertas ocasiones Clod, en lugar de estarse calladita como debería, no para de hablar; es superior a sus fuerzas.
– Oh, una cámara de fotos digital. No se la he dado, la tengo aquí. Es más, ahora mismo os saco una foto…
Posamos y Alis nos retrata alzando la cámara y enfocándonos a las tres mientras ponemos unas caras absurdas. Luego comprueba cómo ha salido.
– ¡Perfecta! Oíd, hagamos algo…,
– ¿Qué?
– Esta noche podríamos cenar las tres juntas en las mismas narices de todos los enamorados, ¿os apetece? Yo invito… ¿Sabéis adónde podemos ir? A Wild West, en la Giustiniana. Es un sitio genial.
– ¡Vale!
Y, por suerte, la tarde transcurre sin sobresaltos, sin muchos deberes que hacer siquiera. Me tumbo sobre la cama con los pies en alto y el iPod encendido. Escucho un poco de música al azar. Es increíble. Parece que esos cantantes te conozcan, que vivan contigo y que puedan oír incluso tus pensamientos. Ésa es, al menos, la impresión que tengo cuando escucho determinadas canciones. Dicen, palabra por palabra, todo lo que siento y lo que me gustaría poder decirle, por ejemplo, a Massi. Hasta la manera en que me gustaría hacerlo. Ni más ni menos. Habría que agradecer a los grupos y a los cantantes que hablen por nosotros. Quieres a alguien pero eres tímida o piensas que tal vez te equivocas, así que le dedicas esa canción y arreglado. Y. si eres afortunada, bueno, él entenderá todo lo que no has logrado decirle, y hasta puede que te dedique otra. Canciones para canturrear, escuchar una y otra vez y bailar juntos en una fiesta. Canciones para permanecer abrazados, canciones para copiar en el diario… Massi y yo tenemos nuestra propia canción. Qué gracioso, no tenemos una relación, pero sí una canción.
– Esta noche salgo, mamá.
– Eh, ¿no estás estudiando poco últimamente?
– No tenía mucho que hacer para mañana.
– Vale, pero a las once te quiero de vuelta… -Luego reflexiona por un momento-, ¿Por qué sales precisamente esta noche? San Valentín… ¡¿Con quién vas?!
– ¡De eso nada! -«¡Ojalá!», me gustaría decirle- Salgo con Alis y Clod.
– ¿Seguro?
– ¡Por supuesto! Te lo diría, ¡¿no?¡
Pienso de nuevo en Biagio Antonacci y ya no estoy tan segura.
Justo en ese momento Ale pasa por nuestro lado.
– Pero, mamá…, ¿quién iba a ser el guapo que querría cargar con ella?
– Qué simpática… ¿Y tú qué haces.? ¿Sales con Giorgio o con Fausto?
– Con ninguno, los he dejado a los dos.
– Oh, vaya… ¡Has hecho bien!
– Sí, pero ahora salgo con Luca…
Mi madre pone cara de desesperación. Trato de animarla.
– Lo dice adrede, ya sabes cómo es. No es cierto. Sólo lo dice para molestarte.
Veo que se siente un poco más aliviada, pero yo, si he de ser sincera, no estoy tan segura.
Son las 20.30. Suena el telefonillo.
– ¿Podéis abrir? ¿Quién será a estas horas?
– Es para mí, papá. ¿Sí?
– Estoy aquí abajo -me responde Clod.
– Voy en seguida.
– Por lo visto, ahora sales todas las noches…
– De eso nada, papá… jamás he salido entre semana. Además, se lo he dicho a mamá.
Mi madre aparece en ese momento con unos platos.
– Sí, es verdad, me lo ha dicho.
Mi padre insiste. Debe de estar nervioso, como de costumbre.
– El hecho de que lo haya dicho no significa nada.
– Pero si sale con sus amigas…
– No es eso.
– Pero…
Empiezan a discutir. Lo siento mucho por ellos, pero Clod me espera abajo. Además, me apetece salir. Me ahogo en esta casa. Sobre todo cuando se producen esas discusiones tan estúpidas, tan inútiles, tan…, ¡tan así que me sacan de mis casillas! Salgo del salón dando un portazo. Adrede. Y a continuación bajo a toda prisa la escalera y salto los últimos escalones antes de cada rellano. Dos. Acto seguido, tres. Después incluso cuatro a la vez. Estoy enfadada. Mucho. Mi padre siempre trata mal a mi madre. No entiendo por qué ella sigue con él. Quizá sea por nosotros, sus hijos. Sí, de alguna forma es culpa nuestra. Odio a mi padre. Odio que ataque de ese modo mi felicidad.
– Venga, vamos.
– Eh, ¿qué te ocurre?
Clod arranca a toda velocidad obedeciendo a mi orden.
– Nada, no sucede nada.
Golpeo con fuerza el salpicadero del coche.
– Eh, no se lo hagas pagar a él, que no tiene la culpa… Si te sirve de consuelo, yo también he discutido con mi madre. No quería dejarme salir… A veces me gustaría cambiarme por Alis…
– Pues sí.
Nos callamos, permanecemos en silencio durante un buen rato, salvo cuando le doy las indicaciones pertinentes.
– Al fondo y a la derecha. Luego todo recto.
Y Clod sigue conduciendo concentrada, sin abrir la boca, sin hablar. Poco a poco me va pasando la rabia, sin ningún motivo. Es más, incluso llego a olvidar lo que ha sucedido.
– ¡Caray, es fantástico!
Abro el estuche y lo miro.
– Tienes el último de Maroon 5… ¿Quién te lo ha dado?
– Aldo me ha hecho una copia.
– ¿En serio? Es un cielo…
La miro. Me mira. Sonríe.
– ¿Me lo prestas para que lo suba a mi iTunes y así lo tengo en el iPod?
– ¡Claro!
– Bien.
Y sigo bailando hasta que llegamos a Wild West. Alis nos espera fuera del local.
– ¿Qué pasa?
– Nada, ¡que sólo hay tres parejas y, por si fuera poco, son más viejos que nosotras!
Miro dentro.
– Bueno, a mí no me parece tan mal… ¡Además, uno de ésos se parece a mi hermano!
– De eso nada, ojalá, me derretiría nada más verlo… Es suficiente con mirarlo a los ojos, ¡ese es viejo por dentro! Venga, larguémonos…
Y sube a su coche.
– ¡Pero si has reservado mesa!
– ¡Sí, sólo que a nombre de Clod! ¡Seguidme!
Arranca a toda mecha. La seguimos a dos mil por hora y al final llegamos a Celestina, en Parioli. Alis deja el vehículo en manos del aparcacoches.
– Si me lo rayas, te mato…
Se lo dice riéndose, pero tengo la impresión de que no habla en broma. Entramos.
Se acerca un camarero.
– Buenas noches.
– Hemos reservado mesa para tres, a nombre de Sereni.
Alis debe de haber llamado desde el coche. Esta vez ha dado su nombre: estaba segura de que nos quedaríamos.
– Hola, Alis.
– Buenas noches.
La saluda una mujer que está cenando con un tipo extraño, los dos tienen la cara un poco retocada. Quizá sean amigos de su madre. Por el modo de vestir es muy probable.
– Ésta es vuestra mesa.
Nos sentamos. Alis mira alrededor.
– Aquí estamos mucho mejor.
– Sí, claro.
– Y también está más cerca…
– Sí, pero la gente no es muy interesante que digamos.
Aun así, en las mesas se ve un poco de todo, hay parejas de todas las edades.
– Eh, pero ¿ésa no es…?, ¿cómo se llama? Sí…
Miro en la dirección que Alis nos indica con la barbilla. Sí, es ella. Y está con otro, el día de San Valentín precisamente, quiero decir, no en una cena cualquiera.
– Claro que es ella, pero yo tampoco recuerdo su nombre.
Alis insiste:
– ¡La novia de Matt!
– Melissa…
– ¡Eso es, Melissa!
Pese a que nos separa cierta distancia, la chica parece habernos oído y desvía la mirada hacia nosotras. Clod y yo nos hacemos las locas. Alis, en cambio, se la sostiene. Es más, veo que incluso arquea las cejas como diciendo: «Eh, guapa, ¿qué haces cenando con otro?» Después se vuelve hacia nosotras. Al parecer, por fin ha dado por zanjado el enfrentamiento.
– No me lo puedo creer. Él le ha cogido la mano. Se la está acariciando…
– ¿Y qué?
– ¡Pues que Matt y ella han roto!
– Mañana lo llamo…
– ¡Alis! Pero si ése apenas se acuerda de mí, y a ti debe de haberte visto una sola vez.
– Sí, pero por la forma en que me ha mirado… Verás cómo se acuerda. Se acuerda…
– Lo que tú digas…
Abro la carta. Alis me saca de quicio cuando hace esas cosas. ¡Está demasiado segura de sí misma! Y, además, perdona, quizá vaya yo antes, ¿no? Ya está, me estoy poniendo nerviosa, pero, en realidad, no con ella, sino conmigo misma. Creo que debería decirle esas cosas. Debería discutirlas con ella y hacérselas notar, en parte porque sé que tengo razón. Bueno, quizá la próxima vez. Y también esto me cabrea un poco porque al final lo pospongo siempre para la próxima vez. Y, en ocasiones, cuando me gustaría contestarle no me salen las palabras adecuadas, de manera que lo dejo estar. Luego, cuando llego a casa, se me ocurre la respuesta perfecta, ¡pero entonces ya es demasiado tarde!
– ¿En qué piensas?
– Oh, en nada…
Como muestra, un botón…
– Entonces, ¿qué? ¿Lo habéis decidido ya? Daos prisa, que el camarero ya viene.
Alis nos mira esperando a que nos decidamos.
– Yo tomaré un entrante de carne, y luego pastaall'amatriciana.
– Veo que quieres guardar la línea, ¿eh?… ¿Y tú, Clod?
Clod cierra la carta.
– Yo sólo una ensalada.
– ¿Eh?
Alis y yo nos miramos a punto de desmayarnos.
No me lo puedo creer…
– ¿Qué te ha pasado?
– ¿Te ha entrado por fin en la cabeza esa palabra que tanto odias…, dieta?
– Qué graciosas. Es que no tengo mucha hambre.
Cuando llega el camarero pedimos lo que hemos elegido. Alis opta por una langosta a la catalana, que yo probé una vez y me pareció que tenía demasiado vinagre, pero por lo visto a ella le encanta. En cuanto el camarero se aleja retomamos nuestras pesquisas.
– ¡Queremos saber el motivo de esa dieta!
– Sí, que es lo que te ha llevado a entrar en razón…
– ¿Qué ha pasado?
– ¿Alguien te ha hecho algún comentario?
– ¿Tus padres? ¿Un chico?
– ¿Ha sido por algo que has visto en una película?
– ¿Un sueño?
Nos divertimos acribillándola a preguntas hasta que, por fin, Clod no puede resistirlo más.
– Vale, vale… Ya está bien.
Se queda por un instante en silencio. Nosotras también.
– Es que…
– ¿Qué?
Clod nos mira por última vez, después esboza una amplia sonrisa.
– Estoy saliendo con Aldo.
– ¡Nooo!
– ¡No me lo puedo creer!
Alis se echa hacia atrás con tanta fuerza que está a punto de caerse de la silla, Yo estoy feliz a más no poder, si bien aún me cuesta dar crédito.
– No es una broma, ¿verdad?
– ¿Te parece propio de mí bromear sobre esas cosas?
– Cuéntanos…
Poco a poco, en nuestra mesa se produce una suerte de silencio, ese que sólo la palabra amor sabe crear. Porque el amor, es decir, la manera en que dos personas se conocen, se frecuentan, se llaman por teléfono, empiezan a salir juntas o rompen, le interesa siempre a todo el mundo, es inevitable. Si, además, quien te lo cuenta es alguien como Clod, te emocionas aún más.
– Pues bien, la clase de gimnasia se había acabado ya. Me había duchado y todavía tenía el pelo un poco mojado. Cuando salí, él estaba allí, en la puerta del gimnasio. Llovía y las gotas se veían a contraluz porque la bombilla de la farola estaba fundida…
– ¡Caramba! Es perfecto…
Clod le sonríe a Alis.
– Extrañamente, Aldo no hizo ninguna imitación. En lugar de eso, nos miramos y nos echamos a reír. Después pasó un coche pegado a la acera a gran velocidad; no nos había visto, y poco faltó para que quedásemos como sopas.
– ¡Precioso, igual que en las películas!
– Sí, de manera que acabamos pegados el uno al otro… Y, no sé cómo, nos besamos.
– Como dos imanes que se atraen…
– Sí, claro, como dos imanes…
Alis siempre tiene que reventarlo todo.
– ¿Entonces? ¿Se puede saber qué haces aquí?… ¡Deberías estar celebrándolo con él, ¿no?!
– De hecho, me ha mandado un mensaje, quizá nos veamos luego.
– ¡De eso nada, ve ahora mismo!
Clod mira a Alis como si le estuviese preguntando «¿Puedo?». Pero yo no lo pienso dos veces e insisto:
– ¡Venga! ¡Yo me quedo con Alis!
– ¡Claro…, nos haremos compañía mutuamente!
En cuanto acaba la frase, Clod casi vuelca la mesa.
– Gracias, habíamos organizado una cena pero no sabía cómo decíroslo…
Y sale del local. Alis y yo nos quedamos comiendo y hablamos por los codos, comentando la increíble noticia.
– ¿Te das cuenta? ¡Clod tiene novio y nosotras no!
Aunque la verdad es que estoy encantada. Ella era la que, en teoría, tenía menos posibilidades de todas nosotras. Por un momento tengo la impresión de que Alis está triste, y la verdad es que no sé por qué. Deberíamos alegramos por nuestra amiga. ¡Su sueño se ha cumplido! La verdad es que la idea de pasar todos los días con Aldo y soportar continuamente sus absurdas imitaciones me parece una pesadilla. ¡Pero ella está contenta! Y eso es lo que cuenta en la vida, ser felices gracias a las cosas que realmente nos hacen felices… Se lo digo a Alis, pero ella parece estar pensando en otra cosa.
– Perdone, ¿tienen tarta de chocolate? -le pregunta al camarero.
– Sí, por supuesto.
– ¿Me trae un buen pedazo?
A continuación me mira sonriente.
– Tal vez el año que viene estaremos aquí con nuestros novios y ella estará sola de nuevo…
– Sí… Puede ser, aunque quizá estemos las tres… ¡con tres chicos!
Alis me mira de una forma extraña y se encoge de hombros.
– Sí, claro.
Y me resulta extraño que no haya pensado en esa posibilidad.
Tom, el abuelo de Carolina
Soy Tommaso, el abuelo de Carolina. ¡Mi nieto Giovanni, o Rusty James, como lo llama ella, captura el mundo en una página en blanco. Yo también, sólo que uso otro tipo de papel: el fotográfico. El objetivo contiene el espacio que quiero inmortalizar; un círculo tan pequeño que, sin embargo, puede retener un momento mágico, irrepetible. La fotografía detiene el tiempo, vence el temor de que todo se pierda algún día. Es suficiente con un clic. Esa imagen y. sobre todo, lo que evoca serán nuestros para siempre. Ésa es la idea que siempre me ha gustado del arte de la fotografía. Los momentos que puedo compartir con los demás, con mi Lucilla sobre todo. En mi opinión, ella es una modelo bellísima. Un rostro que cambia con frecuencia de expresión y que inspira innumerables fotografías. Tendríais que verla. Tiene unos ojos indescriptibles. Todavía hoy me pierdo en ellos. Cuando la miro me siento seguro. Ella camina por la casa tranquila. Ordena las cosas, lee, se prepara un té, me habla. Y yo me siento feliz. Sé que podría morirme hoy mismo y que me daría igual, porque he tenido todo cuanto deseaba. Mejor dicho, he tenido todo cuanto sabía que deseaba, porque a menudo nos equivocamos al desear las cosas. Creemos saber qué es lo mejor para nosotros y, en realidad, nos lo imponemos. Es el riesgo que uno corre cuando no se escucha realmente a sí mismo. Con mi Lucilla, en cambio, he aprendido a buscar lo que quería mi corazón. Así, cuando cojo mis fotografías, todas ellas, puedo reconstruir cada momento del viaje que he realizado con ella. Ella, que me ha enseñado a vivir y me ha convertido en una persona mejor.
Ella, que nunca se rindió cuando estábamos desesperados porque no teníamos dinero. Se arremangó y, serenamente, empezó a construir, aprovechando lo poco que teníamos. Con el paso del tiempo, esas fotografías han acabado conteniendo una vida que hay que volver a mirar para sentirse de nuevo como en todos esos instantes que intenté detener. Sin perder nada, incluso cuando dejemos de existir, esas fotos sabrán conservar lo que cuentan. Y los que aman podrán captar en cualquier momento ese matiz que, quizá, han perdido en el frenesí de la vida. Hago fotografías desde hace muchos años. Las conservo en unos álbumes que guardamos en el salón, y alguna que otra noche Lucilla y yo nos sentamos en el sofá para hojearlos. Cuántos recuerdos y alegrías, aunque también cierta tristeza por lo que ya no puede volver. No obstante, el placer consiste en mirarlas una y otra vez. Y, por encima de todo, en comprobar que nuestros rostros aparecen siempre, y verlos cambiar, una página tras otra. Ella y yo. Qué amor. El amor. Todavía recuerdo la primera vez que la vi. Ambos éramos muy jóvenes y yo, desde luego, muy torpe. Paseaba en bicicleta y la vi caminando de una manera que nunca he conseguido olvidar. Un paso hermoso, sólido y ligero al mismo tiempo. Un paso que me reconfortaba. Lo primero que me pasó por la mente y que me asustó fue que podía perderla, que sí no hacía algo entonces, en ese preciso momento, jamás volvería a verla caminando así. Tenía que lograr que se detuviese, inmortalizarla de algún modo. Pero no tenía nada para hacerlo, aparte de mí mismo. De manera que bajé de la bicicleta y me presenté. Al principio ella pareció asustarse un poco, pero acto seguido se echó a reír. Se echó a reír… En aquella época si un desconocido abordaba a una chica y entablaba conversación con ella, ésta tendía a mostrarse reacia, en parte por miedo a lo que pudiese decir la gente. Pero ella no. A pesar de que estábamos a plena luz del día, se echó a reír. Y habló conmigo. Y yo supe de inmediato que jamás podría estar sin ella. Así fue. He conocido a otras mujeres y nunca ninguna me ha parecido tan maravillosa como mi esposa. Cuando se rió, decidí que necesitaba a toda costa una cámara de fotos. Para fotografiarla a ella. Tuve que comprarla a plazos, con el dinero que gané con mi primer trabajo. Pero la compré. Y empecé a fotografiarla en todo momento, y ella se avergonzaba. Era hermosísima, incluso cuando me hacía muecas. Después, los paisajes, los objetos, mis otros seres queridos, nuestra hija, mis nietos, todo cuanto me rodeaba fue capturado también por el objetivo. La fotografía es mi manera de expresarme. También el dibujo, mi otra pasión, pero no es lo mismo que cuando pulso el disparador de la cámara. Cuando miro una foto veo un fragmento de mi vida y recuerdo perfectamente ese día. Luego sonrío. Sé que seguirán estando ahí cuando yo me haya marchado. Tal vez alguien que sepa mirar bien dentro de ellas pueda llegar a ver la sonrisa de mi alma. En caso de que así sea, serán mi verdadera herencia.
Marzo
¿Durante cuánto tiempo has conseguido mantener el móvil apagado? ¡Nunca!
¿Algo que lamentas del mes pasado? No haber encontrado a Massi.
¿Qué es para ti la primavera? La ligereza.
El peor sms que has recibido este mes: «¿Por qué los elefantes no pueden chatear? Porque temen a los ratones.» ¡Me lo mandó Filo!
¿Pelo largo o corto? Largo.
¿La película más guay que has visto? Guay, no lo sé…, peroRatatouille me encantó.
¿Blanco o negro? Blanco
¿Uñas cuidadas o mordidas? Ninguna de las dos.
¿El cumplido que más te gusta? Qué guapa eres.
¿El que odias? Estás muy buena.
Recuerdo que cuando era pequeña solían decirme que marzo era un mes loco. No entiendo por qué decían eso, porque ni siquiera rima. Como mucho, «marzo, gran gustazo». ¡Así podría ser el mes preferido de Alis! O «marzo, gran esfuerzo». Y en ese caso se podría aplicar a Clod y a su dieta.
Pensándolo bien, todos los meses pueden ser locos. Depende de lo que suceda. En cualquier caso, ¿cómo iba a imaginar yo que marzo cambiaría mi vida? No. Así no. Pero bueno, empecemos por el principio.
Nico es un tipo realmente divertido. Es alto, bastante más que yo, tiene un cuerpo robusto, es guapo, con el pelo rizado y los ojos azules. Conduce una moto que, según aseguran todos, es «veloz como el viento». Él se ríe, hace el caballito y está siempre alegre. Tiene una Honda Hornet negra, agresiva. No obstante, consigue conducirla sobre una sola rueda durante un buen rato.
– ¿Te apetece venir a dar una vuelta? Venga, Carolina, sube atrás… Vamos a echarle una carrera al viento.
Me mira así, con unos ojos azules y profundos que me recuerdan el mar cuando está en calma, cuando miras a lo lejos y no ves dónde acaba, cuando te pierdes en ese azul claro hasta el punto de no llegar a entender dónde empieza el cielo. En fin, que me gusta, no puedo negarlo. Pero una vuelta sobre una sola rueda…
– No, gracias, Nico.
– Como quieras…
Derrapa y hace girar la moto sobre la rueda de atrás, frena con la de delante y da vueltas mientras la trasera levanta una nube blanca, como si se estuviera quemando. Pero al poco aparece una mujer gorda vestida con un chándal que le echa la bronca,
– ¡Ya está bien, Nico! ¡Menuda peste estás dejando! ¡Aquí se viene a trabajar!
Nico se para, apaga el motor y aparca la moto. Luego vuelve a ponerse la gorra y se acerca al surtidor. Ahora parece un poco triste y abatido. En pocas palabras, que ya no fanfarronea como antes.
– Tienes que llenar el depósito, ¿no. Carolina?
– No, gracias, ya lo he llenado antes.
Pues sí: Nico es el hijo del gasolinero. Pero no ha sido por eso por lo que no he querido dar una vuelta con él, ¡sino porque de verdad me da miedo! En cualquier caso, desde que lo he descubierto voy siempre a echar gasolina allí. Aunque no por Nico, a él lo conocí después, sino por Luigi, su padre. Es un tipo bajito con un bigote enorme, bajo el mono lleva siempre corbata, y es risueño y amable incluso conmigo, que como mucho me gasto cinco euros. Porque, a veces, los gasolineros, cuando se dan cuenta de que no piensas ni por asomo en llenar el depósito, que les haces poner en marcha el surtidor por tan sólo cinco euros, te tratan mal, ni siquiera te miran cuando les pagas y tampoco te dicen adiós cuando te vas. En cambio, él y su esposa Tina son siempre encantadores.
Tina es una mujer gorda, rechoncha, con un pecho abundante y el pelo oscuro y ondulado. Es la que antes ha gritado a Nico. Aunque físicamente Nico haya salido a ella, los ojos los ha heredado de su padre. Esa mujer trabaja como una mula, a menudo la veo lavando los coches que le llevan. Ella es la que se ocupa de esa tarea: los hace pasar por el túnel de lavado y luego los seca. Se abalanza con dos grandes trapos encima del capó y prueba a secar el parabrisas y después el techo, aunque el tamaño de su busto no es que le facilite la labor precisamente. Resopla porque le aprieta el mono, pero ella sigue con el pelo cayéndole por la cara, sudando y jadeando, y aun así hace su trabajo con gran meticulosidad. Y Nico haciendo cabriolas con la moto mientras su madre se desloma… En fin, es asunto suyo.
Un día, sin embargo, mientras vuelvo del colegio noto que una moto se acerca a mí. Se pega tanto que casi me hace caer y me obliga a frenar. Hasta que se quita el casco no me doy cuenta de que es él.
– ¡Nico! ¡Me has asustado!
– Perdona… -Hace una pausa y luego dice-: ¿Por qué no quieres salir conmigo? ¿Por qué soy el hijo del gasolinero?
No sé qué responder. Lo veo ahí, delante de mí, con el pelo rizado y el semblante resuelto pero que deja entrever un buen corazón, diría que incluso parece un poco cortado.
– ¿Por qué dices eso? No tiene nada que ver.
– ¿Estás segura?
– Por supuesto.
– Demuéstramelo.
– Para empezar, no tengo que demostrarte nada. Y, por si te interesa, no salgo contigo porque quieres llevarme con esa moto tuya que conduces como un loco… Ahora mismo he estado a punto de caerme. Si conduces sobre una sola rueda, nunca montaré contigo.
Nico sonríe.
– ¿Y si te prometo ir muy pero que muy despacio? ¿Y que no haré el caballito?
– Si me lo juras…
– Te lo juro.
Permanecemos en silencio unos segundos.
– ¿Vamos a dar una vuelta?
– No puedo.
– ¿Ves? Lo sabía…
– No puedo porque tengo que estudiar. Hoy no he hecho nada aún.
– ¿Mañana por la tarde?
Veo que me mira arqueando las cejas. Me está poniendo a prueba.
– Vale. Sobre las cinco, siempre y cuando no llueva.
Nico está encantado. Parece un niño caprichoso que acaba de obtener cuanto quería.
– Dame tu dirección para que pueda pasar a recogerte…
– No, nos vemos en la escuela. En el Farnesina.
– ¿Por qué? Eso también me parece sospechoso.
– Porque mis padres no me dejan ir con nadie en moto. Y nunca se tragarían tu juramento.
– Juro que lo mantengo.
– Vale. Adiós… Hasta mañana.
Echa la moto un poco hacia atrás y me deja pasar-
– Adiós…
Pero mientras vuelvo a casa siento que me voy poniendo cada vez más nerviosa. Maldita sea. No debería haber aceptado. Quiero decir que me ha puesto entre la espada y la pared. No me he sentido libre de poder elegir. O sea, ¿sabes cuando te das cuenta de que tienes que hacer algo a la fuerza? ¿Que incluso, aunque en un principio te apeteciera, luego no tienes ningunas ganas? Siempre he sido libre de elegir a las personas con las que salir y ahora me pasa esto, todo porque quería que entendiera que el hecho de trabajar en la gasolinera no tenía nada que ver… Bueno, he de reconocer que el lío me lo he buscado yo solita. Maldita sea.
Por la noche sigo agitada Por suerte, Ale ha salido a cenar, porque, de no ser así, nos habríamos tirado los platos por la cabeza. Además, no tengo el número de móvil de ese tipo -ni siquiera consigo llamarlo Nico de lo nerviosa que estoy-, de modo que no puedo mandarle un sms con una excusa cualquiera… ¡Menudo coñazo!
– ¿Qué te pasa, Caro? Te noto muy nerviosa…
– No es nada, mamá.
– ¿Seguro?
Me mira a los ojos entornando levemente los suyos. Da la impresión de que consigue leer mis pensamientos, y la verdad es que, en cierto modo, así es. Pero no quiero que se preocupe.
– Te repito que no es nada… He discutido con Alis.
– Siempre he dicho que esa chica es extraña, ¡sois demasiado distintas!…
– Sí, lo sé… Tienes razón, pero ya verás cómo se me pasa en seguida
Y así es. Después de lavarme los dientes y de arrebujarme entre las sábanas, me tranquilizo un poco. Pues sí, ¿qué más da? En el fondo sólo se trata de salir un rato mañana por la tarde, nada más. Puede que hasta me divierta. Sea como sea, es guapo y, además, a saber adónde me llevará. Y con estos últimos pensamientos, me voy calmando poco a poco y me duermo.
Sin embargo, cuando me levanto a la mañana siguiente vuelvo a sentirme inquieta. Es una agitación extraña, como cuando te das cuenta de que has tenido una pesadilla pero no recuerdas nada, tienes ganas de comer algo para desayunar pero no sabes qué, querrías estar sentada en el pupitre sin moverte y, en cambio, no dejas de toquetear el estuche y de sacar un lápiz tras otro, o de abrir la bolsa y buscar lo que sea, no importa qué…
– ¿Qué te ocurre, Caro?
– ¿Por qué lo dices?
– No paras de moverte. -¡Uf!
Incluso tu compañera te lo dice, y tú sabes que ha acertado pero aun así te molesta, en particular porque no le falta razón. En fin, por la tarde, después de haber estudiado lo justo, me planto delante del espejo. Me pruebo varios vestidos y al final elijo lo que me parece más adecuado: un par de vaqueros, una camisa azul oscuro de cuadros celestes y blancos, una sudadera Abercrombie azul claro, unas zapatillas Nike negras, un cinturón ancho D &G y una cazadora azul oscuro Moncler. En pocas palabras, que no quiero ni pasarme ni quedarme corta. Hasta me he recogido el pelo y estoy sentada en la cama mirando fijamente el radiodespertador que hay sobre la mesa donde, a esta hora y en circunstancias normales, seguiría estudiando.
16.10.
16.15.
16.18.
Me recuerda a algo que me contó Rusty James una vez. Cuando hacía el servicio militar se despertaba prontísimo y siempre tenía el día muy ocupado, pero una hora antes del permiso de salida, se quedaba de brazos cruzados. El tiempo se le hacía eterno. Algunos se sentaban sobre un muro con las piernas colgando, otros paseaban arriba y abajo, fumaban un cigarrillo u hojeaban el único periódico disponible, casi reducido a jirones, por enésima vez. ¡Luego, por fin, sonaba la trompeta! Y entonces todos se precipitaban hacia la pequeña puerta, que era la única salida del cuartel. Pues bien, yo me siento exactamente así. Sólo que yo no salgo de permiso. ¡Salgo con el «coronel Nico»! Es como si el reclutamiento fuese de nuevo obligatorio sólo para mí. Bueno, al final, de una manera u otra, incluso ordenando mi habitación por segunda vez, se hacen las 16.50 y yo también puedo salir a toda prisa.
Dejo una nota para mi madre: «Vuelvo en seguida, Caro.» Quizá esta sea la única vez que será cierto. Al menos, ésa es mi intención. Cuando llego delante del colegio, él ya está allí, apoyado en la moto con dos cascos idénticos, uno sobre el depósito y otro a su lado, sobre el sillín.
– ¡Hola!
Está exultante.
– Hola…
Espero que el tono de mi voz no me haya delatado. Veo que no. No arranca la moto y se marcha, de manera que no tiene ni idea de lo que pienso.
– Pongo el candado y en seguida estoy contigo…
– Claro, no hay prisa…
Mientras pongo la cadena me inclino junto a la rueda delantera y, como si se tratase de un pequeño detalle situado entre el carburador y el caballete, veo asomar sus zapatos: son de ante, con unos flecos peinados hacia adelante y una pequeña hebilla en un costado. Dios mío, ¿de dónde los habrá sacado? Ni siquiera buscándolos en internet se puede dar con algo semejante, ni aun entrando en eBay y escribiendo en el buscador: «La cosa más horripilante del mundo.» ¡Ni siquiera allí son capaces de llegar a ese extremo! En cualquier caso, da igual. Ahora ya no tiene remedio.
Poco después me encuentro detrás de él, sentada en el sillín. Al menos conduce despacio, tal y como prometió.
– ¿Adónde vamos? -pregunto, curiosa.
– Oh… Es una sorpresa…
Me toca la pierna con la mano izquierda y me da unas palmaditas, como si yo fuera uno de eses perros a los que les haces «pam, pam» para tranquilizarlos. Me entran ganas de gritar «¡uuuh!», de aullar al cielo por mi maldita capacidad de meterme en líos. Pero desisto y miro fijamente la calzada al tiempo que le aparto la mano de la pierna.
– Conduce con las dos manos, que me da miedo…
Así está mejor.
Poco después aminora la marcha, se mete entre dos coches parados y aparca la moto.
– ¡Hemos llegado!
Baja y se quita el casco.
– ¿Te gusta?
El Luneur. El parque de atracciones. Me mira risueño, radiante de felicidad…, ni que lo hubiese construido él.
– ¿Has estado ya?
– Oh…, sólo una vez.
En realidad solía ir con mis padres cuando era pequeña y me divertía como una enana. Quizá porque a mi madre le daba miedo todo y mi padre le tomaba el pelo y la asustaba. Recuerdo que en una ocasión queríamos entrar en la Casa del Terror y mi madre se negaba a subir a la vagoneta con la que se hacía el recorrido. Al final, ella y yo subimos juntas en la primera vagoneta, y gritábamos tan fuerte que debimos de asustar incluso a los monstruos.
– Ven, vamos por aquí. -Me coge de la mano y me lleva al Laberinto de los Espejos-. ¿Te apetece?
– Bueno.
– Dos entradas, por favor.
Entramos, pero casi resulta sencillo orientarse allí dentro, de modo que al cabo de unos minutos estamos de nuevo fuera.
– ¿Te ha gustado?
– Oh, sí, sólo hubo un momento en que no sabía muy bien hacia adonde ir.
– Lo has hecho muy bien.
En realidad, he chocado dos veces contra un cristal que ni siquiera había visto. Me he echado a reír. Menos mal que no se ha dado cuenta.
– ¿Disparamos un poco?
– ¡Sí!
Nos dan dos rifles. Yo mantengo apretado el gatillo lodo el tiempo, como si fuese una ametralladora.
– ¡No, así no! -me riñe el encargado-. Un disparo cada vez…
Sigo sus instrucciones, pero eso no impide que Nico se vea obligado a pagar otros diez euros. Le estoy costando una pasta. Aunque, por otra parte, la idea de venir al parque de atracciones ha sido suya.
Después subimos al «Tabata», saltamos por todas partes cuando acelera, y Nico se separa del borde y prueba a llegar hasta el centro. Otro tipo lo consigue también. Se mantienen en pie solos, en el centro, con los brazos extendidos como si se tratase de un desafío entre ambos, un desafío personal, a ver quién resiste más. La chica del otro tipo y yo nos miramos. Ella sacude la cabeza por solidaridad, como si quisiera decirme; «¿Has visto lo que tenemos que aguantar?» A mí me gustaría contestarle: «¡Sí, pero yo no salgo con ése y, en cambio tú sí!» Pero me contengo.
Poco después nos encontramos delante de un montón de peceras de cristal, yo me quedo cerca del borde e intentamos meter dentro una pelotita de ping-pong. Sólo que Nico al final se cabrea y tira cinco a la vez. Las pelotas rebotan sobre los bordes y acaban fuera, no hay nada que hacer. Es gafe. Yo tiro una y doy en el blanco.
– ¡Muy bien, Carolina! ¡Bravo!
Un hombre anciano se me acerca con una bolsita transparente que sujeta con dos cordeles, está llena de agua y dentro hay un pez de color rojo.
– Enhorabuena, Es tuyo.
– Gracias.
Miro al pobre pez rojo que hay dentro de la bolsa, prácticamente boquea. Está quieto, en la única posición que le permite el espacio. Me da pena, pero es mejor que dejarlo allí.
– Ven, ¿te apetece comer algo? Vamos.
Nos detenemos delante de un extraño marroquí vestido con ropa abigarrada y alegre que habla por los codos, si bien apenas se entiende lo que dice.
– Entonces, ¿qué quieres dentro?,¿tzatziki? Yo, si quieres, le echo tomate y cebolla, además del kebab y la ensalada fresca. Ya lavada, ¿eh? Tú no te preocupes.
Y le enseña a Nico unas manos un poco mugrientas… ¿Madre mía, se las haría lavar cuarenta veces!
– Oh, yo lo quiero con mucha cebolla… ¿Y tú, Carolina?
– No, yo tomaré un helado… industrial, gracias.
El marroquí abre una de las puertas de la nevera que hay a su lado.
– Elígelo tú, coge el que quieras.
Al final opto por un polo de menta. Nico se hace preparar una pita rebosante de kebab, cebolla, mayonesa, nata acida, tomate y lechuga. Comemos sentados a una mesita de acero, las sillas son de hierro y están un poco oxidadas. Delante de nosotros hay una caja de plástico roja, descolorida, donde hay embutidas un montón de servilletas. Nico come con avidez.
– Mmm, está para chuparse los dedos.
Habla sonriendo con la boca llena de comida, pero, por suerte, la mantiene cerrada.
– Ese tipo sabe lo que hace…
Y yo no digo nada. Incluso el envoltorio del helado me parecía mugriento.
Poco después subimos a la noria del Luneur. Es grande, enorme. Nuestra cabina abierta sube balanceándose peligrosamente. Estamos sentados uno junto al otro. Yo llevo en la mano la bolsita con el agua y mi pececito aturdido dentro. Nico huele a cebolla. De repente, la noria se detiene. «Stutump.» Un ruido frío, sordo, procedente del mecanismo central. La cabina oscila hacia adelante y hacia atrás. Acto seguido, lentamente, se queda por fin quieta. Nico se asoma.
– Oh, somos los únicos… -A continuación me mira risueño-. Han querido darnos el gusto de parar la noria…
«Pues vaya gusto…» Pero me abstengo de hacer comentarios.
– Mira. Mira qué bonito ahí abajo, se ve la puesta de sol.
Detrás de las casas que se ven a lo lejos, al fondo, hacia el mar de Ostia, se vislumbra un último gajo rojo. Sí, debe de ser el sol. Los edificios que hay alrededor están envueltos en una luz anaranjada, Nico me señala algo a la izquierda.
– Ése debe de ser el Altar de la Patria…
Un pino alto tapa por completo el monumento.
– Allí -añade volviéndose hacia mí- está el Coliseo… Y allí al fondo está el Stadio Olímpico…, donde el domingo jugará la Magica Roma contra la Juve… Esperemos que vaya bien…
Y yo, silencio. Os lo juro. ¿Sabéis lo que significa silencio absoluto? Quiero decir que no logro encontrar una palabra, un comentario, una frase cualquiera. Sólo tengo una idea fija en la cabeza: que el tipo que está ahí abajo ponga en marcha la noria cuanto antes. Nico me mira y se acomoda la cazadora.
– ¿Sabes? Me alegro mucho de que hayas querido salir conmigo… Me arrepiento de haber pensado que eras un poco…, un poco así, en fin, por el hecho de que soy el hijo del gasolinero…
– Ya ves… -Le sonrío-. Bueno, no pienses en eso…
Me gustaría saber qué habría pasado si le hubiese dicho eso mismo a Alis, qué habría contestado ella. Después, lentamente, Nico se aproxima a mí.
– Eres preciosa…
Más cerca, cada vez más cerca… Dios mío…, ya huelo la cebolla. Socorro. ¿Y ahora qué hago?
– Perdona, Nico… -Me aparto volviéndome hacia el otro lado-. No te lo tomes a mal, pero es que apenas nos conocemos.
– Sí, tienes razón…
¡Carolina! Pero si así parece que le estés diciendo que quieres seguir viéndolo y que luego, querido Nico, ¿quién sabe?, ya veremos…
Bingo. Nico sonríe esperanzado.
– Bueno, una de estas noches podríamos salir a cenar…
Me mira muy seguro de sí mismo. Eso sí que no. Basta. El hecho de que no te importa que sea hijo del gasolinero se lo has demostrado ya. Ahora basta.