Capítulo 7

Luke no sabía qué le había hecho regresar a buscar a Faith. Era tarde, estaba cansado y tenía que estar en el hospital al amanecer.

De acuerdo, sí lo sabía. Faith. Ella era el motivo por el que había ido allí.

Puesto que ella permanecía al otro lado de la puerta, bajo la luz de la lámpara, mirándolo como si fuera un corderito asustado, pensó que había cambiado de opinión. Estupendo. Al menos uno de ellos había recuperado el juicio. Pero no había hecho más que bajar dos escalones del porche, hacia su coche, cuando se abrió la puerta.

– Hola -dijo ella, retirándose el cabello de la cara.

– Hola.

– Llegas justo a tiempo. No puedo alcanzar la caja de cheques, ¿te importaría…?

Entonces, él se quedó mirándole el trasero porque Faith lo agarró de la mano y lo guió hasta el cuarto de almacén donde habían estado a punto de perder la cabeza por la mañana.

– He de decirte que éste se está convirtiendo en mi cuarto favorito, Faith.

– Ahí -dijo ella, soltándole la mano y señalando una estantería-. ¿Podrías…?

Pero Luke tenía clavada la mirada en ella, pendiente de la ropa que llevaba. O de lo que no llevaba.

– Um… ¿Eh?

– No importa -y delante de sus ojos, comenzó a trepar por la estantería.

Luke tardó un momento en detenerla, porque estaba demasiado ocupado observando la fina camiseta que apenas le cubría la parte superior de los muslos. Después, el trasero de Faith quedó a la altura de sus ojos y pudo ver que llevaba unas bragas con corazones de color rosa.

– Olvídate de lo que has visto -dijo ella, y siguió subiendo.

– ¿Las zapatillas de conejo o los corazones?

– Maldita sea. ¡Cierra los ojos!

Sí, claro. Los tenía bien abiertos. Nunca había conocido a una mujer como ella, tan adorable que deseaba devorarla, y tan natural y sensual al mismo tiempo.

– Faith, baja de ahí. Yo puedo…

– Ya casi los tengo -se estiró, y entonces su mano comenzó a temblar al mismo tiempo que desaparecía el color de su rostro-. Maldita sea -susurró de nuevo.

– Faith… -pero no lo estaba escuchando y estaba a punto de caerse, así que hizo lo que hubiera hecho cualquier hombre, agarrarla por los muslos, presionar el rostro contra su trasero y alejarla de la estantería.

La caja de cheques cayó de golpe.

Igual que ellos, aunque Luke consiguió amortiguar la caída de Faith.

– ¡Ay! -dijo él tumbado boca arriba y con Faith encima.

Ella se volvió para mirarlo.

– No tenías que hacer de héroe. Te dije que casi los tenía.

– Ibas a caerte.

– No. Al menos, no hasta que me recordaste que llevaba las zapatillas de conejo.

– Y ropa interior con corazones -señaló.

Faith ignoró su comentario y se preguntó por qué se sentiría tan bien estando encima de él.

– Tenía que haber buscado la escalera. Y haberme puesto tacones. Entonces, habría podido bajar los cheques.

– ¿Y si hubieras sabido que venía? ¿Qué te habrías puesto? -la imaginó vestida de seda y encajes.

– Una armadura.

Cara con cara, cuerpo con cuerpo, él alzó la cabeza del suelo y buscó una pista en la expresión del rostro de Faith. Algo que le indicara cuáles eran sus pensamientos.

– Los conejitos son igual de excitantes que los tacones.

Faith lo miró como si fuera un extraterrestre.

– De veras -le dijo sujetándola por la cintura.

– Eres un hombre enfermo, Luke Walker.

– ¿Lo decías en serio, Faith? -le dijo inhalando el aroma de su cabello.

– ¿El qué?

– Lo de estar juntos -contestó él sujetándole la cara para mirarla a los ojos.

– Yo… um… en su momento sí.

– ¿En su momento?

– Sí -ella se retiró de encima de Luke y se sentó con las piernas cruzadas en el suelo-. Desde que lo dije, no hago más que recordarme que fue una estupidez, que no es posible que me desees. Que había sido demasiado directa, que te asusté. Que tenías miedo de mí. O que no supiste cómo rechazarme con amabilidad. O quizá que…

Él la calló con su boca.

Tras un pequeño gemido de sorpresa, Faith le rodeó el cuello con los brazos y lo besó también.

– ¿Estamos locos? -le preguntó.

– Sin duda -le aseguró, y continuó besándola.

Sólo para detenerse al oír que golpeaban la puerta de la clínica.

– Iré yo -dijo Luke-. Tú quédate aquí.

– No seas ridículo. Esta es mí clínica, voy yo.

– Es peligroso -dijo él, pensando en el hospital y recordando cómo a veces trataban de robarles medicamentos-. Deja que vaya a ver…

– No -Faith agarró una bata de médico y se la puso. Le cubría todo el cuerpo menos las zapatillas-. Di otra palabra sobre las zapatillas y eres hombre muerto.

Y con eso, salió de allí.


Cuando Faith vio quién estaba en la puerta de la clínica, se apresuró a abrir. Una de sus pacientes, Ally Freestead, se lanzó a sus brazos llorando de alivio.

– ¡Menos mal! Necesito sentarme.

No era de extrañar. Estaba embarazada de nueve meses. Faith miró a su alrededor para buscar una silla, pero Luke ya estaba allí sujetando a Ally mientras jadeaba.

– ¿Hace cuánto tiempo que tienes dolores? -preguntó él.

Colocó la mano sobre su vientre y miró el reloj.

– Desde el día que me acosté con el canalla que me hizo esto -Ally hizo un gesto de dolor.

– ¿Al hospital? -le preguntó Luke a Faith, sentando a Ally en una silla.

– ¡No! Quiero que mi hijo nazca aquí. ¡Maldita sea! ¡Cómo duele! ¡Ponedme una inyección o algo!

Faith le agarró la mano.

– ¿Recuerdas los ejercicios de respiración que practicamos?

– Déjate de ejercicios. ¡Quiero drogas! ¡Ahora! ¡Cielos! Ahora también tengo calambres en las piernas.

Faith se arrodilló junto a ella y comenzó a darle masajes.

– ¿Eso son zapatillas con forma de conejo? -resopló Ally.

– Estás alucinando. Sigue respirando -dijo Faith.

– ¡Dadme algo! -gritó Ally.

– Ally, querías parir de forma natural, ¿recuerdas? Si respiramos juntas…

– Faith -Ally esperó a que se le pasara la contracción-. No quiero ser maleducada, pero esto duele más de lo que me dijiste.

– Lo sé, pero podemos hacerlo…

– Oh, cielos… ¡Aquí viene otra!

– Tenemos que llevarla a una habitación -dijo Luke.

– No. ¡No me mováis!

– Ally…

– ¡Tengo que empujar!


Una hora más tarde, Ally dormía plácidamente y Luke tenía en sus brazos a un niño furioso que había llegado al mundo en menos de quince minutos y con sólo dos empujones.

«Un milagro», pensó mientras el pequeño lloraba a pleno pulmón.

– ¿Se puede saber con quién estás tan enfadado? -murmuró entre risas.

– ¿Estás bien?

Luke se volvió y vio que Faith estaba observándolo desde la puerta. ¿Que si estaba bien? Él la había observado hacer su trabajo, había respirado, sudado, reído y llorado al mismo tiempo que Ally. Y por supuesto, se había entregado a ella al cien por cien.

– ¿Quieres que lo sujete yo? -preguntó ella estirando los brazos.

– Estoy bien. Sólo ha nacido hambriento.

– Ally quiere intentar ponérselo en el pecho. Le dije que primero iba a cambiarle el pañal.

– Ya lo he hecho.

– ¿De veras?

– Bueno, sí, pero… -Luke acarició la cabeza del bebé, quien empezaba con otra rabieta-. Porque, por si no te has dado cuenta, este paciente y yo estamos teniendo una profunda discusión sobre el sentido de la vida.

Ella se rió.

– Es sólo que los doctores no soléis… -al ver que arqueaba las cejas, se calló--. De acuerdo, tengo que admitirlo, no eres el típico doctor.

– ¿Es que hay un típico doctor?

– Sí, al menos desde el punto de vista de las enfermeras. Son engreídos, arrogantes, maleducados… sólo por mencionar algunos fallos.

– Yo los tengo todos -dijo él-. Pregúntale a cualquiera de los que han trabajado conmigo.

– Bueno, tú has trabajado conmigo -dijo ella, mirándolo a los ojos-. Y he de decir que no lo he notado.

– ¿Te has olvidado de lo que me hizo venir aquí en primer lugar?

– A lo mejor has cambiado.

Él la miró y casi la creyó. Nunca se había percatado de que su vida anterior tuviera algo malo. Lo único que le importaba eran sus pacientes. Pero desde que había ido allí…

– Eres el hombre más compasivo que he conocido nunca -susurró ella, y lo agarró del brazo-. Eres amable, cariñoso y…

El bebé que Luke tenía en los brazos entornó los ojos y miró a ambos. Después, abrió la boca como un pajarito.

Faith y Luke se rieron, pero él dejó de sonreír en cuanto la miró a ella. Estaba pálida, y cuando se retiró un mechón de la frente, los dedos le temblaban ligeramente. Frunciendo el ceño, Luke le acarició la barbilla y notó que estaba sudando.

– ¿Estás bien?

– Claro -pero no sonrió ni lo miró a los ojos-. Ha sido un día largo.

Luke meció al bebé, que se había puesto a llorar, sin dejar de mirar a Faith.

– Después de un largo día, uno bosteza, pero no tiene aspecto de que se vaya a desmayar -se puso en pie-. Siéntate -le ordenó-. Faith…

– Es posible que sólo sea ese estúpido virus -dijo ella, echando la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos.

– ¿Cuándo fue la última vez que te has hecho un análisis? -ella se puso tensa-. Hace tiempo, ¿no?

– Estoy bien.

– Estás agotada y algo va mal. Deja que te saque una muestra de sangre.

– No.

– Faith…

Ella se acurrucó en la silla.

– ¿Quieres ser un buen médico? Pues ocúpate de Ally mientras yo descanso cinco minutos.


La noche siguiente, Faith decidió descansar. Estaba sentada delante del televisor comiendo palomitas dulces de maíz, vestida con un chándal, una camiseta v sus zapatillas de conejo.

Había hecho las cuentas y estaba sorprendida porque había podido pagar más facturas de las que esperaba. También había hecho el pedido y había organizado el horario de sus empleados.

Cuando llamaron a la puerta, se sobresaltó.

¿Una emergencia? No, porque de haber sido una emergencia habrían llamado abajo, y no a su casa.

Se acercó a la puerta y miró por la mirilla. Reconoció la silueta de Luke y, al instante, se le endurecieron los pezones.

¡Al fin había ido a por esa sesión de sexo salvaje que ella le había prometido! Sólo de pensarlo, le temblaron las piernas. ¿Cuándo aprendería? Tenía que ir por casa vestida de seda y encaje, no con algodón viejo.

– ¿Vas a dejarme pasar? Abre la puerta, Faith.

«Sí, abre la puerta, Faith». Tardó un instante porque se puso nerviosa al imaginárselo desnudo. Se recolocó la horquillas que llevaba en el cabello, se subió los pantalones que no paraban de caérsele y estiró de la camiseta desteñida.

– Lo siento, yo…

– Ya basta -dijo él, mirándola a los ojos-. Estás preciosa, Faith. Se me olvida lo preciosa que eres, luego te veo y me quedo sin respiración.

– Yo… No sabía que me veías así -dijo ella con nerviosismo.

– Entonces no prestas atención.

– Luke…

– ¿Te has olvidado de lo que pasa cuando nos besamos?

– Um… no.

– Bien. Recuérdalo, ¿de acuerdo?

De pronto, Faith se percató de que Luke tenía la mano detrás de la espalda. y la miraba como si fuera uno de sus pacientes.

– Sentémonos -dijo él-. ¿Qué estás viendo?

Él nunca se había interesado por algo tan mundano como la televisión. Nunca había sido tan cariñoso.

– ¿Por qué me tratas tan bien de repente?

– ¿De qué estás hablando? Siempre soy encantador -cuando ella lo miró, él suspiró-. De acuerdo, la verdad… -sacó la mano de detrás de la espalda le mostró un kit de análisis de sangre.

– No…

– Sí -la agarró de la mano-. No tienes por qué tener miedo, soy muy bueno sacando sangre…

– No tengo miedo de la aguja.

– Bien, porque sospecho que tienes un problema de azúcar.

– ¡No!

– Mira, Faith, hazme caso, ¿de acuerdo? Sé que crees que tienes ese virus…

– Lo tengo…

– Pero creo que hay algo más, y no puedes seguir ignorándolo, no es seguro.

Lo que no era seguro era que ella hubiera pensado que él había ido allí por otros motivos.

– Yo me ocuparé de mí misma.

– Eso es ridículo. Estoy aquí y soy capaz de encontrar las respuestas que necesitamos. Tomaremos una pequeña muestra y… -ella escondió el brazo detrás de la espalda-. Sólo es un pinchazo en un dedo.

Lo que ella necesitaba era que se marchara, que la dejara a solas con el televisor v con su estilo de vida en el que no tenía sitio para un hombre. Pero antes de que pudiera decírselo, tenía el brazo extendido apoyado sobre su pierna y él le limpiaba el dedo con un algodón mojado en alcohol.

– De acuerdo, te mentí. No me gustan las agujas.

– ¿De veras? -dijo él.

– ¿No se supone que deberías estar distrayéndome?

– Si te portas bien, te daré un chupa chups.

– ¿Tienes un chupa chups?

– Bueno, no… -sonrió él-. De acuerdo, elige otro premio. Cualquier cosa.

«Tú», pensó ella. «Te elijo a ti.

– ¿No se te ocurre nada? -le acarició el brazo-. Tengo que admitir que me sorprendes, Faith. Parece que siempre sabes lo que quieres. No dejes de respirar… Relájate, sólo es un pequeño pinchazo…

– ¡Ay! -gritó ella, pero no era para tanto.

Luke era bueno en ello. Tal y como le había prometido.

Faith tenía la sensación de que era bueno en todo lo que se proponía. Le presionó el dedo para sacarle unas gotas de sangre.

– ¡Ay! -se quejó de nuevo.

– Eres como un bebé grande.

– No lo soy, yo…

– Shh -le puso una tirita en el dedo y puso en funcionamiento la máquina para analizar el azúcar.

Si resultaba que él estaba en lo cierto y ella era hipo o hiperglucémica, Faith se moriría de vergüenza. Allí estaba ella, una profesional de la salud, ignorando la suya propia.

Pero, por supuesto, él estaría equivocado. Ella sólo era sensible al virus de la gripe…

Con mucha dulzura, Luke llevó el dedo de Faith junto a sus labios.

– ¿Mejor? -murmuró con delicadeza, y ella se derritió. Se hubiera derretido sobre su regazo de no ser porque la máquina de análisis comenzó a pitar.

Él la miró y dio un largo silbido.

– Supongo que vas a decirme que es el virus, y no esas palomitas dulces lo que han hecho que tu azúcar en sangre doblara el nivel normal, ¿verdad?

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