CHAPOTEARON durante mucho tiempo. Se alejaron casi un kilómetro de la ciudad sorteando las olas que' rompían sobre la playa. Por fortuna, el busca de Em no sonó ni una vez. Era como si la ciudad, que le había deparado tantos disgustos durante las veinticuatro horas anteriores, se hubiera dado cuenta de que su único médico estaba al borde del colapso. Em necesitaba ese descanso mucho más de lo que- se imaginaba.
La luna estaba ya en lo más alto. Era hora de irse a casa, y Em debía acostarse.
– Pero Anna nunca acuesta a los niños hasta las nueve -dijo Jonas-. No tiene ningún sentido intentar hablar con ella antes. No nos va a escuchar. Además, chapotear es tan bueno para el espíritu como el dormir.
Así que siguieron andando por la orilla. Muy a pesar de Em, Jonas le había soltado la mano, y caminaban uno al lado del otro, como dos amigos.
Dos buenos amigos.
Em pensó que eran buenos amigos, porque los silencios no eran incómodos. Iban al mismo paso y chapoteaban en el agua a la vez. La sensación era como un bálsamo para la mente atormentada de Em, que sentía que la tensión se iba desvaneciendo entre el frescor de las olas.
Era algo especial.
Em guardaba silencio, pero lo absorbía todo. La noche, la agradable sensación de la espuma entre los dedos y la luz de la luna. Sentía que durante aquel paseo había logrado librarse de la desesperación, el cansancio y la soledad. Estaba segura de que, si no nacía ningún bebé ni había una urgencia, esa noche dormiría como un niño.
Se lo debía a Jonas y le estaba muy agradecida. Cuando llegaron a unas rocas que les cortaban el camino, se volvió hacia él.
– Gracias -le dijo.
– ¿Por qué? ¿Por llevar a una bella mujer a pasear por la playa? -preguntó él, sonriendo-. Ha sido un auténtico placer.
«Una bella mujer…».
¿Cuánto tiempo hacía que nadie la llamaba así? Su abuelo lo había hecho, y también Charlie, pero cuando ella sólo tenía diez años. En la facultad de medicina había tenido un par de novios, pero desde que se había trasladado a Bay Beach, no había tenido tiempo para romances.
Sonrió con malicia. «Debería escribirlo en mi diario», pensó, «porque aunque parezca una tontería, es algo importante. Tener tiempo para que me llamen bella».
– ¿De qué te ríes?
Em lo miró sonriente y se volvió hacia donde Jonas había estacionado el coche.
– De nada. Ya es hora de que vayamos a ver a Anna.
Él la siguió con los pantalones mojados. Aunque se los había enrollado hasta la rodilla, las olas lo habían salpicado. Era una noche muy cálida y no importaba estar un poco mojado. El vestido de Em también estaba empapado y tampoco le importaba. Se sentía tan ligera que casi podía flotar.
«Es el cansancio», se dijo, «o la reacción a la muerte de Charlie. O, ¿quién sabe qué?»
– ¿No me vas a contar el chiste? -exigió él.
– No.
– ¿Por qué no?
– Porque no es asunto tuyo.
– En eso te equivocas -y antes de que ella se diera cuenta ya la había agarrado de la mano-, porque lo he conseguido y quiero saber como conseguirlo de nuevo:
– ¿Conseguido?
– Hacerte sonreír. Cuando te vi. por primera vez, me dije: apuesto a que esta mujer tiene una sonrisa mágica. Y la tienes. Pero hay una cosa más que quiero saber.
– ¿El qué?
– Cómo se ve tu pelo suelto -replicó él. Ella se quedó perpleja y levantó la mano como para defender su trenza.
– Tendrás que esperar bastante para eso.
– ¿Por qué? -el tono de Jonas era de curiosidad, nada más. Pero no había soltado la mano de Em y ella se sentía a gusto. Se sentía bien.
– Porque, aparte de cuando me lo lavo, sólo lo llevo suelto durante cinco minutos al día. Me hago la trenza cada noche antes de acostarme, para estar lista en caso de que ocurra una urgencia.
– Quieres decir… -la miraba de reojo con una expresión que ella no acababa de comprender o que la hacía desconfiar-. Quieres decir que si yo te sustituyo para que no tengas que acudir a ninguna urgencia, ¿dormirías con el pelo suelto?
Era una pregunta ridícula, pero él esperaba respuesta. Em dio un puntapié en el agua. Estaba actuando como una colegiala en su primera cita. Alzó la vista y contestó.
– Puede…
– Pero no es seguro -parecía tan decepcionado que a ella casi le dio la risa.
– Probablemente lo haría -dijo para tranquilizarlo. O para hacerlo sonreír.
Y lo consiguió.
– Eso me haría sentir mucho mejor. Si me llama alguien con un uñero en el dedo gordo del pie y tengo que cortarle la uña podrida a las tres de la mañana y oler los pies malolientes de un granjero, me haría sentir muchísimo mejor saber que mi socia está durmiendo tranquilamente en su casa con el cabello desparramado por encima de la almohada.
– Y con su perro a los pies y la puerta bien cerrada con pestillo -reaccionó ella como si estuviera cerrando la puerta en ese mismo momento.
– ¿De veras? -él parecía sorprendido por su desconfianza, y Em no pudo reprimir más la risa. Ese hombre era ridículo. Deliciosamente ridículo.
– Sí, doctor Lunn. Con la puerta cerrada con pestillo. ¿Crees que soy ingenua, o qué?
Como respuesta, Jonas le apretó más la mano.
– No tendrías que cerrar la puerta, porque yo estaría fuera recortando uñas de los pies. Además, doctora Mainwaring -su tono se hizo terriblemente serio-, creo que puedes ser muchas cosas, pero nunca diría que eres una ingenua.
La había pillado por descuido. No estaba preparada para hablar en serio.
– Jonas…
– Emily… -replicó él con el mismo tono de duda que Em, y ella no pudo reprimir la risa.
– Eres imposible, Jonas. Tenemos que ver a Anna.
– Así es -suspiró-. Así es. Pero podemos volver aquí otra noche, ¿verdad?
– Quizá.
– ¿Qué tipo de respuesta es esa? -su tono era de indignación. Era imposible no reírse.
– Es una respuesta sin riesgos -contestó Em y, de pronto, sintió que estaba corriendo un riesgo, que estaba en peligro. Se soltó de su mano y empezó a correr-. ¡A que te gano hasta el coche, Jonas Lunn!
Em se sorprendió de que Jonas no la siguiera. Por el contrario, se quedó inmóvil observando su figura recortada contra la luz de la luna, volando hacia el coche por encima de las dunas.
Poco a poco, dejó de sonreír.
«Me pregunto si estoy actuando como un estúpido», se dijo. Pero sólo estaban la luna y el mar para contestar.
Jonas tenía razón. Anna estaba aterrorizada y a punto de echarse atrás. Hizo falta toda la capacidad de persuasión de Jonas y de Em para que no desistiera.
– Hemos concertado una cita -explicó Jonas, despacio y con decisión-, y hemos organizado todo lo demás. Dejarás a Sam y Matt en el colegio y llevarás a Ruby a casa de Lori. Luego, yo te llevaré a Blairglen para las pruebas. Si nos retrasamos, o si necesitas que te hagan más pruebas además de la mamografía y la biopsia, Lori recogerá a los niños del colegio y les dará la cena.
– Pero si es cáncer, me ingresarán en el hospital…
– No, no lo harán -dijo Em estrechando la mano de Anna. La pobre mujer estaba temblando. Era el resultado del miedo que había ido acumulando durante un mes. Habría sido mejor que se hubiera enfrentado a ello desde el principio, cuando notó el bulto por primera vez, en lugar de esperar hasta que la imaginación se le desbordara-. Anna, unos pocos días no van a cambiar nada. Sea como sea el resultado de las pruebas, tendrás tiempo de venir a casa y reflexionar antes de someterte a la cirugía. Podrás alegrarte si sólo es un quiste, o resignarte a luchar contra un cáncer de mama incipiente. Sea lo que sea, nadie va a obligarte a hacer algo que no quieres.
Anna estaba desesperada y no hacía más que pasear su mirada de su hermano a Em.
– Pero Jonas ya le ha preguntado a Lori si podría cuidar a los niños por un período largo.
– Así es, para que, si saliera lo peor, puedas estar segura de que podrás enfrentarte a ello -dijo Em, y Jonas la miró con gratitud por el esfuerzo que hacía-. Prepárate para lo peor y desea lo mejor. Ese es mi lema, y lo recuerdo cada vez que suena el teléfono.
Se hizo el silencio mientras Anna pensaba.
– Eso debe de ser terrible -dijo Anna, mirando a Em a los ojos por primera vez-. No lo había pensado antes, pero ahora… En tu trabajo nunca sabes lo que va a pasar. Como en ese horrible accidente del tractor, la semana pasada. Tuviste que hacerte cargo tú, ¿verdad?
– Fue horroroso -dijo Em con dulzura-. En el primer momento me asusté mucho, pero en cuanto supe a lo que me tenía que enfrentar, el miedo se disipó e hice mi trabajo como debía hacerlo. Para ti es igual. Mañana sabrás con qué te vas a enfrentar.
– No sé cómo puedes hacerlo -balbuceó Anna, y Jonas le tomó la otra mano.
– Anna…
Para sorpresa de Em, Anna retiró la mano de la de su hermano.
– ¡No!
– Yo sólo quería decirte que estoy aquí para apoyarte. Mañana te llevaré a las pruebas, y me voy a quedar en Bay Beach.
Sus palabras la extrañaron. -¿Por qué?
– Por ti -replicó él, pero Anna negó con la cabeza. -De ninguna manera, Jonas. No te necesito -con la mirada clavada en la mesa, se mordió el labio-. Nunca te he necesitado, como tampoco necesité a papá ni a Kevin. No tienes que quedarte por mí.
¿Qué se escondía detrás de esa actitud? Ahí había algo más que la rivalidad de un hermano hacia el compañero de su hermana.
Pero Jonas movía la cabeza y sonreía a Anna, como diciéndole que estuviera tranquila porque él no pretendía inmiscuirse. Porque las cosas se harían como ella quisiera.
– No seas estúpida. No me quedo por ti -le dijo.
– Me gustaría que dejaras de llamarme así… -inconscientemente, Anna apretó los puños hasta que se le vio el blanco de los nudillos a través de la piel. Em pensó que Anna estaba demasiado delgada. Y demasiado cansada y golpeada por la vida para lo joven que era.
– De acuerdo -Jonas dejó de sonreír. Se levantó, se paró detrás de Emily y le puso las manos sobre los hombros, mientras seguía hablando con su hermana-. No volveré a llamarte estúpida.
– Bien. Y no tienes, que quedarte.
– Sí tengo que quedarme -dijo con dulzura-, porque Em me necesita.
– ¿Em?
– No podía creer la cantidad de trabajo que Em tenía esta mañana -le dijo a su hermana, dejando sus grandes manos sobre los hombros de Em-. Tú misma viste la tensión a la que estaba sometida. Aunque se supone que debo ir a mi nuevo puesto en el extranjero, he decidido postergar el viaje. Me quedo aquí.
– ¿Con… con la doctora Mainwaring?
– Con Emily -rectificó él-. Con una de las doctoras más trabajadoras, bellas y deseables que jamás he tenido el placer de conocer. Em y yo ya lo tenemos todo arreglado.
– No me lo creo.
Tampoco Em se lo creía. Su forma de hablar, la firmeza con que la sujetaba… ¡Parecía que ese hombre estaba enamorado de ella!
Y él no hacía nada por cambiar esa impresión.
– Antes de venir, Em y yo hemos pasado dos horas en la playa -le confió a Anna-. Hemos estado arreglando las cosas. Puede que sea repentino, pero no quiere decir que no haya sucedido -sujetó a Em con más fuerza, ya fuera por afecto, o como advertencia.
– No voy a dejar a Emily. Somos socios. Así que estoy aquí por ti también -aseveró con un tono que no admitía réplica-. Pero sobre todo, estoy aquí por Em. Y me quedaré por todo el tiempo que ella quiera. Tanto si tú lo quieres como si no.
– Jonas…
– Déjalo, Anna -ordenó con brusquedad-. De momento, hazte esas malditas pruebas. Yo me quedaré aquí, con Emily, todo el tiempo que haga falta. Y puede que más tiempo todavía.
– ¡Estás loco! -de vuelta al coche, Em miró al hombre que tenía a su lado como si mirara a un lunático-. Has dado a entender que entre nosotros había un flechazo.
– Lo hice muy bien -dijo él con picardía, y ella lo habría abofeteado.
– ¿Lo hiciste a propósito? -Claro.
Em se recostó en el asiento y se quedó pensativa, mirando al frente. «Una doctora se encuentra con un chiflado, y se pregunta dónde estará la camisa de fuerza. ¿Cómo debía reaccionar?».
– ,¿Tienes algún motivo especial? -preguntó, por fin. Su voz era como un chillido de sorpresa. No parecía el tono de una doctora tratando de apaciguar a un loco. Él se echó a reír.
– No es necesario que te lo tomes como algo personal.
– No, claro -Em tosió para recuperar su tono normal-. Claro que no. Haces que tu hermana crea que estás enamorado de mí, y yo no tengo que tomármelo como algo personal.
– ¿,Tienes más trabajo pendiente para esta noche?
– No cambies de tema.
– No, pero, ¿tienes o no? -insistió Jonas-. Porque si tienes más visitas, puedo llevarte antes de que te deje de nuevo en el hospital.
– Para que puedas intercalar una escena de amor… -reprochó ella, y él se rió.
– Me has dado una idea.
– Una muy mala idea -contestó Em, fulminándolo con la mirada.
– ¿No apruebas hacer el amor?
– Sólo con alguien que me guste y en quien confíe.
– Vaya.
– Ya lo sabes. Llévame a casa.
– Sabes que tengo mis razones -aclaró él, y ella asintió.
– Supongo que sí. No puede ser que estés totalmente chiflado, o no te habrían dado el título de médico.
– Así es -dejó de sonreír-. Em, tú ya sabes que Anna no deja que me acerque a ella. He tenido que batallar mucho para llegar hasta aquí. Si no estuviera tan aterrorizada, no me habría dejado que la acompañara. Cuando vuelva a tranquilizarse, me dará de lado. Ella no me quiere.
– Supongo que tendrá sus motivos
– Puede ser.
Silencio. La risa se había apagado por completo, y el rostro de Jonas parecía triste. Em pensó que él no le diría nada si no se lo preguntaba. Ella era médico de familia, y estaba acostumbrada a hacer preguntas difíciles.
– ¿Y cuáles son sus motivos? -¿De veras quieres saberlos?
– Quiero saberlo todo sobre la familia de mi amante
– dijo Em con tono remilgado. -Touché.
– Así que, cuéntamelo.
Él permaneció callado.
La casa de Anna estaba en la parte más alejada del cabo, a unos diez minutos en coche. Iban por la carretera de la costa y la luna iluminaba el mar. El ruido de las olas entraba por las ventanillas. «Una noche para los enamorados», pensó Em, y Jonas había dicho que él era uno de ellos.
Pero era mentira. Lo había dicho para conseguir algo. Y ese algo no tenía nada que ver con Emily.
– Mi padre era alcohólico -dijo él por fin, y Em hizo una mueca.
– ,¿Fue duro?
– Muy duro -detrás de la valentía de sus palabras había años de sufrimiento-. Mi madre no podía soportarlo. No tenía una personalidad fuerte y cuando Anna tenía nueve años y yo doce, conoció a otro hombre y desapareció, dejándonos con papá.
Em se quedó pensativa. Sabía lo que era tener un padre alcohólico porque en su consulta tenía un par de chicos con muchos problemas por esa misma razón. No le gustaba lo que estaba pensando.
– ¿,Tienes ganas de contármelo? -preguntó ella, y él asintió.
– No muchas, pero quizá tenga que hacerlo si tú aceptas el juego.
– ¿Quieres decir, fingir que somos amantes?
– Fingir que me necesitas -dijo, y le dedicó esa sonrisa que la hacía estremecer. Adoraba la sonrisa de ese hombre.
– Por supuesto. Pero sólo desde el punto de vista médico -añadió fingiendo remilgo.
– Y no en tu cama.
– Tengo un chucho viejo que se llama Bernard -dijo Em muy seria-. Lo rescaté de la perrera hace muchos años. Su trabajo es calentarme la cama, y es todo lo que necesito.
– Qué suerte tiene el viejo Bernard. ¿Te ha visto con el pelo suelto?
– Doctor Lunn, ¿vas a contarme cuál es el problema de Anna, o vas a dejarme salir del coche? -amonestó Em-. Estoy empezando a cansarme de estar aquí.
– Yo, en cambio, me lo estoy pasando bien. Y no tengo ganas de hablar de mi padre.
– Pero necesitas contármelo -después de todo, ella era médico, y sabía dar en el clavo. Tenía que hacerlo si quería sobrevivir una mañana en la consulta sin que los cotilleos y tonterías la abrumaran.
– No hay mucho que contar -volvió a ponerse serio y se concentró en la carretera-. Mi padre era encantador, atractivo, amable e ingenioso… -«igual que su hijo», pensó Em para sus adentros-. Y también era un borracho empedernido. Podía conseguir lo que deseara de las personas. Anna lo quería tanto, que aunque mi madre hubiera querido que nos fuéramos con ella, que no fue el caso, no creo que Anna hubiera ido. Ella creía en él, pero él le mentía una y otra vez, y siempre que la defraudaba, ella inventaba alguna excusa para disculparlo. Después de que nuestra madre nos dejara, casi todas las excusas se centraron en mí.
– No entiendo…
– Mentía siempre, pero yo no me di cuenta hasta que, hace poco, antes de morir, me contó muchas cosas. Le prometía a Anna un vestido nuevo y luego le decía que yo me había gastado todo su dinero esa semana. O le juraba que la llevaría a bailar para su cumpleaños, y luego le decía que tenía que marcharse porque yo me había metido en un lío en la universidad. Para pagarme los estudios, yo trabajaba en lo que me saliera, pero mi padre nunca se lo dijo a Anna. Ella sabía que yo trabajaba, pero siempre le hacía creer que todo el dinero que le sobraba me lo daba a mí. Así que nunca quedaba nada para ella.
– Oh, Jonas…
– Aún hay cosas peores -dijo Jonas con tristeza pero no querrás saberlas. Baste con decir que yo siempre era el malo y papá me trataba como tal. Me echaba la culpa de que mi madre se hubiera ido. Y todo empeoró cuando pedí que canalizaran su pensión a través de la Seguridad Social. Al menos así, Anna recibía lo suficiente para comer. Es más, parte de lo que yo ganaba en mis trabajos de estudiante, se lo daba a él, pero mi padre detestaba que yo controlara la situación.
– Alguien tenía que hacerlo.
– Dices bien.
Em pensó en un niño que conocía que tenía un padre alcohólico. Era uno de sus pacientes y a Em le dolía el hecho de que pareciera demasiado mayor para su edad.
– Y entonces… -inquirió Em con dulzura.
– Y entonces, Anna conoció a Kevin, que era igual que papá -una vez más la voz de Jonas se llenó de amargura-. Kevin era muy atractivo y la hacía reír, pero bebía como un pez. Y dependía de ella, igual que papá -se encogió de hombros-. Anna y yo hemos aprendido a no depender de la gente, pero no nos importa que la gente dependa de nosotros. Así que Anna se enamoró locamente, o así lo creía, y cuando yo intenté intervenir, detestó que lo hiciera. Y cuanta más razón tenía yo, más me odiaba. -Ha debido de ser un infierno. -Lo era -dijo con amargura-. Y todavía lo es. -¿Aún te lo reprocha?
– Supongo. Pero yo quiero a mi hermana, Em, y estoy haciendo todo lo posible para que su vida vuelva a un buen cauce. Ahora que Kevin se ha ido, tengo una oportunidad. A menos que esa maldita enfermedad…
– ¡Eh! -sin darse cuenta, Em alargó la mano para agarrar la suya-. Jonas, conoces las estadísticas. Y son bastante favorables.
– Sí, pero cáncer es una palabra que asusta -ella le apretó la mano.
– Entonces, llámalo quiste, al menos hasta mañana. -Tú no piensas que sea un quiste. Es cáncer y quizá ya se haya extendido. A nuestra familia no le pasan cosas buenas -cada vez agarraba el volante con más fuerza y ella sentía bajo su mano la tensión de sus músculos-. A Anna no le pasan cosas buenas.
– Yo creo que sí le pasan. Él soltó una carcajada.
– ¿Cómo has llegado a esa conclusión?
– Porque te tiene a ti -dijo con dulzura-. Porque la estás apoyando en todo el camino.
– Ella no me deja.
– Como socio mío, no puedes estar en otro sitio. -¿Estás de acuerdo en seguirme el juego?
– Estoy de acuerdo en que te necesito. Por tanto tiempo como haga falta.
«No todo es tan simple como él lo pinta», pensó Em mientras trataba de conciliar el sueño esa noche. Por fortuna, el hospital estaba tranquilo. A los gemelos de la noche anterior se los habían llevado en avión a Sydney. Las piedras de la vesícula de Henry Tozer, que la habían preocupado la noche anterior, se habían calmado, y la paz reinaba en todas las dependencias.
Bernard roncaba pacíficamente a los pies de la cama. Todo iba bien en su mundo.
Sin embargo, Em no podía dormirse, reflexionando sobre la promesa que acababa de hacer.
Si el bulto de Anna resultaba ser maligno, Jonas querría quedarse para la operación y, después, para la radioterapia y posible quimioterapia. Eso llevaría unos tres meses, por lo menos. Podía tenerlo allí tres meses.
Y todo ese tiempo estaría fingiendo que se quedaba por Em y no por Anna.
Eso estaba muy bien, pero ¿dónde la dejaba a ella?
Bernard se movió y ladró en sueños. Em lo levantó y lo abrazó, pero él se volvió a dormir en seguida. Lo dejó de nuevo a sus pies, volvió a acostarse y se acarició la trenza.
Tenía casi treinta años, se dijo, y allí estaba, en una cama pequeña, con un perro que sólo pasaba despierto un minuto al día. ¡Y eso era sólo para comer! De pronto, tuvo un impulso irresistible de deshacerse la trenza y sacar a Bernard y sus ronquidos fuera de la habitación.
– Pero no voy a hacerlo -le dijo al pobre perro viejo Tú eres mi fiel Bernard Heinz. Bay Beach necesita un médico con dedicación, y yo soy ese médico. Ahora que Charlie se ha marchado, tú eres el único hombre de mi vida, y así es como debe ser. Ahora y para siempre.
Para siempre…