Capítulo XXI



La noticia en los periódicos

Desde luego, Caroline no había pasado por alto la llegada de miss Russell al consultorio. Yo lo había previsto y preparado una historia completa sobre el estado de la rodilla de la mencionada dama. Sin embargo, Caroline no estaba de humor para interrogarme. Su punto de vista era que sabía el porqué de la visita del ama de llaves y que yo lo ignoraba.

—Ha venido a sonsacarte, James. A sonsacarte del modo más descarado. ¡No me interrumpas! Estoy convencida de que ni siquiera te das cuenta de ello. Los hombres sois tan simples. Sabe que disfrutas de la confianza de Mr. Poirot y quiere enterarse de las cosas. ¿Sabes lo que pienso, James?

—No me lo imagino. Tú siempre piensas muchas cosas extraordinarias.

—No te conviene mostrarte sarcástico. Creo que miss Russell sabe más respecto a la muerte de Mr. Ackroyd de lo que quiera admitir.

Caroline se apoyó triunfante en el respaldo de la silla.

— ¿Así lo crees? —dije distraído.

—Estás medio dormido hoy, James. No tienes la menor inspiración. Debe de ser tu hígado.

Nuestra conversación derivó entonces hacia tópicos puramente personales.

La noticia redactada por Poirot se publicó en nuestro diario local al día siguiente. No atinaba a comprender su significado, pero su efecto sobre Caroline fue tremendo.

Empezó por declarar, faltando notoriamente a la verdad, que ya lo había dicho hacía tiempo. Enarqué las cejas, pero sin discutir. Sin embargo, Caroline debió de sentir remordimientos puesto que añadió:

—Tal vez no haya mencionado Liverpool, pero sabía que trataría de ir a América. Eso es lo que Crippen hizo.

—Sin gran éxito —le recordé.

— ¡Pobre chico! Así pues, le han cogido. Creo que es tu deber, James, cuidar de que no le ahorquen.

— ¿Qué quieres que haga?

— ¿No eres médico? Le conoces desde que era un niño. Puedes decir que no está en posesión de sus facultades mentales o algo en esa misma línea. Leí el otro día que son muy felices en Broadmoor[2], es parecido a un club de alta categoría.

Las palabras de Caroline me habían recordado algo.

—Yo ignoraba que Poirot tuviese un sobrino loco —dije con curiosidad.

— ¿De veras? A mí me lo contó. ¡Pobre muchacho! Es una gran carga para toda la familia. Lo han tenido en su casa hasta ahora, pero se vuelve muy difícil de manejar y temen que tengan que ingresarlo en algún manicomio.

—Supongo que a estas alturas lo sabrás todo sobre la familia de Poirot—dije exasperado.

—Casi todo —afirmó Caroline con complacencia—. Es un gran alivio para la gente tener la oportunidad de hablar de sus penas con alguien.

—Podría ser si se les dejara hacerlo espontáneamente, pero de eso a que les guste que les arranquen confidencias a la fuerza hay un mundo.

Caroline se limitó a contemplarme con el aspecto de un mártir cristiano que acepta gozoso su tormento.

— ¡Eres tan reservado, James! ¡Te resulta difícil franquearte con nadie y crees que todo el mundo es como tú! No creo haber arrancado nunca a la fuerza confidencias a nadie. Por ejemplo, si Mr. Poirot viene aquí esta tarde, tal como dijo que probablemente haría, no se me ocurrirá preguntarle siquiera quién ha llegado a su casa esta mañana temprano.

— ¿Esta mañana?

—Muy temprano, antes de que trajeran la leche. Yo miraba precisamente por la ventana porque la persiana golpeaba la pared. Era un hombre. Ha llegado en un coche cerrado y llevaba el rostro cubierto. No he podido verle las facciones. Sin embargo, te diré mi idea y ya verás si me equivoco.

— ¿Cuál es tu idea?

Caroline bajó la voz misteriosamente.

—Un experto del ministerio del Interior.

— ¿Un experto del ministerio del Interior? —exclamé asombrado—. ¡Mi querida Caroline, por favor!

—Fíjate en lo que te digo, James, y verás que no me equivoco. Esa mujer, la Russell, quería saber cosas sobre los venenos el día que vino a verte. Quién sabe si a Roger Ackroyd no le echaron veneno en la cena aquella noche.

Me eché a reír.

— ¡Pamplinas! Fue apuñalado por la espalda. Lo sabes tan bien como yo.

—Después de muerto, James —insistió Caroline—. Para despistar.

—Mujer, yo examiné el cuerpo y sé lo que me digo. Esa herida no se la hicieron después de muerto, sino que le causó la muerte. No hay error posible.

Caroline continuó mirándome con aire de sabelotodo. La contrariedad me impulsó a decirle:

— ¿Me dirás si tengo o no el título de doctor en medicina?

—Tienes el diploma, James, pero careces de imaginación.

—Como a ti te dotaron con una triple ración, no quedó nada para mí.

Por la tarde, cuando llegó Poirot, me divertí con las maniobras de mi hermana. Sin preguntar nada directamente, ésta abordó el tópico del misterioso huésped de todos los modos imaginables. La mirada divertida de Poirot me hizo comprender que se daba cuenta de sus esfuerzos, pero resistió con cortesía y la dejó, como se dice vulgarmente, con un palmo de narices.

Después de divertirse de lo lindo, o así lo sospecho, se levantó y propuso un paseo.

—Necesito andar para guardar la línea —explicó—. ¿Me acompaña usted, doctor? Tal vez al regreso miss Caroline nos obsequiará con una taza de té.

—Con mucho gusto. ¿No vendrá también su huésped?

—Es muy amable, mademoiselle —dijo Poirot—. Mi amigo está descansando. Pronto se lo presentaré a usted.

—Es un antiguo amigo suyo, así me lo ha dicho alguien —continuó Caroline, haciendo un último y valeroso esfuerzo.

— ¿De veras? Bien. Vámonos, amigo mío. Nuestro paseo nos llevó hacia Fernly Park. Ya presumía que así sería. Empezaba a comprender los métodos de Poirot. Todos los detalles, hasta los más insignificantes, tenían algo que ver con el fin que se proponía.

—Tengo un encargo para usted, amigo mío —dijo finalmente—. Deseo celebrar una pequeña conferencia esta noche en mi casa. Vendrá usted, ¿verdad?

—Por supuesto.

—Bien. Necesito también a todos los de la casa, es decir: Mrs. Ackroyd, miss Flora, el comandante Blunt, Mr. Raymond, y deseo que usted sea mi embajador. Esta pequeña reunión está fijada para las nueve. ¿Se lo trans-mitirá usted?

—Con mucho gusto, pero, ¿por qué no se lo dice usted mismo?

—Porque me harían preguntas. ¿Por qué? ¿Para qué? Ya sabe. Querrían saber cuál es mi idea y usted ya conoce, amigo mío, que no me gusta tener que explicar mis ideas hasta que llega el momento oportuno.

Me sonreí levemente.

—Mi amigo Hastings, de quien tanto le he hablado, acostumbraba a decir de mí que era una ostra humana, pero era injusto. De los hechos, no callo nada. A cada cual le toca interpretarlos a su manera.

— ¿Cuándo quiere que lo haga?

—Ahora, si no tiene inconveniente. Estamos cerca de la casa.

— ¿No entra usted?

—No. Pasearé por el parque. Nos encontraremos frente al cobertizo dentro de un cuarto de hora aproximadamente.

Asentí y me dispuse a cumplir el encargo.

El único miembro de la familia que estaba en casa resultó ser Mrs. Ackroyd, que estaba bebiendo una taza de té. Me recibió con gran amabilidad.

—Gracias, doctor —murmuró—, por arreglar aquel asunto con Mr. Poirot, pero la vida está sembrada de dificultades y disgustos. ¿Usted sabrá lo de Flora, desde luego?

— ¿De qué se trata, exactamente? —pregunté con cautela.

—De su noviazgo. Flora y Héctor Blunt. Desde luego, no será una boda tan brillante como con Ralph, pero, después de todo, la felicidad está antes que lo demás. Lo que la querida niña necesita es un hombre de más edad que ella, alguien serio y en quien pueda apoyarse. Héctor es verdaderamente un hombre distinguido a su manera. ¿Ha leído la noticia de la detención de Ralph en el diario de esta mañana?

—Sí. La he leído.

— ¡Es horrible! —Mrs. Ackroyd cerró los ojos y se estremeció —. Geoffrey Raymond se transformó completamente. Telefoneó a Liverpool, pero en la comisaría no quisieron darle explicaciones. A decir verdad, dijeron que no habían detenido a Ralph. Mr. Raymond insiste en que se trata de un error... ¿cómo decía...? Un canard[3]. He prohibido que se hable de ello delante de los criados. ¡Es una vergüenza! Piense que Flora pudo haberse casado con él.

Mrs. Ackroyd cerró los ojos, angustiada. Empecé a preguntarme cuándo me dejaría transmitirle la invitación de Poirot. Antes de que pudiera hablar, prosiguió:

—Usted estuvo aquí ayer, ¿verdad?, con ese temible inspector Raglán. El muy bruto aterrorizó a Flora hasta hacerla confesar que cogió el dinero del dormitorio del pobre Roger. La cosa es tan sencilla en realidad. La querida niña tenía la intención de pedir prestadas unas cuantas libras, pero no le gustó la idea de molestar a su tío, puesto que había dado órdenes estrictas de que le dejaran en paz. Sabiendo dónde guardaba el dinero, fue arriba y cogió lo que necesitaba.

— ¿Eso es lo que Flora dice?

—Mi querido doctor, ya sabe usted cómo son las muchachas modernas. Obran fácilmente bajo el impulso de la sugestión. Usted no ignora nada, desde luego, sobre la hipnosis y esa clase de cosas. El inspector la regañó, le repitió varias veces la palabra «robar», hasta que a la pobre criatura le sobrevino una inhibición (¿o es un complejo? Siempre confundo estas dos palabras) y quedó convencida de que había robado, en efecto, el dinero. Yo vi enseguida de qué se trataba, pero no siento demasiado el equívoco, porque hasta cierto punto, parece que acercó a los dos: a Héctor y a Flora. Y le aseguro que hubo un momento en que temí lo peor, que hubiera algo entre

ella y el joven Raymond. ¡Imagínese! — La voz de Mrs. Ackroyd subió de tono, horrorizada—. ¡Un secretario particular, prácticamente sin medios!

—Hubiera sido un golpe muy duro para usted —le dije. A continuación, le comuniqué el encargo—. Mrs. Ackroyd, tengo un mensaje para usted de parte de Mr. Poirot.

— ¿Para mí?

Ella pareció alarmarse.

Me apresuré a tranquilizarla y expliqué lo que Poirot deseaba.

—Bien, supongo que si Mr. Poirot nos llama, debemos ir. ¿De qué se trata? Me gustaría saberlo de antemano.

Le aseguré, sin faltar a la verdad, que no sabía más que ella.

—Muy bien —dijo Mrs. Ackroyd, aunque a regañadientes—. Avisaré a los demás y estaremos allí a las nueve.

Me despedí y me reuní con Poirot en el lugar convenido.

—Siento haberme entretenido más de un cuarto de hora, pero una vez que esa buena señora empieza a hablar, no es empresa fácil hacerla callar.

—No importa. Me he divertido. Este parque es magnífico.

Regresamos a casa. Al llegar, y con gran sorpresa nuestra, Caroline, que a todas luces nos había estado esperando, nos abrió la puerta en persona.

Se puso un dedo en los labios. Rebosaba importancia y excitación.

— ¡Úrsula Bourne! —dijo—. ¡La camarera de Fernly Park! ¡Está aquí! La he hecho pasar al comedor. La pobre está en un estado terrible y dice que quiere ver a Mr. Poirot enseguida. Le he dado una taza de té caliente. Verdaderamente, es conmovedor verla de esta manera.

Úrsula estaba sentada delante de la mesa del comedor. Tenía los brazos extendidos sobre la mesa y acababa de erguir la cabeza, que había escondido entre ellos. Sus ojos estaban enrojecidos por el llanto.

— ¡Úrsula Bourne! —murmuré.

Poirot se acercó a ella con las manos extendidas.

—No. Creo que se equivoca. No es Úrsula Bourne, sino Úrsula Patón, Mrs. Ralph Patón, ¿verdad, hija mía?

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