Leandro estudió sus magullados nudillos con poca satisfacción. Había ido a visitar a Santos de camino al aeropuerto y había descubierto que su encargado estaba cargando el coche. Aparentemente, ya sabía que su secreto se conocía. Se había limitado a musitar sus disculpas y había tratado de evitar la pelea. ¿Cómo podía Molly haberse sentido atraída por un hombre que tenía las agallas de un gusano?
Marcharse a Ginebra resultó ser un error. Su concentración se evaporó por completo. No dejaba de imaginarse a Molly en la cama con otro hombre, por lo que tuvo que dar por terminadas sus reuniones y regresar a casa. Una vez allí, tuvo un intercambio de opiniones con su madre, que tuvo como consecuencia que ella se marchara del castillo hecha una furia en menos de una hora. Sólo entonces, tuvo la intimidad suficiente para subir al dormitorio que Molly había abandonado.
En su nota de despedida le hablaba de la familia que acababa de descubrir y le decía que su hermano, Nikolai Arlov, iba a ir a recogerla en su helicóptero. Nikolai Arlov. Su hermano era un multimillonario ruso. Sin embargo, el vacío que reinaba en el dormitorio afectó a Leandro mucho más que lo que ella le contaba sobre el papel. Había dejado sus anillos sobre la cómoda, como prueba de su rechazo al matrimonio con él. Ese hecho le paralizó. Apretó los puños para enfrentarse en amarga batalla a los sentimientos que llevaba todo el día negándose a reconocer.
Se estaba imaginando un mundo sin Molly y no le gustaba. Sin embargo, así era como debía ser. ¿Cómo podía ser de otro modo cuando ella le había sido infiel? Tendrían que divorciarse. Desgraciadamente, no era capaz de tan fría lógica. No podía ir más allá de un hecho muy sencillo: la cama de Molly estaba vacía. Ella se había marchado.
Alguien llamó a la puerta. Era Julia. Su hermana pequeña lo observaba desde la puerta con el rostro enrojecido y lleno de lágrimas.
– No quiero hablar con nadie en estos momentos -susurró Leandro.
– ¿Aunque yo esté aquí para decirte que la que estaba teniendo la aventura con Leandro era yo? -replicó Julia, sollozando.
Había tres mujeres en la piscina. Molly estaba tumbada en su sofá flotante y estaba tomando un batido de fresa mientras meneaba los dedos de los pies al ritmo de la música que resonaba alrededor de la lujosa piscina cubierta que Nikolai tenía en su casa de Londres.
– Tienes mejor aspecto -dijo Abbey, la hermosa esposa pelirroja de Nikolai. Ella también estaba embarazada de su segundo hijo. Estaba secando con una toalla a Danilo, su primogénito, un niño inquieto y alegre con gran parte de la fuerte personalidad de su padre.
– Es cierto. Estabas muy pálida cuando llegaste -opinó Ophelia-. Ahora estás mucho más tranquila.
Molly sonrió. Estaba más que satisfecha con la familia que había encontrado. Había pasado los primeros días con Ophelia y Lysander en Madrigal Court, donde había conocido a sus sobrinos. Nikolai había insistido en que realizaran pruebas de ADN para que nadie pudiera cuestionar nunca la identidad de Molly. Dichas pruebas habían revelado otro detalle que ella jamás había sospechado antes.
Parecía que su padre había sido el magnate griego Aristide Metaxis, el hombre que no sólo había abandonado a su madre en el altar sino que, años más tarde, se había convertido en su amante. De hecho, Molly recordaba vagamente a un visitante que siempre le regalaba caramelos. Resultaba fascinante que el hijo adoptivo de Aristide, Lysander, estuviera casados con Ophelia y que, además de cuñado, fuera también su hermano adoptivo. Además, parecía ser que Aristide había dejado una cantidad para una niña sin nombre.
Los abogados del magnate griego estaban convencidos de que Molly era esa niña y de que Aristide sabía perfectamente cuando murió que tenía una hija.
Abbey respondió el teléfono que tenía a su lado y sonrió a Molly.
– Tu esposo ha venido a verte.
Molly comenzó a chapotear como loca para poder acercarse al borde de la piscina. Cuando por fin salió, tomó la toalla que Abbey le lanzó y se envolvió con ella. De repente, sintió mucho frío. Había pasado una semana desde que se marchó de España. Leandro se había tomado su tiempo para ir a buscarla. Tras ponerse unas chanclas, se dirigió al ascensor para subir a la parte principal de la casa.
Al entrar en el salón, el corazón le latía con fuerza en el pecho. Vio a Leandro al lado de la ventana. Estaba tan elegantemente vestido como siempre. Cuando él notó la presencia de Molly, se giró para mirarla.
– Tu hermano se negó a decirme dónde estabas -dijo. Su voz estaba teñida con la amenaza de un tigre que se está afilando las garras.
– ¿De verdad? -replicó ella, muy tensa-. No lo sabía.
– Primero, me puse en contacto con él por teléfono cuando él te traía de vuelta a Londres el mismo día que te marchaste de España, hace ya una semana. Me dijo que no querías hablar conmigo.
Molly se sintió furiosa por el hecho de que Nikolai hubiera tomado aquella decisión en su nombre. Le molestó que su hermano se inmiscuyera en su matrimonio.
– No debería haberlo hecho, pero probablemente estaba tratando de protegerme.
– Te debo una sincera disculpa por haber pensado que estabas teniendo una aventura con Fernando Santos. Julia me contó la verdad…
– Oh… -susurró ella. Aquella inmediata disculpa le sorprendió. Le resultó imposible concentrarse-. No he hablado con ella desde que me marché. ¿Se encuentra bien?
– Está muy disgustada por lo que ha ocurrido entre nosotros y ha roto con Santos. Descubrió que ella no era la única mujer en su vida. Creo que, dadas las circunstancias, deberías haberme dicho la vedad.
– ¡No me habrías creído! Desde el primer momento en el que me viste hablando con Fernando, sospechaste de nosotros…
– Estaba celoso -admitió él, muy a su pesar-. Noté inmediatamente su ansia por impresionarte, la admiración que sentía por ti.
– Por mí y por no sé cuántas más mujeres -replicó ella. Se sentía algo más contenta por aquella inesperada confesión de celos-. Creía que no te ponías celoso.
– Creía que eso era la verdad cuando te lo dije. No quise reconocer que los celos se habían apoderado de mi mente, por lo que comencé a malinterpretar todo lo que ocurría para que encajara con mis más… profundos temores. Por supuesto, tenías razón cuando me dijiste que debería haber confiado en ti. Sin embargo, eres una mujer muy hermosa y sensual… ¿Por qué no iban a sentirse otros hombres hechizados por tu belleza como me había ocurrido a mí?
La toalla se le había ido deslizando, dejando al descubierto el escote del bikini que llevaba debajo. Al ver que Leandro centraba su atención en las copas que con tanto esfuerzo contenían los abundantes senos, Molly enrojeció y volvió a subirse la toalla. Aun así, su traicionero cuerpo comenzó a despertar ante el interés de Leandro.
– ¿Cómo pudiste marcharte?
– Muy fácil. Sentía que yo era la única persona que se esforzaba en nuestra relación. Tú jamás estabas y me obligabas a vivir con tu madre, que me odia.
– No me di cuenta hasta que me dijo ciertas cosas sobre ti cuando tú ya te habías ido. Ha regresado a su casa de Sevilla y es plenamente consciente de que no es bienvenida en mi castillo a menos que te trate con el respeto que te mereces por ser mi esposa. ¿Por qué he tenido que esperar a que mi madre pierda los estribos para descubrir cómo te estaba tratando? ¿Por qué no me lo dijiste tú?
– No sabía de qué lado te ibas a poner y no quería que tuvieras que enfrentarte a esa situación. Sinceramente, creí que, tarde o temprano, doña María se cansaría de meterse conmigo y terminaría por aceptarme.
– Tú te merecías un trato mejor que ése en tu propia casa. Naturalmente, yo me habría puesto de tu lado. Sé perfectamente cómo puede ser mi madre…
– Creo que ella estaba detrás de la oferta que me hicieron antes de casarme contigo.
– ¿De qué oferta estás hablando?
Cuando Molly le dio los detalles, Leandro se quedó completamente atónito. Le pidió que le diera el nombre del bufete en cuestión. Lo reconoció inmediatamente.
– Ese bufete trabajó para nosotros en el pasado. Es muy probable que mi madre estuviera detrás de esa oferta. No tenía ni idea de que fuera capaz de llegar a tal extremo o de que se atreviera a inmiscuirse en mi vida hasta ese punto…
– A ella no le parezco suficientemente buena para ti.
La ira que Leandro sentía era palpable.
– Dios mío… ¿Fuiste capaz de rechazar dos millones de libras por casarte conmigo?
– Sí. Habría hecho mejor en aceptar el dinero, ¿no te parece? -susurró ella, aludiendo al estado de su relación.
Leandro dio un paso al frente.
– Pues yo te agradezco mucho que no lo hicieras y que accedieras a casarte conmigo.
– Tú sólo querías casarte conmigo por el bien de nuestro hijo, pero, desgraciadamente, yo no soy tan fría como tú. Yo no podría vivir así durante el resto de mi vida.
– ¿Por qué no me dijiste lo que sentías? ¿No se te ocurrió pensar que precisamente el día en el que yo creía que habías pasado la noche con un amante no era el momento adecuado para echarme en cara mis defectos como marido?
– No. Como no había estado con ningún amante, no se me ocurrió.
– Me había pasado toda la noche preocupándome por ti. Una vez más, es todo culpa mía. Tu hermano Nikolai no me ha dejado duda alguna al respecto. Si hubieras tenido guardaespaldas, esos paparazzi no se te habrían acercado nunca y yo habría sabido dónde estabas esa noche.
– No necesito guardaespaldas. Nikolai se preocupa demasiado por la seguridad.
Leandro le tomó las manos, que ella no había dejado de retorcerse durante toda la conversación, y se las apretó con fuerza. Entonces, la miró con los ojos llenos de ansiedad.
– Quiero que regreses, amor mío. Te lo habría dicho hace una semana si tu hermano hubiera querido decirme dónde estabas.
Molly se tensó. La esperanza y las dudas se enfrentaban en el interior de su cabeza en una pelea a muerte.
– Estoy segura de que tu intención es buena, pero, para mí, el matrimonio tiene que ser mucho más que el hecho de hacer lo correcto con la mujer que lleva en sus entrañas el hijo de uno. Yo jamás intentaría apartarte de nuestro hijo.
– ¿Cómo puedo convencerte de que ahora será diferente? -insistió Leandro sin soltarle las manos-. No se trata de hacer lo correcto. Te estoy pidiendo que me des la oportunidad de demostrar lo mucho que valoro tu presencia en mi vida.
Las lágrimas llenaban los ojos de Molly. Aquél era el hombre al que amaba, al que había echado de menos cada hora del día y que, una vez más, le estaba ofreciendo lo que ella más ansiaba. Sin embargo, en esa ocasión, era mucho menos ingenua.
– Tú no me valoraste cuando yo estaba a tu lado. Ni venías a cenar, ni me llamabas ni mostrabas la más pequeña señal de que me echaras de menos cuando estabas lejos de mí.
Leandro estaba muy pálido. Su rostro denotaba una profunda tensión.
– Jamás me ha resultado fácil mostrar mis sentimientos. No me habría permitido necesitarte demasiado. Lo veía como una debilidad y a mí me gusta tener el control absoluto de las cosas.
– Por el contrario, yo lo muestro todo y digo y hago lo que siento. Hacemos mala pareja, Leandro. Yo me sentía sola y triste contigo y no quiero regresar a eso. Ahora que hemos roto, todo debería resultarnos más fácil.
– ¡No me gusta mi vida sin ti! -exclamó él de repente. Molly jamás le había oído gritar de aquel modo tan violento.
– Creo que deberías marcharte.
– ¡No puedo alejarme de ti ni de mi hijo!
– Tienes que hacerlo, si eso es lo que ella quiere -dijo la voz de otro hombre desde la puerta.
Molly giró la cabeza para ver a sus dos hermanos, el adoptivo y el biológico, en la puerta. Ninguno de los dos parecía tener un gesto muy amable en el rostro.
– Nikolai, no te metas en esto, por favor -Leandro contempló a los dos nombres y sintió la rotunda oposición hacia él que había en los rostros de ambos.
– Lysander, ¿estás con Nikolai en esto? -le preguntó.
– No. No creo en lo de inmiscuirse en los matrimonios de otras personas -contestó el guapo griego con tranquilidad-. Sin embargo, si sigues haciendo sufrir a mi hermana, te juro que te haré pedazos.
Nikolai estudió a Leandro con fría hostilidad.
– Ahora Molly nos tiene a nosotros. No necesita a nadie más.
– Dejemos que sea Molly quien tome esa decisión -anunció Leandro. Con eso, se dirigió hacia la puerta. Entonces, desde el umbral, se volvió a mirar a Molly-. Ya sabes dónde me alojo.
Molly se tragó el nudo que tenía en la garganta y asintió. Cada fibra de su ser la empujaba a salir corriendo detrás de él e impedir que se marchara. Por eso, necesitó hacer un gran esfuerzo para dejar que se marchara sin protestar. Se dijo que había tomado la decisión correcta. No quería estar con un hombre que no la amaba. No quería pasarse el resto de su vida ocultando el amor que sentía hacia él. Quería ser valiente e independiente. Tenía que aprender cómo salir adelante sin él.
Nikolai le dio una palmada sobre el hombro cuando la puerta se cerró. Leandro se había marchado.
– Has tomado la decisión adecuada.
– Sólo si es en verdad lo que Molly desea -intervino Lysander. No parecía muy convencido.
– Molly y yo crecimos sin nada -afirmó Nikolai-. ¿Qué crees que tiene ella en común con un duque que se educó en colegios privados de Inglaterra?
– No es un esnob -musitó Molly a favor de Leandro.
– Muy pronto tendrán un hijo en común -le recordó Lysander a su cuñado con impaciencia-. Ese niño es razón suficiente par que Molly se tome su tiempo para decidir si quiere o no divorciarse.
¡Divorcio! La palabra horrorizaba a Molly. Sería una resolución definitiva. No volvería a ver a Leandro a menos que él fuera a visitar a su hijo y no creía que pudiera soportar ni siquiera pensar en esa posibilidad.
Su convicción se hizo más firme mientras jugaba con sus sobrinos aquella noche. ¿Acaso no tenía sentido darle a su matrimonio una segunda oportunidad cuando estaba tan enamorada de Leandro? Poco después de llegar a esa conclusión, le dijo a Abbey que se marchaba a ver a Leandro a su apartamento.
Uno de los guardaespaldas de Nikolai la siguió durante todo el camino. Fue un alivio entrar por fin en el apartamento. Evidentemente, su aparición sorprendió mucho a Leandro. El hecho de que oliera a whisky le sorprendió porque Leandro casi nunca bebía. Además, su apariencia no era tan perfecta como de costumbre. Le faltaba la corbata, tenía la chaqueta arrugada y necesitaba afeitarse.
– Molly…
Ella entró en el salón y vio una botella de whisky medio vacía y un único vaso de al lado de un plato de comida intacto.
– Tengo una proposición que hacerte.
Leandro la interrogó con la mirada, a pesar de que no parecía poder enfocar los ojos correctamente sobre ella. Trató de dirigirse hacia ella en línea recta. No consiguió ninguna de las dos cosas. El abstemio esposo de Molly distaba mucho de estar sobrio.
– Tú dirás.
– Te propongo unas vacaciones de al menos tres semanas sólo para nosotros dos para que podamos ver si podemos sacar adelante este matrimonio -murmuró Molly. Le preocupaba que él hubiera estado bebiendo a solas.
– ¡Hecho!
– Leandro, en España no podías ni siquiera estar una noche en casa conmigo, por lo que te ruego que no subestimes lo que te estoy pidiendo que hagas.
– Haré lo que sea si ello significa que no te pierdo ni a ti ni al bebé, preciosa mía…
Los ojos de Molly se llenaron de lágrimas. Acababa de darse cuenta de que él había estado pensando mucho el tema y había terminado por comprender lo que le costaría la ruptura de su matrimonio. Naturalmente, no quería perder la oportunidad de criar a su hijo.
– Y no habrá más secretos. Sé que tú no estás acostumbrado a mostrar tus sentimientos, pero los tienes, ¿verdad?
Leandro la estudió atentamente.
– Sí -admitió.
– Entonces, el trato es: largas vacaciones, sin secretos, y mayores esfuerzos en todos los frentes por tu parte -afirmó Molly con una cierta ansiedad.
– ¿Quieres que nos vayamos ahora mismo?
– No. Creo que primero deberías dormir la borrachera -le ordenó Molly-. ¿Qué te parece mañana por la tarde? ¿Podrías alquilar una casa en alguna parte?
– Hecho. Y te prometo que serán las vacaciones perfectas -prometió Leandro.