AGRADECIMIENTOS

El hombre de Viena, como los libros anteriores de la serie de Gabriel Allon, no hubiese podido escribirse sin el apoyo, el conocimiento y la amistad de David Bull. David es uno de los mejores restauradores e historiadores de arte en el mundo, y nuestras conversaciones, por lo general mientras comíamos un plato de pasta hecho de prisa y corriendo y bebíamos una botella de vino tinto, han enriquecido mi vida.

En Viena me ayudaron unas personas muy valiosas que están trabajando para combatir el más reciente brote antisemita en Austria. Por desgracia, debido a la gravedad de la situación, no puedo mencionarlos por su nombre, aunque su espíritu y su coraje están presentes en las páginas de esta historia.

En Jerusalén realicé el recorrido de Gabriel por Yad Vashem acompañado por Dina Shefet, una historiadora del Holocausto que ha registrado los recuerdos de numerosos supervivientes. Para enseñarme cómo se buscan y se imprimen las Páginas de Testimonio guardadas en la Sala de Nombres, utilizó los datos de sus abuelos, que fueron asesinados en Treblinka en 1942. El personal de los archivos de Yad Vashem, especialmente Karin Dengler, no pudo ser más amable. Gabriel Motskin, decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad Hebrea de Jerusalén, y su esposa, historiadora del arte y conservadora, Emily Bilski, cuidaron de mí y ampliaron mis conocimientos sobre la sociedad israelí actual.

Un agradecimiento especial a los empleados de la biblioteca del Museo del Holocausto de Estados Unidos; Naomi Mazin, de la Liga Antidifamación en Nueva York; Moshe Fox, de la embajada israelí en Washington; y el doctor Ephraim Zuroff, un auténtico cazador de nazis del Centro Simon Wiesenthal, en Jerusalén, quien, a día de hoy, continúa buscando incansablemente que se haga justicia con las víctimas de la Shoah. No es necesario decir que todos los detalles correctos son suyos, y los errores y las licencias literarias mías.

Mi amigo Louis Toscano leyó el manuscrito y lo mejoró notablemente. Dorian Hastings, mi correctora, me evitó muchas vergüenzas. Eleanor Pelta, aunque no es consciente del todo, me ayudó a comprender mejor lo que significa ser un hijo de supervivientes. Marilyn Goldhammer, directora de la escuela religiosa del Templo Sinaí, en Washington, me enseñó a mí y a mis hijos la lección del Vaso Roso. San Raviv, autor de la sensacional historia del Mossad, Every Spy a Prince, y su esposa, Dori Phaff, fueron una fuente indispensable en todo lo israelí. El actor y animador Mike Burstyn me abrió muchas puertas, y su esposa, Cyona, me permitió tomar en préstamo la traducción hebrea de su precioso nombre.

Consulté centenares de libros, artículos y páginas web durante la preparación de este libro, demasiadas para mencionarlas todas, pero sería imperdonable si no mencionara Blowback, la notable obra de Christopher Simpson, que documenta los servicios prestados por los criminales de guerra nazis en la inteligencia norteamericana en los años inmediatamente posteriores a la segunda guerra mundial, y The Real Odessa, de Uki Goni, quien, casi solo, obligó a Argentina a analizar su pasado. Muchos supervivientes de Auschwitz-Birkenau tuvieron el coraje de dejar constancia de sus experiencias -en libros, vídeos o declaraciones entregadas al Yad Vashem y otras instituciones que recuerdan el Holocausto-, y las aproveché para inventarme el testimonio de Irene Allon. Dos trabajos me fueron especialmente útiles: Five Chimneys, de Olga Lengyel, y Rena’s Promise, de Rena Kornreich Gelissen. Ambos relatan los horrores de Birkenau y de la Marcha de la Muerte.

Nada de todo esto hubiese sido posible sin la amistad y el apoyo de mi agente literario, Esther Newberg, de International Creative Management. También mi agradecimiento al notable equipo de Penguin Putnam: Carole Baron, Daniel Harvey, Marilyn Ducksworth y, especialmente, a mi editor, Neil Nyren, quien me ayudó a convertir unas cuantas ideas dispersas en una novela.

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