Capítulo 11

La mujer moderna actual, dado que a la mayoría de los caballeros les gusta el juego, debería aprovechar o buscar oportunidad para lanzar una apuesta a su caballero con una recompensa para el ganador… recompensa que no será nunca dinero. No, un beso es sin duda un premio mucho más seductor. De ese modo, no solo ganan las dos partes, sino que el beso podría llevar a recompensas incluso aún más interesantes.


Guía femenina para la consecución

de la felicidad personal y la satisfacción íntima.

Charles Brightmore.


Después de releer por última vez la nota que había escrito, y satisfecha al comprobar que la había reproducido al pie de la letra, Victoria dejó la pluma sobre la mesa y alzó los ojos para descubrir sobre ella la intensa mirada de Nathan.

– He terminado -dijo, odiando el jadeante tono que su voz no supo ocultar. Deslizó el papel vitela hacia Nathan, quien alargó la mano e hizo girar la página para poder leerla.

– ¿Cuan exacto te parece que es? -preguntó, escudriñando las palabras.

– Estoy segura de que es un duplicado exacto. Anoche leí el original docenas de veces, examinando atentamente cada frase. Pude memorizar las palabras porque su empleo me resultó… inusual. Forzado. De no haber sabido que la carta era de mi padre, jamás habría podido creerlo. A menudo le ayudaba a responder su correspondencia social, y jamás he leído nada semejante a esa carta. -Frunció el ceño-. Y el contenido era muy extraño. A pesar de que papá no tiene el menor interés en el arte, no para de hablar de un cuadro. Si me das otra hoja de papel vitela intentaré duplicar para ti el dibujo que aparecía bosquejado en el extremo inferior de la nota.

Nathan levantó bruscamente la cabeza.

– ¿Un dibujo?

– Sí. Supuestamente se trata de una reproducción del cuadro sobre el que escribe. A juzgar por su boceto, el cuadro resulta absolutamente espantoso.

– ¿Por qué no me lo habías dicho hasta ahora?

– Porque no me lo habías preguntado.

Mascullando algo entre dientes que sonó escasamente halagador, Nathan abrió uno de los cajones del escritorio y a continuación empujó hacia ella una nueva hoja de papel vitela.

– Gracias -dijo Victoria remilgadamente, tras lo cual se puso manos a la obra.

Media hora más tarde, y después de mucha reflexión, concentración y trabajo duro, volvió a empujar el papel vitela por encima de la mesa hacia él.

– Aquí está.

Nathan giró la hoja y la miró, ceñudo.

– ¿Qué demonios se supone que es esto?

– Supongo que es el paisaje que él creía que quizá te interesaba adquirir, aunque lo cierto es que no alcanzo a imaginar por qué ibas tú a querer un cuadro tan horrible que consiste simplemente en un montón de garabatos desordenados.

Nathan alzó los ojos y la inmovilizó con la mirada.

– ¿Era exactamente así? ¿El mismo tamaño, el mismo número de garabatos, todos de idéntica longitud?

– Es lo más parecido a lo que recuerdo. Me temo que no soy buena pintora.

– Por decirlo de algún modo, si me permites el comentario.

Victoria le lanzó una penetrante mirada.

– Aunque fuera el mismísimo DaVinci, me temo que no presté tanta atención al dibujo como al contenido de la carta. ¿Reconoces el cuadro?

– No, aunque no es de sorprender. Sin duda lo que tu padre dibujó, bajo la apariencia de un cuadro, era un mapa que presumiblemente señalaría la ubicación de las joyas.

– ¿En serio? -Una sensación de excitación la recorrió de la cabeza a los pies-. ¿Lo supones simplemente porque los mapas ocultos son la clase de cosas que emplean los espías, o lo sabes con certeza?

– Los mapas ocultos son nuestra especialidad, por su puesto -dijo Nathan con tono seco-, pero lo sé a ciencia cierta a partir de lo que he podido descifrar de la carta de tu padre.

Ella se inclinó sobre el escritorio.

– ¿Has descifrado la nota? ¿Tan rápido? ¿Cómo lo has conseguido? ¿Me enseñarás cómo lo has hecho? ¿Qué dice?

Los labios de Nathan se contrajeron ante semejante batería de preguntas.

– Sí, la he descifrado. Y lo he hecho tan deprisa no solo porque la descodificación era mi punto fuerte, sino porque además soy de una brillantez insobrepasable.

– Hum. Siento decirte que la palabra «insobrepasable» no existe, doctor Brillante.

Nathan desestimó el comentario con un gesto de la mano.

– Pues debería existir. En cuanto a enseñarte cómo lo he hecho, me temo que no va a ser posible, porque el Manual Oficial del Espía señala claramente que un espía no puede, bajo ningún concepto, por muy engatusado, torturado o besado que sea, revelar ninguno de los códigos empleados por la Corona.

– ¿Engatusado, torturado o besado?

Nathan dejó escapar un profundo suspiro.

– Todo ello forma parte de nuestra línea de actuación, te lo aseguro. En cuanto a lo que decía la nota… -Su voz se apagó y su expresión se tornó sobria.

– ¿Qué pasa? -preguntó Victoria al tiempo que una sensación de temor le recorría la espalda.

Por respuesta, Nathan empujó hacia ella una hoja de papel vitela.

– Aquí tienes el mensaje descodificado. Victoria tiró de la nota hacia ella y leyó las palabras pulcramente escritas.


Finalmente localizado Baylor. Los franceses le han encontrado primero, estaba casi muerto. Dio información inesperada sobre las joyas. Esa misma noche fui víctima de un intento de ataque. Creo que este conato está relacionado con otro caso. Estoy bien, pero quiero que Victoria se mantenga lejos de mí por su seguridad. Te la encomiendo. No permitas que se marche hasta que recibas indicaciones al respecto. Este es el mapa bosquejado por Baylor. Según dijo, una formación rocosa en tu propiedad indicaba la ubicación de las joyas. Encuentra las joyas, házmelas llegar y limpiaremos tu nombre de toda sospecha. Ve con cuidado, y cuida de mi hija.


El corazón de Victoria palpitó en lentos y dolorosos latidos y levantó los ojos hacia él.

– ¿Sabes si mi padre está realmente ileso? -preguntó, orgullosa al reparar en la firmeza de su voz.

Nathan la observó durante unos segundos antes de responder.

– ¿Realmente? No. Asegura estar bien, y conozco a tu padre, Victoria. De todos los hombres que conozco es sin iluda el que cuenta con más recursos. Con los años ha logrado abortar varios ataques pergeñados contra él.

Victoria llegó a sentir que la sangre se le retiraba del rostro.

– Si lo que pretendes es tranquilizarme sobre su seguridad, no me parece que sea este el modo más acertado.

– Estoy siendo sincero contigo. Tu padre sabe cuidar de sí mismo. Dado que en la nota no indica que esté herido, estoy seguro de que no lo está.

– ¿Cómo sé yo que es esto exactamente lo que mi padre codificó en la nota? ¿Que no has pasado nada por alto?

La mirada de Nathan pareció atravesarla.

– No tienes forma de saberlo. Si sigues empeñada en ayudarme, supongo que simplemente tendrás que confiar en mí.

¿Confiar en él? ¿En un espía? ¿Un hombre que se ganaba la vida contando elaboradas mentiras? ¿Un hombre que sin duda estaba buscando el modo de encontrar su valija de joyas sin ella? ¿Un hombre que podía afectar adversamente su auto control con una simple mirada? ¿Que se había mostrado capaz de aprovecharse del hecho de poder estar a solas con ella? Estaría loca si decidía confiar en él. Aun así… había en Nathan algo que le inspiraba confianza y fe. Y, en cuanto al hecho de estar a solas con ella, lo cierto es que su conciencia le exigía reconocer que se había aprovechado de la situación tanto como él. Y, al parecer, su padre consideraba a Nathan un hombre digno de confianza. De lo contrario jamás la habría deja do a su cuidado.

La intensa mirada de Nathan la sofocó y bajó la mirada hacia la nota.

– ¿Cómo diantre has descifrado este mensaje a partir de la carta de papá?

– Ya te lo he dicho: soy de una brillantez insobrepasable.

– Querrás decir que nada sobrepasa a tu brillantez.

– Exactamente, gracias.

– ¿Quién es el tal Baylor?

– Un hombre a sueldo, y lo cierto es que no le preocupaba demasiado quién le contratara… si nosotros o los franceses. Jugaba en ambos bandos y daba su información al mejor pagador. Era uno de los hombres más habilidosos y con menos escrúpulos con los que me haya podido encontrar en mi vida. Cuando dejé de prestar mis servicios a la Corona, Baylor era buscado tanto por los franceses como por los ingleses.

– ¿Cómo consiguió información sobre las joyas? ¿Podría haber estado implicado en su desaparición?

Nathan se encogió de hombros.

– Es posible. Aunque Baylor era como una rata, ocultándose entre las grietas, descubriendo datos y vendiéndolos después a las partes interesadas. Quizá diera con la información accidentalmente e intentara venderla cuando tu padre lo encontró.

Victoria miró el dibujo que ella misma había hecho.

– No se parece a ningún mapa que haya visto.

– ¿No puedes recordar nada más?

Victoria negó despacio con la cabeza.

– No. Creía que era un cuadro de briznas de hierba, aunque según la nota descifrada, es una formación rocosa.

– Sí, pero ¿cuál? Hay docenas de ellas en esta finca.

– ¿Por dónde empezamos entonces?

– Dibujaré un mapa cuadriculado de la propiedad y registraremos zona por zona. Y no te permito que hables de esto. Con nadie.

Victoria arqueó las cejas al oír el tono perentorio empleado por Nathan.

– ¿Ni con tu hermano ni con lord Alwyck?

– Con nadie.

– Pero ¿por qué? Ya están al corriente de la existencia de la nota. Y saben que también yo sé de su existencia.

– Porque así lo ha pedido tu padre. -Señaló dos palabras escritas en el extremo inferior de la nota-. «Ve con cuidado» era un código secreto entre tu padre y yo. Significa que no debe hablarse del asunto con nadie. -Su mirada se clavó en la de ella-. Desafortunadamente, y dado el estado de las circunstancias, tú ya estás al corriente, algo con lo que tu padre no estaría en absoluto complacido, estoy seguro. Ni que decir tiene que también estoy seguro de que no le haría ninguna ilusión enterarse de que desde tu llegada a Cornwall has incurrido al secuestro y al chantaje.

– ¡Jamás he hecho nada semejante!

– ¿Ah, no? ¿Y cómo llamarías al hecho de retener mi carta como rehén y exigirme que aceptara tu ayuda antes de acceder a devolvérmela?

Victoria alzó el mentón.

– De no haberlo hecho, habría vuelto a verme relegada a un rincón con una indulgente caricia en la cabeza. Como mujer moderna que soy, me niego a que se me siga tratando así.

– Unas palabras colmadas de valor, sin duda. Sin embargo, quizá desees no haberlas pronunciado cuando regreses a Londres. Dudo mucho que a tus potenciales prometidos les haga la menor gracia oírlas. De hecho, apuesto a que la perspectiva de tomar por esposa a una mujer moderna les aparte de la cacería.

Negándose a morder el anzuelo, Victoria preguntó:

– ¿Por qué supones que papá exige mantener el asunto en secreto, incluso ante tu hermano y lord Alwyck?

Una curiosa expresión asomó al rostro de Nathan.

– No tengo la menor idea de lo que puede tener en mente, Quizá sospeche de que alguien de esta zona, incluido mi hermano o Gordon, o quizá ambos, estuvieron de algún modo implicados en la desaparición de las joyas.

Victoria le miró fijamente.

– ¿De verdad crees que estuvieron implicados?

– No. -La palabra surgió abruptamente, y Nathan se mesó los cabellos-. No -repitió, esta vez empleando un tono más suave-, aunque lo que realmente importa es que no debo hablar de esto con nadie, de modo que ahora debes prometerme que tampoco tú lo harás.

– ¿Y si lord Sutton o lord Alwyck me lo preguntan específicamente?

– Hum. Sí, eso podría representar un problema. Será mejor que evites su compañía en lo posible. Una lástima, sobretodo teniendo en cuenta que ambos parecen encantados contigo.

Victoria no supo decir si Nathan hablaba en broma o en serio.

– ¿Evitar la compañía de dos hombres apuestos y buenos partidos, sobre todo cuando ambos, como bien dices, parecen encantados conmigo? Debo confesar que la idea no me entusiasma lo más mínimo. Y, aunque me entusiasmara, dado que soy una invitada en casa de tu familia y que lord Alwyck es a todas luces un visitante frecuente, no veo cómo podría evitar los completamente.

– Pues si te preguntan, cambia de tema -dijo Nathan con tono irascible-. Finge tener jaqueca. O un vahído. Llévate la mano a la frente y pide con voz débil que te traigan tus sales.

Qué hombre tan insufrible. Oh, a pesar de ser indudablemente atractivo y muy versado en el arte del beso, resultaba del todo insufrible. Antes de que Victoria pudiera informarle de que no era mujer con tendencia a sufrir jaquecas ni vahídos, oyeron voces que llegaban desde el pasillo.

– Cuento con tu palabra de que no mencionarás nada de esto, Victoria. -La voz de Nathan era una orden grave y profunda.

– Muy bien. Da mis labios por sellados.

La mirada de él descendió entonces hasta la boca de Victoria.

– Eso sería un desperdicio imperdonable -murmuró con voz tan queda que Victoria ni siquiera estuvo segura de haberle oído pronunciar esas palabras. Antes de poder decidirse, Nathan recogió los papeles y los retiró del escritorio. Segundos después una sonriente tía Delia apareció a toda vela por la entrada de la biblioteca, seguida por el padre de Nathan.

– No puedo creer que el duque dijera tan escandalosa…

Las animadas palabras de tía Delia quedaron bruscamente interrumpidas cuando la señora vio a Nathan y a Victoria.

– Aquí estabais -dijo, dirigiéndose directamente hacia el escritorio-. Traigo espléndidas noticias.

Eso explicaría la pátina rosácea que teñía sus mejillas, el brillo de sus ojos y su amplia sonrisa. No había nada que hiciera tanto las delicias de la señora como revelar buenas noticias.

– Mientras lord Rutledge y yo regresábamos de nuestro pequeño paseo por el jardín, nos hemos encontrado con lord Alwyck, que volvía a su finca -dijo tía Delia-. Nos ha invitado a todos a cenar esta noche a Alwyck Hall. ¿No es maravilloso? Tienes que ponerte tu vestido aguamarina, Victoria. Debes hacer lo posible por estar espléndida, y ese color te sienta exquisitamente. -Se volvió a mirar a Nathan-. Debería ver lo bien que le sienta el color aguamarina, doctor Oliver. Es un espectáculo digno de contemplarse.

El calor encendió las mejillas de Victoria. Dios del cielo, ¿qué diantre estaba diciendo tía Delia?

– Contaré las horas -dijo Nathan solemnemente-, aunque estoy seguro de que a lady Victoria todos los colores le sientan bien. Como a usted, lady Delia.

Un sonido que solo pudo ser descrito como una risilla infantil provino de tía Delia y Victoria miró a su tía, perpleja.

– Oh, gracias, doctor Oliver.

El padre de Nathan se aclaró la garganta.

– Hablando de ropa… -Arqueó una ceja desaprobatoria al ver la ausencia de chaqueta y de pañuelo en el atuendo Nathan.

Nathan retiró su silla y se levantó.

– Si me disculpan, tengo cierta correspondencia que…

– Y también un pañuelo -entonó su padre.

– … que atender. Les veré esta noche. -Tras ejecutar una leve reverencia, se dirigió a grandes zancadas hacia la puerta con los papeles vitela doblados en una mano.

«¿Esta noche?» Victoria le vio marcharse con la carta y el mapa y se preguntó qué planearía hacer Nathan exactamente hasta entonces.


Después de cenar, Nathan se instaló en el salón de Gordon e intentó concentrarse en el tablero de ajedrez con incrustaciones que estaba colocado entre su padre y él, aunque su atención no lograba apartarse de aquello que lo había atraído durante toda la interminable velada.

Victoria.

La tortura había dado comienzo hacía tres horas y diecisiete minutos… en cuanto la había visto bajar la escalera hacia el vestíbulo donde él estaba, solo, esperando a que el resto del grupo se reuniera allí para trasladarse a la finca de Gordon. Con un vestido de muselina de color aguamarina claro de mangas cortas y ablusadas y un escote bajo y cuadrado, sus brillantes rizos recogidos con una cinta y dispuestos en un favorecedor moño griego, Victoria descendía despacio y elegantemente la escalera como deslizándose sobre el aire, como una arrebatadora ninfa marina de un cuadro de Boticelli. Era precisamente lo que su tía había anunciado. Un espectáculo digno de contemplarse.

Las miradas de ambos se encontraron, y Victoria vaciló en la escalera con una mano enguantada agarrada con elegancia de la barandilla de roble mientras se llevaba la otra mano al estomago, como en un intento por calmar un repentino estremecimiento. ¿Era esa sensación similar a la desconcertante emoción que el estómago de Nathan había sufrido al verla?

A pesar de que él jamás se había considerado un hombre extravagante, habría jurado que en ese instante algo pasó entre los dos. Algo cálido e íntimo, y desde luego por su parte rebosante de un deseo que no era capaz de explicar ni de negar.

La vio inspirar despacio y hondo al tiempo que fijaba la mirada en el delicado hueco perfilado en la base del cuello de Victoria, que pareció pronunciarse cuando ella inspiró… ese pequeño fragmento de piel vulnerable que, como bien sabía, era al tacto como una muestra de terciopelo y estaba impregnado con el leve aroma de las rosas. Victoria parpadeó varias veces, rompiendo el hechizo que parecía haberles embrujado.

Reemprendió entonces el descenso, pero cuando todavía no había dado dos pasos, Colin habló suavemente a la espalda de Nathan.

– Exquisita, ¿verdad?

Nathan se obligó a mantener una postura despreocupada, pero no se molestó en volver la cabeza. No tenía el menor deseo de ver la cruda admiración que, como sabía, debía de ser más que evidente en la mirada de Colin. Y se negó a dar a su hermano la oportunidad de ver el anhelo que, según sospechaba, todavía asomaba a sus ojos.

– Exquisita -murmuró, manifestando así su acuerdo, pues era inútil negar una obviedad semejante.

– Lástima que tenga esos pretendientes en Londres -susurró Colin-. Naturalmente, yo no permitiría que eso supusiera ningún obstáculo.

Nathan se volvió al oír aquello. Colin tenía la mirada fija en lo alto de la escalera y en su rostro había una expresión de absorta fascinación.

– ¿Un obstáculo para qué? -preguntó Nathan con los dientes apretados.

– Para ir tras lo que deseo. -Apartó los ojos de Victoria y clavó la mirada en Nathan-. Y asegurarme de que lo consigo. -Dicho eso, rodeó a Nathan y se dirigió al pie de la escalera. Y tendiéndole la mano a Victoria, que a punto estaba ya de llegar al último escalón, le dijo-: Lady Victoria, esta usted preciosa.

La noche no había tenido un comienzo prometedor.

La tortura había continuado luego durante el trayecto tu carruaje hacia la finca de Gordon. Victoria iba sentada entre su tía y Colin, mientras que Nathan y su padre habían ocupado los asientos situados delante del trío. Colin se pasó el viaje entreteniendo al grupo con una historia a la que Nathan no había prestado la menor atención, con excepción de que al parecer era bastante graciosa, a juzgar por las risas que provocaba. No, estaba demasiado ocupado intentando, sin éxito, evitar reparar en las sonrisas que Victoria dispensaba a Colin. Su risa melódica provocada por algún comentario de su hermano. La forma en que la pierna de Colin se pegaba contra la de ella en los íntimos confines del carruaje. El modo en que el hombro de su hermano rozaba el de Victoria con cada bache del camino.

A Nathan el estómago se le había encogido presa de una desagradable sensación que tan solo podía llamarse por el nombre que la definía: celos. Hacía tiempo que no experimentaba esa emoción, y no le alegró notar que en ese momento serpenteaba por él. Y lo que más le desagradó era que fuera su hermano quien le inspirara aquellos sentimientos de envidia. Aunque no podía negar que Colin y él habían competido a veces durante la infancia y la adolescencia, como acostumbraba pasar entre hermanos, raras eran las ocasiones en que lo habían hecho por algo que no fuera una carrera a caballo o una partida de backgammon, pues los interesa de ambos eran muy distintos. Jamás habían competido por ganarse el favor de una mujer, ya que los gustos de los dos diferían también enormemente en ese ámbito. Colin siempre había preferido a las mujeres aristocráticas, mientras que los gustos de Nathan se decantaban más por mujeres que no se daban aires de damas de alta sociedad. Le atraían mujeres cuyos intereses iban más allá de la moda, los chismes y el tiempo. Lo cierto es que siempre había preferido pasar la noche con una feúcha marisabidilla que perder el tiempo hablando de naderías con la mujer más hermosa del salón.

Hasta entonces, o eso parecía.

Victoria, con la destacada posición que ocupaba en la sociedad y lo que eso conllevaba, su ropa cara, su belleza y los numerosos pretendientes que sin duda comían de sus manos, era el modelo exactamente opuesto al de la clase de mujer que él prefería. Aun así, Nathan no podía apartar los ojos de ella. No lograba reprimir el recuerdo de haberla besado. De haberla tocado. No conseguía controlar la profunda oleada de deseo y de lujuria que Victoria inspiraba en él.

La tortura no había remitido ni un ápice durante la cena. De hecho, había empeorado con la adición de Gordon, que se mostraba indudablemente embobado con Victoria. Y cierto era que también ella parecía extremadamente halagada por su mirada. Mientras Victoria se regodeaba en el halo de atenciones con el que tanto Colin como Gordon la abrumaban, el padre de Nathan y lady Delia mantenían una animada discusión, dejando a Nathan un buen margen de tiempo para observar a todos los presentes y disfrutar de una comida que suponía deliciosa pero que le sabía a serrín.

Y, naturalmente, la tortura había proseguido cuando, tras la interminable cena, el grupo se había retirado al salón de juegos. A pesar de que Nathan había estado enormemente tentado de elucubrar una excusa para marcharse, después que Victoria, su tía, Colin y Gordon decidieron jugar al whist el padre de Nathan le había invitado a tomar un brandy y a jugar con él una partida de ajedrez. Dada la tensión existe entre ambos, la invitación había complacido y sorprendido Nathan, que no había dudado en aceptarla. Y, aunque no estaba de humor para jugar al ajedrez, el brandy se le había atojado extremadamente bienvenido, como también la oportunidad de limar quizá la incomodidad que existía entre su padre y él.

No obstante, en ese momento, disfrutando ya de su segundo brandy, y a pesar de que tenía la mirada fija en el tablero de ajedrez, toda su atención seguía puesta en el grupo que compartía risas en el otro extremo del salón. Nathan renunció a cualquier esperanza de poder concentrarse en el juego y movió su torre.

A juzgar por las cejas arqueadas de su padre, intuyó que acababa de cometer una torpeza, cosa que quedó harto probada segundos después, cuando su padre dijo:

– Pareces haber perdido tus dotes para este juego Nathan.

– Ejem… no, en absoluto. Estoy planeando una elaborada trampa de la que no escaparás.

La duda quedó patente en el rostro de su padre. Otro estallido de carcajadas llegó desde el extremo opuesto de la sala y la mirada de Nathan se desplazó de forma involuntaria a lo alegres jugadores de whist. En cuanto volvió a fijar los ojos en la desastrosa partida que seguía librando sobre el tablero se percató de que la atención de su padre seguía fija en la otra punta de la sala, acompañada de una expresión abiertamente especulativa.

– Una mujer admirable -dijo su padre con voz queda.

Nathan se quedó inmóvil y a continuación casi no logro controlar el apremiante deseo de poner los ojos en blanco. Al parecer, Victoria había hecho una conquista más. Qué condenada maravilla.

– ¿Admirable? -repitió con fingida indiferencia-. Yo la encuentro bastante… cansina. -Una vez más, luchó contra el deseo de mirar al techo, esta vez para ver si un rayo lo partía en dos por haber soltado una mentira tan indignante.

La sorprendida mirada de su padre se posó en él durante apenas un parpadeo y volvió entonces a desplazarse hacia el otro extremo de la sala.

– No sabía que hubieras pasado tanto tiempo en su compañía como para haber podido formarte semejante opinión.

Por lo que hacía referencia a su tranquilidad mental, Nathan había pasado demasiado tiempo en compañía de Victoria, y antes de que la visita de ella a Cornwall concluyera, iba a verse obligado a pasar aún mucho más. Y, maldición, no veía el momento.

– No es necesario pasar días o semanas con una persona para formarnos una opinión sobre ella, papá. Las primeras impresiones tienden a ser bastante acertadas. -Un ceño tiró de su frente hacia abajo al tomar conciencia de que su primera impresión de Victoria había sido que le resultaba absolutamente… encantadora. Demasiado inocente para él, demasiado aristocrática, y aun así encantadora.

– Estoy totalmente de acuerdo contigo -dijo su padre, asintiendo.

Nathan se obligó a salir de su ensimismamiento.

– ¿Estás de acuerdo? ¿Con qué?

– Con lo que acabas de decir. Que no es necesario conocer mucho a alguien para saber que se trata de un ser… especial.

– ¿Yo he dicho eso? -Dios del cielo, tenía que dejar de tomar brandy. Inmediatamente.

– Quizá no hayas empleado esas palabras precisas, pero esa es la idea, sí.

– Puede que no sea necesario pasar mucho tiempo con la persona en cuestión, pero desde luego sí lo es al menos tener con ella una conversación en privado, papá.

– Una vez más, estoy de acuerdo contigo. Esta mañana hemos tenido una agradable charla en el jardín, y de nuevo hemos vuelto a tenerla durante el té. No recuerdo cuándo fue la última vez en que me sentí tan deliciosamente entretenido.

Las cejas de Nathan se arquearon aún más.

– Creía que habías pasado la mañana con lady Delia en el jardín.

– Y así es. Como te he dicho, es una mujer admirable.

Nathan parpadeó.

– ¿Lady Delia te parece una mujer admirable?

Su padre le dedicó una extraña mirada.

– Sí. ¿Qué diantre creías que estaba diciendo? ¿Acaso no solo has perdido tus facultades en el juego del ajedrez sino también el oído?

No, pero estaba claro que las facultades mentales de Nathan no estaban funcionando como deberían.

– Creía que te referías a lady Victoria -masculló.

Su padre clavó en él una dura mirada que prolongó durante varios segundos.

– Entiendo. Hay que estar ciego para no reparar en que lady Victoria es hermosa.

– Nunca he dicho que no lo fuera.

– No. Lo que has dicho es que es cansina. A mí no me lo parece. Y creo que no me equivoco al pensar que ni tú ni tu hermano ni Alwyck la encuentran desagradable. -Observo atentamente a Nathan por encima del borde de su copa di cristal-. No me parece que sea la clase de mujer que solía atraerte.

Maldición, ¿cuándo se había convertido en un libro que su padre pudiera leer tan detalladamente?

– No sabía que «cansina» fuera sinónimo de «atractiva» -dijo Nathan, conservando el mismo tono despreocupado.

– Normalmente no lo es. Sin embargo, a veces… -la voz de su padre se apagó y luego añadió-: Una mujer de su clase es un partido mucho más conveniente para Colin. O para Alwyck.

La amargura que había estado conteniendo durante años torció los labios de Nathan.

– En lugar de serlo para un hijo menor desprovisto de titulo que no es más que un pobre médico de pueblo de dudosa reputación. Estoy absolutamente de acuerdo contigo.

La mirada de su padre se endureció.

– No tengo la menor objeción en lo que respecta a la profesión de tu elección. Sin duda, ser médico es una carrera respetable para un hombre de tu posición y mucho más preferible que ver cómo arriesgas tu vida y la de tu hermano como espía. Sin embargo, ni apruebo ni comprendo las decisiones que has tomado en lo que concierne adonde y cómo vives y al modo en que te marchaste de Cornwall.

Nathan arqueó una ceja.

– Little Longstone es un lugar tranquilo y encantador…

– Donde la gente te paga con animales de corral y donde vives en una barraca.

– Casa de campo. Es una casa de campo. Y no todo el mundo me paga con animales de corral. Y, por si ya lo has olvidado, me fui de aquí porque tú me ordenaste que me marchara.

Un silencio preñado de tensión siguió las palabras tersamente pronunciadas por Nathan. Un músculo se contrajo en la mandíbula de su padre, quien replicó con voz queda:

– No nos engañemos, Nathan. Por parte de ambos se dijeron palabras airadas. Sí, te pedí que te fueras, pero ambos sabemos que eres la clase de hombre que jamás harías nada que no desearas hacer.

– También soy la clase de hombre que no se queda donde no es bien recibido.

– Reconócelo. Querías irte. Y huir de la insostenible situación que habías provocado con tus actos. Quizá te dije que te marcharas de Creston Manor, pero la de huir fue una decisión enteramente tuya.

Un sonrojo incómodo encendió el rostro de Nathan.

– Jamás he huido de nada en toda mi vida.

– Lo sé. De ahí que me resultara, y que todavía me resulte, tan desconcertante que lo hicieras en esa ocasión. Aunque tu situación era difícil, en vez de luchar por lo que quería optaste por irte.

– Me fui en busca de lo que quería. De lo que necesitaba. Un lugar tranquilo. Un lugar donde nadie murmurara a mis espaldas ni me mirara con duda ni sospecha.

Otro estallido de risas atrajo la atención de Nathan hacia el extremo opuesto de la habitación. Victoria sonreía a Gordon en ese momento de un modo que hizo que Nathan rechinara los dientes. Cuando logró volver a centrar la atención de su padre, se encontró de pronto siendo el centro de una airada mirada.

– Si crees que una mujer como lady Victoria optará por la rusticidad con la que vives cuando podría ser condesa y ser dueña de todo esto -dijo el padre de Nathan, abarcando con un ademán toda la estancia-, me temo que estás destinado la más completa decepción.

– Dado que estoy de acuerdo en que no solo soy una elección en nada adecuada para una dama como ella sino que además sí que una chiquilla rica y malcriada como lady Victoria sería para mí una desastrosa elección, no temo sufrir la menor decepción. Y ahora que eso ha quedado claro, ¿retomamos la partida?

– Por supuesto. -El padre de Nathan alargó el brazo y movió su alfil-. Jaque mate.

Nathan clavó la mirada en el tablero y se dio cuenta de que acababan de derrotarle. Volvió a mirar hacia el extremo opuesto de la habitación y su mirada se cruzó con la de Victoria, quien le observaba por encima de sus cartas. Nathan sintió el impacto de esos ojos como si acabara recibir un puñetazo por sorpresa, y temió haber sido derrotado en más de un frente.

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