Capítulo 15

Drea miró por el retrovisor para asegurarse de que nadie la seguía, y vio al hombre subirse a la furgoneta. El corazón le dio un enorme vuelco seguido por varios latidos. La carretera le daba vueltas mientras su cerebro se quedaba sin circulación. Él estaba demasiado lejos para verle la cara, pero había visto la forma en que se movía, todo elegancia y poder letal. Vio la postura de su cabeza, la forma de sus hombros y supo que era él, no sabía por qué, pero tenía la certeza absoluta de ello.

Esa furgoneta. Había visto esa furgoneta antes, o una muy parecida, y la coincidencia no podía llegar hasta tal punto. Era del mismo color y forma que la furgoneta que había pasado justo después de que la Sra. Pearson hubiera entrado en el aparcamiento de la tienda de todo a cien. De alguna manera, él había averiguado lo que estaba haciendo y a quién debía seguir, y darse cuenta de ello la aterrorizó. Él era demasiado bueno en lo que hacía; ¿cómo iba a poder librarse de él?

Consiguió controlarse para no pisar el acelerador hasta el fondo, pero aumentó paulatinamente la velocidad hasta que la aguja del cuentakilómetros situada en la frontera entre los ciento cincuenta y el final empezó a vibrar, entonces redujo sólo un poco. Su única esperanza era alejarse lo suficiente de él para poder tomar una carretera secundaria o esconderse tras alguna construcción, pero no sería capaz de hacerlo si el coche se estropeaba.

La geografía de Kansas no ayudaba. El terreno no era completamente llano pero casi. No había manera…

Otra vez estaba respirando demasiado rápido, su corazón palpitaba tan fuerte y tan deprisa que apenas podía pensar. No podía dejar que la alcanzara así; tenía que estar preparada, tenía que pensar y no podía dejarse invadir por el pánico.

Controló sus nervios, controló su reacción instintiva y se obligó a levantar el pie del acelerador hasta que el coche empezó a circular a una velocidad más razonable. No podía dejarlo atrás; habría sido estúpida si lo hubiera intentado. La furgoneta era grande, con un motor más potente que el seis cilindros que ella conducía. Él estaba sentado en una posición más elevada que ella, además, así podría verla desde bastante lejos y ella no podría sacarle la suficiente ventaja como para que la perdiera de vista ni siquiera unos segundos.

La pregunta era: ¿intentaría alcanzarla ahora que el campo era tan abierto que cualquier vehículo podría verlo desde lejos o que podrían pasar al lado de un granjero que estuviera en sus campos en cualquier momento? ¿O se conformaría con seguirla y esperaría a que la noche lo amparase?

Tendría que llegar hasta ella para conseguir un ángulo decente para dispararle. Podría obligarla a salirse de la carretera pero, al contrario que en las películas, los coches no solían explotar y arder cuando chocaban, y la combinación de cinturones de seguridad y airbags implicaba que la gente que iba dentro a menudo sobreviviera. Por supuesto, si la echaba fuera de la carretera y su coche quedaba tan inservible que no arrancaba, entonces él podía aprovechar la oportunidad como le apeteciera pero, a menos que ella se golpease con un poste de la luz o algo, echándola de la carretera, no iba a conseguir mucho; arrancaría de raíz un campo de trigo, pero eso sería todo.

A su favor estaba el hecho de que él no sabía si ella iba armada. Joder, claro que no, porque las pistolas nunca habían sido parte de su arsenal. El sexo y la astucia eran sus armas, además del maquillaje y el perfume, pero él no sabía -no podía saber- si ella se había hecho con una pistola en los últimos ocho días, y tendría que actuar con precaución.

Echó un vistazo al indicador de la gasolina y se preguntó cuánto consumiría el coche de él. Su seis cilindros consumía bastante poco, seguramente menos que el gran motor de él. Quizá ella podía llegar más lejos que él con un depósito. Si se quedaba sin gasolina… No, era poco probable que él dejara que sucediera eso. Pero si tenía que parar para repostar, ella tendría una oportunidad para escapar, salirse de la carretera y ocultarse, tomar alguna otra ruta hacia Denver.

Él se daría cuenta, sin embargo. Si empezaba a quedarse sin gasolina se vería obligado a hacer algo. Tal vez ella podría parar en una gasolinera, ir corriendo adentro y pedir ayuda. Demonios, tenía un teléfono móvil; podía llamar al 911 y decir que la seguía un hombre desconocido.

A menos… a menos que no quisiera atraer la atención de la poli, y un poli los haría detenerse a ambos. Las placas de matrícula de su coche no estaban en regla. Había robado dos millones de dólares y aunque no tenía el dinero en efectivo en su poder tenía más claro que el agua que no quería que su nombre apareciese en el sistema informático de la poli. No sólo eso, él iba detrás de ella; podría decir simplemente que no tenía ni idea de quién era ella, todo lo que estaba haciendo era conducir por la autovía. Ella ni siquiera sabía su nombre, así que no podía alegar que era un ex novio o algo así.

Miró de nuevo por el retrovisor. Él aún seguía ahí, más cerca que antes. No se estaba acercando con rapidez, pero se estaba acercando.

¿Se habría dado cuenta ya de que ella lo había visto? No había hecho nada para escaparse, pero a menos que se saliera de la carretera, se precipitara hacia el trigo y se fuese andando a cuatro patas durante los próximos ochenta kilómetros, sus opciones de evasión eran limitadas.

Aun así, no iba a abandonar. Estaba en un vehículo en movimiento y él también, así que las probabilidades de que él consiguiera disparar un tiro certero eran muy bajas. Sabía por los comentarios de Rafael y sus hombres cuando veían alguna película de acción en la televisión lo improbable que eran las cosas como ésa. Sólo para ver sí sabían de lo que estaban hablando, había investigado un poco sobre el tema y había llegado a la conclusión de que, en ese caso, tenían razón. Incluso los mejores francotiradores del mundo tenían que disparar desde una posición fija, o la suerte sería más importante que la habilidad.

A menos que intentara echarla de la carretera, por ahora estaba todavía a salvo. Si él empezaba a aproximarse a ella con rapidez, ella sabría que había decidido hacer algo. No podía permitir que el pánico se apoderara de ella porque, si lo hacía, entonces todo habría terminado. Mientras conservara la calma, tendría una oportunidad.


Ella lo había visto. Se dio cuenta en el momento en que vio cómo su coche ganaba velocidad de que era como un conejo escapándose de un perro de caza. También supo el momento exacto en que consiguió dominar su pánico y empezó a pensar de nuevo, porque levantó el pie del acelerador y redujo la velocidad hasta los cien kilómetros por hora.

Él se limitó a permanecer detrás y no perderla de vista. Los kilómetros rodaban bajo sus neumáticos, y al cabo de una hora más o menos entraron en Colorado, aunque esa parte del estado era casi tan jodidamente llano como Kansas y ella no tenía ninguna oportunidad de darle esquinazo. Miró el reloj y el indicador del depósito de gasolina. La furgoneta tenía un depósito de gasolina mayor que el coche de ella, pero también consumía más, así que era cuestión de suerte cuál de ellos se quedaría antes sin gasolina.

Tenía que planear lo que iba a hacer; a medida que fueran más hacia el oeste el campo sería más agreste y la noche se acercaba cada vez más. No podía dejarla seguir tanto tiempo como para que pudiera apagar sus faros y salirse de la carretera; era una opción arriesgada, pero a él no le cabía la menor duda de que lo intentaría. Tendría que pegarse más a ella cuando empezara a oscurecer y, si no se veía obligada a detenerse para repostar cuando su indicador marcara menos de un cuarto de depósito, entonces actuaría.

Lo que él hiciera dependería de lo que hiciera ella. Podía estar armada. Si le apuntaba con una pistola entonces él no tendría elección y tendría que dejarla marchar. Su propia arma, una Glock 17, yacía sobre el asiento al lado de su muslo derecho. No le preocupaba que lo pillaran con un arma; tenía una licencia federal que pasaría la inspección de cualquier poli, estatal o local. La licencia era falsa, pero para descubrirlo era necesario desentrañar varias capas de camuflaje. El arma no tenía número de serie, no podía ser rastreada, y si lo necesitaba se desharía de ella sin pensárselo dos veces.

Se acercaba rápidamente el momento en que tendría que tomar una decisión. ¿Eliminarla, o dejar de seguirla y volver a Nueva York? ¿Para qué tomarse tantas molestias a menos que pretendiera hacer el trabajo? La diversión y el entretenimiento no eran buenas razones para estar allí. Estaba despilfarrando demasiado tiempo y dinero para seguirla, a menos que recibiera sus honorarios al final del viaje.

Ninguno de sus anteriores objetivos había significado nada para él, para bien o para mal. La vida humana, en teoría, no tenía más valor para él que, por ejemplo, la de una mosca. Sus trabajos no estaban motivados por nociones de corrección o incorrección, política, religión, amor, odio ni nada más allá de los honorarios que cobraba. Sin embargo, Drea era… diferente. Él la conocía, y no sólo físicamente, aunque la química que había entre ellos era más fuerte que todo lo que había probado antes.

Conocía su inteligencia, conocía sus agallas y su determinación. Ella era una luchadora, una superviviente. No la había visto relajada, siendo completamente ella, pero luego sospechó que no había bajado la guardia durante años. Ella había decidido su plan de acción y nunca había echado la vista atrás.

Podía objetar que haberse juntado con alguien como Rafael Salinas fuera algo inteligente, pero él no sabía cuáles habían sido las anteriores circunstancias de Drea. Tal vez Salinas significaba un gran paso adelante, aunque era difícil de entender. Salinas era un matón; más listo que la mayoría, pero un matón al fin y al cabo. El hecho de que Drea hubiera estado actuando sin haber metido la pata ni una sola vez durante tanto tiempo, indicaba un nivel de autodisciplina que nunca había visto hasta el momento, excepto en sí mismo.

¿Era por eso por lo que dudaba tanto? ¿Porque veía algo en ella que le recordaba a sí mismo? No era su falta de sentimientos, porque Drea tenía suficientes para ambos, pero las cosas que ésta había ocultado a Salinas le habían hecho disfrutar. Tal vez ésa era la razón por la que todavía no había pasado a la acción. Por otra parte, tampoco le había dicho todavía a Salinas dónde ingresar la parte del dinero por adelantado, y él no hacía un trabajo hasta que comprobaba que la cantidad especificada estaba en su cuenta.

Todo giraba en torno a lo mismo: ¿Sí o no? ¿Hacer el trabajo o irse? ¿Dejarla escapar o quedarse con los dos millones?

Si no aceptaba el trabajo, Salinas enviaría a alguna otra persona para perseguirla. Pero ella tenía una gran ventaja: una vez que tuviera en sus manos los millones robados en metálico, sus opciones serían bastante más ilimitadas. Si la cogían, sería por pura mala suerte. La única manera de que estuviera realmente a salvo era que Salinas creyera que estaba muerta.

Podría hacer eso, coger el dinero y decirle a Salinas que el trabajo estaba hecho, pero él nunca había falseado un trabajo antes. Su valor radicaba en su fiabilidad y precisión.

Por otra parte, si había tenido alguna vez la intención de joder a algún cliente, era a Salinas. Lo único que sentía por ese hijo de puta era desprecio.

Echó un vistazo al cielo. Probablemente quedaría una hora u hora y media más de luz y el terreno se estaba volviendo notablemente más desigual porque la tierra empezaba a plegarse a la vez que se elevaba hacia las Montañas Rocosas. Las verdaderas montañas todavía estaban bastante lejos, pero no nacían de la nada; se trataba de una elevación gradual, un aumento de los pliegues de la corteza terrestre, y luego la gran erupción. Cuanto más esperase, más desigual sería el terreno y más oportunidades tendría ella de darle esquinazo.

Apretó la bota contra el acelerador y la furgoneta empezó a tragarse la distancia entre él y Drea.

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