EPILOGO

Jennifer Pendleton cumplía doce años.

Jennifer se había convertido en una hermosa niña, alta, rubia y de ojos azules como sus padres, con un rostro finamente cincelado que desmentía su juventud. Las personas que la conocían por primera vez, casi nunca se daban cuenta de lo joven que era, y a Jenny le gustaba fingirse mayor de lo que era. Si June y Cal se preocupaban cuando muchachos siete u ocho años mayores que su hija llamaban a Jenny pidiéndole citas, trataban de no demostrarlo: Jennifer no era solo bella, sino también inteligente, y si creía poder salirse con la suya, gozaba observando cómo sus padres se preocupaban por ella.

June Pendleton había llegado a ser una especie de anomalía en Paradise Point. Al pasar los años, esos doce años desde que los Pendleton llegaron de Boston anhelando una vida mejor y encontrando en cambio una pesadilla que había superado finalmente su comprensión, June se había dedicado cada vez más a su arte. Le había resultado difícil hacerse de amigos en Paradise Point: primero porque era una extraña, y mas tarde, aunque nunca se le dijo en la cara, porque ciertas personas en el pueblo jamás la habían perdonado por la locura de su hija. Aunque Michelle y su extraña demencia se incorporaron a la tradición del lugar, su madre seguía viviendo con ella, se le recordaba todos los días.

Al principio había querido irse y volver a Boston. Pero Cal se había negado. A través de todo lo sucedido, su amor por la casa nunca había disminuido. Y aunque nunca hablaba de eso, ni siquiera con su esposa, nunca había olvidado las extrañas palabras de Josiah Carson aquel día en el estudio. Fuese verdad o no lo que había dicho Carson, Cal optó por creerle. Estaba, por fin, libre de la culpa que lo había atormentado desde el día en que murió Alan Hanley. El no había matado a Alan, lo había hecho Amanda, tal como los había matado a todos, incluyendo su propia hija. De modo que se había quedado en Paradise Point sin hacer caso de lo que decían, y prosperando. Josiah Carson había abandonado Paradise Point casi inmediatamente después de morir Michelle. En el pueblo casi todos pensaron que algo había ocurrido con la mente de Carson: había pasado sus últimos días en Paradise Point, desvariando sobre la "venganza del pasado". Pero nadie le había prestado mucha atención. En cambio, las confusas murmuraciones de Carson no hicieron más que causar simpatía hacia Cal. Lentamente al principio, pero de manera inevitable, habían empezado a aceptarlo como el médico de la aldea. Después de todo no había ningún otro.

Ni Cal ni June hablaron jamás sobre los acontecimientos de doce años atrás, y cuando hablaban de Michelle, lo cual no era habitual, hablaban sobre Michelle tal como había sido antes de la llegada a Paradise Point. Esos dos primeros meses en Paradise Point los meses que casi habían destrozado a su familia, preferían desconocerlos. A June no le importaba; los recuerdos eran demasiado dolorosos.

Y así los Pendleton vivían tranquilamente en la vieja casa sobre el mar; Cal atendiendo satisfecho a su pequeña clientela, y June en su estudio, trabajando silenciosamente en sus paisajes marinos sombríamente amenazadores.

Mientras tanto, Jennifer había crecido, cuidadosamente protegida de las tragedias de las primeras semanas de su vida. Por supuesto, oía rumores… habría sido imposible lo contrario. Pero cada vez que ella preguntaba a sus padres por los rumores, ellos le aseguraban que no debía creer todo lo que escuchaba a sus condiscípulos. Los cuentos, le decían, solían exagerarse.

Pocas veces Jennifer podía convencer a algunos de sus amigos para ir a su casa, pero esto había dejado de molestarla años atrás: lo atribuía simplemente a la circunstancia de que vivía demasiado lejos del poblado.

Pero entonces, para su duodécimo cumpleaños, había preguntado si podía dar una fiesta.

June se había opuesto a la idea, segura de que las madres de Paradise Point jamás permitirían a sus hijos venir a la casa. Pero Jennifer había acudido como siempre a su padre. Cal había contradicho a June, diciéndole que en su opinión, era tiempo de que Jennifer empezara a tener vida social. Y cuando la fiesta tuvo realmente lugar, y todos los amigos de Jennifer se presentaron, June empezó a pensar que tal vez se había equivocado… tal vez Paradise Point estaba empezando a olvidar.

Carrie Peterson observó con curiosidad la vieja casona. Por cuarta vez se preguntó por qué sus padres habían discutido con ella sobre su visita allí. Le parecía una casa perfectamente común. ¿Cómo podría creer alguien los cuentos que le habían contado sus padres? Bueno, pensó Carrie, eran bastante ancianos, y la gente anciana tenía toda clase de ideas raras. A ella la casa le parecía magnífica.

– Jenny, ¿puedo ver la planta alta? -preguntó.

– Claro -le sonrió Jenny-. Ven conmigo.

Abandonando la fiesta, las dos niñas subieron al primer piso. Jenny condujo a Carrie por el pasillo hasta la espaciosa habitación de la esquina, donde ella se había mudado un año atrás.

– Esta es mi habitación -declaró.

Inmediatamente Carrie cruzó la habitación para sentarse en el asiento de la ventana. Embelesada contempló el mar y suspiró dichosa.

– Creo que podría quedarme en esta habitación para siempre.

– Ya sé -admitió Jenny-. Pero mis padres no querían que la ocupara. Tuve que discutir y discutir.

– ¿Por qué? -preguntó Carrie.

– Era el cuarto de mi hermana -respondió Jenny.

– Oh… -Carrie recordó los relatos que había oído sobre la hermana de Jenny-. Estaba loca, ¿verdad?-preguntó.

– ¿Loca? -repitió Jenny-. ¿Qué quieres decir?

Carrie la miró con curiosidad.

– Bueno, Jenny, todos saben que tu hermana mató a cuatro personas, de modo que debe de haber estado loca, ¿cierto? Quiero decir, si no es eso, tienes que creer todos los cuentos de fantasmas, ¿y quién puede creer esas viejas mentiras?

Súbitamente Jenny comprendió por qué su madre no había querido que ella diera la fiesta. Su madre había sabido. Había sabido que los chicos vendrían y mirarían todo y después empezarían a preguntar por Michelle. Pero Jenny no quería hablar de Michelle. No sabía gran cosa sobre ella y lo poco que sabía nunca había tenido mucho sentido.

– ¿No podemos hablar de otra cosa? -pidió. Pero Carrie no se dejó convencer.

– Te diré que mi madre no quería que yo viniera aquí hoy. Dice que esta casa hace cosas a las personas. Dice que desde que existe ha tenido mala fama, no lo que eso significa. Supongo que significa que esta casa enloquece a la gente. ¿Lo crees posible?

– No me ha enloquecido a mí -respondió Jenny con calma. La cháchara de Carrie la estaba encolerizando, pero procuraba no demostrarlo.

– Sí, pero eres distinta -insistió Carrie-. Naciste sobre una tumba. Vamos, ¡eso sí que es siniestro!

– ¡No nací sobre una tumba! -exclamó Jennifer acalorada. Al menos de eso estaba segura.- Nací en la clínica. En el consultorio de mi padre. El que haya empezado a llegar cuando mi madre estaba en el cementerio, no significa que haya nacido sobre una tumba.

– Bueno, en realidad no importa, ¿verdad? -dijo Carrie-. Aunque la anciana señora Benson siempre dijo que era un mal presagio, Y supongo que tenía razón, ¿no te parece?. Quiero decir, porque Michelle mató a su hijo y todo eso.

La furia de Jenny alcanzó de pronto su punto máximo.

– ¡Retira eso, Carrie Peterson! Es mentira y tú lo sabes. ¡Retíralo!

Enfrentada con la ira de Jenny, la expresión de Carrie se volvió empecinada.

– No quiero -respondió-. No quiero y tú no puedes obligarme.

Las dos niñas se miraron ceñudas, pero fue Jenny quien apartó la vista.

– Quiero que te vayas a tu casa -dijo-. ¡Quiero que te vayas a tu casa y que te lleves a todos tus amigos!

– Pues no me quedaría aquí ni un minuto más todos modos -le contestó Carrie-. Quizás mi madre tenga razón. ¡Quizás esta casa sí enloquezca a la gente!

Y salió enojada de la habitación. Jenny la oyó bajar la escalera, llamar a todos sus amigos. Hubo una bulla momentánea; después oyó que la puerta principal se abría y cerraba; finalmente silencio.

Solo después bajó Jenny.

June estaba de pie en el pasillo, perpleja.

– ¿Qué ocurrió, preciosa? ¿Por qué se marcharon todos tan repentinamente?

– Yo les pedí que se fueran -dijo Jenny-. La fiesta era una porquería, por eso les dije a todos que se marcharan.

La crianza bostoniana de June, el sentido del decoro, un sentido que ella creía haber dejado atrás muchos años iintes, la inundó de nuevo.

– No debiste haber hecho eso -dijo con suavidad-. Eras la anfitriona de ellos; si la fiesta no se desarrollaba bien, debiste hacer algo para remediarlo. Ahora quiero que vayas a tu habitación y lo pienses; luego, esta noche, puedes llamar a esos niños y pedirles disculpas. ¿He hablado claro?

Jenny miró a su madre con extrañeza. Nunca le había hablado antes así… nunca en su vida. Y ni siquiera había sido culpa suya… ¡había sido culpa de Carrie Peterson!

Ofendida, Jenny rompió a llorar y subió la escalera huyendo. Tan pronto como entró en su cuarto vio el paquete. Estaba sobre su cama, envuelto en papel plateado con un enorme moño azul.

Jenny arrugó la frente. ¿Por qué no lo había visto antes?

Luego pensó una explicación. Mientras su madre la reprendía, su padre se había introducido en su cuarto y lo había dejado sobre la cama como sorpresa especial.

Jenny sonreía ya mientras abría el paquete, y cuando sacó el regalo de la caja, su sonrisa se hizo más amplia.

Era una hermosa muñeca… ¡y qué vieja! Dándose cuenta de que debía ser una antigüedad, Jenny se preguntó dónde la habrían conseguido sus padres. Nunca había visto nada parecido. Tenía un vestido azul, puro volados y encaje, y un rostro de porcelana perfecto, rodeado por bucles oscuros sujetos con un gorro minúsculo.

Jenny la abrazó mientras susurraba:

– Eres bella. Qué bella eres.

Con su dolor y su ira totalmente disipados por el regalo, bajó corriendo.

– ¿Mamá? ¡Mamá! ¿Dónde estás?

– En la cocina -respondió June-. ¿Qué pasa?

Jenny irrumpió en la cocina y echó los brazos al cuello de su madre.

– jOh, mamá, gracias! ¡Gracias, gracias, gracias! Es hermosa. ¡Es simplemente perfecta!

Perpleja, June se desprendió de los brazos de su hija mientras riendo decía:

– Vaya, me alegro de que te guste. Pero ¿te importaría decirme de qué estás hablando?

– De mi muñeca -exclamó Jenny-. De mi hermosa muñeca. -Luego, mientras June se quedaba mirándola desconcertada, Jenny tuvo una inspiración-. ¡Ya sé cómo la voy a llamar! ¡La llamaré Michelle! Es un nombre tan lindo, y yo siempre deseé que Michelle y yo hubiéramos podido ser amigas. Era hermosa, ¿verdad? ¿Con cabello oscuro y bellos ojos pardos? ¡Apuesto a que la muñeca se parece exactamente a ella! Así que ahora podemos ser amigas. Oh, mamá, es simplemente maravilloso. ¿Dónde está papá? ¡Tengo que encontrarlo y darle las gracias!

Y luego se marchó, saliendo en busca de su padre.

June permaneció muy quieta, tratando de reconstruirlo todo. ¿Una muñeca? ¿Qué muñeca?

¿De qué estaba hablando Jenny?

Con lentitud, una idea comenzó a brotar en su mente. Entonces June salió de la cocina, rumbo a la escalera.

No podía ser cierto.

Sabía que no podía serlo.

Era totalmente imposible.

Pero Jenny iba a bautizar Michelle a la muñeca.

June subió la escalera.

Se detuvo ante la puerta de la habitación de Jenny.

La habitación que ella no había querido que Jenny ocupara.

Pero Jenny había insistido y ella había cedido.

Titubeante abrió la puerta y entró.

La muñeca estaba sobre la cama, y al verla June sintió que un alarido crecía en su interior.

Ella había quemado esa muñeca. Recordaba claramente haberla quemado doce años atrás.

Pero allí estaba, y no estaba quemada, y sus vidriosos ojos sin luz miraban fija y ciegamente a June.

Mientras los comienzos del pánico empezaban a dominar su mente, un recuerdo brotó en su interior, un recuerdo de su juventud.

Era un fragmento de una poesía de Milton:


"Viene la furia ciega con las aborrecidas tijeras

y corta el fino hilo de la vida".


Muy silenciosamente, June Pendleton empezó a llorar.

Загрузка...