Malta

Los párrafos que siguen se refieren al período maltes de Caravaggio.

Desde Nápoles, por indicación de Ippolito Malaspina, bailío de la Soberana Orden de los Caballeros de Malta de aquella ciudad, Caravaggio viajó hasta la isla para ser nombrado, después de un año de convento como novicio, caballero de Gracia (no caballero de Justicia, por no haber nacido noble). El nombramiento dejaría automáticamente sin efecto la condena a muerte dictada contra él en Roma por el homicidio, en el transcurso de una reyerta por fútiles motivos de juego, de un tal Ranuccio Tomassoni. El bailío de Nápoles Malaspina, por su amistad con el Gran Maestre de la Orden, Alojde Wignacourt, había proporcionado a Caravaggio una carta de recomendación y le había asegurado que en la isla podría encontrar trabajos muy bien remunerados.

En Nápoles, Caravaggio se embarcó en una galera del príncipe Fabrizio Sforza Colonna. Los Colonna habían sido y seguían siendo, a pesar de la mala fama del pintor, declarados protectores suyos.

Pero Caravaggio no estaba solo.

Su fraternal amigo, cómplice y compañero de aventuras Mario Minniti se embarcó con él. Minniti se vio impulsado a irse de Nápoles, no tanto por el deseo de no separarse de Caravaggio, sino por el hecho de que él mismo se había visto enredado en un proceso por bigamia acerca del cual se sabe muy poco.

Se sabe, en cambio, que pocos días después de la llegada de ambos amigos a Malta, Minniti fue detenido como consecuencia de la denuncia por bigamia llegada desde Nápoles. Como es natural, Caravaggio se apresuró a ofrecerse como testigo de descargo en el proceso celebrado el 26 de julio de 1607. En dicho proceso, Caravaggio declaró haber llegado a la isla quince días atrás, es decir, entre el 10 y el 11 de julio.

Las páginas que tratan de la estancia maltesa del pintor eran, tal como he comentado, mucho más numerosas que las que conseguí copiar. Me encontré ante la necesidad de hacer una difícil elección. Confieso que en aquellas horas maldije una y mil veces mi escaso conocimiento de la vida y las obras de Caravaggio. Con un mayor conocimiento, mi elección podría haber sido menos arbitraria.

Me parece oportuno, por tanto, explicar al lector los criterios por los que entonces me guié.

Consideré obligado descartar todas las anotaciones referentes a la vida cotidiana del pintor en su calidad de novicio de la orden. Él había anotado cuidadosamente todas las obligaciones que tenía que cumplir, tal vez por temor a olvidar alguna.

Figuran también anotadas sus frecuentes reuniones con Minniti.

Hay una precipitada pero divertida alusión a un encuentro amoroso que Minniti consiguió organizarle con una mujer. Encuentro que, de haberse descubierto, habría podido costarle muy caro, pues habría frustrado la finalidad por la cual había viajado a Malta. Tanto es así que Caravaggio jamás volvió a repetirlo.

Preferí por tanto transcribir las páginas más íntimas, pues a mi juicio podían constituir una novedad absoluta para los estudiosos, como la obsesión por el sol negro. Además, hasta ahora la razón del encarcelamiento del pintor en Malta siempre había sido bastante confusa. Como inexplicable era su evasión del fuerte de Sant'Angelo. A este respecto, las páginas que copié se me antojan en extremo clarificadoras. Pero, por encima de todas las demás, la página que cuenta el nacimiento de su vocación artística me pareció la más reveladora.


* * *

…y cuando el Gran Maestre Alof de Wignacourt vio el San Jerónimo escribiendo, al cual él había graciosamente accedido a prestar su rostro, quedose un buen rato en pensativo silencio. Tanto que yo empecé a angustiarme cuando me miró y preguntome por qué a su alrededor y también a su espalda todo se hallaba oculto en la espesa oscuridad o apenas visible a causa de la demasiada sombra. Contestele que sólo él a mi vista relucía y que, dejándolo a él aparte, otra cosa no conseguía ver más que la negrura de la noche.

El Gran Maestre esbozó una leve sonrisa, tal vez descubriendo en mis palabras un elogio a su persona dictado por mi cortesía. Él no podía entender que yo le decía la verdad.

En Nápoles, desde hacía tiempo, la luz del día insoportable se me había vuelto y sólo hallaba alivio en una estancia debidamente protegida de la luz, o al caer la noche, cuando finalmente podía caminar por la calle.

Un día vi reunida una gran muchedumbre que pretendía entrar toda ella en un portal del cual brotaban ruido de trifulcas y gritos por el demasiado agolpamiento y los empujones de unos contra otros, tanto que dos guardias acudieron y yo prontamente alejeme. Al regresar aquella misma noche movido por la curiosidad, encontré menos gente y supe que en aquella casa moraba una ramera llamada Celestina, la cual, tras haber abandonado su oficio, la fama se había ganado de gran maga. Era capaz de materializar en el aire figuras humanas pero sin carnal consistencia, en todo similares a fantasmas. Decía ella que tales figuras eran las almas de los muertos. Yo había visto igual cosa en Milán y sabía que era un engaño de los ojos producido por ciertos espejos cóncavos debidamente situados.

Puesto en la cola, me encontré al cabo de una hora en presencia de la vieja ramera y díjele entonces que hablar quería con mi padre muerto, pero sin presencias ajenas. Estaban conmigo en su cuarto otras cinco personas, todas mujeres. Díjome ella que podría complacerme recibiendo la suma que habrían tenido que darle las cinco mujeres presentes. Yo consentí y, cuando a solas quedeme con ella, díjele que me mostrara los espejos cóncavos. Ella riose y después preguntome si yo a su oficio pertenecía. Le contesté que era pintor. Fue en busca de buen vino que bebimos juntos. Después de aquella vez, en repetidas ocasiones fui a casa de Celestina, pues semejante mujer mucho me intrigaba. Ella preparaba también mixturas y brebajes para curar muchos males.

Una noche le hablé de esa molestia de mi vista que no me permitía resistir la luz del sol. A la siguiente noche diome ella una ampollita que encerraba un líquido denso y muy oscuro y díjome que, echando una gota en cada ojo, podría mirar directamente el sol sin daño alguno para la vista. Transcurrido algún tiempo, viéndome obligado a ir a pasar el día a una casa de campo, me eché en cada ojo una gota de aquel líquido. Y miré el sol. Cuál no sería mi asombro al ver que se tornaba de color enteramente negro como a causa de un eclipse y que de él nacía una luz negra que no oscurecía del todo hombres y cosas, sino que los dejaba visibles sólo en parte, como recortados por la luz de un candil o una vela… El efecto duró hasta la llegada de las sombras del anochecer. Al día siguiente había desaparecido.

Pero Celestina no me había avisado de que la visión del sol negro se me podía aparecer también sin usar las gotas. Desde que me encuentro en Malta (ilegible), se me aparece muy a menudo…


* * *

…fray Raffaele díjome que la visión del sol negro es obra sumamente diabólica y ordenome romper la ampolla de Celestina, sin saber que ya no la tenía conmigo, pues la había dejado junto con otras cosas en Nápoles…


* * *

…Habiéndome advertido fray Raffaele de que llevara una conducta austera y diera muestras de religioso fervor para no desbaratar todo lo que andaba esforzándose por mí el Gran Maestre, recomendome sobre todo refrenar mi carácter, que gran daño causarme podía.

Revelome que el Gran Maestre, no obstante la regla que niega el ingreso en la Orden de toda persona que de homicidio se haya manchado, había presentado una vehemente y devota súplica al Papa para que le fuera concedida la facultad de honrarme con el hábito de la cruz de caballero magistral por ser yo «persona virtuosísima y de honorabilísimas cualidades y costumbres», pese a haber cometido homicidio en una reyerta…


* * *

…y entre otros el caballero Francois d'Hermet, el cual, obligado a regresar y permanecer algún tiempo en Francia, díjome querer que yo realizara para él una pequeña pintura de un cesto con frutos parecida a otra hecha por mí que él había visto en Milán en la casa del cardenal Borromeo. Una pintura que, pese a todo, el caballero D'Hermet, y otros con él, consideraban y estimaban obra de inferior naturaleza. Si tal la estimaba, ¿por qué la quería? Así se me ocurrió preguntárselo, pero me contuve, pensando en las recomendaciones de fray Raffaele, siendo tal pregunta presagio de mal resultado.

Me encomendó, sin embargo, el caballero que los frutos parecieran como todavía en la rama y sin la menor señal de descomposición, e igualmente las hojas. Respondile entonces que tal cosa era imposible, pues ya en la rama muestra el fruto señal visible de su cercana descomposición y con mayor razón por tanto hay que pintarlo tal como está colgado de la rama y más aún en la cesta. El caballero consintió entonces en que yo pintara como mejor creyera. Tanto más, dijo él, que es hombre muy ingenioso, que aquella fruta no tendría que comerla…


* * *

…Al Gran Maestre asaz satisfizo su retrato con armadura y con el paje que sostiene el yelmo.

Sonriendo preguntome por qué razón en este retrato era menor la oscuridad que en el San Sebastián.

Respondile yo que comenzaba a vislumbrar cierta luz.

Él comprendió sin duda el oculto sentido de mi respuesta, pero no lo dio a entender. Entonces preguntó al paje, que era un sobrino suyo de Picardía, qué sentía al verse representado, y el paje contestó no sentir nada. La respuesta incomodó al Gran Maestre; yo, en cambio, en gran manera me solacé, pues yo asimismo, mientras pintaba aquella pintura, nada había sentido más que una pequeña satisfacción ante el juego entre el brillo de la coraza y la sombra del fondo…


* * *

…He empezado a trabajar en la Decapitación de San Juan Bautista y la luz negra del sol negro ya no me abandona. Para mí ya no hay diferencia alguna entre la noche y el día…


* * *

…Fray Raffaele, tras haberme visto pintando el muro de la cárcel delante del cual se produce la decapitación, pidió hablarme en la celda. Y allí, sin que yo nada le hubiese dicho del estado en el cual me encontraba, preguntome primero si la decapitación que estaba pintando ocurría de día o de noche. Grande fue la impresión que me causaron sus palabras. El fraile bien había adivinado mi estado. Ocultando mi estupor, respondile que deseaba saber la razón de su pregunta. Entonces él gravemente díjome que había comprendido que la luz de la decapitación era la luz del sol negro. Yo prontamente lo negué. Pero él me repitió que tratábase de un maleficio supremamente diabólico. Díjome también que el Creador había creado y gobernado toda la materia para sus fines y propósitos, y que por tanto la visión del sol y su luz significaba obediencia a la ley opuesta, contraria a la divina, significaba abrazar por verdadero su contrario, lo contrario de los propósitos del Creador Supremo. Si el sol es vida, el sol negro es muerte, dijo también. Aconsejome ayuno y oración. Pero ahora yo sé que toda la existencia mía, mucho antes de que Celestina me diera aquel brebaje, había empezado y seguido siempre bajo el signo del sol negro…


* * *

…El día del Señor 14 de julio de 1608, habiendo venido el Gran Maestre a ver el estado de la pintura de la Decapitación, mientras yo devotamente me inclinaba ante él, me apoyó una mano en el hombro y díjome a modo de saludo:

– Caballero…

Mientras yo casi me desvanecía de estupor y felicidad, él revelome que, desde hacía ya unos cuantos meses, el papa Pablo V había dado su consentimiento al hábito y la cruz, en derogación de la regla según la cual no puede ser nombrado caballero quien de homicidio se hubiese manchado, y que él, como Gran Maestre, había tenido que esperar al día en que yo terminaba el año de noviciado (que caía justo aquella jornada) para darme la nueva.

Y eso quería decir que, en cuanto acabara de pintar la Decapitación, podría regresar a Roma libre y sin temor de arresto, estando ya sin efecto la condena a muerte.


* * *

…Hodie, a ver el descubrimiento de la Decapitación con el Gran Maestre han acudido los ocho caballeros capitulares, el colegial mayor, el Inquisidor y fray Raffaele.

En el silencio que hubo nada más caer la sábana, el Inquisidor, el único que tenía la facultad, habló en primer lugar. Dijo que el Bautista muerto parecíale más vivo que los vivos. Al oír sus palabras, fray Raffaele, que de repente había palidecido, mirome con cierta inquietud. El Gran Maestre, en cambio, se inclinó hacia mí y susurrome que jamás en su vida había visto en una pintura una muerte tan verdadera. Entonces yo respondí que quizá sólo quien ha dado la muerte sabe pintar la verdad de la muerte.

Entretanto, fray Raffaele, que mucho se había entretenido en mirar de cerca la Decapitación, pegó un salto hacia atrás, y con el rostro muy pálido me preguntó si era cierto lo que le había parecido ver, es decir, que yo había puesto mi firma empleando para ello la sangre derramada por el Bautista. Había sido el único en darse cuenta. Díjele haber visto bien.

Él replicó entonces que el haber cometido semejante osadía era suma blasfemia y que un gran mal me acontecería…


* * *

…he sabido que los flamencos Vinck y Finson, que tienen taller en Nápoles, han puesto a la venta dos cuadros bellísimos que yo hice, una Virgen del Rosario que es una pieza grande de dieciocho palmos, por la que piden nada menos que 400 ducados, y un cuadro de cámara de tamaño mediano con figuras de medio cuerpo, que es un Holofernes con Judit por el que no darían ni siquiera 300 ducados. Para la Virgen del Rosario, que empecé poco tiempo después de que me pareciera haber alcanzado la bonanza tras haber sufrido un mar embravecido en el alma y en el cuerpo, cuando ya veía bien los colores, mucho me deleité en reunir a pordioseros y mendigos de ropa harapienta y pestilente suciedad y en pintarlos de esta guisa en ademán de descuidada oración entre los frailes dominicos…


* * *

…El Gran Maestre, que hombre de gran valor se mostró en la batalla de Lepanto, practicaba todavía las antiguas usanzas que semejaban pertenecer a tiempo pasados. Aparte del sobrino, tenía otros tres pajes.

Uno de ellos, de nombre Aloysio, de suaves modales y bellísima apariencia, solía acudir a mi celda. Mucho se parecía al zagal que tuve por modelo para mi cuadro que se llamó El amor victorioso. Aloysio mucho se solazaba con un pequeño reflector que yo me había hecho por mi cuenta y asaz se complacía en verse reflejado en la tela. Un día entró en mi celda mientras yo estaba fuera. Al volver, lo encontré desnudo delante del reflector y quiso que yo lo retratara. Tras haberlo hecho, guardé el cuadro debajo de la cama. Unos cuantos días después, mientras conmigo estaba, me contó un desaire que le había hecho el paje sobrino y rompió a llorar profusamente. Yo lo abracé en mi afán de consolarlo y entonces él tiernamente me besó. En aquel instante la puerta no bien cerrada se abrió de par en par bajo el ímpetu de un caballero de Justicia cuyo nombre no digo. Todos sabían que se había prendado de Aloysio, por lo que, viéndonos abrazados, fue presa de una ciega furia. Gritando injurias contra mí, propinó un fortísimo puntapié a la cama, la cual se desplazó, dejando al descubierto el retrato de Aloysio desnudo. Entonces, desenvainada la espada, me apuntó al pecho. Pero yo, en un abrir y cerrar de ojos y apartando a Aloysio, que estaba sentado sobre mis rodillas, me levanté, me impuse fácilmente al caballero y lo saqué de la celda, pinchándole las posaderas con su misma arma mientras Aloysio rodaba por el suelo muerto de risa.

Unos días después, el miserable caballero de Justicia le dijo a fray Raffaele haberse enterado por Aloysio de que, para pintar la calavera del San Jerónimo escribiendo, yo había mezclado con los colores también cierta cantidad de simiente mía natural, tras haber conjurado al demonio. Tan ridícula acusación bastó para que me encerraran en el fuerte de Sant'Angelo. En vano supliqué ser escuchado por el Gran Maestre para defenderme, explicando la verdad…


* * *

…Dos meses en el fuerte de Sant'Angelo.

La primera vez que soñé con la rosa blanca no supe al principio dónde se encontraba; parecíame en suspenso a media altura en el aire, sin que nada la sostuviese.

La segunda vez que soñé con ella, la rosa parecía descansar sobre un trozo de carne roja, casi como si fuera el miembro de un hombre que permaneciera de pie.

La tercera vez que se me volvió a aparecer en sueños, comprendí que era la rosa que yo había pintado, para un cuadro destinado a la venta, en la oreja de Ramorino, un joven de placer que algunas veces llevaba una rosa ensartada en el trasero como para rendirle gentil homenaje.

Al despertar, sufrí largo rato la mordedura de la carne, que jamás me abandona…


* * *

…todos jóvenes de placer y meretrices y después también

Ramorino

Bacchino

Filippello

Gelmino

El joven que tocaba el laúd cuyo nombre no recuerdo

Orsetto

Biondino

Luchino flautista

Geppino

Rossetto

Y entre las mujeres:

Nina Nina Nina Nina Nina

Lena

Anna la senesa

Fillide

Zena

Marzia

Colombella

Foschetta

Zippina

Marolda

Flavia

Lucrezia

Tonia…


* * *

…En el fuerte de Sant'Angelo contemplo el mar desde la ventana de la mañana a la noche y paréceme que, a causa del forzado desuso del cuerpo, la mente por el contrario se llena de historias de mi vida…


* * *

…Hasta los doce años que pasé en Caravaggio, después de que la peste nos empujara a escapar de Milán, estuve trabajando en el campo, tras lo cual quise regresar a Milán cuando apenas tenía trece años…


* * *

…En la iglesia de San Francisco el Grande, adonde había ido a oír misa, pude contemplar una cosa jamás vista. Era el cuadro de Leonardo que llámase La Virgen de las Rocas. Mientras lo miraba, no me llegó la voz del oficiante ni sonido alguno; empezó a dolerme la cabeza y en todo el cuerpo me asaltó un intenso calor de fiebre. Al terminar la misa y tras haber salido de la iglesia, nada más dar unos pasos, a la fuerza tuve que regresar para volver a contemplar el cuadro que no me cansaba. Por la noche tuve todavía mucha calentura, daba en desvarios y un rumor como de mar agitado me golpeaba la cabeza de tal manera que, tras levantarme al amanecer, regresé de nuevo a San Francisco el Grande, encontré la puerta de la iglesia todavía cerrada y me invadió tal furor que con puñadas y puntapiés empecé a golpearla repetidamente…


* * *

…hasta que pude ir finalmente al taller de Simone Peterzano bergamasco, que fue de Tiziano alumno, en el mes de abril. Cuatro años tuve que permanecer en el taller, comía y dormía en casa de Peterzano para adquirir práctica en la pintura. Peterzano me pidió veinte escudos de oro al mes. Dos paisanos que comerciaban con pieles fueron fiadores…


* * *

…En Brescia Savoldo, en Bérgamo Lotto, en Cremona los Campi, y sin embargo siempre, cada vez que regresaba, a San Francisco el Grande corría con delirio…


* * *

…y tomando los 395 imperiales que míos eran y no tenía que compartir con nadie, regresé a Milán. Aquí había conocido a una tal Antonina Dal Pozzo, llamada por todos Nina y que a muy caro precio comerciaba con su cuerpo. Yo tenía entonces dieciocho años y muy poca práctica en el ejercicio de las mujeres. Tras haber mercadeado con Nina el precio de toda una noche y llegada la hora e ido a su casa, ella no ofreció ni vino ni ninguna otra cosa que alegrarnos pudiera. Yo dile entonces unas cuantas monedas para comprar comida y vino del bueno. En cuanto ella se fue, yo me subí a la cama y escondí 300 imperiales por encima de una viga del techo. Ella regresó con vino, requesón, fruta y pan. Yacimos juntos hasta cuando ya era de día. Después, cuando me quedaba todavía deseo de sus carnes hermosas, mercadeé el precio de aquel mismo día y de la siguiente noche. Más monedas di para comprar más vino y lo que más le agradara. Pero Nina, antes de irse, quiso ver cuántas monedas tenía yo para pagar el negocio de su cuerpo. Tras ver los 85 imperiales que yo guardaba en la bolsa, se tranquilizó. Al volver, díjome haber invitado a su casa a dos amigos que se presentarían cuando se hiciera de noche para unas cuantas horas de juego. Aquello doliome, mas la cosa ya estaba hecha. Y para que se me pasara el negro humor, ella muy pródiga fue de sí. Vinieron los dos amigos; uno, que se llamaba Filetto, era un bardaje, mientras que el otro, llamado Jacobo, era un goliat de torva figura. Hablamos por espacio de una hora y largamente bebimos. Nina, medio desnuda, permanecía sentada sobre mis rodillas. Y yo me había quedado en camisa y calzones. Fue entonces cuando Filetto me propuso practicar con él y Nina en la misma cama. Jacobo sólo tendría que mirar, que tal cosa sobremanera le agradaba. Yo consentí y Nina se levantó jubilosamente de mis rodillas. Entonces, Filetto diome un fuerte empujón con un pie y me hizo caer junto con la silla. Tras haber comprendido el engaño, me levanté y eché mano del cuchillo, pero no pude esquivar el puño de Jacobo en el rostro. Nina salió corriendo para pedir a gritos socorro. Cuando Jacobo se aprestaba a propinarme otro puñetazo, yo me abalancé sobre él y le traspasé un hombro. Fue entonces cuando dos guardias, que prontamente habían acudido a la llamada, me arrestaron, porque Nina, Jacobo y Filetto juraron y perjuraron que había sido yo el que los había asaltado a ellos, desvariando a causa del demasiado vino. Me trasladaron a la cárcel en camisa y calzones mientras Nina, Jacobo y Filetto se repartían los 85 imperiales que yo guardaba en la bolsa. A los guardias dije llamarme Lorenzo Lotto, nombre que ellos jamás habían oído. Condenado a tres años, en la cárcel sólo estuve ocho meses hasta que cerré un trato con un jefe de los guardias llamado Lomellino. Éste díjome que Nina había desaparecido y que ahora en su casa no vivía nadie. Lomellino consiguió luego sacarme de la cárcel sin pena o peligro alguno. Aquella misma noche me fui con él a la casa de Nina y, tras forzar la puerta, cosa no muy fatigosa, recuperé los 300 imperiales, de los cuales le di 200 a él según lo pactado…


* * *

…de Lena. Ella era una joven de gran belleza que vivía con su madre viuda, a quien yo conocía, y otras hermanas. La veía pasar a altas horas de la noche por donde yo vivía y mucho la miraba por la gracia de todo su cuerpo. De ella mucho estaba prendado un notario que llamábase Mariano Pasqualone y por esposa la quería, pero la madre de Lena díjome no fiarse de semejante suerte de notarios a pesar de estar su familia muy necesitada. Lena también desdeñaba al notario, el cual parecíale viejo y un tanto desaliñado en lo personal, a tal extremo que a veces, por la excesiva proximidad, percibía su mal olor. Yo propuse entonces que Lena me sirviera de modelo y de buen grado aceptaron madre e hija. Sin embargo, el notario abordó a la madre, quejándose de que hubiera rechazado su petición de matrimonio con su hija y se la hubiera concedido en cambio como concubina a un hombre excomulgado y maldito. No contento con eso, denunció después a Lena como una mujer que se plantaba en la plaza Navona en busca de hombres y a mí como peligroso delincuente. Pasqualone obtuvo del tribunal la prohibición de que yo frecuentara a Lena y tuvo la desvergüenza de ir a entregarme personalmente la notificación a mi casa. Entonces yo, tomando medio caballete, se lo arrojé a la cabeza. Él, ensangrentado, salió corriendo a la calle para llamar a los guardias. Entretanto Lena atrancó la puerta temblando, y por primera vez y con mucha pasión conmigo yació. Fui detenido, pero el cardenal Borghese dio enseguida un paso al frente…


* * *

…corrió la malévola voz de que el rostro de la Virgen de Loreto pintada por mí era el de una prostituta, es decir, el de Lena. El rostro es ciertamente el dulcísimo de Lena, pero ella jamás fue una puta sino una mujer amorosa a la que yo mucho amé, y fue el notario quien así la llamo en su denuncia…


* * *

…herido en la garganta y en la oreja izquierda, me refugié maltrecho en la casa de Andrea Ruffetti en la plaza Colonna. Dije haberme herido yo mismo con mi propia espada al caer por la calle. En verdad, se había tratado de dos estocadas que Tiberio Barrocco me había lanzado tras enterarse de que la víspera yo había abusado mediante el uso de la fuerza de su amante Angiola. Pero eso no era cierto, Angiola se había acostado conmigo por su propio placer, pero después declaró haber sido violada…


* * *

…Hodie fray Raffaele ha venido a decirme que él se cree la acusación. No obstante, también ha querido asegurarme que no dirá ni una sola palabra, si fuera interrogado, de lo que yo le confesé acerca de la visión del sol negro. Parece que el Inquisidor en persona ha declarado su firme voluntad de aclarar la acusación que se me ha hecho de haber practicado las artes mágicas. Lo discutirá, díjome el fraile, con el Gran Maestre en cuanto terminen los festejos anuales en conmemoración de la batalla de Lepanto…


* * *

…por consiguiente, tenía que huir del fuerte cuanto antes…


* * *

…Mario Minniti, al conocer casualmente a través de un marinero la noticia de mi encarcelamiento en Malta con tan grave acusación, asaz se preocupó, y obtenida una audiencia con el almirante Fabrizio Sforza y Colonna, que se encontraba en Siracusa con sus galeras para poner rumbo a Malta, donde participará en el torneo naval en conmemoración de la batalla de Lepante, habló en secreto con él y obtuvo una munífica ayuda. Trasladado prestamente a Mesina, Minniti atrajo a su causa, a cambio de mucho dinero, a un tal Minicuzzo, famoso por ser el más valiente y fuerte arponero de peces espada y atunes que jamás hubiera visto el mar entre Escila y Caribdis, y con él regresó a Siracusa, donde ambos embarcaron en una galera del almirante. Al llegar a la isla, Minniti se agenció una veloz embarcación con cuatro fuertes remeros tunecinos. Después reuniose secretamente con el capitán de una goleta provista de espolón a proa que hacía contrabando de seda entre Malta y Girgenti. Hecho lo cual, obtuvo el permiso de visitarme en el Fuerte. Él me explicó entonces, ante mi sorpresa, que todo estaba preparado para la fuga, que tendría que producirse el mismo día del torneo naval, cuando todos los guardias del fuerte estuvieran entretenidos con el susodicho torneo, el cual se celebraría en las aguas de poniente entre Marsa Grande y Marsamuscetto. Díjome que la embarcación llegaría de Levante y que yo, a los primeros cañonazos del torneo, debía estar preparado en la ventana que no tenía reja sino que daba a un tajo de unos veinte metros que terminaba en una espantosa barrera de escollos siempre azotada por poderosas olas. Habiéndole yo preguntado de qué manera podría alcanzar los escollos de abajo como no fuera arrojándome desde la misma ventana, Minniti respondiome en broma que, con mis artes mágicas, podría hacerme nacer un par de alas, y más no quiso decir…


* * *

…Oídos los primeros cañonazos que daban comienzo al torneo, me situé según lo acordado junto a la ventana. Del torneo nada podía ver porque estaba celebrándose a poniente mientras que podía ver muy bien a levante el mar un tanto agitado, pero libre de velas y barcos. Cuando hacía una hora que esperaba, advertí que, como por arte de magia, corría sobre las aguas un esquife estrecho y largo con cuatro remeros y un hombre de pie en la popa. El esquife apuntaba directamente hacia los peligrosos escollos bajo mi ventana y lo hacía a tal velocidad que yo pensé que se quebraría fatídicamente contra ellos. Mientras la embarcación se acercaba, empecé a oír las voces que los remeros se daban al unísono de la boga, oooooh ah oooooh ah, y vi que el hombre de la popa se quitaba toda la ropa y se quedaba desnudo. Después tomó del fondo de la embarcación lo que pareciome una larga barra de hierro y la sujetó con fuerza con la mano derecha. Cuando creí ya imposible que los remeros evitar pudiesen el encuentro con los escollos y me había asomado a la ventana para gritarles que detuvieran la insensata carrera, la embarcación sobre sí misma giró prontamente y apuntó con la proa hacia mar abierto, de tal manera que los remeros con todas sus fuerzas pudieron empezar a luchar contra la fatal arrancada.

En aquel preciso instante, el joven desnudo, que ahora estaba situado de cara a mí, doblose lentamente hacia atrás como yo jamás hubiese pensado que pudiera hacer un cuerpo humano sin perder el equilibrio ni caer de espaldas, levantando al mismo tiempo al cielo la que me había parecido una barra de hierro y que entonces comprendí que era una fisga. Pareciome que el cuerpo del joven se había convertido en un arco tendido al máximo para lanzar el dardo, ya no carne y sangre sino mortífera arma letal, y un instante después, mientras soltaba un fuerte grito que hasta a mí me golpeó los oídos, arrojó la fisga que apuntó recta y veloz como una flecha hacia mi ventana. Y la fisga llevaba consigo una cuerda. Apenas tuve tiempo de esquivarla cuando con gran estrépito cayó al interior de la estancia. Tras soltar el extremo de la cuerda y asegurarlo a un hierro de la ventana, arrojé la fisga al mar, me desnudé y, sujetando la cruz de caballero entre los dientes, me descolgué por la cuerda.

Grande fue el esfuerzo y varias veces temí perder la presa cuando el viento me empujaba con ímpetu contra el muro del fuerte. A medio camino ya tenía las manos despellejadas y ensangrentadas, y me sangraban también los hombros, que a veces, al girar, golpeaban con violencia contra las piedras del muro. Al llegar a los escollos ya sin fuerzas, le indiqué por señas al arponero que había seguido mi descenso que necesitaba descansar brevemente. Me faltaba valor para descolgarme al mar desde aquella escollera donde las olas rompían con ímpetu en medio de un gran fragor. Entonces Minicuzzo, que era el arponero, se arrojó al mar y, nadando como si fuera una criatura marina, alcanzó la escollera, se situó a mi lado y me dio ánimos…


* * *

…La misma embarcación nos llevó a Minicuzzo y a mí, medio muerto, hasta el barco contrabandista donde nos esperaba Mario Minniti. Y así fue como, siguiendo un rumbo no batido por el navío maltés, alcanzamos finalmente Girgenti…

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