Los siguientes libros han tenido para mí un valor inestimable a la hora de escribir esta novela:
Before Freedom, de Belinda Hurmence (Mentor, 1990); Rice and Slaves: Ethnicity and the Slave Trade in Colonial South Carolina, de Daniel
C. Littlefield (Illini Books, 1991); The Great South Carolina Ku Klux Klan Trials 1871-1872, de Lou Falkner Williams (University of Georgia Press, 1996); Gullah Fuh Oonah, de Virginia Mixon Geraty (Sandlapper Publishing, 1997); Blue Roots, de Roger Pinckney (Llewellyn Publications, 2000); A Short History of Charleston, de Roger Rosen (University of South Carolina Press, 1992); Kaballah, de Kenneth Hanson Ph.D. (Council Oak Books, 1998); American Extremists, de John George y Laird Wilcox (Prometheus Books, 1996) y The Racist Mind, de Raphael S. Ezekiel (Penguin, 1995).
Muchos han sido los que me han prestado su tiempo y sus conocimientos. Estoy especialmente agradecido a Bill Stokes, subfiscal general, y a Chuck Down, ayudante del fiscal general de Maine; a Jeffrey D. Merril, alcaide de la Prisión Estatal de Maine, Thomaston, y su personal, especialmente al coronel Douglas Starbird y al sargento Elwin Weeks; a Hugh E. Munn, del organismo de seguridad de Carolina del Sur; al teniente Stephen D. Wright, del Cuerpo de Policía de Charleston; a mi guía en la ciudad de Charleston, Janice Kahn; a Sarah Yeates, antigua empleada del Museo de Historia Natural de Nueva York y al personal del Parque Nacional de Congaree Swamp National Monument.
A título personal, quiero dar las gracias a Sue Fletcher, a Kerry Hood y a todo el personal de Hodder & Stoughton; a mi agente, Darley Anderson, y a sus ayudantes; a mi familia; a Ruth, por su amabilidad; y, a deshora, al doctor Ian Ross, que me presentó a Ross Macdonald, y a Ella Sanahan, que mantuvo su confianza en mí cuando muy pocos lo hubieran hecho.