Con la boca seca, Molly observó cómo Leandro se desnudaba. Había realizado bocetos de modelos masculinos desnudos en la universidad, por lo que la anatomía masculina no era un completo misterio para ella. Sin embargo, jamás había visto un cuerpo de hombre que pudiera aspirar a la belleza del de Leandro. Su constitución física era perfecta, desde el fuerte torso, el liso y duro vientre hasta los largos y poderosos muslos.
También tenía una gran erección. Al verla, los ojos de Molly se abrieron un poco más y el rostro se le cubrió de un intenso rubor, dado que aquella parte del cuerpo de Leandro era mucho más grande de lo que había esperado. Ese descubrimiento le provocó una ligera incertidumbre por su virginidad. Por primera vez, deseó ser más experimentada.
Leandro volvió a reunirse en la cama con ella. Molly le colocó las manos sobre los potentes pectorales y acarició los rizos negros que le cubrían el pecho y que se transformaban en una intrigante línea sobre su vientre.
– Demuéstrame que me deseas -le dijo Leandro.
Envalentonada por aquella petición, Molly comenzó a tocarlo con mayor intimidad. Tocó y acarició la firme longitud del sexo, fascinada por su masculinidad y animada por los gemidos de placer que él emitía.
Sin embargo, Leandro no trató mucho en hacerle desistir de sus esfuerzos y volver a tomarla entre los brazos.
– No puedo soportar mucho de eso, querida -confesó.
Entonces, tomó con los labios un suculento pezón, tan atractivo como el terciopelo de color rosa y dividió su atención entre éste y su gemelo. Mientras tanto, los dedos se ocupaban de la húmeda y caliente feminidad de ella.
En los primeros instantes de esa erótica exploración, Molly pensó que no iba a poder soportarlo, pero, inmediatamente, su cuerpo se prendió como si fuera un incendio fuera de control. Oleadas de lascivo deseo la envolvían por todas partes. Muy pronto, él encontró el centro más sensible y se lo estimuló, con devastadores efectos. Ella se quedó sin aliento, presa de aquel sensual tormento de sensaciones. No podía hablar por la excitación que sentía en aquellos momentos. El cuerpo se le retorcía como si fuera una marioneta en manos de un tiránico maestro. Tenía una tensión atormentadora e insoportable en la entrepierna de la que ansiaba poder liberarse.
– No puedo esperar más -confesó Leandro.
Se tumbó encima de ella y le inmovilizó las manos contra la cama mientras se deslizaba entre sus muslos. La miró fijamente y decidió que jamás había deseado nada o a nadie tanto como la deseaba a ella en aquellos momentos. Jamás había conocido tal intensidad sexual. Con el cabello negro extendido sobre la almohada y aquellos ojos verdes brillándole de placer, unido todo al voluptuoso cuerpo y a los labios henchidos por los besos, le pareció que era irresistible.
Molly gritó cuando él la penetró con un único movimiento. Era demasiado potente como para encontrar resistencia, por lo que se abrió paso en el interior de Molly.
– ¡Te he hecho daño! -exclamó él tras detenerse en seco.
– No, no importa -protestó ella. Se sentía avergonzada y el dolor ya estaba remitiendo porque su cuerpo ya se había ido acostumbrado lentamente al de él. Era maravilloso tenerlo dentro y la pasión volvió a prenderse dentro de ella-. No pares…
Leandro se quedó atónito al comprender lo que el comportamiento de Molly le estaba diciendo en combinación con su cuerpo. Frunció el ceño.
– ¡Dios mío! ¿Eres virgen?
– Lo era… -replicó Molly, avergonzada.
– Deberías haberme advertido…
– Me pareció que era un tema demasiado íntimo.
Leandro la miró con incredulidad y, entonces, soltó una carcajada.
– Me haces reír -dijo él. Entonces, le dio un beso sobre la frente y se movió dentro de ella para recordarle su presencia.
Poco a poco, la pasión y el deseo volvieron a prenderse dentro de ella, haciendo que el cuerpo se adaptara rápidamente al dominio al que él la sometía. Se hundió dentro de ella y volvió a retirarse para repetir una y otra vez el tortuoso círculo hasta que Molly comenzó a temblar. Estaba a punto de volverse loca por el urgente deseo que él había desatado en ella. No importaba nada más que la satisfacción que estaba alcanzando y la delirante excitación del ritmo que él imponía. Unos febriles temblores le recorrieron todo el cuerpo. Cuando por fin alcanzó el orgasmo, fue como si el mundo entero se hubiera detenido y la hubiera hecho saltar por los aires. Oleadas de un placer exquisito la envolvieron, llevándola a un éxtasis de puro abandono. Presa de la misma satisfacción, él se echó a temblar y la penetró una última vez, más profundamente. Molly levantó las caderas para recibirlo por completo.
A continuación, ella se quedó en un estado de maravilloso sopor por lo que acababa de aprender sobre la sorprendente capacidad de experimentar placer de su propio cuerpo. Quería permanecer despierta, porque jamás se había sentido tan cercana a otro ser humano y le encantaba aquella sensación de intimidad. Sin embargo, nunca se había sentido tan cansada en toda su vida. Leandro la besó y musitó algo en español.
– No hablo tu idioma.
– Estoy demasiado cansado para hablar en inglés.
– Entonces, no digas nada y duérmete -Molly lo abrazó y se acurrucó contra él.
Leandro la colocó de costado y, a la luz de la luna, vio algo que le llamó la atención en la base de la espina dorsal. ¿Era una cicatriz? Extendió una mano y vio que se trataba de un tatuaje. Eran unos labios muy rojos. Tras apartar la sábana, vio otro en el tobillo. En esa ocasión, era una pequeña hilera de estrellas. Sonrió. Volvió a taparla con la sábana y la acurrucó contra su cuerpo. Molly era completamente diferente de cualquier otra mujer que hubiera conocido. Decididamente, no tenía madera de duquesa, pero era la perfecta candidata para ser su amante.
¿Por qué no? En la cama, era pura delicia y lo deseaba tanto como él a ella. A Leandro le gustaba mucho el sexo, pero habían pasado muchos años desde la última vez que había podido dar rienda suelta a su libido. La idea de poder tener unos momentos relajantes con una mujer cálida y dispuesta como Molly al final de un largo día en el banco resultaba muy atrayente. Le gustaba que ella lo tratara como si fuera una persona corriente. Era fresca y novedosa y él estaba dispuesto a liberarse de la red de deberes y responsabilidades que lo tenían atrapado. Sólo por una vez, decidió que iba a hacer exactamente lo que quería sin pensar en las consecuencias.
Molly se despertó y vio que estaba en una cama desconocida de una habitación igualmente ajena a ella. Aún estaba oscuro, pero la luz rosada del amanecer ya se iba abriendo paso en el horizonte. Al ver la refinada y cara decoración de la habitación, recordó lo que había ocurrido la noche anterior y se quedó rígida. Se había acostado con un hombre del que ni sabía pronunciar ni mucho menos escribir correctamente su nombre. Cuando trató de levantarse, una mano la agarró con fuerza y la obligó a volver a tumbarse.
– No pienses siquiera en marcharte, querida -susurró él-. Sólo son las siete.
– Me está dando mucha vergüenza de todo esto -musitó ella-. Ni siquiera tengo un cepillo dientes.
Leandro tuvo que contenerse para no soltar la carcajada ante aquel comentario.
– Yo tengo uno de sobra. Pediré el desayuno. Me gustaría hablar de algo contigo.
Lo único que Molly quería era tener una varita mágica que, con sólo agitarla una vez, pudiera transportarla de nuevo a su dormitorio. Vio que su ropa estaba desperdigada por el suelo. «Soy una zorra», pensó, sin poder evitarlo.
Leandro estaba hablando por teléfono en español a toda velocidad. Parecía alguien acostumbrado a dar órdenes. Sin embargo, ¿qué sabía ella sobre él? ¿Que era guapo? ¿Caballeroso? ¿Fantástico en la cama? ¿Que no le gustaba el frío? ¿Que era viudo? Bueno, ese último detalle sí que revelaba algo sobre su carácter. Había estado preparado para comprometerse con alguien y se había casado a una edad razonablemente temprana, lo que no era muy usual.
– Utilizaré el cuarto de baño de al lado -dijo él.
A ese listado de atributos, Molly añadió uno más: el tacto. Sin volver la cabeza, ella esperó hasta que oyó que la puerta se cerraba antes de salir de la cama. Entonces, recogió su ropa y se metió en el cuarto de baño que había dentro del dormitorio.
Tenía el cabello como si hubiera metido los dedos en un enchufe. Lanzó un grito de horror y empezó a buscar por los cajones del armario el cepillo de dientes que él le había prometido. La ducha funcionaba con un programador digital, por lo que ella no pudo averiguar cómo se utilizaba y tuvo que conformarse con lavarse en el lavabo lo mejor que pudo. Mientras se vestía, se dio cuenta de lo mucho que le dolía el cuerpo.
Recordaba vagamente que, durante la noche, se había vuelto a despertar y había vuelto a hacer el amor con Leandro. Ella había empezado, pero él había desplegado inmediata, pero lentamente, sus artes de seducción tan hábilmente que Molly tuvo que gritar su nombre. Mientras trataba de arreglarse el cabello, se arrepintió profundamente de tanta audacia.
Salió del cuarto de baño cuando ya no le quedó más excusa. Sólo sabía una cosa. Si hubiera tenido la oportunidad de dar marcha atrás, habría elegido a pesar de todo quedarse con él y experimentar todo lo ocurrido la noche anterior.
Desde el comedor se disfrutaba de una espléndida vista del Támesis. Allí, había un camarero con un carrito sobre el que llevaba una amplia selección de alimentos. Molly se quedó atónita. Miró a Leandro, que estaba junto a la ventana. Iba vestido con un traje de raya diplomática hecho a medida para él. Estaba muy guapo, aunque su apariencia resultaba fría y distante. Molly experimentó una extraña sensación en el estómago, como si presintiera una amenaza. No sabía cómo comportarse ni qué decirle.
Con un gesto de la cabeza, Leandro le indicó al camarero que se marchara. Molly se sonrojó y trató por todos los medios de evitar mirarlo a él al rostro. Se secó las manos contra la falda. Resultaba evidente que a él le resultaba muy fácil darle órdenes a la gente. Nunca antes había sido tan consciente de pertenecer a la clase baja como lo fue entonces, ataviada con sus ropas de camarera mientras él ordenaba a otra persona de esa misma profesión que se marchara con un simple movimiento de cabeza.
Como tenía mucha hambre, se sirvió cereales y comprobó que el apartamento era mucho más lujoso de lo que había creído en un primer momento. Se sintió más fuera de lugar que nunca.
– Anoche… -dijo Leandro, buscando las palabras adecuadas para poder transmitirle a Molly su oferta-… fue fantástico.
– Hmm…
Molly tuvo que limitarse a asentir. Tenía la boca demasiado llena para poder hablar. Además, tampoco habría sabido qué responder a ese comentario. Vestido y a plena luz del día, Leandro resultaba muy intimidante. Casi no se podía creer que hubiera pasado la noche entre sus brazos.
– De hecho, fue tan increíble que quiero que sigas a mi lado, querida.
Molly estuvo a punto de atragantarse con los cereales.
– ¿Que siga a tu lado?
– Llevo una vida muy ajetreada en la que raramente tengo tiempo para divertirme, lo que me parece razón más que buena para querer que formes parte de mi vida. Me gusta tu actitud alegre y necesito relajarme más. Los dos tenemos algo que el otro necesita. Sería un intercambio que nos beneficiaría a los dos. Tú disfrutarías de seguridad económica para llevar a cabo tu ambición de ser ceramista y yo estaría encantado de poder ayudarte.
– ¿Qué diablos estás tratando de decirme?
– Que estaría dispuesto a comprarte un lugar adecuado para que pudieras vivir y proporcionarte el dinero suficiente para que éste no fuera nunca más motivo de preocupación para ti. No tendrías que volver a trabajar como camarera. Yo cubriría todos tus gastos. Sería para mí un placer hacerlo.
Molly lo miró fijamente. El corazón le latía con tanta fuerza que parecía que lo tenía atrapado en la garganta.
– ¿Y por qué te ofreces a comprarme un lugar donde vivir? ¿Por qué quieres pagar mis facturas? ¿Exactamente qué clase de relación me estás ofreciendo?
– Quiero que seas mi amante y que permanezcas en mi vida como tal. Entre las bambalinas de mi vida en vez de en el escenario, si prefieres expresarlo así. Sin embargo, serías muy importante para mí.
Mientras él le explicaba su objetivo, Molly fue palideciendo poco a poco para luego, de repente, ruborizarse completamente. La ira se apoderó de ella. Los ojos se le llenaron de fiera incredulidad. Dio un golpe sobre la mesa con los puños cerrados y se levantó inmediatamente.
– ¡Eres una rata arrogante y condescendiente! -le espetó-. ¿Tu amante? ¿Qué se supone que fue la noche anterior? ¿La entrevista de prueba para el puesto? ¡Ni siquiera tienes derecho a sugerirme una cosa así!
– No es necesario que insultes para responderme -le censuró Leandro con gran frialdad-. En mi mundo, este tipo de relaciones entre hombres y mujeres con habituales y están aceptadas por todos.
– ¡En el mío no!
Sabía que, si él se lo hubiera pedido, no habría dudado ni por un instante en volver a verlo. Sin embargo, Leandro había preferido poner un caro precio a su relación. Ese hecho le había dolido como si le hubiera clavado un cuchillo.
– Es imposible que seas tan ingenua…
Leandro jamás había estado con una mujer que no quisiera beneficiarse de algún modo por estar con él. Incluso cuando era un adolescente había sido el objetivo de elaboradas estratagemas femeninas diseñadas para atraer su interés y así poder atraparlo. La riqueza era un atractivo muy poderoso. Había aprendido desde muy joven que se le ofrecía el sexo con la esperanza de que el hecho de compartir su cama fuera acompañado de una cierta generosidad económica. Era cierto que había mujeres que no querían su dinero, sino que buscaban un reconocimiento social que conseguirían al casarse con él y poder utilizar su apellido y linaje para acceder al estrato más exclusivo y privilegiado de la sociedad española.
– Escúchame. Yo no necesito a nadie más que a mí misma para poder hacer que mis sueños se hagan realidad. ¡Ciertamente, no necesito que ningún hombre me mantenga ni lo necesitaré jamás! Me las arreglo muy bien sola…
– Eres capaz de ser algo más que una simple camarera…
– ¡Y también mucho más que ser simplemente tu amante! Por muy bajo que caiga en la vida, puedes estar seguro de que jamás estaré lo suficientemente desesperada como para tragarme mi orgullo y venderme a ti.
– Si le quitamos el discurso melodramático, ¿significa eso que me estás diciendo que no?
– Así es. Y ahora, creo que es hora de que me vaya de aquí -replicó ella. Tenía la voz entrecortada y los ojos llenos de lágrimas-¿Cómo has podido humillarme con una oferta tan despreciable como ésa? ¡No tengo ningún interés en ser el oscuro secretillo de tu vida!
– No sería así entre nosotros. Sólo quiero tenerte cerca…
– ¡Y de qué manera! Yo jamás sería tu igual. Te enorgulleces mucho de creerte superior a los demás, ¿verdad? Sin embargo, yo no soy ningún juguete que tú puedas comprar para entretenerte en tu tiempo libre. ¿Cómo has podido atreverte a pensar que podría aceptar algo así?
Afrontado por aquel ataque verbal, Leandro se puso de pie y la miró con los ojos llenos de ironía.
– Anoche parecías estar muy contenta conmigo. ¿Acaso te traté como a un juguete?
Las mejillas de Molly comenzaron a arder como el fuego.
– Lo de anoche ocurrió anoche. No sabía entonces qué era lo que estabas pensando. Me gustabas hasta que empezaste con esta conversación.
– ¿De verdad? Yo habría dicho que tú me deseabas del mismo modo que yo te deseaba a ti. Aún sigo deseándote. ¿Puedes cambiar tan fácilmente?
Tensa como la cuerda de un arco, Molly se volvió para mirarlo. Sabía que no le resultaría fácil olvidar una pasión que había resultado ser tan adictiva.
– Sí -mintió ella-. Claro que puedo. ¡Y también soy una persona a la que no le resulta fácil perdonar!
Molly se dirigió hacia el vestíbulo donde había visto su abrigo sobre una silla. Acababa de agarrarlo cuando él se lo quitó de las manos y lo extendió cortésmente para que ella se lo pusiera.
– Puedes ser realmente ofensivo en tus comentarios, pero tus modales son exquisitos -le espetó Molly mientras metía los brazos en las mangas y se daba la vuelta para mirarlo. Leandro aprovechó aquel momento para meterle una tarjeta en el bolsillo de la blusa blanca que ella llevaba puesta.
– Se trata de mi número de teléfono privado. Para cuando te des cuenta de lo que estás dejando pasar.
– Te aseguro que ese momento no llegará nunca. Estoy escapando de un hombre sacado de la Prehistoria porque sigue pensando que está bien tratar a las mujeres como objetos sexuales.
Leandro le agarró el rostro con una mano y le dio un profundo y sensual beso en los labios, que encendió el fuego dentro de ella y la hizo echarse a temblar.
– Te aseguro que vendrás corriendo a buscarme. No podrás conseguir lo que quieres tú sola, gatita. No te dejaré marchar tan fácilmente. Te lo prometo.
Leandro no tenía su número de teléfono ni sabía dónde vivía, por lo que no le preocupaba que pudiera ir a buscarla. Se dirigió hacia el ascensor sintiéndose ligeramente a la deriva. No obstante se negó a seguir pensando en lo ocurrido y centró su pensamiento en asuntos mucho más prácticos cuando descubrió que su coche tenía una multa de aparcamiento. Esa clase de multas eran muy elevadas y ella, como siempre, no tenía dinero. Con un profundo sentimiento de frustración, se marchó en su coche.
Leandro llamó a su equipo de seguridad para que la siguieran. No iba a dejarla escapar tan fácilmente. Cuanto más se resistía ella, más la deseaba. Era única. No iba detrás de su dinero ni de su prestigio social, pero lo deseaba profundamente. Sólo como hombre. De eso no le cabía la menor duda. Sonrió. La recordó en la cama la noche anterior. Lo había despertado con mucho cuidado. Con suave boca había comenzado a besarlo en el hombro y en el pecho para ir bajando poco a poco a lugares más sensibles. Leandro recordaba el modo en el que se había reído cuando se equivocó y la gloria del placer que ella le había proporcionado cuando él le enseñó cómo hacerlo bien. No iba a dejar que ella se marchara de su vida así como así. Molly era su descubrimiento, su creación.
Sólo cuando ella se hubo marchado y él se dirigía a su limusina para ir al banco se dio cuenta de que la noche anterior había cometido un desliz imperdonable. No había utilizado preservativo con ella y, teniendo en cuenta su falta de experiencia, resultaba poco probable que Molly estuviera utilizando algún tipo de anticonceptivo. Lanzó una maldición en español. No obstante, teniendo en cuenta que había sido incapaz de concebir un hijo durante los cinco años de su matrimonio, era bastante improbable que pudiera haber algún riesgo de que hubiera dejado a Molly embarazada…