A la mañana siguiente, Molly llamó a la puerta que comunicaba su dormitorio con otra habitación y esperó. Al no recibir respuesta, la abrió y vio que se trataba de otro imponente dormitorio con muebles que parecían haber sido diseñados hacía varios siglos. Respiró profundamente. Tal vez debería haber estado preparada para la ausencia de Leandro.
Después de todo, había dormido sola. Sola en su noche de bodas. Aunque era cierto que habían consumado el matrimonio en el avión privado de Leandro, no había esperado que él la dejara sola. Sin embargo, tampoco había esperado que tendrían dormitorios separados. La noche anterior se había quedado dormida mientras lo esperaba en medio de aquel solitario esplendor. Una doncella la había despertado con el desayuno en la cama. Sólo comprendió la verdad mientras se vestía: el vestidor contenía tan sólo su ropa. Una puerta del enorme dormitorio conectaba con el de él.
Alguien llamó a la puerta de su dormitorio. Era Julia.
– Oh, bien. Ya veo que estás levantada. Leandro me ha pedido que te lleve de tiendas para que te compres un vestido para la fiesta de esta noche.
– ¿Dónde está él?
– En el banco, por supuesto -replicó Julia. Parecía sorprendida por la pregunta.
Molly no se podía creer que se hubiera marchado a trabajar el día después de su boda. Se negó a pensar que él la había abandonado. Después de todo, no era una niña. Muy pronto se acostumbraría a todo y se las arreglaría bien sin él. Por lo que parecía, no tenía mucha elección.
Mientras bajaban la escalera, Julia le explicó a Molly adonde la iba a llevar de compras mientras que ésta no dejaba de contemplar todo lo que le rodeaba. Lo hacía con la aprensión de una persona corriente que, de repente, se encuentra perdida en un palacio real. Inmediatamente alejó ese pensamiento de su mente. El castillo de Leandro era el lugar en el que ella iba a criar a su hijo y lo último que su bebé necesitaba era una madre a la que le faltara autoestima. Al llegar al pie de las escaleras, un miembro del servicio doméstico se dirigió a ellas en español.
– Basilio dice que a mi madre le gustaría hablar contigo antes de que nos marchemos -tradujo Julia. Entonces, acompañó a Molly a un elegante salón en el que doña María la estaba esperando.
– Molly -dijo la mujer, saludándola con una pétrea sonrisa-. Leandro me ha pedido que hable contigo sobre la organización de esta casa. No cree que tú puedas hacerte cargo inmediatamente, por lo que yo he accedido a ocuparme de ese trabajo hasta que tú te sientas capacitada.
Abrumada por la poca confianza que tenía su esposo en ella, Molly se sintió arrinconada.
– Bien -contestó con incertidumbre.
– Ocuparse de los empleados y del funcionamiento de una casa tan grande como ésta es una tarea compleja -señaló doña María-. Aloise había crecido en una casa similar y sabía exactamente lo que tenía que hacer. Basilio es un excelente mayordomo. Tiene que serlo. Leandro espera que este castillo funcione como un reloj.
Con una brillante sonrisa con la que trató de ocultar la tensión que la embargaba, Molly levantó la barbilla.
– Estoy segura de que podré hacerlo también perfectamente. Mi experiencia en el mundo de la hostelería me ayudará.
– Me impresiona tu confianza.
Molesta por la actitud de su suegra, Molly levantó aún más la cabeza.
– Comprendo que la repentina boda de su hijo la haya sorprendido a usted. No tengo deseo alguno de enemistarme con usted, pero, ahora, ésta es mi casa y tengo la intención de adaptarme al modo de vida de este lugar porque quiero que nuestro hijo sea feliz…
– Sin embargo, tú jamás podrás ser la esposa que Leandro necesitaba. Aloise fue el amor de su vida. Completamente irreemplazable. Jamás encajarás aquí como lo hizo ella. Sólo puedes ser motivo de vergüenza para mi hijo. ¡Una camarera! -exclamó la duquesa con profundo desprecio-. Sé que te arrojaste encima de Leandro desde el primer momento en el que lo viste…
– ¿De dónde se ha sacado usted eso? -la interrumpió Molly sin poder contenerse.
– Krystal Forfar es una de mis más antiguas amigas. ¡Ella fue testigo de cómo conociste a Leandro y te vio como lo que eres, una cazafortunas!
Aunque le dolió profundamente aquel insulto, Molly se mantuvo firme.
– Supongo que es usted la parte anónima que había detrás de la oferta que se me hizo.
– No sé de qué estás hablando -proclamó doña María-. Te aconsejo que no hagas alegaciones falsas contra mí -añadió la mujer-. Leandro no te perdonaría jamás.
Diez minutos más tarde, mientras iba en una lujosa limusina con Julia, Molly seguía preguntándose si debía contarle a Leandro lo ocurrido con su madre. ¿Cómo podía demostrarlo? No tenía pruebas escritas que lo corroboraran ni testigos de lo que la abogada le había dicho. Además, ¿se atrevía a ir contándole a Leandro cosas sobre su madre menos de treinta y seis horas después de casarse con él? Decidió que no. No obstante, lo de «el amor de su vida» le había dolido profundamente. Sabía que pasaría mucho tiempo antes de que ella pudiera olvidar aquella descripción de Aloise.
– ¿Quería mucho tu madre a Aloise? -le preguntó Molly a Julia.
La joven se sonrojó y evitó mirarla a los ojos.
– Mamá conoció a Aloise cuando era una niña. Como todos. Sólo vivía a unos pocos kilómetros de distancia de aquí y nuestras familias tenían una buena relación. La muerte de Aloise nos destrozó a todos. El accidente fue inesperado y verdaderamente trágico. Aloise tenía mucha vida por delante… Todo el mundo la admiraba…
Por lo que parecía, Leandro había elegido la esposa perfecta. Una amiga de la infancia, vecina, conocida de su familia y con la que él había compartido mucho más de lo que podría compartir nunca con ella. También estaba dispuesta a apostar que Leandro sí que se había llevado al amor de su vida de luna de miel…
El vestido era de un vibrante color esmeralda que destacaba aún más el color de sus ojos. La brillante tela se le ceñía al cuerpo desde el busto a las caderas y luego tomaba vuelo en la falda.
– Vas a hacer que todo el mundo se vuelva para mirarte, gatita -le dijo Leandro a su espalda.
Molly se sobresaltó y se dio la vuelta.
– No sabía que habías vuelto.
– Siento no haber podido llegar a cenar. El trabajo se acumuló mientras estaba en Londres. No tardaré mucho. Lo único que tengo que hacer es ducharme y cambiarme de ropa. Por cierto, pensé que te gustaría ponerte esto esta noche…
Le entregó un estuche que parecía contener joyas. Molly lo abrió y vio un magnífico collar de lustrosas perlas y unos pendientes a juego.
– Son preciosas.
– Hay una buena colección de joyas en la caja fuerte, que te puedes poner cuando quieras.
Molly tomó el collar. Leandro la ayudó con el broche de diamantes y le rozó suavemente la nuca al abrochárselo. Entonces, ella se puso los pendientes. El conjunto le daba un aire de verdadera opulencia.
– ¿Cuántos años tienen estas joyas?
– Son de finales del siglo XIX. Fueron regaladas con motivo del nacimiento de mi bisabuelo. Y esto es mío -añadió, entregándole un estuche más pequeño.
El corazón de Molly latía muy rápidamente. Abrió la caja y contempló un imponente anillo de diamantes.
– Es precioso.
Leandro lo sacó del estuche y le tomó la mano. Entonces, se lo deslizó en el mismo dedo en el que llevaba su alianza de boda.
– No seguimos los pasos habituales, querida…
– Me gusta mucho. Me gusta mucho, de verdad… -susurró ella. Se sentía verdaderamente emocionada con aquel gesto. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
– Será mejor que me vaya a dar esa ducha -replicó Leandro. Se marchó inmediatamente.
Molly admiró su colección de joyas y disfrutó del hecho de que, evidentemente, él quería que ella estuviera al mismo nivel que el resto de las mujeres de la fiesta.
– ¿Desde cuándo funciona este sistema de dormitorios separados para los matrimonios? -preguntó Molly cuando descendían juntos la magnífica escalera.
– Siglos -respondió Leandro. Parecía sorprendido.
– Creo que va siendo hora de cambiarlo -susurró ella.
Leandro la miró atentamente. Tenía la pasión reflejada en la mirada.
– Podrías tener razón, querida mía.
– ¿Estás diciéndome que estás admitiendo que podrías estar equivocado en algo?
– No. Tú me estás malinterpretando.
Los invitados, ataviados con elegantes trajes y exquisitos vestidos de noche, fueron entrando en el salón de baile para saludarlos. A medida que la velada fue avanzando, Molly sintió que la cabeza comenzaba a darle vueltas por el número de caras y nombres que tenía que recordar. Conoció a parientes, vecinos, amigos y colegas de Leandro. La noche era cálida y la multitud de invitados y el ruido de música y voces provocó en Molly una sensación agobiante, que la hizo sentirse ligeramente mareada. Se dirigió a las puertas abiertas de la terraza para tomar un poco el aire. Justo cuando estaba a punto de regresar a su lugar junto a Leandro, Julia se acercó a ella. Entrelazó un brazo con el de su cuñada y la llevó hacia un lado de la sala.
– ¿Puedo confiarte un secreto? -le preguntó Julia.
– Si quieres -respondió Molly con una cierta incertidumbre.
– Llevo semanas viendo a Fernando Santos -le confesó la joven-. ¡Estoy loca por él!
– Dios mío…
Molly estaba abrumada por la confesión. No estaba del todo segura de querer la responsabilidad que implicaba.
– Si se supiera, mi familia me obligaría a romper con él y Fernando perdería su trabajo -susurró Julia-. Te ruego que no se lo digas a nadie.
Molly asintió y esperó que Leandro se equivocara sobre el hecho de que el guapo encargado fuera un donjuán. Minutos más tarde, Molly tuvo ocasión de encontrarse precisamente con Fernando. El apuesto encargado se inclinó suavemente sobre ella y le besó la mano. Ese gesto, unido a su insistente sonrisa y a su conversación, demostraba que se trataba de un hombre acostumbrado a tratar con mujeres.
– He encontrado un par de sitios que podrían ser adecuados para su propósito, Su Excelencia. ¿Preferiría usted que hablara de esto con su esposo? -le preguntó Fernando.
– No. Yo me ocuparé del asunto. Mi esposo es un hombre muy ocupado -replicó Molly.
– En ese caso, le haré saber cuándo puede ir usted a inspeccionar esos cobertizos -le dijo Fernando, tensándose al ver que Julia le sonreía abiertamente y apartando la mirada con un gesto que no suponía buenos augurios para la relación.
De repente, Molly se sintió muy preocupada por Julia. Veía que la joven estaba muy enamorada de Fernando y que corría grave riesgo de sufrir mucho. El sudor le cubrió el labio superior. Tuvo que respirar profundamente para tratar de superar la extraña sensación de mareo que se estaba adueñando de ella.
– ¿Se encuentra bien? -le preguntó Fernando-. Está usted muy pálida.
– Estoy bien -mintió Molly.
Rápidamente, se dio la vuelta y trató de buscar un sitio en el que sentarse. Sin embargo, la brusquedad del movimiento fue demasiado para ella. Se sintió repentinamente muy mareada, con la piel cubierta por completo con un sudor frío. Se tambaleó y comenzó a caer al suelo. Una décima de segundo antes de que se golpeara contra el suelo, alguien la sujetó.
Cuando recuperó la consciencia, vio que la habían trasladado a una pequeña habitación y que Leandro estaba de pie, junto al sofá sobre el que ella estaba tumbada. Tenía una fuerte preocupación reflejada en el rostro. Un hombre de mediana edad le estaba tomando el pulso. Leandro lo presentó como el doctor Edmundo Mendoza, el médico de la familia.
– Debería usted estar descansando más. Su Excelencia -le censuró el médico.
– Sólo me sentí un poco mareada. Hacía mucho calor y me faltó el aire.
– No está usted acostumbrada al clima y, dentro de unas pocas semanas, hará todavía más calor -le advirtió el doctor Mendoza-. Tómese su tiempo para aclimatarse.
– Debería haberme asegurado de que te sentaras -gruñó Leandro.
– Tan sólo me mareé un poco -dijo ella.
– Sin embargo, suponga que se hubiera mareado en las escaleras -le recriminó el médico.
– Ahora deberías descansar -afirmó Leandro-. Nuestros invitados lo entenderán.
– No deseo que se me trate como a una inválida -musitó Molly mientras se preguntaba si todos los presentes sabían ya que se había casado embarazada. Al pensarlo, se sintió muy mal.
Leandro la tomó en brazos y la levantó del sofá.
– ¿De qué estabas hablando con Santos? Al principio, pensé que te había dicho algo que te había disgustado al ver que te apartabas tan rápidamente de él. Yo iba a reunirme contigo y llegué justo a tiempo para sujetarte antes de que te cayeras al suelo…
Le sorprendió que Leandro la hubiera estado vigilando tan atentamente. Le explicó que necesitaba un lugar en el que poner su horno para cocer la cerámica.
– ¿Por qué diablos no me lo dijiste a mí para que me ocupara yo de eso?
– No quería molestarte y… me gusta hacer las cosas yo sola -admitió ella.
– Probablemente me estoy metiendo donde no me llaman, pero precisamente ahora, estando embarazada, no me parece el momento más adecuado para que te pongas a trabajar con arcilla y con hornos…
– ¡No seas tonto! -le espetó Molly-. No se trata de un trabajo pesado y…
– No soy artista, pero tampoco soy estúpido -le interrumpió él-. Cocer cerámica debe de ser un trabajo muy duro. Sin embargo, si estás dispuesta a que uno de los trabajadores del castillo te ayude con las tareas más pesadas, no pondré objeción alguna.
– Muy bien -concedió Molly mientras él la colocaba sobre la cama y le quitaba los zapatos-, pero necesito un lugar en el que poder trabajar. ¿Le importará a tu familia que yo me dedique a la cerámica?
– No creo que eso sea asunto suyo -replicó él, desde la puerta.
Parte de la tensión que Molly sentía desapareció al escuchar aquella aseveración.
– A tu madre y a tu hermana mayor no les caigo bien.
– Dales tiempo para que te conozcan -le aconsejó Leandro-. Tú no tienes mucha experiencia sobre cómo funcionan las familias, ¿verdad?
Molly se puso a la defensiva.
– Viví en una familia durante los primeros nueve años de mi vida, antes de que mi madre muriera y mi abuela me entregara en adopción. Éramos mi madre, mi hermana mayor, yo… aunque mi hermana era más bien como mi madre porque ella fue la única persona que recuerdo cuidándome cuando era muy pequeña…
– Se me había olvidado que tenías una hermana. ¿Dónde está ahora?
– No lo sé. Se podría decir que cerré esa puerta de mí vida y no estoy segura de que quiera volver a abrirla -le confesó, pensando en el dolor que aún sentía por el rechazo de los suyos y el profundo sentimiento de pérdida que había sufrido después durante años.
– Llamaré a tu doncella para que ayude a prepararte para la cama -murmuró Leandro.
– Recuerda que esta noche vas a dormir aquí -le dijo ella, sonrojándose inmediatamente por el descaro que había tenido al recordarle aquel detalle.
Leandro se paró de repente. La miró con ojos brillantes y una sensual sonrisa se dibujó en sus hermosos labios. El deseo que Molly sentía hacia él jamás dejaba de excitarlo. Sin embargo, sería responsable. Hablaría primero con el médico. Necesitaba ocuparse de ella. Le dolía mucho que hubiera recurrido a Fernando Santos antes de pedirle ayuda a él, que era su esposo.
Molly se quedó dormida después de meterse en la cama y se despertó sólo cuando Leandro regresó al dormitorio.
– No importa… Estoy despierta -anunció cuando se dio cuenta de que él trataba de no hacer ruido.
Leandro la estudió bajo la tenue luz de la lámpara. Los rizos negros le caían en cascada sobre los hombros, enmarcando perfectamente su hermoso rostro y sus ojos verdes. El deseo que sintió fue instantáneo. No importaba dónde estuviera o lo que hiciera. Nunca dejaba de desearla.
Molly observó cómo él se desnudaba. Le gustaba mucho esa intimidad y esperaba que el concepto de dormitorios separados se esfumara en aquel mismo instante. No sería fácil para ellos disfrutar de momentos íntimos como pareja en una casa repleta de gente. Más que nada, necesitaba ese tiempo y esa intimidad. El amor de su vida. ¡Resultaba increíble cómo esas cinco palabras podían turbar su paz!
Sin embargo, cuando vio a Leandro en su magnífica desnudez, sus pensamientos se hicieron mucho más primitivos, sobre todo al ver su sexo erecto, lo que provocó una inmediata sensación de humedad en su sexo.
– Me deseas, querida -susurró Leandro mirándola con apreciación mientras se tumbaba en la cama junto a ella.
– Sí…
Leandro le tomó la mano y la animó a tocarle.
Al hacerlo, los latidos del corazón de Molly se hicieron más fuertes. Entonces, él la besó con apasionada urgencia. Mientras él le quitaba el camisón, Molly se dejó caer sobre la almohada. Los movimientos de la lengua la hacían temblar de pasión. Leandro le acarició los suaves y firmes senos y tiró suavemente de los rosados pezones hasta que ella gimió de placer.
Molly sentía que perdía el control muy rápidamente. Era como si todo el nerviosismo del día se desvaneciera de repente y todos sus deseos se canalizaran en una única y acuciante necesidad. Lo deseaba. Deseaba a Leandro con una intensidad que no podía ocultar. Cuando él comenzó a estimularle el centro de su feminidad, sintió que se volvía loca ante tan deliciosa exploración.
– Eres como seda caliente, gatita -susurró él mientras se colocaba entre sus piernas.
Se hundió en el cuerpo ardiente de Molly. Ella dejó escapar un gemido de placer. Su excitación iba aumentando con cada embate. El pulso del deseo latía por su cuerpo, obligándola a arquearse para acogerlo más plenamente. Un salvaje grito de satisfacción se le escapó de los rosados labios cuando el orgasmo la empujó a las mareantes alturas de un insoportable placer antes de dejarla caer de nuevo sobre la tierra mortal.
– ¿Ha sido como esperabas, querida? -le preguntó Leandro mientras le acariciaba suavemente el cabello sin dejar de mirarle el rostro.
– Te has superado -susurró Molly mientras le abrazaba con fuerza.
Le parecía que, en aquellos momentos, Leandro era más suyo y lo sentía infinitamente más cercano. El sexo como sustituto del amor. ¿Por qué no? Ciertamente era mucho más seguro que aceptar la clase de esclavitud amorosa que había destruido a su madre. Un hombre que se había casado con ella por el bien de su hijo se tomaba el matrimonio en serio y haría todo lo que pudiera para ayudarla a ella su nueva vida.
Sin embargo, cuando Molly se despertó a la mañana siguiente en medio de una cama vacía y salió corriendo para mirar si él estaba en el dormitorio de al lado, ya no se sentía tan segura. Leandro ya se había marchado. Sin embargo, era fin de semana. ¿No se podría haber tomado tiempo libre para estar con ella? ¿Acaso estaba esperando demasiado? ¿Le estaba dejando claras sus prioridades? ¿El nivel de importancia que ella ocupaba en su vida?