CAPÍTULO 5

E M LO oyó telefonear a su hermana. Estaba acostada y lo oyó hablar en voz baja y luego colgar el auricular con suavidad. Estaba esperando que tomara su coche y se fuera, pero seguramente Anna había rechazado su oferta de ir a verla y no lo hizo. En lugar de eso, se dirigió a acostarse en la habitación contigua.

Oírlo le produjo una sensación extraña. ¡Jonas Lunn durmiendo en su casa!

Tendría que acostumbrarse. Iba a estar allí tres meses.

De pronto le vino un pensamiento. ¡Quizá sí podrían tener una aventura, como había sugerido Lori!

Fue como si un relámpago la hubiera iluminado.

¿Soltarse la melena y tener un lío? ¿Dejar que su vida sin sexo y con exceso de trabajo se volviera durante esos pocos meses un poco más emocionante?

¿Podría hacerlo? Ella no era el tipo de chica a quien le gustaba tener líos.

Y Jonas tampoco era ese tipo de hombre. Y menos, con chicas como ella. Cualquiera podía ver que podía tener a cualquier mujer que se le antojara.

Y en cuanto a ella… Era una chica corriente y nada presumida, y así era como le gustaba ser. Estaba hecha para servir para algo y no para ser decorativa.

Estaba destinada a dormir con perros que roncaban y no con hombres atractivos.

Pero ese día él la había besado.

«Como lo habría hecho cualquiera», se dijo aún más contrariada. Él había estado bajo mucha tensión mientras le hacían las pruebas a Anna y se había sentido agradecido. Por eso la había besado.

Fin de la historia. Por lo tanto, no había ninguna razón para que ella estuviera a oscuras en su cama, tocando los labios que él había besado y recordando la sensación de la boca de Jonas contra la suya.

Necesitaba una ducha fría. ¡Y ese hombre iba a permanecer en su casa durante tres meses!

«Contrólate», se dijo, furiosa. «Estás actuando como una idiota. Deja a ese hombre en paz. Aprovéchalo profesionalmente, pero nada más. Y, ahora, deja de pensar locuras y duérmete».

Pero su mente no obedecía órdenes.

No dejó de pensar en él ni se durmió. No podía.

El la habitación contigua, Jonas también estaba haciendo horas extra pensando locuras.

Primero pensó en Anna. Al día siguiente se enfrentaba a una operación, y la idea le revolvió las tripas. Todavía le parecía una niña, su hermanita pequeña, y por muchas seguridades que le dieran, prefería que eso no le estuviera ocurriendo a ella.

No obstante, ella no era una niña. Su voz por teléfono había sonado calmada y segura.

– Estoy bien, Jonas. Les he dicho a los niños lo que pasa. Les he preparado una maleta a cada uno y una para mí. No. No quiero que vuelvas esta noche. No hay nada más que tú puedas hacer, así que déjame estar.

Dejarla estar…

No podía. Se sentía mal dejándola. Era como volver a sentir el rechazo de su madre. Su madre los había abandonado y, en ese momento, Anna estaba rechazándolo con todas sus fuerzas.

¿Quería ser tan independiente como él lo era?

Maldición. No lo podía resistir. Su familia le había retorcido los sentimientos desde que era pequeño y él detestaba esa sensación.

Por eso era importante mantener el resto de sí mismo entero y alegre, se dijo en la oscuridad. No necesitaba para nada enredar más sus sentimientos.

Entonces ¿por qué sus pensamientos no hacían más que derivar hacia Em?

Su cama estaba pegada a la pared. La pared de la habitación de ella. Se dio la vuelta y se quedó mirando. Lo que necesitaba desesperadamente era comunicarse de alguna forma. Quizá podría hacer señales de Morse.

Sonrió con ironía. Si lo hiciera, Em pensaría que estaba loco de remate.

¿Tendría la trenza del pelo deshecha? Maravilloso. ¿En qué diablos estaba pensando? Estiró el cuerpo sobre la cama, que le quedaba corta. ¡Diablos!

«Deja tranquila a Emily Mainwaring», se dijo con decisión. «Si juegas con ella, jugarás para siempre. Y lo último que necesitas en tu vida es una mujer».

Pero estaba pensando en dos mujeres, y las necesitaba a ambas.

Em y Anna. Su hermana y su…

«Y mi socia temporal», se dijo. «Mi socia médica. Nada más».


A medianoche, sonó el teléfono.

A la tercera llamada, Jonas salió al recibidor para contestar, pero Em debía de tener una extensión junto a la cama. Cuando levantó el auricular la oyó hablar. Era obvio que había reconocido la voz de quien llamaba. Donas se percató de que era una urgencia y escuchó sin recatarse.

– ¿Lori? ¿Eres tú? -decía Em-. Lori, no puedo entenderte si no te calmas. Respira hondo un par de veces y dime lo que pasa.

¿Cómo había sabido que era su amiga? Lo que se oía en el teléfono era sólo una serie de resoplidos aterrorizados y podía ser la voz de cualquiera.

Pero Em tenía razón. Era Lori. Se oyó cómo tomaba aliento y finalmente logró que se entendiera lo que decía.

– Em, se trata de Raymond. Vino a cenar y estábamos viendo la televisión. Se levantó y entonces… tuvo un colapso y dejó de respirar. -Está en el suelo…

– Lori, ¡tú sabes hacer la respiración artificial! -exclamó Em-. ¡Házsela! No pienses en otra cosa que en mantenerlo vivo. Estaré ahí en dos minutos. Lori, mantén la calma y ¡muévete!

Jonas se puso los pantalones y un suéter sobre el pijama y, cuando -llegó al coche, Em ya estaba arrancando. Salieron volando calle abajo. Em tocaba la bocina para que los otros coches se apartaran, haciendo tanto ruido que habría podido despertar a los muertos.

Jonas pensó que debían haber ido en su Alfa en vez de en el achacoso coche de Em. Pero ella llevaba siempre todo el equipo médico necesario y él no iba a discutir.

Em ni siquiera se había dado cuenta de que él había saltado al coche. Todas sus energías se concentraban en prestar auxilio a su amiga cuanto antes.

– ¿Puedo llamar a la ambulancia? -preguntó Jonas cuando las ruedas chirriaron al doblar la primera esquina. Ella asintió sin apartar la vista de la calle.

– Sí -contestó señalando el teléfono móvil que estaba sobre el salpicadero-. Pulsa el número uno. Diles que tenemos un paro cardíaco en Bay Beach Home Two. Quizá me equivoque, pero es lo que parece. Luego pulsa el tres. Eso te conectará con la ambulancia aérea. Si lo reanimamos va a necesitar cuidados intensivos que aquí no podemos darle. Volarán desde Sydney para recogerlo. Blairglen no es lo suficientemente grande para tener una unidad de cuidados coronarios.

– ¿Estás segura de que los necesitaremos? -inquirió Jonas mientras agarraba el móvil.

– No -su tono era sombrío-. Claro que no estoy segura. Pero si tenemos suerte, los necesitaremos. De todos modos, diles que estén preparados y cruza los dedos.

– De acuerdo.

No le fue fácil utilizar el teléfono móvil. Em doblaba las esquinas como loca y Jonas salía disparado contra el lateral del coche a cada momento.

– Apriétate el cinturón de seguridad -ordenó Em sin mirarlo-. No puedo ir más despacio y si golpeas la puerta tan fuerte podría abrirse. Sólo me faltaba un accidente.

– ¡Sí, señora! ¡Diantre! -exclamó, y se apretó el cinturón. Después se concentró en llamar a las ambulancias.

Em sólo prestaba atención a la conducción.

Jonas lo consiguió. Intentar permanecer derecho, a pesar de la arriesgada forma de conducir de Em, hacía que el tono de su voz pareciera desesperado, y no tuvo dificultad en convencer a la operadora de radio de la ambulancia de que se trataba de una verdadera urgencia. Por fin se detuvieron frente al edificio.

Em ni siquiera apagó el motor y dejó el coche abierto frente a la puerta delantera. Llevaba un chándal azul pálido con el que seguramente había dormido y desapareció enseguida.

¡Diablos!

Jonas estaba acostumbrado a ver cómo el personal del hospital acudía a toda velocidad cuando les pedían el carrito con los equipos de emergencia. Em los había superado en rapidez.

Él tardó en entrar un poco más que Em. Confiando en que Em mantendría la respiración de Raymond, consideró prioritario apagar el motor y sacar el material de reanimación cardíaca del maletero.

Cuando llegó adentro, la escena que vieron sus ojos era dramática. Raymond yacía inconsciente en el suelo del salón y Em trabajaba ferozmente en reanimarlo, mientras Lori miraba. El rostro de Raymond tenía un tono gris y el de Lori, blanco como la cera.

Jonas pensó que se trataba de un paro cardíaco total y, sin preguntar nada, preparó rápidamente el equipo de reanimación. El hombre debía de tener entre treinta y cuarenta años y era muy corpulento. Llevaba puesto un traje y estaba con la camisa abierta y sin corbata, probablemente porque Em y Lori se las habían quitado de un tirón. Tenía el aspecto de un hombre de negocios que pasaba más tiempo detrás de una mesa de despacho que al aire libre.

No quedaba tiempo para más evaluaciones. Em estaba insuflando aire a los pulmones de Raymond. Alzó la vista y vio a Jonas. Su cara mostró alivio al ver que Jonas estaba preparando lo que ella necesitaba, y se apartó para dejarle sitio.

– La reanimación cardiopulmonar no está funcionando -le dijo-. Lori sabe hacerla tan bien como una profesional y se la estuvo haciendo hasta que llegué, pero no está respondiendo.

«Necesitaremos los electrodos. Igual que con Charlie, pero, por favor, con mejores resultados», pensó Jonas.

Trabajaron deprisa. Mientras Lori continuaba con la respiración boca a boca, los dos médicos se concentraban en el pecho.

Una sacudida. Nada.

– ¡Venga! ¡Venga!

Fue como una plegaria que Em murmuró después de la segunda sacudida. Milagrosamente, el pecho de Raymond se infló.

Por unos instantes los demás dejaron de respirar, esperando…

De pronto, Raymond gimió sin aliento y Lori se echó encima de él.

– Por favor, Ray, no te mueras. Venga, Ray. Puedes hacerlo.

– Apártate, Lori -ordenó Em, tirando de su amiga con suavidad para que no interfiriera con los electrodos si volvían a necesitarlos. Tenía una expresión de esperanza. Giró la cabeza para buscar algo, pero Jonas ya se había anticipado una vez más y tenía el oxígeno preparado.

Una vez Raymond estuviera respirando, podrían ponerle una mascarilla, colocarle un gota a gota y comenzar a disolver el coágulo con la medicación.

Y rezarían para que no hubiera sufrido daños irreparables y para que su corazón siguiera palpitando.

Se oyó una sirena que se acercaba y Em cerró los ojos un instante. Al verla, Jonas pensó que estaba dando gracias. ¡Estaba tan dedicada a sus pacientes! Ser médico de familia en una comunidad como esa debía de ser un infierno. Al conocer bien a todos los pacientes sería muy difícil mantener sus sentimientos al margen.

Recordó sus propias decisiones. Le habían hecho tanto daño en su niñez que había resuelto no implicarse emocionalmente con nadie aparte de Anna. Pero Em hacía suyos los problemas de toda la comunidad.

«Se volverá loca», pensó Jonas al ver los sentimientos que afloraban en el rostro de Em. Si seguía haciendo eso año tras año durante el resto de su vida, se quemaría.

Quizá estuviera allí sólo por una temporada, como él.

Pero él se iría por propia voluntad. Ella, en cambio, por puro agotamiento.

«Eso no ocurrirá mientras yo esté aquí», se prometió. Él le daría un respiro durante unos meses. Sólo tenía que procurar mantener a raya su nivel de dedicación.

Lo cual era muy difícil. Como en ese momento…

– Apártate un momento, Em -le dijo. Ella necesitaba un respiro, un momento para serenarse. Quizá necesitara hacer lo que Lori estaba haciendo en ese momento: romper a llorar.

Era una forma de desahogarse muy eficaz. ¡Incluso a él le iría bien soltar alguna lágrima!

– Sal y llama por radio a la ambulancia aérea -sugirió a Em-. Diles que aceleren porque el caso es urgente -necesitaban un cardiólogo y cuidados intensivos-. ¿Lo acompañarás en el avión?

– No puedo -fue la respuesta instintiva, pero luego reflexionó. Después de todo, Jonas estaba allí. ¡Había otro médico para sustituirla!-. Supongo que sí que puedo, si tú te haces cargo de mi trabajo… -echó una mirada a su chándal azul pálido-. Es una suerte que me haya puesto algo decente para dormir. ¿Le pondrás la comida a Bernard? Volveré en tren por la mañana.

– Ve a hacer el equipaje, Lori -ordenó Jonas-. El hospital le proporcionará a Raymond lo esencial, pero tú necesitarás ropa para cambiarte y el cepillo de dientes. Y, por supuesto, Em, le daré de comer a Bernard. Será un placer comprobar si es verdad que está vivo.

Lori miraba a Raymond y a Jonas sin saber qué hacer. En ese momento Raymond abrió los ojos. Al ver a

Lori, movió la mano y ella la tomó entre las suyas. Asunto zanjado.

– Tienes que irte -dijo Jonas.

– Pero ¿y Robby? -susurró Lori sin dejar de mirar a Ray El bebé…

Jonas suspiró. Un perro. Un bebé. ¿Qué más?

– Puedo hacerme cargo -les dijo forzando un tono firme y convincente.

Era más de lo que había esperado. Podía arreglárselas con un perro, pensó. Pero, ¿con un bebé?

Em regresó al mediodía siguiente.

Estaba tan cansada por los acontecimientos del día anterior, que durmió durante todo el viaje y no se despertó hasta que el tren entró en la estación de Bay Beach. Cuando bajó, aún se sentía un poco aturdida y confusa.

Se sintió aún más confundida al ver lo que la esperaba en el andén.

No sólo Jonas con Robby en brazos, sino además, Sam, Matt y Ruby, los hijos de Anna. Y por si fuera poco, detrás de ellos y erguido como no lo había estado en años, su querido perro, el peludo Bernard.

Jonas, rodeado por los niños, parecía un moderno flautista de Hamelin. En el brazo izquierdo sostenía al bebé, que miraba a su alrededor con los ojos bien abiertos, interesado por todo. Ruby, de cuatro años, se agarraba a la mano derecha como si la vida le fuera en ello. Matt, de seis años, y Sam, de ocho, estaban desconcertados y se agarraban al pelo del perro de la misma manera que Ruby a la mano de su tío.

¿Bernard estaba siendo útil?

– Hola -saludó Jonas como si el recibimiento fuera de lo más normal-. ¿Has tenido buen viaje? -sonrió al ver el atuendo de Em: el mismo chándal azul de la noche anterior-. Por lo que veo, todavía vas en pijama.

Em se ruborizó.

– Yo no tengo pijamas. No hacen más que estorbar. Y sí, gracias. He tenido un viaje muy tranquilo, que es justo lo que necesitaba.

Miró a los niños y luego a Jonas. Él había dejado de sonreír y su expresión era inescrutable. A decir verdad, tenía problemas con sus sentimientos. Em le parecía tan bonita, despeinada y con cara de sueño… Y el dichoso chándal sí que parecía un pijama.

«Concéntrate en la medicina», se dijo Jonas. «Concéntrate en las cosas verdaderamente importantes, las que están al margen de los sentimientos».

– ¿Ray? -era una pregunta médica en una sola palabra.

– Aún está en cuidados intensivos -el rostro de Em se ensombreció al pensar en su paciente-. Hice bien en ir con él en el avión. Volvió a sufrir un paro cardíaco durante el vuelo,y ha sufrido algún daño.

– ¿Problemas neurológicos? -«¿habían acudido a él con suficiente presteza?», se preguntó Jonas. Ray había dejado de respirar durante cinco minutos, lo suficiente para que le faltara oxígeno al cerebro. Lo suficiente para que hubiera algún daño serio.

Em estaba negando con la cabeza.

– Hay alguna cicatriz en el corazón, pero no se ve ningún daño cerebral -la expresión de Em se suavizó al decirlo-. Ha podido hablar con Lori y sabe lo que ha ocurrido. Pero supongo que tendrán que hacerle un bypass como mínimo. Yo se lo había advertido desde que comencé a ejercer aquí. Sus niveles de colesterol eran demasiado altos. Venía periódicamente a hacerse un chequeo. Como si, los chequeos fueran suficientes en sí mismos.

– Y ahora casi lo pierde todo.

Era cierto, y la idea hizo que Em se estremeciera. Sentía una necesidad irresistible de compartir su sentimiento con Jonas. Ella, que solía ser tan reservada, pensaba que Jonas era un hombre en quien se podía confiar. ¿Un amigo? O algo más…

– Ray… Ray le pidió a Lori que se casara con él -le dijo, mirando a Jonas con los niños y el perro. Era una escena que daría qué pensar a cualquier mujer. Y tampoco sabía qué pensar de lo que Jonas despertaba en ella. «Concéntrate en Ray y Lori», pensó-. Le había propuesto matrimonio media hora antes de sufrir el colapso, pero Lori lo rechazó. Le dijo que primero estaban los niños. Él le había llevado un anillo de compromiso. Lo llevaba en el bolsillo cuando tuvo el ataque y ahora Lori está sentada a su lado en la unidad coronaria, luciéndolo en el dedo como si su vida dependiera de eso.

– A veces hay que estar a punto de perder algo para darse cuenta de su valor -dijo Jonas muy serio, y Em lo miró fijamente. Algo fallaba en el tono de su voz. Él también estaba tenso.

– ¿Y Anna?

– A Anna la están operando ahora.

– ¡Oh, Jonas! ¡Deberíamos estar allí con ella!

– No puedo estar en dos lugares a la vez -dijo, mirando a los niños y sonriendo-. ¿verdad, chicos? -los niños le sonrieron-. Al irse Lori, Anna decidió posponer la operación, pero cuando le di mi palabra de que tú y yo cuidaríamos a los niños, aceptó seguir adelante.

Hizo una pausa para que Em asimilara la noticia.

– ¿Nosotros? -preguntó Em con tacto.

Los peligrosos ojos de Jonas chisporrotearon.

– Tenemos una casa grande… -contestó él poniendo cara de pez, y Em tuvo que sonreír.

– ¿Una casa grande? -repitió ella como si no entendiera nada. Pero entendía demasiado bien el lío que se le echaba encima.

Jonas ponía cara de inocencia y virtud.

– Es una casa verdaderamente grande -dijo con firmeza- Demasiado grande para nosotros dos y Bernard.

– ¿Cómo lograste que Bernard se pusiera de pie?

– Lo hicieron los niños a base de insistir. Ha resoplado mucho, pero cada vez que se sentaba, los niños lo obligaban a ponerse de pie. Así que ya lo sabes, lo que Bernard necesita es que le hagan caso -su expresión se ensombreció-. Estaba seguro de que querrías cuidar de Robby. ¿Cómo no iba a ofrecerme a cuidar de todos?

Todos. Bernard, Sam, Matt y Ruby. Casi nada. Em miró al bebé que Jonas sostenía en brazos y se le encogió el corazón. Estaba cansada y confundida. Habían pasado tantas cosas que necesitaba tiempo para reflexionar.

Pero Jonas le estaba ofreciendo a Robby para que lo tomara en brazos. Era tan pequeño, había sufrido tantas heridas y ella lo quería tanto…

No le importaba hacerse cargo de los hijos de Anna, y no tenía más remedio que aceptar que Jonas se quedara en su casa, pero el, pequeño Robby era otra cuestión.

Robby era… Robby era simplemente lobby.

Esa había sido la razón por la que se lo había llevado del hospital. El pequeño se estaba encariñando con ella y ella con él. Y ahí estaba Jonas diciendo que se había hecho responsable de él.

¡Y también de los hijos de su hermana!

– ¿Has consultado con el director del orfanato? -preguntó ella. Supongo que la administración tendrá alguna idea de lo que piensan hacer con Robby.

– Los otros hogares están llenos -aclaró Jonas-. Tom, el director, me llamó esta mañana. Dice que la única solución es transferir a Robby y a los hijos de Anna, si es necesario, a un hogar en Sydney.

– ¡No!

– Yo sabía que no estarías de acuerdo -dijo Jonas con dulzura-. Y tampoco lo está la tía de Robby. Ella dice que lo acomodemos en uno de los otros hogares, pero Tom no quiere. Así que pensé que si me ofrecía a ayudarte con Robby y con Bernard…

– ¿Yo me ofrecería a ayudarte con tus sobrinos?

– Eso es -contestó Jonas con una gran sonrisa-. Hace dos días sólo había un médico en Bay Beach. Ahora hay dos médicos, pero con cuatro niños y un perro. Seguro que nos las arreglaremos.

– ¿Y cuáles serían tus responsabilidades como niñera?

– Sé construir castillos de arena -dijo él con cara de bueno, y Em tuvo que sonreír.

– ¿Qué tal se te da cambiar pañales?

– Uy… -dijo él, haciendo una mueca.

– Los pañales no son tu fuerte ¿verdad, doctor Lunn?

– Por eso estamos esperándote en la estación. Para que puedas compartir…

– Muchas gracias…

– De nada -le dijo y le pasó a Robby con toda rapidez-. Aquí tienes a tu bebé.

«Tu bebé». Eso le llegó al alma.

Miró a Robby y luego a Jonas. Se estaba metiendo en territorio peligroso y se preguntaba si Jonas era consciente de lo peligroso que era.

Él lo tenía todo estudiado.

Cuando llegaron a casa estaba esperándolos Amy, la recepcionista ocasional de Em. La joven había almorzado allí y sonrió al ver entrar a Jonas con su camada.

Y vaya camada que era. Un socio y cuatro niños.

Y un perro. Bernard se dirigió directamente a su sitio bajo el lavaplatos, e inmediatamente dos niños estaban tirando de él.

Y Amy les sonreía a todos, lo que hacía que Em se sintiera aún más confusa. -Hola.

– Hola, Amy. ¿Qué haces aquí?

– Lou está mejor del resfriado -dijo Amy sonriendo con cara de alivio. La chica no había disfrutado nada de su experiencia como recepcionista en la consulta médica-. Así que Lou está de nuevo en la recepción y como el doctor Lunn sabía que no tengo trabajo… Para ser sincera, me gusta mucho más hacer de niñera que ver cómo alguien vomita en el suelo de la sala de espera. Así que cuando el doctor Lunn me ofreció ser tu niñera por unos días, pensé que sería estupendo.

– Un arreglo perfecto -dijo Jonas con cara de satisfacción-. ¿No es un arreglo perfecto, doctora Mainwaring?

– Perfecto -murmuró Em, y la sonrisa de él desapareció.

– Sí, lo es. Y funcionará, Em. No tenemos elección.

– Eso sí lo veo. Que no tenemos elección.

– Amy estará aquí durante el día, y las noches que uno de nosotros esté de guardia. Así los niños estarán cuidados.

Pero Em sujetaba todavía a Robby apretado contra ella. El pequeño Robby que le había robado el corazón.

– ¿Por qué pareces tener miedo? -preguntó Jonas con dulzura, y ella pensó que él se percataba de más cosas de las que convenía. Que él supiera por instinto lo que ella estaba pensando le daba escalofríos.

– Estoy tratando de averiguar cómo voy a lograr separarme de Robby después -murmuró Em, y Jonas se quedó mirándola.

– Quizá no quieras hacerlo.

– Pero…

– Y tal vez no sea necesario -le tocó levemente la nariz. Era como si la hubiera rozado una pluma, pero sintió que una corriente eléctrica le recorría el cuerpo-. Piénsalo. Con la ayuda de Amy, no necesitarás hacerlo. Entretanto, ¿puedo dejarte con Amy y los niños? Necesito urgentemente ir a Blairglen a ver a Anna.

– Claro.

– Esto va a funcionar -repitió él con convicción-. Si nosotros nos empeñamos -la miró largamente con ojos interrogantes y asintió-. Vale, chicos -les dijo a sus sobrinos-. Ya sabéis lo que pasa. Os dejo para que os acomodéis aquí con la doctora Em y Amy, pero esta noche volveré para deciros cómo está mamá. ¿De acuerdo?

– De acuerdo -balbucearon, y Em supo que tenían tanto miedo como ella.

Pero, como ella, no tenían elección.

– Jonas -lo llamó cuando se iba, y él se giró.

– ¿Sí? -sus miradas se encontraron y, una vez más, Em sintió que una extraña corriente fluía entre ellos. Esa corriente que tanto la asustaba.

– Quédate todo el tiempo que necesites -le dijo-. Amy y yo nos las arreglaremos. Dale nuestro cariño a Anna. Y…

– ¿Y…?

– Tengo todos los dedos cruzados para desearle suerte.

– Gracias -contestó él y, por encima de las cabezas de los cuatro niños, sus miradas volvieron a encontrarse.

Podían haberse besado…

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