– Lo siento… -Entonces se me ocurre algo genial-. Pero ya salgo con un chico…
– ¿Qué?
Vaya, no lo había pensado, ahora es capaz de decirme de todo, reprocharme que no se lo haya contado antes.
– Bueno, en realidad hemos roto. Nico…, es que no puedo dejar de pensar en él… En fin, que quería probar a salir contigo… Creía que podría…
Me viene a la mente una de esas estupideces que se oyen decir a veces.
– Ya sabes…, un clavo saca otro clavo…
Silencio. Sin embargo, Nico sigue sonriendo, todavía abriga alguna esperanza. ¡Y, de repente, me veo gorda, obesa, con un pecho enorme, embutida en un mono de gasolinero y lavando los cristales de los coches junto a la madre de Nico! A continuación, como en una especie de rápida metamorfosis, adelgazo en un abrir y cerrar de ojos, vuelvo a llevar puesta mi ropa, vuelvo a ser yo misma, la de siempre, libre…
– Pero, en lugar de eso, he comprendido que no hay nada que hacer, que todavía estoy obsesionada con él…
De nuevo, silencio.
– ¿Lo entiendes, Nico? Es lo que hay, lo siento.
Poco después nos bajan y abandonamos la cabina. Me acompaña a casa sin pronunciar una palabra durante todo el trayecto.
– Gracias, me he divertido mucho. -En ocasiones se impone la mentira-. Ya nos llamaremos, ¿no?
– Sí, adiós. -Se despide con la boca pequeña y la espalda encorvada, disgustado.
Luego se aleja lentamente con la moto y me deja así, con el pececito en la mano.
Cuando llega al extremo de la calle, hace el caballito, alza la moto y echa a correr con una sola rueda, acelerando y frenando. Por suerte, no se cae. Sólo me habría faltado tener que acompañarlo al hospital.
Amy Winehouse.Me & Mr. Jones. Alegre, bonita, efervescente. Voy circulando con la moto y el pez casi parece bailar al ritmo de la música, hasta tal punto se balancea en su bolsa llena de agua, que he colgado en el perno del parabrisas. ¡Madre mía, menuda tarde! Nunca más. En serio, no me gustaría volver a repetir una salida similar, aunque la verdad es que no estoy muy segura de que, si me vuelve a ocurrir, sea capaz de tener la lucidez y la determinación que he demostrado hoy. Ya está: Lo llamaré el Día de la Cebolla. Quiero ver si de verdad seré capaz de olvidarlo cuando me vuelvan a proponer un «Día de la Cebolla».
Antes de regresar a casa paso por Valle Giulia. Está lleno de curvas y debo prestar mucha atención para no acabar con la rueda de la moto dentro de los raíles del tranvía… ¡De lo contrario, puedo salir volando! Llego frente a la Galería Nacional de Arte Moderno, giro a la derecha y subo por Villa Borghese.
Bajo de la moto y me quito el casco. Prácticamente ha oscurecido ya, pero la fuente está iluminada.
– Mira, aquí dentro encontrarás un montón de pececitos como tú… Ya verás cómo vas a estar fenomenal…, ¡Sam!
Lo llamo así, pese a que no sé si es un macho o una hembra. Lo único que sé es que el Día de la Cebolla ha servido para salvar a alguien, al menos por el momento. Vierto el contenido de la bolsa de plástico en la fuente. Plof.Sam da un buen salto, se hunde y se detiene por un momento como si estuviera aturdido, pero acto seguido se libera de la estrechez de la bolsa de plástico, sacude la cabeza y, poco a poco, empieza a nadar con alegría
– Eso es,Sam, diviértete… Vendré a verte pronto.
La verdad es que no sé si lo haré durante los próximos días, el mes que viene o incluso a lo largo del año, pero me gusta la idea de tener un amigo pez que de nuevo nada libre en esa fuente tan bonita. Lo reconoceré porque es rojo y tiene una pequeña mancha en el dorso, justo debajo de la aleta, y me encantará acercarme a él y decirle: «Eh, Sam Cebolla, ¿cómo te va?» Y verlo llegar procedente de cualquier rincón de la fuente y aproximarse a mí moviendo la aleta, pese a que no es un «pez-perro». Sí, ya sé que eso nunca ocurrirá, pero me gusta imaginar que podría ser así… por otra parte, si tú no crees en tus propios sueños, ¿cómo puedes esperar que otra persona lo haga por ti?
De manera que vuelvo a casa muy satisfecha y algo hambrienta. Pero cuando entro no encuentro a nadie. Sólo una nota: «Ve cuanto antes a casa de los abuelos. Todos estamos ahí. Tu madre.» Esa firma, esa poca información, ese «Ve cuanto antes», esa prisa repentina incluso en la escritura… Esa manera de recalcar que esmi madre. Como si una chica de catorce años todavía no estuviera preparada, como si con los años no hubiese ido desarrollando las emociones, la manera de sentir, como si sólo fuera un motivo de preocupación y hubiera que temer su manera de reaccionar. Y mientras me dirijo hacia allí con la moto no dejo de pensar, de razonar, trato de entender. Pero no alcanzo a imaginar qué puede haber sucedido. No sé que en unos instantes oiré el silencioso sonido que produce la ruptura de un sueño.
Qué extraño. La puerta está abierta.
– Hola… Estoy aquí… ¿Mamá?
La veo al fondo del pasillo. Está mirando dentro de una habitación. A continuación me ve y esboza una sonrisa. Frágil. Leve. Cohibida. Llena de dolor. A un paso de las lágrimas. Una sonrisa que cuenta una historia. Que no entiendo. Que no quiero entender. Se acerca a mí, primero lentamente, después cada vez más veloz, hasta que casi echa a correr. Me abraza, me estrecha y cierra los ojos respirando profunda y prolongadamente. Pretende ser una madre, grande, fuerte. Y, en cambio, sólo es una hija con los ojos anegados en lágrimas.
– El abuelo ha muerto.
– ¿Cómo?
Me entran ganas de gritar y rompo de inmediato a llorar.
– Chsss…, chsss…, tranquila, pequeña…
Mi madre me acaricia el pelo, me estrecha entre sus brazos, después me lleva consigo sin soltarme por el pasillo hasta que llegamos a la última habitación, la misma frente a la que ella se encontraba antes. El abuelo yace en la cama con un semblante sereno, aunque condenado al silencio. Siento cierto temor. No sé qué hacer. Alzo la mirada. Tengo los ojos llenos de lágrimas. Empañados. Como si fuesen unas lentes que cambian mi manera de verlas cosas.
En la habitación hay varias personas. Parientes. Parientes que hace tiempo que no veía. Alessandra. Rusty James está en un rincón. Mi padre habla al otro lado con su hermana. Me separo de mi madre. Me libero de ella y me acerco al abuelo. Me detengo junto a una de las esquinas de la cama. Después me armo de valor y me aproximo cada vez más. Siento sobre mí los ojos de los presentes. No levanto la mirada. La mantengo fija en el abuelo.
Lo siento mucho. Te echaré de menos. Siempre me hacías reír, y dibujabas tan bien. Me habría encantado llegar a ser tan buena como tú, que tú me enseñases. Siempre te mostrabas paciente, tranquilo, nunca alzabas la voz y me contabas cosas que me mostraban todo cuanto tú habías visto y yo desconocía. Además, ese amor tan grande que sentías…, como el dibujo que hiciste hace tan sólo unos días. Tu amor por la abuela. Alzo la mirada. Ella está sentada delante de mí en una silla pequeña. Tiene el pecho encogido, la cara lavada, sin una gota de maquillaje, está pálida y en silencio. Me mira sin decir nada. Luego mira de nuevo al abuelo. Y yo no aparto los ojos de ella. Primero ella, después él, a continuación los dos. ¿En qué estará pensando la abuela? ¿En alguno de los recuerdos que les pertenecían sólo a ellos dos? ¿Dónde está ahora? ¿En qué tiempo, en qué lugar? ¿En qué momento de los innumerables en los que ha sido amada? Me gustaría decirle: «¡Ha sido magnífico, abuela! Hacíais una pareja fantástica, siempre cogidos de la mano. ¡En vuestro amor no se percibía la menor huella de vejez! ¡A veces vuestros besos me obligaban a volverme! Emanaban el aroma del amor. ¿Qué vas a hacer ahora, abuela?'» Se me encoge el corazón. Extiendo la mano, hago acopio de valor y la apoyo sobre la del abuelo. Está fría. De repente me siento sola. Al cabo de unos instantes veo cómo se desvanece un sueño: yo, llevándolo a él en la moto. El abuelo que me abraza y se ríe, con sus piernas largas y las rodillas tan altas que casi puedo apoyar en ellas los codos mientras conduzco. Nos lo habíamos prometido. Era una promesa, una promesa, abuelo. Menuda faena. Y me echo a llorar a lágrima viva.
Abril
¿Tu bebida sin alcohol preferida? El zumo de manzana.
¿A quién te gustaría encontrarte? Habría dicho Massi de no haber sido por la historia del abuelo. Ahora él ocupa el primer lugar porque me encantaría haberle podido decir una cosa.
¿Ves el vaso medio vacío o medio lleno? ¡Lleno hasta arriba!
Si tuvieses que elegir una profesión, ¿cuál sería? Fotógrafa.
¿De qué color te teñirías el pelo? De azul.
¿Consigues hacer castañetas con todos los dedos? Sí.
¿Alguna persona te ha «dado algo» últimamente? ¡El profesor de italiano! ¡Me ha puesto un sobresaliente en la redacción!
¿Has amado ya a alguien hasta el punto de llorar por él? Sí, pero nunca se lo he contado a nadie.
¿Colcha o edredón? Las dos cosas.
¿Cuáles son tus platos favoritos? La pasta a todas horas. Y la pizza.
¿Prefieres dar o recibir? Dar.
¿Prefieres dejar o que te dejen? No hay respuesta.
No sabía lo que estaba a punto de ocurrir, pero desde el 1 de abril, ese día en que todo el mundo gasta bromas, ya sean grandes o pequeñas, comprendí que iba a ser un mes especial… El más especial de mi vida.
– ¿Y qué más? Sigue, Rusty James.
Me hundo en el sofá rojo, mi sofá.Joey está a mis pies, tranquilo, mueve de vez en cuando la cola y escucha conmigo las palabras que mi hermano nos lee. Su primera novela.
Nubes. Aunque todavía no está muy seguro del título.
– Me gusta muchísimo…, continúa.
Rusty respira profundamente y luego retoma la lectura.
– «Sólo disponía de un instante para alcanzarlo. Lo miraba mientras se alejaba corriendo con el pelo al viento…»
Escucho sus palabras, lo veo detrás de esa mesa de madera con pocos objetos encima, la silla de paja en la que está sentado y esas páginas que vuelve una tras otra mientras su historia va cobrando vida. Lo contemplo mientras lee, mueve las manos, se divierte, se adentra en lo que ha escrito, contándome mucho más de lo que expresan sus palabras. Y lo escucho con los ojos cerrados, me emociono, no sé por qué me entran ganas de llorar. Quizá esté más sensible últimamente. Tal vez echo de menos al abuelo. Lamento que no pueda estar sentado aquí, en el sofá, escuchando conmigo las palabras de mí hermano. Luego sonrío, pero mantengo los ojos cerrados. Quién sabe, quizá las esté escuchando.
– «Y acto seguido la abrazo con fuerza. Ella me mira a los ojos.
»-Pero…
»-Chsss.
»Le pongo un dedo en los labios.
»-Silencio, ¿no sientes mi amor?
»Ella esboza entonces una sonrisa. Yo también.
»-No vuelvas a marcharte.»
Rusty acaba la última página. Apoya las manos sobre la mesa. Yo abro los ojos.
– ¡Caro! ¡Has vuelto a quedarte dormida!
– No… -Sonrío. Tengo los ojos brillantes de la emoción-. Te estaba escuchando… ¡«No vuelvas a marcharte»! Es precioso… ¿Cómo se te ocurren ciertas cosas?
– No lo sé… Se me ocurren sin más…
– ¿Debbie tiene algo que ver?
– En absoluto…
Rusty se ruboriza levemente. Es la primera vez que lo veo un poco confuso, en fin, enrojecer de ese modo. A continuación me mira y sonríe.
– Bueno…, un poco sí tiene que ver… -Se pone serio de nuevo- Pero tú también… En la vida del escritor todo el mundo tiene algo que ver, dejan una palabra, una señal, una sonrisa, una expresión del rostro que permanece ahí, en la memoria, como una pincelada que nadie podrá borrar jamás…
«Ring.»
– ¿Caro? ¿Estás ahí?
Oigo fuera los gritos de mis amigas.
– ¡Eh, son ellas, han llegado!
Joey y yo salimos corriendo. Clod y Alis están ahí. Joey se pone a saltar delante de Clod.
– ¡Ven aquí…, precioso!
Se inclina hacia adelante y lo acaricia.Joey le hace un montón de fiestas y yo me siento algo celosa.
– ¡Veo que al final lo habéis conseguido!
– Había mucho tráfico…
Cierran sus coches, que han aparcado al lado de mi moto.
– Las bicicletas están ahí.
– Yo quiero la blanca… Es la más elegante.
Alis lo dice riéndose. En cualquier caso, la coge la primera y sube de inmediato a ella. Clod monta en la otra y yo en la que queda libre.
– Pero ésta es demasiado alta para mí…
– ¡Pues baja el sillín, Clod, así de sencillo!…
Ya está quejándose.
– Sí, pero no corráis demasiado, ¿eh?…
Rusty se asoma a la puerta.
– ¿Me habéis oído? Id despacio, ¿eh?… Ya os imagino haciendo carreras. Y no vayáis más allá de las caravanas que hay al final de la pista para bicicletas; cuando lleguéis allí, dad media vuelta.,.
Alis ya se ha puesto en marcha.
– Pero así es muy corto.
Rusty se enoja un poco:
– Caro, hay cuatro kilómetros hasta allí… Es perfecto. No hagáis que me arrepienta de haberos dejado las bicicletas… -Y ayuda a Clod a bajar el sillín.
– Ya está, así deberías ir bien. Prueba a ver.
Clod monta encima.
– Sí, es perfecto.
Y partimos así, a orillas del Tíber, por la pista para bicicletas roja, en silencio, con el río que fluye apenas un poco por debajo de nosotras y el ruido del tráfico a lo lejos. Me levanto sobre los pedales y alcanzo en seguida a Alis con dos pedaladas veloces.
– Vaya sitio tan fantástico, ¿eh?
– El que es fantástico es tu hermano…
Me mira con el pelo ondeando al viento y aire malicioso.
– ¿Te molesta si lo intento con él?
Sonrío.
– No. en absoluto. -A fin de cuentas, mi hermano no saldría jamás con una chica mucho menor que él,
Alis prosigue:
– Una vez me dijo que le recuerdo a su primera novia…, Carla. ¿Qué crees que quería decir?
– Vete tú a saber.
– Yo creo que se refería a otra cosa. No creo que te parezcas mucho a ella. Quizá se equivocase…
– Sí no me parezco a ella, entonces tengo yo razón. Era una manera de decirme que le gusto.
Alis alza los hombros y se pone de pie sobre los pedales para aumentar la velocidad. Yo también empiezo a correr. E inicia una carrera veloz en la que avanzamos una detrás de otra como si fuese el últimosprint poco antes de llegar a la meta.
– ¡Eh, mira que lo sabía! Esperadme… -Clod no altera su marcha y sigue con su pedaleo lento.
Un poco más tarde. El sol está a punto de ponerse, la pista para bicicletas está vacía, casi hemos recorrido ya los cuatro kilómetros. Me vuelvo hacia ellas.
– Eh, chicas, regresemos…
Clod asiente de inmediato.
– Sí, estoy cansada. -Me mira-. Hace más de media hora que pedaleamos.
Alis, en cambio, insiste:
– No, yo quiero hacer otro cuarto de hora; después podemos volver.
– Pero de ese modo dejaremos atrás las caravanas.
– ¿Y qué más da?, no hay nadie. Tengo que adelgazar.
Alis se pone los auriculares del iPod, como si no quisiese escuchar a nadie, se levanta de nuevo sobre los pedales y arranca a toda velocidad con un impulso increíble, como si pretendiese hacer un último esfuerzo.
– Espera…, espera-
Pero ya no nos oye.
– Venga, Clod… Vamos.
– No puedo, de verdad…
– No podemos dejarla sola…
Empiezo a pedalear de nuevo. La verdad es que yo también estoy un poco cansada, pero no tardo en darle alcance. Alis me sonríe.
– ¡Tenemos que volver! -Nada, lleva puestos los auriculares y no me oye. Grito un poco más fuerte-: ¡Tenemos que volver, no podemos alejamos tanto!…
Alis parece hacerlo adrede. Mueve el pulgar y el índice señalando una oreja como para decirme que no me oye. Luego acelera, pedalea cada vez más fuerte y parte como un rayo, Sigue todo recto, más y más de prisa, hasta que desaparece detrás de la última curva que hay al fondo.
Yo aminoro la marcha y espero a Clod, que al final llega a mí lado.
– Qué palo… ¿Se puede saber adónde va esa loca? ¿Acaso no sabe que después hay que recorrer la misma distancia para regresar?
– Debe pensar que ya ha llegado…
– No… ¡Sólo piensa en adelgazar!
– Pues la delgadez está pasada de moda… Aldo siempre lo dice… Yo le gusto porque estoy un poco rechoncha.
Nota mi perplejidad.
– ¿Por qué pones esa cara?…, ¡Aldo no es el único que lo piensa! Lo he leído también en un periódico que hablaba de la moda de París.
Clod parte a toda velocidad.
– ¿Qué periódico?
– Bueno, la verdad es que no me acuerdo del nombre…
Clod y su consabida vaguedad. Excesiva. Detrás de la curva, sin embargo, nos aguarda una bonita sorpresa. Alis se ha detenido y está rodeada de tres chicos. Deben de tener unos diecisiete o dieciocho años. Uno de ellos parece algo mayor que sus amigos, y también más avieso.
– Aquí están tus amiguitas… -comenta con una extraña y antipática sonrisa. Es extranjero. Tiene un corte en una ceja. Detienen de inmediato nuestras bicicletas.
Veo que uno de los chicos tiene en la mano el iPod de Alis. Se pone los auriculares.
– Ésta es preciosa… ¿Qué es? -A continuación mira el iPod y lee-: ¿Irene Grandi? Es la primera vez que la oigo.
Alis arquea las cejas. El mero hecho de que ese tipo haya usado sus auriculares supone que ella no volverá a utilizar el iPod, ni siquiera cambiándolos. Otro de los chicos se aproxima a Clod.
– Baja…
Sin esperar su respuesta, la obliga a hacerlo. El tercero le mete las manos en los bolsillos de inmediato.
– ¡Eh! ¿Se puede saber qué estás haciendo?
Clod intenta zafarse, pero el otro se acerca también a ella y entre los dos empiezan a registraría.
– Aquí está. -Encuentran el móvil-. Vaya…,fíjate,… tiene un viejo Motorola.
– Devuélvemelo…
El tipo más mayor hace una señal con la cabeza al pequeño.
– Tíralo lo más lejos que puedas… No sirve para nada.
– Sí, pero antes quítale la batería.
Lo coge y, tras desmontarlo, arroja las dos piezas bien lejos. La batería acaba, de hecho, en medio de unas zarzas.
Con un movimiento veloz, lanzo mi Nokia 6500 detrás de mí, bajo la pista para bicicletas. Justo a tiempo.
– ¿Y tú? Danos el tuyo…
– Lo he llevado a reparar. No lo llevo encima…, comprobadlo si queréis.
Y levanto las manos dejando caer la bicicleta al suelo. Los dos tipos se acercan a mí sin perder tiempo y me hurgan en los pantalones, detrás, delante, sus manos están sucias, mugrientas y sudadas. Me dan asco. Cierro los ojos y respiro profundamente.
– No tiene nada.-Se dan por vencidos y me dejan-. Sólo esta cartera pequeña…
– ¿Cuánto llevas dentro?
– Veinte euros…
– Bueno, siempre es mejor que nada.
A continuación nos quitan los relojes, la cadena de Alis y también la de Clod.
– Pero si es la de la primera comunión… -protesta ella.
No le responden. Suben a nuestras bicicletas con nuestras cosas en los bolsillos. El tipo mayor, el que le ha quitado el iPod a Alis, se pone los auriculares en las orejas.
– Larguémonos, venga…
Y empiezan a pedalear alejándose de nosotras por la pista para bicicletas, regresando quién sabe adónde. Quizá se dirijan a las caravanas. En cuanto están lo suficientemente lejos de nosotras, echo a correr hacia atrás. Bajo de la pista y busco entre la hierba alta. ¡Ahí está mi móvil! Tecleo a toda prisa el número de mi hermano.
– Hola, ¿Rusty?…
– ¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido?
Se lo cuento todo y casi me echo a llorar de la rabia, pero Rusty no me reprocha nada. No me riñe. No me dice: «Ya os advertí que no fuerais más allá de las caravanas…»
Permanece un instante en silencio.
– ¿Y tus amigas? ¿Están bien?
– Sí…, están bien.
– Vale, regresad a la barcaza, entonces.
– Vale… -Me callo un momento-. Rusty James…
– ¿Sí?
– Lo siento…
– No te preocupes… Echad a andar antes de que oscurezca.
Colgamos.
– Vamos, en marcha. Tenemos que volver a la barcaza…
– ¿No viene a recogernos?
Alis aún tiene el valor de protestar,
– No… Ha dicho que echemos a andar y que quizá nos salga al encuentro.
– No podía venir en seguida, no…
– Oye, que si estamos en este trance es por tu culpa.
Alis no me contesta y echa a andar a toda velocidad.
– Venga, Clod, vamos.
– ¡Pero no encuentro la batería!
– No te preocupes, yo te compraré una… Tenemos que irnos.
Y empezamos a andar apretando el paso por la pista para bicicletas. Cinco minutos. Diez. Veinte.
– Tengo calor… -se queja Clod.
– Venga, que ya casi hemos llegado.
– Echo de menos la bici… ¿Podrías prestarme el móvil para llamar a casa?
– Claro…
Alis camina delante de nosotras, da la impresión de que no oye lo que decimos. Tiene la cabeza erguida, la barbilla levantada, como si le irritase toda esta historia. Y eso que… sabe de sobra que la culpa es suya. Pero a ver quién es el guapo que se lo repite. Uno de los rasgos principales y más absurdos de Alis es que ella nunca es responsable de nada. Si algo no sale bien es porque no tenía que salir bien, y en estos casos siempre se acuerda de una frase que le dijo su abuela calabresa en una ocasión: «Eso quiere decir que no tenía que ser…»
Pero tras doblar la curva nos encontramos con otra sorpresa. Una furgoneta pequeña con dos tipos gruesos al lado y nuestras bicicletas encima. Y, además…, no me lo puedo creer…
– ¡Rusty james!
Echo a correr en dirección a mi hermano y lo abrazo; le salto al cuello con tanto impulso que casi le rodeo la cintura con las piernas.
– Sí, sí. Sólo haces eso cuando a ti te conviene… Toma.
Me separo de mi hermano y veo que me tiende la cadena de la comunión de Clod, el iPod de Alis y varias de las cosas que esos tres tipos nos han robado.
– Este dinero debe de ser también vuestro…
– ¿Sesenta euros? Pero si sólo me quitaron veinte…
– Ah… -Rusty James se queda mirando el dinero sin saber muy bien qué hacer-. Ten… -Le da el resto a uno de los chicos de la furgoneta-. Para que os toméis unos cuantos cafés.
El tipo rompe a reír, pero, en cualquier caso, se mete el dinero en el bolsillo. A continuación dirigen la mirada hacia la pista para bicicletas. A lo lejos, entre el follaje que hay a orillas del río, veo a los tres chicos que nos han robado. El más gordo arrastra la pierna como si cojease Otro se tapa la cara con la mano y de vez en cuando la aparta y mira la palma para comprobar que no hay sangre. Se vuelven de tanto en tanto hacia nosotros, pero resulta obvio que lo que quieren es alejarse lo más rápidamente posible.
– Aquí tenéis vuestras bicicletas.
Uno de los dos tipos la deja en el suelo dando un golpe en la rueda y se la pasa a Rusty.
– Ve con cuidado, ¿eh, Ciro?
– Es que rebotan…
Por lo visto, son napolitanos. El otro chico lo ayuda.
– Ésta es la mía…
Me acerco a la furgoneta mientras descargan la que yo llevaba. Rusty me echa una mano.
– La verdad es que son mías… Y piensa que os las dejé para que fuerais por la pista, y no más allá de las caravanas.
– Tienes razón…
Clod examina su cadena, que se ha colgado del cuello. A continuación coge su bicicleta. En la parte de atrás de la furgoneta quedan todavía varias cosas. Clod sonríe al verlas.
– Eh, ¿jugáis a béisbol? Me encanta… Yo me he inscrito para poder jugar a sófbol en el campo que hay detrás del Aniene…
Ciro se dirige al otro chico.
– Giuliano, cubre con la lona los bates de béisbol…, así podrían estropearse…
Después el tipo le sonríe a Clod.
– No jugamos a menudo… Sólo cuando un amigo nos necesita…
Mira a Rusty. Se sonríen el uno al otro,
– Ahora volvemos a la «base», en cualquier caso, ya sabes dónde encontrarnos…
Y se marchan con la cómica furgoneta multicolor, que lleva pintada una pizza a medio comer y, debajo, el nombre de «Gennarie».
Volvemos lentamente a la barcaza. Rusty monta su bicicleta. Nosotras pedaleamos delante de él. En cuanto llegamos, colocamos las bicicletas en su sitio. Rusty las asegura todas con una larga cadena que fija a un palo clavado en el suelo.
– Bueno, menos mal que todo se ha resuelto.
– Pues sí… -le respondo con las manos metidas en los bolsillos de los pantalones.
En parte, me siento culpable.
– Marchaos ya, venga, o llegaréis tarde… Saluda a mamá de mi parte, Caro.
– Sí, Rusty…
– ¡Adiós! -también Alis se despide-. Hasta la vista.
A continuación sube a su coche, arranca y se aleja a toda velocidad. Yo subo al lado de Clod.
– Mira… -me dice muy contenta mientras me lo enseña-. Me lo ha regalado…
Clod tiene en la mano el iPod de Alis.
– Bien…, me alegro por ti.
Clod lo apoya en el salpicadero. Me mira con cierta perplejidad.
– ¿Crees que no debería haberlo aceptado? Me ha dicho que, si yo no lo quería, lo tiraría…
– No, no es eso. Es sólo que nunca comprenderé del todo a Alis.
Clod me sonríe.
– Pero la amistad también es eso, ¿no? Alguien te cae bien, la quieres y punto… No creo que sea indispensable entenderla…
Coge el volante.
Sí, es verdad. Tal vez sea así. Hay ciertas cosas que se te escapan a veces y, en cambio, las personas más simples, como Clod, las entienden en seguida. La miro risueña. También ella me sonríe. Respiro profundamente y acto seguido exhalo un breve suspiro. Sea como sea, ha sido un bonito día, y el libro de Rusty me ha gustado muchísimo. ¿Cómo era el final? Ah, sí: «No vuelvas a marcharte.»
He pasado por casa de la abuela. Me ha preparado una tarta.
– Gracias, es mi favorita.
Mi abuela me sonríe.
– Dale un trozo a tu hermana.
– Sí, pero yo lo cortaré, ¡de lo contrario, es capaz de comérsela entera!
– De acuerdo, como quieras…
Nos callamos, salimos a la terraza y paseamos por ella. La abuela ha puesto un montón de macetas con todo tipo de flores.
– Mira… -Se acerca a una planta que baja por la pared, una cascada verde y aromática-. Es una glicinia…
La coge con su mano delgada, huesuda, y se la lleva al rostro. Se sumerge en esa flor lila, cierra los ojos y la huele como si allí dentro se encontrase toda la primavera, un fragmento de su vida, el amor que se ha marchado…
– Huele, huele qué aroma…
Casi no llego, de manera que me abraza por detrás y me aupa. Es delicada y ligera. Me pierdo entre sus pequeños pétalos. Y leo en sus ojos, que, curiosos, escrutan los míos.
– Sí, es delicioso…
Deambulamos de nuevo por la terraza, ella mete una mano bajo mi codo, yo lo separo del cuerpo y, así, ella puede aferrarse bien. Seguimos caminando en silencio, ensimismadas en nuestros pensamientos, si bien yo puedo imaginarme los suyos y no la interrumpo. La observo por el rabillo del ojo y tengo la sensación de que está buscando algo entre sus recuerdos. Cuando por fin lo encuentra esboza una sonrisa y cierra los ojos. Tengo la impresión de que se le encoge el corazón al comprobar cómo esa imagen se está evaporando poco a poco. Entonces apoyo una mano sobre la suya, que sujeta mi brazo, la acaricio ligeramente, sin molestarla, atenta a ese dolor, que, tan educado, sin el menor aspaviento, camina a mi lado.
Algunos días más tarde, por la noche.
– ¡Eh, te he mandado un mensaje!
Estoy estudiando en la cama y no he cogido el móvil hasta que me ha llamado.
– Ah, sí, Clod, ahora lo veo.
– Quería saber qué habías decidido. ¿Qué haces, Caro? ¿Vienes o no?
– No lo sé… No me apetece mucho.
– Pero si lo pasaremos guay… Aldo no puede. Paso a recogerte, venga, verás cómo la música será genial.
Lo cierto es que tengo que estudiar.
– Vamos, celebran el cierre de Piper, no puedes faltar…
– Bah, no lo sé. Hablamos luego.
Cuelgo. Permanezco con los pies apoyados en lo alto de la pared y las piernas medio dobladas. Las muevo a derecha e izquierda, juntas, balanceando los gemelos para desentumecer los músculos.
El móvil vuelve a sonar. Lo miro. Es Alis. Contesto.
– Acabo de hablar con Clod. Ni lo sueñes… O bajas dentro de veinte minutos, o subo y te pongo la casa patas arriba.
– Vale, vale.
Sonrío. Sé que bromea, aunque sería capaz de hacerlo.
– Hablo en serio, ¿eh?, dentro de veinte minutos me tienes debajo de tu casa… No me hagas esperar…
– ¡A la orden!
La oigo reírse al otro lado de la línea. Cuelgo.
Después de una estratégica aunque rápida negociación, consigo que mi madre me deje salir. ¡Pero menudo esfuerzo! En cualquier caso, llevo toda la semana encerrada en casa. Empiezo a prepararme. Pasado un segundo vuelve a sonar el móvil. Es Clod.
– No entiendo una palabra, te lo digo yo y nada… Te lo pide ella y en seguida le dices que sí,
Sonrío.
– No es cierto… Al principio también le he dicho que no… Sólo que después me ha contado que estabas mal, ¡que Aldo y tú habéis estado a punto de romper! Que debíamos hacerte compañía…
– ¡Pero eso es mentira! ¿Qué pretende?, ¿gafarme?
– Bueno, eso es lo que me ha dicho. Y, dada la situación, le he dicho que sí.
– Sí, sí, ¡no sé cuál de las dos es más falsa! ¡Sois unas cenizas! Cuando tengáis novio, ya me encargaré yo de aguaros la fiesta. Bueno, nos vemos enfrente. ¡¡¡No tardéis!!!
Cuelgo, me echo a reír y sigo preparándome.
Es genial estar sola en casa. Ale ha ido a ver a su nuevo novio, creo, o quizá vuelva a salir con el de antes. A saber, con ella no hay modo de aclararse. No sé cómo lo hace, debería saber si le gusta un chico u otro, ¿no? ¿Cómo es posible que dude tanto? En cuanto da por zanjada una relación, empieza a salir de inmediato con otro, luego los compara y echa de menos al anterior. Se acuerda de algo y tiene la impresión de que antes le iba mejor, así que regresa con él. Entonces, apenas vuelven a salir juntos, ocurre una nadería, qué sé yo, una de esas discusiones insignificantes: «Vamos a casa de tus amigos», «No, de los míos…», o «¿Cine?», «¡No, pizza!», y, zas, ¡automáticamente añora al nuevo! Mi hermana… Si sé todo esto es porque se pasa horas y horas hablando de ello por teléfono con Ila, su amiga del alma. ¡Conmigo se muestra indiferente, incluso parece que tiene las ideas muy claras! Me hace gracia.
Sigo maquillándome delante del espejo. Me pongo un poco de rímel, no mucho, ¿eh?… Acto seguido, un toque de azul con un lápiz ligero. En la radio suenaMercy, de Dulfy, así que bailo siguiendo el ritmo. Doy un paso, giro sobre mí misma y me encuentro de nuevo delante del espejo. Sonrío. He de reconocer que ahora me han entrado ganas de ir a la fiesta. Por suerte, he decidido hacerlo. Yo aún no lo sé, pero mi vida entera está a punto de cambiar.
– ¡Ahí está, ahí está Clod!
Aparcamos a un metro de ella.
– ¡Mira qué emperifollada viene!
Lleva una chaqueta de color rojo cereza y una especie de boina vaquera.
– ¡Eh, vas ideal!…
– ¡Por fin habéis llegado! -Mira irritada el reloj.
Me apeo del coche.
– Yo no he tardado nada en prepararme…
Alis me da un empujón.
– No hace falta que lo jures…, ¡para meterte en la cama! Venga, venid, que estamos en la lista.
Saluda al tipo de la puerta.
– Vienen conmigo, Edo.
– ¡Está bien, entrad!
Alis nos arrastra mientras bajamos la escalera.
– Vamos, de prisa, ¡la música es genial!
Alis se dirige al guardarropa y lanza su chaqueta sobre el mostrador.
– ¿Me coges el numerito, si no te importa?…
Después se adentra entre la multitud. Me quito la cazadora y la pongo junto a las de Alis y Clod.
– ¿Las tres cosas juntas? -nos pregunta la encargada del guardarropa, una chica muy mona con el pelo negro y flequillo peinado de lado, unpiercing en la nariz y un chicle demasiado grande que mastica con la boca abierta.
– No…, no…, póngalas por separado.
– Vale, son quince euros…
Clod abre los ojos desmesuradamente.
– ¡Madre mía!
– No te preocupes, pago yo.
Por suerte llevo dinero.
La chica nos da los tres tickets.
– Toma, éste es el tuyo…
Me meto uno en el bolsillo de atrás y conservo el de Alis en la mano.
La veo, está bailando como una loca en medio de la pista. Me acerco a ella.
– Ten…
– ¿Qué es?
– ¡El ticket de tu chaqueta! -le grito al oído.
– ¡Ah, gracias!
Se lo mete en el bolsillo delantero arrugándolo por completo.
– ¡Caro, escucha qué maravilla!
Alis cierra los ojos y gira sobre sí misma. Alza los brazos y baila enloquecida saltando y cantando, siguiendo perfectamente el ritmo, con los ojos entornados, gritando a voz en cuello, alegre, dejándose llevar. Yo bailo delante de ella sacudiendo la cabeza, con mi espesa melena perdida en la música y agitando los brazos. Clod se une a nosotras sin perder un minuto y también ella se dobla sobre sí misma, baila divertida, ¡Vamos, chicos, somos grandes! Me alegro de haber venido a la fiesta. ¡El disc-jockey es fabuloso! Entra con Finley, pasa a Battisti, se supera con Tiziano Ferro y después de nuevo con la Pausini. Es un gran DJ, la música es genial, y todos bailan envueltos en las luces reflectantes que una bola proyecta con sus espejitos por encima de nuestras cabezas. Láser, humo, sonidos y ritmo, nos perdemos en la penumbra de la discoteca. Parecemos una marea imprevista, un mar danzante, unas olas musicales. Somos reflejos de sonrisas en la sombra, unos brazos que siguen el ritmo. Es una locura, se oyen risas constantemente, pero nadie bebe, fuma ni se ayuda de ninguna otra forma. Nuestra locura es natural, responde a la idea de estar vivos, de ser libres y despreocupados, y de tener la capacidad de abandonarnos a la música, ¡Ahora entran!
«¡Macho, macho man!…» ¡Los Village People!
– ¡Genial!
Bailamos las tres juntas, haciendo los mismos movimientos, precisos, que se ajustan perfectamente al ritmo.«¡Macho, macho man, tengo que ser un macho man! ¡Macho, macho man, tengo que ser un macho! ¡Hey!T»
Felices como nunca. De repente, el volumen de la música va bajando progresivamente. El disc-jockey habla con una voz cálida, suave, se diría que lo hace casi de puntillas.
– Y ahora, una dedicatoria especial… De un chico para su amor… Un amor que no ha dejado de buscar por todas partes… -El DJ se echa a reír-. Ese tipo debe de estar verdaderamente enamorado… Para ella, a la que por fin ha encontrado…
Y nos deja así, con esta última frase que se pierde en la oscuridad de la sala en tanto que suenan las primeras notas deShine on.
No me lo puedo creer… Es mi canción. La que me regaló Massi. Las parejas que abarrotan el local se abrazan y se besan con pasión. Lentamente, al ritmo de la música, siguiendo sus suaves notas. «¿Nos están llamando para nuestro último baile? Lo veo en tus ojos. En tus ojos. Los mismos viejos movimientos para un nuevo romance. Podría usar las mismas mentiras de siempre, pero cantaré. ¡Brillaré, simplemente, brillaré!»
Una pareja abrazada delante de mí. Besos interrumpidos por algún que otro rayo de luz. Él le acaricia la cara sonriendo. Otra pareja… Bailan lentamente, él le coge el pelo con las manos de vez en cuando, lo levanta, lo deja caer, y luego, sin dejar de sonreír, la besa. Un poco más allá, otra pareja baila mirándose a los ojos, como si alrededor no hubiese nadie, como si nosotros, ninguno de nosotros, estuviésemos aquí, sólo ellos y su amor. De improviso oigo una voz a mis espaldas.
– Tú eres lo que siempre he buscado. -Sus brazos me rodean por detrás-. Y esta noche te he recuperado al fin…
Cierro los ojos. No me lo puedo creer: es su voz.
– Te lo pregunto de nuevo… Dime que no eres un sueño…
Me vuelvo. Su sonrisa.
– ¡Massi!
Nos miramos a los ojos. Tengo la impresión de estar perdiendo el juicio.
– No me lo puedo creer… No me lo puedo creer… -Chsss…
Sonríe. Me pone un dedo sobre los labios y a continuación señala hacia lo alto, nuestra canción… «Cierra los ojos y se habrán ido. Pueden gritar que han sido vendidos, pero pagaría por la nube sobre la que estamos bailando. De modo que brilla, ¡simplemente brilla!»
– ¿Ves…?
Y se acerca a mí. Y me besa. Tengo la impresión de que el mundo se detiene. Y siento sus labios, su lengua, y me pierdo en su sabor, que me parece mágico. Y casi me da miedo abrir los ojos… Decidme que no estoy soñando…, ¡os lo ruego, decídmelo! Y cuando abro los ojos él sigue ahí, delante de mí. Sonriente. Me parece más guapo que en el pasado, que en mis recuerdos, que nunca. Y no sé qué decir, no logro articular palabra. Me gustaría contárselo todo: «¿Sabes?, perdí el número. Lo grabé en el móvil pero luego me lo robaron en el autobús, así que volví al lugar donde me lo habías dado, pero habían limpiado el escaparate. Prácticamente fui lodos los días a Feltrinelli, bueno, a decir verdad, al menos una vez por semana; también la última, la pasada. Pero de ti… no había ni rastro.» Me gustaría decirle todo esto y mucho más, pero no consigo hablar. Lo miro a los ojos y sonrío. Mi torpeza sólo puede deberse al amor. La verdad es que no sé qué decir, sólo consigo esbozar una sonrisa increíble y después pronunciar su nombre: «Massi.»
Y de nuevo: «Massi.»
¡Y él pensará que soy idiota, que he fumado o bebido, o que hace mucho tiempo que he dejado de ir a la escuela y que por eso no consigo formular ni una sola frase!
– Massi…
– Carolina…, ¿qué te pasa?…
– ¿Podrías volver a darme tu número, por favor? Y dime también dónde vives, a qué colegio vas, a qué gimnasio…
El suelta una carcajada, me coge de la mano y me secuestra allí mismo, en medio de la gente. En un abrir y cerrar de ojos nos encontramos en el guardarropa, saco el ticket, cojo al vuelo la cazadora, subimos la escalera y salimos a la calle. Mando un mensaje a Clod y a Alis mientras monto detrás de él en su moto. Él arranca y yo me inclino hacia adelante y me abrazo a él, y me pierdo así, feliz, en el viento de la noche. Hace un poco de frío, de manera que estrecho el abrazo. No me lo puedo creer. ¡Así que los milagros existen! Quería volver a verlo. Durante mil días habría sido capaz de hacer de todo, habría renunciado a lo que fuese con tal de que esto llegase a ocurrir. ¿Y ahora? Ahora estoy detrás de él. Lo abrazo con más fuerza. Nuestras miradas se cruzan en el retrovisor y él me sonríe y me escruta con curiosidad, como si dijese: «¿A qué viene este abrazo?» Y yo no le contesto. Lo miro y siento que mis ojos se tiñen de amor. A continuación los cierro y me dejo llevar por mi suspiro… y por el viento.
Un poco más tarde. Todo está en calma. Incluso las hojas de los árboles parecen no querer hacer ruido, están prácticamente suspendidas en el silencio de una noche mágica. Estamos bajo la luna en un gran prado.
– Mira. -Massi me indica unos arbustos que hay en una colina-. Desde aquí no se puede ver, pero allí hay un castillo: este camino se llama del Agua Ancha. Cuando era pequeño venía a correr aquí, porque vivo al otro lado de la curva, en la via dei Giornalisti.
Y yo sonrío. Poco importa que en adelante alguien vuelva a robarme el móvil: yo ya siempre sabré dónde encontrarlo. Respiro profundamente. Ahora sólo estoy segura de una cosa: a partir de hoy ya sólo dependerá de nosotros que volvamos a perdernos. Y espero que eso no suceda nunca.
– ¿En qué estás pensando?
Bajo la mirada.
– En nada…
– No es cierto. -Sonríe y ladea la cabeza-. Dime la verdad, me has mentido, ¿eh?
– ¿Sobre qué?
– El móvil robado, el escaparate…, ¡que ibas a menudo al sitio donde nos conocimos! Al principio ni siquiera me reconociste.
Me acerco a él. Lo miro a los ojos y, de improviso, tengo la impresión de ser otra persona. De tener dieciséis o diecisiete años, Dios mío… ¡Puede que hasta dieciocho! Me siento convencida, segura, serena, decidida. Una mujer. Como sólo el amor puede transformarte.
– Jamás he dejado de pensar en ti.
Le doy un beso. Largo. Ardiente. Suave. Afectuoso. Soñador. Hambriento. Apasionado. Sensual. Preocupado… ¿Preocupado? Me separo de él y lo miro a los ojos.
– No vuelvas a marcharte…
De acuerdo, he de reconocer que esa frase se la he copiado a Rusty, pero a saber si el libro se publicará alguna vez… y, además…, ¿acaso no es preciosa? Massi me mira. Sonríe. Acto seguido me acaricia el pelo con delicadeza, su mano se enreda en él. Yo me apoyo sobre ella, como si fuese un pequeño cojín, y me abandono posando mis labios levemente entrecerrados sobre ella. Como las alas de una delicada mariposa, respiran su olor, esa flor escondida… Es el hombre que estaba buscando. El hombre de mi vida. Qué importante suena eso…
– Ven, sube.
Me pongo de nuevo el casco y en menos que canta un gallo me encuentro detrás de él. La moto asciende por un camino cada vez más angosto, culea, resbala sobre algunas piedras redondas que saltan a nuestro paso y abandonan el sendero perdiéndose en la hierba alta que lo circunda. La luna nos guía desde el cielo. Y la moto escapa por la vereda sin dejar de ascender, más y más cada vez, entre la hierba alta. Y sus ruedas, grandes y seguras, doblan las espigas, el verde y las plantas silvestres, y yo me abrazo con fuerza a Massi mientras subimos por la colina.
– Ya está, hemos llegado.
Massi pone el caballete lateral. Apoya la moto a la izquierda y me ayuda a bajar. Me quito el casco y lo dejo sobre el sillín.
– Ven…
Me coge de la mano. Lo sigo. Detrás de un gran árbol hay una pequeña plaza. Una explanada de tierra rojiza y, en el centro, un pozo construido con ladrillos antiguos. Es circular, con un cubo de cinc medio roto apoyado a un lado y una polea todavía unida a un viejo arco de hierro antiguo, negro, similar a un arco iris, sólo que de hierro y sin todos sus colores, que desaparece en los bordes del pozo.
– Mira abajo.
Me asomo, atemorizada. Massi se percata de mi miedo y me abraza.
– ¿Ves el agua que hay al fondo?… Se ve la luna.
– Sí, la veo… Se refleja en ella.
– La luna está tan alta porque está llena. Hay una antigua leyenda…
– ¿Cuál?
– Tienes que formular un deseo, y si consigues acertarle en el centro a la luna con una moneda, tu sueño se hará realidad. Es la leyenda de la luna en el pozo.
Se calla y me mira risueño. A lo lejos se oyen algunos ruidos nocturnos. Alguna luciérnaga se enciende y se apaga en la hierba de alrededor. Nada más. Massi se mete la mano en el bolsillo y encuentra dos monedas.
– Ten. -Me pasa una, después me da un beso y me susurra-: Procura acertarle a la luna…
De manera que me asomo al pozo. Ya no tengo miedo. Me inclino un poco más y alargo la mano. Ahí, en el centro, por encima de la luna. Cierro los ojos y formulo mi deseo. Uno, dos… Abro la mano y dejo caer la moneda en la oscuridad. Esta se aleja cada vez más de prisa, desaparece en el silencio del pozo. La veo girar, volar durante unos instantes… Luego nada. Entonces me concentro en la luna que está ahí abajo, en el fondo del pozo, reflejada en la oscuridad del agua. Y, de repente…, ¡plof!, veo que la moneda da de lleno en el blanco.
– ¡Le he dado! ¡Le he dado!
Salto de alegría, abrazo a Massi con todas mis fuerzas y le planto un beso en los labios. Él se echa a reír.
– ¡Muy bien! Ahora me toca a mí…
Espera a que el agua oscura del fondo vuelva a calmarse. Ya está. De nuevo reina el silencio. Una luna virtual resplandece otra vez en el fondo del pozo. Massi extiende la mano, cierra los ojos y, en ese momento, formula su deseo. Yo también los cierro y aprieto los puños deseando ardientemente que sea el mismo que el mío… Luego veo que abre la mano de golpe. La moneda cae en la oscuridad del pozo. Me inclino un poco más sobre el bcrde para intentar seguirla hasta que… ¡plof!
– ¡Ahí está! ¡¡Yo también he dado en el blanco!!
Y nos abrazamos y nos damos otro beso y otro y otro, mirándonos a los ojos, hambrientos de amor. Después nos separamos por un instante. Silencio. Lo miro.
– Qué pena que los deseos no puedan contarse.
– Ya… Si no, no se cumplen…
Massi sonríe en la oscuridad de la noche. Busca mis ojos.
– Sí…, así es.
Sin dejar de sonreír, se acerca a mí y me da un último beso, precioso, tan maravilloso que casi parece susurrar: nuestros deseos son idénticos…
Mayo
Películas que hay que ver en mayo:Aspettando il solé.
¿Canción del mes de mayo?Tre minuti, de Negramaro.
¿La atmósfera más romántica? En mayo, por descontado. El atardecer entre las 7 y las 8, cuando oscurece y el crepúsculo es rosa.
¿Estás enamorada en este momento? Me asusta decir que estoy enamorada, pero lo cierto es que soy inmensamente feliz.
¿Crees en los fantasmas? Creo que, en ocasiones, los recuerdos son fantasmas.
¿Perdonas la traición? Engañar significa que se ha dejado de amar. No hay nada que perdonar, lo que ocurre es que algo se ha acabado…
¿Eres vengativa? No.
¿Crees en el verdadero amor? Por supuesto.
¿Cuál es tu flor preferida? El ciclamen. Mi madre tiene uno precioso.
¿Crees en el flechazo? ¡Sí! Supongo que te refieres al amor, ¿no? Aunque no me gustaría recibir uno en el cuerpo.
No me lo puedo creer. Es el amor. El amor con mayúsculas, el amor loco, esa felicidad absoluta, ese que desplaza a todos los demás, por guapos que sean. Amor infinito. Amor ilimitado. Amor planetario. Amor, amor, amor. Tres veces amor. Querrías repetir esa palabra mil veces, la escribes sobre el papel y garabateas su nombre, pese a que, a fin de cuentas, apenas sabes nada de él. Nos vemos todos los días, aunque sólo sea diez minutos debajo de casa o por la calle.
– ¿Quedamos un momento?
– Caro, pero si acabo de dejarte hace un instante en casa…
– Tengo que decirte algo…
– Está bien.
Massi se ríe y al cabo de unos minutos estamos en medio de la calle, entre los coches, los autobuses, entre los vehículos que pasan a nuestro alrededor sin hacer ruido aparente. Estamos allí de pie, parados, mientras el resto del mundo gira.
– ¿Y bien?… ¿De qué se trata?
Me mira sonriente, arquea las cejas con curiosidad. Le gustaría poder leer en mis ojos y en mi corazón. No lo consigo. No lo logro. Y, al final, opto por la solución más fácil.
– Es que… soy feliz
Massi me abraza y me estrecha con fuerza. Después se separa un poco de mí, sacude la cabeza y me mira divertido al comprobar hasta qué punto estoy loca de amor.
– Estás completamente chiflada…
– Sí, por ti.
Los días sucesivos transcurren con tranquilidad, ¡Incluso me va bien cuando me preguntan en clase! Es increíble, casi no tengo que prepararme. Me basta con estudiar un poco para saberme la lección. Es magia. Clod y Alis no dan crédito.
– Por eso desapareciste de golpe… ¡Era él! Bueno, he de reconocer que el chico está muy bien.
– Sí, está muy bueno…
– Alis, con eso te quedas corta…
– ¡A mí me lo parece! Además, no es que lo conozca tanto, sólo lo vi esa tarde y las dos veces que ha venido a recogerte después. E insisto en que está muy bueno…
Alis siempre consigue hacerme reír.
– ¿Te has acostado ya con él?
– ¡De eso nada!
– Pues si no lo haces, te dejará…
«¿Por qué tienes que ser siempre tan aguafiestas?», me gustaría responderle. ¡Tengo catorce años! En mi haber cuento con algún que otro beso, un poco de confusión con respecto a los dibujos que hicimos en Ciòccolati. Luego Lorenzo y su mano… Y las cosquillas. Eso es todo.
– ¡Bueno, esta tarde quedamos en mi casa! -Alis parece muy decidida-. Las tres. Clase de anatomía. En pocas palabras, educación sexual… ¡Que no se pierda la experiencia que he adquirido gracias a Dodo!
– ¡Alis!
– No nos dijiste nada…
Nos mira sonriente.
– Porque no sucedió nada. Mantuvimos relaciones varias veces, sin llegar al final… ¡Aun así, quiero que comprendáis algo! Ahora sois vosotras las que tenéis novio…
Clod y yo nos miramos. Ella abre los brazos.
– ¡Nos toca!
Alis nos coge a las dos del brazo.
– Tiene razón.
– ¡Bien! ¡En ese caso, esta tarde «estudiamos» en mi casa!
Justo en ese momento pasa por nuestro lado el profe Leone.
– ¡Muy bien, así me gusta!
Alis se da media vuelta.
– ¡Las convertiré en dos estudiantes modelo!
Después se dirige de nuevo a nosotras:
– ¡Muy bien, así me gusta.
¡La tarde en casa de Alis es increíble! Ha instalado una pizarra en la sala.
– Entonces, a ver cómo os lo explico… Esto, como podéis ver, es… -dibuja con una tiza blanca- su cosa… Puede ser más o menos grande… La de Dodo era así.
Y nos indica la medida con las manos. Clod no logra contenerse.
– Veo que lo recuerdas bien, ¿eh? Alis sonríe.
– Como si se pudiese olvidar fácilmente. Bueno, debéis mostraros afectuosas con esa cosa, no tirar de ella, ser dulces, acariciarla arriba y abajo, sin empujar mucho hasta el fondo… Y sin tirar demasiado hacia vosotras… ¡Si no, se la arrancaréis!
Clod suelta uno de sus comentarios.
– Sí…, ¡para poder llevármela a casa! ¿Quién te crees que soy?, ¿el tío deSaw?
En ese preciso momento entra la madre de Alis.
– Chicas, yo salgo… -Luego ve la pizarra-. ¡Alis!
– ¡Mañana tenemos clase de educación sexual, mamá! No querrás que me suspendan, ¿no?
La madre mira de nuevo el dibujo que hay en la pizarra.
– Bueno…, si se trata de estudiar.
Y sale. Nosotras retomamos la lección. Alis es una profesora magnífica y con ella descubro cosas que jamás me habría imaginado que podían hacerse.
– ¿Os dais cuenta de que nuestros padres habrán hecho todo eso?
– ¡Puede que incluso más!
Me imagino a mis padres. Me resulta extraño. Luego a Massi y a mí…, y entonces me parece de lo más natural. Socorro. Se acerca el momento. ¿Qué sucederá?
Vuelvo a casa.
– ¡Ya estoy aquí!
Mis padres. Ale, están todos. Voy al baño, cierro con llave y me desnudo. Abro el grifo de la bañera, echo las sales que he comprado. Me pongo el albornoz y me encamino hacia mi habitación. Me encuentro con mi madre.
– ¿Qué haces?
– Quería darme un baño. A fin de cuentas, la cena tardará todavía un poco, ¿no?
– Sí.
Y me sonríe. Entro en la habitación, cojo mi iPod, los altavoces, y regreso al cuarto de baño. Cierro la puerta, lo conecto y lo enciendo. Ya está. El agua está ardiendo. Me quito el albornoz y después, poco a poco, me meto en la bañera. Me deslizo lentamente hacia abajo. Quema un poco, pero en cuanto me acostumbro me parece perfecta.
Empieza la música, al azar. Suena Alicia Keys, Me pirra. Lentamente me voy deslizando más hacia abajo. Mi cabeza toca el agua. Está caliente, está buena. Es relajante. El ligero aroma de las sales. Massi. Me encantaría que estuvieras aquí. Y así, pensando en él, me acaricio una pierna. Me lo imagino. Imagino que es una de sus manos. Siento su beso, su perfume. Subo la mano por la pierna. Su mano. Y, de improviso, sigo las instrucciones de Alis. Sonrío medio sumergida en el agua. Ahora sería capaz de hacerlo. Lo haría todo. El agua caliente es perfecta, echo la cabeza un poco más hacia atrás, arqueo la espalda, separo un poco las piernas. Apoyo los pies en las esquinas de la bañera, no pueden ir más allá… Sigo ligera, delicada, suave. Alis me lo ha explicado de maravilla. Me gusta. Y no me avergüenzo. No me avergüenzo estando así…
Tum, tum, tum.
Alguien llama a la puerta.
Me incorporo.
– ¿Quién es?
Intentan abrir. Está cerrada. Por suerte.
– ¡Soy yo, Ale! ¿Cuánto tiempo piensas estar ahí dentro. Caro?
– Oye, estoy muy a gusto, ¿de acuerdo? Así que espera un poco.
– ¡Mira que si no sales echo la puerta abajo!
Pum. Oigo que da una patada en la parte baja de la puerta. Con fuerza.
– Usa el otro baño.
Pum. Otro. Mi hermana, qué coñazo. Me pongo en pie. Me quito la espuma, me seco. Me pongo el pijama azul turquesa. Abro la puerta y salgo del baño toda perfumada, ligera. Me siento limpia. Tranquila. Relajada.
– Ya era hora…
Ale entra deslizándose por detrás de mí. No le hago ni caso. Gracias, Alis. Nos lo explicaste todo a la perfección. Sonrío. De una mañera u otra, se puede decir que ha sido mi primera vez. Me siento en el sofá. La cena todavía no está lista. Enciendo la televisión. Busco el canal 5, Ha empezado «Amici». La verdad es que me gustaría ser una de las participantes, pero sin competir, eso no. Se marchan todos, salen del estudio, sacan a empellones a la presentadora y yo permanezco allí, con mi pijama azul turquesa y el micrófono en la mano. Canto de maravilla. Y en las gradas está sólo él, Massi. Canto para ti, Massi.
Cojo el móvil y me pongo en pie sobre el sofá.
Iris.
La canto casi a voz en grito.
– ¡Caro! -Me vuelvo. Es mi madre-. ¿Has perdido el juicio?
Le sonrío.
– ¡Es mi canción favorita!
– Sí, sólo me faltaba ahora que participases en el festival de San Remo… Ven a la mesa, venga, la cena está lista.
– Sí, mamá…
Le sonrío y me ruborizo ligeramente. Un pensamiento repentino. Si sólo pudiese imaginar, si sólo supiese lo que ha ocurrido en el cuarto de baño. Y todo lo que me está sucediendo. Qué bonito sería en ocasiones no tener prejuicios y poder confiarse abiertamente, sobre todo con alguien como ella. Me siento frente a mi madre, despliego la servilleta y le sonrío.
– Mmm, qué bien huele… Debe de estar delicioso.
Mi madre no me responde y empieza a servirme. De manera que bajo los ojos y aparto de mi mente cualquier pensamiento, salvo uno. A menudo parece que estemos muy cerca cuando, en realidad, estamos muy lejos unos de otros.
He ido a ver a la abuela. Hacía tiempo que no iba a visitarla. Y, de alguna forma, me sentía culpable. Como si mi felicidad me apartase de su dolor. Hoy, sin embargo, Massi no podía venir a recogerme a la salida del colegio. De forma que he pensado que debía ir a su casa. Por todas las cosas bonitas que me han enseñado, tanto ella como el abuelo Tom. Una pareja maravillosa.
– ¿Qué es esto?
– Un albaricoquero. Pero los frutos todavía están verdes.
– ¿Se llama de verdad así? Es la primera vez que lo oigo.
Mi abuela sonríe, camina con sus zapatillas azul oscuro por la gran terraza, se aproxima a las plantas y da la impresión de acariciarlas. Ha cambiado. Ahora parece más taciturna.
– Hoy me ha ido muy bien en el colegio…
– ¿Ah, sí? Cuéntame…
Le digo que me han preguntado sobre un tema, que me han puesto una buena nota, en fin, le cuento cómo van las cosas en general. De vez en cuando me mira de soslayo y después se concentra de nuevo en sus flores. Asiente con la cabeza mientras escucha, pero luego su mirada se torna más atenta, sus ojos se cruzan con los míos, los observa como si buscase algo nuevo. Por lo visto, se ha dado cuenta. Soy tan feliz… Me encantaría contarle mi historia con Massi, pero no lo consigo, es superior a mis fuerzas.
– Muy bien, veo que todo te está saliendo a pedir de boca…
– Sí, y ahora tengo que prepararme como es debido para el examen final…
– Sigues viendo a tus amigas Alis y Clod, ¿verdad?
– Por supuesto.
– Bueno, creo que estás viviendo una época preciosa.
– Sí, abuela, es justamente así.
Le sonrío y decido contarle lo de Massi. Pero cuando estoy a punto de empezar a hablar, ella se vuelve, coge un mechón de pelo que le ha caído sobre los ojos, se lo acomoda como puede intentando echárselo sobre los hombros.
Y, de repente, noto que se entristece, busca algo en un lugar indefinido, en el aire, entre los recuerdos, en un pasado remoto o arcano, en su jardín privado, lleno de flores, de setos bien cuidados, de tesoros enterrados, ese lugar umbrío que todos tenemos y en el que de vez en cuando nos refugiamos, ese lugar cuyas llaves sólo poseemos nosotros. Luego parece recordar mi presencia de improviso, entonces se vuelve de nuevo y esboza una sonrisa preciosa.
– Ah, Caro… Despéjame una curiosidad… Ese chico, ese que te había impresionado tanto…, ¿cómo se llamaba? -Mira el cielo como en busca de inspiración. Acto seguido sonríe, repentinamente feliz-. ¡Massi!
Lo recuerda, y yo no puedo por menos que ruborizarme un poco.
– Lo llamabas así, ¿verdad?
– Sí.
– ¿Lo has vuelto a ver?
Me encantaría contárselo todo, la fiesta a la que no quería ir, nuestra canción que suena de repente y él, que en ese momento se encuentra a mis espaldas y me besa… Pero se me encoge el corazón, me siento como una estúpida. Su historia de amor era la más bonita de este mundo y ha acabado así, sin que llegasen a romper. De manera que todavía no ha terminado. La miro y me percato de que ya no consigo hacerla feliz, de que ya nada le puede bastar, ser su razón de vida, su felicidad. ¿De qué puedo hablarle yo? Me entran ganas de echarme a llorar, de morirme.
– No, abuela, por desgracia no. No he vuelto a verlo…
Abre los brazos.
– Lástima…
Y entra en casa.
– ¿Te apetece beber algo, Carolina?
– No, abuela, gracias. Tengo que marcharme.
Le doy un beso fugaz, a continuación la abrazo fuertemente y cierro los ojos mientras apoyo mi cabeza sobre su hombro. Cuando los abro lo veo de repente a una cierta distancia, sobre la mesa. El dibujo. El dibujo que le hizo el abuelo para el día de los enamorados: un corazón grande coronado por la frase «Para ti, que alimentas mi corazón». Exhalo un largo suspiro, larguísimo. Las lágrimas afloran a mis ojos.
– Perdona, abuela, pero es que llego tarde.
Y me marcho.
Bajo la escalera a toda velocidad, salgo a la calle, respiro profundamente, cada vez más. Él. Sólo él. Ahora, de inmediato. Saco el móvil del bolsillo y tecleo su número.
– ¿Dónde estás?
– En casa.
– No te muevas de ahí, por favor.
En un abrir y cerrar de ojos me encuentro junto al portón. Llamo al interfono. Por suerte, responde él.
– ¿Quién es?
– Soy yo.
– Pero bueno, ¿es que has venido volando?
– Sí. -Me gustaría decirle: «Necesitaba volar para venir a verte.» No lo puedo resistir- ¿Puedes bajar un momento, por favor?
– En seguida…
Y mientras lo espero debajo de su casa veo un relámpago. El cielo se oscurece de repente. Oigo un trueno a lo lejos. Tengo miedo. Pero justo en ese momento Massi sale del portal.
– ¿Qué pasa, Carolina?
No digo nada. Lo abrazo. Coloco mis manos detrás de su espalda, apoyo mi cabeza en su pecho y lo abrazo con más fuerza. Aún más. Lo estrecho entre mis brazos. Otro trueno y empieza a llover. Al principio es una simple llovizna, pero, poco a poco, va arreciando.
– Venga, Carolina, entremos, o nos empaparemos…
Trata de escapar, pero yo lo aferró con mis brazos.
– Quédate aquí.
Mejor. Mis lágrimas pasarán desapercibidas con la lluvia. Levanto la cabeza, ya estamos completamente mojados. Sonríe.
– Estás como una cabra…
El agua, resbala por nuestras caras. Nos besamos. Es un beso precioso, infinito. Eterno. Dios mío, cuánto me gustaría que fuese eterno. No me detengo en ningún momento, lo beso y vuelvo a besarlo, mordiendo sus labios, poco menos que hambrienta de él, de la vida, del dolor, del abuelo, que ya no está con nosotros, de la infelicidad de la abuela.
Sigue lloviendo a cántaros. Estoy empapada. Es el llanto de los ángeles. Sí, pese a que estarnos en el mes de mayo, también llueve ahí arriba. Un rayo de sol ha horadado la oscuridad y atraviesa las nubes. Ilumina una parte de la periferia que queda al fondo. Te amo, Massi. Te amo. Me gustaría proclamarlo a voz en grito. Querría decírselo mirándolo a los ojos, con una sonrisa. Pero ni siquiera logro susurrárselo. Me enjugo la cara con la palma de la mano y me echo el pelo hacia atrás, como si pudiese servir para algo. Qué tonta, estamos bajo la lluvia.
– ¿Qué pasa? ¿En qué estás pensando? -me pregunta risueño.
Me refugio de nuevo en su pecho, en el hueco que hay junto al hombro, escondida de todo, de todos. Sola con él en lo más profundo, en tanto que la lluvia sigue cayendo.
– Me gustaría escaparme contigo…
Y nos damos otro beso, tan fresco como no lo había probado en mi vida. Prolongado. Bajo ese ciclo. Bajo esas nubes. Bajo esa lluvia. A lo lejos está escampando y ha aparecido un sol rojo perfecto, limpio en su ocaso. Y yo me estrecho contra su cuerpo y sonrío. Y soy feliz. Respiro profundamente. Estoy un poco mejor. Por el momento. Por el momento he comprendido que lo amo. Y es precioso. Algún día lograré decírselo.
En los días sucesivos hemos hecho cosas increíbles.
Hemos pasado toda una tarde sentados en el mismo banco bajo la virgencita de Monte Mario. Es una virgen preciosa, enorme, que se puede ver a lo lejos. Es toda dorada, pero eso es lo de menos. Massi ha querido saberlo todo de mí en lo tocante a los chicos con los que he salido. Le he contado las pocas cosas que he hecho. Prácticamente he reconocido que no he hecho nada. Al principio parecía preocupado, luego menos, hasta que al final ha sonreído. Después me ha desconcertado diciendo: «Mejor así.»
No he acabado de comprender si está pensando en algo en concreto. Aunque lo cierto es que no me importa mucho, no estoy inquieta, sino serena. Tengo ganas de conocerlo, de conocerme, de descubrirlo y de que me descubra. De acuerdo, debería estar preocupada. ¿A qué se debe que un chico quiera saber con quién ha salido una? ¿En qué puede cambiar eso lo que siente por ella? ¿Y si le hubiese dicho: «Massi, ya no soy virgen, he estado con tres chicos, mejor dicho, con cuatro, y he hecho esto, aquello y lo de más allá…» ¿Cómo habría reaccionado? Maldita sea, debería haberlo pensado antes. Ahora ya no tiene remedio. Aunque siempre puedo decirle que le he contado una mentira. Sí, ésa sí que es una buena idea.
– Massi -le digo risueña-. Te he mentido.
Veo que le cambia completamente la cara.
– ¿Sobre qué?
– No te lo digo. Basta que sepas que he sido sincera… pero, en cualquier caso, te he dicho una mentira.
Se queda perplejo por un momento, sin saber muy bien qué pensar. Luego, imaginando que le estoy gastando una broma, se echa a reír y me besa.
– Así que no has sido sincera…
– Sí, sí: por supuesto… -Me desprendo de su abrazo-. He sido totalmente sincera, sólo te he dicho una mentira.
Él sacude la cabeza y se encoge de hombros. Me mira a los ojos curioso, me escudriña como si tratase de entender qué parte es verdad y qué parte no. Yo le sonrío y me vuelvo hacia el otro lado. Por el momento no las tiene todas consigo. Mejor.
Durante los días siguientes hemos ido a comer varias veces fuera. Al japonés de la via Ostia, riquísimo, a una pizzería que hay junto a la via Nazionale y que se llama Est Est Est, alucinante, y en la via Panisperna, 56, La Carbonara, para chuparse los dedos. ¡En los tres locales apenas he probado bocado! Massi me ha mirado las tres veces preocupado: «¿No te gusta el sitio?» «¿Odias la comida japonesa?» «¿La carbonara es demasiado pesada?»
En cada ocasión me he echado a reír como si fuese medio idiota, pero no he dicho nada.
– Ah…, ahora lo entiendo, ¡aún estás a dieta!
– ¡De eso nada! Estoy de maravilla, me encanta el sitio y todo está delicioso.
– ¿Entonces?
– No tengo mucha hambre…
– Ah, ¿eso es todo? ¡Mejor así! -Coge mi plato y engulle las sobras, se lo mete en la boca con voracidad-. ¡Ya veo que me saldrás barata!
Pruebo a darle un golpe.
– ¡Imbécil! Eres un macarra…
Y él come adrede con la boca abierta.
– ¡Qué asco! ¡Se acabaron los besos, ¿eh?!
Massi exagera a propósito, mueve la cabeza arriba y abajo como si pretendiese decir; «¡Ahora verás si te doy asco!»
Y organizamos un buen bullicio, le tiro de la manga de la camisa para que se detenga, él intenta hacerme cosquillas, bromeamos, simulamos que discutimos y no dejamos de reírnos en ningún momento. La verdad es que, cuando estoy con él, es como si perdiese el apetito.
– ¿Tregua? ¿Paz?
No puedo más, al final me rindo.
– Está bien.
Massi sonríe, me sirve un poco de agua, después el también se llena el vaso. Nos miramos mientras bebemos y a los dos se nos ocurre la misma idea, fingimos que nos salpicamos con el agua que tenemos en la boca. Pongo cara de preocupación. Al final Massi se inclina hacia mí como si tratase de echarme el agua, pero se la ha tragado ya. Sacudo la cabeza, sonrío y, poco a poco, nos vamos calmando. Lo miro, el corazón me late acelerado, siento la emoción en los ojos. Se tiñen de amor. No entiendo lo que me está ocurriendo. Me miro al espejo que tengo al lado. Nada de dieta… ¡Esto es amor! Es amor, amor, amor. Tres veces amor. ¡Estoy acabada!
Hoy vamos a verJuno.
¡Qué guay! Lo ha escrito Diablo Cody» una jovenblogger que ha ganado un Oscar por su primer guión. Los americanos son geniales. Viven en el país de las grandes oportunidades. Como cuando ganan la lotería o en el casino, de inmediato los ves en las fotos junto a un cheque gigantesco con la cifra que se han embolsado escrita encima. ¡Y puedes ver a los afortunados en persona! Unas personas auténticas, con una maravillosa sonrisa escrita en la cara. En nuestro país nunca se sabe nada, la noticia de que alguien ha ganado en el casino sólo se hace pública si el afortunado es Emilio Fede, el periodista del canal Retequattro. En cambio en Estados Unidos, sin ser siquiera mínimamente conocida, esa blogger, Diablo Cody, ha ganado un Oscar. ¡Imaginaos si eso le ocurriese a Rusty James! Me vestiría con mis mejores galas, lo acompañaría a Los Ángeles a recogerlo y haría como Benigni: me pondría de pie sobre la butaca y gritaría: «¡Rusty James! ¡Rusty James es mi hermano!»
¡Ya me imagino resbalando y cayéndome al suelo!
Estamos en el intermedio de la película. Es una peli muy chula, muy ocurrente, realmente divertida. La actriz protagonista es muy joven, además de muy buena. Creo que se llama Ellen Page.Juno es la historia de una chica que decide hacerlo con su novio, un tipo gracioso, un poco gafe, pero muy mono y tierno…, ¡y se queda embarazada!
– A veces ocurre…
Massi se inmiscuye en mis pensamientos.
– Menudo lío.
– No sé cómo consigue arreglárselas tan tranquila… Quizá porque se trata de una película…
Massi me toca la barriga.
– ¿Y tú qué harías?
Cierro los ojos.
– No niego que me encantaría tener un hijo, ¡pero tengo catorce años! -Los abro de nuevo-. ¡Ella tiene quince, de modo que todavía me queda un año de libertad!…
– Si lo consideras un castigo… ¿De verdad no te gustaría?
– Bueno, lo ideal es que suceda cuando haya vivido por lo menos el doble… O sea, cuando tenga veintiocho años.
– Vale, me parece justo. Me reservo para cuando llegue ese momento…
Me sonríe y me coge la mano.
Tiene diecinueve años, uno menos que mi hermano ¿Qué diría Rusty si lo conociese? ¿Sentiría celos de él? Y mientras pienso en eso apoyo la cabeza en su hombro. Mi melena rubia se esparce sobre su camiseta azul. Espero tranquilamente a que empiece la película.
– ¿Quieres palomitas, Carolina?, ¿algo de beber?
Reflexiono por un instante y miro al vendedor de helados que está ahí, en un rincón más abajo, junto a la pantalla, rodeado de un montón de gente.
¡No! No me lo puedo creer. Veo que delante de mí se levantan Filo, Gibbo y varios más de la clase, Raffaelli, Cudini, Alis y Clod, con Aldo.
– No, no, gracias, no quiero nada.
Y me deslizo hacia abajo en mi asiento. No sé por qué, pero el caso es que me incomoda. No quiero que me vean. Con él no. Massi es mío. No quiero compartirlo con nadie. Bueno, tampoco es eso. Es que me siento muy feliz y esta felicidad me parece muy frágil, eso es, como una telaraña.
Sí, está compuesta de unos sutiles hilos de cristal y yo me encuentro en el centro, tendida, prisionera, con mi pelo rubio esparcido sobre mis hombros mientras Massi avanza, camina a cuatro patas y me mira, como un magnífico hombre araña, un Spiderman vestido de negro… Y sólo se necesita una menudencia para que nuestra mágica red se deshaga, puf…, y yo me caiga.
De manera que me deslizo un poco más hacia abajo en mi asiento, casi desaparezco. Luego, por suerte, se apagan las luces. Presto atención a la película, pero ya no me divierto como antes. Los vislumbro a lo lejos, reconozco sus perfiles incluso en la penumbra de la sala. De vez en cuando, alguna escena algo más luminosa los alumbra un poco más, y entonces puedo verlos mejor. Aunque, por otra parte, ¡los conozco sobradamente! Los veo a diario desde hace tres años. Incluso en los matices más nimios. ¿Cómo puedo confundirme? Son mis amigos. Y, al pensar en eso, me siento un poco más tranquila, me agito menos y me acomodo en la butaca. Me concentro de nuevo en la película y me río otra vez como todos, a la vez que ellos, relajada, confundida entre la gente que ocupa la platea, como ellos, como mis amigos, así, despreocupada.
Acaba la película. Me levanto en seguida, pese a que, por lo general, me gusta leer los créditos para averiguar el nombre de determinado actor o la pieza de música que me ha gustado. Me vuelvo dando la espalda a mis amigos y me encamino hacia la salida. Massi me sigue. Sus anchos hombros me tapan.
No tardamos nada en salir, pero en cuanto doblo la esquina…
– ¡Carolina!…
Es Gibbo.
– Caramba, ¿estabas en el cine? ¡No te he visto!
Se acerca a nosotros y en un instante llegan los demás.
– ¿Te ha gustado?
– Sí, menudo enredo.
– Ya ves, imagínate que me quedara embarazada a esa edad. ¡Al menos a ti eso no puede sucederte!
– ¿Por qué lo dices? Tal vez el año que viene…
– Sí, con la ayuda del Espíritu Santo…
– ¡Anda ya, ni aun así! ¡Ni siquiera con un milagro!
– Sí, sí, con un milagro del…
Algunos se ríen. La vulgaridad de Cudini no tiene remedio. Y siguen bromeando y soltando frases maliciosas y empujones, como siempre que nos encontramos en grupo. Entonces veo que algunos miran a Massi con curiosidad.
– Ah, él es Maximiliano.
– ¡Hola!
Massi alza la cabeza a modo de saludo general.
– Ella es Clod, Aldo… Él es Cudini, y éstos son Filo, Gibbo. Ella es mi amiga Alis. ¿Te acuerdas de ella? Te he hablado de Clod y de Alis…
Se dan la mano, se miran a los ojos y yo, no sé por qué, noto algo extraño.
– Sí, sí, me has hablado de todos…
Pero Massi es excepcional, le ha bastado con decir esa frase genial para dominar la situación, me ha superado. De manera que, divertida, observo la expresión que ponen mis amigos mientras lo miran. Cómo lo estudian, curiosos y curiosas, cómo hacen como si nada, como si estuvieran distraídos. Quizá lo estén realmente, y al final dejan que nos marchemos.
– Simpáticos, tus amigos…
– Sí, es cierto. Hace mucho que vamos a la misma clase…
– Tu amiga es muy mona…
– Sí… -Me entran ganas de atizarle, pero disimulo-. Tiene novio.
Massi sonríe.
– Bueno, no soy celoso.
No es la primera vez que oigo esa ocurrencia. Paolo la soltó en una ocasión, uno de los novios de Ale… Lo aborrecí cuando lo dijo. Acto seguido miro a Massi. Bueno, he de reconocer que en su caso el efecto es bien diferente. Él se da cuenta, se echa a reír y se abalanza sobre mí para darme un abrazo.
– Venga, que lo he dicho sólo para picarte…
Me mantengo firme.
– Bueno, pues lo siento… ¡No lo has conseguido!
Intenta besarme, forcejeamos un poco, pero al final cedo de buen grado.
Lo más bonito, sin embargo, me sucedió a finales de mayo.
Primera hora de la mañana. Bueno, no tan pronto. Llego jadeante al colegio. Le pongo el candado a la moto y cojo la mochila, que he dejado a un lado. Cuando me incorporo veo a Massi con un paquete en la mano.
– ¡Hola! ¿Qué haces aquí?
Me sonríe.
– Quiero ir a clase contigo.
– Venga ya, tonto, sabes que no se puede… ¿No tienes que estudiar?
– Han aplazado el examen de derecho para mediados de julio.
– Mejor, ¿no? No acababa de entrarte en la cabeza. -A continuación lo miro con curiosidad- ¿Y ese paquete?
– ¡Es para ti!
– Qué sorpresa más estupenda, ¿hablas en serio? ¡Gracias!
No quiero besarlo y abrazarlo aquí, delante del colegio, pero lo cierto es que lo haría de buena gana… Sólo que ¿y si me ven los de más? Podrían aguarme la fiesta. Sea como sea, estoy muy emocionada, pese a que intento con todas mis fuerzas que no se me note. Me apresuro a abrir el paquete.
– ¡Pero… si es un traje de baño!
Lo despliego, es azul oscuro y celeste, precioso.
– Has adivinado la talla. -Lo miro perpleja-. ¿Estás seguro de que es para mí?
– Claro. -Me coge la mano-. Estaba convencido de que no tenías ninguno.
– Como éste, no…, pero si otros distintos.
– No tenías uno aquí, en cualquier caso, porque ahora… -se acerca a su moto, saca un segundo casco y se sube a ella- nos vamos a la playa.
En un segundo pasa por mi mente el profe de italiano, la de matemáticas, la tercera hora de historia, el recreo y, luego, la clase de inglés… Me preocupa, y no porque tenga dificultades con los idiomas, no, sino porque no ir a clase así, sin haberlo planeado siquiera de antemano, de haber inventado una excusa por si… Luego lo miro y con una ternura que no soy capaz de describir me pregunta: «¿Y bien…?». Es tan delicado, tan ingenuo, que casi se ha disgustado ya por una hipotética negativa por mi parte. «¿Vamos?» Su sonrisa despeja todas mis dudas Cojo el casco, me lo pongo al vuelo y en un instante me encuentro detrás de él, lo abrazo con fuerza y me apoyo contra su espalda. Y miro al cielo y casi pongo los ojos en blanco. ¡Estoy haciendo novillos! No me lo puedo creer. No lo he pensado dos veces, no he tenido ninguna preocupación, miedo, sospecha, indecisión o duda. ¡Estoy haciendo novillos! Lo repito para mis adentros, pero ya no estoy…
La ciudad desfila ante mis ojos. Una calle tras otra, cada vez más rápido, los muros, las persianas metálicas, las tiendas y los edificios. Después, nada. Campos verdes apenas florecidos, espigas secas que se doblan con el viento, flores amarillas, grandes y numerosas que abarrotan las parcelas de tierra. Avanzamos así, enfilamos la carretera de circunvalación y después descendemos en dirección a Ostia.
El pinar. No hay nadie. Ahora Massi ha aminorado la marcha. La moto protesta ligeramente mientras nos lleva hacia esa última playa, donde desemboca un pequeño río. Massi se detiene y se quita el casco.
– Ya está, hemos llegado.
Un cartel: «Capocotta.» Pero ¿acaso ésta no es una playa nudista? No se lo digo. El sol está alto en el cielo, precioso, y el calor no aprieta. Massi saca unas toallas del baúl; ha pensado en todo.
– ¡Ven!
Me coge la mano, corro a duras penas detrás de él exultante de felicidad, riendo en tanto que me dirijo hacia ese inmenso mar azul que parece esperarnos sólo a nosotros.
– Pongámonos aquí.
Lo ayudo a extender las toallas. Una junto a otra. No hay viento. La playa está vacía.
– ¿Sabes? Aquí suelen venir nudistas.
– Eh, sí, de hecho, me acordaba del nombre.
– Sí, pero hoy por suerte no hay nadie.
Miro alrededor.
– Ya…
– Podemos hacer nudismo, si te parece.
– ¡Imbécil! Voy a ponerme el traje de baño.
Menos mal que a pocos metros hay una casa medio derruida, las antiguas ruinas de una importante villa romana. Doy varias vueltas hasta que encuentro un rincón apartado para cambiarme. Qué bien. Por suerte no hay un alma en los alrededores.
El traje de baño me sienta bien o, al menos, eso creo; por desgracia, no hay ningún espejo aquí. Me pongo la camisa por encima y salgo de las ruinas.
Massi se ha cambiado ya. Está de pie junto a las toallas. Tiene un cuerpo magnífico, delgado, aunque no enjuto. Además, no es muy peludo. Se ha puesto un traje de baño negro, ancho pero no excesivamente largo. Me doy cuenta de que le estoy mirando ahí, me da vergüenza y me pongo colorada. Por suerte estamos solos y nadie puede darse cuenta.
– ¿He adivinado la talla?
– Sí. -Sonrío-. Y eso no me gusta.
– ¿Por qué?
– Habría preferido que te equivocaras… Eso quiere decir que tienes buen ojo, ¡porque no te falta experiencia!
– Boba…
Me atrae hacia sí. Me besa, y el hecho de que estemos tan próximos, casi desnudos, me resulta extraño, pero no me molesta. Al contrario.
Poco después estamos tumbados sobre las toallas. Lo espío. Lo miro. Lo admiro. Lo deseo. Toma el sol boca arriba. Juega con mi pierna, me acaricia. Me toca la rodilla, después sube. A continuación vuelve a bajar. Pero en su ascenso siempre llega más arriba. Y el sol. El silencio. El ruido del mar. No lo sé. Me estoy excitando. Me siento arder por dentro. Qué sensación tan extraña. No entiendo una palabra. Llegado un momento, Massi se vuelve lentamente hacia mí. A pesar de que tengo los ojos cerrados, puedo sentirlo. Entonces ladeo poco a poco la cabeza y los abro. Me está mirando. Sonríe. Yo también.
– Ven.
Se levanta de golpe. Me ayuda y poco después empezamos a correr por la arena. No está demasiado caliente. En un abrir y cerrar de ojos llegamos a las viejas ruinas. Mira alrededor. No hay nadie. Me aparta como si pretendiese examinarme.
– Ese traje de baño te sienta realmente bien.
Me siento observada y me avergüenzo. Estoy blanca. Demasiado pálida.
– Me gustaría estar un poco morena. Me quedaría mejor…
– De eso nada, así estás guapísima…
Me atrae hacia él. Estamos en un rincón de las ruinas, ocultos entre dos muros. El mar es el único espectador curioso. Pero educado. Respira silencioso formando alguna que otra ola pequeña. Siento la mano de Massi en un costado. Me atrae hacia sí. Me besa. Lo abrazo. Lo siento encima de mí. Noto que está excitado. Tanto. Demasiado. No por nada, es que no tengo la menor idea de lo que debo hacer. En cambio, él sí sabe cómo moverse. Poco después siento su mano en mi traje de baño. Lenta, suave, delicada, agradable. Se detiene en el borde, tira un poco del elástico y, plof, se sumerge delicadamente. Su mano acaricia mi cuerpo. Desciende, cada vez más abajo, sin hacerme cosquillas, entre las piernas, me acaricia despacio y yo me abandono en su beso como si fuese un refugio capaz de contener todo lo que estoy experimentando, que me sorprende, me maravilla, que me gustaría parar, fijar para siempre, sin vergüenza, con amor.
Seguimos besándonos mientras mi respiración se va haciendo cada vez más entrecortada, jadeante, hambrienta de él, de sus besos, de su mano, que me ha secuestrado, que sigue moviéndose dentro de mí. Y casi me entran ganas de echarme a gritar… Al final me muerdo el labio superior y, casi exhausta, permanezco con la boca abierta, suspendida en ese beso. Pasan unos segundos. Ahora lenta, más lenta, su mano, como una última caricia, casi de puntillas, educada, se separa de mi traje de baño. Noto que me mira como si me espiase, como si buscase detrás de mis ojos alguna huella de placer. Y entonces, emocionada, con los ojos entornados, le sonrío. De improviso siento algo que casi me asusta. No. Me relajo. Es su mano, me acaricia el brazo derecho, se desliza por el antebrazo hasta llegar a la muñeca. Me toma la mano, la sostiene por un instante así, suspendida en el aire, inmóvil, como si fuese una señal. Pero no lo entiendo. Lo oigo respirar cada vez más rápido, me aprieta la mano y, poco a poco, la guía hacia su traje de baño. Entonces comprendo. Qué tonta. ¿Es la hora? ¿Qué se supone que debo hacer? No es que no quiera…, ¡es que no tengo ni idea de qué debo hacer! Y en un instante lo recuerdo todo. Las explicaciones de Alis. Pero ¿serán adecuadas? ¿Serán ciertas? Repaso mentalmente todo lo que creo recordar, y en un abrir y cerrar de ojos me encuentro allí, sobre su traje de baño, es decir, mi mano está allí sola, porque la suya acaba de abandonarla.
Me quedo inmóvil por unos segundos, no más. Luego empiezo a moverme lenta y suavemente, sin prisas, sin miedo, entro en su traje de baño, con delicadeza, buscando abajo, siempre más abajo, hasta encontrarlo. En ese mismo momento busco su boca y lo beso, como si pretendiera esconderme, huir de mi vergüenza. Pero a la vez muevo la mano arriba y abajo, lentamente, poco a poco, después algo más rápido. Siento que Massi respira cada vez más de prisa. Y sus besos son apresurados, hambrientos, se interrumpen de repente para atacar de nuevo, y yo prosigo cada vez más decidida, segura, veloz, otra vez, más, mientras noto aumentar el deseo en su aliento. Y, de repente, esa explosión caliente en mi mano, prosigo mientras sus besos se frenan, ahora son más tranquilos, casi se detienen en mi boca. Luego Massi apoya la mano sobre el traje de baño, encima de la mía, para que me detenga.
Sonrío.
– Me parece que la he liado…
Él se encoge de hombros.
– Da igual… Ven.
Me coge y me arrastra fuera de las ruinas, por la playa desierta, abandonada, barrida por un viento ligero, yerma, vacía. Somos los únicos que caminan por esa arena suave, blanca y caliente, como lo que acabamos de vivir. Llegamos a la orilla. Massi entra corriendo en el agua, yo me detengo.
– ¡Pero está fría! ¡Mejor dicho, helada!
– ¡Venga! ¡Está genial!
Echa de nuevo a correr para dejar bien claras sus intenciones y después, ¡plof!, se tira y apenas emerge del agua empieza a nadar a toda velocidad para dejar de temblar de frío. Al cabo de un momento se para y se vuelve hacia mí.
– ¡Brrr! Una vez dentro es fantástico.
De manera que me convence y yo también lo hago. Corro sin detenerme y al final me tiro, emerjo y nado aún más de prisa, cada vez más, hasta llegar a su lado. Él me abraza de inmediato y me da un beso dulce, aunque salado, suave y cálido, hecho de mar y de amor. Acto seguido se separa envuelto en los rayos del sol.
– ¿Estás bien?
– De maravilla.
– Yo también…
– ¿En serio? Nunca lo había hecho.
Me mira buscando algún indicio de mentira. Entonces recuerdo que debo procurar que no se sienta excesivamente seguro.
– ¿Me estás diciendo la verdad, Caro?
– Por supuesto…
Me alejo nadando a toda velocidad. Después me paro, me vuelvo y lo miro, está guapísimo ahí, en medio de nuestro mar.
– Yo siempre te digo la verdad, salvo alguna que otra mentira…
Junio
¿Sencido o complicado? Sencillo.
¿Amistad o amor? Las dos cosas.
¿Moto o microcoche? Por el momento estoy contenta conLuna 9, mi Vespa, luego ya veremos
¿Móvil o tarjeta telefónica? Móvil.
¿Maquillaje o sólo agua y jabón? Depende. Alis dice que debería maquillarme más.
¿Una cosa extraña? Sentirme como me siento ahora.
¿Una cosa buena? Massi.
¿Una cosa mala? La ausencia de Massi.
¿Un motivo para levantarse por la mañana? ¡Massi!
¿Un motivo para quedarse en la cama? La ausencia de Massi…
¿Qué estás escuchando ahora? El silencio.
¿Qué escuchas antes de acostarte? Ahora, a Elisa.
¿Un vicio al que no puedes renunciar? El chocolate.
¿Una cita que siempre queda bien? «Tenemos que emplear lo mejor posible el tiempo libre», Gandhi.
¿Una palabra que siempre suena bien? Amor.
¿Sabéis una de esas mañanas en que no tenéis ganas de levantaros y la cama os parece el lugar más bonito, cómodo y acogedor de este mundo? Pues bien, eso es lo que me ocurre hoy. Sólo que no puedo regodearme. Qué pena. Todo me parece tan lento, tan fatigoso, tan negativo. Las zapatillas no están en su sitio y además tengo un ligero dolor de cabeza. El sábado o el domingo, cuando por fin puedo dormir, resulta que nunca lo hago. Al revés, a veces me sucede que esos días me levanto temprano incluso aunque no deba hacerlo. ¿Será posible que sólo cuando hay que ir al colegio la cama me parezca tan maravillosa? Uf.
Cuando me levanto, mi madre ha salido ya. Mi padre también. Sólo queda Ale, con su consabido cruasán de crema, y eso que luego se lamenta porque engorda. Faltaría más. Por si fuera poco, lo moja invariablemente en un tazón de leche enorme.
– Buenos días, ¿eh?
Nada, no habla. Emite una especie de extraño gruñido como si fuese un cerdo concentrado en unas bellotas deliciosas. Esta mañana Ale está más esquiva de lo habitual. ¡Refunfuña! Me visto, pero hoy me falla la imaginación, de manera que me pongo un par de vaqueros con un bordado en un costado y la camiseta azul claro. Me miro en el espejo de cuerpo entero de la habitación. Un desconocido que me viese hoy por la calle no se pararía a mirarme ni de coña. Hay mañanas en las que no te gustas en absoluto y, si por casualidad alguien te hace un cumplido, te cuesta de creer. De repente se me pasa por la cabeza: «Después de todo, la verdadera belleza está en el corazón.» Me lo decía siempre el abuelo. Y a él se lo había dicho Gandhi. Quiero decir, no directamente, el abuelo había leído la frase en un libro de citas suyas. No sé si mi corazón es puro o no, lo que está claro es que me gustaba cómo me decía esa frase el abuelo. Por un momento siento un extraño vacío en mi interior, algo indefinido, como una suerte de vértigo. Digamos que hoy dejo la hermosura para mi corazón, no para la cara.
Bip, bip.
Debe de ser Alis. Seguro que me pide que la espere frente a la escuela para poder copiar algo. Quizá matemáticas, ya que la lección de ayer era un poco difícil. No entendí mucho de las ecuaciones algebraicas. Y digo yo, ¿para qué hay que poner letras si en el fondo se trata de números? Ya entiendo poco las cifras, así que sólo me faltaba el alfabeto. Además, nos han dicho que esto se estudia en primero de bachillerato, pero la profe quería enseñárnoslo antes para que estemos más preparados. Bueno, la verdad es que si Alis espera que yo… ¿No podría habérselo pedido a Clod?
Abro el sobrecito del mensaje. ¡Es de R. J.! Qué extraño, a esta hora. «Hola. Caro… ¿Vas al colegio o inventas una de las tuyas?» Voy, voy, ojalá tuviese un poco de imaginación. «¿Te apetece acompañarme a un sitio esta tarde? Manda OK si tienes ganas y puedes y pasaré a recogerte a las tres.»
No hay nada que hacer. Rusty siempre es así. Jamás te dice adonde va, lo descubres después. O aceptas la caja cerrada o nada.
«OK», y envío el mensaje. Desayuno de prisa, me lavo los dientes, me preparo y salgo. Ale incluso se despide de mí. Increíble. El día está empezando a cambiar, vuelvo a estar de buen humor. De todas formas, pensándolo bien, las sorpresas de Rusty James me gustan por el misterio que entrañan. Lo que no sabía era que esta vez me iba a sentir ya mayor. Una de esas sorpresas que sabes que existen, que se producirán tarde o temprano, y que, en cualquier caso, nunca estarás preparada para ellas.
En el colegio he tenido que copiar la ecuación de Clod. Pero todo ha salido a pedir de boca. Las horas sucesivas han pasado volando y ahora estoy detrás de él.
– ¿Se puede saber adónde vamos? -le grito con el casco puesto.
– Cerca.
Serpentea entre el tráfico.
Rusty James ha pasado a recogerme por casa, haciendo una llamada perdida al móvil para evitar que mi madre lo oyese. Ahora estamos zigzagueando por las calles de Roma y no logro entender adónde vamos. Veo que Rusty está sentado encima de un sobre amarillo.
– ¿No se te caerá si lo llevas así?
– No. Si eso sucede, tú te darás cuenta. Si no, ¿de qué me sirves? Además, hay un motivo…
– ¿Cuál?
– Luego te lo digo.
Después de un par de cruces más, nos detenemos. R. J. aparca la moto y coge el sobre. Yo bajo con mi habitual saltito sobre los estribos. Miro alrededor. Veo un palacete antiguo con un gigantesco portón de madera y un sinfín de placas a un lado.
– ¿Dónde estamos?
– Subo un momento. Espérame aquí.
– Pero ¿por qué no puedo ir yo también?
– Por superstición.
– ¿Qué pasa?, ¿traigo mala suerte?
– Nunca se sabe.
Y me deja allí plantada tras cruzar a toda prisa el portón. Me acerco a la hilera de placas. Hay de todo: un asesor laboral, un agente comercial, un abogado, un notario, un editor, una empresa de estudios de mercado, una agencia inmobiliaria, una modista y, por último, un letrero que destaca sobre los demás, un centro de estética que ofrece depilación incluso para hombres. ¿Adónde habrá ido? Entro en el patio y veo la escalinata y el ascensor, pero R. J. ha desaparecido. Pasados diez minutos regresa bajando de tres en tres los peldaños. Se acerca a mí y me levanta en volandas.
– ¿Y bien? ¿Cuándo me lo vas a contar? ¿Adónde has ido?
– ¡Adivina! Si no me equivoco, debes de haber leído todas las placas.
– Mmm… ¡te has depilado y no quieres decírmelo!
Rusty se levanta una de las perneras de sus vaqueros y me enseña la pantorrilla. No es que sea muy peludo, pero tampoco tiene la piel fina.
– ¡En ese caso, te has metido en un lío y has ido a hablar con un abogado!
– ¡No, no tengo antecedentes penales!
– ¡Has encargado un traje propio de un tipo serio! ¡Una americana y unos pantalones!
– Quizá uno de estos días…
– ¡Me rindo!
– Tiene que ver con lo que te he dicho antes.
– ¿Con el sobre en el que estabas sentado?
– Sí, me he sentado encima para ver si le transmitía un poco de suerte.
– ¡Ah! ¿Y qué había dentro?
– Mi libro…
– ¡Noooo! ¡Podrías habérmelo dicho!
– ¿Y qué habría cambiado? ¡Quizá luego me habrías pedido que te lo leyese! ¡En cambio, me has acompañado a entregarlo a la editorial y quizá así me traigas suerte! ¿Te apetece andar un poco? No tengo ganas de coger otra vez la moto.
– De acuerdo, a fin de cuentas, he quedado con Clod y Alis dentro de dos horas.
– Pero ¿es que vosotras no estudiáis nunca?
– ¡Por supuesto, de hecho vamos a estudiar!
– ¿A las seis de la tarde?
– ¡Claro, es la hora en que mi biorritmo está más activo! ¡Me lo ha dicho Jamiro!
– No das un paso sin él, ¿eh?
– ¡Jamás!
Reímos mientras caminamos juntos. El sol está alto en el cielo, hace un día precioso y me siento mejor, mucho mejor respecto a esta mañana. El mérito es de R.J. Es una especie de tifón que arrasa con el aburrimiento. Pasamos por delante de un escaparate. Una tienda de fotografía. Nos paramos a la vez. Detrás del cristal hay varias cámaras digitales, las más modernas, alguna que otra réflex, unos cuantos objetivos, fotos de mujeres sonrientes. Nos miramos. Es cosa de un instante. Una sonrisa consciente, un silencio que no necesita palabras. Tenemos la misma idea. El abuelo. Nuestro querido abuelo. El abuelo dulce, grande, bueno, el abuelo que añoramos, que nos hacía sentirnos seguros, o al menos, a mí. Y evoco esos días absurdos. La casa abarrotada de gente silenciosa. La abuela sentada en una silla a su lado. Y él, que parecía dormir. Me parece imposible. La muerte me parece imposible. Ni siquiera sé qué es. En ocasiones me gustaría poder olvidarlo, coger la moto e ir a su casa como solía hacer y encontrarme con una bonita sorpresa: ver al abuelo Tom sentado a su escritorio manipulando algo. Y luego su perfume. Esa loción para después del afeitado que usó durante toda la vida. No puedo pensar en eso. Sin poder remediarlo, se me humedecen los ojos. Rusty se percata.
– Venga…
– Venga, ¿qué? ¿Cómo se hace? -Sorbo por la nariz-. Lo echo de menos. Y sé que es irremediable. Además, ni siquiera puedo hablar de él con mamá, porque en seguida se echa a llorar y tengo la impresión de que sólo consigo incrementar su sufrimiento…
– Yo también lo añoro, pero pienso que no debo hablar sobre ello. No dejo de pensar en cómo debe de sentirse la abuela… y, frente a ella, creo que no tengo derecho…
– Sí. No es justo.
Realmente pienso que no es justo. ¿Cómo es posible que una persona como mi abuelo, tan bueno, tan curioso, tan vital, un abuelo joven, vaya…, nos haya dejado así? No comprendo la muerte. Te arrebata a las personas de repente. Te impide volver a hablar y reír con ellas, tocarlas y verlas. Jamás podrás oírlas de nuevo, regalarles algo o decirles eso que nunca tuviste el valor de contarles. Sí, sólo una última vez, por favor, una última vez. Me encantaría poder decirte cuánto te quiero, abuelo.
– ¿En qué piensas?
– Ni siquiera yo lo sé… En muchas cosas. -Lo miro-. ¿Piensas alguna vez en la muerte, R. J.?
– No… No mucho. -Me sonríe-. ¿Sabes? Creo que sólo la puedes aceptar como viene y ser feliz por lo que te haya podido suceder mientras tanto.
– Parece algo que has leído; hablas como un escritor.
– Bueno, es más sencillo que todo eso: es lo que siempre me decía el abuelo.
– ¿Hablabas con él de la muerte?
– No, de la vida. Me decía que si no existiese la muerte la vida no podría seguir adelante. La muerte es la forma que tiene la vida de defenderse a sí misma. En una ocasión me leyó algo precioso de un poeta que se llama Pablo Neruda.
Seguimos caminando mientras Rusty trata por todos los medios de recordar, después su voz se dulcifica:
– «Muere lentamente quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre blanco y los puntos sobre las "íes" a un remolino de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, las que convierten un bostezo en una sonrisa, las que hacen latir el corazón ante las equivocaciones y los sentimientos.»
– Es precioso…
– Sí. Y, además, es cierto Caro, los que mueren de verdad son los que no viven. Los que se reprimen porque los asusta el qué dirán. Los que hacen descuentos a la felicidad. Los que se comportan siempre de la misma forma pensando que no se puede hacer nada diferente, los que piensan que amar es como una jaula, los que nunca cometen pequeñas locuras para reírse de sí mismos o de los demás. Mueren los que no saben ni pedir ni ofrecer ayuda.
– ¿Es también de Neruda?
– No, eso es lo que pienso hoy gracias al abuelo…
Volvemos a subir a la moto y nos alejamos en medio del tráfico, de la gente, de toda esa vida. Los transeúntes caminan por las aceras, algunos hacen cola delante de un bar o de una tienda, otros esperan a que el semáforo cambie de color para cruzar la calle, algunos se ríen, otros charlan o se besan. Gente. Tanta gente. Y por un instante me siento mejor y ya no tengo ganas de llorar. Estoy serena, quizá haya madurado y, entre todas esas personas, por un momento, me parece vislumbrar al abuelo. Quizá ya no lo echo tanto de menos porque vivió y nos dejó tantas cosas que sé que no tendré tiempo de olvidarlo.
Ya está. Me siento un poco triste. Dentro de veinte días empezaremos con los exámenes escritos, después los orales, y luego nuestra clase se disolverá. Qué extraño. Todo parece tan remoto y después, de repente, plof, llega. Siempre bromeo, pero he de reconocer que los exámenes me asustan de verdad. Estoy haciendo todo lo que puedo. Hoy, sin ir más lejos, hemos estudiado en casa de Alis. Clod está encantada de cómo le van las cosas con Aldo. Nos morimos de la risa cuando nos cuenta sus historias, y se confía abiertamente para compartir con nosotras hasta el último detalle de lo que le está ocurriendo. Yo no podría. Al menos, no así. Ella está serena. Quizá se sienta más cómoda con nosotras. No lo sé. Mientras pienso en esas cosas, Alis interviene de improviso.
– Estoy saliendo con uno…
¿De verdad?
Alis ha dejado caer la bomba mientras merendamos despertando nuestra curiosidad.
– ¡Pero si no nos habías dicho nada!
– Os lo estoy diciendo ahora… Volvimos a vernos la semana pasada en casa de una de mis primas. Es de Milán, tiene veintiún años y es guapísimo…
– ¿Veintiuno? ¿No son muchos? -lo pregunto pensando en Massi, que tiene diecinueve.
Bueno, son sólo dos más, ¿qué diferencia puede haber? Aunque el mero hecho de pertenecer a la misma década te da una sensación de normalidad, de cercanía. Me siento como una estúpida por decir todas estas cosas, parezco mi madre. Bueno, con eso no quiero dar a entender que ella sea una estúpida…, ¡sólo que son ese tipo de cosas que las madres suelen decir! Esas observaciones que únicamente tienen sentido con el paso del tiempo… Qué pesada soy a veces.
– ¿Y cómo es?
Clod y su curiosidad. Alis sonríe y parece encantada con su presa.
– Bueno, pues es alto, moreno y tiene un cuerpo impresionante. Trabaja en el mundo de la moda, su padre es un famoso empresario, vende ropa italiana en el extranjero, en Japón. Lo primero que me dijo es que yo podría ser perfectamente una de las modelos de su catálogo…
– ¿En serio? ¡Qué guay!
– ¿Y luego?
– ¡Pues luego quiso verme desnuda!
– ¡No!
– Aja… -Alis asiente con la cabeza-. Estábamos en el salón de mi tía, habían servido ya la cena y los demás se habían ido al comedor, de forma que deslicé el tirante de mi vestido y lo dejé caer al suelo. Se puso colorado como un tomate, ¿sabéis?
– ¡Me lo imagino, sí!
– Miraba continuamente hacia el comedor por si venia alguien a llamarnos. Acto seguido me dijo: «Bien. Eres perfecta,…» Durante la cena no le quité ojo. Él evitaba mi mirada.
– Lo asustaste…
– ¡¿Con veintiún años?!
– Tal vez nunca había conocido a ninguna chica como tú.
– Bueno, es posible… -Alis se encoge de hombros-. La cena no duró mucho, pero incluso así al final me aburría. Le preguntó si le apetecía acompañarme…
– ¿Y él?
– Accedió. -Sonríe mirándonos a las dos-. En mi casa no había nadie… Lo invité a subir. -Se interrumpe por un momento- Nos besamos, después entramos en mi habitación e hicimos el amor…
– ¡Hala! -suelto sin querer.
Alis se vuelve de golpe hacia mí.
– ¿No te lo crees, Caro? ¿Por qué iba a inventarme algo así? ¿Piensas que quiero demostrarte algo? ¿Crees que no soy capaz de hacerlo?
– No, es decir… Sí, claro, ¿eso qué tiene que ver?… -Me siento violenta por todas sus preguntas-. Es que me parece raro…, apenas lo conoces.
– Nos vimos el verano pasado en la playa, pero nunca antes había sucedido nada. Siempre me ha gustado. Creo que me he enamorado. No dejo de pensar en él,y hablamos continuamente. Quizá sea un poco obsesiva… -Suelta una carcajada-. Ahora ha vuelto a Milán… Quiero darle una sorpresa e ir a verle. Tal vez podríais acompañarme…
Ah, por supuesto -pienso-, en avión, con el permiso de nuestros padres. A veces Alis no es consciente de la edad que tenemos.
– Sí, sí, claro…, sería genial.
Clod no parece de la misma opinión.
– Además, debe de ser superguay ir de compras por Milán, hay unas tiendas increíbles, es la capital de la moda. Cuando Paris Hilton viene a Italia, pasa en primer lugar por Milán. La cita es ineludible.
– Alis… -La miro intentando comprenderla mejor-. ¿Cómo fue?
– Bonito… Al principio me hizo daño, pero luego fue precioso. Lo único es que tuve que decirle que se pusiera un condón.
– ¡Caray! ¿Y no te dio vergüenza?
– ¿Estás de guasa? No quería acabar como Juno… Además…, yo seguro que me quedaría con el bebé. Por un lado, me encantaría pero, por el otro, eso supone un sinfín de complicaciones siendo tan joven…
– Sí, por supuesto… -le digo, si bien, con todo el dinero que tiene, me cuesta imaginar cuáles podrían ser esas complicaciones a las que alude.
La miro. No alcanzo a comprender si nos ha contado una mentira o no. Alis es capaz de todo, en serio, es imprevisible. Algunas veces no la entiendo en absoluto. La quiero mucho, es mi amiga, pero hay algo en ella que se me escapa.
– Él no llevaba condones…
– ¿Y qué?
– ¡Pues que por suerte yo tenía uno:
– ¿En serio?
– Sí.
Se dirige hacia un cajón y saca una cajita abierta. Control. De manera que es cierto.
– Los compré porque sabía que tarde o temprano iba a ocurrir… ¡Y que él no llevaría! Así que, para no arriesgarme a no poder hacerlo…, ¡preferí comprarlos yo! Ten…
Le da uno a Clod.
– Y ten… -También a mí. A continuación, nos sonríe-. Es estupendo, chicas… Para el día en que queráis… ¡Para cuando estéis listas!
Clod se lo devuelve.
– Yo ni me lo planteo antes de los dieciséis… Guárdalo tú, de lo contrario caducará.
– ¿Por qué no quieres antes de los dieciséis?
– No lo sé…, he decidido que sea así…
En realidad Clod siempre tiene miedo de las novedades. Alis me mira con descaro.
– ¿Y tú?
– Y yo…, pues te digo que gracias. -Me lo meto en el bolsillo-. No he establecido un día concreto…, sucederá cuando tenga que suceder. Sólo quiero estar segura de una cosa…
Alis me mira con curiosidad.
– ¿Segura de qué?
– Del amor, de su amor… Sobre el mío no tengo duda alguna.
Clod esboza una sonrisa.
– ¿De verdad? Me parece maravilloso lo que sientes.
– Sí. -Me ruborizo un poco. Se diría que me asusta tanta felicidad-. Disculpad, pero ahora tengo que marcharme.
– ¿Adónde? ¿A casa de Massi?
– Sí.
– Te he dado una idea, ¿eh?
– Eso es…
Sonrío y salgo de casa de Alis. Quito la cadena de la moto, me pongo el casco y arranco. Me paro junto a un contenedor. Meto una mano en el bolsillo, saco el preservativo que me ha regalado Alis y lo arrojo dentro. Vuelvo a poner la moto en marcha. No por nada. Simplemente creo que trae mala suerte llevar un condón en el bolsillo hasta que lo haces. Además, a saber cuándo ocurrirá. Pero, sobre todo, imaginaos si me olvido de esconderlo en algún sitio y mis padres me lo pillan. Me muero, vamos. Es demasiado arriesgado. De modo que, ya más aliviada, avanzo entre el tráfico. Me detengo en un semáforo y me pongo los auriculares del iPod. Lo enciendo. Al azar. Quiero ver que canción suena en primer lugar… Música. Oigo el inicio. ¡Nooo! ¡No me lo puedo creer! Vasco. «Quiero una vida temeraria…, quiero una vida llena de problemas…» Me echo a reír. Claro que, después de haber tirado un preservativo a la basura por miedo a mis padres, no puedo hacer otra cosa que reírme, ¿no? La vida es así. Unas veces parece que te tome el pelo y otras hace que te sientas importante, parece que lo haga adrede. Ni siquiera sé por qué les he mentido a Alis y a Clod. No es cierto que vaya a casa de Massi, en realidad voy a ver a la abuela, le prometí que pasaría a saludarla y no quiero faltar a mi palabra precisamente con ella. Es más, se me ha ocurrido una idea estupenda.
– ¡Hola!
– ¡Carolina! ¡Qué magnífica sorpresa! Disculpe, ¿eh?
Sandro se aleja de un anciano con el que estaba hablando y se aproxima para saludarme. Me da la mano. Siempre me da la risa cuando hace eso. Algunos días después de haber encontrado a Massi me pareció justo ir a ver a Sandro para contárselo todo. Al fin y al cabo, nos conocimos allí y, después, de una manera u otra, Sandro me ayudó a buscarlo. Desde entonces, cada vez que me ve se interesa siempre por nuestra relación.
– ¿Qué haces aquí? -Acto seguido, me mira a los ojos- Todo bien, ¿verdad?
– ¡Por supuesto! De maravilla… ¿Y tú? ¿Cómo va con esa tal Chiara, que se muestra siempre tan celosa de nuestra amistad?
– Hum, regular. -Sandro se encoge de hombros- Le pregunté si quería salir a tomar algo conmigo después del trabajo y me contestó que sí.
– Bien.
– Sí, pero luego añadió que no podía quedarse mucho rato porque su novio es muy celoso.
– Eso ya no está tan bien…
– Pero lo dijo riéndose. Daba la impresión de que quería darme a entender que está un poco harta de su relación con él.
– ¡Genial!
– Sí, pero no hay que apresurarse.
Me sonríe.
– Disculpe, ¿es éste? ¿Es éste el que habla de…?
El anciano tiene un libro en la mano. Leo desde lejos:La pequeña vendedora de prosa, de Daniel Pennac.
– No, no creo que le guste.
El señor se encoge de hombros, lo coloca de nuevo en el estante y sigue buscando. Sandro se vuelve hacia mí y alza la mirada al cielo.
– Ven, alejémonos un poco… Ese tipo es muy pesado. Coge los libros al azar, me obliga a que le cuente el argumento con todo detalle- ¡y luego casi nunca compra ninguno! ¡Bueno! -Sonríe otra vez-. ¿Qué te trae por aquí?
– Quiero regalarle un libro a mi abuela…
– Ah, sí, tu abuela Luci.
Se queda callado.
– Ya te he contado lo que sucedió.
– Sí, claro. Lo recuerdo.
– Cuando puedo me gusta ir a verla, puesto que mi madre, su única hija, trabaja todo el día…
Me mira y me sonríe con ternura, como si eso fuese algo especial. A mí, en cambio, me parece de lo más natural.
– Déjame pensar… Sí, aquí está… -Coge un libro-. Éste podría gustarle:La soledad de los números primos. Es la historia de dos personas que se quieren, pero que al final se quedan solas…
– ¡Qué triste, Sandro!…
– Sí, un poco, pero al mismo tiempo es precioso.
– Entiendo, sólo que la abuela ahora necesita sonreír.
– Tienes razón… En ese caso, te recomiendo éste,La elegancia del erizo. Es más ligero y divertido, pero igualmente bonito.
– Mmm… -Lo cojo-. ¿De qué trata?
– Es la historia de una portera muy inteligente y culta que simula ser una ignorante por miedo a despertar la antipatía de los inquilinos del edificio… Y entabla amistad con una niña…
– Mmm, éste ya me parece mejor, pese a que en su bloque no hay portero…
De repente nos interrumpe una voz:
– ¡Oh, yo creo que podría gustarle! La chica ha pensado en suicidarse justo el día de su cumpleaños, la amistad con la portera la alivia de su soledad y… -El anciano, cómicamente vestido con un traje príncipe de Gales de cuadros grises, con chaleco y pajarita, se percata de cómo lo estamos mirando tanto Sandro como yo. De repente balbucea-: Bueno…, quizá sea mejor que no cuente demasiado… En cualquier caso, a mí me gustó mucho.
Y se vuelve poco menos que molesto por nuestro silencio.
Sandro lo contempla mientras se aleja.
– Quería pegar la hebra.
– Sí, y contarme el final.
– ¡Y ni siquiera lo ha leído! Recuerdo que todo eso se lo conté yo… Está muy solo, ¿sabes? Viene aquí para charlar y a final de mes se lleva un libro, el más barato quizá, ¡puede que para demostrarme que no he gastado saliva en balde!
Lo miro. Está en un rincón apartado hurgando entre los libros. Abre alguno, lo hojea, lee algo, pero lo hace distraídamente, para disimular, porque en realidad nos observa por el rabillo del ojo, sabe que estamos hablando de él. Luego se vuelve por completo. Sonríe. En el fondo debe de ser simpático. Él y la abuela Lucí. Quién sabe, tal vez algún día podrían encontrarse y tomar un té, conversar y hacerse compañía el uno al otro. La abuela sabe infinidad de historias, podría contarle una al día hasta el final de su vida. No. Es probable que a la abuela no le apetezca hablar con ningún otro hombre. Ya habla a diario con el abuelo Tom, sólo que nosotros no podemos oírlos.
– ¡Carolina! ¡Qué bonita sorpresa!
La abuela me hace pasar, me da un beso en la mejilla y un largo abrazo, rebosante de cariño. A continuación pone las manos sobre mis hombros y me mira como si buscase algo en mí.
– No te esperaba…
No sé si creerla. Tengo la impresión de que no es verdad. Se habría puesto triste si no hubiese pasado a verla. Mucho. Exhala un suspiro de alivio y acto seguido vuelve a ser la abuela de siempre.
– ¿Cómo estás? Cada vez me pareces cambiada…
– ¿Cambiada en qué sentido, abuela?
Cierra la puerta a mis espaldas.
– Mayor. Más mujer Más mujercita, quiero decir
– ¡Es que soy una mujercita!
Me vuelvo para mirarla riendo.
– Sí, sí, ya lo sé… -Luego se muestra de nuevo curiosa-. ¿Tienes algo que contarme?
– No, abuela. -Entiendo que pretende aludir a algo-. Tranquila.
Entramos en la sala y nos sentamos frente a una mesita, a la sombra del albaricoquero.
– Están saliendo las primeras flores.
– Sí…
Las miramos, acaban de brotar y se doblan ligeras y frágiles con el primer soplo de viento. A saber qué recuerdos le traen. Veo que sus ojos se tiñen de emoción. Se cubren con unas lágrimas ligeras y opacas. Se queda ensimismada, quizá esté viajando al pasado. Esa maceta. Ese árbol. Un beso recibido en ese rincón. Un regalo. Una promesa. Permanezco en silencio en tanto que ella navega lejana, transportada por una corriente cualquiera de recuerdos. Luego vuelve en sí repentinamente. Exhala un largo suspiro Me mira de nuevo y sonríe serena. No se avergüenza de su dolor. Le sonrío a mi vez.
– ¿Te apetece tomar un té?
– ¡Sí, abuela! Un té verde, si tienes…
– Claro que tengo. Desde que sé que te gusta, nunca falta en esta casa…
Y se dirige a la cocina.
Yo permanezco sentada a la mesa de madera allí, en ese rincón, junto a los jazmines y las rosas silvestres. Recuerdo que el abuelo sacó unas fotografías preciosas de esas rosas. Cierro los ojos y huelo su delicado aroma. Me siento relajada, descanso, pese a que no tengo ningún motivo para estar cansada. Bueno, tal vez sí, puede que haya estudiado demasiado. Incluso me he saltado la clase de gimnasia. Son las últimas lecciones, aunque también es cierto que los exámenes están al caer. Permanezco absorta en mis pensamientos cuando, de repente, recuerdo algo que me contó mi madre poco después del funeral del abuelo, al regresar a casa. Se había quedado en el salón, yo no tenía sueño y me la encontré allí por casualidad, sentada en el sofá con las piernas dobladas bajo el cuerpo, igual que hago siempre yo.
Esa noche.
– Eh, ven aquí…
Me siento frente a ella en la silla.
– No, aquí, a mi lado…
Me deja un poco de sitio en el sofá y me acomodo a su lado. Me siento igual que ella. Somos dos gotas de agua separadas por un poco de tiempo.
– ¿En qué piensas, mamá?
– En algo que siempre he imaginado y que nunca ha sido posible…
Permanece en silencio con la mirada perdida más allá de la televisión, que está apagada, del sofá que está al fondo, de la alfombra gastada, del espejo antiguo.
– ¿Puedo saber de qué se trata?
Adquiere de nuevo conciencia de sí misma. Se vuelve lentamente hacia mí. Sonríe.
– Sí, faltaría más. Se quieren tanto. Mejor dicho, se querían tanto que me habría gustado que desaparecieran juntos, a la vez… Pese a que para mí habría supuesto un palo enorme.
Me acerco a ella y apoyo la cabeza sobre su hombro.
– Todavía se quieren, mamá -le digo casi en un susurro.
Me acaricia el pelo, la cara, de nuevo el pelo.
– Sí. Todavía se quieren.
La oigo llorar. Silenciosa, incapaz de contener el llanto, los sollozos, que poco a poco se hacen más fuertes. Y yo también lloro en silencio y la abrazo con todas mis fuerzas, pero no consigo articular palabra, ni siquiera imaginar algo, encontrar una frase bonita que poder decirle que no sea: «Lo siento mucho, mamá.» Y seguimos llorando así, como dos niñas de madres diferentes.
– Aquí tienes tu té.
Lo deposita tambaleándose ligeramente sobre la mesa de madera. Abro de nuevo los ojos y me los enjugo a toda prisa para que no se dé cuenta de que he vuelto a llorar.
– Estupendo… ¡No sabes cuánto me apetecía, abuela!
Lleno mi taza de agua, abro el sobrecito y meto la bolsita dentro.
– ¿No quieres probarlo?
– No, gracias. -La abuela se sienta delante de mí-. Prefiero el normal, elEnglish, y sonríe mientras lo dice, orgullosa de su pronunciación. Me encojo de hombros.
– Como quieras, abuela…
Acabo de servirme el mío y pruebo una galleta.
– ¡Abuela! Son de mantequilla…
Sonríe.
– ¡Por eso están tan ricas!
Sacudo la cabeza. No quiere ni oír hablar de mi dieta, no me ayuda para nada, al contrario.
– ¡Estarías mejor con algún kilo más!
– Sí, sí…, en lugar de ayudarme…
– Pero si yo te ayudo… ¡a estar guapa!
Cojo mi bolsa, que he dejado bajo la mesa.
– Bendita tú, que te lo crees, abuela…Toma, te he traído esto.
Apoyo sobre la mesa un paquete.
– ¿Qué es?
– Ábrelo…
La abuela deja la taza de té y coge el paquete. Empieza a desenvolverlo. Está emocionada.
– ¡Gracias!
Hace girar el libro entre las manos.Los ahogados.
– Espero que te guste. La historia la ha escrito un chico joven, pero es tan romántica…
Me mira con ojos conmovidos, casi se echa a llorar.
– Bueno, abuela… Eso es lo que me han dicho.
– Sí, claro… No te preocupes. Yo también tengo algo para ti. Espera aquí…
Permanezco allí, muerta de curiosidad, dando sorbos a mi té, que se ha enfriado ya un poco, pero que, en cualquier caso, está rico. La abuela aparece de nuevo en 1a puerta con un regalo.
– Ten, un día salimos y la vimos… Queríamos esperar a Navidad… -Se detiene.
No añade nada más. No dice: «Por desgracia ya no tiene ningún sentido esperar» o «El abuelo ya no está». Simplemente se calla. Y es como si dijese todo eso y mucho más. Intento comprenderla. Y me entran ganas de echarme a llorar. A ella también. Entonces exclamo adrede:
– ¡Qué bien, qué sorpresa! ¿Qué podrá ser?
Desenvuelvo el paquete a toda velocidad, rompo el papel en pedacitos sin dejar de reírme y, al final, después de arrugarlo, lo tiro a una papelera que hay cerca. Pero no doy en el blanco. La abuela me mira y sacude la cabeza, yo le sonrío.
– No importa… Luego lo recogeré. -Miro más atentamente la caja-. ¡Pero si es preciosa! ¡Una cámara de fotos!
– ¿Te gusta? Él decía que tenías dotes, que le gustaría mucho porque es de esas…, esas que pueden hacer muchísimas fotografías sin carrete…
– ¡Digital!
– Eso es, digital…
– Me encanta…
Abro la caja, saco la cámara y le doy vueltas entre las manos tratando de entender cómo funciona. La enciendo.
– Está cargada… Caray, es genial… -Veo el disparador en lo alto. Quiero sacarle una a la abuela-. ¡Sonríe! -Y, ¡clac!, la hago al vuelo. A un lado se lee «Autodisparo». Aprieto y empieza la cuenta atrás. Treinta. Veintinueve. Veintiocho. La coloco sobre la mesa junto a la tetera-. ¡Ven, abuela! ¡Hagámonos una juntas! -Y la arrastro hasta que quedamos delante de la cámara fotográfica, entre las rosas. Le doy un abrazo y espero en esta pose con ella, que, al final, apoya la cabeza sobre mi hombro en el preciso momento en que… ¡flash!-. ¡Ya está! ¡La hemos hecho!
Corro hacia la cámara y compruebo cómo ha salido.
– ¡Mira, abuela! ¡Estamos guapísimas! Parecemos dos modelos…
– ¡Sí, sí!
La abuela se ríe mirando la cámara. A continuación la cojo y empiezo a manipularla. Entro en el menú para averiguar cómo funciona. 430 fotografías disponibles. ¿Cómo es posible? La caja decía que tenía capacidad para 450. Pulso un botón, retrocedo y, de improviso, aparece él. El abuelo. El abuelo que sonríe. El abuelo que hace muecas. El abuelo con los brazos cruzados y después otra fantástica de los dos abrazados, una imagen preciosa, ella se ríe apoyándose en él junto al albaricoquero. Quizá fuese eso lo que pensaba antes. Recordaba ese día, esa fotografía, esa sonrisa, su felicidad. La miro. La abuela me sonríe.
– Están también nuestras fotos, ¿verdad?
Asiento con la cabeza. No consigo pronunciar palabra. Tengo un nudo en la garganta y unas enormes ganas de llorar. Uf. Pero ¿por que soy así? No puedo contenerme. La abuela me acaricia. Lo ha comprendido todo y quiere ser fuerte por mí.
– ¿Me las puedes imprimir? Si no lo consigues, no importa… No te preocupes.
Exhalo un hondo suspiro y recupero el control de mí misma.
– Por supuesto, abuela. Te las imprimiré, cuenta con ello… Gracias. Me habéis hecho un regalo precioso.
Y le doy un abrazo.
¡Unos días después!
– ¡Hola, Caro!
Me abraza y me da un beso que me deja sin aliento, que me hace saltar el corazón a la garganta, que me emociona como la primera vez que nuestras miradas se cruzaron en aquel espejo de la librería. Massí. Lleva una camiseta azul oscuro y está ya un poco moreno. Para ser sólo mitad de junio, está espectacular. Huele a mar. Sí, ese azul, su sonrisa, sus ojos, su moreno huele a mar…, a amar. Una playa de una árida isla rodeada por las olas que rompen contra las rocas, su pelo, su sonrisa y él mismo…, que me acoge.
– ¿En qué estás pensando, Caro? Tienes una cara…
– Es que dentro de poco me examino.
Miento.
– ¿En serio pensabas en eso? ¡Sonreías!
Me encojo de hombros y me hago la dura.
– Faltaría más, a mí los exámenes me dan risa…
Me coge el brazo y me levanta sin dificultad, me alza del suelo.
– Eh…, ¡espera! ¡Se me van a caer!
– ¿Qué me has traído?
– Pizzas de Mondi.
– Mmm…, qué ricas… Luego.
Me las quita de la mano, las coloca sobre la mesa de la cocina y a continuación me arrastra por el pasillo y el salón hasta su dormitorio.
– Hemos llegado…
Me tira sobre la cama, salta encima y se queda a un paso de mí. Yo me aparto para no acabar debajo de él.
– Estás como una cabra, por poco me aplastas.
– Quiero aplastarte ahora…
Lucha con mi cinturón, casi famélico, lo abre frenético. Le sujeto las manos para detenerlo.
– ¿Has cerrado la puerta, Massi?
– No…
Sonríe.
– ¿Y si vienen tus padres?
– Imposible. Se han ido a la playa, no volveré averíos hasta finales de julio…
– ¿Seguro?
– Claro que sí… Así que puedo comerte tranquilamente… ¡Ñam! Me muerde los vaqueros, entre las piernas, y casi me hace daño.
– ¡Ay!
Sigue fingiendo que es un animal.
– Soy el lobo… qué piel tan suave tienes… Me desabrocha los vaqueros, me muerde ligeramente y me chupa la piel ahí, por encima de las bragas.
– ¡Ay! ¡Me estás mordiendo!
– Sí, ¡para comerte mejor! Y emite un extraño gruñido.
– Más que un lobo pareces un cerdo…
– Sí…, soy una nueva especie de lobo cerdo… Me baja los pantalones. Me los quita a la vez que los zapatos y los calcetines, y yo me quedo así, entre sus brazos.
– Hay demasiada luz…
Se levanta a toda prisa abandonando mis piernas y baja las persianas. Penumbra.
– Así mejor, ¿no?
– Sí
Sonrío.
– Veo tus dientes blancos, preciosos… ¡Tus ojos azules, intensos!
Se desnuda, se quita toda la ropa y se tumba a mi lado. Sólo se ha dejado los calzoncillos puestos, y ahora se desprende de ellos a toda prisa. Se queda completamente desnudo. Empieza a acariciarme, su mano se adentra entre mis piernas, se pierde, yo lo abrazo con fuerza, casi me aferró a él, mientras él me procura placer, cada vez más intenso.
– Quiero hacer el amor contigo -me susurra al oído.
Me quedo callada. No sé qué decir. Tengo ganas. Tengo miedo. No sabría qué hacer. RecuerdoJuno. Me asusto. Quizá sea mejor aguardar cierto tiempo,
– Todavía es pronto… -le digo esperando que no se enfade.
Se detiene. Pasado un momento esboza una sonrisa.
– Tienes razón…
Y me toma la mano con dulzura. Me besa la palma y me la apoya sobre su barriga. Siento su vello ligero, sus abdominales ocultos. Entonces, lentamente, me deslizo hacia abajo, poco a poco, con delicadeza. Lo encuentro entre el vello más espeso. Lo cojo, lo aprieto un poco y empiezo a subir y bajar. Lo oigo jadear. Después pone su mano sobre la mía y la guía hasta llevarla un poco más arriba. Sonríe.
– Así…
Vuelvo a moverla arriba y abajo.
– Así… Más… Más rápido -me dice con voz entrecortada.
Y yo sigo haciendo lo que me dice, un poco más de prisa, cada vez más, más rápido. De repente, se pone rígido y acto seguido todo él está en mi mano, encima, sobre su barriga. A continuación sonríe, se pierde en un beso más dulce, se abandona en mis labios. Poco a poco su corazón se va ralentizando, suspira siempre más profundamente. Permanecemos abrazados en la penumbra, rodeados de este nuevo aroma, de ese ligero placer que huele a piñones, a resina, a hierba fresca. Sí…, que huele a amor.
Más tarde nos duchamos juntos, la música suena por toda la casa, somos libres y adultos.
– Ten…
Me pasa un albornoz fresco, perfumado, de color rosa muy pálido, y yo me pierdo entre sus mangas largas mientras me miro al espejo.
Tengo el pelo mojado y los ojos brillantes de felicidad. El aparece de improviso y me abraza.
– Es de mi madre…
– ¿No se enfadará?
– No tiene por qué saberlo.
Cierro los ojos y me abandono en su abrazo, echo la cabeza hacia atrás, la apoyo sobre su hombro y siento su mejilla suave, su perfume, su boca entreabierta que me besa fugazmente, que respira a mi lado, que me hace sonreír. Abro los ojos y lo miro. Nuestras miradas en ese espejo, como entonces, como la primera vez. Emocionada, en silencio, sigo escrutándolo. Las palabras se detienen en el confín de mi corazón, acaban de salir de puntillas, para no hacer ruido; tímidas, les gustaría gritar: «Te quiero.» Pero no lo consigo.
Volvemos a la cama. Tengo las piernas abiertas. Acaricio lentamente su pelo rizado. Blanda, abandonada, noto cómo se mueve su lengua. Sus ojos divertidos y astutos asoman por debajo, lo veo sonreír disimuladamente mientras sigue haciéndome gozar sin detenerse. Es más, insiste. Más a fondo, con brío, con rabia, con deseo: lo siento, secuestrada, abandonada, conquistada… y al final grito. Después, exhausta…, respiro entrecortadamente. Poco a poco me voy recuperando. Mi respiración se normaliza. Le acaricio el pelo. Después sube y se coloca a mi lado. Me besa, sonríe y yo con él, ebria de placer. En cualquier lugar, entre nosotros, entre las sábanas, entre nuestros besos, en el aire. Cómo me gustaría tener el valor suficiente para hacer el amor.
– Espera un momento, vuelvo en seguida.
– Sí…
Sonrío mientras lo veo salir de su habitación, de nuestra habitación. Desnudo. Descalzo. Libre de todo y de todos. Sólo mío. Me giro sobre el albornoz abierto. Aprieto la almohada. La abrazo con fuerza y en un instante naufrago en un dulce duermevela. Floto ligera. Cierro los ojos. Los vuelvo a abrir. Extasiada de los ruidos lejanos, delicada y soñadora, recordando les instantes que acabo de vivir, me quedo dormida.
«Plin, plin.»
Abro los ojos. Un sonido repentino. Miro alrededor. Despierta y lúcida, extrañamente atenta
«Plin, plin.»
De nuevo. Ahí está, ahora lo veo. Está sobre la mesa. Debe de haberle llegado un mensaje. Me levanto sigilosamente. Doy dos pasos de puntillas y en un instante estoy delante de su móvil. En la parte derecha de la pantalla centellea un sobrecito. El mensaje que acaba de recibir. Me quedo parada, inmóvil, suspendida en el tiempo, mientras el sobrecito sigue parpadeando. ¿Quién le habrá mandado un mensaje? ¿Un amigo? ¿Sus padres? ¿Una chica? ¿Otra chica? Esta última idea casi hace que me desmaye. Se me encoge el estómago, el corazón, la cabeza. Todo. Me siento enloquecer. Otra. Otra chica. Miro hacia la puerta, después el móvil. No lo resisto más, voy a perder el juicio. Basta, no puedo contenerme. Cojo el móvil, lo sujeto entre las manos mientras lo miro fijamente. Después nada volverá a ser como antes, quizá se acabe para siempre, será imposible recuperar. Tal vez sea mejor no saber, dejarlo estar, no abrir el sobrecito, no leer ese mensaje. Pero no puedo. La duda me carcomería: «Ah, si lo hubiese abierto…»
A fin de cuentas ya estoy aquí, ¿para qué echarme atrás? Pero ¿y si no fuese nada? En ese caso juro que si no hay escrito nada comprometedor, si se trata de un amigo, de sus padres o de algo parecido, jamás volveré a leer sus mensajes. De manera que, envalentonada con esta última y desesperada promesa, abro el mensaje: «Todo OK. ¡Jugamos a las 20 en el club de fútbol! Camiseta azul oscuro.»
¡Camiseta azul oscuro! ¡Nunca había leído algo que me hiciese tan feliz! ¡Camiseta azul oscuro!
Borro el mensaje para que no se dé cuenta de que lo he leído, coloco el móvil sobre la mesa y vuelvo a meterme en la cama de un salto.
– Caro… -Massi entra con una bandeja-. ¡Pensaba que te habías dormido!
– Un poco… -Le sonrío-. Luego me he despertado…
Me observa con curiosidad. Recorre el dormitorio con la mirada. Luego, tranquilo, se encoge de hombros y deja la bandeja sobre la cama.
– A ver, he traído tus fantásticas pizzas… ¡Me he comido ya alguna! Mmm, están deliciosas… Y, además, te he preparado té… ¿Te gusta de melocotón?
Sonrío.
– Sí, está muy bueno.
– Sé que te gusta el té verde, pero se ha acabado.
Se acuerda incluso de las cosas que me gustan. No me lo puedo creer. Es perfecto. Lo acaricio. Apoya su mejilla sobre mi mano, casi la aprisiona contra el cuello. A continuación cojo una pizza y le doy un mordisco.
– Mmm…, la verdad es que están para chuparse los dedos.
Lo miro sonriente y le meto en la boca el trozo que ha sobrado. Lo mastica, sonríe y nos damos un beso. Un beso de tomate. Nos reímos al notar ese sabor. Me dejo caer sobre la almohada y él se echa encima de mí. Me besa con pasión. Luego se incorpora y me mira a los ojos. Sonríe. Da la impresión de que quiere decirme algo, pero permanece en silencio.
A mí también me gustaría decir algo: «Massi…, ¡has de saber que jugaréis con la camiseta azul oscuro!»
Pero no puedo. Me descubriría. De forma que lo estrecho entre mis brazos y me siento enormemente feliz de haber leído ese mensaje. Juro que jamás volveré a abrir uno, ¡lo juro, lo juro, lo juro! A menos que me lo pida él, claro está.
– ¿Qué te pasa, Caro, por qué sonríes así?
Pobre, no tiene ni idea, claro.
– Pensaba que ésta es la tarde más bonita de mi vida.
– ¿En serio?
Me mira entornando un poco los ojos, como si no acabase de fiarse de mí.
– Por supuesto, te lo juro.
– No sé por qué, pero siempre tengo la impresión de que me estás contando alguna mentira…
– Ya te lo he dicho… Siempre te digo la verdad…, ¡salvo en contadas excepciones!
Y, más contenta que unas pascuas, doy un bocado a la pizza que Massi estaba a punto de comerse.
He ido montones de veces a su casa durante el mes de junio. De vez en cuando le llevo bocadillos, pastelitos, croquetas, incluso calzones… Todas las cosas ricas que se pueden comer en Roma.
Hemos contemplado el atardecer desde la ventana de su habitación. Me he aprendido de memoria cada centímetro de su maravillosa espalda, y si fuese capaz de dibujar me bastaría cerrar los ojos para verlo frente a mí y copiarlo en una hoja de papel hasta en los más mínimos detalles: sus manos, sus dedos, su boca, su nariz, sus ojos, tan guapo como sólo yo consigo verlo, yo, que conozco su respiración, que lo he sentido quedarse dormido entre mis brazos y despertarse al cabo de un rato con una sonrisa en los labios.
– ¿Eh? ¿Quién es…?
– Chsss…
Y mimarlo como al más dulce de los niños. Y oírlo reír mientras me muerde el pezón y simula que mama, él, que de nuevo se queda dormido, sereno, respirando todo mi amor.
Durante los días que hemos pasado en su casa de vez en cuando ha recibido algún mensaje, pero yo, tal y como me prometí a mí misma, no los he leído.
Bueno, no es cierto. Los he leído todos. Cada vez que llegaba uno lo leía si estaba sola, y en cada ocasión al principio el corazón me daba un vuelco, y después sonreía.
El último mensaje fue el que acabó de convencerme: «¿Por qué has dejado de venir a los entrenamientos? ¿Te has enamorado?»
Sí, después de leerlo he sonreído y he tomado mi decisión.
Haré el amor con él, y por ese motivo me siento la chica más feliz de este mundo.
Julio
¿Héctor o Aquiles? Aquiles.
¿El patoDonald o Mickey Mouse? Mickey Mouse.
¿Luz u oscuridad? Depende del momento.
¿De qué color son las paredes de tu habitación? Azul claro.
¿Qué has colgado en las paredes de tu habitación? El póster del concierto de Biagio en Venecia, pese a que mi madre no sabe que fui; el calendario con las fotografías que hizo el abuelo; el póster de Finley y de Tokio Hotel, y un marco grande con mis fotos.
¿Bajo la cama? Espero que no haya un monstruo.
¿Qué te gustaría ser de mayor? Mayor.
Julio. Mes de playa. Circulamos arriba y abajo con los coches como locas. A Alis y a Clod les pirra la playa.
Por suerte, los exámenes nos han ido bien a las tres.
Si pienso en lo preocupada que estaba, por ejemplo, por las redacciones… Al final los títulos eran: «Escribe una carta, un artículo o una página de diario describiendo los años que has pasado en el colegio y las expectativas que tienes para el futuro», «Habla de un problema de actualidad que te parezca urgente resolver», «Escribe un informe sobre un tema que hayas estudiado y que te haya interesado particularmente». Elegí el primero, e hice bien. ¡Me pusieron un sobresaliente! Jamás había recibido uno durante el año en las redacciones; vamos a ver, siempre estuve por encima del suficiente y en una ocasión me pusieron un bien, pero sobresaliente jamás. En matemáticas tuvimos que resolver un problema sobre un prisma cuadrangular regular que tenia superpuesta una pirámide, además de resolver varios cálculos de áreas y de perímetros y, por último, cuatro ecuaciones. Además, las traducciones, de inglés y el test de comprensión. También el examen oral del final me salió bien, en realidad sólo me preguntaron sobre la tesina.
¡El profe Leone nos felicitó a las tres!
– Muy bien, chicas, la verdad es que no me lo esperaba…
Nos miramos. Al terminar el tercer año de secundaria tienes la impresión de haber puesto punto final a una etapa de tu vida, como si hubiese concluido un ciclo, y luego te marchas así, sin más.
– ¡Adiós, profe!
Alis y Clod están charlando alegremente. A mí me resulta difícil pensar en otra cosa distinta de cómo será mi vida a partir de ahora.
Caminan delante de mí. Las miro y sonrío. Clod, con sus pantalones anchos algo bajos de cintura, el pelo recogido como suele tener por costumbre, la mochila que le pesa sobre los hombros y agitando las manos para ayudarse en su explicación.
– ¿Lo has entendido, Alis? ¿No estás de acuerdo conmigo? Es importante…, fundamental…
Fundamental. ¡Menuda palabra! A saber de qué estarán hablando. Alis sacude la cabeza risueña.
– No, yo no lo veo así…
Faltaría más. Alis y sus convicciones. Alis siempre rebelde, revolucionaria a más no poder. Alis y su pelo suelto, siempre con algo de marca y ropa nueva.
Les doy alcance y las abrazo por detrás. Alis está a mi izquierda, Clod a mi derecha.
– Venga, no riñáis, siempre estáis discutiendo.
Las estrecho.
– Es que tenemos una visión distinta de las cosas…
Clod exhala un suspiro.
– Lo tuyo no es una visión, es el mundo a tu manera…
Y como si pretendiese consolarse, saca unos caramelos de chocolate Toffee del bolsillo de sus pantalones y empieza a desenvolverlos.
Nada, no dan su brazo a torcer. Intento distraerlas.
– ¿Os dais cuenta de que hemos terminado el colegio? Quiero decir que hemos acabado un período de nuestras vidas…, quizá no volvamos a vernos…
Alis se suelta de mi abrazo y se para delante de mí.
– Eso no lo digas ni en broma… Nosotras seguiremos viéndonos siempre. No debe haber ni escuela, ni chico ni nada que pueda separarnos.
– Sí, sí…
Me asusta cuando se comporta de ese modo.
– No. -Me mira intensamente a los ojos-. Júramelo.
Exhalo un suspiro y acto seguido sonrío.
– Te lo juro.
Alis baja un poco los hombros, parece más tranquila. Luego mira a Clod.
– Tú también.
– Ah, menos mal… Me habría molestado si no me lo hubieses preguntado también a mí. Te lo juro por Snoopy.
– De eso nada. Así no vale. «Te lo juro por Snoopy» es una pijada, y además ya está algo pasado…
Alis le arrebata el paquete de caramelos de las manos y echa a correr riéndose.
– ¡No! ¡Te arrepentirás de haber hecho eso!
Clod la persigue para recuperarlo.
– «Te lo juro por Snoopy» es un juramento perfecto.
Alis sube a su coche y se encierra dentro.
– Venga, devuélvemelos…
Alis saca un par, los desenvuelve y se los mete rápidamente en la boca. A continuación baja la ventanilla y le da los que sobran.
– Eh, el sábado quedamos en mi casa de campo. He mandado que preparasen la piscina. Será divertido, vendrán todos.
– ¿Todos, quiénes?
– Todos…, todos los que cuentan… ¡Y quienes vosotras queráis!
Arranca como suele hacer ella, acelerando y haciendo chirriar las ruedas. Un coche que aparece por el otro lado tiene que frenar en seco y le toca el claxon para protestar por su repentina salida.
– ¡He sacado un notable, mamá!
– ¡Muy bien! ¡Fantástico! Me alegro mucho por ti.
Me abraza, me estruja, me besuquea. Y no me molesta como me sucede en otras ocasiones. Estoy muy feliz.
– ¿Has oído, Darío? ¿Has visto qué bien le ha ido a Carolina?
Llega papá de la otra habitación con elCorriere dello Sport en las manos. Sonríe. Lo justo. Él es así. Jamás un derroche de efusiones.
– Bueno, en ese caso, podrás pasar unas vacaciones tranquilas… No como tu hermana Alessandra.
Alza un poco el tono para que mi hermana lo oiga desde su habitación. Acto seguido, se va.
Mi madre sonríe arqueando las cejas.
– Ha suspendido dos: este verano tendrá que estudiar. Deberá llevarse los libros a cuestas. ¿Y tus amigas? ¿Cómo les ha ido a ellas?
– ¡Oh, bien! -Me siento a la mesa-, Clod ha sacado un suficiente…
– Bueno, no es como para echar las campanas al vuelo…
– Le da igual, lo que importa es que ha aprobado. Alis, en cambio, ha sacado sobresaliente.
– ¡Faltaría más, si se habrá pasado el curso haciéndoles la pelota a los profesores!
– ¡Pero qué dices, mamá! Siempre la miras con malos ojos, incluso cuando hace algo bueno…
– Esa chica no me gusta. No me gusta su familia. Su madre nunca está en casa, su padre sólo llama para las fiestas…
– ¿Y eso qué tiene que ver con sus notas? Si ella ha sabido responder correctamente y los exámenes le han ido bien, ¿por qué no debería sacar un sobresaliente?
– Bueno, supongo que me molesta que le haya ido mejor que a ti…
– Ah, en ese caso… -me acerco a la pila, donde está lavando la ensalada para la cena-, me parece bien.
Y la abrazo. Sonríe mientras me pego a su espalda.
– Nadie puede superar a mi hija…
– Pero, mamá, si soy una nulidad en matemáticas…
– Ya mejorarás… Estoy segura de que mejorarás, ¿no?
Se vuelve hacia mí y me pellizca las mejillas con las manos mojadas.
– ¡Mamá, que me estás mojando!
Me aparto de ella y me encamino hacia la puerta, pero antes de salir me paro y le dedico una sonrisa preciosa, la más bonita que he esbozado en mi vida.
– El sábado celebramos una fiesta de fin de curso en Sutri, puedo ir, ¿verdad?
Mi madre se vuelve, irritada.
– ¡Me he enterado esta mañana, te lo juro!
– Sí, sí…, te lo juro por Snoopy.
¡Caramba, también ella conoce la frasecita! Me encamino radiante hacia mi habitación, contenta porque esa respuesta es propia de ella, sí.
– ¡Holaaa!
– Eh, Caro, no te esperaba…
Rusty James me sonríe al verme subir a la pasarela de su barcaza.
– He venido para darte una sorpresa.
– Bien… -lo dice en un tono extraño.
Luego oigo ruidos en la cocina y de repente aparece ella.
– ¡Debbie! Qué bien, no sabía que estabas aquí…
– ¡Hola! -Debbie coloca una bandeja sobre la mesa. Me precipito hacia ella y la abrazo.
– Cuánto tiempo hacía que no te veía… Te ha crecido mucho el pelo, y estás morena…
– Tú también estás muy guapa, Caro.
Rusty James abre los brazos,
– ¿Por qué no os dais los teléfonos? ¡Parecéis dos viejas amigas que no se han visto en mucho tiempo!
Debbie y yo nos miramos sonrientes.
– Pues sí…, tienes razón. Iré a coger un vaso para ti.
Desaparece en la cocina.
Veo que Rusty James lleva un sobre en la mano.
– Muy bien, R. J., me alegro por ti…
– ¿Por qué? -No quiere confiarse.
Sonrío y me siento a su lado.
– Me alegro y punto… Ya sabes lo bien que me cae.
Cuando estoy a punto de añadir algo, vuelve Debbie.
– ¿Quieres el té helado al limón o al melocotón?
– Lo que haya…
– He traído de las dos clases.
– En ese caso, melocotón.
– Bien, veo que todos tenemos los mismos gustos…
Debbie sirve el té en los vasos. Cojo el mío y lo levanto.
– ¡Brindemos porque me han puesto un notable!
– ¡Eso es fantástico, me alegro por ti!
Debbie hace chocar su vaso con el mío mientras R. J. silba.
– Uff…, menos mal, creía que te habían suspendido.
– Estúpido…
– Bueno, que los debías repetir. ¿Acaso te diferencias en algo de Ale?
– ¡En todo! Y también de ti…
– Sí, es cierto -responde, serio-. Nosotros dos somos muy distintos.
– ¡No! ¡Ni hablar! -Me abalanzo sobre él con todas mis fuerzas-. ¡Yo quiero parecerme en todo a ti!
– ¡Ay, Caro! -Me empuja a otro sillón-. Mira que Debbie es muy celosa, ¿eh?
– ¿Yo? -Debbie da un sorbo a su té-. De eso nada… Yo creo que lo estás haciendo adrede… Abre de una vez esa carta…
Rusty James coge la carta que llevaba antes en la mano. La mira, le da vueltas, le echa un vistazo a contraluz. Debbie se impacienta.
– Ábrela, venga… Lleva haciendo eso desde esta mañana.
– Pero ¿qué es?
Rusty James me mira.
– Es una carta de una editorial. Deben de haber leído mi novela.
– ¿Y te escriben?
– Sí, para decirme si les ha gustado o no,
– ¿Quieres que la abra yo?
– No. Quiero disfrutar del momento en que lo haga. Ya está. -Mira el reloj-. Son las siete y cuarto, el atardecer es maravilloso y me acompañan dos mujeres preciosas.
Le sonrío.
– Y un magnífico té al melocotón…
– Exacto.
A continuación se decide. Exhala un hondo suspiro y la abre con decisión, poco menos que desgarrando el papel. Saca el folio, lo desdobla, lo aplana y empieza a leer.
Debbie y yo nos quedamos inmóviles, casi sin aliento, preocupadas de que algo, incluso el más mínimo movimiento, pueda estropear una decisión que de todos modos ya está escrita en esa hoja de papel.
Rusty James dobla el folio. Nos mira y abre los brazos.
– Bueno… No ha salido bien. Lástima… -Se levanta-. En fin, voy a coger algo de la nevera.
Me levanto del sillón y lo sigo por un momento.
– No te preocupes, habrá otras oportunidades. Algún día llegará la buena… La has mandado a más sitios, ¿verdad?
– Sí, claro…
– ¡Pues eso!
– Sí, tienes razón…
Lo dejo que vaya a la cocina y regreso al lado de Debbie.
– Lástima…, me sabe mal que se lo tome así…
Cojo el folio y empiezo a leer mientras Debbie dice: «Apreciado señor Bolla: Sentimos comunicarle que su novela no se ajusta a nuestra línea editorial…»
Bajo la hoja.
– ¡Sí, es exactamente lo que pone! Pero ¿cómo sabías…?
Debbie abre un cajón cercano.
– Mira…
Está lleno de cartas de otras editoriales. Me aproximo a él. Elijo una al azar. Después otra.
– Ya ha recibido otras… nueve, y todas dicen más o menos lo mismo…
Leo la carta con más detenimiento. En la parte de arriba figura el título de su novela.
– Como el cielo al atardecer, Al final la ha titulado así… Es bonito.
– Sí, a mí también me gusta mucho.
– Estoy segura de que tarde o temprano la leerá alguien capaz de apreciarla y será todo un éxito.
Rusty James regresa en ese momento de la cocina.
– Tened, he traído unas fresas…
Pone delante de nosotras un cuenco lleno de fruta con un poco de helado de vainilla.
– Te he oído, ¿sabes? Es una pena…
– ¿A qué te refieres?
– Que todavía tengas catorce años… i Si fueras mayor, te contrataría como agente!
– Para eso ya tienes a Debbie…
– Ella no me vale, no es objetiva. Se deja influenciar demasiado. -Rusty James la abraza con fuerza-. Cuando alguien rechaza el libro en lugar de exponer los aspectos positivos de lo que he escrito, les tiraría el té a la cabeza… ¡Me amas demasiado!
Y la besa en los labios. Debbie se agita entre sus brazos y se echa a reír,
– Sobre una cosa tienes razón.
– ¿Me amas demasiado?
– ¡Le tiraría el té a la cabeza!
– Ah, qué malvada…
Debbie se desembaraza de él, se escabulle por debajo de sus brazos. Echa a correr y se inicia entonces una persecución.
– Verás cuando te coja…
– No, no, socorro… ¡Socorro!
Debbie no deja de reírse mientras pasa rozando los sofás, se esconde detrás de una columna y al final se para utilizando un sillón como parapeto. Hace amago de moverse hacia la derecha, luego a la izquierda y después de nuevo a la derecha. Rusty James se abalanza sobre ella, prueba a cogerla, pero ella se echa hacia atrás y él tropieza, va a parar sobre el sillón y lo hace caer.
– ¡Ay! Como te pille…
Prueba a atraparla desde el suelo, a aferrar su pierna desde abajo, pero ella salta, alza ambas piernas y echa de nuevo a correr.
Rusty James se levanta y empieza otra vez a perseguirla.
– ¡No! ¡Socorro! ¡Socorro!
Acaban en el dormitorio. Se oye un batacazo.
– ¡Ay! ¡Ay, me estás haciendo daño!
Después reina el silencio. Sólo se oye una risa ahogada.
– Venga…
Alguna voz a lo lejos, ligeramente sofocada.
– Quieto, que tu hermana está ahí afuera.
– Sí, pero ya se marcha.
Desde el salón puedo oírlos perfectamente y no tengo ninguna duda al respecto. Alzo la voz para que me oigan:
– Adiós, me voy…
– ¿Lo ves? Eres un idiota…
– Adiós, Caro… ¡Eres la mejor!
– ¿Por qué? -le grito al salir.
– ¡Por el examen!
– Ah, pensaba que lo decías porque me voy.
Oigo que se ríen. Subo a la moto, la arranco y me pongo el casco. Parto así, envuelta en el leve aroma de unas flores amarillas y del maravilloso atardecer que se ha quedado encajado en el arco de un puente lejano.
«Me amas demasiado.» Acto seguido, sus risas. La fuga. La caída. Y ahora estarán haciendo el amor. Sonrío. «Me amas demasiado.»
Una vez superado el miedo inicial debe de ser precioso.
Massi… ¿Y yo? Yo todavía no he logrado decirte que te amo. «Te amo, te amo, te amo.» Pruebo todas las entonaciones posibles mientras circulo con la moto por la pista para bicicletas. Como si fuera una actriz. «Te amo.» Seria. «Te amo.» Alegre. «Te amo.» Pasional. «Te amo.» Despreocupada. «Te amo.» Canción napolitana. «Te amo.» Umberto Tozzi. «Te amo.» Culebrón venezolano. «Te amooooo.» Una chalada que grita.
Dos chicos que corren en dirección contraria se vuelven riéndose. Uno de los dos es más rápido que el otro.
– ¡Y yo a tiií!
Y se alejan sin dejar de reírse.
Ahora estoy lista y mucho más serena.
Cuando entramos en su espléndido jardín la música suena a todo volumen. Todos bailan junto a la piscina, algunos en traje de baño, otros vestidos, en tanto que el disc-jockey, subido a una plataforma que han colocado en lo alto de un árbol, alza una mano al cielo, con los auriculares medio caídos en el cuello, y la otra mano contra la oreja, escuchando un tema que está a punto de cambiar. ¡Ahí va! Please, don't stop the music.
– ¡Ésta es genial! ¡Me encanta! Aparca ahí, Massi, hay un sitio libre.
Massi sigue mis indicaciones y detiene su Cinquecento azul petróleo con la bandera inglesa en la explanada del parking.
– Vamos.
Me apeo del coche y tiro de él,
– ¡Espera al menos a que lo cierre!
– ¡Qué más da! Aquí nadie te lo robará.
De modo que echamos a correr en dirección a la gran pista que ocupa el centro del prado de la magnífica casa que Alis tiene en Sutri.
– ¡Aquí están, por fin han llegado!
Varias personas nos salen al encuentro.
– ¡Holaaa! Os presento a Massi.
– Hola, Virginia.
– Hola, nosotros ya nos conocemos, soy Clod, la amiga de Caro.
– Por supuesto, te recuerdo. Y él es Aldo, tu novio…
Lo miro orgullosa. Massi se acuerda de todo.
– Y ella es Alis, la homenajeada.
Se sonríen.
– Sí, pero tú y yo también nos hemos visto ya.
– Sí, en el cine.
– Eso es. ¡Pero yo no soy la homenajeada! ¡La fiesta es para todos! Vamos a bailar, Caro…
Alis me arrastra hasta el centro de la pista. Clod se une a nosotras y nos divertimos a más no poder, bailando al unísono, siguiendo el ritmo, saltando y cambiando de movimientos a la perfección, sí, porque somos las amigas perfectas.
– ¡Este sitio es fabuloso!
– ¡Precioso! -grito para que me oigan a pesar de la música.
– ¿Te gusta?
– ¡Muchísimo! ¡No recordaba que fuese tan bonito!
– No hace mucho que construimos la piscina y que compramos los caballos. Mira.
Me doy media vuelta. A mis espaldas, Gibbo corre a toda velocidad y se tira en bomba a la piscina salpicando a todo el mundo.
– ¡Nooo! Pero ¿has invitado también a los profes!
El profe Leone y la Boi se encuentran en el borde de la piscina mirándose la ropa, que Gibbo les acaba de empapar.
– ¡Faltaría más, nos han aprobado a todos! ¡Era justo que también ellos recibiesen un premio!
En ese momento, del otro lado de la piscina, llega la bomba Filo, que acaba dejándolos como sopas.
– Bueno, ¡justo premio, justo castigo!
– Sólo falta que ahora se tire también Clod, ¡entonces la ducha sería completa!
– ¡Imbéciles!
Y seguimos bailando como locas, empujándonos y riéndonos divertidas, mientras por el rabillo del ojo veo que Massi está bebiendo algo con Aldo, hablando de sus cosas.
Pasan las horas. EscuchamosFango de Jovanotti y después Candy Shop de Madonna, además de Caparezza y Gianna Nannini, La luna está ya alta en el cielo. Muchos están bañándose en la piscina de agua caliente. Hasta el profe Leone y la profe Bellini se han metido en el agua y están disfrutando de lo lindo. El profe está jugando a waterpolo y de vez en cuando algún alumno lo agarra y le hace una ahogadilla con la excusa de que lo marca.
– Perdona, Aldo, ¿has visto a Massi?
– ¿A quién?
– A Massi, mi novio.
– Ah, Massimiliano. Antes hemos estado hablando un rato, pero luego se ha ido en esa dirección.
Miro a donde me señala. En un rincón, Filo y Gibbo están charlando con Clod. Me aproximo a ellos.
– Eh, ¿no te has bañado?
– No.
– ¿Tú tampoco, Clod?
– No puedo…
Pone una cara extraña al decirlo, como si pretendiese subrayar algún tipo de imposibilidad femenina Creo que lo único que le ocurre es que le da vergüenza desvestirse. Como prefiera, no insisto.
– Oye, ¿has visto a Massi por casualidad?
Clod me sonríe.
– Por supuesto…, está ahí.
Y se vuelve hacia el gran árbol. Justo debajo, en los bancos que lo rodean, hay unos cuantos chicos y chicas que fuman y se pasan una cerveza. Unos están sentados, otros en pie. En el banco central veo a Massi con Alis. Él está en pie, bebiendo una cerveza, y ella está sentada sobre el respaldo del banco, con los pies sobre el asiento. Se ríe. Escucha lo que le está contando él y se ríe. Está atenta a lo que dice, divertida, colada. ¿Colada? ¡De eso nada!
Pero ¿qué me ocurre? ¿Estoy celosa de mi amiga? Quiero decir que nos ha invitado a su casa, es nuestra anfitriona, y en lugar de alegrarme de que charle con todo el mundo, incluso con mi novio, ahora me siento mal. No es posible. Clod pasa por mi lado.
– ¿Lo ves o no?
– Sí, sí…, ya lo veo. Menos mal.
Filo y Gibbo se ríen.
– ¿Cómo que «menos mal»? ¿Pensabas que lo habías perdido?
– No es un crío…
– ¡Supongo que puede encontrar solo el camino de vuelta a casa! -Qué simpáticos que sois… ¿Me acompañas, Clod? Tengo hambre.
– Por supuesto.
Nos acercamos a las mesas donde está la comida y pido que me preparen un plato.
– Sí, de ésa, gracias…, la pasta. El camarero la señala. -¿Ésta? ¿Pastaalla checca?
– ¿Qué?
– Con tomate y mozzarella.
– Sí, perfecto.
Como no podía ser de otro modo, Clod interviene. -¿Me prepara uno a mí también?
– Por supuesto.
Al cabo de unos segundos nos pasa los platos. Cogemos unos tenedores y unas servilletas y nos acomodamos allí cerca.
– Mmm, está muy rica.
– Riquísima.
– Me habría extrañado que no hubieses estado de acuerdo.
– Está buena de verdad, en su punto.
Miro bajo el gran árbol. Massi sigue allí. Ahora él también está sentado sobre el respaldo del banco y se ha acercado a Alis para seguir charlando.
– ¿Qué pasa? ¿Te molesta?
Me vuelvo hacia Clod.
– ¿A qué te refieres?
Da un bocado a su pasta y a continuación me señala con el tenedor ya vacío a Massi y a Alis.
– A ellos.
Los miro una vez más y acto seguido yo también me pongo a comer.
– No, para nada, sólo los miraba.
– ¿Y se puede saber qué mirabas?
– Lo que se dicen. Pienso qué hubiera pasado si Massi hubiese conocido a Alis en lugar de a mí…
– ¿Y eso no te molesta?
– No. Ella habla con él porque es mi novio. -Luego me vuelvo risueña-, Y seguirá siéndolo.
Continuó comiendo tranquila.
Justo en ese momento Edoardo, el novio de Alis, se aproxima al banco bajo el gran árbol. Se planta delante de ambos y empieza a discutir con ella. Clod se da cuenta.
– Caro… Mira…
Me vuelvo y veo la escena. Massi se levanta del banco y se aleja.
Clod sacude la cabeza.
– El novio de Alis no ha podido soportarlo más… No es como tú.
Sigo comiendo sin mirarla.
– Porque es un tipo inseguro.
Engullo el último bocado y dejo el plato a un lado.
– Jamás hay que demostrar inseguridad… ¿Vienes a bañarte?
– Pero si ya te he dicho que no puedo.
– ¿Qué consejo acabo de darte? Nunca hay que manifestar inseguridad.
Clod reflexiona por unos segundos y acto seguido esboza una sonrisa.
– Cojo una toalla y voy en seguida.
Jugamos un partido de waterpolo.
– ¡Lánzala, lánzala!
Recibo la pelota y trato de marcar. ¡Nada! El profe Leone la para y pasa al ataque. Seguimos jugando durante un rato más.
– ¡Vamos, Clod, tíramela!
Me pasa la pelota. Massi intenta detenerme pero consigo evitarlo y marco.
– ¡Gol!
Un poco más tarde, a la luz de la luna llena. Montamos unos elegantes caballos que se mueven entre la hierba alta. Uno guía el paseo.
– Por aquí, seguidme…
Cabalgo detrás de Massi, nos hemos cambiado el traje de baño. Siento su piel y la del caballo. Lo abrazo y siento que me gustaría ser una salvaje. Ahora. Tocarlo así, desde atrás, en la oscuridad del pinar. Pero no puedo. Lo abrazo y lo beso en la espalda, calentándolo con mi aliento. Se vuelve y me sonríe.
– Eh -me susurra-, me entran escalofríos si haces eso.
– Quiero que sientas escalofríos… -Lo beso de nuevo.
Él se rebela. Me río y sigo besándolo. Alis pasa por nuestro lado. Nos mira y después se aleja. Detrás de ella va su novio. Montan dos caballos diferentes. Él no nos mira. Estrecho a Massi entre mis brazos. Él echa la cabeza hacia atrás, ahora está más cerca de mí. Vislumbro su boca.
– ¿Has sentido celos antes, mientras hablaba con Alis?
Permanezco con la cabeza apoyada.
– ¿Debería haberlos sentido?
– Sí, pero sin motivo alguno…
– Entonces, no, no he sentido celos.
El caballo sigue avanzando con nosotros dos a lomos de él bajo la luna grande, en el silencio del pinar, entre otros caballeros que, como nosotros, cabalgan en la oscuridad. Massi me acaricia una pierna.
– Mejor así.
Sonrío y finalmente me siento preparada.
– ¿Massi?
– ¿Sí?
– Te amo.
Y lo estrecho entre mis brazos. Y siento que sonríe y que echa un brazo hacia atrás para apretarme contra su espalda, para hacerme sentir considerada, querida… y feliz. Después se vuelve hacia mí, risueño.
– Idem…
¡No! ¡No me lo puedo creer! ¡Me lo ha dicho como Patríck Swayze enGhost! La historia más bonita de este mundo. No sé cuántas veces he llorado viendo esa película. Sólo que yo quiero ser feliz con él. Soy feliz. Y lo abrazo con más fuerza, repitiendo para mis adentros: «Te amo, te amo, te am…», mientras nos perdemos en medio de la noche.
De modo que aquí estoy.
Esta mañana.
Todo lo que os he contado sucedió durante el año que acaba de pasar. Y soy feliz. Y a veces resulta verdaderamente difícil reconocerlo.
Voy en moto con las flores entre las piernas, protegiéndolas para que su aroma no se pierda en el viento. Escucho música con mi iPod. Solo per te, de Negramaro. Es preciosa. Conduzco lentamente entre el tráfico fluido de esta fresca mañana de julio. Es 18. Un día que me resulta simpático, quizá porque, de alguna forma, señala la madurez. Y hoy me siento dulcemente inmadura.
Me he comprado un vestido nuevo que, dado lo fino que es, veo revolotear entre mis piernas. Siempre he pensado que hay que ponerse cosas nuevas cuando se trata de un día especial. Un acontecimiento, un examen o una fiesta, Y hoy están sucediendo todas esas cosas a la vez.
¡Sólo espero que no me suspendan!
Llego a casa de Massi. Aparco la Vespa, pongo el candado, porque no sé cuánto durará este día… y, como una tonta, me echo a reír, me ruborizo por haber pensado eso, A continuación me siento en un banco que hay allí cerca. Apoyo sobre él las flores, la bolsa con el capuchino en la botella, los cruasanes y los periódicos. Permanezco un rato así, ligeramente adormecida, feliz y ensimismada, dejándome acariciar por el sol. Nada. No logro estarme quieta. Siento un gran desasosiego. En fin, sonrío una vez más, es normal sentirse algo nerviosa, emocionada. Todo lo que no se conoce se desea con cierto temor. Ésta me gusta. La frase le va como anillo al dedo a la situación. Quizá ya la haya dicho alguien, pero prefiero pensar que la he inventado yo.
Abro el bolso y la anoto en mi agenda. A continuación cojo el móvil. Lo llamo. Nada. Está apagado. Sonrío. Es cierto. Se habrá acostado tarde. Miro el reloj. Son las 10.20. Me dijo que no lo llamase antes de las once. En estas cosas es muy preciso. En otras, no, pero en lo tocante a dormir, no atiende a razones.
Saco del bolso un espejito redondo. Lo abro y me miro en él. Compruebo si el ligero maquillaje que me he puesto se me ha corrido; a fin de cuentas, llevo dando vueltas por la calle desde las ocho de la mañana. Y mientras me miro al espejo me parece oír a lo lejos que su portón se abre. Lo reconozco porque chirría un poco. Cierro el espejito y miro en esa dirección.
La plaza está vacía. Hay algunos coches aparcados, pero en ese momento no circula ninguno. La única persona que veo es un quiosquero que se encuentra a cierta distancia y que está ordenando los periódicos. Eso es todo.
Me acomodo mejor en el banco, me yergo y miro más a lo lejos. Me ha dado la impresión de oír un golpe en el portón. Me tapa un coche que hay justo delante de mí. Puede que me haya equivocado. Pero mientras lo pienso lo veo: Massi. Aparece delante del portón y abre la verja como si se dispusiera a salir. En cambio, se detiene, gira lentamente la cabeza a la derecha y acto seguido sonríe. Espera a que alguien salga. Está tranquilo, sereno y feliz. ¿Será un vecino del edificio? ¿Un amigo? ¿De quién más podría tratarse? Y en un instante mi corazón empieza a latir a toda velocidad, cada vez más fuerte. Respiro entrecortadamente. Tengo miedo, debo marcharme, quiero marcharme… No, lo que tengo que hacer es quedarme. Me parece un sueño, no es posible. Massi está ahí, completamente despierto. Y mantiene la verja abierta con una sonrisa en los labios. ¿A quién va dirigida? Pese a que apenas pasan unos segundos, la espera se me hace interminable, a decir poco, una eternidad. Luego aparece ella. Camina con parsimonia. Alis. Se detiene al lado de él, junto a la verja.
Le sonríe. Se atusa el pelo como le he visto hacer mil veces y, lentamente, inclina la cabeza y se aproxima a él, poco a poco, cada vez más. A mí me gustaría gritarle que se detuviera, decirle algo. Pero permanezco muda, soy incapaz de articular palabra. Sólo logro mirar. Al final, veo que se besan,
Y yo me siento morir. Siento que me desmayo. Que desaparezco. Que me disuelvo en el viento. Permanezco así, muda, con la boca abierta y el corazón despedazado. Aniquilada, Es como si el cielo se hubiese teñido de negro de repente, el sol hubiera desaparecido, los árboles hubiesen perdido sus hojas y alguien hubiera pintado los edificios de gris. Oscuridad. Oscuridad absoluta.
Como puedo, trato de recuperar el aliento. En vano. Me falta el aire, No logro respirar. Me siento desfallecer, la cabeza me da vueltas, se me empaña la vista. Apoyo las manos en el banco, a mi lado, para sentirme sobre tierra firme.
Todavía viva.
Por desgracia encuentro la fuerza para mirar de nuevo hacia ellos. Veo que ella le sonríe. Que se marcha agitando la melena, alegre, como la he visto mil veces, pero en compañía de Clod o mía. En mil fiestas, ocasiones, excursiones, en el colegio o en la calle. Nosotras, sólo nosotras, siempre nosotras, las tres amigas del alma.
Alis sube a su microcoche. ¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta de nada antes? Me habría bastado eso para entender, para marcharme, para evitar esa escena, ese beso, ese dolor inmenso que jamás podré olvidar Sin embargo, hay ocasiones en que no ves. No ves las cosas que tienes delante cuando lo único que buscas es la felicidad. Una felicidad que te ofusca, que te distrae, una felicidad que te absorbe como una esponja. No las ves. Sólo ves lo que quieres ver, lo que necesitas, lo que te sirve, Y me quedo sentada en ese banco como si fuese una estatua, una de esas que hacen de vez en cuando para recordar algo. Sí. Mi primera auténtica desilusión, la mayor de todas.
Veo que Alis se marcha con el mismo coche con el que me ha acompañado a casa mil veces, en cuyo interior hemos compartido mil veladas y paseos por la playa, de un lado a otro de la ciudad, riéndonos, bromeando, charlando de nuestras cosas, de nuestros amores…
Nuestros amores.
Nuestra promesa.
Nuestro juramento.
Nada nos separará nunca…
Jura que no nos separaremos jamás.
Miro hacia el portón. Massi ya no está allí. Ha vuelto a entrar. Y entonces, casi sin saber cómo, como una autómata, echo a andar. Dejo los periódicos sobre el banco, junto al capuchino y los cruasanes. No se me ocurre dárselos a un mendigo, a alguien que pueda tener hambre, auténtica necesidad.
Hoy no.
Hoy no quiero ser buena.
Y me alejo así, abandonando las flores celestes en el suelo. Parecen casi esos ramos que se dejan sobre el asfalto en memoria de alguien tras una muerte causada por un dramático accidente, quizá por culpa de la distracción de otra persona. No. Ésas están ahí por mí.
Por mi muerte. Por culpa de Alis. Y de Massi. Y mientras camino recuerdo sus besos, aquella vez en la playa, las carreras sobre la arena, detrás de él, en la moto, abrazada a su cuerpo al atardecer, con la mirada feliz y perdida en las remotas olas del mar y en su amor. Y rompo a llorar. En silencio. Siento que las lágrimas se deslizan por mis mejillas, lentas, inexorables, una detrás de otra, sin que yo pueda hacer nada para detenerlas. Resbalan dejando líneas negras sobre el maquillaje que cubre mi cara, expresando mi dolor. Me las enjugo con el dorso de la mano y sollozo sin dejar de caminar. No consigo detener el pecho, que sube y baja ruidoso, distraído, impreciso, desahogando todo el dolor que experimento. Enorme. Inmenso. No es posible. No me lo puedo creer. De improviso oigo sonar el móvil. Me enjugo las lágrimas y lo saco del bolso. Veo su nombre en la pantalla: Massi. Miro el reloj. Las once. Qué cabrón, por eso no quería que lo despertara antes.
Lo dejo sonar, lo pongo en modo silencio. Luego, cuando la llamada se interrumpe, lo apago. Por ahora. Mañana. Por un mes. Para siempre. Cambiaré de número. Pero eso no cambiará mi dolor. No borrará sus caras. Esa sonrisa, esa espera, el beso que acabo de presenciar. Sigo caminando. Quizá fuese durante la noche de su fiesta, cuando estuvieron hablando en el banco, bajo el árbol grande. Debieron de intercambiarse los teléfonos en ese momento. Luego debieron llamarse. Siento una rabia repentina. Mi respiración se acelera de nuevo, Demasiado. Siento unas terribles punzadas en el estómago. Pero no consigo detenerme. Imagino, pienso, razono, me hago daño, Se habrán visto antes, varios días, en otra parte, y más tarde lo habrán decidido. Pero ¿quién habrá dado el primer paso? ¿Quién habrá dicho la primera palabra, quién habrá hecho la primera alusión, quién habrá dado el primer beso, la primera caricia? Qué importa, eso cambia muy poco. Mejor dicho, no cambia nada. ¿Tiene sentido saber cuál es el más inocente de dos culpables?
Pero, aun así, no dejo de desgarrarme, de destruirme, de aniquilarme, de sufrir y de sentir unas inmensas ganas de gritar. De estar quieta. De tumbarme en el suelo. De escapar. De no volver a hablar. De correr. De cualquier cosa que pueda liberarme de esta presión que me ahoga. ¿Quién habrá dicho «Nos vemos en tu casa por la mañana, a primera hora» o, peor aún, anoche? Sí, anoche. Habrán dormido juntos. Y al pensar en eso siento que me mareo. Se me empaña la vista, noto un extraño hormigueo en la cabeza, tengo la impresión de tener los oídos tapados con algodón. Poco falta para que me caiga al suelo. Me apoyo en un poste cercano y permanezco así, sintiendo que el mundo gira a la vez que mi cabeza en tanto que las lágrimas, por desgracia, se han acabado ya.
– Caro… -Oigo una voz. Me vuelvo. Un Mercedes azul claro, uno de esos antiguos, frena delante de mí, todo abierto, nuevo, precioso. Sonrío sin comprender-, ¿Qué ocurre? ¿Qué te pasa? -Veo que se apea-. ¿Qué te sucede, Caro?
Es Rusty James. Se acerca a mí corriendo, me coge de inmediato, antes de que me desplome. Sonrío entre sus brazos.
– Nada… Que apenas he dormido… Estoy un poco mareada. Debo de haber comido algo que me ha sentado mal…
– Chsss. -Me tapa la boca con una mano-. Chsss, tranquila…
Y me sonríe. Y yo lo abrazo con todas mis fuerzas.
– Oh, Rusty James…, ¿por qué?
Y me echo a llorar sobre su hombro.
– Vamos, Caro, no te preocupes… Sea lo que sea, lo resolveremos.
Me ayuda a subir al coche, a sentarme, me levanta las piernas y cierra la puerta. A continuación sube a mi lado y arranca. Me mira de vez en cuando. Está preocupado, lo sé, lo siento. Luego intenta distraerme,
– Te estaba buscando, ¿sabes? Quería enseñarte el regalo que acabo de hacerme. ¿Te gusta?
Asiento con la cabeza sin pronunciar palabra. Trata de evitar que piense, lo sé…, lo conozco. Sólo que no lo consigo. Sigue mirándome mientras habla e intenta sonreír, pero sé que está sufriendo por mí,
– ¡Han aceptadoComo el cielo al atardecer! ¡Tenías razón! De modo que he decidido celebrarlo y te estaba buscando porque quería compartir este momento contigo.
Por un instante me gustaría alegrarme por él, como se merece en este momento, pero me resulta imposible. No lo logro. Perdóname, Rusty. Apoyo una mano sobre la suya.
– Disculpa…
Me sonríe y cierra los ojos lentamente como si pretendiese decir: «No te preocupes, sé de sobra lo que es. No digas nada, yo también he pasado por eso.»
Y a saber qué otras muchas cosas más hay en esa mirada.
– ¿Adonde quieres ir? -se limita a decirme, en cambio.
– A ver el mar…
De forma que cambia de marcha, acelera un poco, conduce tranquilo y yo siento que el viento me acaricia el pelo. Apoyo la cabeza en el asiento y me dejo transportar así. No tardamos en dejar la ciudad a nuestras espaldas. Me pongo las gafas grandes de sol y Rusty enciende la radio para escuchar un poco de música. Cierro los ojos. Cuando los vuelvo a abrir, ha pasado algo de tiempo. Sé que el mar está delante de mí. En calma. Unas olas pequeñas rompen en la orilla, las dunas de arena se alternan con un poco de verde aquí y allá. Respiro profundamente y huelo el aroma de los pinos, del mar y del sol sobre el asfalto que nos rodea, Leo un cartel, estamos en las dunas de Sabaudia.
En la playa hay una pareja. Él corre arrastrando una cometa. Ella está parada con las manos en las caderas, mirándolo. Él corre sin cesar. Pero, dado que apenas hay viento, la cometa traza lentamente una parábola y a continuación cae en picado y acaba clavándose en la arena. Ella se echa a reír y él le da alcance a duras penas, derrotado por esa inútil tentativa de vuelo. Ella se ríe aún más y se mofa de él. Entonces él la abraza y la aferra tirando de ella. Ella forcejea un poco, pero al final se besan. Se besan así, frente al mar, en esa playa libre y vacía, intemporal, con el infinito azul del cielo, con el sol en lo alto y con ese horizonte lejano donde el mar y el cielo se confunden. Y yo me echo a llorar de nuevo. Las lágrimas se detienen en el borde inferior de la montura de mis gafas, de manera que las levanto para dejarlas salir. Y suelto una carcajada. Me rio. Lo miro. No se ha dado cuenta. Después se vuelve hacia mí y me acaricia el brazo, me sonríe, pero no me dice nada. Así que me inclino y me apoyo en él. Me rodea los hombros con su brazo. Me abraza y, de repente, me siento un poco más serena y dejo de llorar. Claro que sí. Mañana será otro día. Me siento realmente estúpida. Me entran ganas de echarme a reír de nuevo. Estoy muy cansada. Me río y después vuelvo a llorar, sorbo por la nariz y él esta vez se da cuenta y me estrecha un poco más entre sus brazos. Cierro los ojos. Lo siento, pero no lo consigo. Me da un poco de vergüenza. Pero la verdad es que estaba muy enamorada. Estoy muy enamorada. Exhalo un prolongado suspiro. Abro los ojos. Ahora el sol se encuentra justo delante de nosotros. Algunas gaviotas sobrevuelan el mar. Rozan levemente el agua y se elevan de nuevo hacia el cielo.
Tengo que conseguirlo. Ya añoro el amor. Y me siento sola, terriblemente sola. Pero volveré a ser feliz algún día, ¿verdad? Quizá necesite algo de tiempo. Da igual, no tengo prisa. Entonces sonrío y miro a Rusty James, que, a su vez, me mira y me sonríe también. Exhalo un hondo suspiro y noto que voy recuperando la seguridad.
Sí, lo lograré. Porque, a fin de cuentas, sólo tengo catorce años, ¿no?