Capítulo 12

Y llegó su último fin de semana. Faith iba a abrir la clínica ambos días, y el domingo harían un día especial para mujeres.

Luke había aceptado trabajar todo el fin de semana, así que Faith se convenció de que él tampoco quería que aquello terminara.

Faith se despertó triste. Trató de engañarse pensando que lo que le preocupaba era el dinero, los pacientes, su nivel de azúcar, pero lo que de verdad le importaba era que, al día siguiente, Luke se marcharía.

Guy había comprado cosas de decoración para poner en la sala de enfermería el día de la despedida y Shelby había hecho galletas de cereales con pasas. Sin azúcar. Por supuesto.

Sólo dos días más. Cuarenta y ocho horas.

Dos mil ochocientos ochenta minutos. Luke entró en la habitación. Sonrió al ver la decoración, agarró una galleta y miró a Faith.

Ella se quedó sin respiración. Apoyándose contra la encimera, Luke la observó mientras daba un mordisco a la galleta. Se fijó en cómo se había recogido el cabello, en el color de sus mejillas y en el vestido de punto que llevaba.

– Están malísimas -dijo él, y le acarició la cara.

– Porque no tienen azúcar.

– Ah -se agachó para besarla-. ¿Esta noche, Faith?

– Esta noche -dijo ella y cerró los ojos tratando de no calcular el tiempo que le quedaba para estar con él.


Aquella noche, Luke la ayudó a cerrar la clínica.

– ¿Cenamos? -preguntó él, pero ella negó con la cabeza. No estaba dispuesta a perder ni un segundo de su penúltima noche juntos.

– Vamos arriba.

Él la agarró de la mano y la guió escaleras arriba.

– ¿Nos damos una ducha? -murmuró ella, quitándose la bata-. Con mucho vapor y agua caliente.

– Si eso te incluye a ti…

Se desnudaron en el pasillo entre besos largos y apasionados. Faith le desabrochó la camisa y se la quitó para acariciarle el torso. Luke le desabrochó el vestido. Lo dejó caer al suelo y colocó el rostro sobre su corazón.

No. Era un gesto demasiado sensible, y si empezaban así, ella perdería el control. Quería algo ardiente, rápido y duro, así que se inclinó y comenzó a mordisquearle el pezón a Luke.

Él respiró hondo.

Mirándolo, le acarició el torso con la lengua hasta llegar al otro pecho, al mismo tiempo que le bajaba los pantalones.

– Faith… -se apoyó contra la pared cuando ella rodeó su miembro erecto con los dedos y se lo acarició.

Luke se sentía como si estallaran fuegos artificiales en su interior. Si no la detenía, todo acabaría demasiado rápido, pero ella lo acarició de nuevo, con la presión adecuada. Con un gemido, trató de abrazarla, pero ella se resistió y lo guió hasta el baño. Cuando se disponía a abrir el agua, él la giró para apoyar su espalda contra la mampara de la ducha y cubrirla con su cuerpo.

Pero ella sonrió y giró de nuevo, dejando a Luke atrapado contra la mampara. Despacio, se arrodilló frente a él.

– Faith…

Faith rodeó su miembro con la boca y él sintió que le faltaba aire en los pulmones. Normalmente, aquélla era una de las caricias sexuales favoritas de Luke, sin embargo, esa vez sólo deseaba poseerla. Quería mirarla a los ojos y comprobar que ella también sentía la increíble atracción y deseaba, de manera desesperada, fingir que ella podía ser suya durante más tiempo.

Pero lo que ella le estaba haciendo… Tuvo que hacer un gran esfuerzo para ponerla de pie y guiarla al dormitorio. Retiró la colcha y tumbó a Faith en la cama.

– La ducha…

– Puede esperar -se arrodilló en la cama-. Te deseo, Faith. Quiero estar dentro de ti, que me mires… -la besó en el cuello-. Sólo a mí -susurró, acariciándole los senos con la barbilla y buscando con la boca su pezón. Le acarició la entrepierna y, al sentir la humedad pegajosa, gimió de placer.

– Oh, Luke. Te estoy mirando, sólo a ti, Luke -separó las piernas para acomodarlo y, cuando se colocó entre sus piernas, arqueó la espalda para que la penetrara, tal y como él deseaba.

Tras retirarse una pizca, la penetró de nuevo. Ella se estremeció y suspiró a la vez, cerró los ojos, y lo abrazó con fuerza. Tenía los senos firmes, los pezones erectos y una extraña sensación en el estómago mientras esperaba a que él se moviera otra vez. Al ver que no lo hacía, arqueó las caderas para indicarle que quería llegar con él a la cima del placer.

– No puedo -dijo él entre dientes-. Me dejé el preservativo en el pasillo, en el bolsillo de los pantalones.

– Date prisa -dijo ella.

Nunca en su vida se había movido tan rápido, y cuando se introdujo de nuevo en su cuerpo, adecuadamente protegido, le acarició el cabello y le preguntó:

– ¿Estás bien?

– Sí -comenzó a decir ella, pero las palabras se convirtieron en gemidos cuando él se retiró para volver a penetrarla.

Luke se movió cada vez más rápido, hasta que apenas podía respirar. Se sentía vivo, y tenía que contenerse para no terminar antes de lo que quería. De pronto, el rostro de Faith se nubló y él pestañeó furioso. Deseaba oírla cuando llegara al clímax y se perdiera en él.

– No puedo contenerme, Faith… no puedo…

– Ni se te ocurra esperar dijo ella. Arqueó el cuerpo y comenzó a estremecerse una y otra vez.

Lo único que Luke pudo hacer fue hundir el rostro en el cabello de Faith y dejarse llevar.


El domingo por la tarde llegó casi sin avisar. La decoración seguía puesta, había más galletas e incluso algunos pacientes le habían llevado un regalo a Luke.

Faith leyó con orgullo un artículo sobre Luke que había salido en el periódico. Sabía que todo lo que decían sobre él era cierto.

Y más.

Luke trabajaba muy bien, y su clínica nunca había ido mejor. Las cosas eran estupendas.

Él ya había salido de su vida. Sí, tenía una reunión importante en el hospital y se había disculpado por tener que marcharse corriendo. Al despedirse, le había dado un beso perfecto y demoledor a la vez, algo que no ayudó mucho a Faith.

– ¿Faith? ¿Vas a estar bien? -dijo Guy.

Ella levantó la vista y forzó una sonrisa para Guy y Shelby. Ambos estaban preparándose para marcharse.

– Claro. ¿Por qué no iba a estarlo?

Ellos se miraron dejando claro que no había engañado a nadie.

– No tiene por qué terminarse, ya sabes.

Faith miró a Guy.

– ¿Qué? Por supuesto que sí. Él ha terminado aquí.

– Pero tú no. No habéis terminado el uno con el otro.

Ella soltó una carcajada.

– Hemos terminado. Eso es lo que acordamos.

Shelby suspiró.

– Oh, cariño. Por una vez, ¿puedes pensar en ti misma? ¿No puedes luchar por algo que significa tanto para ti?

– Pero la clínica…

– Estaremos bien, aunque te enamores -Shelby sonrió al ver su cara de susto-. La clínica irá bien, nosotros estaremos bien, y tú estarás mucho mejor si permites que suceda. Ya es hora, Faith. Es hora de que hagas algo por ti, en lugar de por los demás. Sé egoísta. Decide que quieres estar con él y ve a buscarlo.

– ¿Necesitas algún consejo? -preguntó Guy-. Porque yo empezaría por tirar esas viejas zapatillas con cara de conejo.

– Marchaos -dijo Faith con una carcajada, y les abrió la puerta.

– Oye, ven a cenar con nosotros -dijo Shelby-. Vamos a ir al japonés, a ese sitio nuevo donde hacen la comida delante de ti.

– No tengo mucha hambre.

– Ven a vernos -susurró Shelby mientras le daba un abrazo-. Si es que Luke no aparece pronto.

Faith asintió porque no se fiaba de que le saliera la voz. Cerró la puerta tras ellos y también los ojos. Podía sentir el beso que Luke le había dado.

Tenía miedo de que fuera el último.

Y cuando él no apareció, supo que así era.


Luke trató de parecer interesado en la reunión interminable y miró el reloj con disimulo.

– ¿Lo aburrimos, doctor Walker? -le preguntó el doctor Wesley Summerton, presidente de la junta directiva del hospital, el hombre que acababa de ofrecerle a Luke renovarle el puesto de director de Departamento.

– Por supuesto que no -trató de no mirarle-. Es que he trabajado mucho últimamente…

– En la clínica, lo sé -dijo el doctor Summerton-. Y he de admitir que lo ha hecho muy bien. El personal parece contento, los medios de comunicación han hablado de usted, la clínica tiene mucha clientela… ha salido bien, y le damos las gracias por ello. Pero eso ya ha terminado. Puede disfrutar otra vez de su tiempo libre.

Sí, podía. Pero no quería la libertad. Quería llamar a la puerta de Faith y comprobar si no tenían nada más que darse el uno al otro.

Sin embargo, acababan de ofrecerle un puesto que necesitaría toda su dedicación otro año más, y él sólo podía pensar en Faith. En su sonrisa, en la pasión que sentía por la vida en toda ella.

Cuando salió del hospital era medianoche. Faith había estado agotada y pálida durante el día. Necesitaba descansar, no que la mantuviera despierta, por mucho que la deseara.

Así que con todo el pesar de su corazón, y una maldita erección, se dirigió a casa, preguntándose si eso había sido todo. Si de verdad había terminado. Terminado antes de comenzar.


Pocos minutos después de que Shelby y Guy salieran de la clínica, cayó la tormenta de primavera que llevaba todo el día amenazando. Perfecto, encajaba con el humor de Faith. Había rayos y truenos, y la lluvia chocaba contra los cristales.

Intentó centrarse en el papeleo de la clínica, y quizá le habría servido de algo si el corazón no le hubiera dolido tanto.

O era su estómago.

Sin duda, la comida aliviaría su problema. Él no iba a regresar.

De acuerdo. Era lo que esperaba, lo que había acordado, así que tenía que asumirlo. No había forma mejor que cenar comida japonesa.

Además, no quería estar sola, no soportaba su propia compañía. Se dirigió al restaurante, confiando en que Shelby y Guy hubieran encargado un gran banquete.

Ambos se alegraron mucho de verla.

– ¿Quieres saber cómo me desengancho de un hombre al que realmente quiero y si no tengo valor para luchar por él? -le preguntó Shelby.

– ¿De qué estás hablando? -dijo Faith entre risas-. Nunca has tenido miedo de luchar por un hombre.

– Tienes razón. Guy, cuéntaselo tú. Dile cómo se desengancha uno de un hombre.

– Eh, yo tampoco tengo que desengancharme nunca de nadie, ¡son ellos los que tienen que desengancharse de mí!

Faith suspiró y se volvió al oír un grito en la mesa contigua a la de ellos.

Una mujer se había retirado de la mesa, tenía la boca abierta y las manos sobre su vientre. Estaba embarazada.

– Oh, cielos -exclamó la mujer.

El marido se acercó a ella con cara de pánico.

– ¿Cariño? ¿Ha sido una contracción?

– ¡Desde luego no ha sido una caricia!

Faith le dio el teléfono móvil a Guy para que llamara a una ambulancia y se arrodilló al lado de la mujer.

– ¿Señora? ¿Está de parto?

– ¡Sí!

Faith le acarició el brazo.

– Tranquila, todo va a salir bien. Me llamo Faith y soy enfermera.

– Gracias a Dios -la mujer agarró con fuerza la mano de Faith-. Siento ganas de empujar.

– Lo sé, pero aún no -Faith le masajeó las manos y los brazos para relajarla-. Respire.

– Oh, cielos, eso ayuda. Siga haciéndolo.

– Lo haré, pero respire.

– ¡Quiero anestesia!

– De acuerdo, relájese un momento -Shelby y ella habían encontrado ciertas zonas del cuerpo donde con masaje y digitopuntura se aliviaba el dolor de las parturientas-. ¿Cómo se llama?

– Susan.

– ¿Cariño? -el marido se arrodilló junto a su esposa-. ¿Quizá deberíamos ir al hospital?

– Vete, Frank, hueles a salsa teriyaki y ¡voy a vomitar!

El pobre Frank retrocedió unos pasos.

– Respira hondo -le recordó Faith-. Muy bien. Respira conmigo, ¿de acuerdo?

– ¡Respirar no sirve de nada!

– Hazme caso un minuto. Dentro, fuera… así, muy bien -Faith le retiró el cabello de la frente-. ¿Cada cuánto tiene contracciones?

– Oh, ha roto aguas -dijo Shelby-. ¿Guy?

– La ambulancia está de camino.

– ¡Aquí viene otra! -gritó Susan, y se bajó al suelo, horrorizando a todos los que estaban cenando alrededor.

El camarero jefe, que era japonés, se acercó entre la multitud.

– ¡Aquí bebé no! ¡Aquí bebé no! ¡Gente comiendo! -dijo el hombre.

– ¿Tiene alguna habitación donde pueda estar hasta que llegue la ambulancia? – le preguntó Guy.

– Sí, sígame -a modo de disculpa, hizo una reverencia a los clientes de las otras mesas.

Guy levantó a Susan y todos se dirigieron al comedor principal. El camarero los guió hasta una habitación que estaba tras una cortina. Susan se sentó sobre un almohadón.

– ¡Tengo que empujar! -dijo entre gritos mientras Faith trataba de que siguiera con las respiraciones.

La exploró y vio que el bebé estaba a punto de nacer. La ambulancia no llegaría a tiempo.

El bebé nació en menos de cuatro minutos.

Los médicos llegaron en seis.

Guy llevó a Frank al hospital, Shelby fue con Susan en la ambulancia, y con toda la excitación, Faith acabó sola en el aparcamiento, bajo la lluvia y muerta de hambre.

Le dolía la cabeza y le flaqueaban las piernas. Sabía que le estaba dando una bajada de azúcar, pero no quería entrar y cenar sola. Podía llegar a casa.

Además, tenía que acostumbrarse a estar sola otra vez.

Salió del aparcamiento y se quedó asombrada por lo resbaladiza que estaba la carretera.

«Despacio», se dijo, y se alegró al ver que había poco tráfico. Más adelante, el semáforo se puso en verde y ella mantuvo el pie en el acelerador. Entonces, de pronto, volvió a ponerse en rojo. Cuando pisó el freno, el coche deslizó y a ella le dio un vuelco el corazón.

No le pasó nada.

Excepto que estaba temblando y le dolía la cabeza. El hecho de no haber cenado, combinado con la chocolatina que se había tomado la noche anterior la había afectado. Debería haberse tomado la pastilla que llevaba en el bolso para los días en que le bajaba el azúcar. Si pudiera metérsela en la boca, en menos de un minuto se sentiría mejor, lo justo para marcharse a casa y cenar algo. Y si consiguiera llegar sana y salva, prometería que nunca más se saltaría la dieta. Buscó el bolso sobre el asiento del copiloto.

No estaba allí. Se lo había dejado en el restaurante.

Decidió que estaba más cerca de casa, y que llamaría al restaurante cuando llegara para decirles que se había dejado el bolso. Llovía con tanta fuerza, que apenas podía concentrarse.

Estaba muy cansada pero, por fin, consiguió llegar hasta su calle. Estaba casi en casa, sana y salva, pero lo único que pudo hacer fue aparcar el coche.

Temblando, apagó el motor y apoyó la frente en el volante. Estaba tan cansada…

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