Capítulo 8

Molly miró a través de las puertas abiertas de su estudio cuando oyó que un coche entraba en el patio. Era Julia, que regresaba los viernes a casa desde Sevilla para ver a Fernando. Siempre aparcaba el coche en el patio, bien alejado de la casa del encargado con la esperanza de evitar los cotilleos. Molly volvió a apartar la mirada y siguió ocupándose de sus asuntos. Deseaba profundamente no saber lo que sabía sobre la relación entre ambos. El sentido común le decía que Leandro se pondría furioso si se enteraba de que su hermana estaba teniendo una relación con un empleado.

Como prefería no pensar en una situación que escapaba a su control, se puso a mirar las estanterías de brillantes piezas de cerámica con un sentimiento de logro. Había estado experimentando con un nuevo esmalte y un horno de leña y estaba encantada con los resultados. En los meses que habían pasado desde el día de su boda, había estado trabajando mucho. Fernando Santos la había ayudado mucho cuando decidió instalar su pequeño taller de cerámica en el patio de la vieja granja. El horno estaba en una estancia contigua, en una habitación a prueba de fuego, por lo que organizar un estudio en condiciones había sido el siguiente paso lógico. Miró a través de las puertas de cristal, hacia los huertos y el maravilloso cielo azul. Allí tenía un maravilloso ambiente de trabajo y mucho tiempo libre para dedicarse a su arte. Entonces, ¿por qué no era feliz?

En el reflejo del cristal, vio que ni siquiera el pesado delantal de trabajo podía ya ocultar su avanzada gestación. La esbeltez de su cuerpo había desaparecido a medida que el embarazo avanzaba. Estaba ya de seis meses y su vientre era firme y protuberante. Incluso los pechos habían aumentado su tamaño. A medida que la cintura iba desapareciendo le preocupaba que Leandro fuera encontrándola menos atractiva. Sin embargo, ésta había demostrado ser una preocupación sin fundamento alguno. Leandro había acogido cada cambio de su cuerpo con increíble entusiasmo.

Así era de verdad. En el sexo, sus necesidades estaban plenamente satisfechas. Allí no había quejas. Leandro se acostaba con ella todas las noches y era un hombre muy apasionado. No obstante, a veces, cuando dormía sola porque él estaba de viaje o porque se había quedado trabajando hasta más tarde, la pasión que compartía con su esposo había empezado a recordarle más a lo que no tenían que a lo que sí. Tenía armarios llenos de ropa de diseño y una fantástica colección de joyas. De vez en cuando, él le compraba hermosos regalos, como el reloj de platino que lucía en la muñeca o la colección de perfumes entre los que ella ya podía elegir.

Desgraciadamente, estaba convencida de que, mientras que ella raramente dejaba de pensar en Leandro, éste no la recordaba muy a menudo. Jamás se le ocurría llamarla por teléfono cuando no estaba a su lado ni le confiaba sus más profundos pensamientos ni, mucho menos, contestaba las preguntas que ella le hacía sobre Aloise, preguntas que él había etiquetado de «curiosidad insana».

– Creo que deberías decirle a Leandro que deseas volver a Londres -le había dicho Jez la noche anterior cuando estuvieron hablando por teléfono-. Estás aburrida, sola y en un país extranjero. Por lo que parece, ves tan poco a tu maravilloso Duque que daría lo mismo si te vinieras aquí. Él podría venir a visitar al niño cuando esté en Londres por sus negocios. Al menos, tendrías una vida en Londres.

– Yo no soy de las que abandonan a la primera dificultad. No quiero divorciarme ni que mi hijo tenga una familia rota -replicó ella-. El matrimonio es para toda la vida.

– Será para la tuya, porque no para la de él. Parece que eres tú la que está haciendo todos los sacrificios.

Era cierto. El matrimonio parecía haber producido muy pocos cambios en el horario de trabajo de Leandro y en su actitud hacia ella. Leandro era fuerte, arrogante y reservado. A Molly le gustaba esa fortaleza, pero no le gustaba que la mantuviera a distancia. Él la excluía de todo a excepción del dormitorio. Molly sólo tenía a Julia para hablar y, durante la semana, la joven vivía en Sevilla, donde estaba estudiando diseño de modas. Aunque las clases de español de Molly con una profesora local habían ido mejorando sus conocimientos y comprensión del idioma, aún le resultaba un desafío tener una conversación con nadie. Al menos podía hacerse entender con el personal doméstico del castillo. Durante los primeros dos meses, cuando ella era incapaz de expresar los conceptos más básicos, se había sentido muy inadecuada y aislada.

Además de todo esto, su suegra, lejos de estar en Sevilla como había prometido, había decidido permanecer en el castillo. Doña María siempre realizaba comentarios ácidos y le lanzaba pullas bajo la apariencia de cortés conversación. Ésa era una de las razones por las que Molly se pasaba gran parte del día en su estudio, al que Leandro aún no había ido. Se lo había prometido muchas veces, pero jamás lo había cumplido. Del mismo modo, no había encontrado tiempo para visitar la habitación que se estaba decorando para el niño.

De repente, Julia llamó a la puerta. Estaba muy guapa, con unos pantalones cortos de color blanco y una camiseta del mismo color. Tenía una hermosa sonrisa en el rostro.

– Mañana es mi cumpleaños -le recordó-. ¿Quieres venirte a la ciudad conmigo para divertirte un poco con mis amigos y conmigo mañana por la noche? Puedes pasar la noche en mi casa.

Estuvo a punto de decir que no porque sabía que Leandro no lo aprobaría, pero él jamás la llevaba a ninguna parte. Estaba casada con un adicto al trabajo que estaba demasiado ocupado como para desperdiciar el tiempo entreteniendo a su esposa. Sintió deseos de desafiarlo. ¿Desde cuándo era ella la clase de mujer que se queda en casa y hacía lo que le decían? Este pensamiento le hizo aceptar la invitación. Julia se puso muy contenta ante la perspectiva de presentarles a sus amigos, dado que las dos mujeres habían forjado una amistad muy íntima, afianzada por el hecho de que ninguna de las dos era capaz de conseguir nunca la aprobación de doña María. Nada de lo que la pobre Julia hacía contaba con la aprobación de su madre.

A primeras horas de la tarde, Molly regresó al castillo en uno de los todoterreno de la finca, del que ella se había apropiado para su uso particular. Basilio conocía perfectamente su rutina y estaba en la puerta lateral que ella siempre utilizaba para evitar a su suegra, que solía sentarse en el salón a esas horas del día. El hombre le abría las puertas y le hacía una inclinación de cabeza con exagerado respeto.

– Muchas gracias, Basilio -dijo ella.

Al llegar a su dormitorio, tomó una revista del montón y se marchó a darse un largo baño de espuma. La anticipación que sentía antes sus planes con Julia le habían animado la mirada. Se iba a arreglar el cabello y las uñas. Se preguntó qué podría ponerse. Era consciente de que no había muchas embarazadas que resultaran modernas o llamativas y mentalmente repasó su extenso guardarropa para encontrar un atuendo que ocultara mágicamente sus rotundas curvas. A Leandro no le gustaría. Bien. Pues Leandro tendría que aguantarse.

Mientras hojeaba la revista, algo captó su atención. Se incorporó en la bañera y sintió que el corazón se le paraba al examinar más cuidadosamente el rostro de una hermosa rubia, que aparecía en medio de un jardín lleno de coloridas flores. Era su hermana Ophelia. ¡Estaba completamente segura!

Muy emocionada, se acomodó lo mejor que pudo para leer el artículo. Ophelia estaba casada. Su hermana, que era siete años mayor que ella, tenía tres hijos, fruto de su matrimonio con un magnate griego llamado Lysander Metaxis… ¿Por qué le resultaba familiar ese apellido? Ophelia, que evidentemente dirigía un vivero de plantas, había abierto su casa y su jardín para colaborar con una organización benéfica para niños. Molly volvió la página y miró fijamente la fotografía de Madrigal Court. El hecho de reconocer la encantadora y antigua casa de estilo Tudor le provocó un escalofrío por la espalda. Aquella imagen despertaba muchos recuerdos tristes de su infancia.

Aún recordaba la excitación inicial que había sentido al ver por primera vez aquella enorme casa desde el coche de su abuela el día después del entierro de su madre. Se había sentido tan impresionada ante la idea de que alguien con quien ella pudiera estar emparentada pudiera tener tanto dinero como para vivir en una mansión así… Sin embargo, Gladys, su abuela, se encargó de convertir la excitación infantil de Molly en aprensión. En cuanto Gladys regresó de apuntar a Ophelia a su nuevo colegio, se sentó con Molly y le dijo que no podía seguir dándole un hogar permanente.

– Tú hermana tiene dieciséis años. Tú eres demasiado joven para que yo pueda acogerte -le dijo su abuela.

Molly le había jurado que no le causaría problema alguno y que la ayudaría con la casa. Entonces, la anciana tuvo que explicarle las verdaderas razones de por qué no quería quedarse con su propia nieta.

– Tú padre era un extranjero y ya tenía esposa cuando dejó embarazada a tu madre. Era un hombre odioso que abandonó a tu madre en el altar mucho antes de que tú nacieras, pero que se negó a permitir que ella pudiera seguir adelante con su vida -le confesó Gladys con tremenda amargura-. Para una mujer, es una desgracia tener un hijo cuando no está casada, Molly. Por eso no puedes seguir viviendo conmigo. Será mucho mejor para todos nosotros que te adopten.

Hasta aquel día, no había vuelto a ver a su hermana mayor, a la que adoraba. Ophelia había sido la única influencia estable en su mundo desde que nació. Ante tantos recuerdos, los ojos se le llenaron de lágrimas.

Cuando se calmó, leyó el artículo, absorbiendo alegremente todos los detalles que pudo sobre la vida de su hermana. Entonces, se levantó de la bañera y se secó a gran velocidad. Decidió que iba a ponerse en contacto con su hermana. ¿Por qué no? No se mencionaba a su abuela en el artículo. El único riesgo que corría era el del rechazo, y no se imaginaba a su hermana comportándose de un modo tan cruel. Añoraba tener otra mujer con la que hablar, porque era imposible explicarle hasta dónde llegaba su infelicidad a Julia, y Jez era un hombre y no lo comprendía. Él simplemente la animaba a dejar a su esposo. ¡Como si eso fuera tan fácil!

Se vistió y se puso a buscar en Internet el modo de ponerse en contacto con Ophelia. Madrigal Court tenía su propio sitio Web, por lo que le envió un correo a su hermana, redactado de un modo muy casual, en el que le preguntaba sí Haddock, el loro de la familia, seguía con vida. Incluía el número de su teléfono móvil. Después de todo, podría ser que Ophelia no quisiera volver a verla ni hablar con ella.

En aquel mismo momento, Leandro estaba en su despacho del banco en Sevilla, celebrando una reunión con un anciano tío que estaba profundamente escandalizado porque se comentaba el escandaloso comportamiento de un miembro de la familia. Su tío, como buen caballero, tenía un alto sentido de la delicadeza y del honor, por lo que se negó a facilitar su fuente e incluso a identificar fehacientemente a las partes implicadas.

– Por supuesto, algunas personas dirán que los artistas son así, toda pasión sin una pizca de sentido común -concluyó Esteban, con un gesto de desaprobación-, pero tu deber es poner fin a tales actividades y proteger el nombre de la familia. Siento mucho haber tenido que hacerte saber este escandaloso asunto.

Hasta el momento en el que el anciano mencionó la palabra «artista», Leandro se había sentido inclinado a tomarse a broma lo que Esteban podría considerar un asunto escandaloso. Sin embargo, cuando la reputación de su esposa podía estar en juego, su sentido del humor dejaba inmediatamente de existir. La única artista que había en la familia era Molly.

– ¿Se trata de Femando Santos? -susurró mientras se ponía de pie.

Esteban asintió.

Aquella tarde, para pasar el tiempo, Molly se puso a ordenar su estudio. Cuando un coche se detuvo en el exterior, vio muy sorprendida que se trataba de Leandro. Sus labios esbozaron una hermosa sonrisa.

– Creía que no ibas a venir nunca a ver mi estudio -dijo ella.

Leandro se acercó a ella y miró hacia el patio. Al otro lado estaba el edificio que albergaba las oficinas de la finca. Se maravilló de que no se le hubiera ocurrido antes que su esposa podría estar teniendo más que palabras con un hombre con el que trabajaba prácticamente al lado varios días a la semana.

– Has conseguido una transformación impresionante aquí -admitió Leandro. Notó inmediatamente la escrupulosa organización y el orden del estudio.

– No podría haberlo conseguido sin la ayuda de Fernando. Ha sido maravilloso. Me presentó a uno de sus amigos, que es pintor, y que, a su vez, me aconsejó sobre dónde comprar el horno y los suministros.

En el rostro de Leandro se dibujó inmediatamente una expresión de culpabilidad. El no le había ofrecido ninguna clase de ayuda. Tomó un bol, que tenía un suave acabado de madreperla y lo examinó.

– Esto es muy bonito. Debería haberte ayudado más. Me alegra saber que Santos te ha resultado útil. ¿Lo ves con frecuencia?

Molly sintió que Leandro estaba algo tenso, lo que provocó que ella también experimentara esa sensación.

– Lo veo la mayor parte de los días. Es decir, su despacho está al otro lado del patio.

– Necesitas tener más cuidado en el trato que tienes con él…

– ¿Qué diablos se supone que significa eso? -le preguntó ella. Se sentía completamente furiosa-. ¿Qué estás tratando de sugerir?

– No estoy tratando de sugerir nada -replicó Leandro con aspecto sombrío-. Confío en ti. No creo que seas lo suficientemente estúpida como para liarte con otro hombre, pero sí que creo que podría ser que no tuvieras cuidado con las apariencias. En una zona rural como ésta, en la que la gente tiene ideas algo trasnochadas sobre las relaciones, demasiada familiaridad puede causar problemas.

– ¡Yo no he hecho nada que se pudiera malinterpretar en modo alguno!

– Me temo que sí debes de haberlo hecho porque uno de mis parientes ha venido a contármelo hoy…

Molly dio un paso al frente. Se sentía furiosa.

– ¿A hablarte de mí? ¿Y qué es exactamente lo que te ha dicho?

– No me dijo nada en concreto -admitió Leandro-. Yo no hablo de ti con nadie. Simplemente te estoy advirtiendo de que, por tu propio bien, tengas cuidado. Esto no es Londres. Aquí eres una persona de importancia y todo el mundo se fija en tus movimientos. Nuestros vecinos y empleados hablan sobre nosotros y no quiero que mi esposa se convierta en el centro de dañinos rumores.

– Yo no he hecho nada que pudiera provocar que la gente hablara sobre mí… a menos que tu madre haya empezado el rumor. Me imagino que doña María podría elaborar una bonita historia conmigo como protagonista si quisiera hacerlo -dijo Molly con amargura.

Leandro se sorprendió mucho con aquella respuesta. Frunció el ceño.

– Esto no tiene nada que ver con mi madre.

– Me estás acusando de ser demasiado amigable con Fernando y es no es cierto -replicó ella.

– No tengo nada más que decir sobre este asunto ni voy a discutir sobre ello -la interrumpió Leandro mientras la observaba con frialdad-. No tenía intención alguna de disgustarte.

– Pues lo has hecho. Vienes sin nombres, sin hechos y me dices que tenga cuidado con lo que hago como si yo fuera una estúpida adolescente que va a conseguir que te avergüences de ella. Tal vez yo no venga de familia aristocrática como tú, pero sé cómo comportarme -le espetó ella con fiereza.

– ¿Te está molestando Santos? -le preguntó él de repente-. ¿Es ése el problema?

– ¡No! ¡El problema eres tú, Leandro! -exclamó ella, temblando de resentimiento. Resultaba humillante que Leandro sintiera la necesidad de advertirla sobre su conducta con un empleado. Sacudió las llaves ruidosamente y esperó a que él saliera del estudio antes de cerrar y dirigirse a su propio vehículo.

– Déjalo ahí. Yo te llevaré. No quiero que conduzcas mientras estés enfadada -dijo él.

Se sentía enfadado con ella por el hecho de que hubiera reaccionado tan mal ante lo que él consideraba una advertencia razonable. Este hecho le había llevado a preguntarse si habría algo de cierto en aquellos rumores.

– ¡Haré lo que me dé la real gana! -rugió Molly.

– Ni hablar, querida -afirmó él.

Entonces, la tomó en brazos y la metió en el asiento del copiloto de su coche.

Molly se quedó tan asombrada por aquella reacción tan física que su ira la empujó a guardar silencio durante un buen rato. De repente, comprendió por qué él no quería que ella condujera de mal humor, era por lo que le había pasado a Aloise. Conocía muchos detalles sobre la primera esposa de Leandro, pero ningún detalle de naturaleza personal. Lo único que tenía era la fotografía de una hermosa rubia en un marco del salón, además del hecho de que había sido una abogada de éxito, famosa por sus obras benéficas y su talento como anfitriona, algo con lo que ella no podía competir.

– Hay momentos en los que me enojas tanto que podría entrar en órbita sin necesidad de cohete. No soporto que me den órdenes -dijo Molly-. ¡Sinceramente, te odio cuando me hablas como sí fuera una estúpida!

– Yo no hago eso. Tienes una personalidad muy apasionada…

– Y me enorgullezco de eso.

– Me estoy acostumbrando -confesó Leandro.

Estudió el delicado perfil de Molly con fascinación. Aquella era la misma fuerza vital que, unida a su sensualidad, hacía que tuvieran una vida sexual tan buena. No obstante, racionaba el tiempo que pasaba con ella. Era mejor así. Todo con moderación. Nada con exceso. Era lo más racional. Recordó cómo se sintió cuando vio que Santos respondía al magnetismo sexual de su esposa. No le había gustado su propia reacción. Mientras mantuviera el control, no volvería a sentirse de aquel modo.

Antes de irse a la cama, Molly entró en su correo electrónico. Se reprendió por esperar una respuesta de Ophelia tan rápidamente. Podría ser que ella se tomara su tiempo en responder o que, incluso, prefiriera no hacerlo. Tal vez había cometido un error al tratar de ponerse en contacto con su hermana. El miedo al rechazo le había impedido intentar el reencuentro durante años, pero la necesidad de volver a ver a su hermana se había apoderado de ella un momento muy vulnerable de su vida. Todos los sueños felices sobre lo que podría conseguir de su matrimonio se estaban desmoronando lentamente.

Al día siguiente por la tarde, en el espacioso dormitorio de su apartamento de la ciudad, Julia colgó su móvil y se volvió a mirar a Molly, que se estaba pintando los labios con un lápiz rojo mientras trataba de no bostezar. Habían pasado ya horas del momento en el que ella solía irse a la cama…

– Era mi madre.

– Eso me había parecido -suspiró Molly compasivamente-. Antes de que yo consiguiera meterme en el coche para venir aquí, me dijo que iba vestida como una fulana y que ninguna mujer decente saldría por la noche sin su marido.

– Yo jamás había escuchado a mí madre tan enfadada…

– Échame la culpa a mí.

– No tiene ningún derecho a hablarte de ese modo. Leandro no debería tolerarlo. ¿Por qué no le dices cómo te trata mí madre?

– No quiero tener problemas con una persona que siempre va a estar en nuestras vidas. Esperaba que se cansara y se marchara a su casa.

– Creo que he sido muy egoísta al invitarte esta noche. No quiero causar problemas entre Leandro y tú. No tenía ni idea de que hubiera rumores sobre Fernando y sobre ti…

Molly la miró y dedujo que su madre debía haberle contado lo que la gente decía sobre ella.

– Es sólo una tontería…

– Creo que alguien ha debido de verme a mí en la casa de Fernando o en su coche y ha cometido el error de pensar que eras tú -comentó Julia, incapaz de ocultar el horror que le producía la idea de que su relación secreta con Fernando pudiera estar a punto de ver la luz-. Fernando está buscando otro trabajo, pero no lo conseguirá si mi hermano no le da una buena carta de recomendación.

Molly trató de ocultar su alivio ante tal eventualidad. Por muy enojada que estuviera con Leandro, se sentía bastante culpable por guardar silencio sobre la aventura de Julia y se alegraría infinitamente cuando, al menos, la relación no se produjera en el umbral de su estudio. Además, la noche anterior, Leandro se había quedado a trabajar hasta muy tarde en su despacho y había dormido solo en su dormitorio. Molly había tenido que contenerse para no ir a buscarlo allí.

No entendía cómo él podía mostrarse tan posesivo con respecto a ella y no sentir algo más. ¿Se trataba sólo del instinto territorial del macho y nada más?

Su teléfono móvil sonó cuando estaba en un bar de tapas muy de moda con Julia y sus amigos. Era Leandro.

– ¿Por qué no me has dicho que ibas a salir?

– No creí que te dieras cuenta de que no estaba -replicó ella.

– Si me dices dónde estás, iré ahora mismo a reunirme contigo.

Molly sabía que Fernando aparecería tarde o temprano y sabía que no podía consentir que Leandro lo viera con los amigos de su hermana.

– No, gracias.

– Eres mi esposa.

– Lo sé… A veces, como ahora, la alianza de bodas me pesa como una cadena -le espetó Molly-. Me divertía mucho más cuando estaba soltera. Hasta mañana.

– ¿Hasta mañana? ¿Dónde vas a pasar la noche? -le preguntó Leandro muy enfadado.

Molly sonrió pícaramente. Le gustaba la sensación de haberle sorprendido.

– Con tu hermana, por supuesto. Por favor, te ruego que no le estropees el cumpleaños.

Misteriosamente, su burbuja de diversión comenzó a desinflarse en ese mismo momento. Tal vez fuera el desafío de ser la única persona sobria de la fiesta o porque, aunque le encantaba salir, era más de medianoche y cada vez tenía más sueño. Fueron a un club muy popular entre los famosos. Fernando se reunió con ellos antes de que entraran. El flash de una cámara alertó a Molly de la presencia de los paparazzi, por lo que sintió un profundo alivio al poder entrar al lujoso local y sentarse para observar la pista de baile.

Entonces, comenzó a maravillarse de que, mientras estaba en el castillo, echando de menos a Leandro la mayor parte de los días y de las noches, añoraba salir de él y, en aquel momento, cuando estaba fuera, seguía echando de menos a su esposo. Observó cómo Fernando Santos flirteaba con una de las amigas de Julia y decidió que aquel hombre no le gustaba en absoluto. Evidentemente, Julia estaba enamorada, pero Molly sospechaba que Fernando podría estar con ella tan sólo porque era la hermana de su jefe.

A medida que avanzaba la noche, el sueño fue ganándole terreno, a pesar de la música y del griterío de voces. Luchaba contra su agotamiento porque veía que Julia se estaba divirtiendo mucho y no quería estropearle la fiesta. En algún momento, debió de quedarse dormida porque, cuando se volvió a despertar, estaba ya fuera del club, en el interior de un coche. A su alrededor resonaban voces y, cuando abrió los ojos, quedó prácticamente cegada por los fogonazos de las cámaras.

– ¿Qué ha ocurrido…? ¿Adonde vamos? -le preguntó a Julia, tras incorporarse en el asiento. La joven estaba agarrada a Fernando.

– A casa. Duérmete -le aconsejó Julia.

Casi sin darse cuenta, Molly llegó a la habitación de invitados de la casa de Julia. Se desnudó y prácticamente se quedó dormida en el momento en el que su cabeza tocó la almohada. A la mañana siguiente, su teléfono móvil la despertó de repente. Tras rebuscar en el bolso, lo encontró y vio que tenía diez llamadas perdidas de la noche anterior.

– ¿Molly? -preguntó una voz femenina-. ¿Eres Molly?

– Sí, ¿quién es? -replicó, aunque estaba casi convencida de que sabía de quién se trataba.

– Ophelia… ¿es que no te acuerdas de mi voz? -gritó su hermana, muy emocionada-. Ojalá no estuvieras en España. Quiero verte ahora mismo y darte un fuerte abrazo.

Molly se echó a llorar. Había encontrado a su hermana. En menos de un minuto, las dos mujeres comenzaron a ponerse al día. Muy pronto. Molly, a la que nunca le había gustado las falsas apariencias, admitió que Leandro sólo se había casado con ella porque se había quedado embarazada.

– No pareces muy contenta, Molly.

– Y no lo estoy -admitió ella.

El asombro de Molly no terminó con el hecho de volver a oír la voz de Ophelia. Esta le contó que tenían un hermanastro más mayor de nacionalidad rusa llamado Nikolai Arlov. Para Molly fue maravilloso saber que tanto Ophelia como Nikolai llevaban varios años tratando de encontrarla. Ophelia satisfizo la curiosidad de Molly sobre Nikolai, sobre su marido Lysander y sus tres hijos. Molly casi no pudo contener una carcajada cuando se enteró de que Haddock, el loro, seguía con vida.

Envuelta en un chal de seda, Julia asomó la cabeza para decirle a Molly que había llegado ya la limusina que la llevaría a su casa. Molly le dijo a su hermana si podía llamarla más tarde. Mientras pensaba en lo maravilloso que sería reunirse con Ophelia y poder conocer a su hermano y las familias de ambos, se vistió con unos pantalones de color caqui y una camiseta. Fue entonces cuando descubrió que la mayoría de las llamadas perdidas eran de Leandro. Un sentimiento de culpabilidad se apoderó de ella y se sintió como una adolescente que llega a casa después de la hora.

Al ver que había un grupo de paparazzi esperando en el exterior del apartamento de Julia, se quedó horrorizada. Todos le gritaron preguntas en español mientras se dirigía a toda velocidad a la limusina. Por una vez, agradeció la presencia de los guardaespaldas de Leandro, que impidieron que los reporteros la filmaran.

Cuando entró en el castillo, notó que todo estaba sumido en un profundo silencio. Basilio la saludó con el mismo tono de voz que habría utilizado en un funeral. Ella se sorprendió mucho cuando vio que Leandro salía de su despacho, dado que sabía que él tenía un viaje a Ginebra aquel mismo día.

– Creí que ya te habrías marchado.

– He esperado para enseñarte los periódicos de la mañana -le espetó él. Molly lo siguió a su despacho. No le quedó otra opción que mirar la publicación que él tenía abierta sobre el escritorio.

Al ver las fotos, ella se quedó completamente horrorizada. En una de ellas se veía a una mujer con ojos cansados y cabello revuelto a la que se ayudaba a cruzar la acera. En otra, la misma mujer estaba tumbada, aparentemente inconsciente, en el asiento trasero de una limusina. Esa mujer era ella.

– ¿Cómo te pusiste en ese estado? -rugió Leandro, lleno de furia-. ¿No te paraste a pensar en la salud del niño que llevas en tu vientre?

– Yo sólo estaba muy cansada… Te juro que no bebí nada de alcohol -protestó Molly-. Las fotos parecen reflejar otra cosa…

– ¿Quieres decir que no estuviste en un club hasta las cuatro de la mañana con nuestro encargado? ¿Ni que necesitaste que te sacara de allí casi arrastrándote?

Molly tragó saliva. Efectivamente, era Fernando el que la llevaba al coche.

– Yo era una más de un grupo de personas entre las que estaba él.

– Él pasó la noche en el apartamento de mi hermana contigo -le espetó Leandro-. ¡Se marchó esta mañana muy temprano!

Molly no sabía qué podía decir sin dejar en evidencia a Julia. ¿Cómo podía Leandro pensar que ella se había acostado con otro hombre? ¿Cómo podía creer que ella era tan desleal? Estaba embarazada de él. ¿Acaso no la respetaba en absoluto?

– No estoy teniendo una aventura con Fernando. ¡En realidad, él ni siquiera es mi tipo, aunque tengo que confesarte que, en estos momentos, cuando te comportas conmigo como si fueras un juez de la Inquisición, tú tampoco lo eres! Mira, siento mucho que esas fotos te hayan avergonzado, pero no estaba bajo el efecto ni de las drogas ni del alcohol. Sencillamente, tenía mucho, mucho sueño. No tengo nada más de lo que disculparme.

– No te creo… Quiero que me digas la verdad.

– ¡Acabo de hacerlo! Simplemente salí con Julia para celebrar su cumpleaños.

– Entonces, ¿por qué te negaste a decirme dónde estabas para que yo pudiera reunirme contigo?

Molly bajó la cabeza. Sabía que no podría encontrar una respuesta adecuada a aquella pregunta. Deseó no sentirse obligada a proteger la vida privada de Julia. No quería poner en riesgo su amistad.

– Sólo quería una noche en la que no tuviera que ser tu esposa. ¿Es eso un delito?

– ¿Cuánto tiempo llevas viendo a Santos? -replicó él mirándola con dureza.

– Tal vez quisieras que yo te fuera infiel para poder tener motivos para divorciarte de mí. ¿Es ésa la razón de todo esto? Te has dado cuenta de que cometiste un error al casarte conmigo y quieres deshacerte de mí… -le acusó ella.

– Estás diciendo tonterías.

– No lo creo. Bien, pues soy yo la que quiere escapar de todo esto -anunció, de repente-. Quiero recuperar mi vida, ¿por qué no ibas a quererlo tú? Tú estás siempre ausente y yo me siento sola. Quiero un hombre que esté interesado en mí, un hombre con el que pueda compartir mis cosas. Sin embargo, tú estás tan ocupado ganando dinero, que no tienes tiempo ni para mí ni para el bebé. ¡Yo quiero algo más que tu dinero, tu título y tu posición social! ¡Ninguna de esas tres cosas son importantes para mí!

– Has dicho más que suficiente -dijo Leandro, pensando que aquellas acusaciones eran un torpe intento por hacer que él se olvidara de su inexcusable comportamiento-. Tengo que tomar un vuelo a Ginebra. Hasta mañana.

– Dijiste que no podías darme amor… ¿Pero qué es lo que me has dado? -susurró Molly, muy disgustada.

Leandro apretó los dientes. Se negaba a escucharla. No quería que ella comenzara a llorar. Se sentía tan furioso con ella que no confiaba en sus propias palabras. Además, mientras ella siguiera negándolo todo, no había nada que discutir. Le sacaría la verdad a Julia y, si Molly había traicionado su confianza, no le quedaría más remedio que divorciarse de ella. No deseaba hacerlo, pero, cada vez que se la imaginaba en brazos de Santos, sentía una profunda ira dentro de él que lo enojaba aún más.

Molly no se podía creer que Leandro tuviera intención de marcharse a Ginebra como si no hubiera ocurrido nada. Su autodisciplina con respecto a su trabajo y la devoción al negocio de la banca cuando su matrimonio estaba en crisis le pareció una prueba más de su falta de aprecio hacía ella.

Su teléfono móvil comenzó a sonar en cuanto llegó a su dormitorio. Al oír la voz de Ophelia, perdió por completo el control sobre sus sentimientos y rompió a llorar. A duras penas, consiguió contarle a su hermana lo ocurrido. Su hermana trató de consolarla y, para conseguirlo, le dijo que tenía a su hermano Nikolai a su lado y que él también quería hablar con ella.

– ¿De verdad que quieres quedarte con ese tipo en España? -le preguntó su hermano, un poco más tarde-. Puedo ir a recogerte dentro de unas horas y traerte de vuelta a Inglaterra.

– ¿Podrías hacer eso? -preguntó ella. No quería abandonar España en cuestión de horas, pero la oferta resultaba tentadora.

– Claro que sí. Tengo muchas ganas de conocer a mi hermanita pequeña.

– No soy ninguna niña…

– Para mí lo serás siempre.

La indecisión se apoderó de Molly. Quería estar con sus hermanos. Leandro no había escuchado sus explicaciones ni había tratado de comprenderla. ¿Estaba dispuesta a esperar a que él regresara de Ginebra para tener más de lo mismo? El no la amaba. Eso no iba a cambiar. Ella jamás podría compararse a Aloise. El hecho de que estuviera esperando un hijo suyo no parecía suponer diferencia alguna. Tal vez, efectivamente, había decidido que casarse con ella había sido un error. Eso podría explicar por qué hacía tan poco esfuerzo para conseguir que su matrimonio funcionara.

Molly se cuadró de hombros y respiró profundamente.

– Regresaré a Inglaterra.

Nikolai prometió llamarla cuando su avión privado aterrizara en España. Ophelia estaba tan emocionada cuando volvió a ponerse al teléfono que Molly sólo entendía una palabra de cada tres. Sin embargo, el entusiasmo de su hermana consiguió aliviar el miedo y la incertidumbre que se estaban apoderando de ella.

Se sentó en el elegante escritorio que tenía al lado de la ventana y sacó el bonito papel que jamás había utilizado para escribirle a Leandro una nota. Mientras observaba la hoja en blanco, los ojos se le llenaron de lágrimas. Lo que estaba sintiendo la obligaba a reconocer que sentía mucho más por Leandro de lo que él sentía por ella. No obstante, no quería conformarse con las migajas que él quisiera darle. Si ella no era feliz, su hijo tampoco lo sería. El sueño de crear un hogar feliz para los tres había sido exactamente eso, un sueño.

Estaba recogiendo sus cosas cuando realizó un curioso descubrimiento. Mientras buscaba un zapato que le faltaba arrastrándose por el suelo del vestidor, descubrió un sorprendente bulto bajo la alfombra, en una zona bastante oculta. Al sacarlo, descubrió para su sorpresa que se trataba de varias cajas de píldoras anticonceptivas. ¿De quién era? Sólo puedo ocurrírsele un nombre: Aloise. La aparente incapacidad de ésta para quedarse embarazada había sido completamente deliberada. La esposa perfecta parecía no haberlo sido tanto. Molly se encogió de hombros y volvió a dejarlo todo donde estaba.

Dejó todas las joyas e incluso se quitó el anillo de compromiso y la alianza y los dejó sobre la cómoda. Después de un ligero almuerzo, que tomó en su habitación, decidió tomar una siesta, de la que la despertó la llamada de Nikolai. Se vistió y llamó a una doncella para que bajara sus maletas. Basilio estaba al píe de la escalera, retorciéndose las manos. Al verlo, sintió que su hijo se movía. Se preguntó si el bebé podría distinguir de algún modo lo que estaba ocurriendo.

Doña María apareció en la puerta del salón. Parecía muy satisfecha, pero a Molly no le importó. Ya oía el ruido del motor del helicóptero. Fue en ese momento cuando comprendió verdaderamente lo que estaba haciendo y también, desgraciadamente, que se había enamorado de Leandro.

Alguien llamó a la puerta principal del castillo. Basilio la abrió. Molly vio a un hombre muy alto y corpulento que atravesaba el umbral seguido de sus guardaespaldas. Al fondo, se veía un helicóptero con el logotipo de «Arlov Industries» sobre la cola.

– ¿Molly? -preguntó él. Entonces, soltó una carcajada-. No me lo puedo creer. ¡Eres aún más menuda que Ophelia!

Con un chasquido de dedos consiguió que uno de sus guardaespaldas se hiciera cargo del equipaje de Molly. Ella salió al exterior, aunque algo en su interior le gritaba que se quedara. Tenía los nervios tan tensos como cuerdas de piano.

– No estás segura, ¿verdad? -adivinó su hermano.

– En estos momentos, creo que no me queda otra opción.

– Como marido que soy, creo que debo advertirte que no creo que tu Duque te perdone esto fácilmente.

Molly se encogió de hombros y pensó en todas las eternas tardes que había tenido que pasar sola.

– Sobreviviré -replicó con decisión.

– Entonces, ¿lo abandonas para siempre o sólo es para que se dé cuenta de lo que ha hecho?

Molly decidió que su hermano mayor sabía mucho de mujeres.

– El jurado aún está deliberando sobre ese asunto.

– ¿Te has enfadado porque se marchó a Ginebra? Lo hizo por trabajo -señaló Nikolai, como sí anteponer el trabajo fuera un acto perfectamente comprensible.

De repente, los ojos de Molly se llenaron de lágrimas. Estaban ocurriendo demasiadas cosas a la vez. Levantó la barbilla y parpadeó rápidamente. Se las había arreglado antes de conocer a Leandro y se las arreglaría después. Sin embargo, aún tenía que aprender a aceptar esa situación.

El helicóptero despegó por fin y ella observó cómo el castillo iba alejándose en el horizonte. Se preguntó cuándo volvería a ver a Leandro y si los abogados estarían presentes en dicha ocasión o no.

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