NOTA DEL AUTOR

El hombre de Viena completa el ciclo de tres novelas que tratan el tema inconcluso del Holocausto. Los saqueos de obras de arte cometidos por los nazis y la colaboración de los bancos suizos sirvieron de telón de fondo en La marca del asesino. El papel de la Iglesia católica en el Holocausto y el silencio del papa Pío XII inspiró El confesor.

El hombre de Viena, como las anteriores, está basada en una interpretación libre de hechos reales. Heinrich Gross fue efectivamente médico en la tristemente célebre clínica Spiegelgrund durante la guerra, y la descripción del poco entusiasta intento de juzgarlo en 2000 es absolutamente verídica. Aquel mismo año, Austria se vio sacudida por las acusaciones de que miembros de la policía y los servicios de seguridad estaban colaborando con Jörg Haider y su Partido de la Libertad, de tendencia ultraderechista, en la tarea de desacreditar a sus críticos y oponentes políticos.

Aktion 1005 era el nombre en clave real del programa nazi para ocultar las pruebas del Holocausto y destruir los restos de los millones de judíos muertos. El jefe de la operación, un austriaco llamado Paul Glovel, fue juzgado en Nuremberg por su participación en los asesinatos en masa cometidos por los Einsatzgruppen y condenado a muerte. Ejecutado en la prisión de Landsberg en junio de 1951, nunca fue interrogado a fondo sobre su papel en Aktion 1005.

El obispo Aloïs Hudal fue rector del Istituto Pontificio Santa Maria dell'Anima, y ayudó a centenares de criminales de guerra nazis, incluido Franz Stangl, el comandante de Treblinka. El Vaticano sostiene que el obispo Hudal actuaba sin la aprobación ni el conocimiento de la curia o de Pío XII.

Argentina, por supuesto, fue el destino final de miles de criminales de guerra prófugos de la justicia. Es posible que todavía hoy vivan allí unos cuantos. En 1994, un equipo de la ABC News descubrió a un antiguo oficial de las SS llamado Erich Priebke, que vivía abiertamente en Bariloche. Priebke se sentía tan seguro allí que no tuvo el menor reparo en admitir durante su entrevista con el periodista de la ABC Sam Donaldson su destacada participación en la matanza de las Fosas Ardeatinas en marzo de 1944. Priebke fue extraditado a Italia, juzgado y sentenciado a cadena perpetua, aunque se le permitió cumplir la condena en arresto domiciliario. Después de varios años de maniobras legales y apelaciones, la Iglesia católica permitió que Priebke viviera en un monasterio de las afueras de Roma.

Olga Lenguel, en su memorable historia de su supervivencia en Auschwitz, publicada en 1947, escribió: «Por supuesto, todos aquellos cuyas manos están directa o indirectamente manchadas con nuestra sangre deben pagar por sus crímenes. De lo contrario, sería un ultraje a millones de inocentes.» Su apasionada súplica por obtener justicia, sin embargo, pasó casi desapercibida. Sólo un reducido número de aquellos que habían llevado a cabo la Solución Final o habían colaborado fueron juzgados por sus crímenes. Decenas de miles encontraron refugio en países extranjeros, incluido Estados Unidos; otros sencillamente regresaron a sus casas y continuaron con sus vidas. Algunos encontraron trabajo en la red de espionaje patrocinada por la CIA y dirigida por el general Reinhard Gehlen. ¿Qué influencia tuvieron estos hombres en la política exterior norteamericana durante los primeros años de la guerra fría? Quizá nunca sepamos la respuesta.

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