JONAS NO regresó hasta la medianoche. Em no había conseguido dormirse y estaba completamente despierta cuando oyó detenerse su coche. Los demás dormían. No había ningún motivo para que ella no durmiera también, ni para que estuviera nerviosa por estar. sola con los niños, porque Jonas lo había arreglado todo por si era necesario que alguien los cuidara por la noche.
Amy se había marchado a su casa a las seis y el arreglo consistía en que si ambos médicos tenían alguna salida, se dejaría abierta la puerta que conectaba con el hospital y alertarían al equipo de enfermeras del turno de noche para que vigilaran la casa como si fuera el pabellón infantil.
«Algo tan simple», pensó Em. Ojalá sus sentimientos por Jonas fueran tan simples.
Tampoco eran simples sus sentimientos por el bebé que estaba en la cuna junto a su cama. Había decidido que el sitio lógico para poner la cuna era en su dormitorio, ya que los niños habían insistido en que Bernard durmiera en el cuarto con ellos. Pero lo que no era lógico era que ella se sobresaltara a cada movimiento de Robby.
«No pienso tener hijos», se había dicho mil veces. Así que no podía encariñarse con Robby. ¡No podía!
Igual que tampoco pensaba casarse. Simplemente, en su vida no había sitio para una familia.
Pero quería a Robby, el bebé que dormía a su lado. No podía engañarse más. Y una parte de ella era feliz al ver que su casa estaba llena de niños y perros y… Y Jonas.
Todo era demasiado complicado.
Y para complicar más su vida, Jonas acababa de regresar y a ella le latía el corazón de una forma muy extraña.
Podía meter la cabeza bajo la almohada y obligarse a dormir.
Pero, por el contrario, al oír la llave de Jonas en la cerradura, salió corriendo a recibirlo.
Él estaba extenuado.
Em había dejado encendida una pequeña lámpara por si algunos de los niños se levantaba por la noche. Su luz era tenue, pero suficiente para ver que Jonas estaba muy cansado. Tenía ojeras y la expresión de su rostro era sombría.
– ¿Jonas? -preguntó con el corazón encogido por el temor. «Cielos, ¿qué habrá pasado con Anna?», pensó.
Al verla entre las sombras, la cara de él se relajó como por arte de magia.
– Em.
– ¿Cómo está Anna?
Él se había acercado a Em como para tocarla, pero el tono de su voz lo detuvo.
El tono había sido intencionado. Notaba que estaba sintiendo algo por Jonas y tenía que distanciarse de él.
No podía aceptar las manos que él le estaba brindando.
Así que hizo que el tono de su voz sonara profesional. Un médico preguntándole a un colega sobre un paciente.
– Está bien.
Ella se suavizó un poco.
– Pero tú no estás bien. Puedo verlo. Ven a tomarte una taza de té y cuéntamelo todo.
– ¿No podría ser un brandy?
– ¿tan mal te ha ido?
– No -intentó esbozar una sonrisa-. Diablos, no. Es sólo que estoy muy cansado -se encogió de hombros-. Anoche no dormí mucho.
Claro que no había dormido. Ella, al menos, había dormido algo en el tren. Al pensarlo, se le encogió el corazón, pero consiguió que su voz sonara ecuánime. Sentía como si una corriente eléctrica le recorriera el cuerpo y no sabía qué hacer con ella.
Se refugió en las cosas prácticas, como ir hacia el aparador y servir la copa de brandy.
Tuvo que hacer un esfuerzo para dársela a Jonas sin acercarse demasiado. Luego retrocedió hasta dar contra el aparador.
– No voy a morderte, ¿sabes? -dijo él bromeando, y ella sonrió.
– Ya lo sé, pero me gusta este sitio -señaló hacia un sillón-. Siéntate y cuéntamelo todo.
Él se sentó sin dejar de mirarla.
– Pareces un gnomo de jardín de color azul pálido. No te pareces nada a un médico.
Ella se quedó pensativa. Miró su chándal azul y sonrió. -Umm. ¿No te parezco bien en mi versión nocturna?
¿Quieres pasar a mi consulta mientras me pongo una bata blanca?
Él se rió.
– Eso es un poco retorcido, doctora Mainwaring. Creo que lo dejaremos como está. De hecho, creo que me gusta más tu aspecto de gnomo.
Ella volvió a sonreír y se hizo un silencio. Las cosas se habían tranquilizado entre ellos. O casi. Em todavía pensaba que estaba demasiado cerca de él. A sólo tres pasos.
– Háblame de Anna -dijo y esperó.
Él la miró extrañamente, como diciendo que no creía que estuviera interesada. No estaba acostumbrado a que un médico se interesara así por sus pacientes, y menos aún a que lo hiciera también a nivel personal.
– Todo ha ido tan bien como cabía esperar -le dijo.
– ¿Qué quieres decir?
– Era un tumor pequeño como vimos en la radiografía. Menos de un centímetro. Estaba circunscrito en el tejido blando debajo del pecho y no parece que se haya extendido. Han extirpado tejidos alrededor, pero no parece que haya dispersión. No tuvieron que tocar el pezón, así que quedará con un pecho ligeramente más pequeño que el otro. Si el análisis muestra que los tejidos circundantes no tienen nada, Anna no necesitará una prótesis.
– ¡Eso es estupendo! ¿Y los ganglios?
– Los han examinado todos y parece que están bien -Jonas miró el fondo de su copa como para ver el futuro-. Uno de los ganglios estaba ligeramente hinchado, pero tenemos que esperar hasta mañana para saber los resultados de patología.
– Oh, Jonas…
– Es una espera interminable.
– Más para Anna que para ti -pero aun así iba a ser dura para él, y ella no pudo resistirlo más. Se acercó a él y le pasó las manos por detrás del cuello. Lentamente, comenzó a darle un masaje que le alivió la tensión.
El suspiró al sentir los dedos de ella, pero aún estaba pensando en Anna.
– Ya sabes… aunque se haya extendido a los ganglios, en la etapa dos, la prognosis es positiva.
– Sí, ya lo sé -movió la cabeza-. Había alguien más allí -dijo despacio, y Em pensó que estaba muy cansado y que la conversación le suponía un gran esfuerzo.
– ¿Quieres decir que alguien más esperaba para saber cómo estaba Anna?
– Sí. Sentado allí como yo, esperando a que saliera del quirófano.
Em arqueó las cejas.
– ¿Era Kevin? -Em creía que el compañero de Anna había desaparecido hacía tiempo.
– Ni por asomo. Si hubiera sido él, creo que lo habría estrangulado con mis propias manos. Se llama Jim Bainbridge. Un tipo muy grande, de unos treinta y pico años.
– Conozco a Jim -Em seguía con el masaje y notaba cómo los músculos de Jonas se relajaban-. Jim es el jefe local de bomberos. Es un buen hombre, pero muy tímido. Es el vecino más cercano de Anna. Tienen la misma valla trasera.
– Mmm…
– ¿Crees que la aprecia? -preguntó ella.
– Creo que parecía casi tan preocupado como yo. Desde luego que le importa.
– Bueno… No es ni un perdedor ni un alcohólico -dijo Em con dulzura, tratando de anticiparse a los temores de Jonas-. Es cariñoso, tiene un trabajo estable y, que yo sepa, es de los que toman una sola cerveza después de un incendio importante.
– Eso sería un gran cambio -Jonas volvió a suspirar-. Pero haría falta un gran hombre para aceptar a Anna, con tres niños y cáncer de mama.
Em dejó de masajear.
– ¿Piensas que a Anna no le queda nada que ofrecer? ¿Sólo porque ha perdido un pedacito de su pecho?
– No quería decir eso. Claro que no -esbozó una sonrisa y agarró las manos de Em-. Solamente quería decir que tres niños son muchos y que ella tiene mucho miedo.
– Igual que tú.
– Yo no tengo miedo.
– ¿A las relaciones? -Em se soltó y volvió a masajear-. ¿De necesitar a la gente? No me tomes el pelo, Jonas Lunn.
Silencio.
– No lo tengo, ¿sabes? -dijo Jonas como si se le acabara de ocurrir.
– ¿Miedo a las relaciones?
– Eso es.
– Así que estás deseando enamorarte, ahora mismo.
– Podría sentir la tentación -su tono era cálido y ella se contuvo-. Por ejemplo, si me dijeras ahora mismo que te acostarías conmigo.
– Sacarías tu caja de preservativos más rápido de lo que yo tardara en decir «anillo de matrimonio» -dijo ella cortante y con un deje amargo en la voz-. Eso estaría bien, pero no va a ocurrir. Ninguno de los dos va a hablar de la cama, tú no vas a mencionar los preservativos, ni yo el anillo de matrimonio. Porque eso no es lo que queremos ninguno de los dos.
– No es necesario que tomes cama, preservativos y anillo de matrimonio como un lote completo -dijo él con cautela-. Pueden ir por separado.
– ¿Cómo? ¿Irme a la cama contigo sin un preservativo? -Em arqueó las cejas fingiendo indignación. Continuó masajeando-. Muchas gracias. Ya tenemos cuatro niños. ¿Estás diciendo que hagamos el quinto?
– Me refería a lo del matrimonio -le dijo. Le quitó las manos del cuello y se volvió cara a ella mirándola muy serio. Puso las manos sobre los hombros de ella obligándola a mirarlo-. ¡Basta! Em, tienes que saber que me gustaría hacerte el amor. Me gustaría mucho, mucho.
Ella también deseaba hacer el amor con Jonas más que cualquier otra cosa en el mundo. Deseaba que él la rodeara con sus fuertes brazos, la estrechara contra su pecho, la llevara en brazos hasta la cama y le hiciera creer…
Le hiciera creer durante unos pocos minutos llenos de magia que era joven y deseable y que era libre de escoger lo que quisiera en la vida.
Pero eso sería una locura, porque al final, cuando Anna ya no lo necesitara, él se alejaría sin mirar atrás.
Las palabras siguientes que Jonas pronunció confirmaron los temores de Em.
– Em, no hace falta que pongas cara de que te están pidiendo que te comprometas de por vida -dijo él-. Por todos los santos, ¿cuántos años tienes?
– Veintinueve
– Y yo treinta y tres. Tenemos edad suficiente para saber que podemos disfrutar del placer cuando tenemos la ocasión.
– Y alejarnos después. -Eso es.
– Sólo que no es así como funciona -contradijo ella con tristeza-. Como me pasa a mí con Robby.
– No te entiendo.
– Yo creía que podía querer a Robby durante un tiempo limitado. Así que me dejé encariñar con él. Y ahora lo tengo crudo. Porque, si Robby me necesita, yo lo necesito más a él. Lo quiero, Jonas. En eso consiste el amor. En necesitar y que lo necesiten a uno. Así que aquí está, durmiendo en la cuna al lado de mi cama. Y cuanto más tiempo esté, más me destrozará el corazón cuando se vaya.
– No sabía que esos eran tus sentimientos -hizo una mueca-. ¿Dónde está tu objetividad profesional, doctora Mainwaring?
– No la tengo -Em respiró hondo y se apartó de él.Tú parece que la tienes a espuertas, pero yo no. Y no es justo, porque para ti no supone ningún problema.
– No sé a qué te refieres.
– Tú podrás tener una esposa y una familia cuando lo desees -él arqueó las cejas.
– No lo deseo.
– Exactamente -Em metió las manos en los bolsillos de su chándal y lo miró desafiante-. Pero yo sí lo deseo. Siempre lo he deseado. Tener una familia sería maravilloso. Pero también quiero seguir siendo el médico de Bay Beach. Las dos cosas son imposibles a la vez.
– Podrías casarte con alguien de aquí y adoptar a Robby.
– ¿Ah sí? -ironizó ella-. ¿Cómo podría conseguirlo? ¿Qué hombre iba a aceptarme sabiendo que estoy de guardia veinticuatro horas al día, siete días por semana? Puede que tú encuentres una esposa que acepte vivir contigo en esas condiciones, pero el papel de la mujer no ha cambiado tanto como para que yo pudiera encontrar un marido que lo aceptara. No tengo la más mínima posibilidad de entablar una relación duradera.
– ,¿ Tan mal están las cosas?
– Sí, lo están -dijo en tono cortante-. Esta ciudad es suficientemente grande como para dos médicos y no hay suficientes facultativos en las ciudades vecinas. Así que yo soy todo lo que hay. Trabajo en exceso. Me gusta lo que hago, pero no me permite tiempo para nada más.
– ¿Ni siquiera para Robby?
Ella inclinó la cabeza.
– No hay nada en el mundo que desee más que adoptar a Robby -le dijo-. Me he encariñado mucho con él, lo quiero muchísimo. Pero ¿qué clase de madre iba a ser?
– Creo que serías una madre estupenda.
– Sí. En casa durante treinta minutos cada día, y eso dependiendo de las necesidades de mis pacientes -su falta de comprensión la estaba sacando de sus casillas-. A Robby lo criaría una niñera. ¿Tal vez Amy? Hasta que encontrara un trabajo mejor. ¡No! Saldrá ganando si lo adopta alguien que pueda quererlo todo el tiempo, que pueda ser una verdadera madre para él.
– Pero su tía no quiere ni oír hablar de la adopción.
– Tarde o temprano acabará aceptando la idea. No tiene más remedio.
– Y mientras, tú seguirás destrozándote el corazón.
– No me lo estaría destrozando si tú no te hubieras ofrecido a que lo cuidemos
– Lo siento, Em -le dijo él con dulzura-. No me di cuenta. Pero, si no lo hubiera hecho, ahora estaría en Sydney y tú estarías sufriendo por él.
– Sí, pero… -sintió que las lágrimas se le agolpaban en los ojos-. Tú no tenías que saberlo.
– Pero ahora lo sé -afirmó Jonas.
– Ya no se puede hacer nada.
– Excepto aceptarlo. Tenemos que vivir con este dichoso arreglo. Tú, yo y nuestros cuatro niños.
– ¿Y alejarnos cuando todo termine? -la voz de Em estaba llena de desesperanza.
– Sí, pero con unos recuerdos maravillosos -la agarró por los hombros y la miró a los ojos. La sujetaba con firmeza, como un hombre que reclama lo suyo-. Unos recuerdos maravillosos. Em, ambos sabemos que esto es transitorio. Yo tengo un mundo al que debo regresar cuando Anna esté recuperada, pero entretanto, podemos estar bien. Podemos hacer que los niños disfruten, y…
– ¿Y? -preguntó ella, aunque sabía lo que iba a decir.
– Em, yo pienso que eres una mujer muy especial. Es cierto que no soy hombre de echar raíces, ni nunca lo seré, pero eso no me impide entablar una relación si la dama es lo bastante especial. Y, de veras, me gustaría mucho acostarme contigo.
Ella hizo una mueca.
– Supongo que debería sentirme halagada.
– No, porque tú deseas lo mismo, lo puedo adivinar.
– ¡No!
– ¡Venga, dilo!.-la instó con una mirada burlona-. Di que no lo deseas.
– No lo deseo.
– Embustera -la estrechó más fuerte y, de pronto, sintieron que estaban unidos por algo que cada vez era más fuerte. «Será por el silencio», pensó Em, desesperada. «Será por el cálido ambiente del antiguo caserón, por saber que hay cuatro niños a nuestro cuidado…».
La escena emanaba tanta dulzura que Em sintió ganas de llorar. Cuanto más miraba a ese hombre, más imposible le resultaba apartarse de él.
– Em… -los ojos de Jonas buscaron los de ella, anhelando una respuesta que ella no tenía fuerzas para dar.
Em pensó que debería zafarse de él y alejarse para encerrarse en su habitación.
Pero no lograba hacerlo. El lazo que los unía era demasiado fuerte.
Él la soltó de los hombros, le acarició el pálido cuello con los pulgares y, con suavidad, le acercó la cara hacia la suya.
Hubo un largo y elocuente silencio que dejó dichas muchas cosas que no podían decirse con palabras y que los unió de manera difícil de desunir.
Se miraron fijamente, confundidos, inseguros, sin saber lo que sucedería en el futuro, pero conscientes del presente. Se tenían el uno al otro.
Él la besó.
Para Em no era el primer beso. Claro que no. Tenía veintinueve años, había llevado una vida normal y divertida como estudiante de medicina y, desde que estaba en Bay Beach, varios hombres la habían cortejado. No deseaban compartirla con la carga de trabajo que ella llevaba, pero sí la deseaban a ella.
Por lo tanto, la habían besado.
¡Pero nunca de esa forma!
Nunca había imaginado que un beso así fuera posible. «Como la unión de dos mitades», pensó ella al sentir que el calor de la boca de Jonas le inundaba todo el cuerpo, calentándoselo desde la cabeza hasta los pies.
Era una sensación indescriptible, que nunca había imaginado que pudiera sentir.
Los labios de él acaparaban los suyos. Sus bocas estaban juntas, los brazos de Jonas la rodeaban aplastándole los pechos contra su torso. Y ella se derretía contra él como si hubiera encontrado su hogar.
Un hombre y una mujer juntos y unidos como si fueran un único ser.
La dulzura del encuentro no podía describirse. Em estaba sobrecogida por la sensación de que había encontrado su lugar en el mundo. Su hombre.
Sólo que no era su hombre. Era Jonas Lunn, cirujano de la capital, y en pocas semanas se alejaría de ella para siempre. La amaría y la abandonaría, y ella tendría que proseguir, sin él, su aburrida vida.
Tendría que dejar su trenza sin deshacer. Por eso se apartó de golpe cuando notó que él intentaba deshacer el nudo de su trenza para liberarle los cabellos.
– ¡No!
– Sí -contradijo él con mirada burlona-. Lo estás deseando, doctora Mainwaring. Lo sabes. Lo deseas tanto como yo.
– Puede que lo desee -dijo ella con sinceridad-. Pero puede que tenga suficiente buen juicio para saber a lo que puede llevar.
– Llevaría a que dos personas se consolaran entre sí.
Nada más.
– ¿Y luego, tú te alejarías?
– Sí -contestó él con franqueza-. Claro que lo haría.
Y la vida seguiría, pero enriquecida por nuestra unión. -No, Jonas. No lo haría -el tono de Em era tenso y vacuo-. Sería horrible. Como si yo perdiera a Robby. Me rompería el corazón.
– No se rompe el corazón por acostarse con alguien. -¿No? -lo miró fijamente. «¿Serían así de insensibles todos los hombres?»-. ¿Entonces cómo se rompe?
– Al menos no se rompe del todo -dijo él-. A mí no. -Tienes suerte.
– Em, esto no es la tercera guerra mundial. ¿Tienes que ponerte tan dramática?
– No me estoy poniendo dramática -lo que estaba era furiosa. ¿Qué era lo que había dicho Jonas?
«Eso no me impide entablar una relación si la dama es lo bastante especial».
¿A cuántas damas lo bastante especiales habría dejado? «No voy a ser una de ellas», decidió Em, y estaba tan enfadada que se zafó de él. Ya tenía bastante con preocuparse por Robby y por las necesidades médicas de Bay
Beach.
– Vete a la cama, Jonas -le dijo. -Embustera.
– Puede que sea embustera, pero miento por una buena causa -repuso cortante-. Por el contrario, tu forma de actuar causa estragos para todos. Empiezo a entender por qué Anna se contiene contigo. Eres independiente e indiferente y no te das en absoluto.
– Yo doy…
– Sí, das tu tiempo, tu dinero y tu trabajo. Pero tú no te entregas, Jonas. Y eso no es bastante. Quieres que te necesiten, pero no necesitas a nadie. Eso no es bastante para Anna, ni tampoco lo es para mí. ¡Buenas noches! Em se metió en su dormitorio y cerró de un portazo. ¿Cómo iba a poder dormir, después de eso?
Acostada en la cama, oyendo la suave respiración de Robby, lloró por lo que nunca podría tener.
Un bebé y un hombre. Un hombre y un bebé. Sus dos amores imposibles.
En el cuarto adyacente, Jonas hacía lo mismo. Estaba tumbado repasando todo lo que había pasado en las últimas veinticuatro horas.
Anna. Anna lo había apartado.
– No te necesito. No necesito a nadie -le había dicho cuando él le ofreció quedarse por la noche. Y Em…
– Das tu tiempo, tu dinero y tu trabajo. Pero tú no te entregas… ¿Qué debía hacer?
Se dijo que estaba intentando hacer lo correcto. Había ido allí porque Anna lo necesitaba, aunque ella creyera que no. Y Em… Ella también lo necesitaba, tanto emocional como profesionalmente.
¿Por qué no dejaban que diera lo que era capaz de dar?
Porque luego se alejaría. Era la verdad. Lo sabía y lo admitía abiertamente. Decir otra cosa sería deshonesto.
No le haría el amor a Em mintiéndole. No la necesitaba. Él no necesitaba a nadie. Pero deseaba tanto hacerle el amor, que le dolía. ¡Diablos!
Los niños se levantaron antes que él y su primera sensación al despertarse fue de opresión en el pecho, como si le hubiera pasado un camión por encima. Pero no. Sólo eran tres niños.
– Despiértate, tío Jonas. Hasta Bernard está despierto. Em está haciendo tostadas y le hemos preguntado cómo estaba mamá y nos ha dicho que te lo preguntáramos a ti. Por eso hemos venido a despertarte.
Las tres caritas que lo miraban reflejaban distintos grados de preocupación. Jonas abrazó a todos los niños a la vez, como si fuera el abrazo de un oso. Era una sensación extraña, pero entrañable.
Esos eran sus sobrinos. Nunca lo habían dejado estar tan cerca de ellos, pero, al parecer, no mostraban las mismas reservas hacia él que su made.
– Vuestra mamá ha salido bien de la operación -les dijo-. Si todo sigue bien, una ambulancia la trasladará al hospital de Bay Beach mañana y la podréis ver.
Eso ya estaba arreglado. Podían haberla trasladado antes, pero Anna quería estar sin los niños hasta que salieran los resultados de las pruebas, con el fin de acomodarse a todo lo que le había pasado. Y para prepararse para lo peor, si eso era lo que le esperaba.
«Por favor, que no sea lo peor», se dijo Jonas a la vez que se tranquilizaba pensando que no había motivo para temerlo.
Cáncer. ¿Cuál era ese dicho médico? Que se trataba de una palabra y no de una sentencia.
Volvió a centrarse en los niños.
– ¿Habéis dicho que Em está haciendo tostadas?
– Sí. Acaba de regresar. Tuvo que ir a ver a un granjero. Una vaca le pisó un pie y se lo aplastó -dijo Sam Cuando nos despertamos, una de las enfermeras estaba aquí y nos dijo que estuviéramos muy callados hasta que te despertaras. Pero cuando vino Em nos dijo que eras un perezoso y que podíamos venir a despertarte.
– ¿No es maravillosa? -exclamó Jonas con una mueca graciosa, y se destapó. Se sentía algo culpable por estar durmiendo mientras ella estaba fuera trabajando. Además, había organizado que una enfermera cuidara de los niños para que él pudiera seguir durmiendo.
Ella tenía el teléfono junto a su cama. El otro estaba en el pasillo, pero si ella lo contestaba al primer timbrazo, él no lo llegaba a oír.
Eso tenía que cambiar.
Los niños estaban pensando en el desayuno.
– Hay tres tipos de mermelada -informó Ruby-. Em tiene mermelada de fresa, de frambuesa y de naranja. A Bernard la que más le gusta es la de naranja, y Robby tiene toda la cara untada de mermelada de fresa.
– Pues vaya…
– Venga, tío Jonas.
– Esperad a que me vista.
– ¡Las tostadas ya están listas! -y sin darle un respiro, lo arrastraron en pijama hasta la cocina.
Al ver a Em, se quedó un poco desconcertado.
Ella estaba igual que el día anterior, pero tenía a Robby en brazos y se reía del desastre que el bebé había organizado. Bernard, por su parte, estaba levantado y resoplando para que le dieran más tostada. El caos que rodeaba a Em revestía la escena de un ambiente muy hogareño.
Él se podría recuperar. Con el tiempo.
Y con un poco de distancia.
Pero no iba a ser así. Em le traspasó a Robby, esperando que tomara el papel de padre.
– Necesito una toallita -le dijo Em-. Urgentemente. Toma al niño mientras busco una -lo miró de arriba abajo-. Por cierto, me encanta tu pijama.
Era de seda y estaba cubierto de ositos panda. El regalo de una amiga…
Estuvo a punto de sonrojarse.
Los niños también se estaban riendo.
– Yo no creía que los tíos llevaran ositos panda en el pijama -dijo Ruby muy seria, y Jonas la alzó con el brazo que tenía libre.
– No hay nada que este tío no pueda hacer -afirmó con grandilocuencia.
– ¿Cambiar pañales? -bromeó Em, y él hizo una mueca.
– Es un arte que necesita aprendizaje. Como cirujano, he aprendido a aplicar vendas de escayola pegajosas. Pero me harán falta años de práctica antes de graduarme en cambiar pañales.
– Además, tendrás que echarle un poco de valentía.
Em se estaba riendo de él y Jonas se puso tenso. Era tan…
Preciosa.
«Es preciosa», pensó mientras ella limpiaba a Robby con una toallita húmeda. Vestía vaqueros y una camiseta, tenía el pelo trenzado como de costumbre y no llevaba nada de maquillaje. ¡Y aún así, estaba tan preciosa…!
Él la deseaba tanto…
Pero ella no lo dejaba acercarse por temor a que la lastimara a largo plazo.
Era Em quien tenía que juzgar la situación, se dijo mientras se sentaba a desayunar, rodeado de niños y caos.
«De ninguna manera, Jonas Lunn. La dama no te quiere. Vas a complicarle la vida y lo último que deseas es complicarle la vida a nadie. ¿No es cierto?»