LA LUZ del atardecer despertó a Em. Lo que sentía era algo tan novedoso que, por un momento, pensó que estaba soñando. Poco a poco fue recordando lo sucedido por la mañana y la invadieron sentimientos muy complejos y difíciles de asumir.
Primero estaba Charlie. A pesar de la edad que él tenía, su muerte le había dejado un vacío y un dolor que tardaría en acallar.
Em siempre intentaba no dejarse afectar por los problemas de sus pacientes, pero como único médico en una pequeña ciudad, eso resultaba imposible. Además, conocía a Charlie de toda la vida. Siendo aún muy niña, murieron sus padres y la crió su abuelo. Él y Charlie eran muy amigos. Con la muerte de Charlie desaparecía el último vínculo con su niñez. El último lazo con los fines de semana que había pasado pescando en el bote de su abuelo, o sentada en el embarcadero cebando anzuelos, mientras los dos hombres charlaban al sol. O de las incontables tazas de te que ellos le preparaban cuando estaba estudiando sus libros de medicina.
Los había querido mucho. Su abuelo había muerto dos años antes, y esa mañana Charlie había ido a buscarlo.
Pensó que lo echaría muchísimo de-menos.
Y Jonas… ¿Qué pasaba con Jonas?
Estaba muy confusa. Se había acostado para dormir una siesta de pocos minutos y se despertó dos horas después, totalmente confundida: la tristeza por la muerte de Charlie, la tensión por el bulto de Anna…
Y el recuerdo de Jonas.
¿Por qué se superponía a todo lo demás? Estaba allí como una luz, iluminando el resto de su horrible día, y era una sensación tan nueva que intentó retenerla.
Se levantó y se lavó la cara, amonestándose por haber dejado que otro doctor, de quien no sabía nada, se hiciera cargo de su trabajo.
Tenía que comprobar quién era, se dijo. Su instinto hacía que lo creyera, pero confiarle a sus pacientes era otra cosa, y el tribunal médico no vería con buenos ojos que hubiera cedido sus responsabilidades a un charlatán.
Bastó una llamada a un amigo en el Sydney Central.
– ,¿Tenéis a un tal Jonas Lunn en ese hospital?
– Es un hombre brillante -dijo la voz de Dominic desde la sala de médicos-. ¡Brillante! Le han ofrecido un trabajo estupendo como profesor en el extranjero, y los que mandan aquí están muy preocupados por cómo van a sustituirlo. Es el mejor. Y es muy bondadoso con sus pacientes -¿cómo sabía Em que Dominic iba a decir eso? No lo sueltes, Em. Si te está ofreciendo ayuda, acéptala.
«Quizá», pensó Em, y, haciendo un esfuerzo por ordenar sus pensamientos, se dirigió a ser una vez más el único médico de Bay Beach.
Pero ya no era el único médico. Jonas no soltaba el puesto tan fácilmente.
– Vete a casa -gruñó él cuando ella abrió la puerta de la consulta y se asomó-. Estoy ocupado.
Y lo estaba. La pequeña Lucy Belcombe, de nueve años, muy acostumbrada a ir de catástrofe en catástrofe, estaba allí con una fractura en el antebrazo. Jonas tenía la radiografía en la pantalla para que Em pudiera ver lo que pasaba. Ya estaba poniendo la última capa de escayola y era obvio que la madre de Lucy, que lo observaba, estaba muy impresionada de que un hombre de apariencia tan espléndida estuviera cuidando a su hija.
«Ni siquiera sabe si Jonas es médico o no», pensó Em indignada.
– Estamos arreglándonoslas muy bien sin usted, doctora Mainswaring, ¿verdad, Lucy?
Lucy estuvo de acuerdo.
– Cuando me puso la inyección, el doctor Lunn me dijo que soy la chica más valiente de Bay Beach -anunció Lucy con orgullo. Luego sonrió con picardía-. También dijo que soy la más tonta.
– ¿Qué? -Em volvió a mirar la radiografía. Afortunadamente, era una fractura limpia-. Te lo has hecho trepando a un árbol, ¿no es cierto?
– Uno bien grande que hay en Illing Bluff -afirmó Lucy con orgullo, y Em. hizo una mueca.
– Oh, Lucy. Si trepas a un árbol tienes que acordarte de agarrarte bien. Me parece que el doctor Lunn no anda desencaminado cuando dice que eres un poco tonta.
– Sí, fue una tontería -dijo Lucy con una sonrisa de compromiso y miró hacia su madre, preguntándose si debía seguir contando lo ocurrido-. Pero he ganado cinco pavos, porque fue una apuesta y llegué hasta arriba.
– ,Te pagaron más por bajar de la manera más rápida? -preguntó Em, y Jonas se rió entre dientes.
Em pensó que era una risa preciosa. Profunda y contagiosa, que hacía sonreír sólo con oírla.
– La más rápida de todas -dijo Jonas-. Lucy ha tenido mucha suerte de no aterrizar sobre la cabeza. Señora Belcombe, ¿va a descontarle los cinco dólares por la ropa que ha roto?
May Belcombe sonrió a medias y negó con la cabeza. Lucy era la más pequeña de sus seis hijos temerarios. Los huesos rotos formaban parte de su estilo de vida.
– Soy bastante buena remendando -dijo-. No tengo más remedio.
– Nosotros también -exclamó Jonas mirando el brazo de nuevo, y se lo colocó en cabestrillo con una venda-. Listos. Un brazo remendado. Mañana quiero verlo otra vez para asegurarme de que he dejado suficiente holgura para la inflamación. De todos modos, si le empieza a doler más, llámenos.
– Llámeme -corrigió Em, y Jonas sonrió con ironía.
– ,Tiene miedo de que la deje sin trabajo, doctora Mainwaring?
– Puede quedarse con todo mi trabajo que quiera -contestó ella.
– Sí. Desde luego, hay un montón. Demasiado para una sola persona.
– Pues sólo hay una persona -rebatió ella, y pasó la mano por el pelo de Lucy-. Adiós, Lucy. Ten cuidado.
– La palabra cuidado no está en su vocabulario -dijo la madre en tono amargo, guiando a su hija hacia la puerta-. Muchas gracias, doctor Lunn -se volvió hacia Em y le susurró al oído, aunque Jonas pudo oírlo-: Ay, querida. Es guapísimo. Si yo fuera tú, me lo quedaría.
Al oírla, Em se sonrojó.
– Te he dejado notas detalladas sobre todos los pacientes que he visto, por si quieres revisarlas.
Después de que las Belcombe se hubieran marchado, Jonas hizo un informe de las dos horas anteriores.
– La señora Crawford es la única que puede preocuparnos, por su diabetes. Ha estado vomitando de forma intermitente durante dos días. No creo que sea nada grave, pero empezaba a estar deshidratada y le había subido el azúcar. Así que Amy y yo la hemos ingresado..
– ¿Amy y tú la habéis ingresado? -el tono de Jonas era tranquilizador, pero tuvo el efecto contrario. El que alguien se hiciera cargo de sus cosas era una experiencia tan nueva que se quedó sin aliento-. ¿Tú hiciste qué?
– Amy y yo la ingresamos -repitió Jonas-, con la ayuda de tus enfermeras. Le puse un gota a gota y la dejé en observación. No es un concepto demasiado difícil, doctora Mainwaring…
– Pero sí raro -replicó ella-. Nadie ingresa a nadie en este hospital sino yo.
. -Bienvenida al nuevo orden -dijo él, y se quedó mirándola. Ella estaba a punto de estallar.
– Disculpa…
– ¿No quieres tener un nuevo socio? ¿Temporalmente? -Em se quedó boquiabierta y la sonrisa de Jonas se acentuó-. Cierra la boca -le dijo con dulzura-, o te entrarán moscas. Y deja de poner esa cara. Sólo estoy pidiendo trabajo.
– ¿Pidiendo trabajo?
– Uno temporal -contestó Jonas con suavidad-. Lo necesito -aún sonreía, pero con más dulzura, como si entendiera lo que su ofrecimiento significaba. Como si supiera lo cansada que estaba-. Siéntate -le dijo con calma, y Em se sentó.
– ¿Me lo vas a explicar? -preguntó ella sin muchas esperanzas, y el volvió a reír.
– Puede… L dejó de sonreír-. Em, Anna me necesita, pero no deja que me acerque a ella. Sean los que sean los resultados de las pruebas, necesito estar aquí durante un tiempo. Por cierto, gracias por organizar las pruebas tan deprisa. Llamaron de Blairglen para la mamografía y le han dado cita mañana a las diez y media. Lo cual quiere decir que no podré empezar bien en mi nuevo trabajo hasta pasado mañana.
– No puedes empezar bien…
– Em, Anna no confía en mí -dijo con mucha paciencia-. Kevin, su marido, la trataba como si fuera basura. Yo supe desde el principio que era un tipo asqueroso, y tuve la torpeza de decírselo a ella. Tuve que arrepentirme, porque mientras vivió con él, me mantuvo alejado de ella, y creo que estuvo más tiempo con Kevin sólo para demostrarme que no tenía razón. Ahora me necesita, aunque no quiere reconocerlo. Necesita ayuda desesperadamente.
– Es muy orgullosa.
– Demasiado orgullosa -masculló Jonas, y Em lo miró con extrañeza. ¿Qué habría pasado si hubiera sido al revés? Em intuía que ese hombre era tan independiente como su hermana.
– Tenemos que construir un gran puente entre los dos, y no va a ser cosa de dos días. -continuó Jonas.
– ¿No tienes más familia? -preguntó Em con curiosidad.
– No, sólo somos Anna y yo. Puede que por eso haya pasado lo que ha pasado. Después de que muriera nuestro padre, yo fui demasiado protector. Ella tenía que rebelarse y el resultado fue su relación con ese miserable.
– No puedes culparte para siempre -dijo Em, y Jonas le dedicó otra de sus sonrisas.
– No, claro que no. Pero sí puedo intentar ayudarla. Si tú me dejas…
– ¿Yo? ¿Cómo?
– Dándome el empleo.
Em alzó la vista para mirarlo y pensó que era corpulento, tranquilo y muy seguro de sí mismo. No necesitaba la opinión de Dominic para saber que era competente. No había más que mirarlo para darse cuenta de que era un cirujano experimentado.
Y, sin embargo…
– ¿Un cirujano que quiere trabajar en Bay Beach? -preguntó ella incrédula. Parecía increíble.
– Sólo un par de meses. Depende.
– ¿Depende de qué?
– Del diagnóstico de Anna.
– ¿Quieres quedarte aquí con ella?
– Claro -era una respuesta demasiado simple, pero Em sabía que era la verdad. ¿Cuántos cirujanos bien situados renunciarían a su estilo de vida por una hermana?
– ¿Puedes dejar tu trabajo? -preguntó Em, y él asintió.
– Sí. Da la casualidad que estaba a punto de aceptar un trabajo como profesor en Escocia. Vine aquí para despedirme de Anna y la encontré en tal estado que he aplazado el trabajo. Sabía que, fuera lo que fuera lo que la asustaba, no sería algo que se arreglaría rápido. Y necesito tiempo para construir el puente…
Una vez más la dejaba perpleja. Renunciar con tanta facilidad a su profesión…
– Entonces, ¿por qué no te quedas con Anna? -sugirió Em-. Según parece, no estás casado. Con lo que gana un cirujano, seguro que puedes tomarte unas vacaciones.
– Anna no me deja quedarme con ella, y si no tengo un buen pretexto para quedarme en la ciudad, ella me rechazará por completo. Ni siquiera ahora estoy en su casa. Estoy en un hotel. Como ya te dije, tenemos un largo camino por recorrer -estaba usando un tono eficiente, como negociando lo que le parecía un arreglo muy lógico-. Por cierto, si voy a trabajar aquí, habrá algún alojamiento previsto para los médicos, donde pueda quedarme, ¿no?
– No lo suficientemente grande para ti -repuso ella sin pensarlo, y él se echó a reír.
– Vamos, no soy tan. grande…
«Quizá no en tamaño, pero sí en presencia», pensó Em tratando de aclarar sus pensamientos. Él necesitaba alojamiento. La ayudaría durante uno o dos meses, pero necesitaba un lugar donde vivir.
La idea de que la ayudara era tentadora. Aunque sólo hiciera un par de visitas nocturnas a la semana, sería una bendición. Le garantizaría poder dormir un par de noches a la semana.
– Estoy dispuesto a compartir tu carga de trabajo -dijo con voz suave, y ella parpadeó.
«¡Diablos! ¿Soy así de transparente?», pensó Em.
– Puedo arreglármelas sola.
– Igual que Anna.
– No tenemos elección -contestó cortante y, al oírla, él dejó de reír.
– Sí, sí tenéis elección -contradijo Jonas en tono severo-. Estoy aquí para las dos. Si me dejáis, claro…
Lo dijo en serio.y con seguridad, sin admitir discusión, y una hora más tarde Em vio cómo se marchaba en su pequeño Alfa Romeo, mientras ella se quedaba tratando de digerir la cuestión.
Tenía un socio para un mes.
– Quizá más si necesito quedarme más tiempo -había dicho él-. Y ojalá que no lo necesite.
Ella estaba de acuerdo. Ojalá Anna no tuviera cáncer. Pero si lo tenía, decidió que aceptaría a Jonas mientras esperaban a que ella sanase. Compartir su carga de trabajo era una bendición. Su consulta era suficientemente grande, para los dos. Pero, ¿y su casa?
Esa era la parte del arreglo que no la satisfacía. La casa de los médicos en la parte trasera estaba construida para alojar a cuatro, por lo que tenía cuatro dormitorios y cuatro baños. ¡Pero sólo tenía una cocina y un salón!
Esa noche Jonas dormiría en el hotel, pero a partir del día siguiente lo tendría permanentemente bajo su techo. Un socio y un compañero de piso, ¡durante un mes!
Pero eso sería al día siguiente, lo que le daba tiempo para ordenar sus ideas y controlar sus sentimientos.
Em volvió a ver a Jonas antes del día siguiente. De hecho, lo vio esa misma noche.
Dos horas después, Em estacionó su coche delante de Home Two, una de las casas que formaban parte del Bay Beach Orphanage, y reconoció un coche aparcado.
¿Cuánta gente en Bay Beach tenía un Alfa Romeo plateado? Nadie que ella supiera, excepto Jonas.
¿Qué demonios estaba haciendo allí?
Caramba con sus emociones. ¿Por qué el ver su coche le había dado un vuelco el corazón?
Cuando su amiga abrió la puerta, Em tuvo que disimular su sorpresa y esforzarse para que su voz pareciera normal. No fue una tarea fácil, pero lo consiguió.
– Hola, Lori -saludó sonriendo, y miró de reojo al coche-. ¿Interrumpo?
– Claro que no -Lori abrió la puerta de par en par y Em pudo ver a Jonas sentado junto a la mesa de la cocina. Él la miró y sonrió, y Em volvió a sentir en su corazón esa sensación tan rara que no lograba entender-. Estamos tomando un té. ¿Tienes un rato para unirte a nosotros?
– Puede que sí -replicó Em, recelosa-. Gracias a Jonas.
– Me ha contado que te sustituyó en la consulta -dijo Lori, estrechando la mano de su amiga-. Y también lo de Charlie. Em, lo siento mucho.
– Estoy bien -pero no lo estaba. No había tenido casi tiempo de pensar en Charlie, pero en ese momento se le saltaron las lágrimas. Maldición, tenía que darse un poco de tiempo para llorar. ¿Cuándo lo aceptaría?-. Yo…, quizá será mejor que no me quede a tomar ese té. Sólo veré a Robby y me marcharé.
Robby era el motivo por el que había ido allí. Fuera cual fuera el de Jonas, ella tenía que concentrarse en su trabajo. Su trabajo era Robby, y exigía dedicación.
Robby tenía sólo ocho meses y había quedado huérfano en un accidente de coche dos meses antes. Había sufrido quemaduras graves y lo habían trasladado del hospital al orfanato. Aunque necesitaba cuidados médicos más especializados, su tía vivía en Bay Beach y no quería ni oír hablar de que lo trasladaran a otra ciudad.
Ni tampoco quería que viviera con ella, ni que nadie lo adoptara. Así que Robby estaba al cuidado de Lori y recibía los cuidados médicos de Em.
Había cosas peores, pensó Em. Lori no era una solución a largo plazo, pero lo quería mucho.
Y también lo quería Em. Había pasado seis semanas en el Hospital General de Bay Beach y durante ese tiempo había conseguido conquistar el corazón de Em. Al verla entrar en su habitación, levantó los bracitos tanto como lo permitían las quemaduras de su pequeño cuerpo para que Em lo alzara y lo abrazara
Era pequeño, bajo de peso para su edad, y todavía tenía el lado izquierdo cubierto de las heridas de los injertos. Las quemaduras le habían llegado hasta la barbilla y lo único que parecía haberse salvado eran sus ojillos oscuros, su nariz respingona y sus rizos dorados.
Sí, Em lo quería. No le daba vergüenza confesar que había perdido su frialdad profesional y tenía al niño metido en el corazón.
– ¿Me has estado esperando? -susurró-. Pensé que estarías dormido, pequeño diablillo.
– Debería estarlo -Lori había seguido a su amiga hasta la habitación-. Ha estado abajo durante media hora. Pero está tan acostumbrado a verte por las noches, que no consigo meterlo en la cama hasta que vienes.
– ¿Cuál es el problema? -Em se sobresaltó al oír el tono profundo de la voz de Jonas, que las había seguido. Estaba pensado que Em y el bebé hacían una pareja increíble, y si Em hubiera sospechado lo que él estaba imaginando, se habría sonrojado.
Era una mujer muy bella, alta y morena. Con el niño en brazos, tenía un aspecto muy maternal. Robby todavía llevaba una piel elástica recubriendo los injertos y estaba lleno de vendajes, cuya blancura contrastaba con la suave piel morena de Em.
Al ver a Robby, Jonas se impresionó más de lo que estaba dispuesto a reconocer. Replanteó su pregunta.
– ¿Qué le ha pasado al bebé?
Lori se lo contó, mientras él observaba la destreza con la que Em levantaba los vendajes y retiraba la piel elástica para comprobar la cicatrización de las heridas.
Jonas pensó que, con su ayuda, esa tarea que duraba varios minutos podía ser más rápida, pero como Lori, ya lo estaba haciendo, se limitó a mirar.
Empezaba a conocer a Emily Mainwaring, y cuanto más veía, mejor le parecía.
– ¿Qué? -preguntó Em secamente, mientras ponía el último esparadrapo sobre las gasas, y su tono lo asombró.
– Disculpa…
– Me has estado mirando durante los últimos diez minutos -dijo Em-. Supongo que habrás visto curar quemaduras otras veces.
– Claro que sí -contestó sonriendo-. Muchas veces.
– Pues no creo que esto sea distinto.
– Por el aspecto de esas quemaduras, ¿no debería estar aún en el hospital? -preguntó Jonas con el mayor tacto posible. Lori los observaba con interés, consciente de la tensión que había entre los dos.
– Probablemente. Aún le falta algún injerto más -aclaró Em, acercando al niño hacia su pecho y arrullándolo como si fuera su propio hijo-. Pero estaba empezando a afectarle el clima hospitalario y yo no podía resistir ver cómo se institucionalizaba.
– ¿Y Lori es una buena madre de acogida?
– La mejor -repuso Em con cariño, mirando a su amiga por encima de los rizos de Robby-. Hemos tenido madres de acogida estupendas, como Wendy y Erin. Mujeres muy comprometidas. Y Lori es, sin duda, la mejor.
– Me alegro de saberlo, aunque me lo había parecido. He convencido a Lori para que cuide de los hijos de Anna hoy. Creo que es la única madre de acogida que no tiene la casa llena, y si el problema de Anna requiere que sea intervenida, tendrán que venir aquí por un tiempo.
Em frunció el ceño.
– ¿Es posible, Lori?
– Sí, lo es. Acabo de hablar con los jefes y podemos arreglarlo. Jonas quiere algo concreto para decirle a su hermana esta noche. Anna querrá saber que pase lo que pase, sus hijos van a estar cuidados.
– Está echándose atrás sobre las pruebas -informó Jonas dirigiéndose a Em-. Dice que como no hay nadie para cuidar a sus hijos si tienen que operarla, para qué se va a hacer las pruebas.
– Tiene mucho miedo -dijo Em, y Jonas asintió.
– Lo sé. Por eso mismo hay que facilitar las cosas dejándolas bien atadas.
– ¿No crees que podrías tranquilizarla diciéndole que los cuidarás tú mismo?
– Aunque Anna aceptara, lo cual es casi seguro que no hará, yo no creo que pudiera -reconoció con franqueza, luciendo su encantadora sonrisa-. Tienen cuatro, seis y ocho años, y yo soy un soltero nato. Mi talento como cuidador de niños es nulo. Me sería mucho más fácil trabajar para ti y pagarle a Lori por hacerlo.
– Cobarde.
Él soltó una carcajada.
– Mejor ser un gallina que una gallina muerta -hizo una pausa al ver que Robby se había acurrucado en brazos de Em y se estaba quedando dormido.
¿Institucionalizado? No lo creo», pensó al verlo. Ese no era un niño que se aislara del mundo. El pequeño había desarrollado un vínculo afectivo con Em. Esa era la razón por la que Robby no estaba en el hospital. Ella no podía controlar sus sentimientos hacia el niño y tenía que seguir tratándolo.
Lo estaba acunando y se sentía embargada por la emoción. El deseo de estrecharlo para siempre la había invadido la noche que tuvo que tratarlo en el hospital, después del accidente en que murieron sus padres, y no se había mitigado.
– Em, tú y Lori conectáis muy bien con Anna. Tengo una idea -Jonas le estaba hablando y no tuvo más remedio que desviar la atención del bebé. Jonas miró el reloj-. ¿Has cenado?
¿Cenado? Estaba bromeando. ¿Cuándo podía cenar antes de las nueve de la noche?
– No -fue la escueta respuesta.
– Entonces, ¿puedo invitarte a cenar y pedirte que luego hagas una visita domiciliaria conmigo? Te pagaré por adelantado con pescado frito con patatas, en la playa.
– Pescado frito con patatas…
– ¿No te gusta? -su tono parecía insinuar que creía que ella era tonta. Ella se rió. Estaba actuando como una tonta y se merecía que la trataran así.
– Claro que me gusta el pescado frito con patatas -aclaró-. ¡Muéstrame un habitante de Bay Beach a quien no le guste! Si tengo tanta hambre como ahora, soy capaz de comerme hasta la hoja de periódico con el que lo envuelven. Pero ¿cuál es la visita domiciliaria que quieres que haga?
– A mi hermana.
– ¿Para qué? -preguntó ella, aunque ya lo sabía.
– Para que le digas que Lori es perfectamente capaz de cuidar de sus hijos. No confía en mí. He tardado tres días en convencerla de que dejara aquí a los niños durante dos horas esta mañana, y ahora estoy intentando que los deje mañana otra vez, y luego le hablaré de la posibilidad de dejarlos más tiempo. Creo que tú podrías ayudarme.
– ¿Por qué iba a hacerme más caso a mí que a ti? -Desconfía de los hombres -respondió Jonas, y Lori hizo una mueca.
– Sabia mujer.
– ¡Eh! -exclamó Jonas sonriendo y abriendo los brazos como si implorara-. ¿De qué hay que desconfiar? «De todo», pensó Em, pero no dijo nada.
– ¿Tienes más visitas urgentes que hacer? -preguntó Jonas.
– Tengo que hacer la ronda nocturna de las salas. -Eso puede esperar. Supongo que llevas un buscapersonas.
– Claro que lo llevo.
– Entonces te ayudaré con la ronda nocturna y, luego, la noche es nuestra -dijo él con tono grandilocuente-.
Aparte de las visitas domiciliarias y las urgencias, ¿qué más podríamos desear?
Efectivamente, ¿qué más?
Cenaron en el lugar más bello y solitario de la playa. Era justo lo que Em. necesitaba para asimilar la muerte de Charlie.
Curiosamente, no le importaba compartir la deseada soledad con Jonas, y el lugar no parecía menos tranquilo por su presencia.
– Habría preferido vino -dijo él sacando el agua mineral que había llevado con el pescado y las patatas-, pero con el trabajo que tienes, supuse que lo habrías rechazado -sin esperar respuesta, se acomodó junto a ella y la dejó ensimismada en sus pensamientos.
Al igual que Em, parecía contento de comer en silencio mientras miraba la luna, que empezaba a asomar por el horizonte.
Em estaba pensativa. Era un lugar precioso, una playa que Charlie adoraba.
Y, de repente, la muerte de Charlie se convirtió en algo real. Muy real.
– Lo querías mucho -dijo Jonas después de un rato, agarrándole la mano con suavidad. No era un gesto de intimidad, sino sólo de consuelo, y Em se sintió reconfortada.
Entre los dos sólo estaba la verdad.
– Sí -asintió Em-. Charlie fue siempre mi mejor amigo y, desde que murió mi abuelo, estábamos muy unidos. Era lo único que me quedaba.
– ¿Cuándo murieron tus padres?
– Cuando era muy pequeña. Murieron en un accidente de coche, como los padres de Robby.
– ¿Por eso te sientes tan cerca de Robby?
La idea la sobresaltó. No se le había ocurrido antes, pero en ese momento pensó que podía ser cierto.
– Supongo que sí.
– Solo que él no tiene ni un abuelo ni a Charlie para que lo quieran.
– Yo tuve mucha suerte.
– Eso parece -Jonas se sirvió un poco más de agua Ojalá los hubiera conocido.
De pronto, Em también deseó que hubiera sido así. Que hubiera conocido a sus dos entrañables ancianos…
– Eran increíbles -al recordarlos, el cansancio de sus ojos grises dejó traslucir una sonrisa-. Eran un par de diablos maquinadores y se metían en todos los líos que te puedas imaginar, pero me educaron muy bien.
– Eso lo puedo ver.
Era un cumplido simple y directo, y Em se sonrojó.
– No quería decir que…
– Ya lo sé -dio él con dulzura-. Si lo hubieras querido decir, yo no habría dicho nada.
Ella se quedó mirándolo un buen rato… Estaba tumbado cuan largo era sobre la arena, mientras bebía el agua mineral. Su mano cubría todavía la de Emily y estaba contemplando el maravilloso espectáculo de la salida de la luna. No la miraba a ella, y eso la hacía sentirse sola, separada de él, como si Jonas no estuviera allí.
Era una sensación imposible de describir. Sola, pero no sola. Reconfortada, más de lo que se había sentido en años.
Así que… no tan sola.
Ese hombre solo iba a estar allí durante un mes, se dijo. Los sentimientos que le afloraban la tenían más alterada de lo que quería reconocer. Él iba a estar tan poco tiempo… Y, después, ella volvería a estar sola.
– ¿Por qué viniste a ejercer en Bay Beach? -preguntó Jonas, y ella se sobresaltó. Era como si le hubiera leído el pensamiento.
– No tuve elección.
– ¿Porque tu abuelo y Charlie estaban aquí?
– Por eso y porque me encanta Bay Beach.
– Me da la impresión de que no puede haber mucha vida social aquí.
– No, pero no importa -dijo ella riendo-. Como único médico no tengo tiempo para la vida social.
– Ahora sí lo tienes. Mientras yo esté aquí, podrás tener algo de tiempo libre.
– Entonces tendré que buscarme un novio -bromeó Em-. Pero sólo por un mes, y eso no me parece justo para el chico. Y después, vuelta a ser el médico y botones para todo, lo que no me dejaría mucho tiempo para él.
Al terminar la frase, el tono de broma se había esfumado, y en su lugar apareció un deje amargo en su voz.
– ¿Eso te molesta?
– No -Em negó con la cabeza y su trenza dio una sacudida-. No, por lo general, no. Sólo que a veces…
– ¿Como hoy?
– Como hoy -aceptó ella-. Le dije a Claire Fraine que fuera a Blairglen dos semanas antes de la fecha prevista para el parto. Ella dijo que era una tontería, puesto que sus bebés siempre tardan mucho en nacer, y que tendría tiempo de sobra cuando empezaran las contracciones. ¿Y, qué crees que pasó? Pues que tuve que asistir a un parto de gemelos en plena noche -dijo, mordiéndose el labio-. Y casi perdí a uno… No sé por qué, pero el tocólogo de Blairglen sólo había detectado a uno de ellos, así que esperábamos solamente un bebé y Thomas nació por sorpresa después de su hermana, mucho más grande. Menos mal que llegó enseguida el servicio neonatal de urgencia, porque pesaba solamente un kilo y medio y fue pura suerte que no se me muriera.
– No me extraña que estés exhausta.
– Sí. No se dan cuenta de que, arriesgándose ellas, me hacen correr riesgos a mí -dijo con amargura-. Bueno, no, eso no es lo que quería decir. Yo no he corrido ningún riesgo.
– Claro que sí. Has estado a punto de romperte el corazón por la muerte innecesaria de un bebé -repuso Jonas comprendiéndolo todo. Se levantó y la miró unos instantes, luego le tendió las manos. Era el gesto dominante de un hombre acostumbrado a salirse con la suya, y Em, sorprendida, las tomó. Él la ayudó a levantarse y, al notar su cálida fuerza, ella sintió que le transmitía una extraña sensación de ánimo.
¿Una sensación peligrosa?
Jonas no aparentaba haberse dado cuenta.
– He tomado una decisión. Lo que necesitas, doctora Mainwaring -le dijo Jonas en tono solemne-, es chapotear en el agua. Y yo soy precisamente la persona que te va a empujar. Quítate las sandalias.
– Sí, señor -ella estaba sorprendida, pero dispuesta.
– Yo también me quitaré los zapatos y los calcetines -con una sonrisa, se agachó para hacerlo-. Y para que lo sepas… esto es todo un privilegio. No hay muchas mujeres por las que me descalzaría.
– ¿Sabes? Ya lo había adivinado.
Él alzó la vista para mirarla y sonrió más aún.
– Claro que lo habías adivinado. No en balde somos socios. Y una mujer necesita saber mucho sobre su socio, aunque vaya a serlo sólo durante un mes.