Reconocimientos

Este libro, que no es más que una ficción, debe mucho, sin embargo, a algunas personas reales. Debe, en primer lugar, al extraño y notable escritor español en lengua inglesa Felipe Alfau, cuya misteriosa figura me sirvió de punto de partida para fabular una historia con la que la suya, sin tener acaso mucho que ver, tampoco deja de guardar coincidencias que sería ilegítimo no reconocer expresamente. Debe, también y con el mismo rango de importancia, a mi amigo José Ramón Tora, quien no sólo me descubrió la obra de Alfau en su anómala y muy sugerente versión original inglesa, sino que además de eso ha sido siempre mi posadero neoyorquino y mi asesor abnegado y puntual en todas las cuestiones relacionadas con la ciudad.

Quiero por otra parte agradecer a Sybil McKenna el préstamo de su nombre y de algunos otros rasgos para cierto personaje, y a Javier, Rosa, Carolina y Af Angeles, su enriquecedora y paciente compañía durante los neoyorquinos días de 1996 en los que en gran medida se gestó esta novela.

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