A modo de conclusión

A la vuelta de Sicilia, una imprevista sucesión de acontecimientos hizo que me viera obligado a dejar a un lado los papeles caravaggiescos. Sólo en octubre de aquel mismo año estuve en condiciones de retomarlos y ordenarlos.

En aquella tarde transcurrida en la casa rústica de Bronte, mi frenética transcripción fue muy desordenada, y muchos pasajes que en un principio había omitido me parecieron después de cierta importancia, de tal manera que hube de copiarlos utilizando los márgenes de las hojas ya llenas.

A principios de noviembre, tras haberle contado mi aventura siciliana, le di a leer las páginas a un amigo escultor. Quedó muy impresionado y me dijo que tenía que darlas a conocer públicamente, confiándolas a un editor.

Y aquí surgió, por así decirlo, un problema de conciencia.

Porque el desconocido y sedicente Carlo, que me había ofrecido la posibilidad de leer y también de copiar en parte los papeles de Caravaggio, no me había autorizado explícitamente a publicarlos. Es más, de todo lo que me había dicho se deducía que la lectura del borrador no era más que un acto privado de reconocimiento a mi propia persona. ¿Podía yo traicionar, trastocándolo, el significado de aquel gesto?

El único camino que me quedaba era localizar a Carlo y pedirle una autorización explícita.

Así pues, enseguida comencé mis tentativas de restablecer el contacto con el desconocido propietario de los papeles caravaggiescos.

Estaba en posesión de un solo número de teléfono, el que figuraba en la nota que me había encontrado en el bolsillo. Lo marqué, a pesar de que Carlo me había advertido que no llamara a aquel número.

Lo intenté varios días seguidos y mis llamadas jamás obtuvieron respuesta. El teléfono sonaba siempre en vano. Renuncié.

Una semana después se presentó en mi casa, vestido de paisano y sin previo aviso, un comandante de los Carabineros. O por lo menos eso dijo ser. Era un cuarentón más bien afable y elegante. Y fue directamente al grano: quería saber por qué me empeñaba desde hacía unos días en llamar a aquel número de Siracusa. Yo no tenía la menor intención de que me involucraran en ninguna historia equívoca y le dije por tanto que, cuando había estado en Siracusa para asistir al espectáculo teatral, un carterista me había robado y que, mientras le contaba mi desventura al conserje del hotel, un amable caballero se había ofrecido a prestarme dinero. Acepté y le pedí su dirección para enviarle la suma amablemente prestada. Pero aquel caballero, que decía llamarse Carlo, me había dado un solo número de teléfono. De ahí mi insistencia en llamar. Entonces el comandante me preguntó cómo era posible que hubiera tardado tanto en querer devolver el préstamo. Contesté que sólo por casualidad, tras haberla buscado por todas partes, había encontrado la nota en que figuraba el número. Y le pregunté si tendría la bondad de decirme por lo menos quién era aquel amable caballero. Me contestó con evasivas. En compensación me dijo, cosa que yo ignoraba, que la Natividad palermitana de Caravaggio había sido robada en 1969 y que la opinión de los investigadores era que el robo había sido un encargo de la misma persona a la que yo intentaba telefonear.

Hacia finales de enero de 2005, un periodista siciliano me envió un ejemplar del periódico para el cual me habían entrevistado. Mientras lo hojeaba, me saltó a los ojos una fotografía. Era Carlo, lo reconocí de inmediato. Una breve noticia señalaba que, a través del ADN, se había podido identificar el cadáver del desconocido encontrado con las manos y los pies atados a la espalda con la misma cuerda que le rodeaba el cuello para así provocar su asfixia, y quemado en el interior de un automóvil en las afueras de Catania dos meses atrás.

Se trataba de un famoso abogado notoriamente relacionado con la mafia y fugitivo de la justicia desde hacía tiempo.

Sólo entonces me di cuenta de que el misterioso Carlo, mientras me daba a leer las páginas de un Caravaggio perseguido por los guardias papales y los sicarios de los Caballeros de Malta, estaba viviendo una situación análoga, buscado por la policía y los sicarios de la mafia.

Entonces decidí publicar estas páginas.


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