Libro segundo

El odio tarda mucho tiempo

en arraigar y el mío

ha ido creciendo desde que nací;

no por la salvaje tierra…

Creo

que este odio es por mi propia especie.

R. S. Thomas, 1913-2000

Those Others


Capítulo 10

1980

El casino no estaba demasiado lleno y Danny Boy escudriñó con la mirada los pocos clientes que quedaban. Sonrió y saludó a los clientes habituales y miró con su acostumbrado desprecio a los restantes. Sabía a quién debía tener de su lado y a quién ignorar, ya que eso se había convertido en parte de su rutina. La gente, además, esperaba eso de él, pues se había forjado una reputación. Era amistoso, aunque no empalagoso, con cualquiera que se hiciera respetar y tuviera contactos. Los trataba como si fuesen sus ¡guales y no le importaba soltarles una reprimenda cada vez que creía que se habían pasado de la raya. Los demás estaban muy por debajo de él y, por tanto, no merecían ni la más mínima consideración.

A los veinticinco años se había convertido en un hombre robusto de anchos hombros al que le sentaban muy bien los trajes caros. Tenía el pelo corto y peinado como los chicos de escuela, además de mantenerse en buena forma. Tenía la constitución de un boxeador y la agilidad de un hombre menos corpulento. Aún conservaba su aspecto juvenil, sólo que ahora le habían aparecido algunas arrugas en la frente. Tenía el aspecto de un hombre duro, hasta cuando reía o bromeaba con la gente. Había algo en él que inspiraba miedo a todas las personas con las que se relacionaba. Cuando explotaba, cosa que sucedía con frecuencia, había que verlo. Sus fuertes músculos se tensaban por la cólera y cobraba el aspecto de lo que era en realidad: un tipo de mucho cuidado, un lunático dispuesto a conseguir lo que se proponía. Siempre y cuando no lo arrestaran, no había duda de que iba camino de convertirse en uno de los más poderosos.

Mientras cruzaba el vestíbulo, miró a todos los rincones y, cuando se aseguró de que todo estaba en orden, se dirigió a su pequeña oficina en la parte de atrás para tomarse un descanso.

Era la madrugada del domingo y todavía le quedaban algunos asuntos que resolver. Entró en el pequeño aseo que estaba oculto por una cortina de terciopelo gruesa y, quitándose la chaqueta, abrió el grifo a tope. Mientras el agua se enfriaba, se remangó la camisa y se remojó la cara y la nuca. El agua estaba tan fría que le hizo temblar y luego se secó con una toalla áspera, frotándose fuerte para calentarse la piel. Era algo que hacía con cierta frecuencia, siempre que estaba cansado, ya que dedicaba muchas horas a sus diferentes asuntos. Sin embargo, eso le agradaba; le agradaba estar ocupado y parecer que lo estaba. Era otra forma de ganarse la vida. Oyó que Michael entraba en su oficina y salió a saludarlo.

Danny tenía su acostumbrada sonrisa en la cara y Michael se sorprendió, como siempre, de su buen aspecto, teniendo en cuenta lo cansado que debía de estar.

– ¿Lo has conseguido?

Michael asintió y sirvió una copa para los dos mientras Danny se arreglaba. Mientras se ponía la chaqueta, preguntó:

– ¿Cómo está tu madre?

Michael sacó un paquete del bolsillo y lo colocó encima de la mesa.

– Aún vive, aunque ni los puñeteros médicos se lo explican. Pero no creo que dure mucho. He puesto los otros dieciocho paquetes en el lugar de costumbre.

Michael se bebió el whisky de un sorbo. Aunque su madre había sido una verdadera pesadilla, seguía siendo su madre. Lo que le molestaba era la vergüenza que tenía que pasar, ya que todo el mundo sabía que estaba en el hospital. Le daban ataques de delirium trémens y gritaba y maldecía mientras su cuerpo se retorcía de dolor por la falta de alcohol.

– Está más amarilla que una margarita, pero aún sigue pidiendo que le den una copa.

Danny se quedó callado durante unos instantes. No sabía qué decirle a su amigo en un momento como ése.

– ¿Y cómo lo lleva Mary?

Michael se encogió de hombros.

– No lo sé. Apareció cuando me marchaba. Kenny la acercó, pero no se paró.

Se le notaba en la voz la rabia contenida, la rabia que le provocaba que su hermana estuviera acostándose con Kenny Douglas. Tenía veinticinco años más que ella y no era precisamente de fiar. De hecho, era un chulo, un chulo vicioso al que le gustaba intimidar a las mujeres. Así se ganaba la vida, intimidando y utilizando a los jóvenes que trataban de abrirse camino. No resultaba extraño que jamás se le hubiera visto en comisaría; él sólo utilizaba las amenazas y la intimidación, pero se valía de los jóvenes para que hicieran el trabajo sucio. A ellos parecía no importarles lo que les pudiera caer encima con tal de que se supiera que formaban parte de su banda, ya que eso les garantizaba cierto respeto. Kenny, además, se aseguraba de que a sus familias no les faltase de nada; por eso, a los ojos de todos, parecía un hombre benevolente cuando era un simple manipulador. Ahora estaba manipulando a la hermana de Michael y eso, a éste, lo roía por dentro. Sin embargo, como era un capo con muchos contactos, además de compañero de escuela de Lawrence Mangan, no le quedaba más remedio que callarse y mostrarle respeto.

– Ese tío es un gilipollas.

Danny no respondió. Se limitó a coger el paquete y, sosteniéndolo en la mano, le quitó parte de la envoltura de plástico y le dio un mordisco en la esquina. A los pocos segundos tenía los labios adormecidos y había conseguido relajarse un poco. Era de muy buena calidad y la soltaría de momento. A eso se dedicaban ahora: a las drogas de diseño, a los clubes y al juego. Esas tres cosas les habían permitido abrir el casino y comprar un par de pubs. Trataban de no llamar demasiado la atención, pero los que estaban metidos en el meollo les observaban con interés, tal como esperaba Danny. Ya había algunos que se les habían acercado para pedirles que hicieran algunos trabajillos al margen de Lawrence y todo se debía a que no les faltaba nunca ese polvo blanco. Tenían los contactos necesarios y la capacidad para ser los únicos que lo suministrasen. Nadie podía venderlo sin su permiso y se habían asegurado de que todo el mundo lo supiese. A cualquiera que pretendiera hacerse rico negociando con drogas se lo convencía de que lo dejara con el palo de un hacha o una cadena. El castigo se aplicaba con severidad y prontitud, tal como debía ser procediendo de Danny. Ahora se habían quedado con prácticamente todo el negocio y estaban ganando dinero de verdad. Ese polvo les proporcionaría todo el que necesitaran. Unas pocas semanas más y saldrían a la luz, cosa que harían de forma violenta y tan explosiva que los catapultaría a la estratosfera del mundo criminal. Danny esperaba con ansiedad que llegase ese día.


Mary miró a esa piltrafa de mujer que una vez había sido su madre y trató de contener su impaciencia. Lo único que deseaba es que se muriese y los dejase en paz de una vez por todas. Sin embargo, allí estaba, balbuceando, y su cuerpo, que un día había rebosado vitalidad y energía, era un esqueleto con piel colgando de los huesos. Parecía tan frágil que hasta su pelo, del que presumía en su época gloriosa, se había vuelto pajizo. Ahora estaba debilitado, quebradizo y de un color apenas discernible. La bebida era algo terrible cuando se metía en el alma de las personas. La bebida había convertido a su madre en esa caricatura de mujer y no había sido nada agradable verlo. Ella había sido causa de mucho dolor y sufrimiento en su vida y ponía difícil a sus hijos, como de costumbre, hasta el hecho de morirse.

Mary vio a Michael junto a la puerta y sonrió. Tenía un aspecto espantoso; sabía que la muerte de su madre le afectaría mucho. A pesar de todo, seguía queriéndola, igual que ella, a su manera. Sin embargo, ahora deseaba que se muriese, así enterrarían su cuerpo y seguirían con su vida. Vio su reflejo en el cristal de la ventana. Tenía una buena figura y lo sabía. Pensar que su madre, en su día, se parecía a ella le resultaba increíble. De hecho, viéndola ahora, resultaba casi increíble pensar que alguna vez había sido un ser humano. Durante toda su vida esa mujer le había repetido insistentemente que lo único que una mujer posee es su aspecto y ahora se daba cuenta de que no le faltaba razón. Ahora ya era una mujer y había visto con sus propios ojos qué le sucede a una chica que no dispone de los medios necesarios para cuidar de sí misma. Ella estaba precisamente con Kenny porque le proporcionaba el estilo de vida que siempre había anhelado y, de alguna manera, lamentaba que su madre no viviera y pudiera beneficiarse de eso.

Salió de la habitación y se acercó hasta donde se encontraba su hermano.

– ¿Te encuentras bien?

Michael asintió.

– ¿Cómo está Gordon?

Mary suspiró.

– Bueno, ya lo conoces. Viene, se queda unos minutos y desaparece. No soporta verla así.

Michael se pasó la mano por la cara. Estaba sudando de nuevo, la ansiedad lo estaba dominando y, al igual que sus hermanos, deseaba que su madre abandonase de una vez este mundo y los dejase continuar con sus vidas. Resultaba deprimente verla cada vez más débil, sabiendo que no se podía hacer nada para ayudarla y aliviar su sufrimiento.

– Vete a tomar un café. Yo me quedo con ella -dijo Michael.

Mary lo vio entrar en la habitación. Luego, dirigiéndose al ascensor, sacó los cigarrillos y el encendedor del bolsillo. Salió a la intemperie para fumar, a pesar del frío; cualquier cosa era preferible a verla sufrir.

Michael miró a su madre, se sentó a su lado y le sostuvo la mano. Ella abrió los ojos y le sonrió; el olor rancio de su aliento invadía la habitación. Estaba lúcida y sus ojos habían perdido el aspecto infantil de los días anteriores. Estaba despierta y pendiente, con su mirada fría y calculadora de siempre.

– Mikey, Mikey, por favor, tráeme algo de beber, aunque sólo sea para quitarme el frío, ¿de acuerdo?

Se lo estaba rogando, como había hecho infinidad de veces. Era tan manipuladora que aun a las puertas de la muerte utilizaba su muy considerable talento para aprovecharse de su culpabilidad. Postrada sobre las almohadas, casi sentada por sus dificultades para respirar, parecía vieja y acabada, y tan sólo sus ojos tenían algo de vida. Y ellos le imploraban lo único que de verdad había querido en su vida.

– No puedo dar este paso yo sola. Necesito un trago que me ayude. Por favor, hijo, una última copa y me iré de este mundo contenta.

Intentaba incorporarse y sentarse más erguida para dar más énfasis a lo que estaba diciendo. Llevaba días pidiéndole que le trajese una botella y ahora él había decidido darle el gusto. Sacó del bolsillo de la chaqueta una pequeña botella de Black & White y la levantó para que viese lo que le había traído. Mientras le servía el bendito líquido amarillento en un vaso de plástico, decía:

– Eres un buen muchacho, Michael, un buen hijo. Ya sabía yo que no me defraudarías.

Sostenía el vaso en sus labios cuando oyó que alguien entraba en la habitación. Era el párroco de la iglesia, el padre Galvin, un hombre grande y barbudo que también tenía fama por su afición a la bebida.

– ¿Le estás dando el agua bendita? Es muy cristiano de tu parte, hijo. Así se irá de este mundo más contenta.

El padre iba a darle la extremaunción y Michael observó cómo abría su maletín. Olió las hierbas y ungüentos que presagiaban la muerte de su madre, mezclados con el denso olor del whisky y pensó que era la forma más adecuada de poner fin a sus sufrimientos. Como había dicho el padre, era lo único que deseaba en ese momento y él estaba dispuesto a proporcionárselo: su último acto de generosidad para con ella. Mary regresó a la habitación y sonrió al ver que él le volvía a llenar el vaso. Su madre chupaba el vaso como un recién nacido un biberón, haciendo un ruido que se oía en toda la habitación.

Dos horas después cayó en un profundo sueño y sus hijos pensaron que ya no despertaría, pero lo hizo. Abrió los ojos y, con tristeza, dijo:

– No echéis a perder vuestra vida como lo he hecho yo y cuidad los unos de los otros.

Luego se fue.

Ni Michael ni Mary estaban preparados para la pena tan enorme que iba a producirles su muerte.

El sacerdote la bendijo por última vez y, sirviéndose lo que quedaba de whisky en un vaso mugriento de madera, exclamó:

– El fin de una era.

Luego levantó el vaso y, haciendo un brindis, añadió:

– Por una buena mujer que no pudo acabar con sus demonios por mucho que lo intentó. Ahora ya está en brazos del Señor.

Aquellas palabras le llegaron muy hondo a Mary, que terminó por derrumbarse y empezó a derramar las lágrimas contenidas durante toda su vida. Fuese la madre que fuese, era la única que habían tenido y la única que habían conocido. Ahora estaba muerta y ellos no sabían cómo reaccionar ante un hecho que habían deseado durante la mayor parte de su vida. Las enfermeras entraron y, con sumo tacto, ignoraron la botella de whisky vacía. Aunque sabían que aquello podría haber acelerado su muerte, se ocuparon de la difunta, exclamando en varias ocasiones que ahora que se habían relajado sus facciones, se parecía enormemente a su hija.

Louie estaba sentado con Lawrence Mangan disfrutando de uno de sus grandes puros. El intenso humo azulado se deshacía en volutas alrededor de su cabeza y aspiraba su agradable aroma. Eran verdaderos habanos de Cuba, cuya venta estaba prohibida en el país y, por tanto, un buen producto para vender en el mercado negro.

Mientras saboreaban el brandy, Louie esperó pacientemente a que Lawrence contase lo que tenía que contarle. Sabía de sobra que se trataba de Danny y Michael porque había sacado a relucir ese tema en muchas ocasiones en los últimos meses. Hasta la fecha, él jamás había hecho ningún comentario al respecto, ni perjudicial ni de ningún otro estilo, sino que se había limitado a escuchar y dejar que Lawrence se desahogara a sus anchas. Sin embargo, también había escuchado a otras muchas personas que le rodeaban, por eso sabía perfectamente a qué se debía tanto lamento. Resultaba decepcionante viniendo de un hombre como él, ya que no se conseguía llegar hasta donde había llegado sin dedicarse a unos trapicheos de los que más valía no hablar, pero lo que resultaba más chocante era que se quejara de quien le estaba proporcionando más ganancias. Lo que de verdad le molestaba era que Danny y Michael también se ganaran un dinero por su cuenta, algo lógico por otra parte, ya que eran sangre nueva y necesitaban abrirse camino. Era algo natural en su mundo, justo lo que se esperaba de ellos. Mientras él tuviera lo suyo, debería estar contento, además de conservar en nómina a dos ganadores.

Lawrence, sin embargo, no lo veía de la misma forma. Había algo en su carácter que le hacía sentir manía y celos por cualquiera a quien le fuesen las cosas mejor que a él. Celos de cualquiera que tuviese una buena idea, de cualquiera que ganase un dinero que él consideraba suyo. La envidia no es un pecado mortal, pero ha causado más guerras que ningún otro.

– El muy cabrón ni siquiera se presentó a la hora acordada. Te lo advierto, Louie: o trabajan para mí o trabajan por su cuenta; para mí no hay términos medios.

Louie se encogió de hombros, como si su forma de comportarse fuese la propia de gente joven e inquieta. Su actitud molestó a Mangan que, enfadado, dejó la bebida y apagó el cigarro en el cenicero.

– El otro día me llamó por teléfono el chulo de Boris para pedirme que les transmitiera un mensaje. Y me lo pide a mí, como si yo me dedicase a recoger mensajes para los que trabajan para mí. ¿Qué pasa? ¿Acaso me toman por un gilipollas?

Louie suspiró. No estaba disfrutando del habano por culpa de esa menudencia; deseaba relajarse y gozar del placer que le proporcionaba fumarse uno de sus puros. Antes de hablar, dejó el habano con mucho cuidado en el cenicero.

– ¿Y por qué te molesta transmitir un mensaje? Mirándolo bien, es casi una obligación. Yo transmito mensajes todo el tiempo, a ti incluido. A eso se le llama compañerismo, algo lógico entre personas normales. Nosotros organizamos nuestra vida a través de mensajes, ya sean codificados o de otra manera. Los usamos para hacer negocios, para acordar una cita o para que la pasma no se entere. Un mensaje es simplemente eso, un mensaje, así que no entiendo por qué le das tantas vueltas.

Jamás, en todos sus años de amistad, Louie le había hablado de esa forma a Lawrence Mangan. De hecho, le resultó tan chocante que se quedó mudo, como si tuviera que asimilar lo que Louie acababa de decirle.

Al parecer, lo que se rumoreaba era cierto y los muchachos estaban planeando algo, por lo que le habían pedido a Louie que se decidiera por uno de los bandos. AJ parecer, había elegido el de ellos. Louie miró las diferentes expresiones que pasaban por la cara de su amigo y suspiró; sabía perfectamente qué estaba pensando y lo lamentaba. Lawrence jamás había aprendido el arte de compartir, ése era uno de sus mayores errores. Todo el mundo sabía que había quitado de en medio a mucha gente, ya que resultaba extraño que muchos de sus colegas fuesen arrestados y él siempre saliera ileso. Sin embargo, nadie había podido demostrar nada y, en más de una ocasión, hasta le habían concedido el beneficio de la duda. Ahora las cosas habían cambiado y la gente empezaba a hablarle como si fuese un chivato y no un capo. Louie sabía que esa forma de actuar era muy propia de Danny Boy Cadogan y sabía que estaba creando ese bulo con el fin de justificar lo que tenía pensado hacerle en un futuro cercano. Danny Boy era como un jodido perro policía y olía los trapicheos igual que ellos huelen el cannabis, con la mayor alegría y el mínimo esfuerzo, pero que, cuando lo encuentran, arman la de Dios.

También tenía la facultad de oler la traición, algo que le repugnaba. Es posible que aún fuese un poco joven, pero había aprendido en la vieja escuela y conocía los códigos más antiguos, por eso llegaría muy lejos en ese mundo. Había llegado el momento de abrirse camino por sí solo, ¿Por qué Lawrence no se lo permitía y se alegraba por él? ¿Por qué le fastidiaba tanto que el muchacho se estuviese haciendo notar y ganándose un buen dinero?

Louie, muy a su pesar, había intentado salvar la situación, aunque sabía que tratándose de Lawrence era una pérdida de tiempo. Los buenos tiempos de Lawrence ya habían pasado y todo el mundo lo sabía, salvo él. De no ser así, Boris no le hubiera dejado un mensaje, no le hubiera tratado como a un recadero cualquiera. De hecho, últimamente corrían muchos rumores sobre la actitud de Lawrence y su ambición, ya que no permitía que nadie se buscase la vida por su cuenta si podía evitarlo.

Lawrence aún le miraba con franca sorpresa.

– Louie, ¿qué coño pasa contigo?

Estaba realmente dolido y se le notaba en la voz, la cual, por cierto, había subido algunas octavas.


Michael estaba sentado en casa de la madre de Danny, escuchando a Elvis Costello a través de las delgadas paredes de la cocina. Cantaba sobre vigilar a los detectives y, al parecer, al vecino le encantaba porque la había subido a todo volumen. El vecino estaba pidiendo a gritos que lo matasen, porque seguro que a Danny no le iba a gustar nada que tuviese la música tan alta.

Mientras Michael miraba la limpia y ordenada cocina no pudo evitar compararla con el agujero de mala muerte donde se había criado. Su madre casi nunca le había cambiado las sábanas y los fregaderos siempre estaban rebosando de trastos. Ellos habían crecido en un ambiente enrarecido por el olor de sus propios cuerpos, por los continuos dramas y por los problemas con la bebida de su madre, que había afectado especialmente a Mary y a Gordon. Durante los últimos años de su vida, él se había encargado de que alguien viniera a limpiar y su madre se había sentido entusiasmada con la idea. Mientras miraba lo limpia que estaba la mesa y el fregadero de la señora Cadogan se le volvió a hacer un nudo en la garganta pensando en su madre y en lo que debería haber sido. El había hecho lo posible, pero no era lo mismo que tener cerca a alguien que sabe cómo debe comportarse un padre.

Todos estaban en la cama, salvo el padre de Danny, que estaba viendo la televisión en la salita. Como de costumbre, estaba borracho, y Michael pensó en la dependencia del alcohol de todos los que lo rodeaban. Era como un cáncer que acababa con todo el que se le ponía por delante.

Mientras se bebía el café, oyó los pasos de Danny Boy en las escaleras de cemento. Encendió un cigarrillo y esperó a que el globo explotara. No se equivocó.

Jamie Barker era un muchacho de constitución ligera al que le encantaba el cannabis. Tenía una sonrisa permanente en el rostro, resultado de una pelea que había tenido en Borstal y durante la cual le habían abierto la boca con un cuchillo. La cicatriz que le había dejado le daba un aspecto sumamente amistoso o terrorífico, dependiendo de la hora del día. Ahora vivía con su tía materna, Jackie Bendix, en el piso de al lado de los Cadogan. Al ver que estaba solo en casa, había fumado hasta la saciedad y había puesto la radio a todo volumen sin tener en consideración a los demás.

Cuando oyó que golpeaban la puerta se alarmó y, dando un salto, tiró por la ventana la hierba que había comprado esa misma tarde, pues pensó que sería la pasma. Nada más abrir la puerta, recibió de lleno el puño de Danny Boy en la cara y cayó de espaldas. Recibió el golpe con una tranquilidad que impresionó hasta a su oponente.

Cogió al muchacho de su largo y desgreñado pelo y le dijo:

– Si te vuelves a pasar de la raya en mi casa, te juro que te mato.

Luego, sin mediar palabra, Danny se metió en su piso, arrancó la radio de su sitio acostumbrado, en el alféizar de la ventana, y la tiró por el balcón. Una anciana abrió la puerta de su casa y, sonriendo a Danny, le dijo amablemente:

– Me preguntaba a qué hora vendrías, hijo. Ese ruido me estaba sacando de mis casillas.

Danny Boy le devolvió la sonrisa y, con suma amabilidad y respeto, le respondió:

– Gracias, señora Dickson. ¿Ha visto usted qué libertades se toma la gente? Mira que pensar que todos queremos escuchar esa jodida música. Pero métase dentro, hace mucho frío aquí fuera.

Al igual que todas las mujeres del bloque, apreciaba a Danny. Desde que él se había hecho hombre, ya no se oían ni los ruidos ni el jaleo de antes. Danny Boy Cadogan se había asegurado de que así fuese y, por esa razón, le adoraban. El hecho de que exigiera un respeto por las personas mayores y su expreso deseo de vivir en un ambiente libre de ruidos había hecho que éstos sintieran un aprecio reverencial por él. Gracias a Danny, todos vivían en una especie de cápsula libre de todo crimen, un bloque que era un paraíso para muchos de ellos. A diferencia de los otros bloques del barrio, en el suyo nadie se orinaba en el portal, nadie se atrevía a robar ni había incendios inexplicables. Era maravilloso.

Cuando la señora Dickson cerró la puerta, Danny miró al joven que se quejaba tirado en el mugriento suelo. Consciente de que lo observaban a través de muchas cortinas, levantó al muchacho con delicadeza y lo metió de nuevo en el piso. Echándolo sin demasiada amabilidad sobre el sofá, miró la sangrienta cara del muchacho y decidió dejarle vivir. Sabía que, una vez más, había causado una pequeña conmoción, por lo que todos los vecinos hablarían de él con suma amabilidad, lo cual enriquecería más la reputación que ya se había ganado. Cuando entró en su casa, vio que Michael estaba sentado a la mesa de la cocina y recordó que su amigo acababa de perder a su madre. Se acercó a él, lo abrazó estrechamente y, cuando vio que Michael se echaba a llorar, le susurró una y otra vez:

– Lo lamento mucho, colega. Lo lamento mucho.

Big Danny Cadogan escuchaba la voz cordial y afable de su hijo y se sorprendió más que nunca de su carácter tan variable. Acababa de zurrar al vecino por lo que consideraba una infracción a su espacio privado y, en cuestión de segundos, se comportaba como el mejor amigo, como el tipo más decente del bloque. Big Dan, sin embargo, era de los que sabían que todo era teatro. A fin de cuentas, todo lo que su hijo hacía era puro teatro. Desgraciadamente, la mayoría de las personas de su mundo no se daban cuenta de ello hasta que era demasiado tarde.


Mary Miles yacía tendida en la cama, mirando el techo mientras su novio, con el que llevaba saliendo dos años, le acariciaba el cuerpo. Era lo que menos le apetecía en ese momento. Los torpes intentos de consolarla por parte de Kenny se habían convertido en deseo sexual, tal como había pretendido. Con Kenny, cualquier cosa terminaba en sexo. Aunque le proporcionaba todo lo que necesitaba -dinero, prestigio y un ropero que era la envidia de sus amigas-, ella continuaba siendo muy desgraciada, pues la muerte de su madre le había afectado más de lo que esperaba. De hecho, imaginar que ya no volvería a verla le resultaba aterrador. Aunque su madre había sido una pesadilla, Mary, después de todos esos años, había empezado a comprender por qué había recurrido a la bebida. Mary ya tenía más de una amiga que esperaba un hijo, alguna incluso el segundo, mujeres que ya se habían dado cuenta de lo difícil que era sobrevivir sin una fuente de ingresos o un salario semanal. Pues bien, tal como le había prometido a su madre, eso no le sucedería a ella y, aunque ese hombre no le agradase mucho, se portaba bien con ella y la protegía, cosa que ella le agradecía.

Michael se estaba abriendo camino en su mundo y, entre los dos, cuidarían de Gordon lo mejor que pudiesen. Una vez más se le llenaron los ojos de lágrimas, pero se las secó. Llorando no iba a solucionar las cosas y Kenny no la dejaría en paz hasta que no saciara su apetito sexual. Percibía el olor ácido de su cuerpo rechoncho. Aunque se diese un baño, aún olía a las cloacas de su barrio. Supuso que a ella le sucedería otro tanto, aunque lo enmascarase con perfume y maquillaje con intención de olvidarse de donde procedía. Pobre Kenny. Por muchos coches grandes que tuviera, seguiría siendo lo que era: un chico de los barrios bajos, un capo, algo que resultaba evidente por el oro que llevaba y los trajes que vestía. Por mucho dinero que tuviera, carecía por completo de gusto y esa faceta de rico no terminaba de sentarle bien. Se sentía más cómodo en un garito o en el pub de la esquina que en un buen restaurante o en un club decente. Como decía su madre, si sacas a un muchacho de East End…

Cuando Kenny la penetró, sintió el estremecimiento que marcaba el final de su asalto corporal. Ella le abrazó estrechamente, lo arropó entre sus jóvenes brazos y simuló el amor que sabía que ansiaba. Ningún hombre en su sano juicio creería que sin dinero y un estándar decente de vida tendría a la mujer de sus sueños. Ésa era una de las razones por las cuales los hombres deseaban el éxito. Una mujer guapa cogida del brazo era todo lo que necesitaban para demostrarle al mundo que lo habían conseguido.

No obstante, era un trato justo. A cambio de eso, él le daba a ella todo lo que le pedía. Y Mary Miles era de las que pedían mucho.

– ¿Has disfrutado, mi niña?

Tenía la voz pegajosa por las flemas y Mary sintió que la bilis se le venía de nuevo a la boca. Cuando tosió para aclararse la garganta, carraspeando sonoramente, sintió unos deseos enormes de atacarle físicamente del asco que le daba. Sin embargo, como siempre, dibujó una sonrisa en su encantador rostro y asintió. Él jamás le preguntaba muy insistentemente por miedo a que le respondiera sinceramente y se rompiera ese tenue lazo que hacía que la conservara a su lado en la cama.

– ¿Te sientes mejor?

Asintió una vez más y se sorprendió de ver que había hombres que habían llegado a esa edad y aún no se daban cuenta de si una mujer había llegado al orgasmo. Mary se irguió, cogió la copa de brandy y el tubo de medicamentos Babycham y se los tomó con ansiedad. Esperaba que la ayudasen a dormir, a encontrar un poco de paz, sin darse cuenta de que su pobre madre había empezado a beber hacía muchos años por la misma razón.


– Gracias, Louie. Te lo agradecemos sinceramente.

Louie se encogió de hombros y Danny observó que estaba envejeciendo, y hasta encogiéndose. Además, se estaba haciendo más frágil. Le dio pena verlo y a él mismo le sorprendió el sentimiento protector que le inspiraba el viejo. Jamás olvidaría que él había sido quien le diera su primera oportunidad para ganarse unas libras cuando su padre lo jodió todo, que él lo había acogido bajo su protección y quien había cuidado de él de tina manera o de otra desde entonces.

– Pensaba que os estaba diciendo algo nuevo, pero por lo que veo sois muy espabilados. Pero escuchad una cosa, muchachos. Sé que estáis planeando algo en su contra y, si os soy sincero, no os culpo por ello. Como veis, me entero de todo. Sin embargo, os quiero advertir: cuando vayáis a por él, aseguraos de que los demás peces gordos saben que lo habéis hecho porque es un chivato. Eso no sólo evitará cualquier objeción por parte de ellos, debido a su edad y posición, sino que os garantizará el apoyo de las personas apropiadas. Es posible que tengáis que dar alguna explicación que otra, pero no tenéis de qué preocuparos porque lo único que necesitáis es el apoyo y la bendición de mucha gente si queréis que vuestro negocio de drogas dé un salto a lo grande.

Michael sonrió. A él le agradaba Louie. Siempre hablaba con sentido común y jamás les soltaba un sermón.

– Me he enemistado con él por defenderos, así que no me decepcionéis.

– Seguro que no, Louie.

– Siento lo de tu madre. Era una mujer extraordinaria.

Michael y Danny sonrieron al ver que intentaba decir algo agradable de ella.

– Es una forma de describirla, imagino.

Por alguna razón, los dos muchachos encontraron el comentario un tanto jocoso y empezaron a reírse. Louie se terminó la copa. Daba gusto quitarse las penas de encima y, si riendo lo conseguían, entonces había que dejarlos reír. Los últimos días habían sido muy extraños.

Mientras los veía reír, Louie se dio cuenta de la ambición y el talante amenazador que los dominaba, ese sentimiento que les hacía creerse intocables e indestructibles. No tuvo valor para decirles que Mangan había sido igual que ellos cuando era joven, alguien que creía que el mundo estaba a sus pies, dispuesto a concederle lo que quisiera. No, no lo mencionó porque no creyó que fuese el momento más adecuado para hacerlo.

Capítulo 11

Gordon Miles se encontraba junto al bloque de pisos, con su buen amigo y ocasional partícipe en conspiraciones Jonjo Cadogan. No podía creer que en unas horas fuera a enterrar a su madre. Le parecía algo irreal, aunque siempre había sabido que no llegaría a vieja porque la bebida acabaría antes con ella. Sin embargo, estaba consternado, pues había formado parte de su vida y, al igual que sus hermanos, en muchos momentos había deseado su muerte. Ahora que finalmente se había ido para siempre, se sentía mal. Se culpaba por sus sentimientos, a pesar de que eran completamente normales.

Para la edad que tenía, era un muchacho grande y, al igual que su amigo, era una versión en pequeño de su hermano mayor. Hacía un frío intenso y, vestido con su nuevo traje negro y su abrigo de cachemir, parecía mayor de diecisiete años. Observaba en silencio a la multitud que se aglomeraba. Sabía que venían a presentarle respetos a una mujer que había sido como un grano en el culo. Se había preguntado, al igual que su hermana, si la gente se presentaba para cerciorarse de que estaba muerta, pues eso tendría algún sentido. Estaba seguro de que muchas personas se alegrarían de que hubiese muerto y, por muy culpable que eso le hiciera sentir, él era uno de ellos.

Llovía intensamente y la humedad lo impregnaba todo, aplastaba el pelo de las mujeres y calaba las elegantes chaquetas de los hombres que esperaban fumando cigarrillos y hablando en pequeños círculos. Era una escena que habían presenciado en muchas ocasiones, ya que un funeral rompía de alguna forma la monotonía de sus mundanas vidas y se convertía en algo que provocaba emoción, alivio y un tema de conversación. Un funeral como ése daría que hablar durante meses. Se rumoreaba que sólo el ataúd había costado un ojo de la cara, algo inaudito para una mujer que había bebido más que todos los presentes juntos, alguien que en los últimos años no había tenido ni una palabra amable para con nadie y que había tratado a sus hijos como si fuesen inmundicia. Se había olvidado de ellos durante días y los había abandonado en muchas ocasiones dejándolos a merced de Dios. Se había convertido en un ejemplo de mala madre y en la viva imagen de los estragos que causa la bebida.

También se hablaría mucho de su funeral porque su hijo mayor, Michael, se había convertido en un capo, socio del nuevo lunático de la localidad, Danny Boy Cadogan. Un joven que no sólo había dejado tullido a su propio padre, algo que resultaba difícil de comprender hasta para los más comprensivos, sino alguien que, sin ayuda de nadie, había puesto fin a muchos de los actos delictivos que sucedían en su barrio con su mera presencia. Por esa razón, la gente lo apreciaba. El muchacho había conseguido con unos cuantos golpes y unas pocas palabras que el barrio se convirtiese justo en lo que la policía había intentado desde que se edificó después de la guerra. En muchos aspectos, era considerado un héroe local y su mera presencia ensombrecía la de muchos otros. De repente, hubo una oleada de inquietud al ver que una limusina negra se detenía y salían de ella tres hombres elegantemente vestidos y con expresión solemne. Uno de ellos era Kenny Douglas, alguien a quien no veían mucho por esos derroteros y que se parecía más a los del barrio de Betunar Green o a los cowboys de Valance Road, como los llamaban los de por allí. Encendió un cigarrillo mientras inspeccionaba el rostro de los presentes, siempre al acecho de cualquiera que pretendiese hacerle daño, pues había muchos que se la tenían jurada por su mala actitud y su capacidad para enemistarse con sus homólogos por razones sumamente infantiles. Era una persona difícil de tratar y todo el mundo lo sabía. Además, no se podía decir que fuese un hombre apuesto, ni se caracterizaba precisamente por su amabilidad. Cualquiera que no viviese en ese mundo se daba cuenta del odio y el deseo de venganza que emanaba, una cualidad que le había supuesto el pasaporte para convertirse en uno de los más poderosos. Mientras miraba a las insulsas personas que le observaban como si fuese un pájaro exótico, se percató de la futilidad que esparce la pobreza allá donde se asienta. Le recordó dónde había nacido, su pasado, y se dio cuenta de que ahora vivía en una situación mucho más acomodada que antes.

El también había enterrado a su padre en circunstancias muy similares, pero sin el dinero para darle un entierro decente a ese viejo cabrón. A su padre lo habían enterrado en la fosa común, junto a otros tan pobres como él. Ni siquiera habían podido ponerle una lápida y sólo se habían permitido el lujo de comprar un jarrón para las flores que nadie le traería. Apenas había logrado nada en la vida, salvo ganarse el odio de sus hijos y el rechazo de todos los que lo habían conocido. Kenny, cuando pensaba en ello, aún se sentía avergonzado; avergonzado de ser hijo de un borracho.

Hoy, sin embargo, había acudido sencillamente por Mary, algo que pensaba dejarle claro a su hijo, quien, al parecer, era un joven decidido a abrirse un hueco en su mundo, al igual que le había sucedido a él. El muchacho lo estaba logrando, eso nadie lo discutía, tenía algunos amigos importantes, pero también era un cabrón que un día jodería a la persona equivocada en el lugar equivocado. Danny Boy le preocupaba, al igual que Michael Miles, pues los dos formaban un buen equipo y contaban con un grupo de hombres a tener en cuenta, algo que le inquietaba más de lo que deseaba admitir. Para ser sinceros, el muchacho le asustaba, pues tenía una mirada que escondía una personalidad malévola, cosa de la que cualquiera con una pizca de cerebro se daba cuenta. Pues bien, ese cabrón estaba a punto de descubrir que el puñetero Louie Stein no era nadie para plantarle cara a uno de los más reconocidos capos y hoy era un día tan bueno como cualquiera para dejárselo claro. Danny Boy Cadogan, a pesar de sus veinticinco años y de su desparpajo, no era nada más que un pelele con sueños de grandeza. Vendía drogas, cobraba deudas y empezaba a meterse en el mundo de los esteroides anabolizantes; en fin, era la viva imagen de una condena que esperaba ser cumplida.

Era posible que Danny Boy hubiese dejado tullido a su padre, que hubiera saldado su deuda, pero eso no significaba nada para él. Lo único que le demostraba era lo muy traicionero que podía ser. Todo el mundo lo consideraba un buen muchacho que le había dado a su padre lo que se merecía, pero, se mirase como se mirase, había dejado tullido a alguien de su propia sangre y eso no era lógico, estaba fuera de lugar y suponía una libertad inexcusable. El muchacho era agasajado por algo degradante, por algo que en ningún aspecto se podía justificar.

Por esa razón, aquél sería el día en que Danny Boy aprendería que su reputación no bastaba para quitar de en medio a los hombres de verdad. Kenny notó que su estómago se quejaba y echó de menos el haber comido algo, pero había ayunado porque pensaba tomar la comunión, ya que su madre estaría entre los presentes y deseaba contentarla. Además, llevaba semanas sin ir a misa y ésa era una excusa tan buena como cualquiera.

Mary estaba sentada en su antiguo dormitorio escuchando a su prima Immelda mientras hablaba de la cantidad de comida que había en el pub y de lo mucho que debería de haber costado. Immelda era una chica grande de bonitos ojos, con unas piernas fuertes y abundante vello en el labio superior. Era una persona sumamente amable y generosa que se había mudado al piso para ayudar a Mary con los preparativos del funeral y que ahora trataba por todos los medios de quedarse y no regresar a su casa porque allí la trataban como a una sirvienta. Si Mary decía que podía quedarse, nadie se opondría, pues se había convertido en una capo dentro de su círculo gracias a Kenny Douglas. Le resultaba muy difícil hacerse a la idea de regresar a su casa después de haber disfrutado de un poco de libertad por primera vez en su vida.

Mary se levantó y, al darse cuenta de lo que pensaba su prima, le dijo tristemente:

– Immelda, deja de preocuparte. Puedes quedarte todo el tiempo que te dé la gana, ¿de acuerdo?

Immelda levantó sus rollizos brazos y Mary se dejó estrechar por ellos. Mientras la abrazaba, emocionada, dijo:

– Eres una tía de puta madre, no sabes cómo te lo agradezco. Si volviese a casa, me llevarían al paredón.

Mary rió débilmente, algo que ni ella esperaba. Pero lo hizo; ambas rieron con el mismo sentimiento de alivio y por las mismas razones: por haberse librado de un padre que no ocupaba ningún sitio en sus vidas y al que no les había quedado más remedio que soportar.

Mary, sin embargo, estaba enterrando a su madre y, por muy triste que fuese, estaba deseando que todo terminase y seguir con su vida de una vez por todas.

Aún estaban abrazadas cuando entró Michael y les dijo que los coches de la funeraria habían llegado.

– Ha venido mucha gente -dijo Michael aliviado.

De no haber venido nadie para ver el mucho dinero que se habían gastado, su madre era capaz de salir del ataúd y pedir que todo se repitiera. A ella le gustaba el espectáculo, adoraba todo tipo de drama, ser el centro de atención en cualquiera de sus devaneos rutinarios. Michael sólo lamentaba que no pudiera estar presente ese día, pues le habría encantado, ya que estaba justo donde quería estar: en el centro de todo, acaparando la atención de los presentes.

Mary no le respondió. Tenía un aspecto muy sofisticado con ese traje negro de Ozzie Clark y esa falda ajustada de grandes botones color azabache que resaltaba más aún su delgada figura. Tenía el pelo perfectamente peinado, recogido por detrás en una espesa melena rizada; jamás había estado tan bonita. Utilizaba sus enormes ojos con una maestría asombrosa, logrando aparentar una inocencia que había perdido hacía muchos años. Michael se sentía orgulloso de ella y de su aspecto, orgulloso de que hubiera contribuido a realzar el nombre de su familia y orgulloso de que fuese lo bastante fuerte para afrontar los avatares de la vida. Bien sabía Dios que habían tenido que armarse de una coraza para combatir los caprichos de su madre cuando estaba ebria.

Quien realmente preocupaba a Michael era Gordon. El muchacho había sido el favorito de su madre, el que más se había sentido vinculado a ella. Pensaba hablar con Danny Boy para que empezase a hacer algunos trabajillos durante un tiempo, hasta que averiguasen si podía ser una fuente o una pérdida de ingresos.

Cuando bajaron las escaleras, Mary se dio cuenta de que Danny Boy tenía la mirada fija en ella. Ella le respondió con el acostumbrado desprecio, a pesar de que su presencia le hacía saltar el corazón y temblar las piernas. Estaba enamorada de él desde que iban a la escuela, pero siempre lo había mantenido en secreto. Siempre había pensado que si se enteraba, se reiría de ella y la pondría en ridículo.

Danny la miraba con verdadera tristeza en los ojos, por eso Mary bajó la guardia por un momento y le sonrió. La sonrisa le transformó la cara y Danny vio en sus ojos cuánto lo deseaba; por un momento pensó qué tal sería en la cama. Tenía el presentimiento de que sería muy apasionada, aunque estaba seguro de que Kenny no la dejaba satisfecha en ese aspecto. Era demasiado viejo y demasiado poca cosa para que ella pudiera amarlo. Kenny era una forma de conseguir lo que quería y, si no se daba cuenta, era un gilipollas. A él le bastaba un guiño y una sonrisa para quitársela, cosa que no tardaría en hacer. Pensaba hacerlo cuando llegase el momento oportuno y cuando el daño fuera el mayor posible. Danny Boy estaba deseando que llegase ese día.

Hoy, sin embargo, no era el día más adecuado, ni aquél el lugar más propicio para plantearse esas metas, por muy urgentes que fuesen. Hoy era el día de Michael y él estaba dispuesto a que transcurriese sin el más mínimo altercado. Michael, al fin y al cabo, no sólo era su mejor amigo, sino el verdadero cerebro de la sociedad que tenían establecida, por eso lo necesitaba más de lo que parecía.

– Vamos, Mary. Yo te acompaño.

Cuando Danny la estrechó entre sus brazos, Mary se echó a llorar y apoyó la cabeza en su pecho. Lo hizo de la misma manera en que lo habían hecho otras muchas mujeres condolidas, y Danny, siendo como era, utilizó la excusa para sobarla ligeramente. A ella pareció agradarle tanto como a él.


El pub estaba atestado de gente y el calor, combinado con el alcohol, que no sólo era gratuito, sino que se servía en grandes cantidades, había transformado el funeral en un acontecimiento festivo. Eso no resultaba inusual en la comunidad de los católicos irlandeses. La gente aparecía cabizbaja y fingía tristeza, pero para ellos un funeral era la celebración de una muerte, ya que representaba el viaje de esa persona al cielo, a un lugar sin duda mucho mejor. Especialmente si se trataba de una persona tan problemática como la señora Miles. Danny, en medio de toda esa música y ese ajetreo, permanecía junto a sus padres, supervisando lo que poco a poco se estaba convirtiendo en su reino. La gente se acercaba para estrecharle la mano, hasta los padres de sus compañeros de clase le presentaban sus respetos, algo que no pasaba desapercibido para nadie.

Kenny Douglas tenía mala cara y, como percibió Danny, a Mary no le sorprendía. Se suponía que debía estar a su lado, consolándola en el día en que enterraban a su madre, pero actuaba como si fuese un día cualquiera y parecía deseoso de armar bronca. Mary sabía, como todos los presentes, que debería haberle presentado sus respetos a su hermano y a Danny al pie de la tumba. Sin embargo, no se había molestado ni siquiera en fingir un poco de aprecio y eso le había molestado. También les había molestado a su hermano y a su socio. Michael se sintió menospreciado porque, al fin y al cabo, él era su hermano. A Danny le había molestado porque ahora gozaba de una posición que merecía el respeto de los demás, incluso de los capos. Muchas personas habían asistido al funeral para manifestar su solidaridad con ese par de muchachos que estaban provocando tanta conmoción en su mundo. Los saludaron y les dieron el pésame, preguntándose qué podrían sacar de ellos en el futuro y qué tendrían que ofrecer cuando se convirtiesen en parte integrante de su mundo. Estaban en boca de los más grandes, se les consideraba verdaderas promesas. La cuestión estribaba en «cuándo» decidirían dar ese paso. Louie Stein también observaba la situación con su expresión ladina, como si no se diera cuenta de nada cuando se estaba percatando de todo. Eso, decía, era una receta para predecir los desastres. Kenny se había mofado de ellos y su gesto de desprecio no se olvidaría tan fácilmente. Aquél ya era un asunto que exigiría una respuesta por ambos bandos y Louie tenía la impresión de saber quién saldría victorioso cuando eso sucediese a no tardar. Observó y esperó, preguntándose por qué el orgullo terminaba siempre tirado por los suelos. Kenny Douglas estaba a punto de caer de bruces desde lo más alto y, al igual que el padre de Danny, iba a tardar un tiempo en recuperarse.

Mientras levantaba el vaso haciéndole señas a Danny Boy, Louie se dio cuenta de que Kenny lo miraba con obvio desprecio. Se rió abiertamente y levantó el vaso antes de beber a su salud y la de sus esbirros.

Lawrence Mangan también estaba presente y observaba. Para Louie aquel funeral era, en muchos aspectos, una buena plataforma para que Danny Boy dejara claro quién era. Era evidente que algo iba a suceder, pues se veía venir desde hace mucho tiempo: alguien iba a descubrir de lo que era capaz aquel pequeño cabrón.

Siempre le había parecido que los funerales servían para recordar a la gente su inmortalidad, al mismo tiempo que les hacía ver que todos morimos, más tarde o más temprano. Esto último con más frecuencia, ya que casi todo el mundo terminaba enfrascándose en una pelea con la persona equivocada. Llegar a viejo y seguir en el ajo era una hazaña difícil de lograr y sólo lo conseguían los mejores de esa casta.

Louie tenía la certeza de que volvería a quedar patente lo que pensaba, les haría ver a todos que una nueva generación se estaba abriendo camino con mano dura y bonitas sonrisas. No era algo nuevo; de hecho, sucede en todos los aspectos de la vida. Hasta los actores famosos tenían que echarse a un lado cuando los jóvenes venían avasallando. Era la ley de la calle y la juventud siempre ganaba esa apuesta. Y la ganaba porque tenía todas las de ganar y nada que perder. Eso era lo que impedía que muchos mantuvieran su estatus, su miedo a perder lo que habían acumulado al cabo de tantos años. Eso les hacía mostrarse más complacientes, les proporcionaba un sentimiento falso de seguridad y los llevaba a cometer errores, algo que las personas como Danny Boy Cadogan olían como un león olfatea a una gacela herida. Era algo instintivo, algo fascinante, algo por lo que merecía la pena vivir. Cuando Danny le devolvió el saludo, Louie se dio cuenta de que había apostado por el caballo ganador. El muchacho ardía en deseos de enfrascarse en una verdadera lucha y, por fin, se había presentado la oportunidad.


Mary estaba en el aseo arreglándose el maquillaje cuando Kenny entró tambaleándose. Estaba más borracho de lo que aparentaba y venía buscando bronca.

Mary llevaba todo el día evitándolo y, al parecer, prefería estar con esa gorda prima suya, o con las mujeres a las que denigraba a diario por su devoción por los hombres que no le daban nada más que hijos y disgustos. Su actitud lo sacaba de quicio con frecuencia y hoy era uno de esos días.

Mary conocía ya esa cara y suspiró preparándose para la bronca que se avecinaba.

– ¿Qué quieres, Kenny?

Su actitud era un claro signo de falta de respeto y de franca hostilidad. Mary también estaba más bebida de lo que pensaba, pero ella al menos tenía la excusa de haber enterrado a su madre.

– ¿Cómo dices?

Kenny tenía ganas de bronca. Cada vez que bebía le sucedía lo mismo, pero hoy no le importaba en absoluto. No le interesaba él ni sus rabietas de costumbre.

– Vete a la mierda, Kenny. No estoy de humor.

Su voz sonó desganada, aburrida, y Kenny se dio cuenta de que así era como se sentía la mayoría de las veces. Se percató de que jamás le había deseado, ni aunque los dos hubieran sido de la misma edad. Él era mayor que ella y eso empezaba a ser un problema entre ellos. Al igual que todos los hombres que iban acompañados de mujeres jóvenes, sabía que estaba con él mientras tuviera algo que ofrecerle. Ahora, sin embargo, ella ya no deseaba nada de él, pues había dejado de ser una novedad.

Aquella situación no había estado mal al principio. Ella era una mujer joven, esbelta y tenía un par de tetas que quitaban el sentido. Al principio había sido sólo sexo, al igual que muchas mujeres antes que ella, pero ahora la amaba, amaba todo su cuerpo, y además su orgullo le impedía dejarla marchar sin pelear por ella. Se dio cuenta de que deseaba romper con él, de que su madre había sido la verdadera razón por la que había estado con él. Ahora, sin embargo, estaba en situación de abandonarlo sin que su madre se pasase el día dándole la tabarra diciéndole lo dura que era la vida sin un hombre que cuidase de ella. Kenny se percató de que deseaba a Danny Boy Cadogan porque había observado la forma en que lo miraba y hasta un perro ciego se hubiera dado cuenta. Cuando la vio allí, de pie, mirándolo con claro desprecio, Kenny sintió ganas de matarla. Deseaba con toda su alma borrarle la sonrisa de la boca y pagarle por cada vez que le había permitido follársela cuando en realidad no deseaba estar a su lado. Se había tragado esa farsa desde el principio y ahora, si pensaba que se iba a marchar en busca de otro sustituto como Danny Boy, dejándolo a él con el rabo entre las piernas, estaba muy equivocada. Él era su dueño, había pagado por ella y no pensaba dejarla marchar hasta que no quisiera.

– ¿Con quién coño crees que estás hablando? ¿Quién coño te has creído que eres?

Apretaba los dientes y la rabia le salía por las orejas. Mary volvió a mirarlo, lamentando en parte lo que iba a hacer, pero decidida a librarse de él para siempre. Una vez más se sintió una mujer joven, como las chicas de su edad. Sabía que con su aspecto y su cerebro podía conseguir cualquier hombre que se propusiera. También sabía que ya no deseaba nada más de Kenny, ni estar en la cama con él, ni tener que soportar su tacañería, ni ver sus ojos de ternera. Todo se había acabado y ambos lo sabían.

– Kenny, hoy no estoy para discusiones. Acabo de enterrar a mi madre…

Kenny sonrió con malicia. La furia que normalmente guardaba en su interior había brotado a la superficie. La estaba poniendo nerviosa, la estaba asustando y, cuando vio el miedo en su rostro, se dio cuenta de que recuperaba su poder sobre ella. No estaba dispuesto a dejarla marchar, y menos aún con Cadogan, pues no soportaría la idea de quedar como un cabrón delante de sus amigos. Ella no se marcharía hasta que él no le diese permiso para hacerlo.

– Por favor, Kenny, no te empeñes. Tú puedes tener la chica que quieras.

Aún continuaba sonriéndole.

– Pero es que la que quiero eres tú. Y tú, pichoncito, no vas a ir a ningún lado. Si crees que te voy a permitir ponerme en ridículo, estás mal de la cabeza. Antes te mato.

Mary sabía que hablaba completamente en serio y el miedo se apoderó de nuevo de ella. Sabía que probablemente tendría un hombre apostado en la puerta, ya que de no ser así, seguro que habría entrado alguna otra mujer. Eso le indicaba que había venido con el propósito de dejárselo claro. Le estaba diciendo que estaba atrapada y, probablemente, estuviese en lo cierto. Yendo al funeral de su madre estaba manifestando su poder sobre ella, recordándole, tanto a ella como a los demás, su derecho de propiedad. Él la había comprado y lo sabía. Precisamente por eso jamás serían felices. La confianza no era precisamente la base de una relación como la suya. Ambos se habían unido por razones equivocadas, pero ella se sentía incapaz de proseguir. Su madre había fallecido y ya no tenía que preocuparse nada más que de sí misma. La bebida, además, le dio ánimos para responder:

– Si tú lo dices. Pero no puedes obligarme a quedarme. No soy tu jodida esposa.

– No te atrevas a meterla en esto. No empieces con tu cantinela de siempre porque…

Se apartó de él y se miró al espejo. Vio que la miraba fijamente, con ojos de desesperación, y sintió un poco de lástima por él. Lo único que lo preocupaba era lo que pensaran los demás, lo que hacían, lo que podían darle y lo que podía sacar de ellos. Para él, ella sólo era una posesión más. Había invertido dinero y tiempo en ella, y creía que eso le daba derecho a hacer lo que quisiera. Sin embargo, Mary estaba decidida a librarse de él, por mucho que se opusiese. Era ahora o nunca y ambos lo sabían. Si se rendía en ese momento, estaría acabada para siempre. El se sentía atraído por ella porque era sumamente independiente, pero una vez que eso cambiase, no tendría el más mínimo inconveniente en cavarle su tumba al lado de la de su madre, porque ese hombre disfrutaría de lo lindo enterrándola.

Se arregló el pelo, echándoselo por encima de sus delgados hombros. Veía el deseo en sus ojos. Con mucha calma respondió:

– Haz lo que quieras, Kenny, pero lo nuestro se acaba esta noche.

Cuando se abalanzó sobre ella, se cubrió instintivamente la cabeza con los brazos porque sabía que iría a por su cara, que trataría de acabar con su belleza y con su espíritu.

Empezó a propinarle puñetazos y ella notó la contundencia de sus golpes en sus débiles hombros. Sin embargo, no estaba dispuesta a ceder ni pensaba rogarle que parase porque eso significaría que saldría victorioso y jamás lograría quitárselo de encima. Estaba dispuesta a dejarle hacer lo que quisiera, luego probablemente la dejaría marchar en relativa paz. Antes tenía que dejar que se desahogase, que le hiciera daño, pues era la única forma de librarse de él definitivamente.

Kenny la apretó contra él y ella se dio cuenta de que trataba de apartarle las piernas. Luego le arrancó las bragas de seda, le introdujo sus gruesos dedos dentro y ella gritó. Empezó a arañarle la cara y los ojos con sus largas y afiladas uñas y empezó a defenderse con todas sus fuerzas.

Sentía manar la sangre de la boca, su sabor tibio y salado, y el cuerpo le dolía enormemente. Kenny estaba como loco y ella se sintió responsable de que eso ocurriera porque había dejado que las cosas llegasen demasiado lejos. Ella lo había engañado deliberadamente, lo había utilizado, había cogido lo que le había dado y ahora tenía que pagar su precio por ello. La muerte de su madre le había hecho ver qué era lo importante, qué era lo que echaba de menos.

Luego, de repente, aparecieron Michael y Danny. Le quitaron de encima a Kenny y empezaron a patearlo mientras ella observaba en silencio. Danny Boy estaba disfrutando lo suyo y utilizaba la cabeza de Kenny como pelota de fútbol. Mary vio la expresión de placer que se le dibujaba en el rostro y se dio cuenta de que sólo había esperado una excusa para dar rienda suelta a su ira. El funeral de su madre no era el lugar más idóneo para solventar ningún asunto y Kenny, a causa de la bebida, no se había dado cuenta de ello.

Mary oyó que Kenny rogaba por su vida y cerró los ojos cuando vio que Danny Boy Cadogan sacaba un cúter y rajaba al hombre que la había manipulado durante tantos años. Cuando la sangre de Kenny saltó impregnando las paredes color gris, sintió que la bilis se le venía a la boca, pero se contuvo. Trató de conservar la calina porque las cosas se habían complicado más de lo que esperaba.

Michael, con los ojos abiertos de furia, la estrechó entre sus brazos mientras le gritaba a Danny que matase a Kenny, que le hiciese daño. Entonces fue cuando Mary se dio cuenta de que lo sucedido esa noche traería consecuencias a muy largo plazo. Y no sólo para ella, sino para ellos tres.

Lawrence Mangan escuchaba lo que sucedía y, al igual que los demás, no hizo nada para impedirlo. Observó, sin embargo, que esos muchachos no se andaban con chiquitas, que estaban dispuestos a apoderarse del mundo y coger lo que consideraban suyo por derecho propio. Al igual que Kenny, no estaba preparado para enfrentarse a esa nueva generación de delincuentes que estaban dispuestos a matar por mero capricho. ¿Quién era capaz de cometer un acto así y hacer que todos lo considerasen algo justificado? Kenny y Danny Boy estaban destinados a enfrentarse, pero la batalla debía haberse celebrado en privado y sin que el honor de una muchacha entrase en juego.

Cuando finalmente salieron del aseo de mujeres, tanto Michael como Danny estaban empapados en sangre, pero confiaban en que nadie de los presentes se atreviera a delatarlos. Hasta los esbirros de Kenny parecían dispuestos a dar el asunto por zanjado. Si hubieran pensado que actuaban de forma improcedente, habrían tratado de impedirlo y habrían defendido a su jefe. Sin embargo, no había sido así. Se quedaron con los brazos cruzados y les dejaron a su antojo. Fue su forma de mostrarle su reconocimiento, de eso no había duda. Y no sólo para las personas que habían estado observando, sino también para Michael y Danny. Les habían dado luz verde y eso les encantaba. Michael odiaba la forma en que Kenny trataba a su hermana y ahora ya podía andar con la cabeza bien alta. Su madre había fallecido y la convicción de que Mary estaba obligada a acostarse con él había desaparecido, la habían enterrado con ella. Ahora se sentía un hombre y se comportaba como tal.

El funeral dio que hablar durante meses, pero la muerte de Kenny no tardó en olvidarse, incluso para la policía, que, la verdad, no es que se preocupase mucho de lo sucedido. Tenían indicios bastante fundados de quién lo había hecho, pero estaban de acuerdo en que aquello había sido un asunto que se veía venir desde hace años y que su muerte era simplemente una cuestión de tiempo.


Danny estaba sentado con su madre. Estaban en mejores términos últimamente, pero porque ella buscaba algo de él. Ella siempre quería algo de él y su reacción más natural era tratar de procurárselo. Quería que Danny le pagase a su hermana un curso de secretaria y él estaba dispuesto a hacerlo. Annuncia deseaba de todo corazón convertirse en la secretaria de una gran empresa y Danny no sería el que derrumbase sus sueños si estaba en su mano.

– Mamá, ya sabes que haré lo que sea por ayudarla. Ella tiene inteligencia de sobra y, si eso es lo que quiere, eso es lo que tendrá.

– Eres un buen hermano, Danny.

Su madre había engordado recientemente. El único placer que tenía ahora que ellos habían crecido y se habían independizado, era comer. Aún continuaba preparando esas comidas tan copiosas, pero ahora se las comía ella sola. Su padre aún tenía buen saque, pero hasta él tenía problemas para comerse todo lo que le servía.

Desde su enfrentamiento con Kenny Douglas, su madre lo trataba con un nuevo respeto. Su reacción ante el ultrajante comportamiento de Kenny en el funeral se consideraba de lo más decente, la propia de dos jóvenes cabales que consideraban su deber defender a su hermana. Ninguno de los presentes aquel día, ni nadie que se hubiese enterado de lo sucedido después, puso objeción alguna a su impetuosa reacción. Kenny Douglas se había comportado de forma improcedente y su muerte era considerada una justa retribución por ello.

Ni la policía se había molestado en investigar el asunto y prefirió optar por asumir que lo había quitado de en medio alguna persona, o personas, desconocida. Esa era la excusa más corriente que utilizaban cuando sabían lo que había sucedido, pero preferían pasarlo por alto. No habrían sacado nada acusando a los dos muchachos de hacer algo que cualquier hombre decente hubiera hecho en su situación.

El hecho de que Danny Cadogan ahora cortejase a Mary Miles añadía una pizca de romance a la situación. Lo que habían hecho era su forma de plantarle cara a los presentes y les había dado un prestigio que valía su peso en oro.

Danny y Michael eran recibidos en todos lados como si fuesen miembros de la realeza, además de que les ofrecían más trabajo del que podían abarcar. El casino se había convertido en un lugar muy frecuentado por los delincuentes y sus ganancias habían aumentado de forma tan considerable que ni siquiera eran capaces de controlarlas.

Estaban preparados para dar el gran salto y ahora lo que les quedaba por hacer era quitar de en medio a Lawrence Mangan. Mangan, además, no era precisamente uno de sus seguidores, algo que no paraba de recalcar. De hecho, sus opiniones le estaban haciendo perder algunos amigos y, por esa simple razón, debería haber mantenido la boca cerrada. Sin embargo, era justo lo contrario, ya que aprovechaba cualquier oportunidad para mostrar su desagrado. No estaba dispuesto a arrodillarse delante de dos jóvenes que habían sido sus empleados y que habían tenido el atrevimiento de quitar de en medio a alguien que había sido considerado un capo. ¿Qué coño significaba eso?

Danny y Michael, mientras tanto, disfrutaban de su nueva popularidad y ahora sólo esperaban la oportunidad para quitar de en medio a Lawrence Mangan. Danny se sentía en su salsa y las miradas de adoración que le dirigía su madre eran más que suficientes para sentirse satisfecho. Como decía siempre, estaba orgullosa de él.

Lo que le molestaba era que su madre no quisiera marcharse del piso donde vivía a pesar de que estaba en condiciones de comprarle una casa. Cada vez que se lo había ofrecido, se había negado rotundamente. A ella le gustaba su casa y decía que se sentiría como un pez fuera del agua si la sacaban de allí, por eso no le quedó otra opción que resignarse.

Danny se había instalado en un gran apartamento en King's Road y le encantaba lo libre que se sentía allí. No obstante, la mayoría de sus trabajos continuaba haciéndolos en ese pequeño piso, además de que le ofrecía la oportunidad de que le lavasen la ropa mientras le tocaba las narices a su padre, algo que, por supuesto, no estaba dispuesto a desaprovechar. La vida era generosa y él estaba dispuesto a que siguiera siendo así sin importarle lo que tuviera que hacer para ello.

La pasma les había otorgado a Danny Boy y a Michael el equivalente a una licencia de caza; es decir, algo que les proporcionaba un sentimiento de protección y seguridad total. Por supuesto que pagaban por ello, además de que la bofia nunca es barata, pero valía la pena porque, de no ser así, no podrían llevar a cabo sus sucios negocios con tanta holgura y seguridad. Danny estaba por fin donde había querido estar. Lo triste es que eso aún no le parecía suficiente.


Louie esperaba y observaba como de costumbre antes de hacerse una opinión. Con el paso de los años había aprendido a pasar desapercibido y guardar sus opiniones hasta que conociera toda la historia. Algo que había aprendido es que la gente suele callar sus malas obras más de lo que adornan las buenas. El, sin embargo, siempre se había cubierto las espaldas esperando pacientemente hasta ver en qué dirección soplaba el viento.

Michael parecía en cierta forma más mayor; en realidad, parecía haber envejecido en un santiamén. Mientras Danny Boy siempre había aparentado la edad que tenía, Michael había sido bendecido con lo que las mujeres denominaban en los viejos tiempos un aspecto juvenil. Ahora, sin embargo, alguien parecía haber borrado la inocencia de su rostro, sustituyéndola por suspicacia y hostilidad. No confiaba en nadie, algo que resultaba patente por la forma que tenía de cuestionar hasta los comentarios más inocentes.

Puesto que Louie había presenciado cómo ambos asumían su nuevo papel, consideró que había llegado el momento de decirles lo que los capos esperaban de ellos. Lamentaba tener que decirles tal cosa, ya que vivían con la ilusión de que estaban trabajando para ellos mismos, pero las cosas no eran así, ni la vida tan fácil.

En su mundo, se te permitía funcionar si demostrabas voluntad para ello y estabas dispuesto a hacer una generosa donación de vez en cuando a aquellos que te permitían que te movieses en primera línea. Hasta ahora no habían sabido realmente en qué consistía la parte económica del mundo que habían decidido conquistar, por eso se consideraba la persona más indicada para ponerles al día y, de paso, hacerles entender que dicha situación no era negociable. Les habían permitido funcionar a sus anchas durante mucho tiempo, pero ahora había llegado el momento de meterlos en vereda y utilizarlos como a otros cualquiera.

Sin embargo, eran demasiado astutos y seguro que ya se habían dado cuenta. No obstante, Louie sabía que Danny Boy sería el chico problemático de ese dúo, aunque esperaba que terminase resignándose y haciendo lo que se esperaba de él; es decir, aceptar el destino y esperar su turno como todos habían hecho. Habían sido aceptados, formaban parte ya del mundo que tanto habían ambicionado, pero ahora tenían que demostrar que merecían tal cosa, lo cual siempre resultaba lo más difícil.

Louie confiaba en ellos, al menos en Danny Boy, pues, desde siempre, había observado que poseía una cualidad que, ahora que se había convertido en un hombre, le llevaría muy lejos. Eso esperaba, porque el chico llevaba años trabajando a su sombra. No es que esperase que se lo agradecieran, nada de eso. Al igual que todos los jóvenes, creían que lo habían logrado sin ayuda de nadie, por derecho propio. Pues bien, tenía noticias que darles.

Capítulo 12

Jamie Carlton se reía y lo hacía de tal forma que todo el mundo sabía que se reía de verdad. Era algo que le salía del corazón y resultaba contagioso. Era la única persona que bromeaba con Danny Boy, el único que le hacía reír a carcajadas. Jamie era un muchacho alto y delgado que a los veinticuatro aún no necesitaba afeitarse. Tenía la piel lisa y tan blanca que no podía salir al sol sin ponerse colorado como una loncha de beicon. Su padre, Donald Carlton, era un viejo capo con una risa retorcida y una mente tan pervertida que creía que Jamie no era su hijo, pero, como estaba legalmente casado con su madre, creía que era su obligación responsabilizarse de él. Por esa razón, lo trataba como a un hijo y lo puso a sueldo, pero aun así no lograba sacarse ese resquemor de la cabeza.

Jamie tenía un don para llevar las cuentas, por eso los hombres que trabajaban para él jamás se atrevían a meter las manos en la caja; además, siendo así tenía la esperanza de que las sospechas de su padre fuesen infundadas. Sin embargo, comprendía por qué su padre se sentía de esa forma. Su madre, una mujer encantadora, no era precisamente muy leal. De hecho, la habían visto con más hombres que Danny La Rue. Era una situación un tanto comprometida porque Jamie sabía que lo aceptaban como un Carlton, pero de forma muy tibia, por decirlo así. De hecho, si su padre decidía hacer caso de sus sospechas, se convertiría en un fugitivo en cuestión de segundos, algo que procuraría por todos los medios que no sucediese. Sin embargo, si su padre fallecía, no habría nadie que se atreviera a cuestionar su paternidad y podría seguir con su vida sin esa sombra de duda pendiente sobre él. Puesto que su padre era bajo, moreno de piel, gordo y calvo, Jamie podía comprender que dudara de la paternidad de su único hijo. A pesar de que lo comprendía -después de todo, ya era más alto que él a los doce años-, estaba dispuesto a quitarse al viejo de encima con tal de asegurarse que lo considerasen hijo suyo. Si era su hijo o no, la culpa no era suya, pues él no había tenido ningún control sobre eso. Él era, a todos los efectos, Jamie Carlton, y su padre le había puesto ese nombre en la partida de nacimiento, por tanto era legalmente hijo suyo.

Ahora, sin embargo, las sospechas de su padre se estaban incrementando. Especialmente desde que se veía con una jovencita de veinte años con las tetas de punta y un coño muy activo, algo que Jamie consideraba una amenaza. Un nuevo bebé en la empresa causaría daños sin precedentes, especialmente si el susodicho niño tenía la desgracia de parecerse al feo cabrón de su padre.

Básicamente, deseaba asegurarse de que obtendría lo que le correspondía, lo mismo que lo deseaba para el que llamaban su padre. Él apreciaba al viejo, pero no le quedaba más remedio que cubrirse las espaldas. Eso era algo que tenía en común con su nuevo amigo Danny Boy Cadogan, un hombre que, como él, había tenido problemas con el hombre que lo había engendrado. Al igual que Danny, estaba hasta la coronilla, se le había acabado la paciencia y quería quitarse a su familia de en medio. Al final, siempre se daba cuenta de que no merecían tanto esfuerzo. La familia estaba bien, pero siempre y cuando viviera en otro país.

Cuando se sentaron, Jamie se percató del peligroso aspecto que tenía Danny Boy. Como todos los capos, Danny tenía el don de inspirar miedo y desconfianza a los que le rodeaban, algo que resultaba una herramienta muy útil en su mundo. Hasta la pasma le daba cuartel, aceptaba su nuevo estatus y pasaba por alto sus obvios errores mentales, especialmente que careciera de conciencia alguna y se creyera con todos los derechos del mundo.

Danny Boy Cadogan era lo que normalmente se denominaba un lunático, un tarado. También era un negociador muy hábil que actuaba como si fuese una persona normal, hasta que alguien le ofendía. Llevaban unas cuantas semanas estudiándose mutuamente, pero la cita que tenía con él reforzaría sus relaciones, al menos eso esperaba Jamie.

Las personas como Danny Boy Cadogan eran necesarias para la causa criminal, tanto que, si no existieran, estarían todos jodidos. Las personas como Danny eran las que acababan con los provocadores, las que sabían hacer las cosas a puerta cerrada. Como su padre, Donald, le había dicho, los verdaderos capos eran esos a los que jamás conocías, los que pasaban desapercibidos y encargaban a otros que dejaran su huella en la psique pública mientras ellos se llevaban la pasta y nadie los perturbaba.

Era una verdad tan grande como un piano. Estábamos en los ochenta, los viejos carrozas estaban acabados y la nueva generación estaba dispuesta a coger las riendas. Ahora contaban con el beneficio añadido de salir en los periódicos, además del beneplácito de la opinión pública. El punk rock había sentado las bases del nuevo antihéroe; las personas tenían que pagar tantos impuestos que admiraban a cualquiera que tuviera el valor de tocarles los cojones a las autoridades.

Jamie, sin embargo, deseaba que Danny Boy quitara de en medio a su padre, lo que dejaría la puerta abierta para que los jóvenes como él se quedasen con lo suyo. Era la ley de las calles, la debilidad no estaba permitida y la violencia se justificaba si te llevaba adonde querías. De hecho, era lo que garantizaba que apareciesen nuevas generaciones, nuevos capos y, en última instancia, un nuevo orden social. Una vez que hiciese el trato con Danny Boy, su padre sería una cifra más de la estadística criminal cuyos antecedentes garantizaban un completo desinterés por parte de la pasma. Habría que soltarles algo de pasta, por supuesto, ya que, al fin y al cabo, todo el mundo tiene facturas que pagar, deudas que saldar y vacaciones que reservar.

Jamie tenía la sensación de que Danny aceptaría el trato, ya que, al igual que él, estaba buscando su lugar y esperaba pacientemente a que surgiera la oportunidad de convertirse en uno de los que conformaban el orden mundial. Las drogas y los clubes eran las dos principales fuentes de riqueza y ambos lo sabían mejor que nadie. También sabían cómo lograr que sus negocios fuesen aceptados y permitidos por los demás capos. En definitiva, que su razón era tan buena como otra cualquiera para quitar al viejo de en medio.

Danny sabía perfectamente a qué se debía su visita, no era ningún estúpido, pero tenía que representar su papel, simular que le sorprendía la audacia de lo que Jamie iba a pedirle, mostrar una reticencia que no sentía en absoluto y, después, aceptar el trato que pondría fin a la vida de su padre y diera comienzo a la suya. Era una lástima, pues a su manera había sido un buen padre, pero el hijo no tenía más remedio que cubrirse las espaldas. Además, le proporcionaría al viejo un buen entierro, con carroza de caballos, un buen ataúd y un banquete del que se hablaría durante meses. Después de todo, era lo menos que podía hacer.

Danny Cadogan podría haber escrito el guión por él, ambos lo sabían, por lo que el trato resultaba beneficioso para ambos. Juntos formarían una fuerza muy poderosa; estaban tan unidos que no se la jugarían el uno al otro. El respeto era lo más importante y Michael, que los observaba, se sorprendió de la facilidad con la que Danny se convenció de que había encontrado la conexión adecuada y de la facilidad con que engañaba a todo el mundo haciéndoles pensar que podían controlarle. Pues bien, Donald iba a ser utilizado como excusa para quitar de en medio también a Lawrence Mangan. Danny Boy quería matar dos pájaros de un solo tiro y, como Lawrence Mangan y Donald Carlton eran conocidos por ser asociados de la pasma y la hermandad criminal en general, lo considerarían como una venganza justa. Sin embargo, todo el mundo sabría la verdad: que Mangan estaba sacando de quicio a todo el mundo hablando constantemente mal de Danny desde que presenció el despiadado asesinato de Kenny. Si lograban solucionar ese problema, ambos ascenderían a la estratosfera de sus respectivos negocios. Y así sería. Danny había estado esperando algo parecido toda su vida y ahora no pensaba desaprovechar esa oportunidad. Los dos jóvenes sabían que había llegado su momento y ahora de lo único que tenían que preocuparse era de que lo planeado no repercutiera en su contra.


Ange estaba preocupada. Había oído muchos rumores acerca de la participación de su hijo no sólo en trapicheos de drogas, sino en asuntos mucho más importantes y peligrosos. Eso, en realidad, no le preocupaba, pues formaba parte del mundo en que vivían, además de que los beneficios de esos negocios le estaban reportando un estándar de vida del que disfrutaba plenamente. Lo que la preocupaba era que menospreciara sus consejos y los de su padre. Donald Carlton no era ningún estúpido. Como todos los demás, conocía el meollo del asunto y se enteraba de todo lo que sucedía a su alrededor. Ella se había enterado en la calle de que Jamie pretendía traicionar a su padre, por tanto era muy probable que él lo supiese también. Si era sincera, hasta su propio hijo era un escurridizo cabrón con el que había que tener cuidado, pero ella tenía que guardarlo en secreto y jamás lo había mencionado de puertas para fuera. Quien de verdad le preocupaba era su marido. Le costaba trabajo perdonar y olvidar lo que le había hecho, pero, como él se lo había buscado, no lo lamentaba mucho. Ange sabía que a su marido le resultaba difícil aceptar que su hijo llegara tan lejos en la vida, especialmente desde que le había jodido por completo la suya. Veía que Danny y Michael hablaban mucho de negocios delante de él y sabía que, al menos Danny, lo hacía a propósito porque disfrutaba tocándole las narices a su padre. Ange temía que su marido pudiera utilizar esa información para darle una lección a su hijo, que la utilizase para vengarse del hijo que, a ojos de todo el mundo, había usurpado su lugar. Desde entonces, la gente lo toleraba por el mero hecho de que su hijo le concedía cierto respeto en público, pero si Danny decidía anularlo, los demás le seguirían sin rechistar. Big Dan Cadogan llevaba mucho tiempo viviendo de prestado, siempre tenso, por lo que resultaba natural que pensase que la muerte de su hijo era la única forma de sentirse seguro, la única manera de que pudiese volver a andar con la cabeza bien alta. Donald Carlton apreciaría de veras un soplo como ése, seguro que se lo pagaba con un dinero que le serviría para vivir unos cuantos años. Aunque eso implicase la muerte de su hijo, Ange entendía que en ese momento de su vida aquélla sería una razón para que él le delatase.

Carlton era un cabrón de mucho cuidado y la paternidad de su hijo se convirtió en un tópico de conversación durante muchos años. Ahora era una leyenda urbana y, aunque el muchacho se parecía a su abuela paterna, su paternidad aún seguía preocupando a su padre. Todas las mujeres sabían que a los hombres les gustaba que los hijos que llevaban sus nombres también se pareciesen a ellos. Los hombres solían recalcar las semejanzas de sus hijos con un placer inaudito. Un solo cuco en el nido no era la situación más idónea y, como sólo tenía un hijo, Donald Carlton tenía buenas razones para considerar que fuese un impostor. Ninguna de sus mujeres se había quedado embarazada, sólo su esposa, y hasta ella tardó años en hacerlo antes de que anunciase a los cuatro vientos la llegada del joven James. Donald Carlton andaba ahora con una jovencita y, si lo que decían los rumores era cierto, se la tiraba cada vez que le era posible con la esperanza de dejarla preñada y redimirse él mismo.

Era una tragedia de por sí, pero además una situación muy peligrosa para su hijo mayor. Ange estaba entre la espada y la pared. Por un lado, estaba obligada a advertir a Danny Boy, dejando el nombre de su marido al margen, o dejar que las cosas fluyeran por su propio curso y enterrar a su marido o a su hijo mayor.

Se sentó a solas, se tomó el té y se quedó pensativa. Si se viera acorralada, no tendría duda a cuál de los dos protegería. La vida era una putada, no era justo que se viera obligada a decidir, pero ¿qué tenía de justo este mundo?


Gordon estaba hecho un manojo de nervios desde el día del funeral y había presenciado el último arrebato de Kenny. Mary contemplaba a su hermano mientras éste se preparaba un sándwich. Había observado que su hermano sufría de lo que la gente llamaba los nervios. Pasaba la mayor parte del tiempo en compañía de Jonjo Cadogan, algo que no le molestaba, pero lo que sí le preocupaba era su afición por las drogas. Si no estaba bajo los efectos del Drinamyl, el nuevo nombre que se le daba a los ácidos, se pasaba el día dormido porque se había tomado un Mogadons. Los moggies, que así se les llamaba, eran pastillas para dormir que los yonquis tomaban antes o después de pegarse un chute.

Mientras Gordon se untaba salsa de ensalada en una de las rebanadas, Mary le preguntó alegremente:

– ¿No vas a salir, Gordon?

Era viernes por la noche y cualquier joven de su edad estaría deseando salir. Gordon negó con la cabeza y ella se sorprendió de lo mucho que se parecía a su hermano mayor. Michael parecía su hermano gemelo. Era un tanto extraño.

– Jonjo se va a pasar por aquí. Prepararemos algo, escucharemos música y nos relajaremos.

Mary asintió y él la miró un poco perplejo.

– ¿Te encuentras bien, Mary?

Mary sonrió; una sonrisa sincera que mostraba su agradecimiento porque se preocupase de ella. Con cierta tristeza respondió:

– Por supuesto que sí. Es por ti por lo que me preocupo.

Gordon sonrió, mostrando en su apuesto rostro una expresión sincera y honesta.

– Pues no lo hagas, ¿de acuerdo?

Mary asintió, pero sabía que su hermano no estaba asimilando los acontecimientos de los últimos meses demasiado bien y estaba decidida a hacer algo al respecto. Al igual que su madre, Gordon deseaba borrar los días más que vivirlos. No sabía cómo manejar el mundo cuando éste se le echaba encima. Su forma de hacerlo eran las drogas, que se habían convertido en su vía de escape. Mary se dio cuenta de que debía hablar con Michael y Danny Boy al respecto antes de que fuese demasiado tarde. En el lugar donde vivían, el irse destrozando se consideraba como parte del proceso natural, ya que no había muchos incentivos ni oportunidades de encontrar un empleo decente. De hecho, como todos los de su generación, no encontraba ningún aliciente. Los trabajos, los verdaderos trabajos, estaban muy lejos de su alcance y, a menos que tuvieras un pariente en la Ford de Dagenham o en la prensa, tenías muy pocas opciones. Y esos trabajos solían desempeñarlos hasta tres generaciones de la misma familia. Una vez dentro, tenías un trabajo de por vida; los sindicatos se habían encargado de ello.

Michael podría ofrecerle un trabajo, pero ni tan siquiera se había molestado, porque Gordon no era precisamente una persona muy activa. No era un muchacho dispuesto a trabajar por unas libras, ni para ganarse una comisión. Era más del tipo de los que se las apropian. Si a eso se le añadía que su coeficiente de inteligencia era más reducido que la horma de su zapato y que no era lo bastante maduro como para que se le pudiera confiar algo que exigiera la máxima discreción, entonces se veía obligado a recurrir.i sus muy escasos recursos. Eso tenía que acabarse. Gordon tenía la obligación de empezar a asumir ciertas responsabilidades y Michael tenía que dejar de ponérselo tan fácil.

– ¿Qué estás tramando, Gordon?

Gordon sonrió y Mary tuvo que reprimir los deseos de abofetearle.

– ¿Qué pasa, Mary? ¿Ahora me interrogas como un policía?

Mary sonrió y soltó una carcajada breve y sarcástica.

– Podría ser, Gordon, si no tienes cuidado. Y si traes a la pasma a esta casa, no sólo enfadarás a Michael, sino a Danny Boy.

Dejó flotar esas palabras antes de añadir:

– Y ahora te lo pregunto por última vez: ¿en qué estás metido y de dónde has sacado el dinero?


Michael se tomó la copa mientras observaba a Danny Boy acercarse a Pakash Patel, un hombre robusto, guapo, con la reputación de ser un verdadero jugador; un apostador conocido por saldar sus deudas con suma diligencia. También se le conocía por su incansable apetito por el juego, el whisky y las rubias. Ahora, además, se había metido en el mundo de las drogas, pero no en las de diseño, sino en los esteroides anabolizantes.

La afición por el culturismo que había comenzado en los setenta se había extendido más allá de los gimnasios y los clubes deportivos. Los hombres soñaban con tener un cuerpo como el de Arnie, pero no querían hacer demasiados esfuerzos. Unas cuantas inyecciones bastaban para garantizarles los bíceps de un gladiador y, por desgracia, el carácter de un rinoceronte escaldado. Pakash Patel disponía de los contactos que Danny Boy necesitaba para introducir el mercado de los esteroides en el siglo veintiuno. Patel tenía familiares en el campo de la medicina; de hecho, la mayoría eran médicos o farmacéuticos que se dedicaban también a la distribución, lo cual añadía un punto más a su favor en opinión de Danny Boy. De acuerdo con lo estipulado por la ley, era legal poseer esteroides, lo único ilegal era venderlos en grandes cantidades. Eso significaba que podían venderse en cualquier establecimiento deportivo sin necesidad de armar demasiado alboroto y con unos beneficios bastante cuantiosos. Si te cogían con ellos, lo único que había que decir es que eran para consumo personal y con eso quedaba zanjado el asunto. Danny Boy se dio cuenta de que serían una buena fuente de ingresos y estaba decidido a explotarlos al máximo. Cualquier droga proporcionaba dinero, eso lo sabían todos, pero los esteroides eran sumamente fáciles de conseguir y de distribuir, por lo que resultaba increíble que nadie se hubiese dado cuenta de su potencial.

Mientras Danny Boy reía y bromeaba con Pakash, calculaba cuánto podía sacarle a ese hombre sin que se sintiera insultado. Ya había invertido en tres gimnasios y lo hizo tan en secreto que el recaudador de impuestos se jubilaría antes de averiguarlo. Era pan comido. Además, últimamente se sentía revigorizado porque no tardaría en convertirse en uno de los principales representantes del mundo del hampa, algo que resultaba sumamente emocionante.

Pakash reía, mostrando uno de los puentes por lo que era famoso su hermano mayor, un dentista. El traje que llevaba dejaba muy claro que, por mucho dinero que se tenga, el buen gusto es algo que no se puede comprar. Tenía aspecto de ser un cualquiera, algo que Danny siempre le recalcaba, aunque sabía que obraba en su beneficio.

Sin embargo, cuando entró en el casino y lo condujo hasta su pequeña oficina, Danny se sorprendió de lo seguro que parecía de sí mismo. Pakash le iba a proporcionar una pequeña fortuna, lo cual sería un catalizador para mantener una buena relación laboral de la que Danny tenía la certeza que sería más beneficiosa para él que para Pakash. Éste no era ajeno a eso, al fin y al cabo era un cockney y se percataba de la situación. Sería una fuente de ganancias, pero a cambio tendría la protección de Danny Boy, algo que valía más que el dinero, porque pensaba utilizarla para amasar más con el mínimo esfuerzo.

Danny Boy estaba tan seguro de llevar todas las de ganar que se quedó perplejo cuando Pakash le comentó que había oído en la calle ciertos comentarios sobre él y James Carlton.

Michael se dio cuenta de que, por primera vez en la vida, Danny Boy Cadogan se quedaba atónito y sin palabras.


Donald Carlton estaba sentado en el piso de su novia tomándose un whisky doble. El piso era muy pequeño en comparación con la casa en que vivía con su verdadera esposa, la misma a la que había soportado durante treinta y dos años. La mujer se había acostado con medio Londres, pero él seguía siendo lo bastante estúpido como para creerla cuando le juraba que le había sido fiel. Él era un hombre de mundo y sabía que, si se hubiera librado de ella hace muchos años, su vida habría sido mucho más fácil. Era una puta, una mujer con la moral de una gata callejera y la cara de un ángel. Había sido, en definitiva, lo único carente de sentido en su vida y, aunque tenía el don de hacerle creer lo que se le antojase, ya no estaba dispuesto a confiar en ella nunca más.

Los hombres en los que confiaba, incluso los que apreciaba y habían trabajado para él desde el principio, percibían su humillación. Jamás habían pronunciado una palabra en contra de ella y tampoco lo habían cuestionado cuando decidía acogerla de nuevo después de una de sus correrías. Pero eso se había acabado, ya no sentía nada por esa mujer que había engendrado un hijo que le había hecho creer que era suyo y que, siempre que estaba cabreada, le había dejado caer que también podía ser de un montón de hombres que le habían donado su esperma.

Donald había conocido a su nueva novia en un club nocturno de Ilford. Se había metido por unos instantes en el aseo de señoras para cobrar unas cuantas libras que le debía uno de los peces gordos de la localidad. Cuando salió vio a Deirdre Anderson en la barra y, nada más verse, ambos se dieron cuenta de que estaban hechos el uno para el otro. Era una chica despampanante, rubia, con los ojos grandes y un bonito cuerpo. Por su forma de vestir y de hablar, se dio cuenta de que no era la primera vez que se enrollaba con alguien, pero también sabía que se sentía tan entusiasmada por él como él por ella. Por primera vez en la vida se sentía satisfecho, una emoción que no se apreciaba tanto como se debiera.

Donald podía relajarse en aquel pequeño apartamento, relajarse de verdad. Es posible que Deirdre tuviera sólo veinte años, pero estaba seguro de que le amaba, de que le era leal y de que estaría a su lado por mucho tiempo sin importarle la diferencia de edad, pues eran espíritus gemelos.

Deirdre había decorado el apartamento con pésimo gusto, pero eso no importaba lo más mínimo porque hasta el papel chabacano que había puesto en las paredes y los muebles tan desparejos le hacían sentirse en casa. Aquello era una verdadera casa, un verdadero hogar donde las personas que vivían dentro eran más importantes que el precio del mobiliario. Era un lugar donde el tiempo parecía detenerse, donde podía disfrutar siendo un hombre y donde no le roía el recuerdo constante de la infidelidad de su esposa.

Cuando Donald oyó que Deirdre dejaba entrar a su invitado, suspiró y se bebió el whisky de un solo trago. Se sirvió otra copa, se sentó en el sofá Dralon que quizá era demasiado grande para un salón tan pequeño y se preguntó qué vendría a pedirle. Puso cara de no saber nada y dibujó una sonrisa forzada cuando vio entrar en el salón a Big Danny Cadogan. Su cuerpo tullido se movía con torpeza y todo el que lo veía recordaba lo que le podía suceder a quien actuaba irreflexivamente, una lección que él había aprendido a manos de los Murray.

– ¿Qué te trae por aquí, Dan?

Big Dan Cadogan se dejó caer en un sillón, dolorido. Luego, con la misma forzada jovialidad que había empleado Donald, le respondió:

– Sírveme una copa y te lo digo.

La atmósfera estaba impregnada de una desconfianza mutua y de insinuaciones guardadas en secreto. Ambos habían sufrido a manos de sus hijos, ambos habían tenido que aprender a vivir con ese peso, pero eso no significaba que hubiesen asimilado lo que les había sucedido.

Deirdre se sentó en la cocina para tomarse un café; disfrutaba viendo que su amante se sentía tan a gusto en su apartamento como para considerarlo un lugar propicio para hacer sus negocios. Era una chica con buen carácter que se había quedado embarazada a los diecisiete años, pero había perdido el niño al poco de nacer. Después de esa traumática experiencia, llegó a la conclusión de que la vida era demasiado corta para despreciarla. Todo consistía en disfrutar de lo positivo y no darle vueltas a lo negativo.


– Pakash sólo ha repetido lo que se oye en las calles, Danny.

Louie Stein había prestado atención a todo lo que se decía con su interés acostumbrado. Cuando Michael hizo ese comentario, asintió reafirmando sus palabras y añadió:

– Él tiene razón. Te has portado como un capullo.

Pronunció esas palabras con la clara intención de ofender al muchacho. Lo habían pillado, lo habían delatado y ahora necesitaba resolver el asunto lo antes posible.

Danny Boy buscó consejo en Louie, algo que llevaba años sin hacer. Sin embargo, como había sucedido frecuentemente en el pasado, estaba dispuesto a escuchar lo que tenía que decir al respecto.

– Dime la verdad, Louie, ¿crees que saldré de ésta?

Louie sonrió débilmente. Había envejecido y su cráneo empezaba a adoptar la forma de una calavera. Danny y Michael lo miraban como si fuese un anciano, una de esas muchas personas a las que estaban dispuestos a dejar fuera de combate y arrebatarles todo aquello por lo que habían luchado en la vida.

A diferencia de los demás, Louie sabía que ese par de mequetrefes lo necesitaban porque aún recurrían a él para pedirle su opinión, y sus consejos eran bien recibidos. Sabía de sobra que, si no tenía cuidado, algún día podía llegar a encontrarse en el mismo bote que Kenny, Mangan o Carlton. No obstante, confiaba en la lealtad de Danny Boy porque él exigía lo mismo de los demás. Louie creía que había apostado por el caballo ganador, pero sólo el tiempo le diría si había acertado.

Louie le dio una profunda calada a su habano y, soltando el humo con lentitud, miró las volutas que formaba alrededor de su cabeza. Luego se irguió en su asiento y, mirando fijamente a Danny Boy, les explicó la situación en la que se habían metido y la forma de salir de ella con el mínimo daño posible. Señalándole con el dedo, le dijo:

– A veces vosotros dos me ponéis malo. Jamie Carlton es de los que no pueden tener la boca cerrada ni debajo del agua. Padece de diarrea verbal y cree que todos disfrutan tanto como él oyendo su jodida voz. Ahora todo el mundo lo escucha, pero es porque tiene a su favor el nombre que lleva, el que le dio el hombre al que tanto desea matar. Ahora vosotros estáis en el punto de mira de cualquier cosa que le pueda suceder a Donald Carlton, aunque sea por accidente. Si lo atropellan, si se cae en la bañera o si se ahorca con los cordones de sus zapatos, alguien, en algún lugar, os vinculará con eso. Aunque no lo creáis, nuestro mundo depende del chismorreo, aunque los capos llamen a eso recopilar información. Pues bien, recopilar información es lo que os pone por encima del resto de las personas. Ahora os han visto tratando con Jamie en más de una ocasión y eso, aunque no os hayáis dado cuenta, ha sido observado por los capos y ha suscitado muchos debates. El único consejo que os puedo dar es que lo dejéis o lo resolváis de una vez por todas. En cualquiera de los casos, tenéis que dejar claro a todo el mundo cuáles son vuestras intenciones y qué esperáis obtener de vuestras acciones. Después de esta noche, os aconsejo que, sea lo que sea lo que decidáis, más vale que raye lo extremo. Donald es apreciado por mucha gente, al contrario que Mangan, precisamente porque supo ganarse a muchas personas que en realidad pretendían despojarlo. Y lo hizo asegurándose de que todos ganasen un buen dinero a su costa, lo cual, muchachos, es el secreto del éxito en nuestro mundo.

Danny y Michael le escuchaban con su acostumbrado respeto. Louie no sólo era una persona sensata, sino que además estaba al tanto de todo precisamente porque era un chismoso por naturaleza. Louie era de esas personas que saben recopilar información. Con el paso de los años, había aprendido que, por muy trivial que pareciese la historia, o por muy ultrajante, casi siempre contenía un elemento de verdad. Muchas personas habían muerto, y muy dolorosamente por cierto, a causa de los chismorreos, y muchos habían desaparecido de la faz de la tierra por la misma razón. Y eso era así porque, en su precario mundo, una palabra dicha en el momento menos oportuno podía suponer una larga condena en prisión o el motivo por el cual esplendorosos negocios se viniesen abajo en un santiamén.

Por primera vez en la vida, Danny no estaba seguro de lo que debía hacer. Louie se percató de su indecisión y salió en su ayuda. Pensaba que, al contrario que Michael, que era contable de nacimiento, Danny Boy era el que gozaba de una reputación que lo pondría en el mismo nivel de los más poderosos, el que tenía fama de saber vengarse rápida y drásticamente, lo que le garantizaría no ser retado por otros jóvenes, y el que cuidaría de que durante su vejez ninguno de ésos le hiciese el más mínimo daño. Pensaba que había sido generoso con el muchacho y le había proporcionado muchas ganancias, por eso confiaba en que se encargaría de que a su esposa e hijas no les faltase de nada cuando él estirase la pata. Danny era un hombre joven, pero con los valores de antaño, algo que le proporcionaría una buena posición durante muchos años.

Danny había escuchado atentamente lo que su viejo amigo le había dicho y las palabras «rayar lo extremo» parecían las únicas que se le habían quedado grabadas en la mente. Si su amistad con Jamie había dado que hablar, entonces debía resolver ese problema lo antes posible; como siempre decía, mejor ahora que mañana.

Capítulo 13

Deirdre estaba echada de lado, roncando plácidamente, cubierta por una delgada capa de sudor y con su larga melena rubia sobre los hombros como una manta. Había echado hacia atrás el edredón y Donald se sentó en una silla para mirarla, maravillado de que una mujer así fuese totalmente suya.

Donald sabía que, desde que la había conocido, su corazón de anciano se había ablandado. Al contrario que con su esposa, delante de ella no se veía en la necesidad de demostrarle nada a nadie, no tenía que vigilarla como si fuese un halcón. El amor que sentía por ella era un sentimiento liberador, le había demostrado en qué consistía de verdad una relación y le había hecho ver que su matrimonio y su relación con su esposa habían sido venenosos. Su amor por Deirdre le había hecho ver que había desperdiciado los que deberían haber sido sus mejores y más productivos años con alguien que no se preocupaba lo más mínimo por él, que no lo respetaba a él ni respetaba la posición que ocupaba.

Y ahora estaba el problema con su hijo, o mejor dicho, con el muchacho al que había criado. Desde el principio, en lo más hondo de su corazón, sabía que era un niño bien criado y consentido, pero ahora no sólo tramaba asesinarle, sino que había contratado a otros jóvenes para que le ayudasen a saciar sus deseos de grandeza.

Jamie, al parecer, estaba dispuesto a apoderarse de lo que consideraba suyo y no le importaba enterrar a su padre en el proceso. Eso le dolía. Siempre se había portado bien con el muchacho, jamás había dejado que su sentimiento de rabia o frustración lo salpicara, pues siempre lo había visto como otra víctima más, como la parte inocente de ese fracaso que había sido su matrimonio. Ahora Donald estaba pagando el precio de ser tan complaciente. El muchacho tenía una edad en la que quería asegurarse su herencia, aunque debería saber que él era incapaz de engendrar un hijo a no ser que fuese por intervención divina. Se preguntó si Jamie sabía quién era el culpable, si su madre le había dicho algo al respecto. Lo puso en duda. Llegó a pensar que lo más probable es que ni ella lo supiese. Se había tirado a tantos hombres que cualquiera en un radio de diez millas a la redonda podía ser su padre.

Donald sabía que la relación con esa mujer tan joven era la causa de la profunda inseguridad de su hijo. Sabía que lo que más temía Jamie era la llegada de un nuevo hijo, de un hijo que sería suyo sin ninguna duda. Donald sabía que tal cosa jamás ocurriría, pues, con todas las mujeres que se había tirado, jamás había dejado a ninguna preñada. La verdad, algo que ahora no podía decirle a Jamie, era que se había resignado hacía muchos años a que fuese él quien llevase su nombre, ese nombre que con tanto orgullo le había otorgado todos esos años. Después de todo, él había vivido esa mentira demasiado tiempo y le resultaba estúpido no seguir manteniéndola después de muerto. Ahora, al parecer, de ser por su hijo, moriría antes de lo previsto.

Oyó un tenue ruido en el vestíbulo y, asumiendo que sería el gato de Deirdre el que entraba por la puerta principal, se recostó en el asiento y se deleitó mirando a la mujer de su vida.

La puerta, sin embargo, se abrió de golpe y repentinamente vio a Danny Boy y a Michael mirándole como dos ángeles vengadores. Fue entonces cuando se dio cuenta de que se había demorado mucho en tomar medidas. Danny Boy sonreía con una de sus típicas sonrisas, con una de esas sonrisas que le hacían parecer un joven normal, lo que demostraba, una vez más, que las apariencias engañan.

Deirdre se había despertado; tenía los ojos abiertos de par en par y aspecto de loca.

Donald se dio cuenta de que lo había estado esperando, por eso no había conciliado el sueño; de alguna manera había aceptado su destino y ahora hasta le daba la bienvenida.

– ¿Qué te trae por aquí, Danny Boy? Tu padre acaba de irse y me ha pedido que te perdonase la vida si esto sucedía. Ha estado implorando por tu vida, al contrario que esa rata de hijo mío que quiere quitarme de en medio. Imagino que no has hablado con él todavía.

Danny miró a la joven aterrada y le hizo señas para que permaneciera donde estaba. Luego cogió a Donald Carlton de la ropa y se lo llevó al vestíbulo, con tanta fuerza que los pies del anciano dejaron dos profundas marcas en la mullida moqueta. Aún con el olor a desinfectante de pino impregnando sus fosas nasales y el llanto histérico de Deirdre resonándole en los oídos, Danny Boy le disparó a Donald a bocajarro, en la cara. El estampido no sonó tan fuerte como había previsto, pero la sangre le salpicó más de lo que esperaba. Cuando se dio cuenta de que el hombre sangraba profusamente porque su corazón seguía latiendo, le disparó de nuevo, pero esta vez en la nuca. La sangre y los huesos lo salpicaron todo, especialmente los pantalones de Danny. Se encogió de hombros con indiferencia, miró la cara pálida de Michael y sonrió alegremente. Luego, chupándose un dedo, hizo el gesto de dibujar un uno en el aire mientras decía: -Uno menos.

Michael recuperó la compostura y, regresando al dormitorio, se quedó mirando a la joven que lloraba encima de la cama. Antes de que pudiera decir nada, Danny Boy, sin mediar palabra, la cogió de los pelos y la llevó a rastras hasta el vestíbulo. Una vez allí, la arrojó encima del cuerpo sin vida de su amante y le dijo en tono amenazador:

– Vete con tu madre o con quien te dé la gana, pero vete. Si dices una palabra de lo que ha sucedido esta noche, te juro que me convertiré en tu sombra.

Danny sabía que no era necesario que repitiese lo que le había dicho, pues estaba seguro de que no abriría la boca con ningún pretexto. Y si lo hacía, no viviría lo suficiente para testificar. Él le había dado una oportunidad y, si tenía una pizca de cerebro, se daría cuenta de ello y actuaría en consecuencia. Ella era del barrio, conocía el meollo del asunto. Si mantenía la boca cerrada, la dejarían en paz y le darían algo de dinero cuando todo hubiese pasado. Tenía que asimilarlo y vivir con ello. No era la primera mujer, ni sería la última, que se había visto acorralada en una reyerta personal. A los pocos minutos había desaparecido.

Michael y Danny salieron del piso y Danny se aseguró de cerrar la puerta al salir. La pasma tendría que forzarla si quería entrar y no pensaba facilitarle las cosas. Ahora que había decidido lo que debía hacer, quería resolverlo lo antes posible. La adrenalina le corría por las venas y eso le hacía sentirse vivo; la violencia extrema siempre le había provocado un subidón del que disfrutaba más de lo que debía.

Cuando salía de los apartamentos, se cruzó con un grupo de jóvenes más o menos de su misma edad. Lo observaron detenidamente y él les devolvió la mirada como si fuese la primera vez que los viera. Tenían aspecto harapiento, estaban enganchados y, para él, representaban la escoria de la sociedad. El hecho de que él pudiera haber llegado a ser uno de ellos, de no ser por su fuerza de voluntad para salir del fango, lo perturbó porque le recordó de dónde procedía y contra qué luchaba a diario. Tener que haberse buscado tan pronto la vida lo podía haber hecho caer en lo mismo, él lo sabía mejor que nadie. Su padre, además, había procurado que nunca tuviera la oportunidad de salir de eso, les había dejado bien claro a él y a sus hermanos que no significaban nada en su vida. El, al igual que muchos, había sido concebido sin que nadie pensara en las consecuencias del acto sexual y sin deseo por ninguna de las partes. Danny sabía que esos jóvenes, con sus cabezas rapadas, sus Levis y sus botas militares habían sido concebidos de la misma forma que él. Era como si hubiesen nacido siendo conscientes de su poca valía, sabiendo que sus vidas no eran apreciadas por nadie, ni tan siquiera por ellos mismos, que la futilidad de su existencia no era sino una prueba más de lo irrisoria que era la vida.

Michael, que ya había abierto la puerta del coche, aún no se había recuperado de los disparos y de la enorme facilidad que mostraba Danny para matar. Trató de aplacar el miedo que le inspiraba la persona que más apreciaba en la vida. Sabía que aquella noche o bien los uniría o bien los separaría, y, aunque hubiera preferido mantenerse al margen y permanecer en el anonimato, sabía que no podía hacer tal cosa, pues tenía que ver cómo terminaba todo aquello.

Danny Boy miró fijamente a los muchachos, dándose cuenta de que lo reconocían, de que sabían quién era, odiándolos porque deseaban parecerse a él, como si pudieran. Formaban parte de esa carne de cañón que ellos utilizaban cuando necesitaban de alguien que se manchase las manos por ellos. Controló su rabia, pues sabía que habían oído los disparos y que imaginaban lo que habría sucedido. Danny se acercó hasta ellos y, con voz amistosa, les dijo:

– ¿No tendréis un cigarrillo, verdad muchachos?

Michael observó cómo los muchachos rebuscaban en los bolsillos, satisfechos de tener luego la oportunidad de decirles a sus amigos que Danny Boy Cadogan se había parado para hablar con ellos. Eso garantizaba su lealtad y su silencio.

Michael y Danny pensaron que, de no ser tan penoso, se hubiesen echado a reír.


Ange no lograba conciliar el sueño. Su marido había salido hacía horas y aún no había regresado. Normalmente, eso no le hubiera preocupado lo más mínimo, pero sospechaba que había ido a ver a Donald Carlton y sabía que, para variar, tenía verdaderas razones para preocuparse. Pensaba que Big Dan estaba intentando limitar los daños que podía haber causado con su imprudente charlatanería, ya que por su culpa los asuntos privados de su hijo habían llegado a ser de conocimiento público. Aunque le había jurado que no había hablado de ello a nadie de importancia, no había podido resistirse y lo había comentado con algunas personas que no eran dignas de confianza para Danny Boy. En parte, había sido culpa del mismo Danny. Había hablado demasiado en presencia de su padre, un hombre al que ni ella misma le había revelado nunca nada importante porque era de todos sabido que tenía la boca muy grande. Danny Boy, sin embargo, no había dejado de restregarle su nuevo estatus y había disfrutado poniendo en conocimiento de su padre a qué se dedicaba y el dinero que estaba ganando, algo que ella también comprendía en parte. Danny Boy aún era un muchacho y era lógico que se comportase como tal. Sin embargo, para ser alguien que se había labrado su propio camino, resultaba ilógico que estuviera dispuesto a estropearlo todo por causa del hombre al que ya había dejado tullido hace años.

Se levantó de la cama y se puso la bata; era una bata con un bonito estampado que la hacía parecer más gorda de lo que estaba, algo que no le preocupaba, pues su aspecto físico hacía años que había dejado de interesarle. Cuando se dirigió a la cocina, oyó que alguien susurraba. Entró en la habitación de su hija y se quedó anonadada al verla sentada en su cama besando a un joven con una coleta y una mirada degenerada en los ojos. Su chaqueta de cuero estaba tirada encima de la frágil silla que ella había pintado con tanto cariño hacía unos meses. Sus trainers, como les llamaban ahora, estaban desatados y tirados encima de la moqueta rosa que había limpiado esa misma mañana. Annie estaba medio desnuda, con la camisa abierta y los pantalones vaqueros hechos un ovillo encima de las sábanas. Ange tardó unos minutos en comprender exactamente qué habían estado haciendo, pero, cuando se dio cuenta, perdió los estribos. Como si no tuviera bastante con un hijo asesino, ahora debía afrontar que su hija fuese una puta. Encendió la luz, miró a la hija a la que tanto quería y, al verle la boca manchada de carmín y el pecho subiendo y bajando por el esfuerzo, Ange perdió el control y se dejó llevar por uno de esos arrebatos de cólera por los cuales era tan conocida. Cuando se abalanzó sobre su hija, el muchacho ya había saltado de la cama y se estaba atando los zapatos. Se veía que no era un chico del barrio, pues de haber sabido que ella era la hermana de Danny Boy Cadogan jamás se hubiese atrevido a entrar en la casa por mucho que ella se lo hubiese ofrecido. El muchacho se quedó mirando cuando la madre y la hija se enfrascaron en una lucha encarnizada encima de la cama, mordiéndose y tirándose de los pelos, soltando blasfemias que asustaban hasta al más pintado. Cuando Ange le propinó a su hija un puñetazo propio de un hombre, el muchacho salió despavorido de la habitación dejando que su nueva conquista se las apañase sola.

Annie lloraba y el maquillaje espeso que se había puesto le escocía los ojos. Dejó de pelear con su madre porque se dio por vencida, pero también se dio cuenta de que eso volvería a repetirse una y otra vez. Odiaba que la tuviesen encerrada como si fuese un animal, odiaba tener que dar explicaciones por cada minuto que pasaba fuera del seno familiar. Odiaba a su madre porque la coartaba por la sencilla razón de que envidiaba su juventud y su popularidad. Tal vez Ian Peck no fuese un príncipe azul, pero la había hecho sentirse como cualquier jovencita con sus besos y sus falsas promesas.

– Vete al carajo, mamá, y déjame en paz.

Intentaba librarse de su madre, que la tenía agarrada por el pelo. Estaba segura de que le había arrancado un buen puñado en la pelea. El labio le sangraba y, cuando trató de erguirse, se sorprendió de que su madre la soltase repentinamente. Ange, de pie en el umbral de la puerta, se quedó mirando a su hija y, por primera vez en su vida, vio a su hija tal como era.

– Puta de… ¿Eso es lo que haces cuando dices que vas a clases nocturnas? ¿Qué es lo que aprendes allí? ¿A putear? Por lo que se ve, ya hasta hablas como ellas.

Apenas si era capaz de pronunciar esas palabras, de lo furiosa que estaba. El corazón le latía con tanta fuerza que pensó que le iba a dar un ataque.

– Puta de mierda. Te atreves incluso a traer a esa basura a mi casa. La casa que yo mantengo limpia y ordenada para que vosotros tengáis un buen sitio donde vivir y donde os sintáis seguros. ¿Y cómo me lo pagas? Comportándote como una puta en mi propia casa.

Una vez más se abalanzó sobre su hija, propinándole una serie de golpes. Se concentraba en la cara y los hombros, tratando de dejarle señales para que recordase esa noche tan vívidamente como ella.

Mientras le propinaba esa serie de golpes sentía por su hija un odio palpable. Ver a su hija, a su niña, sin pantalones, enseñando los pechos mientras ese cabrón de mierda la sobaba con la picha fuera y ella se la toqueteaba, sería algo que no olvidaría nunca. Estaba segura de que, cada vez que viese a su hija, aunque llevase una máscara de buzo, le vendría esa imagen a la cabeza. Esa imagen se le había quedado tan impresa que ya no se le borraría nunca. Sin embargo, lo que más le dolía no es que hubiese traído a un muchacho a casa, al dormitorio, sino darse cuenta de que su hija no era una mujer decente, pues supo instintivamente que no era la primera vez que lo hacía. No había duda; a la chica le gustaba que la sobasen y que la utilizasen tipejos como ese joven, un extraño con el pelo engominado que se había creído que su hija era una más de esas asquerosas putas que proporcionaban favores sexuales. La desenvoltura que había visto en su hija mostrándose desnuda denotaba que no era la primera vez que hacía semejante cosa, ya que las jóvenes tardaban su tiempo en mostrar plenamente su cuerpo y, que ella supiera, sólo las putas se sentían cómodas desnudándose delante de un completo desconocido. Ange trató de sosegarse y dejó de golpear el cuerpo dolorido y amoratado de su hija. Miró a Annie como si no la hubiese visto nunca, sacudió la cabeza lentamente, se aclaró la garganta y le escupió en la cara.

Annie lloraba desconsoladamente. Estaba tendida en la cama y el escupitajo le corría por las mejillas. Ange, impasible ante los sollozos de su hija, salió de la habitación lentamente y cerró la puerta con suavidad. Era un acto simbólico que significaba que para ella su hija se había acabado. Jamás volvería a mirarla sin que se le viniera también el recuerdo de ese asqueroso pene erecto y su hija en bragas. Ya no había forma de evitar que viese a su hija como una chica fácil a la que había intentado en vano mantener inocente y pura, lejos de hombres como su padre y del daño que son capaces de hacer.

Ange tenía el estómago revuelto y le entraron tantas ganas de vomitar que tuvo que salir corriendo al cuarto de baño. Sabía que su hija la oiría mientras vomitaba y eso la alegró. Cuando Jonjo cogió una toalla mojada y le limpió la cara no pudo controlarse y se echó a llorar.


Lawrence Mangan estaba tendido en la cama con una sonrisa en la cara, un cigarrillo en la mano y observando cómo aquella mujer le chupaba la polla como si en ello le fuera la vida. Era una mujer despampanante, aunque su belleza estaba algo dañada por la espesa capa de maquillaje que sólo las putas caras saben llevar. Lawrence pensó que se debería a que se consideraban más valiosas que las demás. Sabían hacer su trabajo y la capa espesa de maquillaje suplía la falta de atracción sexual en sus encuentros. Se parecían a las mujeres de las revistas; no eran reales y la única razón por la que se dedicaban a eso era el dinero.

Ésta, sin embargo, por muy versada que fuese en sus menesteres, ya no tenía ninguna posibilidad de enderezársela porque él ya estaba deseando darle una patada en el culo y echarse a dormir. Mangan jamás permitía que las chicas que traía a su casa se quedasen a pasar la noche porque las consideraba unas ladronas cuyo trabajo ya las convertía en personas amorales hasta que encontraban alguien a quien echar el lazo. Podían robarte un par de gemelos, un bote de desodorante, en fin, cualquier cosa; la cuestión era llevarse algo. A él ya le había sucedido con anterioridad y había tenido que castigar a la joven severamente. La pilló cerca de la puerta, tratando de llevarse su reloj, un Bulova de oro no muy bonito, pero eso daba lo mismo, para él como si hubiese sido una joya incrustada en un huevo de Pascua. Lo importante es que había intentado llevárselo y él no podía consentir que una cosa así sucediese. Por esa razón la había dejado ciega. Su bravuconería le había hecho perder los estribos y le estampó una botella en la cara. En lo que a él respecta, ella se lo había ganado. Luego ordenó a dos de sus hombres que se la llevasen y ellos obedecieron en completo silencio y jamás mencionaron el incidente sucedido aquella noche. Mejor así. Gato escaldado, del agua huye. Cogió de mala manera a la chica de la cabeza y la apartó de su lado como si fuese una mosca molesta.

No era la primera vez que Linda Crock estaba con un cliente y sabía que, una vez que habían conseguido lo que querían, descargaban su vergüenza y su culpabilidad sobre la chica con la que habían estado. Bueno, que le dieran morcilla, ella ya había cobrado de antemano. Mangan tenía fama de ser un don nadie en la cama, alguien que trataba de saciar sus deseos mediante la intimidación y utilizando su reputación de capo. Ella, sin embargo, llevaba en el oficio desde que tenía catorce años y hacía falta algo más que un mierda como ése para que se quedasen con ella. Ya tenía el dinero a buen recaudo, por tanto no tenía obligación de mostrar un entusiasmo que no sentía. También sabía que los tipos como Mangan al final recibían su merecido. Cuando se vistió, Lawrence se dio cuenta de que ya no le miraba con intención de seducirlo, sino con una altivez que denotaba que todo lo había fingido, que eran tan buena actriz como las que trabajan en los teatros del West End.

Su forma de comportarse hizo sentirse incómodo a Lawrence, que permaneció callado mientras terminaba de arreglarse. Ni tan siquiera se molestó en decirle adiós. Pensó que se había metido en el cuarto de baño y tardó un rato en darse cuenta de que no estaba. Fue su forma de manifestarle su desprecio; ella, una mujer que se vendía al primer pintado sin importarle su edad, su peso o su higiene personal, lo había despreciado, lo había hecho sentir una inmundicia, y eso lo sacaba de sus casillas. Sin embargo, la mayoría de las fulanas con las que había estado sabían lo que le había hecho a una de ellas, por eso interpretaban su papel hasta que se veían en la puerta sanas y salvas.

Aún maldecía la arrogancia que le había mostrado esa mujer cuando oyó que alguien llamaba a la puerta. Sonrió y se levantó de la cama preguntándose qué coño se habría olvidado la muy guarra, pero fuese lo que fuese, iba a tener que sudar lo suyo para conseguirlo. Necesitaba que alguien le diese una reprimenda y, en eso, él era un experto. Al abrir la puerta, su expresión de reproche se trocó en otra de aversión y miedo. Aunque tarde, se dio cuenta de que la peor de sus pesadillas se había hecho realidad.

– ¿Te encuentras bien, Annie? -preguntó Jonjo en voz baja.

El tono de su voz denotaba que se había hinchado de fumar cannabis y estaba completamente colocado. Se acercó y se sentó en el borde de la cama. La bombilla que colgaba desnuda en el descansillo iluminaba lo suficiente como para ver que a su hermana la habían apaleado más que a un pulpo. La verdad es que no sentía la más mínima pena por ella, pues, cuando supo lo sucedido, se sintió tan disgustado como su madre y pensaba que se lo tenía bien merecido. Aun así, quería comprobar si se encontraba bien.

Jonjo miró la cara amoratada de su hermana y dijo:

– La he convencido de que no le dijera nada a papá ni a Danny Boy, ¿vale?

Annie asintió. Las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos, tibias y saladas. La empatía de su hermano la hacía sentir más avergonzada de lo que en realidad estaba. Empezó a sollozar, tapándose los ojos con el brazo derecho y reposando el izquierdo sobre el pecho, como si quisiera ocultarse.

– ¿Quién era ese tío?

Annie no pudo responderle porque lloraba incesantemente.

Jonjo sonrió con tristeza, le quitó la mano de encima de los ojos y, mirándola con ternura, añadió:

– Si no me lo dices, te aseguro que se lo diré a papá y, lo que es peor, a Danny Boy. Así que decide a quién quieres contar tu sórdida historia.

Annie continuaba sangrando; tenía los labios hinchados, notaba el sabor de la sangre seca y el dolor que le causaban todos los chichones que le habían salido en la cabeza. Tenía mechones de pelo esparcidos por todos lados y, al verlos, estalló en lágrimas de nuevo.

– No hablo en broma, Annie, así que dime quién coño era ese tío.

Sacudía la cabeza. Una de las orejas le sangraba porque durante la pelea su madre le había arrancado uno de los pendientes dejándole colgando el lóbulo, cosa que no cicatrizaría tan fácilmente. Su madre le había dado una buena tunda, como debía ser.

– Dímelo antes de que me cabree.

Annie sollozó y, llevándose la mano a la boca, respondió:

– Te lo juro que no lo sé, Jonjo. Lo conocí en la cafetería de Betunar Green.

Jonjo se apartó de ella, con la espalda arqueada por el asombro. Su hermana se dio cuenta de lo mucho que había crecido en los últimos meses y, aunque no era tan grande como Danny Boy, estaba hecho un hombretón. Al ver que Jonjo acercaba la cara a la suya, Annie se dio cuenta de lo muy violenta que podía ser su familia cuando alguno de ellos creía que su mundo se veía amenazado.

– De mí no te cachondees. ¿Pretendes que me crea que has traído a un puñetero extraño a nuestra casa para dejarle que te sobe y esté a punto de follarte?

Annie se dio cuenta de que Jonjo estaba a punto de asesinarla e intentó calmarlo mientras deseaba con toda su alma que la noche no hubiese terminado tan violentamente. ¿Por qué razón había traído a ese muchacho y no había dejado como de costumbre que la llevase a Vicky Park o a un callejón? ¿Por qué hacía eso además? Ella sabía bien por qué. Se estaba rebelando contra ese régimen que la tenía más encerrada que a una monja de clausura, se estaba rebelando contra el nombre que llevaba, contra ese nombre que impedía que cualquiera se le acercase. Annie no le respondió. Ocultó la cara entre las almohadas y lloró desconsoladamente.

Jonjo miró a su hermana, por la cual no sentía ni la más mínima empatía por mucho que la quisiera. La cogió del brazo, le dio la vuelta para obligarla a mirarle y dijo:

– Te lo digo por última vez, gilipollas. Dime su nombre o lo que te ha dado la vieja te va a parecer un entremés.

Annie vio que hablaba en serio. De hecho, ya había echado el puño hacia atrás para propinarle el primer puñetazo, así que respondió:

– Es de Romford. Y se llama Ian Peck.

Jonjo bajó el brazo lentamente, la miró como si fuese una basura y se levantó para salir de la habitación. Cuando llegó a la puerta, se dio la vuelta y, con malicia, dijo:

– Puta de mierda. Ahora ese Ian Peck sabrá quién soy yo.

Annie se echó a llorar de nuevo mientras él cerraba de un portazo. Ella se repetía una y otra vez las mismas palabras: «Tengo que escapar de aquí. Tengo que escapar». Sin embargo, sabía que eso sería imposible, a no ser que saliera con los pies por delante o del brazo de su futuro marido. En ese momento, lo primero era lo más tentador.


Lawrence Mangan se dio cuenta de que se la habían jugado, como también comprendió que no saldría vivo de ésa si no era peleando. Le resultaba increíble que esos dos jóvenes pudieran presentarse en su casa, en su propia casa, y comportarse como si fuesen los dueños del mundo. Cuando los vio entrar, miró a sus dos guardaespaldas y vio que observaban indiferentes, por lo que dedujo que también estaban metidos en el ajo. Se dio cuenta de que los hombres que tenía a sueldo, esos de cuya lealtad estaba tan seguro, estaban esperando para presenciar la que le esperaba. En ese momento, el deseo de lucha lo abandonó, ya que acababa de entender que, por mucho dinero y muchos contactos que tuviese, nadie iba a acudir en su ayuda aunque la pidiese. Al ver la cara sonriente de Danny Boy no le quedó más remedio que aceptar que él sería el único testigo de su muerte. Cuando Danny Boy lo empujó hasta el dormitorio, observó que Michael traía una bolsa llena de herramientas que Danny Boy vació de golpe sobre la cama, de lo que dedujo que su muerte no sería ni lenta ni exenta de dolor. Danny Boy estaba decidido a hacerle pagar por cada menosprecio que le había hecho, real o imaginario, y pensaba utilizarlo como señal de advertencia y como trampolín para entrar en el mundo de los verdaderos capos.

Justo en el momento en que comprendió la gravedad de la situación, Danny Boy sacó un cúter y le dio un tajo justo en los ojos, cegándole con su propia sangre. Cuando cayó de rodillas y se cubrió el rostro instintivamente con las manos, se escuchó a sí mismo pedir clemencia con suma humildad, con toda la autocompasión que poseía, y eso le hizo odiarse aún más. Le pidió al muchacho que acabara con su vida lo antes posible, que lo dejase morir como un hombre y no le torturase como había hecho con otros porque él era un capo y eso debía significar algo. Después se limitó a sollozar y rogar, pero al final se limitó a quejarse, aceptar su destino y rezar para que llegase pronto. Sin embargo, sabía que eso era imposible porque Danny Boy quería sentar precedentes y dejar su huella de una vez por todas. Quería asegurarse de que lo aceptarían en ese mundo del que tanto deseaba formar parte y dejar claro que iba a por todas.

Luego, con su antagonismo natural, Lawrence le gritó:

– Mírame bien, Danny Boy. Mírame porque algún día tú acabarás de la misma forma.

Danny Boy rió y respondió:

– Tus ojos parecen dos huevos duros embadurnados de ketchup. Te duelen, ¿verdad que sí?

La ceguera de Lawrence le daba un aspecto más terrorífico que el de antes.

– ¿Te acuerdas del proverbio que dice que se recoge lo que se siembra? A que ahora te parece cierto.

Lawrence vislumbró a Danny Boy, desde la mandíbula hasta su fuerte espalda, de la cual jamás presumía. Mostraba un rostro indiferente, pero se veía que disfrutaba con la muerte. En muchas ocasiones había oído hablar de la frialdad y la absoluta indiferencia de Danny Boy ante el sufrimiento y la violencia, pero jamás pensó que acabaría siendo víctima de ellas. Ahora se daba cuenta de que su odio y su veneno se volvían contra él.

Danny Boy era un matón al que había infravalorado. Sabía que su muerte serviría para abrirle las puertas y para colocarle en primera línea. Las personas como Danny Boy eran necesarias y hacía mucho tiempo que no surgía nadie como él. Era el típico delincuente cabrón al que la policía define como psicópata, y sus vecinos y amigos como un buen muchacho con un carácter terrible que a veces no puede controlar.

Los ojos le ardían de dolor y su cuerpo padecía tales convulsiones que apenas podía respirar. Comprendió que Michael recorría el piso por si podían utilizarlo para sus propios fines. Sabía que su vida acabaría a manos de un par de matones que no tenían el más mínimo juicio ni sensatez, y que su muerte sólo sería recordada por lo horripilante que había sido. Se daba cuenta de lo que Danny Boy hacía y, aunque lo odiaba con todo su dolorido cuerpo, sintió una extraña admiración por él.

Cuando oyó que ponía las herramientas en orden, Lawrence guardó silencio y rezó para que esa inevitable muerte viniera lo antes posible.

Danny Boy se acercó y le susurró al oído:

– Lo vamos a pasar en grande, Lawrence, y me voy a asegurar de que no te pierdas la diversión. Quiero que me esperes para que veas lo que te tengo reservado para el final.


El estado en que se encontró el cuerpo torturado de Lawrence ocupó los periódicos durante varios días y causó estupor durante varias semanas por su severidad y porque demostró que el crimen organizado estaba bien asentado en la capital del país. Posteriormente, la noticia fue sustituida por la de un predicador vicioso cuya mujer era tan amoral como él.

No obstante, los acontecimientos de aquella noche favorecieron a Danny Boy. Ahora ya no sólo lo respetaban, sino que lo consideraban parte de esa nueva generación de criminales jóvenes que, poco a poco, iban quitando de en medio a los más veteranos. La despiadada violencia que utilizaban para conseguir lo que querían se estaba convirtiendo en algo usual, pero Danny Boy destacaba por encima de ellos. Los de Scotland Yard, los griegos, los turcos y los chinos, todos lo consideraban un tipo de mucho cuidado, al igual que los criminales con los que solía tratar. Lo que nadie se atrevía a mencionar en voz alta era que la desaparición y muerte de dos hombres, considerados por todos como dinosaurios sociales o agitadores, había abierto las puertas a todos los buscavidas. Esas personas estaban creando nuevas formas de hacer dinero y lo repartían a manos llenas. Estaban dispuestos a aprovechar las oportunidades, pero eran demasiado jóvenes para sucumbir al miedo a que los descubriesen, los pillaran y tuviesen que aceptar las consabidas consecuencias; es decir, acabar entre rejas. Eran tan jóvenes que pensaban que, aunque eso les sucediese, aún les quedaría tiempo de abrirse camino de nuevo cuando saliesen.

Danny y Michael habían introducido un nuevo sistema que contrastaba con el anterior, además de proporcionar trabajo a los miembros más jóvenes y viriles de la comunidad. Los asesinatos y las ambiciosas intenciones de esos dos jóvenes les abrieron más puertas de las que habían imaginado. Sin embargo, igual que les había sucedido a los hombres a los que habían eliminado, resultaba igualmente fácil ponerse en su contra.

Capítulo 14

– Mary, ponme algo de beber y un sándwich de beicon.

Mary se rió lascivamente de lo que había dicho Danny Boy y él la estrechó entre sus brazos. Estaban en la playa de Brighton. Mary disfrutaba de la camaradería que había entre ellos y se alegraba de que fuese lo bastante paciente para esperar hasta que ella se sintiese dispuesta a dar un paso más en su relación. No es que fuese ninguna estrecha; de hecho, hacía mucho tiempo que conocía de sobra a los hombres, pero tenía la sensación de que eso es lo que deseaba Danny y ella estaba dispuesta a complacerle. Ahora lo significaba todo para ella. Cuando Danny acabó con la vida de Kenny fue como si se hubiera quitado un peso de encima. Ya no tenía necesidad de justificar cardenales y moratones, ni tampoco buscar la forma de salir por pies sencillamente porque Kenny se había puesto violento y tenía ganas de aterrorizarla. Ya no tenía que temer que la sacasen de la cama por los pelos a las tres de la madrugada. Con Danny Boy se sentía segura y a salvo, además de deseada, necesitada y amada. Mary no prestaba demasiada atención a las cosas que decían de él sobre las torturas, el tráfico de armas y de drogas, y los préstamos abusivos. La gente pensaba que ella era la única capaz de sacar algo de ternura y generosidad de él, de ese hombre del que ellos murmuraban a todas horas desde la trágica muerte de Donald Carlton y Lawrence Mangan. La gente comentaba que se había encontrado el hígado, el bazo y los riñones de Lawrence en un congelador de una caravana abandonada que fue arrojada al mar en Brighton después de llevar semanas en el desguace de Louie Stein. Fue algo muy sonado en ese momento, tanto que hizo que Danny Boy Cadogan fuese considerado por todos lo peor de lo peor. Ahora era una persona venerada por todos los que tenía a sueldo y por todos los que estaban haciendo dinero a su costa.

Hasta su hermano Michael se había convertido en un nuevo capo. Ahora también formaba parte de esa nueva generación que se estaba haciendo rica y no hacía lo más mínimo para ocultarlo. Se había convertido en uno más de esos que, gracias a Danny Boy, llevaban una buena vida y por eso le mostraban lealtad. Danny sabía que para mantener a los hombres de su lado tenía que proporcionarles un incentivo, asegurarse de que no se iban a dejar sobornar por nadie. Él lo conseguía proporcionándoles un buen dinero y animándoles a que invirtiesen en sus empresas legales. Michael era el encargado de buscar la forma de blanquear ese dinero y Danny quien lo conseguía, por eso constituían una buena sociedad. Mary sabía que su hermano no tenía ese instinto asesino, que esa faceta le correspondía a Danny. Sin embargo, a pesar de que tenía la certeza de que los rumores que corrían eran ciertos, no la hacía sentirse más alejada de él, sino todo lo contrario, incrementaba su atracción. A ella le encantaba ese sentimiento de miedo que inspiraba, saber que, a pesar de su reputación de persona violenta, con ella era sumamente tierno. Creía que, de alguna manera, lo había domesticado, lo cual, sumado a su nuevo estatus, eran razones más que sobradas para no separarse de su lado. Mary sabía que a Michael no le gustaba demasiado la situación, comprendía sus reticencias, pero no estaba dispuesta a prestarle atención. Ella sabía lo que hacía y, por primera vez en la vida, estaba enamorada.

– ¿Qué te parece si nos casamos?

Mary se quedó atónita por la propuesta, tanto que Danny se rió cuando vio la cara de incrédula que puso.

– ¿De verdad, Danny?

Danny se encogió de hombros y ella se dio cuenta de su virilidad. Sabía que, de casarse, siempre tendría el problema de la existencia de otras mujeres, pero lo aceptaba. De hecho, no le quedaba más remedio si es que quería vivir a su lado. Los hombres como Danny Boy Cadogan siempre estaban rodeados de mujeres dispuestas a dejarse utilizar por ellos, aunque sea por un rato, ya que eso les daba caché. Mary era una joven realista y sabía que tal vez alguna lograse ganar su interés por un tiempo, pero aceptaba también esa posibilidad. Danny Boy era un capo y pensar que se pasaría la vida comiendo del mismo plato sería una incongruencia, pues los hombres como él siempre estaban rodeados de jovencitas dispuestas a dejarse cazar. Mary aceptaba todo eso. Si quería ser su esposa, la madre de sus hijos, entonces no le quedaba más remedio que pasar por alto sus infidelidades y aprender a vivir con ellas. Por otra parte, también estaba segura de que una boda por la Iglesia sería una forma de ganarse su lealtad y su respeto de por vida. Una vez casados, ya no habría forma de echarse atrás para ninguno de los dos.

Mary estaba convencida de que casarse con él por la Iglesia sería una garantía de tenerlo para siempre a su lado. Danny aún seguía yendo a misa y hasta comulgaba; al igual que ella, sentía el peso de la Iglesia católica en todas sus acciones. Su creencia en la santidad y en el sacramento del matrimonio haría que siempre regresase a su lado y al de sus hijos, pasara lo que pasara. Eso era algo muy importante para ella en ese momento. Kenny le había hecho descubrir que lo que deseaba era amor, amor de verdad. La influencia de su madre aún se hacía sentir, aunque también sabía que no se casaría con Danny Boy si no fuese capaz de proporcionarle el estilo de vida al que se había acostumbrado. Ella lo había deseado desde que estaban en la escuela y ahora era suyo. Sus sentimientos sólo eran algo más.

Cuando planeaban una vida juntos, a Mary jamás se le ocurrió pensar que él no fuese la persona que imaginaba. Mary lo veía como uno de esos héroes románticos que la salvaban de un hombre que sólo quería hacerle daño, de un hombre que sabía que estaba a su lado por lo que le daba. Nadie, salvo Danny, sabía que se había acostado con más hombres de los que cabría imaginar. Al igual que muchas otras mujeres, veía a Danny Boy tal como quería que fuese, no como era en realidad. Pero lo amaba, juntos hacían planes para el futuro e ignoraba que su pasado siempre sería un obstáculo entre ellos.

Al abrazarlo y decirle 1o mucho que lo quería era la mujer más feliz del mundo. Por primera vez en la vida se sentía completamente segura, feliz. Al rodearla, sus fuertes brazos mitigaron el enorme vacío que le había dejado la muerte de su madre. Cuando le metió la lengua en la boca, se excitó, como siempre, y deseó con todas sus fuerzas que él hubiese sido el primero. Había perdido su prenda más preciada, su virginidad, y la había perdido sin ser consciente de lo muy importante que era. Jamás había pensado que era una de las cosas que más apreciaban los hombres, ni que las mujeres fuesen tan estúpidas como para no guardarla considerando que sólo se podía ofrecer una vez, ya que, una vez perdida, no podía ser reemplazada. Deseó que alguien en su temprana vida le hubiera explicado lo importante que era, le hubiera hablado de la importancia emocional que tenía para una chica, para su autoestima.

Mary había considerado su virginidad como un medio para conseguir un fin, algo de lo que librarse, un estigma, no como un regalo que se concede a alguien que sabe apreciar su valor y su sacrificio, alguien que quisiera vivir esa experiencia con ella. Ella había desperdiciado esa oportunidad y ahora tenía que soportar las consecuencias de su frívola actitud. Demasiado joven, ése había sido el problema, y ahora lamentaba ese deseo suyo de comerse el mundo. Sabía que ahora tendría que pagar por ello, lo sabía porque Danny Boy siempre tendría presente que otro hombre, mejor dicho, otros hombres, la habían penetrado antes que él. Imploró a Dios que no fuese así.


Louie sonrió al ver a Danny Boy y a Michael dirigirse hacia sus destartaladas y viejas oficinas. Louie era rico como Creso, pero aún conservaba el viejo trasto que aparcaba en su local. Poseía maquinaria valorada en más de medio millón de libras y sólo la prensa que tenía en el desguace valía más que la mayoría de las casas de los políticos. Sin embargo, pertenecía a la vieja escuela y creía que no era muy acertado llamar la atención llevando una conducta que él calificaba de ostentosa. Todo lo contrario que Danny y Michael, que se paseaban en sus Jaguar con sus trajes a medida. Louie pensaba que, aunque ganaran un buen dinero con los clubes y sus otras empresas legales, llamaban demasiado la atención y pedían a gritos ser investigados. A la pasma le importaba un pepino, ya que ganarse unas libras extra para pagar la escuela o tomarse unas vacaciones exóticas nunca venía mal, pero si alguien les ordenaba que investigasen las ganancias de alguien, no les quedaba más remedio que hacerlo. Formaba parte de su obligación, pues, al fin y al cabo, ellos eran la pasma y tenían que dejar claro que cumplían con su trabajo. Su labor no podía ser puesta en entredicho, por eso parecía razonable que de vez en cuando hicieran algo de limpieza. Sin embargo, como solía hacer últimamente, prefirió guardarse sus consejos, ya que, cada vez que lo mencionaba, le respondían con una sonrisita que denotaba lo irritantes que resultaban sus palabras. Su avanzada edad lo había convertido repentinamente en una antigualla y lamentaba que su sabiduría y sus conocimientos, acumulados con el paso de los años, no fuesen apreciados como merecían. Sin embargo, como era un hombre astuto e inteligente, prefirió optar por cerrar la boca y guardarse sus pensamientos. Danny y Michael eran dos jóvenes que no tenían el más mínimo miedo a la pasma y ésa era su prerrogativa. No es que a él le agradase especialmente la legalidad, pero tenía una mujer y cinco hijas, y eso cambiaba las cosas.

Sabía que Danny Boy era la razón por la que les ofrecían tanto trabajo. Sus presentimientos de todos esos años se habían hecho realidad, pero, al contrario que otros, él apreciaba realmente al muchacho. Michael Miles, sin embargo, estaba hecho de otra pasta, aunque Louie sabía que Danny siempre procuraría tenerlo a su lado. Danny era el matón, todo músculos y nada de materia gris. Danny no era capaz de entender dónde estaba el límite; en cuanto empezaba algo, ya estaba buscando otra cosa que añadir a su agenda. La rutina diaria no estaba hecha para él; Danny era el cazador, el aventurero. El no era un contable, eso le correspondía a Michael. Michael era el encargado de las inversiones, pues era contable por naturaleza y había demostrado con creces ser un serio adversario en ese aspecto. Ambos disponían de una pequeña fortuna legítima y podían responder de todo lo que tenían porque Michael se había encargado de ello. Aun así, estaban llamando mucho la atención y eso nunca traía nada bueno. Este era un país donde aún se intentaba hacer respetar las leyes y, con la llegada de una brigada de investigación para el crimen organizado y el IRA causando muertos, también era un país deseoso de encontrar culpables. Esos culpables solían ser los delincuentes normales, sólo que ahora sus ganancias, sacadas de las apuestas o de la venta de artículos robados como ropa y electrodomésticos, se achacaban a la financiación de la causa irlandesa. Todo era mentira y eso lo sabía todo el mundo que estuviera metido en el ajo, puesto que los irlandeses tenían su propia red y no necesitaban de nadie más. Recibían dinero de América y de otras partes del mundo. Sin embargo, era una buena forma de meterse en el bolsillo a la opinión pública, funcionaba, y por eso su mundo se había convertido en un lugar muy peligroso para vivir, especialmente si no tenías la sensatez suficiente para pasar desapercibido. No obstante, Danny Boy aún contaba con el respaldo necesario para sentirse protegido.

Louie sonrió como un idiota al abrir la puerta de la oficina. Le hizo una seña con la cabeza, para que los dejase solos, a un muchacho que hacía el trabajo que Danny había realizado en otra época, y se sentó en su escritorio. Abrió uno de los cajones, sacó una botella de whisky Bell y les sirvió una copa mientras ellos colgaban sus abrigos y tomaban asiento.

Su copa estaba más llena que las otras dos, pero se la bebió de un trago antes de decir alegremente:

– ¿Qué pasa muchachos? ¿Qué os trae por aquí?

Como si no lo supiera.

Annie miraba a su futura cuñada y examinaba su traje de novia con el mismo cuidado con que un artificiero examina un explosivo. Observaba con sumo detenimiento los bordados a mano que le habían hecho y sintió que la acostumbrada envidia le dominaba. Que Mary fuese una chica muy guapa no le preocupaba porque sabía que, a su manera, ella también lo era. Lo que le fastidiaba era que Mary, por el hecho de ser la prometida de su hermano, acaparase el interés y se ganara la amistad de todos los que la conocían. Hasta cierto punto, Annie lo comprendía, puesto que ella daba lugar a una reacción semejante, pero la irritaba. Como era lógico, Annie había esperado que le pidiesen que fuese la madrina, pero no lo hicieron. Sabía que Mary no había estado muy conforme con esa posibilidad y, como no podía hacer responsables de esa omisión a sus hermanos ni a su madre, no le importó desahogar su ira con su cuñada. Resultaba chocante que su familia la castigase tan severamente por lo que ellos calificaban como un desliz moral cuando Mary había cometido el mismo error tantas veces que resultaba imposible contarlas. Su madre apenas le había dirigido la palabra desde que la encontrara con Ian Peck, ni tampoco su hermano Jonjo. De hecho, no habían escatimado ninguna oportunidad para ignorarla. Sólo su padre la había tratado con lo que podría definirse como ternura, pero es que ella siempre había sido su favorita. Danny Boy, por el contrario, no había cambiado de actitud con respecto a ella, de lo que deducía que no debía de saber nada. De haberlo sabido, seguro que ella se habría enterado. Se alegró de no haber tenido que experimentar su ira, además de la de su madre. Ella la había vapuleado de verdad y Danny Boy había aceptado las explicaciones de su madre por haberle hecho aquellos cardenales: le dijo que le había respondido de muy mala manera y había llegado tarde. Una tunda no era algo inusual de su parte, ni siquiera una dada con tanta saña.

Mientras Ange le sacaba a Mary el traje blanco de tul por la cabeza y lo colocaba cuidadosamente en una percha, sin parar un momento de hablar de los preparativos de la boda, Annie tuvo que morderse el labio inferior para no soltar las palabras que se le salían de la boca. Decidió salir de la habitación con cautela y, cuando llegó a la cocina, hizo un esfuerzo por contenerse.

Hacía tres meses que su madre le había dado la tunda y, desde entonces, su posición en la casa se había vuelto muy precaria. Por un lado, era la hermana de Danny Boy, lo que garantizaba que sería tratada con sumo respeto fuera de casa, pero también era un obstáculo para que nadie tuviese el valor de acercársele para pedirle una cita. Por otro, le habían restringido la libertad de que gozaba antes, no le permitían salir para que pudiera ser quien ella quisiera y la soledad empezaba a pesarle. Sin embargo, lo peor de todo era que su madre ni siquiera se atrevía a mirarla a los ojos. La situación que había creado su arrebato estaba siempre presente entre las dos y se sentía culpable y estúpida por haberla provocado.

– Anímate, Annie, puede que no suceda nunca.

Se dio la vuelta para mirar a su padre y vio lo que llevaba viendo todos esos años: la figura de un tullido que sólo servía para que su hijo desahogase su cólera.

– Como tú sabes mejor que nadie, ya ha sucedido.

Big Dan no se molestó en discutir con ella porque sabía que resultaba inútil tratar de hablar con alguno de ellos. Todos vivían a la sombra de Danny Boy y las cosas no tenían miras de cambiar. Al igual que él, su hija no podía marcharse, huir, buscarse su propia vida. Al igual que él, estaba atrapada.

Cuando Ange irrumpió en la cocina, Big Dan se dio cuenta de que a ella también le pesaba la situación, que le estaba rompiendo el corazón, que la pérdida de la pureza de su hija la había afectado seriamente, por mucho que actuase como si no pasara nada. Era como si esperase que Danny Boy le indicara cuál era el siguiente paso que debía dar; es decir, lo mismo que hacía todo el mundo, él incluido.


– Louie, Jamie será el que lo pase mal si las cosas se ponen feas. Lo único que te pido es unos cuantos avales, unos cuantos nombres de personas que puedan querer invertir en una empresa como ésta.

Louie estaba nervioso, pero no tanto como para no darse cuenta de que la rabia se estaba apoderando de él. Danny Boy debería haber respetado su negativa inicial y no insistir y tratar de embaucarlo. Estaba asustado, pero hizo caso omiso de su miedo porque sabía que tenía que dejar las cosas claras o se vería envuelto en la locura que representaba Danny Boy Cadogan. Era demasiado viejo para eso, demasiado viejo para establecer una nueva empresa, especialmente una que atraería como lobos a la bofia si llegaba a sus oídos. Por mucho dinero que tuviesen, ni Danny ni Michael poseían bastante como para callarle la boca a un poli corrupto si se veía en aprietos. Y si lo cazaban, se volvería en su contra. No había dinero en la tierra que pudiera comprarlos si se veían amenazados por una sentencia de prisión. Los polis corruptos solían pasarlo peor que nadie, se los vilipendiaba y se los odiaba más que a sus homólogos honestos. Arrestar a un poli corrupto se consideraba una abominación, un poli recto era una cosa, un gaje del oficio, pero arrestar a alguien por considerarlo un soplón era algo muy distinto. No sólo habían traicionado a los suyos desde el momento en que habían aceptado un soborno, sino que, cuando se veían capturados, se daban la vuelta como las pescadillas y mordían la mano que les había dado de comer. Resultaba ultrajante y nadie concebía una cosa así.

Los polis corruptos siempre daban un paso atrás y el miedo a verse entre rejas con hombres a los que habían arrestado garantizaba su completa cooperación. En opinión de Louie, no había dinero suficiente en el mundo para mantener a un poli enterado siempre de tu lado, por muy bien que fuesen las cosas.

– Tienes la cara muy dura, Danny. Ya te he dicho que no. ¿Cuántas veces más tengo que…

Louie estaba enfadado, tanto que había perdido el miedo. No se trataba de rechazar un trato, era una cuestión de respeto. El siempre había cuidado de ese muchacho, desde que era un niño, y no pensaba dejarse intimidar por su arrogancia y su obvia tendencia a darlo todo por hecho.

Michael se sorprendió de la radical negativa de Louie. Se percató de que a Danny le ocurría lo mismo y agradeció que no tratara de forzar la situación.

Danny se levantó. Estaba tan contrariado que se le veía agitado, tan desconcertado por las palabras de Louie que estaba a punto de echarse a llorar. La patente decepción que mostraba su rostro hizo que Louie se sintiese muy mal. Danny Boy creía que le estaba dando un premio, una participación, un buen pellizco como forma de recompensarle por sus años de amistad. Era una revelación.

Danny Boy se apresuró a retractarse. No estaba dispuesto a tirar por la borda años de amistad por un pequeño malentendido, pero al mismo tiempo era incapaz de controlar su carácter. Necesitaba desahogar su ira, aunque sabía que estaba fuera de lugar.

– Cálmate, Louie. Lo único que quería era meterte en el ajo, eso es todo. Podrías ganarte un dinero, llevarte un buen pellizco y además te garantizo que tu nombre no saldría a relucir ni en un millón de años. ¿Por qué me das largas? ¿Acaso tengo pinta de repartidor y crees que me puedes echar como si fuese un heladero?

Louie estaba de pie, delante de él, tratando de sosegarle. Intentaba sujetarle las manos, trataba de que recuperase la sensatez e impidiera que el temperamento de Danny le hiciera perder los estribos. Sabía que Danny estaba a punto de perderlos y lamentaba que se hubiese tomado tan a mal su negativa.

Michael, aunque no tan grande como Danny, también era un chico corpulento y, de un salto, se interpuso entre los dos y apartó a Louie. Cogió a Danny Boy por los hombros y usó toda su fuerza para tratar de retenerle, de evitar que se pusiera tan nervioso que tuviera que desahogar su ira haciendo pedazos la oficina. Lo miraba fijamente a los ojos, tratando de obligarlo a recobrar la calma.

– Danny, ya sabes que no pretendía ofenderte. Es un anciano y tiene las ideas muy fijas. Déjalo ya. Louie es uno de tus mejores amigos. ¿Acaso lo has olvidado? Siempre ha cuidado de ti, así que relájate, ¿de acuerdo, colega?

Louie observó aterrorizado cómo Danny trataba de sosegarse, cómo trataba de controlar sus emociones. No obstante, se dio cuenta de que ése no era el mismo muchacho de antes, sino el hombre que ahora se estaba forjando la reputación de ser un sangriento y despiadado adversario, alguien que estallaba si consideraba que le amenazaban o ponían impedimentos a sus planes. En ese momento se dio cuenta de que Danny Boy era un bicho raro, un auténtico lunático. Durante su vida había conocido a algunos de ellos, pero ninguno tan astuto como ese cabrón desquiciado que tenía delante de las narices. Danny Boy era una de esas personas con las que es imposible razonar, que son incapaces de ver más allá de sus propios deseos, un defecto que lo convertía en un hombre peligroso y poco de fiar.

Mientras Louie contemplaba toda la escena, Michael le hablaba con suavidad, tratando de calmarle hasta que Danny respondió a sus peticiones. Aun así, se dio cuenta de que nadie lograría jamás meter en vereda a ese muchacho. El daño ya estaba hecho. Él sabía mejor que nadie que ese muchacho se había visto obligado a asumir el papel de protector siendo muy niño, que había tenido que salvar a su familia de los Murray y luego vengarse de ellos por su atrevimiento. Louie sabía que se había visto forzado a hacerles frente y asegurarse de que saldría victorioso, algo que había logrado hacer porque él lo había respaldado, porque lo había protegido. Ahora estaba viendo un aspecto de Danny cuya existencia no había ignorado nunca, aunque hubiese confiado en que sólo lo revelase contra sus enemigos, jamás contra sus amigos.

Cuando Danny Boy volvió a mirarlo, con sus ojos penetrantes y el rostro desdibujado por el arrepentimiento que le producía haber perdido los estribos, se acercó a Louie y lo abrazó, lo estrechó entre sus enormes brazos con tanta fuerza que pensó que iba a desmayarse.

– Dios santo, ayúdame -dijo una y otra vez.

Michael los contemplaba con sus ojos azules rebosando pena, pero con una expresión de alivio en el rostro al ver que había logrado calmar a una bestia, cosa que no siempre sería capaz de hacer.

Danny Boy salió de la oficina y se dirigió a su coche, un Jaguar azul marino, trastabillando. Se apoyó sobre el capó, cerró los ojos con fuerza y rezó en voz baja tratando de recuperar la compostura.

Michael suspiró pesadamente. El silencio que reinaba en la oficina resultaba estremecedor. Hasta el ruido del tráfico había cesado. Parecía que Louie y él se hubieran quedado suspendidos en el tiempo.

El timbre del teléfono sonó tan ensordecedor que los dos dieron un respingo. Louie dejó que sonara y, cuando dejó de sonar, ambos tenían los nervios deshechos.

– Discúlpalo, Louie. Danny no pretendía faltarte al respeto. El te aprecia de veras.

Louie no le respondió. Michael observaba a Danny Boy mientras éste encendía un cigarrillo y le daba una profunda calada. Suspiró una vez más, pero esta vez de alivio. Cuando Danny encendía un cigarrillo era señal de que lo peor ya había pasado.

– ¿Con qué frecuencia le pasa eso, Michael?

Michael se encogió de hombros y Louie admiró su lealtad aunque tuviese ganas de abofetearlo. El rostro agraciado de Michael se veía preocupado; cuando Danny no estaba presente, su rostro parecía más viril y apuesto. Si Danny estaba a su lado, parecía más débil, menos viril; era como si se empequeñeciera. Michael era un hombre fuerte, capaz de enfrentarse al más pintado, pero no era tan camorrista como Danny. Siempre estaba bajo su sombra, lo cual era una lástima porque la sombra de Danny se estaba agrandando demasiado a causa de sus últimos trapicheos.

– Contéstame, muchacho. ¿Con qué frecuencia le pasa eso?

Michael se encogió de hombros y guardó silencio, pues era su forma de reaccionar cuando le preguntaban algo acerca de su mejor amigo y socio. Formaba parte del protocolo. No obstante, respetaba a Louie y sabía que se merecía algún tipo de explicación, por eso se demoró un rato pero respondió:

– Depende. Últimamente está muy nervioso con la boda y los negocios. Bueno, tú lo conoces de sobra.

Louie cogió el habano del cenicero con manos temblorosas y, después de encenderlo, con un renovado vigor, insistió:

– Te lo pregunto por última vez, muchacho. ¿Con qué frecuencia le pasa eso?

Michael se pasó la mano por la cara. Se estaba poniendo nervioso por la insistencia de Louie y empezaba a sudar.

– Una vez al mes, pero casi siempre consigue controlarse, aunque a veces tengo que ayudarlo. No creo que sea necesario comentarlo con nadie, ¿no te parece?

Louie se quedó consternado ante la patente amenaza de Michael, también le impresionó la lealtad que le mostraba a Danny, aunque sabía que se la estaba jugando. Ambos lo estaban haciendo, especialmente Danny.

– ¿Y a ti te parece bien que se case con tu hermana?

Michael no respondió, sino que le hizo señas para que guardara silencio porque Danny Boy regresaba a la oficina, ahora con una sonrisa en la cara.

Con una mirada enternecedora y sentimiento de culpa les dijo a los dos:

– ¿Qué puedo deciros, colegas? Nunca le metas un palo afilado a un gitano en el ojo, siempre terminará llorando.

Todos se rieron, pero también se dieron cuenta de que a partir de entonces las cosas no serían iguales. Danny Boy se había pasado de la raya y Louie jamás lo olvidaría; la confianza entre ambos había desaparecido. Danny Boy, por su lado, tendría que vivir sabiendo que, con unas cuantas frases, había perdido al hombre que le había proporcionado más oportunidades que nadie.

Danny Boy no podía controlar su rabia. Era una de esas personas que no admiten un no por respuesta y que esperan que se les obedezca rápido y sin rechistar. Si pensaba que no le hacían el caso debido, empezaba a perder la noción de las cosas, pero cuando estaba bajo los efectos de las anfetaminas, como le sucedía hoy, era incapaz de controlar sus emociones.

– Yo te aprecio, Louie, y tú lo sabes de sobra -dijo.

Se estaba preparando una raya sobre el sucio escritorio. En un momento se hizo seis rayas, seis buenas rayas, cada una de las cuales podía haber sido la dosis de una persona, pero las preparó para él solo. Sacó un billete de cinco libras, lo enrolló y las esnifó una detrás de otra. Levantó la cabeza y, tapándose una de las fosas nasales, esnifó con tal fuerza que tuvo que echar la cabeza hacia atrás, mirando hacia el techo. Poco después, su cólera había desaparecido y era todo alegría y buen humor.

Louie Stein pensó que esa rabia inmensa y contenida de Danny Boy empeoraría con los años. Era una persona tan inestable que no sólo era un peligro para los que le rodeaban, sino para él mismo. Pensó que no podía hacer nada al respecto sin meterse en un jaleo. Danny Boy siempre había estado mal de la cabeza, ahora se daba cuenta porque había estado a punto de sufrir las consecuencias. Era un tipo duro de roer y su padre ya lo había padecido. Tener que reconocerlo le rompió el corazón.


Mary y sus primas reían y bromeaban mientras preparaban sándwiches y té. Ange estaba encantada de recibir la visita de las chicas con bastante frecuencia y llegó incluso a sorprenderse de lo mucho que disfrutaba de su compañía. Ver que en su casa la gente se reía y era feliz era como una tabla de salvación en su miserable vida. Hasta Danny Boy parecía más feliz que de costumbre, aunque nunca se sabía con él. A veces se comportaba de forma muy extraña, pero ella atribuía esas rarezas a que estaba intentando asegurar el futuro de todos ellos. Por esa razón, le consentía su mal humor y los hirientes comentarios que hacía cada vez que pensaba que alguien estaba intentando salirse de su jurisdicción. La única persona que parecía estar haciendo lo que se le antojaba era su padre, lo cual era ya de por sí una forma de desprecio. Su absoluta indiferencia por él daba mucho que hablar.

Mientras Ange contemplaba a las muchachas que reían y charlaban, pensó que Mary la visitaba con mucha frecuencia porque su pobre madre ya no podía darle ningún consejo, aunque de haber estado viva tampoco se lo habría dado.

Ange se percató de la enorme responsabilidad que le habían dado y rezaba para que ese matrimonio sirviera para que su hijo Danny no la visitase con tanta frecuencia. Esperaba que Mary Miles asumiera la carga que suponía su hijo, su mal humor y su enorme rabia.

Se sentó en el pequeño comedor y Mary le trajo una taza de té. Cuando cogió la taza y el platito, miró a la chica y, con tristeza y sin poder reprimirse, le dijo:

– No lo hagas, Mary. Danny es un hombre muy duro y bien sabe Dios que sé lo que digo. Piensa en ello, chiquilla. Acabas de enterrar a tu madre…

Mary se escandalizó al escuchar las palabras de su suegra y frunció el ceño mostrando el desagrado que le producía oírlas. Por un momento pensó que se debería a los celos propios de una madre, un último y desesperado intento de mantener a su hijo predilecto a su lado. Mary vio la tristeza que emanaba de los ojos de Ange, sintió lástima por ella y se preguntó si ella sentiría lo mismo cuando su hijo se marchase también de casa. Sabía que Danny Boy había sido el que había traído el sustento a la casa desde hacía mucho tiempo y comprendía que Ange temiera que otra mujer ocupara su lugar y acaparara el afecto de su hijo.

Mary rodeó con sus delgados brazos el cuello de su futura suegra y la besó en la mejilla con mucha ternura.

– No te preocupes, Ange. Yo jamás lo apartaré de tu lado. Él te quiere y a mí me gusta que sea así. Yo lo amo por lo bien que ha cuidado de todos vosotros.

Ange no respondió, sino que se limitó a apoyar la cabeza sobre el pecho de su nuera y empezó a llorar como una niña. Estaban abrazadas la una a la otra con el rostro anegado de lágrimas cuando Danny Boy y Michael entraron en la habitación.

Fue una escena que se le quedó grabada en la mente y que le hizo sentirse incómodo. Michael se sintió conmovido, como siempre que veía alguna escena emotiva. Danny Boy trató de imitar su reacción, como había hecho muchas veces en el pasado, pues era Michael quien le enseñaba cómo responder a esas situaciones, ya que él no tenía la más mínima idea. Él carecía de sentimientos, sólo lo dominaban la ira y los celos. Sin embargo, era lo bastante inteligente como para saber que los sentimientos de los que carecía eran los que dominaban la rutina diaria de los demás. Él hacía tiempo que había dejado de experimentarlos, desconocía por completo lo que significaban el miedo, la empatía, la lástima, la felicidad e incluso el amor. Cuando vio a Mary abrazada a su madre lo único que sintió fue fastidio, aunque sonriera como se esperaba que hiciese.

Cuando dejaron de abrazarse y de llorar, Danny sonrió y guiñó un ojo a su madre y a su futura esposa mientras salían de la habitación, más aliviadas, ahora que cada una había desahogado sus temores. Danny pensó que la amistad que se estaba forjando entre ellas no era saludable, pues lo dejaban al margen. De hecho, cuando le dio dinero a su madre para los preparativos de la boda, no parecía tan feliz como debería. Ahora, sin embargo, verlas tan unidas no sólo le hacía sentirse incómodo, sino algo preocupado. No quería que las mujeres se convirtiesen en aliadas, quería que fuesen dos entidades distintas, las dos a su entera disposición, pero cada una en su casa.

Michael, al que quería más que a nadie, estaba encantado de verlas así. Creía que su hermana necesitaba una figura materna y se lo dijo a Danny, quien actuó como si estuviera de acuerdo. Danny, sin embargo, era de los que creían en eso de divide y vencerás, por lo que pensaba separarlas y conquistar a su esposa aunque en ello le fuese la vida.

Cuando ambos se sentaron a la mesa del comedor, Danny Boy dijo tranquilamente:

– Tengo que decirte una cosa, Michael. Quiero quitar de en medio a Louie.

Michael lo miró durante un rato largo antes de responderle:

– Vete a la mierda, Danny. ¿Cómo puedes decir una cosa así? Él ha sido como un padre para ti.

Danny Boy sonrió. Su apuesto rostro, como siempre, le dio la apariencia de ser más simpático de lo que era. Tenía una sonrisa capaz de derretir al más duro, aunque raras veces inspiraba lo mismo con la mirada.

– Bueno, no se puede decir que yo haya tenido demasiada suerte con mi padre. Cuando se termine la boda, voy a tomar una decisión muy seria y más te vale estar preparado.

Michael había sospechado que algo así sucedería, ya que Danny Boy, siendo como era, no esperaría el momento más oportuno. Estaba preparado para lanzarse y aceptar las consecuencias.

Mientras lo miraba hablar y reír con su hermana, comportándose como si nada sucediera, Michael se preguntó por qué le era tan leal. Danny no era una persona a la que se le pudiera llevar la contraria, pero también comprendía que él era la única persona, salvo su hermana Mary y su pobre madre, que podía hacerle cambiar de idea cuando era necesario.

Estaba decidido a convencerle de que Louie era un buen amigo y a recordarle lo mucho que los había ayudado en el pasado. Danny Boy no se había sentido muy bien en los últimos tiempos y Michael sabía que había sufrido profundas depresiones, siendo aún un niño, pero estaba dispuesto a esperar que se sintiese mejor para hablarle de ello. Danny Boy era capaz de cambiar de opinión en un instante, por eso no pensaba desistir. No obstante, cuando empezó a pensar en lo que podría decirle, oyó una vocecita que le susurraba que Danny Boy se estaba alejando cada vez más de la realidad y que su hermana se vería con las manos atadas una vez que se celebrase la boda. Sin embargo, también sabía que Danny Boy era el vínculo que los mantenía a todos unidos y era lógico que cualquiera que hubiese experimentado lo mismo que él a tan temprana edad tuviese sospechas y sufriera paranoias.

Michael Miles seguía justificando la conducta extravagante de su amigo y hasta seguía negando que necesitase ayuda psiquiátrica. En su mundo, su personalidad era considerada una virtud, y Michael estaba, además, demasiado involucrado como para poder salirse, aunque quisiese.

Capítulo 15

Danny Boy observaba al sacerdote, que ya se encontraba algo ebrio; su aliento se percibía en el ambiente y el olor a whisky barato que salía de su boca ahuyentaba a todos los que estaban a unos metros a la redonda. Danny Boy se alegró al ver que se metía en la boca dos caramelos con sabor a menta y empezaba a chuparlos con fuerza. Obviamente, no era la primera vez que lo hacía.

Era un anciano corpulento y con aspecto de típico irlandés, un camorrista nato que había sucumbido al reclamo de la Iglesia católica. Danny Boy sentía simpatía por él y estaba contento de haberse confesado la noche pasada. Lo hizo alegremente, como siempre, ya que disfrutaba confesando sus pecados, despojándose del sentimiento de culpabilidad que le producían y pronunciando sus actos de contrición con una seriedad y un fervor religioso que hubiera sorprendido a todo aquel que le conocía íntimamente. Danny Boy era un aprovechado, un oportunista que se encontraba a un paso de adquirir mucho más poder. Admiraba a su Dios, admiraba que hubiese creado una Iglesia y le encantaba formar parte de ella, aunque su forma de creer fuese pausada, silenciosa y un asunto privado.

Después de confesarse siempre solía sentarse solo, en la tranquilidad de la iglesia, bajo la sombra de la cruz, con el fin de rezar para que sus planes llegasen a buen puerto. Era un antiguo y bonito templo y encendió un par de velas por las personas a las que había ayudado a liberarse de sus ataduras terrenales. Para él era importante tenerlos presentes en sus rezos, aunque sonase ridículo. Danny era conocido por ser un devoto católico que asistía con cierta regularidad a la iglesia, lo cual hacía más interesante su credibilidad en las calles.

A pesar de sus trapicheos, respetaba a la Iglesia y sus creencias. Al igual que Jesús, creía que estaba haciendo de este mundo un lugar mejor, sólo que él estaba siendo crucificado por la izquierda, la derecha y el puñetero centro. Además de la bofia, tenía que bregar últimamente con los viejos que dominaban todo el asunto, viejas reminiscencias de los fantoches de enormes bigotes que habían vivido en los años veinte y treinta. Resultaba increíble ver cómo reaccionaban ante algo nuevo o innovador. Se preguntaba cómo narices habían llegado tan lejos sin que nadie los quitara de en medio. ¿Cómo se podía estar en lo más alto si no se poseía la capacidad de diversificar? Las drogas, especialmente los esteroides y otras medicinas, proporcionaban grandes ganancias si se encontraban las personas apropiadas para distribuirlas. Los controladores del apetito, las pastillas para adelgazar, que era como solían llamarse, además de otros medicamentos como el Valium o el Mandrax, mezclados con las anfetaminas, era algo que enloquecía a los jóvenes que querían pasar toda la noche de juerga y quedarse mientras el cuerpo aguantara. La cultura de las anfetaminas se estaba imponiendo y, aunque la cocaína era la droga favorita para los que tenían unas cuantas libras, desde que a finales de 1890 la Coca-Cola anunció el poder mágico que tenía su bebida para aliviar el cansancio gracias a los más de cinco gramos de cocaína por botella, no era de extrañar que la gente hubiera perdido la necesidad de dormir. El speed era lo que demandaba la nueva generación. Era más barato y más fácil de tomar que la coca y te garantizaba pasar la noche en vela. El skag, al igual que el LSD, sólo gustaba a la clientela apropiada, que solían ser personas que aún conservaban un álbum de Pink Floyd y no sentían la necesidad de pasar la noche deambulando. Muchos adictos a la heroína deseaban convertirse en camellos de esa droga, pero era una completa pérdida de tiempo y energía porque se tomaban más de la que vendían. Sin embargo, si se encontraba la persona apropiada, se podía amasar una fortuna con ella.

Danny pensaba discutir su propuesta con las personas que creía que ya sabrían en qué consistía la nueva industria de las drogas de diseño. Se suponía que ellos estaban en lo más alto, pendientes de todo. Bien, después de hoy, él sería un hombre casado con la perspectiva de formar una familia, algo que los capos considerarían como una expresión de deseo de sentar la cabeza. Los capos desconfiaban de los solterones, de los que no mantenían una relación estable, porque los consideraban incapaces de razonar. Un hombre de familia, al menos eso creían, solía pensar las cosas con más detenimiento y tenía menos probabilidades de ponerse en una posición arriesgada que pudiera llevarle a cumplir una condena prolongada. El hecho de que se casara con una mujer cuyo amante había quitado de en medio sonaba incluso romántico. Bueno, ese día había llegado y, finalmente, sería un hombre casado. Deseaba que el día pasara lo antes posible para satisfacer por fin sus deseos carnales. El tiempo pasa irremediablemente, rápida o lentamente, pero pasa. Cualquiera que ocupe la nimba de un cementerio puede dar testimonio de ello.

Danny Boy llevaba puesto un chaqué y un sombrero de copa que le hacía sentirse incómodo, aunque confiaba en que con su constitución le sentase bien. Mary había optado por un traje de novia blanco y tradicional ya que, como le había dicho Danny en repetidas ocasiones, podía comprarse lo que quisiera. Deseaba poseerla desde hacía mucho tiempo y el deseo de que llegase la noche le resultaba abrumador. Se la había arrebatado a Kenny, el llamado amor de su vida, y se había quedado con el premio. Saber que Kenny estaba muerto le seducía y despertaba su sentido de lo que estaba bien y era más adecuado. Quería tener una esposa y formar una familia por el mero hecho de que era lo que la gente deseaba, lo que todo el mundo anhelaba y esperaba. Casarse con Mary no iba a interrumpir sus actividades nocturnas, seguiría como siempre, sólo que ahora Mary se trasladaría a su nueva casa y cuidaría de él y de sus cosas, le daría hijos y le estaría siempre agradecida por haberla sacado de la cloaca en la que se había metido estando al lado de un mierdecilla barriobajero como Kenny.

Tener una esposa era algo grande y estaba deseando decir palabras como «mi esposa» o «mis hijos». Sabía que eso le daría cierto aire de normalidad y respetabilidad, algo de lo que carecía por completo.

Vio a Louie y a su esposa, de pie, a unos cuantos pasos de él. Formaban una pareja encantadora y su esposa parecía una mujer agradable, una de esas mujeres que se pasan la vida sin tener el más mínimo deseo carnal, ni siquiera de su pobre marido. Era una verdadera diosa, una verdadera señora. Danny se sintió repentinamente apenado por su comportamiento con su amigo. Como bien le había señalado Michael, ese hombre le había ayudado más que nadie y él, sin embargo, se lo había pagado amenazándole, perdiéndole el respeto y queriéndole quitar de en medio.

Danny se dio cuenta de que tenía que encontrar la forma de controlar su carácter, algo que lograba la mayoría de las veces, pero que otras se le iba de las manos. Lo temible es que casi siempre lo hacía sin motivo alguno, sin que le preocupasen las consecuencias. Cuando quería desahogarse, cualquiera que se cruzase con él podía convertirse en su víctima. Le guiñó un ojo a su viejo amigo, le sonrió y le hizo un gesto tan ostentoso que no pasó desapercibido para ninguno de los presentes. Quería dejar claro que Louie era un buen amigo, casi parte de su familia, gesto que alegró sinceramente a Michael.

Michael estaba de pie, a su lado, con su esmoquin y su sombrero de copa, no tan elegantes como el suyo porque él ya se había encargado de eso. Mientras los demás asistentes a la boda habían alquilado cada uno su esmoquin, a él se lo habían hecho a medida en Savile Row. Era un traje de muy buena calidad, que estaba seguro que le haría destacar por encima de los invitados, justo lo que pretendía, dar la impresión de que le sobraba el dinero.

Mientras Michael le hablaba, Danny adoptó su comportamiento habitual de asentir y sonreír con el fin de que creyese que le estaba prestando atención. Sin embargo, miraba a su alrededor, impresionado por la cantidad de peces gordos que asistían a su boda. Por lo que veía, nadie había rechazado su invitación. Observó que habían acudido todas las familias del mundo criminal, de todas las nacionalidades y de todas las razas; es decir, las personas que residían al norte de Watford Gap. Todos habían acudido personalmente o habían enviado a un representante de alto standing. Jaime Carlton también asistió, lo que suscitó más de un comentario, cosa que agradó a Danny porque era una declaración pública de su nuevo estatus, algo que quería utilizar para presionar a las personas de las que esperaba que invirtiesen en su empresa. Una vez que pusieran el dinero, ya no tendría que preocuparse de que quisieran arrebatarle el negocio o se inmiscuyeran para llevarse un porcentaje. Para cuando tuviesen delirios de grandeza, como por ejemplo quitarle de en medio y luego reclamar el trozo del pastel más grande, estaría tan afincado en el negocio que no les dejaría ni meter un dedo. El sólo quería su dinero y su eterno consentimiento, lo demás podían metérselo donde les cupiera.

Mientras imaginaba el dinero que pensaba hacer, oyó las primeras notas de Mendelssohn y, poniendo una amplia sonrisa en el rostro, se dio la vuelta para mirar a su futura esposa mientras se deslizaba por el pasillo de la iglesia vestida con su traje blanco y envuelta en un aroma de perfume caro. Estaba realmente bella, no cabe duda de que era una mujer muy guapa y ella lo sabía, lo que significaba que tendría que vigilarla muy de cerca. Tenía la reputación de ser tan fantástica como fastidiosa. Sin embargo, ahora estaba radiante mientras caminaba por el pasillo en forma de pétalo para colocarse al lado de su marido, tanto que suscitaba suspiros de admiración en las mujeres y gruñidos de lascivia entre los hombres. Danny Boy se dio cuenta de que le estaban poniendo nota, de uno al diez, y ninguno le encontraba la más mínima falta. Estaba realmente preciosa y así debía ser porque su traje había costado un ojo de la cara. Era como una estrella de cine, justamente lo que había pretendido. Al igual que Danny, había considerado su boda como el acontecimiento social del año, por eso se había asegurado de ir vestida de acuerdo con el evento.

Habían escogido un club nocturno para la recepción y un jefe de cocina de primera clase estaba preparando el banquete. La música sería espectacular y el bufet nocturno costaba tanto como la comida del mediodía. Se habían alquilado varios Rolls-Royce todo el día y, después del banquete, conducirían a la pareja hasta Heathrow para coger un avión hacia las islas Mauricio, donde pasarían tres semanas de luna de miel. No cabe duda de que aquélla sería la boda de la década y que ella sería la novia más guapa en muchos años. Aunque ya había estado con muchos hombres, aún se sentía virgen, algo que no había experimentado desde que estaba en la escuela.


Ange observaba a sus hijos mientras esperaba a la novia. Se sentía feliz. Su marido, además, estaba a su lado, vestido con un esmoquin que no le sentaba mal a pesar de lo delgado que se había quedado. Había sido un hombre apuesto en sus buenos tiempos y aún lo sería si se preocupase un poco por su forma de vestir. Miró a su hija y, al ver su rostro petulante, comprendió que se sintiera molesta porque no la habían elegido como madrina. Sabía que Mary hubiera deseado que fuese ella, pero Danny Boy fue quien tuvo la última palabra y puso sus objeciones porque últimamente no se sentía muy contento con ella. Puede que tuviera sus razones, ya que ella sentía lo mismo con respecto a sí misma. La chica se había convertido en una fulana y puede que ése fuese el escarmiento que necesitaba para ponerla derecha.

Ange miró alrededor y se quedó sumamente impresionada con las personas que habían asistido a la boda de su hijo. Sabía que su marido estaría verde de envidia, pero eso no le preocupaba porque estaba dispuesta a gozar plenamente de ese momento de gloria. ¿Qué otra cosa podía hacer? Había aprendido con el tiempo que había que aprovechar los pocos momentos buenos que ofrece la vida.


– ¿Entonces el diez de mayo será el aniversario de tu boda?

Mary asintió alegremente. Su hermano Gordon, que no tenía mal aspecto vestido de esmoquin, dijo en voz alta y ebrio:

– ¿Y por lo que veo hasta te has vestido de blanco?

Mary empezó a sentirse avergonzada. Gordon no tenía miedo de decir lo que pensaba, de ofender a los demás. Cuando estaba borracho, se convertía en un verdadero cabrón, como su madre. Al igual que ella, era incapaz de saber medirse y siempre terminaba borracho.

– Ten cuidado, Gordon. Danny Boy no es de los que soportan tus bromas.

Intentaba advertirle, pero fue un aviso demasiado amistoso como para que se lo tomase en serio.

Gordon sonrió y Mary se dio cuenta de que quería recordarle su pasado, por eso sintió deseos de herirle físicamente. Gordon era una de esas personas que siempre tienen que hacer una escena, que siempre necesitan herir a alguien. En otro momento hubiera sentido pena por él, pero ahora le detestaba porque había esperado que al menos ese día se controlara. Sin embargo, su odio ya se reflejaba en su rostro, su odio y ese enrojecimiento que le decía que ya había bebido más de la cuenta; hablaba, además, con el descaro propio de quien no había tenido la oportunidad de conocer a Danny Boy de mal humor.

– ¡Vaya! Eso es como poner el caballo detrás de la carreta, teniendo en cuenta tu pasado. Has sido más puta que una gallina y, según tengo entendido, eras tan popular que le pusieron tu nombre a los aseos.

Gordon miraba a Mary con su acostumbrada gentileza de borracho, una mirada que adoptaba porque así podía representar al día siguiente el papel de arrepentido. Seguramente aludiría que estaba bromeando. Mary le miró con una sonrisa gélida. Gordon era siempre el que provocaba los problemas y estaba más que harta de él. Había esperado que al menos ese día supiese cómo comportarse, pero fue una completa estupidez porque a su edad se creía todo un hombre y ella jamás se había molestado en hacerle cambiar de opinión. Se había pasado la vida defendiéndolo y ahora lamentaba no haber hecho lo que otros muchos: haberlo eludido y dejar que hiciera lo que se le antojase. En cuanto se tomaba unas copas, se convertía en una pesadilla, igual que su madre. El alcohol lo convertía en una persona huraña y amargada, una persona más detestable de lo que ya era de por sí.

Mary lo miró a los ojos y vio ese brillo calculado y maligno que indicaba que estaba demasiado borracho para razonar con él. Echó una mirada a su alrededor. El club que habían escogido estaba decorado con lilas y rosas blancas. Era realmente bonito, pero como siempre su hermano tenía que poner la nota disonante. Estaba tan carcomido por el odio y los celos que normalmente recibía una bofetada de la persona más inesperada, siempre de alguien que él creía que le apreciaba, y que no se sentiría ofendido ni humillado por sus palabras. Su excusa siempre era la misma: sólo había dicho la verdad, como si ese hecho justificara el dolor y los problemas que causaba. Ya era hora de que aprendiese que la verdad, en su mundo, era algo que no interesaba a nadie. La verdad solía ser una emoción cara y desmesurada que, casi siempre, se convertía en fuerza destructiva y peligrosa. La verdad no estaba hecha para personas como ellos, y su hermano debía saberlo mejor que nadie. Era un cabrón que seguramente no le daría mucho margen de acción porque estaba decidido a romperle el corazón. Gordon no medía sus palabras, ni tenía en cuenta el efecto que producían porque era incapaz de percibir el dolor y su obvia crueldad. Y eso que le había prometido que no bebería hasta la noche, que sabría comportarse. Mary pensó que no le quedaba más remedio que aceptar que, a pesar de lo joven que era, ya se había convertido en un alcohólico y un adicto a las drogas, además de un gilipollas que no se preocupaba en absoluto de sus sentimientos ni de los de Danny Boy.

Mary llevaba semanas esperando que llegase ese día. Gordon, al igual que Michael, sabía lo mucho que significaba esa boda para ella, lo mucho que importaba que todo saliese bien para iniciar su matrimonio con buen pie. Gordon sabía mejor que nadie lo importante que era la cooperación de su familia no sólo para que la boda fuese un éxito, sino para que no hubiese ningún momento engorroso. Ahora, sin embargo, se había convertido en el provocador que humillaba a su propia hermana, y no le parecía nada justo.

Había planeado ese día con sumo cuidado, sin olvidar el más mínimo detalle. Ahora que al fin se había casado legalmente y tenía su vida más o menos resuelta, todo estaba al borde del desastre por unas pocas palabras pronunciadas por su hermano pequeño, un borracho arrogante que echaría conscientemente por tierra su imagen delante de todos. Que precisamente fuese su hermano pequeño quien la pusiera en evidencia delante de sus amigos, y de los nuevos amigos de su marido, le resultaba más difícil de asimilar de lo que insinuaba con sus palabras. Que disfrutara arruinando el día más importante de su vida era algo incomprensible, pues no podía imaginarse a sí misma haciendo algo tan odioso y denigrante a nadie de su familia. ¿Por qué la hería? Después de todo, ella lo quería.

Se sintió tan traicionada que los ojos se le llenaron de lágrimas, pero se las secó en un instante. Luego le susurró en el oído:

– ¿Quién te has creído que eres, Gordon? Más te vale cerrar la puñetera boca.

Lo miró a la cara, a ese rostro tan parecido al suyo y volvió a preguntarse cómo era capaz de agredirla de esa forma, cómo podía disfrutar diciéndole cosas tan hirientes y cómo podía hacerla sentir tan mal en el día más memorable de su vida. Él siempre la tomaba con ella, la hacía sentir una basura. Lo hacía porque siempre se lo había consentido, porque sabía que era un don nadie y por eso disfrutaba lastimándola. Siempre le pedía dinero prestado y siempre recurría a ella cuando necesitaba algo, pero su generosidad le provocaba resentimiento. En lugar de sentirse agradecido por tener una hermana que lo quería y estaba dispuesta a ayudarle, se sentía resentido por su generosidad y se odiaba a sí mismo porque sabía que sin ella no sería capaz de sobrevivir. Mary, finalmente, se dio cuenta de algo que él sabía desde hacía tiempo. Gordon era un capullo integral sin conciencia ninguna e incapaz de entender las reglas más básicas de la vida. Estaba arruinando su boda sin pensar en ella ni en su marido, algo que no le perdonaría en la vida. De cualquier otra persona lo hubiera entendido, pero que fuese su hermano quien la traicionara le resultaba inaudito.

– Maldito cabrón, más vale que te calles.

Gordon rió. Si Michael no estaba a su lado, resultaba un chico apuesto, pero si estaba junto a él o a su hermana parecía exactamente lo que era: una versión barata de sus hermanos. Él lo sabía y por eso daba siempre la nota disonante cuando estaba con ellos. Abrió de par en par sus ojos azules y, con cara de inocente y poniendo su mugrienta mano en la boca, dijo en voz alta:

– Lo siento, hermana. No sabía que eras virgen. ¿Estás seguía de que Danny Boy se ha olvidado de Kenny? Según tengo entendido, tuvo algunos problemillas con él. Estoy seguro de que aún te acuerdas de él, ¿verdad que sí?

Se había pasado de la raya y, a pesar de lo bebido y colocado que estaba, se dio cuenta. Se dio cuenta de que sus palabras habían estado fuera de lugar, de que pagaría por su vileza y de que su hermana jamás le perdonaría.

Ninguna de las personas que los rodeaban eran amigos personales de Danny ni de ella, sino simples invitados, lo que ella había denominado una lista de invitados alternativa, personas que Danny consideraba que debía invitar, no porque deseara hacerlo. Por eso, los comentarios de su hermano eran de lo más ultrajante, ya que esas personas no estaban acostumbradas a ellos, ni tampoco se encontraba en situación de hacerlo callar antes de que Danny Boy lo oyera. Eran personas que siempre estaban al acecho de cualquier chismorreo, que no habían acudido para desearles lo mejor, sino para hacerse ver, mostrar su buena voluntad y llevarles un regalo decente que revelara lo bien que les había ido en la vida. Mary no comprendía por qué su hermano le había dicho esas cosas delante de ellos, pues sabía que sus palabras llegarían a oídos de casi todo el submundo londinense y que estarían en boca de todos durante muchos años. Le había arruinado el día que tanto había anhelado, el día que había planeado tan meticulosamente se conservaría en su memoria como otro terrible recuerdo de su vida. Al ver que ya todo estaba perdido, comprendió que su única posibilidad era tratar de limitar los daños, por eso sonrió y, entre dientes, dijo:

– Gordon, Danny Boy te matará por lo que has hecho. No creo que esté dispuesto a consentir tus payasadas como hacemos los demás. Estás jugando con un hombre que, como tú mismo has dicho, es capaz de matar por conseguir lo que quiere, sobre todo cuando no se le respeta como se debe.

Las últimas palabras iban dirigidas a todos los oyentes, para recordarles que Danny Boy Cadogan era hombre capaz de una violencia extrema si se le provocaba. De pronto se sintió enormemente preocupada por la probable reacción de Danny Boy si se enteraba de lo que había hecho su hermano. Por mucho que la irritase, no quería que su hermano resultara malherido. Inclinándose hacia delante, le susurró al oído:

– Estarás contento, ¿verdad? Has logrado arruinarme el día. Gordon se echó hacia atrás, su cuerpo juvenil se movía con torpeza dentro de su traje gris. Luego, alegremente, gritó:

– No lo sabes tú bien. No podía habérmelo pasado mejor. Miró a su alrededor, al hermoso salón, y gritó más alto:

– A mamá seguro que le habría encantado. Estoy seguro de que ella se hubiese comportado igual que yo al verte actuar como si fueses más importante que nadie, simulando que eres feliz. A mí no me engañas, estúpida.

Mary lloraba de verdad porque lo que le decía estaba muy lejos de ser una broma. Gordon pensaba que su hermana estaba haciendo lo que su madre esperaba de ella, casarse con Danny Boy por lo que podía ofrecerle y no porque lo amase. Su madre la habría obligado a casarse y luego la habría machacado por haberlo hecho. Los devaneos y las payasadas de su hermano cuando estaba borracho o colocado solían ser ignorados por su familia, pero ahora eran públicos y no estaba dispuesta a consentírselos.

Cuando se levantó con su largo traje blanco y el velo tocándole los delgados hombros, tuvo un mal presentimiento, como si eso fuese una señal de lo que iba a ser su vida a partir de ahora. Era tan real que notó que estaba a punto de desmayarse, algo que deseaba que sucediese porque así dejaría de escuchar las estupideces de su hermano.

Jonjo Cadogan estaba consternado. Siempre había sabido que su amigo estaba mal de la cabeza, pero escuchar cómo le hablaba a su hermana el día de su boda, el día en que se casaba y adquiría el nombre de su hermano, le resultó increíble. Se sintió a punto de estallar y de pronto comprendió por qué su hermano mayor siempre había considerado una obligación que se respetase el nombre de la familia. Por primera vez en su vida sintió esa misma necesidad. Danny Boy le había parecido toda la vida un tanto exagerado en su odio a su padre y en su decisión de respetar el apellido. Ahora, sin embargo, le parecía de lo más razonable. Danny siempre lo había dicho, lo único que a fin de cuentas tenemos es nuestro nombre y de nosotros depende que sea respetado o que se considere una vergüenza. Tu nombre es lo único que tienes, lo único que jamás puedes negar. Ahora, al escuchar a Gordon, comprendió lo que Danny quería decir. El nombre es lo único que tenemos, algo que algún día tendremos que dar a nuestra esposa y a nuestros hijos, por eso hay que hacer honor a él y no permitir que nadie lo pisotee. El nombre es lo único que se tiene, y que sea para bien o para mal, de ti depende. Danny Boy intentaba que el nombre de su familia significase algo, se lo había dado a Mary Miles y su hermano lo había pisoteado sin pensar en las consecuencias. Ella era ahora una Cadogan y su vergüenza era también la suya.

Jonjo perdió sus acostumbrados buenos modales y se enfrentó a su viejo amigo:

– Gilipollas, capullo de mierda. Creías que te ibas a salir con la tuya, ¿verdad que sí?

Echó el puño hacia atrás y le estampó un puñetazo en plena cara a su amigo, que salió despedido hacia atrás. Cuando intentó seguir golpeándole, Mary le agarró del brazo y le dijo:

– Jonjo, por favor, sácalo de aquí. Hazlo por mí.

Mary estaba pálida de miedo y su humillación resultaba obvia para quien la mirase, cosa que ahora hacía la mayoría de los asistentes. El club llford Palais estaba abarrotado de gente y ella notó la mirada de todos puesta en ella.

– No te preocupes, Mary, yo me encargo de echarlo de aquí. No sé por qué lo hace, pero te aseguro que no será capaz de abrir la boca cuando termine con él.

Jonjo lamentaba mucho lo sucedido.

– De todas formas, nadie le hace caso. La gente sabe que sólo dice gilipolleces.

Intentaba por todos los medios consolarla, pero resultaba imposible. Cuando empezó a hablar, se dio cuenta de que Michael y Danny Boy se acercaban y que su hermano mayor cogía de forma amistosa a Gordon para levantarlo con brusquedad del suelo. Luego vio que lo sacaba del club.

Mary se apoyó en el pecho de su esposo y empezó a llorar, a llorar desconsoladamente porque el día de su boda estaba completamente arruinado. Estaba sumamente alterada y la bebida le había bajado las defensas. Danny, sin embargo, en lugar de abrazarla como era de esperar, la cogió de los brazos y la empujó para apartarla, con el rostro totalmente descompuesto.

– Estarás contenta, ¿verdad? Todo el mundo habla de lo perra que eres. Hasta tu hermano está molesto contigo. Mi esposa desenmascarada por su propio hermano el mismo día de su boda.

Mary no podía creer que le estuviera diciendo eso, no entendía por qué estaba tan enfadado y por qué no se ponía de su lado. ¿Cómo era posible que aprobase lo que le había hecho su hermano? ¿Cómo podía permitir que los demás creyesen que lo que había dicho era verdad, aunque lo fuese? Toda su vida consistía en eso, en creer lo que él creyera, en dar la cara el uno por el otro. Si la pasma se presentaba en su casa y le preguntaba dónde se encontraba su marido en un determinado momento, no dudaría ni por un instante en decir que con ella, lo hubiera estado o no. Las palabras de su marido, sin embargo, sólo servían para dar más peso a las de su hermano. Mary le estaba pidiendo, rogando, que se pusiera de su lado, algo que jamás tendría que haber hecho. Él debería estar a su lado, protegiéndola, haciéndola sentir segura.

– Danny Boy, ya sabes que sólo dice tonterías.

Danny la miró con desprecio y disfrutó viendo su humillación. No quería tener una esposa que fuese un chivo expiatorio, para él era simplemente un medio para conseguir un fin. Ahora, gracias a Gordon, se le presentaba la oportunidad perfecta para empezar un matrimonio con una mujer que ya no estaba tan segura de su poder, que sabía que había empezado descaminada.

Mary era una mujer muy atractiva, un bombón en toda regla, pero también una mujer que se las sabía todas. Orgulloso de aprovechar las oportunidades cuando se le presentaban, Danny no podía dejar pasar ésa. Si jugaba sus cartas como debía, la acobardaría para el resto de su vida, por eso no mostró ni el más mínimo escrúpulo.

– Vaya putón estás hecha. Hasta tu hermano te pone en evidencia delante de todo el mundo.

Sacudió la cabeza en señal de disgusto, un gesto muy calculado y un tanto teatral. Luego la apartó de su lado y salió del club sin mirar atrás, dejándola sola, desconsolada y sin un ápice de autoestima.


Al día siguiente, lo sucedido en la boda era la comidilla de todo Londres, ya que Danny no se molesto en regresar y la novia se quedó sola, algo terrible para ella porque nadie sabía qué decir. Los invitados se marcharon a casa, pero antes de irse intentaron consolarla diciéndole algo agradable, pero ya era demasiado tarde; su boda estaba arruinada y su marido se había marchado y se encontraba en paradero desconocido.

La luna de miel se canceló, al igual que la recepción, pero ella permaneció en su casa, en esa casa que habían decorado y amueblado los dos juntos, rezando para que regresase a su lado aquella noche tan importante.

Cuando la bebida le hizo perder la conciencia eran las seis de la mañana. Aún estaba vestida de novia y aún esperaba que regresase. Le costaba creer que hubiera sido tan cruel con ella, que la hubiese humillado delante de todos, pero estaba equivocada, como lo estaba en otras muchas cosas respecto de su marido.


Danny estaba borracho como una cuba y la chica que había escogido para pasar la noche dormía a su lado en una extraña habitación de hotel. La noche anterior no le había parecido tan obesa ni tan velluda; tenía más bigote que muchos de los hombres con los que trataba. Sin embargo, para ser sinceros, y por lo que recordaba, le había hecho pasar un buen rato. Su pelo espeso era grueso como una cuerda y el llevarlo alborotado le daba un aspecto más exótico del que tenía. Danny la miraba con sumo interés, sorprendido de lo que unas cuantas cervezas podían provocar en el cerebro de un hombre. De haber estado en sus cabales, no se habría parado ni a mirar a esa chavala y, sin embargo, había pasado con ella su noche de bodas. Recordarlo le hizo sonreír. La mujer se dio la vuelta y Danny observó que tenía la barriga descolgada, por lo que dedujo que tendría hijos en algún lugar, cosa que multiplicó su disgusto por ella. ¿Quién estaría cuidando de ellos mientras ella se dedicaba a putear? Odiaba despertarse con una madre, hacía que todo pareciese incluso más mezquino. Los hijos que había parido tenían al menos el derecho a tener una madre que no fuese un putón, y no creía que eso fuese mucho pedir.

Se sirvió una copa y, cuando lo hizo, vio que ella se agitaba en sueños. Tal vez en su subconsciente hubiese oído escanciar la bebida y eso hizo que Danny se preguntase qué mujer estaba dispuesta a rebajarse tanto como para despertarse al lado de un extraño y no sentir la más mínima vergüenza. Que él hubiese dormido con ella no era lo mismo. Él era un hombre y su naturaleza le pedía que follara indiscriminadamente. Las mujeres, sin embargo, eran distintas y a ellas había que exigirles un mínimo decoro. Danny sabía que Dios había creado a mujeres como ésa precisamente para hombres como él.

Se preguntó qué estaría haciendo su esposa en ese momento. ¿Estaría despierta preguntándose qué había sido de su esperado día? De ese día del que había hablado tanto que en ocasiones lo había puesto al borde del estallido. Se preguntó qué estaría haciendo el cabrón de su hermano sabiendo que había sido el causante de su pelea. Mary era una chica encantadora, pero él la había dejado plantada porque necesitaba que alguien le bajase los humos y su hermano le había proporcionado la excusa perfecta para ello.

Michael también se sentiría molesto, ya que su hermano había sido el causante de la pelea que Danny había anhelado. Todo había funcionado perfectamente porque sabía lo importante que resultaba que hablasen de uno, lo mucho que afectaba un escándalo público en la psique de las personas. Su boda le garantizaba que su nombre pasaría a los anales de la historia. Ahora sería más respetado cuando viesen que estaba dispuesto a volver a acoger a su mujer. Lo había hecho anteriormente con su padre y su comportamiento le había hecho ganarse muchas palmaditas en la espalda. Lo había dejado tullido por su afición al juego, por haberlos abandonado y por haberlos hecho responsables de una enorme lleuda, pero aun así era considerado un buen muchacho por haberlo aceptado de nuevo en la familia. Era una forma de hacer relaciones públicas. Hoy todo el Smoke estaría hablando de él, de eso no le cabía la más mínima duda. Que se hubiese ido de su boda, de una boda tan cara como ésa, daría mucho de que hablar. A él no le importaba mucho, no tenía razones para sentirse avergonzado, pero Mary no lograría asumirlo y eso era lo que quería, Gordon se lo había puesto en bandeja y le estaría eternamente agradecido. Ella era todo lo que él hubiera deseado de una mujer, pero también era lo que muchos otros hombres deseaban. No se había acostado con ella antes de la boda porque no quería estar en el mismo lugar donde habían estado Kenny y otros antes que él. Aun así deseaba que siguiese siendo su esposa, pues la amaba profundamente. Que su amor estuviese con frecuencia a un solo paso del odio era algo que ya había aceptado hacía mucho.

Al recordar lo que había sentido cuando tenía su pene flácido dentro de la muchacha que dormía a su lado, lo pegajosos que estaban sus fluidos, le vino a la cabeza la espesa humedad que había notado al eyacular en sus muslos al sacarla y luego el enfermizo hedor al despertarse. Pensó en su nueva esposa y se preguntó cuántas veces habría estado en la misma situación. Ella era quien lo había estropeado todo y ahora él estaba obligado a sacar algo bueno de ese matrimonio. El la había deseado, pero no podía perdonarle lo que había hecho. Ella había estado muchas veces en la misma situación que esa mujer, la habían desnudado y utilizado. Estaba dispuesto a dejárselo claro, así se pasaría la vida lamentando su facilidad para abrirse de piernas. Recordó la barriga de su madre después de que su padre destruyera la familia y los abandonase cuando le salió de las narices. Permitirle meterse de nuevo en la cama fue, a ojos de Danny, la peor traición posible después de lo que él les había hecho. Cuando perdió aquel niño, notó que ya no le quedaba ni el más mínimo vestigio de amor por ella, por eso había celebrado que llegase ese momento. Ella había elegido a su padre antes que a ellos, y él había jurado que pagaría por su traición. A pesar de que él había llevado el peso de la casa desde muy joven, su madre había permitido que su padre regresase y siguiera como si nada pasase. Las mujeres eran unas carroñeras dispuestas a hacer cualquier cosa por el hombre que las contentaba en la cama. Él lo sabía mejor que nadie, pues había arriesgado el pellejo, se había enfrentado a los Murray y había tenido que buscarse la vida porque su padre era un jugador empedernido y su madre una egoísta redomada. Seiscientas libras habían sido la causa de que su vida se viera truncada, un dinero que ahora le parecía simple calderilla. Pues bien, como su padre decía en broma, si te casas con una puta, tu mujer ya no puede caer más bajo. Justamente eso había hecho él. Ahora no le quedaba más remedio que afrontar los hechos y estaba deseando hacerlo.


Michael tomaba un café y fumaba un cigarrillo turco en la pequeña oficina del casino que poseía a medias con Danny Boy. Aún estaba consternado por lo ocurrido el día anterior y trataba en vano de convencerse de que no había sucedido. Ojala hubiese sido así. Su hermana estaba destrozada porque le habían arruinado por completo el día más importante de su vida, que tanto había anhelado. A Gordon se le habían pasado los efectos de la bebida y estaba arrepentido. Se le veía tan dolido por lo que había hecho que daba pena, lo cual no había sido óbice para que le diera la paliza de su vida; lo que más deprimía a Michael era saber que era su hermano quien lo había fastidiado todo. Mary lucía realmente hermosa y Danny Boy, su mejor amigo y su socio, había esperado tanto ese día que cuando llegó sintió un alivio. Que a Danny Boy no le sentó bien lo que Gordon había dicho de su esposa era un hecho. Danny Boy era demasiado orgulloso como para consentir ese tipo de comportamientos. Marcharse de la fiesta era probablemente lo mejor, porque, de no ser así, habría matado a Gordon. Como le había dicho a Mary, se había marchado de la fiesta para no cometer ninguna estupidez, para no dar rienda suelta a su muy conocido mal humor.

Mary no estaba tan segura de eso y Michael comprendía que se sintiera dolida por su ausencia, además de culpable porque era su hermano pequeño quien le había arruinado la boda. Había jurado no volver a dirigirle la palabra en lo que le quedara de vida, así aprendería a tener la boca cerrada cuando bebiese.

Ahora Gordon estaba aterrorizado ante la posibilidad de que Danny Boy quisiera vengarse por haberle fastidiado el día de su vida. Si Danny decidía castigarlo, a él no le quedaría más remedio que callarse porque estaba en su derecho. Hablar de ella de esa forma, en su boda, el día en que se casaba con un hombre que lo mataría sin dudarlo. ¿Quién podía torturar a un hombre durante horas y disfrutar oyendo sus gritos? ¿Cómo se le había ocurrido hacer semejante cosa? Era una aberración, lo más vergonzoso que le había sucedido en la vida; lo peor era que aún no sabía en qué iba a acabar todo.


Mary Cadogan, que así se llamaba ahora, despertó y vio que su marido se desnudaba para meterse en la ducha. Cuando abrió los ojos y lo vio de pie, el corazón casi le da un vuelco. Se irguió con dificultad, con la boca seca y un terrible dolor de cabeza por la cantidad de alcohol que había ingerido el día anterior. Cuando lo vio ir hacia el baño, se sorprendió de que no hubiese abierto la boca. Parecía que no hubiese sucedido nada, como si fuese un día normal. Con voz suave y casi sin mirarla dijo:

– Prepara un té, cariño. Y, si no te importa, quítate ese puñetero traje. No he venido a visitar a la señorita Havisham.

Actuaba como si no hubiera pasado nada fuera de lo corriente. Mary estaba desorientada, molesta aún. Miró a su alrededor y vio el dormitorio que había decorado con tanta ilusión y su reflejo en el espejo de la cómoda. Tenía un aspecto espantoso. Tenía la cara manchada de rímel y el maquillaje se le había corrido con tanta lágrima. Parecía mucho mayor. Mientras se observaba, recordó los acontecimientos del día anterior y se echó a llorar de nuevo. Tenía la boca seca y el cuerpo le olía. Cuando se levantó, perdió el equilibrio y se tambaleó; por un momento deseó desmayarse y morir para no tener que afrontar el resto de su vida. Se quitó el traje de novia. Estaba hecho un harapo, así que lo dejó en el suelo del dormitorio y se puso la bata de seda que se había comprado pensando en su marido. Empezó a quitarse el maquillaje, frotándose suavemente y pendiente del grifo de la ducha. Esperaba una bronca y sabía que no podía hacer nada para evitarla. ¿Cómo iba Danny Boy a perdonarles que hubiesen montado esa escena el día de su boda? Se sentó al pie de la cama, de esa cama que había imaginado como el lugar en que dormirían juntos, se amarían y hablarían. Verla ahora desordenada le rompió el corazón y estalló en sollozos, aunque esta vez se debía a la vergüenza que la invadía y la vida desgraciada que le esperaba.

Danny Boy le había dicho que preparase un té, y se lo había dicho como si fuese un día normal. Ella sabía que tenía fama de tener muy poco aguante y muy mal humor, pero jamás esperó que lo usase con ella. Permaneció sentada donde estaba, a la espera de que terminase lo que estaba haciendo y decidida a aceptar cualquier castigo que quisiera imponerle.

Cuando Danny entró en el dormitorio, con el cuerpo brillándole por el agua, se estremeció. Era la primera vez que le veía desnudo y ahora se daba cuenta de lo grande y fuerte que era; todo músculo y nada de carne. Tuvo ganas de llorar de nuevo al ver lo que se perdía. Danny se detuvo delante de ella y ella levantó la mirada para ver su apuesto rostro, ese rostro con el que había sonado tanto; vio que le sonreía, con esa sonrisa relajada que engallaba a todo el mundo y le hacía parecer un buen muchacho.

La miraba fijamente, con sus ojos azules carentes de rabia; Mary estaba extrañada que no estuviera reprochándole lo sucedido el día anterior.

– ¿Te pasa algo, corazón?

Parecía preocupado, su voz sonaba tan amable y cordial que pensó que estaba soñando.

Negó tristemente con la cabeza.

– Lamento mucho lo ocurrido, Danny Boy. Lo siento en el alma. Gordon no sabe lo que dice. Siempre está borracho o colocado.

Mary intentaba justificar el comportamiento de su hermano y, la verdad, no sabía por qué; él no merecía su lealtad y jamás había sido leal con ella.

Danny se arrodilló delante de ella y, con tranquilidad, respondió:

– El sólo estaba diciendo la verdad, Mary. Y la verdad ofende, ¿acaso no lo sabes? Tú has sido una puta de mierda y a mí no me queda más remedio que resignarme a eso, ¿no es cierto?

Sonrió, con sus dientes parejos y bien limpios, oliendo a menta por la pasta de dientes que utilizaba. Aún sonreía cuando se levantó y añadió:

– Y ahora prepara el té. Que no tenga que repetírtelo más veces.

Capítulo 16

Mary esperaba que su marido regresara a casa, pero estaba tan nerviosa que temblaba como un flan. Estaba enferma. El sudor frío que le empapaba el cuerpo hacía que se le estirase la piel, que le rechinasen los dientes. El miedo crecía en su interior y se dio cuenta de que había esperado que algo así sucediera desde su primera cita, pero entonces el peligro que emanaba de Danny la atraía. Saber que era un tipo de mucho cuidado la había seducido, aunque no había querido admitirlo hasta ese momento.

Se miró en el espejo del cuarto de baño y vio que estaba impecable, como siempre. A pesar de lo sucedido en la boda, siempre procuraba arreglarse lo mejor posible, aparentar que nada la afectaba. Era un truco que había aprendido de su época con Kenny. La gente sólo sabía lo que tú le contabas, sólo veía lo que tú le dejabas ver. Su madre le había inculcado esa idea desde que era una niña, una niña de enormes pechos que sabía demasiado para su edad.

«Estás sentada sobre una mina de oro y, si sabes jugar tus carias, no te faltará de nada», le decía su madre. Sus palabras aún le sonaban claras y cristalinas, el problema era que se había enamorado de Danny Boy mucho antes de haberlas oído. Danny había sido su amor de infancia, su primer amor. Ahora, sin embargo, no estaba muy segura de qué significaba para ella, ni de lo que ella misma deseaba. Lo único que sabía era que estaba en peligro, en grave peligro. Él le había demostrado quién era, cuáles eran sus verdaderos sentimientos y eso la tenía aterrorizada. Su humillación era completa, pues era consciente de que, en cuanto intentase algo, lo tendría detrás en menos que canta un gallo.

Se había maquillado a la perfección, tenía la piel hidratada y el pelo espeso recién lavado. Mary era de las personas que, hasta en los peores momentos de su vida, se preocupaba enormemente de su aspecto porque eso le proporcionaba cierta autoestima. Respiró profundamente y trató de tranquilizarse. Danny Boy jamás había apreciado su inquietud general, de hecho le molestaba y le enfurecía, lo que lograba que se pusiese aún más nerviosa.

Nunca sabía a ciencia cierta si iba a regresar a casa para estar con ella; en ese aspecto, hacía lo que se le antojaba. Pero si regresaba, quería estar guapa para él, como siempre. Se había pasado la mayor parte del día arreglándose para un hombre que la despreciaba, pero que jamás la dejaría escapar. Ella le pertenecía y no podía hacer nada al respecto. Era demasiado tarde. Danny Boy la había destruido por completo con unas cuantas palabras y había sido precisamente su hermano quien le había proporcionado la munición con la que dispararle a traición. Gordon no se había dado cuenta de que había sido él quien le había dado una excusa para que Danny le reprochara su mala conducta. Danny Boy no era de los que dejan pasar las cosas, ni tampoco de los que ponen la otra mejilla, sino todo lo contrario. Danny era de los que aprovechan cada oportunidad, de los que siempre buscan su propio interés. En pocas palabras, que no era tan diferente de ella, pues ambos eran unos interesados, unos aprovechados dispuestos a utilizar cualquier medio con tal de conseguir un fin. Desgraciadamente, había pensado que utilizarían esa cualidad mutua para beneficio de los dos y no para ponerse el uno contra el otro.

Danny Boy tenía el don de hacerla sentir una verdadera mierda y ella estaba a punto de empezar a creérselo. Se miró nuevamente en el espejo y se preguntó cómo era posible que le hubiese sucedido algo semejante. Se acordó de Kenny y de lo fácil que resultaba tratar con él, pero también le vino el recuerdo de Danny cuando se decidió a ir a por ella, de cómo se había asegurado de que se sintiera deseada y de cómo se la había arrebatado a Kenny. Esa seguridad que la había embargado entonces había desaparecido, la había abandonado repentinamente, justo lo que Danny había pretendido, lo que había buscado. Se percató de que no se había acostado con ella antes de la boda porque eso le podría haber dado alguna pista. Danny había decidido destruir a su más terrible enemigo, con ella incluida. No obstante, una semana después del fiasco de la boda, la poseyó, pero lo hizo tan brutal y viciosamente que estuvo varios días sin poder caminar. La poseyó en la misma forma en que se posee a una prostituta, clavando el último clavo de su ya derruido amor. No sólo la había dañado en lo físico, sino también en lo mental, pues la había tratado con lascivia, como un perro fornica a una perra en celo, sin amor, sin ternura y sin verdadero deseo. Fue un acto de destrucción, un acto de odio que ponía fin a su amor. Había querido dejar una cosa clara: que se diera cuenta de lo poco que le importaba, que supiera que para él no significaba absolutamente nada.

Había funcionado. Danny, sin duda, había hecho sus deberes. Mary era demasiado orgullosa para reconocer abiertamente su error y estaba demasiado asustada para tratar de salir de esa situación. El miedo que le tenía a su marido la paralizaba porque sabía perfectamente lo que era capaz de hacer.

Mary aceptó finalmente su destino, aceptó su derecho de propiedad. Se había dado cuenta, al igual que hacía ahora, de que jamás la dejaría marchar, que antes de eso la mataría. También sabía que, por alguna razón, su matrimonio era muy importante para él. Era algo que la animaba y, lo que resultaba más escalofriante, algo que consideraba bueno y decente, aun después de lo que le había hecho.

La había humillado públicamente, la había avergonzado y la había insultado, y todo ello con el único fin de que la viesen como su esposa, la mujer con la que se había casado aunque no fuese digna de un hombre como él. Danny era un tipo muy listo, muy astuto, además de un hombre de muchos recursos, que sabía ganarse el respeto y la admiración. Sin embargo, lo peor de todo era que era su marido. Estaba unida a él, y esa unión era algo que sólo se rompería si a él se le antojaba.

Mary sabía que su vida en común era un peligro continuo porque él la veía como una especie de trofeo y ella a él como un maníaco. A él no le molestaba en absoluto sacarla de la cama por los pelos a las tres de la madrugada, uno de los trucos favoritos de Kenny, y acusarla de todo tipo de cosas. La acusaba de incitar a sus amigos, aunque sabía a ciencia cierta que ninguno de ellos tendría las agallas de hacerle proposiciones, por mucho que lo hubiese deseado.

Danny sabía de sobra que sus acusaciones no tenían ninguna base, pero, al igual que todos los que lo rodeaban, Mary temía llevarle la contraria. Nadie se opone a las personas como Danny Boy; se les sigue el rollo con tal de intentar mantener la paz. Mary pasaba por alto todo lo que decía de ella con la falsa esperanza de que las cosas mejorasen, aunque sabía perfectamente que no sería así.

Se daba cuenta de que Danny la necesitaba para desahogar su ira, necesitaba que actuase de forma sumisa y que le permitiese descargar su rabia. De hecho, se estaba convirtiendo en una persona inmune, siempre dispuesta a permanecer callada y dejar que Danny se descargara con ella sin emitir ni el más mínimo gemido. Se alegraba de que eso, al menos, le agradase, de que su absoluta obediencia fuese más que suficiente para contentarle.

La casa que compartían estaba impecable, como esperaba que fuese. Mary evitaba hasta sentarse en los sillones por miedo a que les saliesen arrugas, se hundieran o se manchasen los cojines. La casa era enorme, digna de verse, perfecta, pero carente de vida. No había nada real a su alrededor, ni tan siquiera una fotografía que la hiciese parecer un hogar. Danny Boy no le había permitido ni siquiera ver las fotos de la boda, mucho menos ponerlas en la casa, pero ella se había adelantado y le había pedido a Michael que le comprase un pequeño álbum sin que se enterase nadie, ya que quería guardarlo para enseñárselo algún día a sus hijos. Sabía que algún día esas fotos serían importantes para los hijos que pudiera engendrar y quería tener algo que demostrase su validez.

Mary sabía que Danny deseaba un hijo, algo que ella ya llevaba dentro, un hijo, su hijo, y esperaba que ese bebé los uniera de nuevo y les hiciera olvidar ese fiasco de boda.

En su interior sabía que sus esperanzas eran vanas, pero esperaba que su embarazo pusiera freno a sus ataques físicos y sus insultos, al menos por un tiempo. Siempre le hablaba con un odio sosegado que resultaba irritante. Se preguntó cuándo había empezado eso a ser algo rutinario y cuándo había dejado de hacer lo posible para gustarle. Se preguntó cuándo había empezado a creer que ese hijo acabaría con la pesadilla en que se había convertido su matrimonio.

Vio que se le había borrado el lápiz de labios que se había aplicado con tanto cuidado durante todo el día, así que volvió a ponérselo mientras hacía esfuerzos por retener las lágrimas, unas lágrimas que no sólo eran inútiles, sino que estropeaban la perfección de su cara. Danny Boy podía venir a las cinco de la madrugada y esperaba que ella estuviera allí sentada, arreglada y esperándole con una bonita sonrisa en la boca y la promesa de una completa sumisión corporal, algo que siempre conseguía. No importaba lo que tuviera que hacer, esperaba horas enteras con tal de mantener la paz. Esperaba durante horas, tratando de sosegarse con unas copas mientras permanecía sentada, a solas, mirando el reloj, algunas veces días enteros.

Lo odiaba por ello; lo odiaba con toda su alma.


Danny Boy y Michael estaban acordando recoger unos cuantos paquetes de aspirinas, que era como llamaban a los esteroides anabolizantes que distribuían a manos llenas por todo el sudeste. Los paquetes eran inofensivos; envueltos en papel de embalar, parecían regalos de cumpleaños, pero contenían más pastillas de las que nadie hubiera imaginado. Danny Boy había acertado al descubrir esa mina de oro, drogas que no sólo eran necesarias para la gente que las consumía, sino que eran semilegales. Nadie podía demostrar que no fueran para consumo personal, que era precisamente lo que ellos no hacían. Nadie se molestaba en saber si eran perjudiciales. Danny Boy, sin embargo, era plenamente consciente de los peligros y, como todos los que están involucrados en cualquier tipo de negocio, sabía todo lo que hay que saber acerca del producto. Sabía que las pastillas provocaban estallidos de violencia, que los hombres que las consumían regularmente se estaban engañando porque sin ellas jamás conseguirían la masa muscular que tanto anhelaban. Tenía pleno conocimiento de que las adquirían y se las inyectaban sin ningún conocimiento médico al respecto, ignorando que tenían la mitad de efecto que las legítimas. También se dio cuenta de que las personas a las que suministraba eran tipos lacios y pajeros que no estaban dispuestos a emplear las horas necesarias en un gimnasio para tener el cuerpo que deseaban, pero que, un vez que las probasen, no dejarían de venir en busca de más porque sin ellas serían incapaces de funcionar.

No cabe duda de que llevaban todas las de ganar. También disponían de una clientela que crecía cada hora. Danny había recogido ese cargamento con un solo objetivo: repartirlas entre los de su mundo y obtener el consenso general sobre su calidad. Había procurado que fuesen de buena calidad, que valiesen su peso en oro. Si lograba demostrarlo, dispondría de un cargamento muy sustancioso una vez a la semana. Lo dejarían en el desguace de Louie y él se llevaría un buen pellizco por hacerse el longuis.

Michael, como siempre, permanecía callado. Ambos sabían que su nueva empresa era una fábrica de dinero, pero también que, desde la boda, su amistad ya no era la misma.

Mary era la persona más importante en la vida de Michael, al menos eso es lo que creía. Desde la boda, sin embargo, apenas la veía salir de casa, pero tampoco la veía en ella, pues siempre estaba en la cama o de compras. Michael sabía que estaba en la casa, sólo que prefería no dar la cara; lo que no sabía era cómo tratar ese tema con Danny Boy. Mary, al fin y al cabo, era su esposa y, por tanto, ya no estaba bajo su jurisdicción. Eso le molestaba; al igual que otros muchos aspectos de su vida, pues sabía que debía hacer algo al respecto, aunque no sabía qué. A no ser que Mary acudiese a él pidiéndole que interviniese, prefería mantenerse al margen y esperar a ver qué sucedía. No obstante, no ardía en deseos de que llegase ese día, ya que Danny Boy no era precisamente una persona con la que se pudiera razonar. Algo que, para ser sinceros, prefería no hacer. Lo sucedido en la boda había sido la causa del retiro de la vida pública de su hermana, ya que la situación había sido sumamente engorrosa. Si él hubiera estado en el lugar de Danny, no estaba seguro de haber reaccionado tan bien. En eso estribaba el problema. Michael sabía que su amigo había sido humillado en público, lo habían puesto en evidencia y, aun así, había acogido a Mary en su casa, lo cual decía mucho a su favor. Cualquier otro hombre la habría mandado al carajo. Al menos, eso era lo que opinaba todo el mundo, aunque la mayoría de las personas adultas con las que trataba tenían una segunda o tercera esposa de muy dudosa conducta y de menos moral. El único requisito que se les exigía era que fueran jóvenes, ya que la inteligencia se la dejaban a su primera esposa, la que siempre había estado a su lado y cuyo único pecado había sido envejecer. Una chica joven al lado era esencial en esos tiempos, ya que les hacía sentirse jóvenes y poderosos de nuevo. Sólo cuando se veían obligados a abandonar su hogar se daban cuenta de lo estúpidos que habían sido, pero para entonces ya estaban más que pillados. Las jovencitas, por lo general, eran como un grano en el culo. Una vez que uno se las follaba, ¿qué les quedaba que pudiera enamorar a un hombre?

Gordon aún estaba en su lista negra y el hecho de que Danny Boy no hubiese intentado darle una reprimenda le preocupaba enormemente. Ni tan siquiera le había preguntado dónde se metía, ni quién le había causado sus merecidos moratones. Michael estaba seguro de que Danny no pasaría por alto lo que le había hecho, sabía que le daría una lección, y no por su hermana, sino por todos ellos, por la familia y por su reputación. Sin embargo, no había hecho nada y eso le hacía sentirse sumamente incómodo, una incomodidad que hacía que Danny Boy deseara arrancarle la cabeza. El muy cabrón estaba disfrutando con todo eso y sabía que le observaba detenidamente para estudiar sus reacciones. Estaba poniendo a prueba su amistad, una amistad que había durado años y que ambos sabían que siempre había sido unilateral. Michael necesitaba a Danny Boy más de lo que él necesitaba a Michael, o al menos eso es lo que creía. Danny lo estaba observando en ese momento, lo observaba a escondidas, con una dignidad que resultaba tan falsa como molesta. No había duda. Danny sabía presionar los botones apropiados para provocar la emoción deseada en su oponente. Era un enfermo mental en muchos aspectos, pues era de esas personas que disfrutan haciendo sentirse incómodos a los demás. No obstante, también era la única persona a la que Michael admiraba y apreciaba, y no quería perder su amistad por culpa de su hermana o de su hermano. Sabía de sobra lo muy peligroso y traicionero que era Gordon cuando se le antojaba y no quería intervenir en la situación de su hermana a menos que fuese necesario. Ése tenía que ser el último recurso.

Danny Boy era plenamente consciente de la preocupación de su amigo, de su inquietud y de su engorro por lo que había sucedido el día de su boda. Sabía que debía actuar con astucia, pues Michael y Mary estaban muy unidos y él valoraba eso. Sin embargo, ella era ahora una Cadogan y, más tarde o más temprano, Michael tendría que aceptar ese hecho, por la cuenta que le traía.

Michael estaba atrapado, se sentía incapaz de manejar la situación y no sabía qué papel debía desempeñar en ese drama. Lo único que sabía era que su amigo estaba en su derecho y que su hermana había cometido el error más grave de su vida. Danny Boy era un auténtico chulo y, como todos los chulos, sabía cómo darle la vuelta a las cosas para que los demás creyesen que estaban equivocados y él llevaba la razón. Michael, por primera vez en la vida, cuestionaba las acciones de su amigo y su participación en el derrumbe de su familia. Por primera vez, la rabia de Danny estaba dirigida a él y los suyos y, en su interior, sabía que le faltaban agallas para hacer algo al respecto. No era capaz de enfrentarse a Danny, nadie lo era, y por eso imponía la ley a su antojo. Su cobardía le resultaba insoportable y, al igual que a su hermana, empezaba a odiarlo con toda su alma.


Louie estaba preocupado. Se le había pedido que estuviese preparado para recoger el pedido y él había contratado al novio de su hija pequeña para que se encargase del asunto. Era un buen muchacho, un joven decidido a abrirse camino, que esperaba iniciar una serie de negocios con el dinero que pensaba sacar. Era un muchacho bastante apuesto y Louie había acordado con su padre que el muchacho se citase con su hija y se enamorase de ella, algo que le había costado un ojo de la cara. El muchacho era lo bastante inteligente para reconocer lo que era un buen trato cuando se le presentaba, por eso se había aferrado a ése como un pulpo. Pero era un buen muchacho, dispuesto a casarse si eso le proporcionaba un buen trabajo y una vida confortable. Louie se sentía culpable y esperaba que su hija nunca lo averiguase, pues resultaba muy difícil para una chica judía encontrar un chico apropiado en esos tiempos. Le había horrorizado enterarse de que su hija, mientras estaba en la escuela técnica, había estado liada con un capullo, un griego. Sin embargo, que ese capullo hubiera tenido el descaro de presentarse en su casa y preguntar por ella vestido como si fuera un puñetero turista y llevando un montón de chapas baratas le pareció el no va más. Por eso le había buscado ese nuevo novio, y, por eso, el pobre griego había tenido un desgraciado accidente de coche que, además de dejarlo maltrecho, gracias a Danny Boy, llevaba implícito que se quedaría sin pene si volvía a aparecer. El muchacho había desistido y había desaparecido más rápido que un poli corrupto en una redada de drogas, dejando el camino libre para que un nuevo pretendiente entrase en juego; un pretendiente judío y del agrado de Louie.

Su hija pequeña era la más guapa de todas, aunque eso no quería decir gran cosa y él lo sabía. Su hija no se sentiría muy contenta si se enteraba de que él había tenido que pagar para encontrarle un novio apropiado. Se sentía avergonzado de que la única hija que podría haber encontrado un novio por sí misma tuviese que ser manipulada al igual que las demás. Él le había buscado un marido a cada una de ellas y bien sabe Dios lo mucho que había tenido que pagar por ellos. Ahora, lo único que deseaba era tener nietos, nietos que se pareciesen a sus padres.

– ¿Piensas invitarme a una taza de té o qué? Tengo una chica esperándome.

Danny Boy habló con la severidad acostumbrada y su sonrisa le hizo presagiar que pensaba pedirle algo, como de costumbre.

Louie sonrió. Al igual que Michael, ya no confiaba en Danny, especialmente después de sus últimas hazañas. Ahora se dedicaba a pasearse descaradamente con mujeres y él no quería saber nada al respecto. Lo sucedido en la boda había hecho que la gente tuviera miedo de hablarle de cualquier asunto personal, pues no se sabía cómo reaccionaría. Danny Boy parecía no darse cuenta de lo incómodas que se sentían las personas al respecto. De hecho, si no lo conociera, diría que estaba disfrutando con ello y con la notoriedad que le estaba dando.

Los hombres como Danny Boy son excepcionales en su género, ya que matan indiscriminadamente y aman de la misma manera. Se había casado recientemente y eso solía garantizar la fidelidad de un hombre, al menos el primer año, pero después de la noche de bodas, ¿quién sabía lo que está bien y lo que está mal? La experiencia le decía que algunas mujeres no eran nada acomodaticias una vez que habían conseguido ponerse el anillo en el dedo. De hecho, algunas de ellas se transformaban en vírgenes convertidas y eso resultaba irritante porque hacía que el hombre en cuestión se sintiera manipulado, que era lo que solía ocurrir. Entonces, el lecho marital se convertía en un campo de batalla y, sin darse cuenta, las esposas terminaban por darles luz verde a sus maridos para que fuesen detrás de alguna extraña. Como siempre decía su madre, si un hombre no tiene lo que quiere en su casa, lo busca en otro lado. Forma parte de su naturaleza bestial.

Por esa razón, Louie, como todo el mundo, prefería no pronunciarse. Si alguien abría su corazón contigo, lo que se esperaba de ti era que dieras tu sincera opinión al respecto, algún consejo, algo que Louie no deseaba en absoluto. Danny Boy no era una persona a la que le gustara recibir consejos sobre asuntos personales, ni estaba lo bastante cuerdo como para sincerarse con él; más bien todo lo contrario, era de esas personas a las que uno sólo les dice lo que ellas quieren oír. Louie sabía que, pasara lo que pasara en el futuro, jamás expresaría su opinión sobre sus nuevas amistades. Esperaba que el muchacho no se hubiese presentado en la oficina para pedirle consejo, aunque una vocecita le decía que Danny Boy jamás se rebajaría tanto como para pedirle a nadie consejo, pues eso era algo inconcebible teniendo en cuenta su carácter. Tampoco era una persona que reconociera haber cometido mi error, ya que era demasiado arrogante y orgulloso para ello.

Danny se sentó en el viejo sofá, miró el rostro angustiado de su amigo y sintió que una oleada de paz le invadía. Le gustaba recordar sus primeros pasos, sus primeros negocios. Louie había sido quien le había enseñado el camino hacia el éxito y sabía que era un hombre afortunado en ese sentido. Jamás le había aconsejado mal y siempre había procurado allanarle el camino. Había sido quien le había ayudado a llegar donde se encontraba y le estaba agradecido por su generosidad y su confianza. En muchos aspectos, había sido incluso su salvación. Danny sabía que Louie merecía todos sus respetos y, en su interior, reconocía que era una de las pocas personas que apreciaba verdaderamente, alguien en quien podía confiar en todos los aspectos.

– ¿Te encuentras bien, Louie?

Louie sonrió, pero Danny se percató de la falta de vigor, su falta de interés en lo que le rodeaba y eso le hizo preguntarse qué le sucedería a su amigo para que se le viera tan deprimido. Por esa razón, con el tono más amistoso del que fue capaz, insistió:

– Te lo pregunto una vez más. ¿Te encuentras bien, Louie?

Parecía realmente interesado y habló con voz melosa, franca y sincera, lo que incrementó más aún la preocupación de Louie.

– Por supuesto que sí, colega. ¿Y tú?

Su voz sonaba más relajada de lo que verdaderamente estaba.

Danny sonrió de nuevo y, soltando una carcajada, dijo:

– Estoy que me salgo, colega.

– ¿Estás seguro de eso, muchacho?

Pronunció esas palabras antes de que ninguno de los dos pudiera hacer nada para impedirlo. Por unos instantes flotaron en el ambiente, haciendo que ambos se arrepintieran de ellas. Tras unos instantes, que a Louie se le hicieron eternos, Danny asintió y, suspirando pesadamente, cambió de tema de forma insultante.

– Por lo que veo, tienes otra de tus jodidas bodas. Tu hija pequeña es una preciosidad comparada con las otras. ¿Se puede saber qué te preocupa entonces?

Danny Boy, como siempre, parecía interesado de verdad, aunque Louie sabía que conocía perfectamente la situación. Danny estaba al tanto de que Louie había buscado dentro de su mundo hombres solteros con los que casar a sus hijas, jóvenes en los cuales pudiese confiar, hombres a los cuales pudiese proporcionar un buen trabajo y pudiese controlar.

– Sé lo mucho que quieres a tus hijas, Louie. Yo haría lo mismo en tu lugar.

En un instante había pasado de la rabia y el sarcasmo a ser el amigo leal. Con uno de sus bruscos cambios de humor había salvado el día, recuperado su amistad y, al mismo tiempo, le había recordado lo peligroso que podía ser ese joven. No era algo negociable. Danny Boy era capaz de cualquier cosa con tal de conseguir lo que se proponía.

Louie sabía que ese joven que tenía delante, el mismo al que había tratado como si fuese su hijo, el mismo al que había dado un empleo y visto crecer, se había convertido en un peligroso matón que hasta a él le inspiraba miedo. Lo conocía bien y sabía que también podía ser todo dulzura, pero sólo si buscaba algo o le convenía. Ahora volvía a desempeñar su papel de hombre magnánimo, de buen amigo, pero eso sólo era una faceta más de su extraña personalidad. Louie lamentaba haber sido tan generoso con él todos esos años y ahora le daba la razón a su padre por haberlo ignorado. Pero eso ya era agua pasada. Louie sonrió, con la piel seca y gris por la edad. Sus ojos débilmente azules eran incapaces de ocultar sus verdaderos sentimientos por ese joven y sabía que Danny Boy se percataba del miedo y el desprecio que ahora le inspiraba. A Danny Boy no le hacía mucha gracia haberlo conseguido todo gracias a él y sus contactos, sin que ninguno de los dos se diera cuenta de su potencial hasta que fue demasiado tarde.

– Será en el lugar donde los judíos acostumbran a celebrar sus bodas: en la sinagoga.

Ambos se rieron. Danny Boy sabía que era la esposa de Louie quien insistía en eso. Louie no se entrometía en esos asuntos y lodo el mundo lo sabía. Se limitaba a soltar diez de los grandes en cada boda, un precedente establecido por su esposa que se había convertido en la expectativa de sus hijas. Cada una estaba decidida a superar a las demás, no sólo en los gastos de la boda, sino en lo que ellas consideraban estilo, aunque ninguna tuviera ni la más mínima idea de lo que eso significaba, pues, por mucho dinero que tuviesen, eran unas pueblerinas. Resultaba irrisorio, aunque ellas no le vieran gracia al asunto.

– Me gusta la sinagoga -dijo Danny-. Tiene clase, como la iglesia católica. Además, el matrimonio es para toda la vida y eso es lo que buscan las mujeres de tu familia, ¿no es verdad?

Louie asintió, pues no le faltaba razón en lo que decía. Se preguntó si esa reunión terminaría mejor de lo que había esperado.

Luego, inclinándose hacia delante, mostrando sus enormes pectorales por debajo de su caro traje, Danny Boy dijo alegremente:

– Cambiando de tema, colega. ¿Cuánto quieres por el desguace?

La pregunta resultaba tan intempestiva, tan inesperada, que Louie pensó que no había oído bien.

– ¿Cómo dices?

Danny Boy sacudió la cabeza en señal de claro desprecio por su viejo amigo. Se comportaba como si ya hubiesen hablado de ese asunto, como si estuviera todo discutido y esperase una respuesta definitiva. Su sarcasmo resultaba evidente cuando repitió:

– Te he preguntado que cuánto quieres por el negocio.

Abrió los brazos señalando lo que le rodeaba, como si fuese lo más natural del mundo pedirle a uno de tus mejores amigos todas sus pertenencias.

Aunque en realidad no lo estaba pidiendo, pues no admitía una negativa, sino que lo estaba exigiendo. Por su forma de preguntarlo se veía claramente que no cabía la negociación, que no le concedía una alternativa, que no estaba dispuesto a admitir un no por respuesta. Estaba sencillamente preguntando por el precio, no negociando. Danny quería apropiarse de su desguace y no pensaba dar su brazo a torcer. Louie se dio cuenta de que estaba viviendo de prestado, ya que Danny conseguiría cualquier cosa que se le antojara, sin importarle a quién se tenía que llevar por delante para lograrlo.

Ahí estaba el muchacho al que había acogido bajo su tutela hacía muchos años, el mismo al que se había visto obligado a defender en muchas ocasiones, alguien que, al parecer, no tenía la más remota idea de lo que significaba lealtad o cualquier otro sentimiento humano, ése a quien en su momento había considerado su mano derecha y por quien había luchado para que le abrieran un hueco en la vida, el mismo que según acababa de saber estaba dispuesto a quitarle de en medio. Louie se dio cuenta repentinamente de que tenía que aceptar que ese muchacho no se merecía ni su tiempo ni su dinero. Al igual que sus hijas, era una decepción, sólo que él lo había decepcionado aún más porque ahora deseaba apropiarse de lo que era suyo, lo que él había convertido en un negocio viable luchando roda la vida, todo lo que había acumulado, ganándose no sólo el beneplácito de sus rivales, sino también su respeto. Danny Boy quería apropiarse de su sustento sin pensar siquiera en qué situación se quedaría él o su familia. Lo peor de todo, sin embargo, era saber que él había criado a esa víbora, que él había sido quien la había protegido y alimentado. ¿Y todo para qué? ¿Para qué se presentase allí queriéndoselo llevar todo sin más? Al parecer estaba dispuesto a arrebatárselo sin acordarse de lo que había hecho por él durante esos años. No había duda; había creado un monstruo y ahora ese monstruo se revolvía contra él y disfrutaba mordiéndole el trasero. Así estaban las cosas.

Louie sabía que había estado a punto de caer en las manos de Danny, ya conocía sus arrebatos cuando se le contradecía. Sabía de primera mano lo voluble que podía ser con tal de lograr lo que quería. Había llegado incluso a perdonarlo por ello en muchas ocasiones, y hasta había justificado su comportamiento inventando excusas, pero se había equivocado. Danny Boy estaba dispuesto a apoderarse de lo que fuese necesario con tal de seguir avanzando en su carrera, y lo hacía sin pensar en las consecuencias, sin mirar por alguien que lo había querido y cuidado como un hijo. Danny Boy, se mirase por donde se mirase, era un psicópata cabrón que ahora se creía el dueño del mundo. Se había encaprichado con su negocio como un niño se encapricha con un dulce o el juguete de otro. De hecho, ni siquiera se lo estaba pidiendo, sino que se lo estaba exigiendo, lo cual era muy diferente y ambos lo sabían. Danny Boy era uno de esos tipos que hacen lo que se les antoja y, además, se había convertido en un modelo para todos los peces gordos, y Louie sabía que no podía enfrentarse a eso. El ya estaba viejo, se había vuelto débil con la edad, no tenía el valor de contradecirlo y sabía que recordarle la amistad que habían tenido hacía años no serviría de nada. Danny no había venido al mundo para admitir negativas, ni para que nadie se opusiera a sus deseos, ni para soportar que nadie se interpusiera en su camino. Danny Boy era de los que esperan que los demás los complazcan, algo que la gente solía hacer, dada su reputación de desquiciado y cabrón. Los hombres con los que trataba estaban dispuestos a mirar para otro lado en lo que a él se refería porque eso les garantizaba resultados. Les garantizaba un sueldo regular y un buen pellizco, y eso era lo único que les importaba. Danny Boy era un chulo que ahora podía exigir lo que se le ocurriera y conseguirlo sin demasiado esfuerzo. Sin embargo, lo que más molestaba a Louie era que quisiera quedarse con su desguace por el mero hecho de que podía, por la sencilla razón de que era un avaricioso que quería acapararlo todo. Quería quedarse con todo lo que se le antojaba, sin importarle qué ni a quién pertenecía, ni tan siquiera si pertenecía a las personas que lo rodeaban o lo habían ayudado a llegar donde estaba.


Ange estaba preocupada por su nuera porque estaba hecha un manojo de nervios. Mary siempre había sido una chica segura de sí misma, aun de niña. Ange la observaba mientras tomaba el té y se quedó sorprendida de ver lo mucho que había cambiado. Como siempre, tenía un aspecto inmaculado, pero se la veía a punto de un ataque de nervios. Ange sabía lo mucho que la habían afectado las palabras hirientes de su hermano y la reacción tan violenta de su hijo. Lo normal era que hubiera sentido cierta afinidad con Gordon, ya que, como otras muchas madres, pensaba que ninguna mujer era lo bastante buena para su hijo, y menos conociendo la reputación de Mary. Ahora, sin embargo, las cosas habían cambiado y se percataba de la destrucción lenta y progresiva de su nuera, cosa que le preocupaba. Mary había sido no sólo la víctima de los hombres con los que había estado, sino del hombre con el que se había casado, precisamente el que más debería haberla defendido por muy ciertas que fuesen las acusaciones. La chica se estaba consumiendo lentamente y sus enormes ojos tenían la mirada de un animal acorralado. Miraba el reloj continuamente, sin poder ocultar el miedo. Estaba pálida, tenía la mirada perdida, como la de alguien que hubiese sido sentenciado a muerte siendo inocente. Ange sabía cómo su hijo había torturado a su padre, e incluso a ella misma cuando se le había antojado, por eso no le extrañaba en absoluto que disfrutara castigándola a ella.

Que ella fuese la hermana de Michael formaba parte del juego, ya que a su hijo le gustaba controlar a todo aquel que le rodeaba. Danny Boy era de esas personas a las que les gustaba dirigir hasta el más mínimo movimiento, aunque en muchas ocasiones la gente no se percataba de ello hasta que no era demasiado tarde. Era un verdadero demonio cuando perdía el control, pero lo peor de todo era que disfrutaba con el caos que originaba. Era algo antinatural, pero también una de las cualidades por la que resultaba tan deseable en su mundo, entre los hombres con los que trataba, y también entre las mujeres de las que se rodeaba. No había duda de que la mayoría pensaban que eran capaces de controlarle, pero estaban equivocados por completo. El Danny Boy que ella conocía se apoderaría lentamente de todo lo que les pertenecía, los borraría del mapa y lo haría con una sonrisa, haciéndole creer a la persona en cuestión que lo hacía por su propio interés. Danny era un tipo astuto, escurridizo y sumamente peligroso. Poco a poco se estaba apoderando de todo y de todos los que tenía a su alrededor,y lo hacía siempre con esa sonrisa en la boca, con ese encanto natural que cegaba a las personasy que ocultaba su verdadera personalidad. Tenía éxito porque trataba con personas tan ambiciosas como él y utilizaba esa debilidad en beneficio propio. Su nuera, sin embargo, se había convertido en una sombra de lo que era. Se pasaba el rato con la mirada de un lado para otro, mirando el reloj o la puerta. Estaba asustada cuando su marido no regresaba a casa, pero más aún cuando lo veía llegar.

– ¿Estás segura de que te encuentras bien, Mary?

Se lo preguntó con amabilidad, con una suavidad que no encajaba con ella.

– Perfectamente. Sólo preocupada por Danny.

Ange asintió, como si fuese algo normal en una mujer recién casada. Mary trataba por todos los medios de relajarse, tanto que resultaba angustioso verla. Le castañeaban tanto los dientes que tenía la mandíbula desencajada, dándole un aspecto vulnerable cuando debería haber sido justo lo contrario. Tenía la misma actitud decidida que su madre y la misma belleza que había conservado a pesar de sus muchos años de alcoholismo. Sin embargo, había pasado en unos cuantos meses de ser una mujer independiente a una pantomima de esposa, a un manojo de nervios que pretendía convencer a todo el mundo de que su vida era maravillosa cuando cualquiera con una pizca de cerebro se daba cuenta de que era un infierno, pues temía la presencia de su marido tanto como su ausencia, algo que Ange comprendía mejor que nadie.

– ¿Por qué te preocupas por él, Mary? Danny sabe cuidar de sí mismo. Quien me preocupa de verdad eres tú. Pareces preocupada y ausente la mayor parte del tiempo. Conmigo puedes hablar de lo que quieras. ¿Va todo bien entre vosotros? ¿Eres feliz?

Ange la miraba fijamente, consciente de que su nuera nunca se atrevería a decir una palabra en contra de su marido; probablemente pensara que la había enviado él para comprobar si le era desleal.

Mary sonrió, con una sonrisa amable que Ange supo que le había costado un enorme esfuerzo. Parecía perfectamente normal, como una joven y hermosa esposa; claro, para quien no supiera ver más allá. Logró hasta poner cara de estar agradablemente sorprendida por la pregunta, como si ella no se percatase del miedo que la dominaba, haciéndole incluso pensar que esas preguntas tan insinuantes estaban fuera de lugar y rayaban en la grosería.

– Ange, eres una suegra un tanto extraña. La mayoría de las suegras intentan encontrar faltas a las esposas de sus hijos. No creo que a Danny le gustase que me hagas preguntas como ésas. Él es como yo y prefiere guardarse las cosas.

Era una amenaza insinuada y ambas se dieron cuenta. Ange se dio cuenta de que Mary jamás se abriría a ella, ni a nadie, porque su hijo había procurado que estuviese demasiado aterrorizada para desobedecerle o hablar mal de él. Danny tenía lo que quería: una muñeca que supiese hablar, caminar y moverse, algo que ella no podía cambiar. Tampoco podía hacer nada para cambiar la villa de esa chica, para hacérsela más fácil, para mostrarle que tenía alguien en quien confiar. Mary era una prisionera en esa casa tan grande y lujosa de la que antes tanto alardeaba. Estaba presa en su propia belleza y en su propia arrogancia. En su momento, esa jovencita la había mirado con cierto desprecio, la había tratado como si fuese una criada, como si fuese simplemente una vieja que no sirviera para nada. Jamás había imaginado que su vida terminaría como la suya. No obstante, pensar en eso no la hizo sentirse mejor.

Capítulo 17

Michael comía con tranquilidad. Empezaba a atardecer y le gustaba ese momento del día; había recogido el dinero que exigía regularmente a las pequeñas empresas de los alrededores y, al contrario que sus homólogos que lo consideraban sólo una menudencia, él sabía que, a final de año, suponía un buen pellizco. Poquito a poquito se junta un montoncito. Muchas personas de su mundo sólo buscaban dar un gran golpe, pero él tenía más que comprobado que las pequeñas cantidades eran las que merecían la pena. La pasma solía pasarlas por alto, al igual que los demás. Un atraco a un banco, por el contrario, se consideraba una osadía, un atrevimiento por haberse querido llevar una gran cantidad de dinero y, por tanto, algo a lo que la pasma se veía obligada a poner lleno. A menos de que fuesen avisados con antelación, cosa que gracias a Danny y a Michael solía suceder con cierta frecuencia. Sin embargo, las rentas, que es como ellos designaban a esas pequeñas cantidades, pasaban desapercibidas para todo el mundo y, por tanto, no había necesidad de ir repartiendo pellizcos ni pagar para que mirasen hacia otro lado. Las rentas, sumadas a las otras ganancias que tenían repartidas por todo Londres, eran más que suficientes para justificar el estilo de vida al que ahora estaban acostumbrados. Contrataban a jóvenes que utilizaban como carne de cañón, cabecillas nuevos a los que pagaban con lo que cabría definir como calderilla, ya que muchos hasta estaban dispuestos a hacerlo por nada, siempre y cuando pudieran alardear de que trabajaban para Danny Boy Cadogan. Tipos de esa clase los había a montones y, en los tiempos que corrían, cuanto más baja fuese su escala, más garantía de lealtad había en caso de que los apresasen. Los llamados capos, que gozaban de cierta fortuna y un buen nivel de vida, eran más propensos a irse de la lengua, lo cual era fácil de entender dado lo mucho que tenían que perder. En consecuencia, se reclutaba a gente muy joven, a la que se le proporcionaban trabajos más difíciles a medida que pasaba el tiempo.

Michael admiraba esa cualidad en Danny Boy, su perspicacia para descubrir una fuente de ingresos que no suscitara el interés de nadie, ya que, al parecer, suponía sólo unas cuantas libras sueltas. Sin embargo, esas pocas libras, cuando se multiplicaban, formaban un buen montón, aunque sin Michael para resolver y encargarse de los detalles poco se podía sacar de ellas, al igual que de muchos de sus negocios. Danny era el que tenía las ideas, pero carecía de la dedicación necesaria para mantenerlas. Danny Boy era incapaz de estar pendiente de algo, ya que, una vez que la empresa se ponía en funcionamiento, se la dejaba a él. Michael era quien se encargaba de los pequeños detalles como recoger el dinero y distribuir las mercancías, cosas que había que hacer con el mínimo ruido y el mayor beneficio posible. Michael estaba hecho para eso, era algo natural en él. Lo que no era capaz de hacer solo era encontrar esas fuentes de ganancias, para lo que Danny tenía la vista de un lince. Una vez que las descubría, se las dejaba a él y se olvidaba de ellas hasta que de repente, sin venir a cuento, le preguntaba qué tal iban las cosas o si creía que se podían ampliar de alguna forma. Michael siempre tenía la respuesta adecuada a esas preguntas porque él era capaz de precisar hasta el último penique que les había reportado o cuánto habían ganado en total. Michael sabía que ése era su punto fuerte y la debilidad de Danny. También sabía que Danny Boy era capaz de encontrarle un sustituto en cuanto le diese la gana, aunque no creía que lo hiciera, porque él era la única persona en la que había confiado plenamente. Había conocido a Danny Boy Cadogan desde niño, antes de que los Murray se le hubiesen echado encima, antes de que sus ultrajantes exigencias lo pusieran en el camino donde estaba hoy. Michael sabía perfectamente cómo lo había afectado la traición de su padre, a él y a toda su familia, por eso sabía lo mucho que significaba para él ser respetado, reverenciado y tratado como si fuese un rey. Danny Boy Cadogan había puesto todo su empeño en que jamás se pronunciara su nombre sin respeto, en que jamás se le acusase de no pagar una deuda, en que nadie le hablase en tono despreciativo. Danny Boy se había asegurado de eso, y no sólo por él, sino por toda su familia.

Aun así, a Michael le molestaba que a veces esperase que estuviera al tanto de todo mientras él no se preocupaba de su funcionamiento diario. Michael sabía que debía estarle agradecido por dejarle esa labor y por confiar en él al cien por cien. Sabía que si no fuera por eso, no estaría en la posición en que se encontraba. No obstante, había momentos en que pensaba que él era el verdadero cerebro de la sociedad, el que sabía hacer dinero, el que sabía hacerlo crecer y, sin embargo, muchas personas con las que trataban lo miraban como si fuese un empleado. Era con Danny Boy con quien querían tratar, pues a él sólo lo consideraban el encargado de las menudencias y de los detalles rutinarios.

En cierto sentido, era natural y normal porque Danny Boy tenía presencia, poseía un magnetismo especial que seducía a las personas con las que trataban y algo especial que lo hacía diferente a los restantes peces gordos que mandaban en las calles. Danny Boy contaba con esa ventaja porque, sin duda, era un tipo de mucho cuidado, un puñetero sádico, alguien que daba miedo, alguien que no se hacía el duro como otros muchos lunáticos pretendían, sino que su dureza resultaba evidente para cualquiera que le conociese. Danny Boy era un loco capaz de cualquier cosa, una persona impredecible que no se daba cuenta de que su conducta estaba tan fuera de lo normal que hasta asustaba a los criminales más despiadados.

Danny Boy había recurrido a los Murray para dejar tullido a su padre, un gesto que lo introdujo en el mundo de la delincuencia. Además, se había forjado una reputación quitando de en medio a todo aquel que se interponía en su camino. Danny Boy se había enfrentado a Jaime Carlton y había ganado. Y él le había seguido y había hecho lo que se esperaba de él sin hacer la más mínima pregunta, como siempre.

Eran como una banda de rock en muchos aspectos. Danny Boy era el líder, el cantante, mientras Michael era el representante, la persona a la que nadie veía, pero que estaba encargada de que todo transcurriese satisfactoriamente. Si Danny no se hubiera casado con su hermana, jamás habría cuestionado la lealtad de su amigo. A él no le importaba lo que Mary hubiera hecho, a pesar de todo seguía siendo su hermana y Danny Boy debería haberlo tenido en cuenta y haberlo respetado. Ahora era su esposa y Danny Boy había optado por tomárselo de esa manera, aunque él deseaba verla de nuevo feliz. Michael odiaba ver esa tristeza en los ojos de su hermana y saber que su amigo era la razón.

Michael se echó sobre el respaldo, tratando de relajarse en la silla de piel, intentando sosegar el ritmo de su respiración. Se encontraba en un pequeño restaurante indio de Mile End Road. Le gustaba ese sitio; la comida era buena y el ambiente muy cordial. Ahora, además, gracias a él, estaban dispuestos a recibir paquetes con cierta regularidad. Los paquetes contenían armas o drogas y ellos pagaban con puntualidad, satisfechos de formar parte de esa nueva generación y seguros de que eso les garantizaría el monopolio de sus negocios al menos durante unos años. Cualquier restaurante que quisieran abrir por los alrededores tendría que pertenecer a alguno de sus parientes, por tanto no sufrirían ningún daño personal. Así funcionaban las cosas en ese momento, por eso sabían que si querían sobrevivir, deberían desempeñar un papel más activo, al igual que sus hijos, especialmente si habían nacido en la localidad y tenían la suficiente inteligencia y sabiduría como para darse cuenta de lo que había en juego.

Michael estaba contento y sabía que algún día les resultarían de utilidad en otros aspectos. Las personas involucradas serían leales y, como siempre decía Danny, nunca se sabe cuándo se necesita recurrir a ellos. Algo extraño viniendo de quien, cuando ya creía que alguien no le resultaba necesario, era capaz de extirparlo como si se tratase de un tumor cancerígeno.

Michael sabía que el secreto con Danny Boy consistía en serle siempre útil, de una manera o de otra. Hasta su mismo padre se había dado cuenta de eso. Michael cerró los ojos de nuevo y trató de quitarse de encima esas ideas tan odiosas que invadían su mente. Si no tenía cuidado, la rabia que guardaba dentro, y que parecía fermentar cada día, terminaría por explotar; y sabía por experiencia que la rabia, sin una válvula de escape, puede convertirse en una fuerza sumamente destructiva.

En ese mismo momento vio que Gordon entraba en el restaurante, tan campante como siempre. Miró su rostro, tan parecido al suyo, y, por su forma de caminar, dedujo que consideraba que ya había pasado suficiente tiempo como para que lo perdonase por lo sucedido en la boda de su hermana. Michael lo miró con desgana mientras se acercaba a su mesa. Iba vestido como un seguidor de Spandau Ballet, con la chaqueta de cuero y vaqueros de contrabando, algo que contrastaba con las mechas rubias que se había puesto en su pelo espeso y moreno. Se le veía la raíz del pelo, dándole aspecto de pobretón, el mismo que tenían los muchachos que hacían cola en la oficina de empleo. Era un desaliñado, como decía su madre, y Michael se avergonzaba de él. Que alguien tuviese esa pinta era algo que no alcanzaba a entender. Jonjo, por el contrario, era de su misma edad, pero siempre iba limpio y bien vestido, aunque él tenía que bregar con Danny Boy, quien, como él, detestaba a los hombres que se dejaban esclavizar por las modas. Detestaban a esos mequetrefes que querían parecerse a alguna estrella del pop, les resultaban irrisorios y una vergüenza. Un hombre debía aparentar seriedad si quería que lo tomasen en serio.

– ¿Qué coño quieres, Gordon?

Michael se mostró cortante, le daba vergüenza que le vieran con él. De cerca, tenía un aspecto aún más desaliñado.

– Jonjo me ha dicho que viniera a verte. Mary está en el hospital. Ha perdido el niño.


Mary estaba sola en la pequeña sala reservada para las mujeres que habían perdido su bebé. Al menos, eso pensaba ella. Reinaba el silencio, aunque oía los gritos apagados de las mujeres que estaban de parto en una sala no muy distante. A través de la cristalera de la puerta veía deambular a las pacientes, algunas para fumar un cigarrillo a escondidas, otras para dirigirse a la sala de recreo y ver su programa favorito. Todas esas mujeres tenían una enorme barriga, no había duda de que estaban embarazadas. Se sintió celosa de sus enormes y colgantes pechos, de sus anchas caderas e incluso de sus estrías.

Su bebé se había salido de ella sin emitir un murmullo, un feto de tres meses que tuvo que rescatar a toda prisa de la taza del inodoro. Lo envolvió en papel higiénico con suma suavidad y lo sujetó con firmeza para enseñárselo al doctor con la esperanza de que hiciera algo para evitar que eso se repitiera. Estaba tan triste que no podía llorar. Se sentía vacía, como si el bebé se hubiera llevado consigo todo lo que había sentido. Ni tan siquiera su bebé había querido quedarse con ella, hasta él la había abandonado. Y lo peor de todo era que no podía culparlo, pues se consideraba una paria, una mujer que no servía ni para ser madre.

Había deseado ese bebé con toda su alma, había tenido la esperanza de que él los uniera de nuevo, que se convirtiese en una razón para que ella y Danny empezasen juntos una nueva vida. Sin embargo, Danny no se había acercado a visitarla y ni siquiera se había molestado en enviarle un mensaje. La había dejado sola, había querido que sufriera la pérdida de su hijo sola.

Por la mañana la iban a llevar a quirófano para hacerle un raspado y asegurarse de que no quedaba ningún resto del bebé. Le quitarían los pequeños trozos, los últimos vestigios de su bebé. Según le había dicho una enfermera, muchas mujeres pierden su primer hijo y no había razón para preocuparse por ello. ¡Qué fácil era decirlo!

No podía evitar preocuparse. Danny apenas hacía el amor ion ella y ahora que había perdido su hijo se preguntaba cómo reaccionaría cuando llegase a casa, cuando tuviera que enfrentarse con él.

Su hijo había sido su última esperanza, había depositado todos sus sueños en él. No importaba lo que pudiera pasar entre ellos, ella siempre tendría a su hijo, siempre tendría alguien a quien ofrecerle todo su amor. Ahora que lo había perdido, se sentía de nuevo fracasada. Había fracasado hasta en eso, en la cualidad más esencial de una mujer. Conocía a muchas mujeres que parían con regularidad sin padecer la más mínima enfermedad, putas sucias y mugrientas cargadas con una prole e incapaces de cuidar de ellos, mujeres que les permitían jugar hasta altas horas de la noche. Ninguna de ellas se daba cuenta de lo afortunadas que eran, mientras ella estaba allí incapaz de engendrar uno.

Finalmente se echó a llorar. Las lágrimas tenían un sabor tibio y salado, pero ni tan siquiera se molestó en secárselas. Sollozaba y eso le hacía bien. Sabía que Danny Boy no vendría a verla, por eso dio rienda suelta a sus sentimientos y lloró con impunidad. Lloraba por su bebé, por su matrimonio, pero principalmente por esa madre que tanto echaba de menos, y porque, pasara lo que pasara en la vida, una hija siempre tiene una cama en casa de su madre. Mientras ella estuviera viva, sus hijos tendrían un lugar adonde ir, un lugar al que llamar hogar.

Se daba cuenta de que todo lo que le había dicho su madre a lo largo de los años era completamente cierto. Debería haberse casado con alguien que cuidase de ella, que la amase, que le proporcionase una buena vida. A pesar de ser ya demasiado tarde, se dio cuenta de que también debería haber amado a su madre, por muy mala que hubiese sido, por mucho que la hubiese perturbado con sus borracheras; al fin y al cabo, madre sólo hay una.


Michael y Danny se encontraban en el desguace. A Louie le pagaron lo que a Michael le pareció un justo precio y ahora estaban revisando sus libros de cuentas. Había dos series, uno para uso personal y otro para Hacienda. Ahí estribaba la belleza de los negocios al contado, que nadie sabía en realidad lo que ganabas, ni nadie era responsable de hacerlo, a menos, claro, que fueses tan estúpido como para decirlo.

Ambos estaban interesados en el negocio de la chatarrería porque era una buena tapadera, además de rentable. No resultaría extraño ver camiones y coches llegando a cualquier hora del día y de la noche, por lo que resultaba ideal para ellos. Por otra parte, deseaban convertirlo en un negocio lucrativo, aunque Louie no lo había hecho nada mal. Sin embargo, como todos los ancianos, había desaprovechado muchas oportunidades porque le inquietaba iniciar algo nuevo. Danny se preguntó si algún día se convertiría en una persona así, pero desechó la idea porque él siempre estaría al acecho de cualquier cosa nueva, de abrirse a nuevas oportunidades. De hecho, ni siquiera se imaginaba a sí mismo de viejo, no al menos tanto como Louie. Eso parecía tan lejano, tan en el futuro, que hasta le hizo sonreír.

– ¿Te encuentras bien, Danny Boy?

La voz de Michael lo sacó de sus pensamientos, se quedó perplejo por la pregunta y luego se echó a reír recordando lo que había pasado, lo que había provocado que le hiciera esa pregunta. Michael estaba muy apenado por Danny Boy y Mary; la pérdida del bebé había sido un duro golpe para ambos, de eso no cabía duda.

– Perfectamente, colega.

Era una evasiva y Michael se percató de que Danny no quería hablar del asunto. Sabía que no había ido al hospital y, a su manera, lo comprendía. Los hombres no sabían afrontar ese tipo de cosas tan bien como las mujeres. De hecho, había intentado explicárselo a Mary con el fin de que comprendiese que Danny también estaba apenado, aunque ni él ni ella creyeran tal cosa. ¿Qué podía hacer? Michael se encontraba entre la espada y la pared, y Mary lo estaba sacando de quicio últimamente. Tenía una actitud muy pesimista, por eso se sintió aliviado al dejarla unos días en manos de las demás mujeres.

Ange había estado a su lado desde el primer momento, al igual que Annie. Annie era la última persona en el mundo que él hubiera imaginado que se comportaría como una amiga incondicional, lo que dejaba claro lo muy equivocados que estamos con las personas. Carole Rourke, una antigua compañera de escuela, también la había visitado regularmente y eso le había sentado muy bien a Mary. Llevaba diez días en el hospital; al parecer no se había recuperado del golpe. Michael, sin embargo, sabía que no estaba tan enferma como simulaba, que lo único que pretendía era demorar su regreso a casa. Estaba desolada por la pérdida del bebé y no sentía el más mínimo deseo de regresar a aquella casa enorme y vacía. Michael, no obstante, creía que cuanto antes regresase, mejor sería para todos. Danny había perdido también un hijo y, al parecer, nadie se daba cuenta de ello.

– Voy a meter a Jonjo en este negocio, dejar que él lo lleve para ver qué tal se le da.

Michael asintió, pues ya lo esperaba. Jonjo era una persona trabajadora y de confianza, aunque no se pudiera decir que fuera un lumbreras.

– Nos concentraremos en los otros negocios y utilizaremos este lugar como base. Los casinos empiezan a ser demasiado conocidos y la gente que los frecuenta llama mucho la atención. Creo que este sitio es ideal. Aunque esté en una carretera con mucho tráfico, está apartado y no resulta fácil curiosear por los alrededores sin que nos demos cuenta. La pasma se las verá negras para hacer una redada teniendo los perros sueltos.

Ambos se echaron a reír. Habían contratado a un joven que tenía tres enormes dóberman. Se le pagaba por estar sentado todo el santo día y vigilar a los perros mientras ellos deambulaban libremente. Si alguien quería entrar, los encerraban en la caseta hasta que el negocio se hubiese terminado. Eran unos perros preciosos, aunque nada sociables. Eso sí, valían su peso en oro, ya que los robos de repuestos habían cesado de inmediato. De hecho, nunca antes habían sabido lo que les robaban hasta ahora, aunque Michael presentía que el hecho de que Danny fuese el nuevo dueño también tenía mucho que ver con ello. Louie era de los que creía que iodos los que trabajaban con él eran de fiar y ahora se daba cuenta de que no era así. A Danny, sin embargo, no le sorprendía porque de joven había trabajado de encargado y ni él, con su vista de lince, se había percatado de todos los trapicheos que se hacían por allí.

Mirándolo bien, ganarían dinero con los repuestos, pero también con los cargamentos. Las descargas se harían con más frecuencia y ahora no tendrían que darle su comisión a Louie por dejarles el lugar. Mientras hacían planes, ambos se dieron cuenta de que estaban ganando un buen dinero, un dinero que debían poner a funcionar, ya que, de no ser así, no tenía ninguna utilidad. El dinero había que moverlo porque, como bien sabían los dos, el dinero llama al dinero.


Mary y Carole Rourke estaban en la cocina; Carole totalmente impresionada porque jamás había visto una casa como ésa, salvo en televisión. Los armarios de la cocina eran de madera sólida, la encimera de granito y la vajilla una obra de artesanía. Estaba anonadada por el lujo que rodeaba la vida de Mary. Ella, por el contrario, ya se había acostumbrado a eso, pero le daba miedo confesar que la aterraba cocinar en su casa, incluso ensuciar los utensilios por lo nuevos que estaban. La aterrorizaba reconocer que se sentía más extraña en su casa que la misma Carole y que, salvo limpiar y cocinar, no hacía otra cosa en ella. Danny se comportaba como si fuese el anfitrión y la trataba como si fuese la chica de la limpieza. Mary, sin embargo, prefirió continuar fingiendo que todo iba bien, que su matrimonio era perfecto, pues era demasiado orgullosa para reconocer lo contrario. Se sentó y trató de mirar la cocina a través de los ojos de Carole. Vio lo mismo que veían los demás: que todo era perfecto. Pero si ellos supieran…

Carole sonrió, emocionada al ver la suerte que había tenido su antigua amiga. A pesar de haber perdido el bebé, se alegró de que dispusiera de una casa tan hermosa donde recuperarse. Para ella eso era como ganar la lotería, por eso se alegraba de que su amiga hubiese tenido la suerte de encontrar un marido tan maravilloso, alguien que le proporcionase lo que deseara, tanto a ella como a sus futuros hijos, que seguro no tardarían en venir.

Se alegró de haber hecho el viaje y de visitarla en el hospital cuando se enteró de que había perdido el niño. Lo único que pretendía era hacerle saber que lo lamentaba, estar con ella unos minutos y ver si necesitaba que le hiciese algún recado. Mary, sin embargo, se había alegrado tanto de verla, se sintió tan conmovida al saber que se había acordado de ella, que ambas recuperaron la amistad que habían mantenido de niñas.

Carole se había sentido aún más emocionada al ver a Michael, su vecino, compañero de escuela y su amor de infancia. Carole era una mujer grande, de anchas caderas, con unos voluptuosos pechos que suscitaban los deseos de muchos hombres. Era muy guapa, pero no tan llamativa como Mary, a quien le gustaba distinguirse. Carole tenía un bonito cuerpo, además de unos pómulos muy marcados y unos ojos azules que resaltaban aún más por sus enormes y oscuras pestañas. Tenía un bonito pelo rubio, tan natural como rodo en ella. Lo tenía muy largo y se le rizaba en las puntas, dándole el aspecto de una estrella de cine. Apenas llevaba maquillaje, pero no lo necesitaba. La verdad es que ella y Mary no se parecían en absoluto, pero se sentían tan unidas como cuando eran niñas. Carole, aunque no lo decía, se había dado cuenta de que Mary no era tan feliz como debiera. Sabía que había perdido a su hijo, pero estaba convencida de que había algo más. Mientras tomaba el té se percató de que Mary se ponía rígida al oír que alguien abría la puerta. Unos segundos después vio al corpulento Danny Boy entrar en la cocina. Al ver a Carole dibujó una amplia sonrisa.

– ¡Joder! ¡Mira quién ha venido! Por Dios, Carole, cuánto me alegro de verte.

Danny estaba verdaderamente contento de verla y Mary observó cómo ella se levantaba y él la abrazaba. Sus enormes brazos envolvieron a la chica, que le devolvió el saludo con un entusiasmo que ni ella imaginaba.

– ¡Vaya casa que tienes, Danny! Es de lo que no hay.

Mary vio que Danny se sentía henchido de orgullo al escuchar esas palabras, ya que, al igual que ella, no sabía ver más allá, no la valoraba como debía. Aun así apreciaba las palabras de Carole porque le recordaban lo bien que le había ido, lo lejos que había llegado.

Danny Boy soltó a Carole de mala gana. Su voluptuosa figura le agradaba, su abrazo le resultó acogedor. Danny la miró detenidamente y vio que sus sonrosadas mejillas carecían de maquillaje, que sus gruesos labios estaban prestos a sonreír. Vio los ojos conmovedores y tiernos que tanto le habían cautivado de niño, cuando no creía que mereciese una chica tan agradable y guapa como ella, cuando ni siquiera había tenido la oportunidad de cortejar a ninguna chica porque estaba demasiado ocupado haciendo de padre y tratando de llevar un sueldo a casa para que a sus hermanos no les faltase de nada. Al ver a Carole, se dio cuenta de lo mucho que se había perdido, pero también, gracias a ella, a sus palabras y a su entusiasmo al ver la casa, orgulloso de lo lejos que había llegado. Resultaba sorprendente que Carole Rourke fuese la única persona que le había hecho sentirse feliz, aunque fuese por un instante. Su rostro y su pelo largo y rubio, sin ningún maquillaje ni tinte, le daba un aspecto rejuvenecido. Cuando Danny miró a su esposa, su cuidado maquillaje y su delgadez, se dio cuenta de nuevo en la pantomima en que se había convertido su matrimonio, en la farsa que ambos vivían.

Carole olía a champú Vosene y a jabón Knights Castile. Era real, una mujer de verdad que le hizo desear repentinamente que fuese su esposa, la mujer que le esperase al regresar a casa para poder palpar su honestidad y su franqueza. Olía a todo lo bueno que debe oler una mujer; incluso su perfume Topaz aparecía en los catálogos de Avon, un aroma que su mujer no hubiera usado ni muerta. Era una mujer inteligente, natural y, además, virgen; algo le decía que no estaba equivocado en eso. Mary no se podía comparar con ella y Danny era plenamente consciente de que ella lo sabía tan bien como él.

– Siéntate, Danny. Yo misma te prepararé el té -dijo.

Danny hizo lo que le pedía; por primera vez desde que había comprado la casa se sentía feliz de regresar a ella.

– Es un hijo de puta, Ange, y tú lo sabes tan bien como yo.

Mientras ponía la mesa para servir el té, Ange rezaba en silencio. Su marido quería culpar a Danny Boy de la pérdida de su hijo y ella no estaba dispuesta a confabularse con él. Sabía que Mary había sufrido un desgraciado percance, como solía decir su madre, pero Danny y ella tenían tiempo de sobra para intentarlo más veces. Su marido, sin embargo, no parecía muy dispuesto a dejarlo pasar, lo que resultaba de lo más extraño viniendo de un hombre que había maltratado a sus hijos desde su primer día de vida.

– El muy cabrón. Te juro que si pudiera le daría una lección que…

Jonjo escuchaba la conversación de sus padres, como siempre. El piso era tan pequeño que resultaba imposible no escuchar las conversaciones de los demás. Sin embargo, al igual que su hermana, siempre había procurado evitarlo poniendo la radio, encendiendo la televisión o escuchando algún disco, todo con tal de que lo que se hablase se mantuviera en privado. Ahora, sin embargo, escuchaba atentamente. Trabajaba para su hermano mayor, ganaba un sueldo decente y había descubierto el poder que se siente al ser respetado; su lealtad para con Danny Boy lo obligó a levantarse. Entró en la cocina y, de muy mala manera, preguntó:

– ¿Tú qué coño estás hablando de Danny Boy?

Ange se quedó muda, igual que su marido. Ella, sin embargo, fue la primera en recuperar el habla.

– Siéntate y cállate. No te consiento que hables a tu padre de esa forma.

Jonjo, un muchacho corpulento que aún guardaba en su memoria los puñetazos y las patadas de su padre, respondió tajantemente:

– Mamá, más vale que no te metas en esto y tengas en cuenta de quién estás hablando. Si de este cabrón dependiese, no tendríamos dónde caernos muertos. Nos dejaba tirados con tanta frecuencia que hasta tú deberías haberte dado cuenta.

Big Dan Cadogan se percató de que el muchacho buscaba camorra, algo que llevaba deseando desde hacía mucho tiempo y que ya no estaba dispuesto a posponer más. En su momento, hubiera recibido de buen grado las palabras de su hijo porque le habrían proporcionado la excusa para poder metérselas por el culo, pero ahora era incapaz de hacer nada y vio que más valía no responderle. Guardó silencio y no respondió al muchacho, pues se había convertido en un chico robusto e igualmente peligroso.

– Yo estoy ganando un buen dinero gracias a Danny Boy, así que no se os ocurra hablar mal de él en mi presencia. Y tú, hijo de puta, ni tan siquiera te atrevas a susurrarlo. No eres nada más que un cabrón inútil.

Jonjo vio que sus padres intercambiaban miradas, unas miradas que le hicieron pensar que se estaban confabulando contra él. Aún le consideraban un niño al que podían cerrarle la boca con una advertencia o una mala mirada, un niño cuya madre no sólo estaba dispuesta a pasar por alto las humillaciones de su padre, sino a fomentarlas. Una vez más se pondría de su lado, aunque supiese que no tenía razón para hablar así. Jonjo no estaba dispuesto a permitirlo esta vez, necesitaba y deseaba esa confrontación con toda su alma.

– Siéntate, hijo, y deja de decir tonterías.

Fue su padre el que habló, el que se comportó como si fuesen amigos del alma y entre ellos hubiera algo de entendimiento. Justo en el momento en que su hermana observaba desde el vestíbulo, Jonjo se abalanzó sobre su padre y le propinó un puñetazo. Cuando notó que su puño se estrellaba contra la carne envejecida, por primera vez en la vida se sintió dueño de su destino. La rabia y el odio contenido durante tantos años se revelaba mientras su madre trataba de apartarlo para que dejara de pegarle a su padre. Al ver que aún continuaba defendiendo a ese hombre que los había aterrorizado a todos, se encolerizó aún más y empujó a su madre para quitársela de encima. Ange chocó contra la mesa y Jonjo vio que trataba de mantener el equilibrio, lo que hizo que lamentara lo que acababa de hacer. Quizá debería haber intentado enmendar la situación, pero no podía.

Miró la cocina, el mobiliario nuevo, y vio que todo lo que tenían se lo debían a su hermano, pero él seguía viéndola igual que cuando era un niño, sucia, mugrienta, sin nada en el frigorífico, sin nada que llevarse a la boca en Navidad y, por supuesto, sin regalos. Sus cumpleaños sólo servían para recordarles a él y a sus hermanos lo egoísta que era su padre, siempre dispuesto a gastarse el dinero jugando y bebiendo, siempre dispuesto a olvidarse de sus hijos, que esperaban que cuidase de ellos como hacían los demás padres. No, él no. Él prefería olvidarse de sus hijos. Ahora que había llegado el momento en que todo ese odio salía a relucir no estaba dispuesto a dejarlo pasar.

Cuando su madre logró por fin apartarlo de su padre, que estaba tirado en el suelo, Jonjo se quedó de pie, en medio de la cocina, con los nudillos sangrando y sudando. Vio que su madre estaba blanca y lloraba, y entonces se dio cuenta de que se había pasado de la raya. Al igual que Danny Boy, había esperado demasiado tiempo, ya que el hombre al que tanto odiaban ya no era ni tan siquiera eso, no en el verdadero sentido de la palabra. Ver a su padre sangrando y lleno de moratones no le proporcionó la paz que esperaba, sino todo lo contrario, agudizó su soledad. Saber que ese hombre nunca le había dedicado el más mínimo tiempo, sólo incrementaba su odio por sí mismo.

Vio a su madre ayudar a su padre a levantarse del suelo, la vio ayudarlo a que se sentase en una silla y eso no le agradó. Debería ser a su hijo a quien ayudara. Ella, sin embargo, siempre había puesto a su marido por encima de ellos, sin importarle lo que hacía o en qué embrollos les metía. Ella siempre había sacrificado sus hijos por su marido, por ese hombre que la había tratado como a una escoria. Ella sólo se había ocupado de ellos cuando desaparecía, cuando estaba ausente pero presente, cuando los abandonaba, a ella incluida. Pues bien, Jonjo había crecido, ahora era un hombre hecho y derecho y no estaba dispuesto a que lo tomasen por un don nadie. Danny Boy le había proporcionado un trabajo, una fuente de ingresos, una vida que merecía la pena vivirse. En un santiamén, gracias a Danny Boy, se había ganado el respeto que siempre había deseado y su trabajo le hacía sentirse orgulloso, algo con lo que siempre había soñado.

De hecho, hasta caminaba distinto, pues andaba erguido y con la cabeza bien alta. Por primera vez en su vida Jonjo estaba satisfecho de sí mismo, cosa que, de haber dependido de su padre, jamás habría ocurrido; de eso estaba más que seguro.

Ahora, sin embargo, había demostrado quién era. Se sentía satisfecho. Había golpeado a un tullido, a un hombre que en verdad era incapaz de defenderse, pero eso no le importaba lo más mínimo.

Capítulo 18

Mary estaba realmente preciosa. A pesar de estar preocupada, sabía que continuaba siendo una mujer realmente bella que acaparaba todas las miradas. No era una cuestión de vanidad, sino la constatación de un hecho. Se miró al espejo y se dio cuenta de que, aunque su vida estaba hecha un estropicio, a pesar de estar desanimada y de que el resentimiento de su marido la afectaba, seguía siendo una mujer guapa y encantadora. Sabía que eso le molestaba a Danny Boy; ella, aunque no pegase ojo, seguía teniendo siempre el mismo aspecto. Ahora, sin embargo, al ver que su hermano cortejaba a Carole Rourke, sintió por primera vez lo que era la envidia.

Michael estaba enamorado de Carole, de eso no cabía duda, igual que su marido. Danny Boy estaba encantado con ella, era la única persona a la que le concedía su tiempo. Resultaba tan sorprendente verlo que ella no creía que fuese Danny Boy, su marido. Hablaba con Carole con una sencillez que resultaba chocante. Mary apreciaba a su amiga, pero no podía evitar la envidia al ver que lograba sosegar a Danny con tan sólo unas palabras. Carole podía hablarle de cualquier tema y él le prestaba atención y hasta se reía con ella. Y se reía de verdad, no con esa risa suya, sarcástica y premeditada, sino de forma relajada. Cuando Michael se casara con ella, de lo que estaba segura, tendría siempre cerca a su amiga, cosa que la alegraba en cierta forma, pero también la aterrorizaba porque descubriría que Danny Boy intimidaba más de lo que creía.

Danny observaba a su esposa y a Carole Rourke sentadas una junto a la otra. Eran como el aceite y el vinagre. Carole era la antítesis de Mary: no llevaba apenas maquillaje y no bebía como un cosaco. Sabía que Michael salía con ella y se alegraba por su amigo, aunque envidiaba su suerte. Carole no era una mujer a la que hubiera que vigilar, era una buena chica en todos los aspectos. Era algo natural en ella porque era una buena persona, una mujer generosa, y estaba seguro de que sería una buena madre. Al contrario que las mujeres que lo rodeaban, no pretendía conquistar a todo el que se le pusiera por delante; era, en definitiva, lo que antiguamente se definía como una chica decente.

El pub empezaba a llenarse y Danny Boy supervisaba desde su sitio a todos los que entraban. Sabía que Mary era consciente de que no le quitaba ojo de encima y eso le satisfacía. Estaba de nuevo embarazada y esperaba que esta vez no perdiera el bebé, aunque no quería abrigar grandes esperanzas. Cuando lo tuviese, lo celebraría, pero hasta entonces no se haría ninguna ilusión.

Miró a la barra y vio a tres hombres, tres capos que esperaban pacientemente a que se les acercase. Danny gozaba con eso, le encantaba ver el miedo que inspiraba a todos los que lo rodeaban, especialmente a los antiguos cabecillas; los que en su momento se habían sentido dueños de sus imperios y que ahora eran lo bastaste inteligentes para darse cuenta de que habían sido desbancados. Danny necesitaba precisamente de los que en su momento habían ocupado su puesto, ya que verlos derrotados era un goce indescriptible del que no estaba dispuesto a prescindir. Estaba en la cima del mundo y él lo sabía. Además, estaba dispuesto a seguir estándolo. No pensaba mostrarse complaciente en ningún momento, no tenía la más mínima intención de sentar sus posaderas y esperar a que un joven como él le quitara lo suyo. No, de eso nada. Pensaba asegurarse su lugar en ese mundo y sólo se lo arrebatarían si se lo llevaban por delante. Haría lo que fuese necesario para seguir conservando lo que tanto le había costado conseguir. Los hombres que estaban en la barra, sin embargo, se habían creído invencibles, pero ahora no les quedaba más remedio que rebajarse y saludarlo con una reverencia, algo que le entusiasmaba.

Una chica joven con el pelo moreno, largo, húmedo por el gel, y con unas piernas esqueléticas, le sonreía descaradamente. Conocía de sobra esa mirada, y le guiñó un ojo, complacido de ver que la tenía a su disposición.

Se levantó y se dirigió a la barra; todo el mundo estaba pendiente de él y Danny lo sabía; de hecho, procuraba que así fuese. Era alguien importante, pero había muchos como él; la diferencia estribaba en que él, además, tenía presencia. Sonrió a los tres hombres que habían venido desde el sur de Londres para verle. Parecían nerviosos, cosa que le agradó. El cabecilla se llamaba Frank Cotton, un hombre grande y corpulento a quien la edad empezaba a pasarle factura y estaba engordando. A los cuarenta años ya estaba lo bastante establecido como para ser reconocido allá donde fuese, pero también tenía fama de ser demasiado flexible. Tenía dinero de sobra y contaba con una posición demasiado solvente para tomar decisiones a la ligera. Tenía el pelo canoso, los ojos azules y arrugas de tanto reírse. Le gustaba jugar a las cartas de vez en cuando y le encantaban los buenos chistes. Podía ser un buen amigo, pero también era capaz de asesinar. Al igual que a Danny Boy, lo habían acusado en muchas ocasiones, pero nadie se había atrevido a hacerlo abiertamente, ni siquiera la pasma. Lo que sabían y lo que podían probar eran dos cosas muy distintas. Frank se alegró de que Danny Boy se dignase por fin acercarse porque empezaba a preocuparle que les estuviese tomando el pelo. Sus dos compatriotas, Lenny Dunn y Douglas Fairfax, empezaban a inquietarse. Siempre le había sorprendido que cuanto más bajo fuese el nivel del individuo en la cadena alimenticia, más fácil era que se ofendiesen por cualquier menosprecio. El, sin embargo, valoraba la paciencia y el saber esperar para ver qué sucedía antes de tomar una decisión. Teniendo en cuenta que en su mundo eso podía llevar a que a uno le pegasen un tiro o le dieran una soberana paliza, era lo único sensato que cabía hacer si se tenían dos dedos de frente.

Lenny y Boggie eran bajos y robustos, algo calvos y exentos por completo del más mínimo sentido del humor. Aun así, eran ganadores y eso era lo único que le importaba a Frank, igual que a Danny Boy. Aparentemente, Danny quería compartir con ellos su recién encontrado botín, pero a Frank le alcanzaba la astucia para comprender que querría algo a cambio. A él le agradaba la idea de hacer negocios con Danny, el muchacho había demostrado con creces estar hecho para eso y él estaba más que dispuesto, ¿qué más podía pedir? Bueno, eso estaba por ver. Danny les sonreía, pero Frank y sus dos colegas ya habían oído hablar de su carácter impredecible, y eso hizo que Frank se mostrase excesivamente cauteloso. Sabía por experiencia que los Danny Boy de este mundo eran sumamente peligrosos porque eran unos matones, y los matones no eran las personas más adecuadas para dirigir los negocios, ya que carecían de carácter y constancia. Danny Boy, según tenía entendido, tenía una vista especial para los chanchullos y el don de discernir a un ganador a cien pasos. Se había convertido ya en un capo, en un capo de mucho cuidado. Frank trataba con él porque ellos eran de los pocos que quedaban en el Smoke que no hacían negocios con Danny de una manera o de otra. Había pospuesto ese momento durante mucho tiempo, pero ahora quería una participación y necesitaba de los contactos del muchacho, tanto con la mafia como con la pasma, para ampliar su negocio de drogas. Bajo ningún pretexto permitía que nadie de los alrededores moviese más de tres kilos sin su consentimiento. El muchacho, además, podía proporcionar cualquier cosa, desde esteroides hasta éxtasis, desde hierba jamaicana hasta chocolate nepalí, algo que le venía muy bien a Frank, que quería limitarse a distribuirlos; la cuestión de la importación se la dejaba a otros, porque esos eran los que terminaban con una condena bastante larga. Distribuirlas, sin embargo, sólo significaba sentarse y dejar que otros hicieran el trabajo. Él siempre se aseguraba de que hubiera tres personas de por medio antes de llegar hasta él, así evitaba cualquier investigación policial.

Se dieron la mano y pidieron una copa. Frank estaba sumamente impresionado por los modales despreocupados de Cadogan. Era posible que fuese un tipo peligroso, de eso no cabía duda, pero también se comportaba como una persona encantadora cuando se le antojaba.

Cuando Michael Miles se les unió, se relajó algo más, pues era quien se encargaba de los números, quien, según se decía, era capaz de convertir un billete de cinco libras en uno de cien en cuestión de horas. La verdad es que tenía pinta de ser un cerebrito, y además aparentaba ser más sociable que su compañero de faena. Sin embargo, sabía por experiencia que en su mundo no se juzga un libro por la portada.


– Es un gilipollas.

Michael suspiró una vez más. No se sentía con ánimos para ese tipo de comentarios esa noche porque Carole lo esperaba para cenar en Ilford y ya se había pasado diez minutos de la hora, algo que a Danny no le preocupaba en absoluto.

– Escucha, Danny. Frank es un tipo legal que puede proporcionarnos unas buenas ganancias. Tú mismo lo has dicho muchas veces. Es listo, conoce el negocio y cada vez que lo vemos nos compra más cantidad. Si no te importa, déjalo por esta noche. He quedado con Carole y ya llego tarde. Voy a pedirle que se case conmigo.

Michael dibujó una sonrisa nada más pensar en ello. Le sorprendió ver lo callado que se había quedado Danny al recibir la noticia. Parecía consternado y, durante unos segundos, Michael se preguntó si su amigo tenía algo en contra de su elección, aunque sabía que a Danny le caía muy bien Carole. Finalmente, pareció recuperarse de la sorpresa y, abrazando a su amigo, le dijo:

– No sabes lo que me alegro, colega.

Michael se percató de la fuerza que tenía, aunque sabía que ésa era una de las ocasiones en que podía sentirse relajado respecto de Danny porque apreciaba a Carole y eso se palpaba. Danny pensaba que era la mujer perfecta y se lo decía a Michael a cada momento. Sin embargo, su primera reacción lo dejó perplejo durante unos segundos y se preguntó si su afecto por Carole no sería falso. Pero no, nadie podía decir una cosa así, como tampoco del afecto de ella por él. Eso sí, simple afecto y nada más.

– ¡Qué bien te lo montas, colega!

Danny se sentía sumamente contento por su amigo y, propinándole un empujón, le dijo:

– Venga, mueve el culo. Los negocios pueden esperar hasta mañana y Frank también hasta que decida qué hacer con él.

La felicidad de Michael desapareció con esas palabras. Abriendo los brazos, dijo:

– No puedes matar a quien se te antoje, Danny. Frank, además, no te ha hecho nada y nos reporta muchas ganancias.

Danny se puso serio al instante. La felicidad que reinaba hacía unos segundos desapareció por completo. Su cara de enfado, que asustaba al más pintado, resultaba evidente.

– Es un puñetero gilipollas y necesita que alguien le baje los luimos.

Michael se dio cuenta de que ya no podría ir a cenar con Carole, así que telefoneó al restaurante y le presentó sus disculpas. Carole se mostró muy comprensiva, como siempre. Sabía en qué ciase de negocios estaba metido y también que esas cosas sucedían. Era uno de los muchos aspectos que le gustaban de ella. Su hermana Mary, por el contrario, se habría molestado mucho. En sus buenos tiempos, habría armado una escandalera y habría hedió que Danny la recogiese aunque para eso tuviera que asesinar a alguien. Carole era otra cosa. Se lo tomó a broma y le dijo que lo vería más tarde.

Danny Boy sonreía cuando colgó el teléfono.

– A que no te ha armado la bronca, ¿verdad que no?

Michael negó con la cabeza.

– Qué va. Ya sabe de qué va el asunto.

– Yo creo que aún tienes tiempo de ir a verla, podemos resolver estas cosas por la mañana. Te veo saliendo por la puerta de atrás al amanecer, como esos que no pagan el alquiler.

Michael se rió al imaginarse la escena.

– Escucha, Danny. Te diré un secreto, pero no se Io digas a nadie, ¿vale? Aún es virgen y no me deja que le pase una pierna por encima hasta que no me case con ella.

Danny se quedó sorprendido, aunque ya lo había imaginado. Se alegraba de que Michael se hubiera llevado ese premio, pero también lo envidiaba. Era un poco extraño. Había deseado a Mary porque era propiedad de otro y ahora se encontraba en el mismo dilema; deseaba algo que pertenecía a otra persona, como siempre.

Apartó esa idea de su mente, avergonzado de pensar semejante cosa de su amigo y de la pobre Carole.

– No me extraña, eso te lo podía haber dicho yo. Es una buena chica, una mujer decente. Me alegro por ti, muchacho.

Lo decía sinceramente. Él no quería a Carole para sí mismo porque sabía que su lascivia terminaría por romperle el corazón. Quería demasiado a Carole para desear hacerle daño, fuese el que fuese. Era la mejor amiga de su esposa y se alegraba de que, por fin, se asentase. No es que fuese una belleza en el verdadero sentido de la palabra, pero sí una mujer deseable. Era ese tipo de mujer que hacía que el hombre que la pillase se sintiera afortunado. Era una verdadera señorita y él prefería quererla a distancia. Ahora que Michael pensaba casarse con ella, se sentía más aliviado. Al ser la esposa de su mejor amigo, estaba fuera de su alcance y, por tanto, no le haría daño. Su razonamiento tenía sentido porque si algo se le metía entre ceja y ceja lo conseguía. Jamás se le había ocurrido pensar que Carole podría rechazarlo; en lo que se refería a él, lo daba por hecho.

– Deja en paz a Frank, Danny. Estamos ganando una fortuna con él. Si le pasa algo, nos crearemos muchos enemigos. Él se ha ganado la amistad de muchos y es un buen tipo.

Danny volvió a sonreír, enseñando sus dientes blancos como los de las estrellas de cine y el rostro arrugado. Era un hombre apuesto y Michael se preguntó cómo una persona con semejante aspecto podía ocultar un carácter tan venenoso.

– Es un gilipollas que se cree que tiene más cojones que nadie. Yo soy el que le está pasando la mercancía y quien le está haciendo ganar dinero. Todo el mundo está ganando pasta gracias a nosotros. Pero él me está vacilando y yo lo sé, y a mí nadie me toma el pelo.

Michael se sentó en el sofá que Louie había tenido la amabilidad de dejarles. Su suspiro resonó en los confines de la pequeña habitación. Michael estaba asustado porque sabía que Frank no era un tipo con el que se pudiera jugar. Era un buen tipo, un ganador y un pez gordo, un verdadero capo, algo que molestaba a Danny Boy. También le asustaba la reacción que pudiera tener Danny, pues era capaz de presentarse en su casa, entrar por la puerta y dispararle sin mediar palabra por la mera razón de que se sentía amenazado por su exitosa vida social. Frank era un hombre apreciado, respetado, pero Danny estaba molesto porque había tardado mucho en querer hacer negocios con él. Frank era un hombre amable y amistoso, pero Danny consideraba que eso era una tomadura de pelo porque deseaba encontrar una razón para destruirlo y quitarlo de en medio. Michael notó que empezaba a dolerle la cabeza; era como si una cincha de acero le apretara las sienes. Sabía que se lo provocaba la tensión y las preocupaciones, y que no desaparecería en un buen rato. De hecho, se estaba acostumbrando.

– No creo que te esté tomando el pelo. A él le caes bien y te admira. Sabes tan bien como yo que goza de buena reputación y, si empiezas una guerra, vamos a perder un montón de dinero y crearnos muchos enemigos. Está casado con la hermana de Barry Clarke, y Barry es un buen colega. ¿Por qué no te olvidas del asunto, al menos por un tiempo?

Danny miraba por la ventana y observaba a los perros, que patrullaban por los alrededores. Sabía que Michael tenía razón, pero eso no le importaba gran cosa. Ahora, precisamente, estaba pensando en Barry. De pronto se le ocurrió una cosa. Podía matar dos pájaros de un solo tiro. Sonrió con sólo pensarlo.

– Vamos, Michael, vete a buscar a Carole. Te prometo que no le haré nada a nadie. Palabra de boy scout.

Se reía de nuevo y simulaba un saludo igual que lo haría un niño.

Michael se dio cuenta de que Danny se había relajado. La tensión había desaparecido de su cuerpo en cuestión de segundos y ahora tenía el aspecto de un joven estudiante.

– Vete a casa con Mary, Danny Boy. Ella te necesita.

Danny Boy asintió con tristeza y ambos evitaron hablar de ese tema.


Mary estaba en el baño, con su enorme y redonda barriga sobresaliendo del agua, aunque ella trataba de ignorarla. Tenía un gran vaso de vino y, cuando se lo bebió de un trago, le pareció escuchar el coche de su marido. No podía ser él, estaba convencida. Era miércoles y rara vez venía ese día, aunque con él jamás se estaba segura. Podía presentarse en cualquier momento y sabía que, si la pillaba bebiendo, se enfadaría mucho. Sin embargo, era la única forma de relajarse; tenía los nervios rotos y, al igual que su madre, necesitaba tomar un trago para olvidarse de todo. Estaba tendida en el agua tibia y suspiraba profundamente. El cuarto de baño era grande, como todas las habitaciones de esa casa vacía, y la botella de vino que había abierto la estaba llamando a gritos. Se bebió el vaso de dos tragos y notó que el sabor ácido le hacía arder su barriga de preñada. Seguro que le causaba una indigestión, pero prefería eso a la sobriedad.

Cuando se sirvió otro enorme vaso, empezó a reírse de sí misma. Al ver su reflejo en los azulejos de la pared se sorprendió como siempre de lo guapa que estaba. Tenía el pelo recogido y hecho un moño, la piel suave y lisa. Su maquillaje era impecable, pero estaba un poco chalada. Pensó que sería una cualidad heredada de sus padres, ambos famosos por tener un tornillo suelto. Vio que tenía los pechos hinchados, más rellenitos, pero eso no parecía gustarle mucho a Danny, que aún la miraba como si fuese un animal. Jamás tenía el más mínimo gesto cariñoso con ella, se limitaba a follarla y gruñir, cosa que, por otra parte, le agradaba, aunque le costaba reconocerlo. Sabía que Danny estaba liado con una jovencita de diecisiete años con menos sesera que un loro, pero con un cuerpazo que echaba para atrás. Ella la había visto; era una chica rubia natural, con unos ojos azules enormes y cara de subnormal. Se preguntó qué pensaría esa chavala de ella, a lo mejor hasta estaba celosa de su estilo de vida y de su anillo de casada.

Instintivamente, Mary se llevó una mano al vientre. Estaba de cinco meses y más embarazada que nunca. Su bebé resolvería todos sus problemas, de eso estaba convencida. Cantaba suavemente, con el vaso de vino sobre la barriga y un cigarrillo entre los dedos perfectamente cuidados cuando se dio cuenta de que alguien la observaba desde la puerta.

– Puta de mierda. Otra vez estás borracha.

Se quedó helada al verlo. Se le cayó el cigarrillo al agua y su miedo se palpaba en el vapor de la habitación. Tenía cara de sorpresa y la boca hecha un círculo perfecto.

Danny se acercó lentamente a ella, con su enorme cuerpo rígido de rabia, recordándole lo fuerte que era y lo fuerte que pegaba. Le arrebató la copa de cristal de sus temblorosas manos y la estrelló contra la pared con tanta fuerza que resquebrajó el revestimiento de azulejos del espejo. Mary notó que caían algunos pedazos encima de ella. Danny estaba a punto de dar rienda suelta a su odio contenido y Mary percibió la ira que ardía en su interior.

– Vaya, por lo que veo te dedicas a emborracharte aunque lleves dentro un hijo mío. A pesar de lo que ha pasado. No hay duda, eres igualita que tu madre. Una puñetera borracha de mierda.

Mary era incapaz de moverse, lo único que podía hacer era mirarlo aterrorizada mientras se le echaba encima. Danny tenía la cara distorsionada, el cuerpo rígido como una estaca. Cuando la cogió, Mary dio un respingo y levantó los brazos con intención de protegerse. Pensaba que la iba a abofetear o sacarla de la bañera por los pelos, pero lo que hizo la pilló completamente por sorpresa. Danny la aferró por los tobillos y le levantó las piernas hasta que la cabeza y el resto del cuerpo quedaron sumergidos en el agua. Mary intentó defenderse e, incapaz de respirar, forcejeó como pudo tratando de librarse, pero le fue imposible. El agua le tapaba la cara, estaba aterrorizada y se debatía procurando sacar la cabeza de la bañera y respirar un poco de aire. Notó que le ardían las fosas nasales y, sin poder evitarlo, empezó a tragar agua por la nariz. Incapaz de poner resistencia por más tiempo, empezó a perder las fuerzas y a darse por vencida, pero Danny la cogió por la cabeza y la sacó del agua, dejando que respirase un instante, un instante nada más en que sólo pudo dar una bocanada de aire, pues después la volvió a sumergir mientras le chillaba y la maldecía. Así la tuvo hasta que notó que perdía el conocimiento, momento en que ella rezó pidiendo que aquello fuese el final y no volviese a despertar.

Ange estaba preocupada y se puso a hacer lo que siempre hacía cuando algo le inquietaba: limpiar y cocinar. Hacía años, cuando sus hijos eran unos niños, solía reírse pensando que sus problemas eran la razón por la que tenía la casa más limpia del barrio. Sin embargo, aquello era agua pasada y, en realidad, en aquella época no sabía lo que era tener problemas de verdad. Su marido había sido una lucha constante, pero ahora hasta sentía nostalgia de aquellos tiempos. Ahora era un hombre muy distinto.

Ange estaba preocupada por sus dos hijos y por esa puta de hija que había parido, pero quien más le preocupaba era su marido. Desde que Jonjo lo había golpeado, parecía haberse derrumbado por completo. No iba al pub y lo único que hacía durante todo el día era fumar y beber, dos cosas que ella procuraba que no le faltasen. Aun así, Ange se dio cuenta de que se había dado por vencido, se palpaba en sus ojos y en su semblante. No comía nada, a menos que ella insistiera y le rogase, llegando a veces a tener que forzarlo. Se estaba muriendo lentamente y no sabía qué hacer al respecto.

El médico dijo que estaba deprimido, que el dolor era un factor que contribuía a ese estado de ánimo, pero eso era una soberana estupidez. Su marido estaba destrozado, había sido aniquilado por sus hijos y ella no podía hacer nada para cambiar esa situación. Jonjo no se preocupaba de su padre lo más mínimo y lo veía con los mismos ojos que Danny Boy; es decir, como un completo inútil, una escoria humana. Ange, de alguna manera, comprendía los sentimientos de sus hijos para con él porque los había maltratado durante años, los había utilizado y había abusado de ellos. No obstante, seguía siendo su padre y su marido, y eso debería haber significado algo para ellos. Pero no era así. Ellos lo veían como una inmundicia y ahora ella tenía que bregar con dos hijos fuera de control. Danny Boy era la viva imagen del demonio y lo único bueno que se podía decir de él era que asistía a misa con cierta regularidad. Jonjo, por lo que se veía, quería seguir sus pasos, y su hija se había convertido en una fulana que creía que podía hacer lo que se le antojara. Resultaba horrible para una madre tener que vivir con todo eso, especialmente cuando no se quería aceptar la realidad, y menos en público. Era algo que iba en contra de su naturaleza, pues para ella resultaba del todo condenable criticar a cualquiera de su familia por mucho que hubiera hecho, ya que su instinto maternal le decía que debía cuidarlos y protegerlos sin importarle de qué, y eso incluía cuidar de su hija a pesar del mal camino que había escogido.

Su marido tenía la mirada perdida, como siempre, por eso se sobresaltó cuando, con mucha suavidad, pero con rabia contenida, dijo:

– Seamos sinceros, Ange. Tenemos bestias por hijos, así que deja ya de preocuparte.

Se dio la vuelta para mirarla fijamente a los ojos por primera vez en muchos años. Ange se dio cuenta de que le estaba hablando, no sólo contestando a sus preguntas; trataba de decirle algo realmente importante. Dedujo que esa repentina lucidez de su marido se debía a una necesidad urgente de comunicarle sus sentimientos por primera vez en la vida.

– No son bestias, Danny, son nuestros hijos y llevan nuestra sangre.

Dan negó con la cabeza, tristemente. Su vapuleado rostro se puso flácido y recobró el aspecto de cabrón e hijo de puta que había tenido siempre.

No le respondió, y eso que tenía mucho que decir al respecto. Ange se dio cuenta de que llevaba mucho tiempo esperando ese momento y no comprendía por qué, ahora que llegaba, se sentía tan sorprendida. Trató de hacerle cambiar de opinión, de que viese de otra forma lo que había sido su unión, pero sabía que resultaría imposible.

– No me dejes, Danny. Eso no nos sacará de apuros.

Big Dan sonrió y las arrugas se le acentuaron. Luego, soltando una risita, dijo:

– Es un auténtico chulo y tú lo sabes mejor que nadie. Hasta a ti te ha martirizado durante años aunque seas incapaz de reconocerlo. Tiene a su esposa aterrorizada y aún sigues sin admitir que es un puñetero cabrón. Ha acabado conmigo, ya no puedo seguir viviendo de esta forma. Ya no es mi hijo, no significa nada para mí. Si se muriese mañana, haría que repicasen las campanas. Y los demás son iguales a él. Has criado a un montón de canallas que no tienen la más mínima decencia. Son iguales a ti; siempre simulando que llevan una vida perfecta y que son felices cuando no tienen ni puta idea de lo que significa eso.

Ange se sintió dolida por sus palabras, tal como esperaba Dan Cadogan. Al fin y al cabo, eso era lo que pretendía. Deseaba herirla, culparla, hacerle ver que por muy mal padre que hubiese sido él, su forma de criarlos era lo que más daño había causado. Ange sabía que, al igual que sus hijos, su marido tenía una enorme facilidad para denigrar a los demás y librarse de sus responsabilidades.

– Son nuestros hijos y tú has sido el que los ha hecho de esa manera, incluso a nuestra hija, la única por la que has mostrado algo de cariño. Está hecha una puta y se acuesta con todo el que se le antoja, a pesar de que sabe que como su hermano se entere la va a matar. Te di los mejores años de mi vida y he intentado mantener a esta familia unida sin que tú me ayudaras en nada. Así que te recomiendo que no trates de hacerme responsable de la degradación moral que vive nuestra familia porque eso lo han aprendido de ti. Fuiste tú quien nos dejó tirados, el que provocó que tu hijo mayor tuviera que asumir el papel de hombre de la casa, tú y tu maldito egoísmo. Danny Boy asumió tu papel e hizo lo que tú debías haber hecho. Así que deja de cargarme el muerto y, por una vez en la vida, asume tus responsabilidades.

– Eres una mujer amargada, Ange, y le has pasado esa amargura a tus hijos. Ninguno tiene ni la más remota idea de lo que es la compasión o el afecto; son incapaces de sentir eso, ni por nosotros ni por nadie.

– ¿Y por qué crees que soy una persona tan amargada? ¿Quién tiene la culpa de que sea así? ¿Acaso estás intentando culparme? Yo siempre he sido la que ha tratado de arreglar las cosas, la que siempre te ha recibido con los brazos abiertos. Jamás me importó lo que me hacías a mí o a mis hijos, jamás dejé de quererte. Aun ahora trato de hacértelo ver, de que te des cuenta de lo mucho que te necesitamos. No creas que marchándote me vas a hacer creer que soy la culpable de todos nuestros sufrimientos, porque eso ya no funciona. Tú eres quien ha convertido a nuestros hijos en matones, no yo. Si soy culpable de algo, es de ponerme a trabajar para proporcionarles lo que necesitaban. Yo no me dediqué a apostar mi dinero, no fui yo la que se lo gastó con sus amigotes en el pub, ni la que se fue con la primera puta que me salió al encuentro. No, querido, ése fuiste tú. Afróntalo, Dan. Eso es lo único que sabías hacer bien.

Sus reproches fueron tan inesperados como ciertos, pero Big Dan Cadogan aún quería tener la última palabra. Estaba decidido a abandonarla, pero quería hacerlo sin culpabilidad ninguna, por eso buscaba la forma de responder a sus reproches.

– De acuerdo, Ange, ya tienes lo que querías, para ti la perra gorda. Los muchachos siempre te han considerado la sabia de la familia y yo les permití que así fuese. Les permití que te consideraran la víctima que crees que eres. Me culpas por lo ruinosa que ha sido tu vida, pero tú también tienes culpa de ello. Me podrías haber abandonado hace años y darles una oportunidad a ellos y a ti. Pero no lo hiciste y, si te soy sincero, ojalá lo hubieses hecho, porque eso habría facilitado la vida de todos.

Alguien llamó a la puerta y eso le impidió responder. Ange se deslizó lenta y penosamente por la inmaculada casa preguntándose qué problema la esperaría al otro lado de la puerta. Sabía por experiencia que nadie la visitaba a menos que hubiera una razón explícita para ello, una razón que siempre estaba relacionada con algo malo que había sucedido. Abrió la puerta con la resignación acostumbrada, con esa expresión que le decía al que hubiese tenido el valor de presentarse en su casa que estaba preparada para lo que viniera. Esta vez, sin embargo, lloraba y tenía la voz rota, algo que, por primera vez, no trató de disimular.

Al igual que su marido, se sentía completamente derrumbada.

Capítulo 19

Annie Cadogan se quitó de encima los brazos de Arnold Landers con cierta dificultad cuando llegaron a la puerta de su casa. Era un hombre grande y corpulento, cuyo musculoso cuerpo dejaba patente lo extremadamente fuerte que era. Formaba parte de su atractivo, eso y el que fuese un traficante jamaicano de drogas, además de un chulo de putas y un hueso duro de roer. Era un rasta con cierta predilección por las jovencitas y las joyas de oro, pero también un buen tipo, muy apreciado por todo el que lo trataba. Era una persona cordial que había sabido ganarse la admiración y el respeto. Annie, sin embargo, era tan desgraciada que resultaba ser la única chica por la que sentía afecto. Su bonito cuerpo, junto con ese desprecio saludable que mostraba por él, le resultaban sumamente atractivos. Era la primera mujer que le había puesto las cosas difíciles. Arnold era consciente de la reputación de su hermano, pero no le preocupaba gran cosa. De hecho, le agradaba que estuviese tan bien relacionada, pues tenía intención de llegar hasta donde pudiese con su relación. Era un rasta de plástico, pues era católico de nacimiento gracias a su rigurosa madre, una mujer pelirroja. Al igual que Bob Marley, se había sentido tentado por el color de su piel porque era la herencia más obvia de su linaje. Sin embargo, hasta ahora no había pensado en las diferentes ramificaciones de su religión o de su estilo de vida, ya que Annie le había hecho replanteárselo todo. Ella era como una droga; sabía que era un mujer peligrosa, pero también que su vida antes de ella, o mejor dicho, sin ella, carecía completamente de sentido.

Annie se le había metido dentro y residía allí con su permiso y con su completa consideración. Si ella lo dejase, seguro que se sentiría muy apenado. Eso es lo que sentía por ella y esperaba que ella sintiese lo mismo por él. Cuando le sonrió, sus dientes blancos y sus ojos azules le hicieron sentir esa sacudida que siempre notaba en el pecho. Le devolvió la sonrisa y pasó su enorme mano por entre su pelo rubio y sedoso. Al sentir su tacto, disfrutó del poder que ejercía sobre ella.

Arnold no era ningún estúpido y sabía de sobra que había estado con muchos tíos, más de la cuenta, algo de lo que estaba seguro que los afectaría a los dos a largo plazo. Sin embargo, no quería pensar demasiado en eso porque sabía que ella le suscitaba unos sentimientos tan profundos que resultaban a la vez confusos y excitantes.

– Ojalá pudieras quedarte conmigo esta noche, Annie. Estoy harto de andar escondiéndome. Nosotros compaginamos, como diría Maxi Priest. ¿Por qué no podemos estar juntos?

Annie se encogió de hombros, incómoda; sabía que sus sentimientos por él no eran los mismos y se dio cuenta de que había llegado más lejos de lo que debía. Era un hombre excitante y sexy, pero haría justo lo mismo que estaba haciendo su hermano con ella: vigilarla a cada momento. Igual que su hermano, era un hombre que exigía completa y total obediencia y, como marido, sería aún peor que su padre, que ya es decir. Annie también era consciente de que, al igual que los miembros de su familia, no la dejaría marchar así porque así. Sintió unos enormes deseos de librarse de él en ese preciso momento, un deseo incontrolable de librarse de ese nuevo problema que se había buscado.

– Soy demasiado joven para tomar una decisión tan importante, te lo he dicho ya varias veces. Ahora déjame entrar. Mi padre estará preocupado por mí.

Parecía tan joven cuando hablaba, tan inocente, que por un instante se olvidó de lo muy experimentada que era, ya que era capaz de chupar la polla mientras se liaba un porro con la otra mano.

Arnold la observó darse la vuelta y meter la llave en la cerradura mientras sonreía al ver la forma en que trataba de manipularlo. Se dio la vuelta y echó a andar.

Cuando Annie entró en la oscuridad de su casa, aún se preguntaba hasta dónde llegaría con su última conquista. Sin embargo, cuando entró en la cocina descubrió por qué se había sentido tan incómoda. Sus gritos hicieron que Arnold acudiera a su lado y le colocaron en una situación de la que no saldría nunca.

Su padre se había volado los sesos en la cocina y había huesos y sangre esparcidos por todos lados. La escena era tan horrorosa que incluso Arnold, que presumía de tener un buen estómago, tuvo que hacer un esfuerzo inmenso por no vomitar la cena. Era tan inesperado, tan desagradable, que durante unos minutos no supo qué hacer. Se dio cuenta de que la chica a la que quería se había quedado petrificada mirando lo que quedaba de la cara de su padre. La sacó de la habitación y le ocultó el rostro con el pecho, como si eso pudiera borrar las imágenes que acababa de ver.

Annie aún estaba aferrada a él cuando Jonjo regresó a casa pocos minutos después. A ninguno de ellos se le ocurrió llamar a la policía o a la ambulancia, pues ambos sabían que antes de nada deberían consultar con Danny Boy para que él decidiera qué hacer al respecto.

Jonjo estaba paralizado y, lo mismo que su hermana, se quedó tan trastocado que Arnold se dio cuenta de que tenía que hacerse cargo de la situación, al menos de momento. Lo hizo, y eso le permitió introducirse en la familia Cadogan de una forma más sencilla de la que hubiera tenido que afrontar de no haber sucedido semejante catástrofe.

Lo primero que hizo fue llevar a Jonjo y a su hermana lejos de la escena y luego buscar a Danny Boy, pero sin alarmar demasiado. Antes de marcharse, sin embargo, cogió la nota que había visto entre los restos humanos que había esparcidos por encima de la mesa de la cocina.


Mary estaba pálida y asustada, pero aun así el joven doctor se percató de lo encantadora y bonita que era. La pérdida de su hijo ya era algo de por sí bastante malo, pero la noticia de que su suegro se había suicidado la había dejado consternada por completo. De hecho, parecía que hasta se había mitigado el dolor por la pérdida del bebé, pero el doctor observó que, después de haberle dado la noticia, se sentía aún más aterrorizada. Estaba preocupado por su estado mental y, aunque comprendía que su marido debía estar con su familia en un momento tan trágico, lamentó que ella tuviera que afrontar sola semejante trance. Mientras le decía las frases de costumbre no pudo evitar darse cuenta de la falta de vida que mostraba su mirada. Era como si estuviese muerta por dentro, como si su cuerpo fuese una entidad completamente distinta, exenta de cualquier sentimiento o emoción.

La dejó con su hermano y su novia, contento de ponerla en manos de alguien e incapaz de descifrar los sentimientos que esa chica le suscitaba. Sabía que había algo en su interior que no funcionaba bien, aunque ignorase exactamente qué. La oyó llorar débilmente y se alegró de que pudiera desahogarse con alguien. Temblaba como un flan y le daba la sensación de que iba a explotar de un momento a otro. Lo sabía porque lo había visto en infinidad de ocasiones.


– ¿Te encuentras bien, Mary? -preguntó Carole con voz suave y preocupada.

Mary miró a su amiga, su rostro sincero y su patente amabilidad; la envidiaba porque parecía vivir ajena a los verdaderos problemas, algo que se exacerbaba porque ella no podía confesarle las verdaderas circunstancias de su vida. Aun así, se sentía confortada con su sola presencia, sabiendo que su amiga estaba a su lado y cuidaba de ella. Sabía que conocer la verdad de su vida no sería del agrado de nadie.

Mary estaba cansada y deseaba beber algo, algo realmente fuerte y no el zumo de naranja que le estaban dando. Sonrió a su amiga y, después de suspirar, le preguntó:

– ¿Cómo se ha tomado Danny la muerte de su padre?

Ahora que su hermano las había dejado solas, se sintió con valor suficiente como para preguntar por su marido.

– No demasiado bien, Mary. Lo veo demasiado calmado y sereno. De todas formas, es normal, uno nunca sabe cómo reaccionar ante un suicidio. Además, ha sido tan brutal. Se metió la pistola en la boca y se voló los sesos.

Carole se quedó repentinamente callada, sin saber si había sido demasiado específica teniendo en cuenta el estado de Mary. Aun así, también le preocupaba Danny Boy; al fin y al cabo, él había recibido dos golpes seguidos, la muerte de su padre y la pérdida de su hijo. Sabía que Michael estaba preocupado por su hermana y su marido, y esperaba quitarle un poco de peso de encima. Ahora Michael se veía obligado a encargarse de todos los asuntos hasta que las cosas se calmaran, sin importar cuánto tiempo tardaran en recuperar la normalidad.

– ¿Y cómo se lo han tomado Ange y los otros?

Mary preguntaba porque eso es lo que se esperaba, no porque sintiera verdadero interés. De hecho, estaba contenta de que su marido no estuviera presente, así tendría una cosa menos de la que preocuparse.

– Annie fue la que lo encontró y eso la ha afectado mucho. Ange está destrozada, como es de imaginar, al igual que Jonjo, aunque creo que él se siente más culpable que nadie.

Mary sacudió la cabeza con tristeza y ambas se quedaron en silencio unos instantes. Luego, Carole, aferrando la mano de su amiga entre las suyas y abrazándola tiernamente, dijo:

– Mary, estoy verdaderamente preocupada por ti. Me han dicho que perdiste la conciencia en el baño. ¿Te han dicho a qué se debe?

Mary se libró del abrazo de su amiga de la forma más amable que pudo para no ofenderla, se encogió de hombros y levantó las manos haciendo un gesto de súplica.

– No, Carole. Dicen que es algo normal. Imagino que, como saben que ya perdí otro, ni siquiera creo que busquen una razón. Además, si pienso mucho en ello, se me romperá el corazón.

Carole asintió imperceptiblemente antes de susurrarle:

– ¿Seguro que estarás bien?

La pregunta era un tanto tendenciosa y ambas lo sabían. Era la primera vez que Carole le mencionaba su problema. Mary vio que se le presentaba la oportunidad y trató de aprovecharla. Cogiendo ambas manos de su amiga y confiando en su discreción le preguntó:

– ¿Puedes hacerme un favor? Tráeme una botella de vodka. Necesito beber algo para olvidar un poco todo esto. Me están dando antidepresivos, pero no quiero engancharme a las pastillas. Lo único que quiero es dormir un poco y unas cuantas copas no me sentarán mal.

Carole sabía que su amiga estaba bebiendo más de la cuenta, pero también reconoció que estaba viviendo unas circunstancias extremas que la empujaban a ello. Al no ser una bebedora, no vio qué daño podría hacerle tomar algo. Asintió.

– Gracias, Carole. Te lo agradezco mucho, de verdad.

Satisfecha de lo fácil que había sido convencer a su amiga, Mary forzó un gesto trágico antes de añadir:

– No se lo digas a nadie, Carole. No quiero que sepan lo deprimida que estoy. Danny Boy ya tiene bastante sin necesidad de preocuparse por mí.

Carole asintió, aunque no estaba convencida de hacer lo debido. Mary bebía demasiado, aunque era cierto que estaba pasando por un mal momento. El padre de Danny Boy los había dejado con un sentimiento que iba más allá de la sangre que había esparcida por todos lados y la consternación que la escena les había provocado. ¿Quién era ella para privar a su amiga del alivio que unas pocas copas le proporcionaban? Parecía muy desgraciada y, aunque jamás le había preguntado nada al respecto, sabía que ella y Danny tenían problemas en su matrimonio.

Michael también se daba cuenta de ello y también estaba preocupado.

Michael, sin embargo, estaba abrumado por el trabajo y no quería causarle más preocupaciones de momento. Estaba a punto de derrumbarse por la presión y preocupado por la reacción de Danny Boy ante lo sucedido. Danny estaba sometido a un fuerte estrés y consideró la muerte de su padre como una afrenta personal. Michael llevaba el peso de los negocios y parecía realmente cansado y tenso. Carole deseaba ayudarlo como fuera.

Cuando salió del hospital, se sorprendió al ver a la madre de Danny Boy, vestida con el traje de ir a misa, entrando en el hospital. Iba a visitar a su nuera y Carole se alegró de que no la viese porque no sabía qué decirle. Una muerte natural era una cosa, pero un suicidio, para una católica practicante como ella, era el peor de los pecados. No había forma de consolar a alguien en esa situación porque el finado la había dejado sin ninguna esperanza.

Se dirigió a casa a toda prisa, preguntándose en qué se estaba metiendo. Por mucho que quisiera a Michael, a veces se preguntaba si sus negocios serían un inconveniente entre los dos. Una vez que estuvieran casados, sabía que su unión implicaría estar al tanto de muchos de sus negocios, quizá más de lo que quisiera. Lo mismo que Mary, sabía que no se iba a casar con un angelito, un hecho que aceptaba, pero también sabía que tendría que vivir temerosa de perder a su marido si algún día lo arrestaban. Se estremeció al pensar en lo que podría convertirse su vida, pero trató de ahuyentar sus pensamientos convenciéndose de que lo único que quería era estar a su lado.


Michael se sirvió una copa y se la bebió de un solo trago, disfrutando del calor que le llenaba el estómago. Necesitaba animarse y el brandy era su mejor medicina. Se echó sobre el respaldo del asiento y miró a su alrededor, la oficina, ese agujero donde pasaban tantas horas y que ahora tenía un aspecto más sucio de lo normal. Sabía que Danny Boy se quedaba a veces allí y que se traía algo de compañía. No comprendía cómo un hombre de tanto éxito y dinero se sentía cómodo en ese lugar. Danny engañaba a su mujer, su hermana, pero eso formaba parte de su carácter. Michael sabía que su hermana conocía la reputación de Danny antes de casarse con él y, en algunos aspectos, tenía incluso las ideas más claras. Era la hija de su madre y Michael sabía que se había casado con él por todo lo que podía proporcionarle.

Y Danny se lo había proporcionado. Mary vivía como una reina, tenía todo lo que una mujer puede desear. Ahora se daba cuenta de lo que significaba no tenerlo todo tan fácil; ella no podía darle un hijo a Danny y eso le estaba quemando por dentro a él. Consideraba a Danny un verdadero hombre, un macho entre los machos, y, según tenía entendido, ya había tenido un hijo con alguno de sus amoríos. Michael percibía el olor a tabaco por tollos lados y ese olor rancio que desprendía una habitación que nadie se había molestado en limpiar en treinta años. Oyó el gruñido sordo de los perros deambulando por el patio; sin duda, eran la mejor protección de que podían disponer, porque nadie en su sano juicio intentaría entrar en su local. Se sirvió otra copa, encendió un cigarrillo y le dio una lenta calada. El tráfico se oía como un suave murmullo, la hora punta había pasado y la calle estaba cada vez más tranquila. Parecía increíble que, cada vez que se sentaba allí, se diera cuenta de lo lejos que habían llegado. Ahora era un hombre rico y respetado. Todo el mundo sabía que era el que manejaba el dinero de la sociedad que Danny y él tenían montada y eso le gustaba. Michael disfrutaba del estilo de vida que llevaba y estaba decidido a que durase todo lo posible. Sin embargo, estaba empezando a preocuparse por Danny, porque cada día resultaba más difícil controlarlo. Ninguna de las personas con las que solía tratar resultaba de su agrado, siempre les estaba buscando defectos y veía ofensas donde no existían. Michael era la única persona que lograba sosegarlo; de hecho, había tenido que actuar un par de veces como intermediario con sus clientes. Sin embargo, su recelo para con Frank se estaba convirtiendo en algo serio. Danny, al parecer, lo detestaba. Le había tomado una manía que, además de ultrajante, carecía de fundamento. El problema es que Frank era una persona que exigía que lo tratasen con respeto y lo saludasen con una sonrisa, pues contaba con buenas amistades en todos los ámbitos. Aunque Danny era la pieza más importante de la negociación, había sido él quien se había encargado de todo lo relacionado con el comercio de drogas y nadie podía distribuir nada sin notificárselo a ellos. Danny Boy y él eran los únicos que garantizaban unos beneficios cuantiosos y regulares por el dinero que invertían. Además, tenían sobornados a casi todos los polis que merodeaban por el Smoke, lo que les garantizaba que su mercancía estaría siempre a salvo, tanto que la gente empezaba a apodarles Los Intocables. Tenían a su servicio a dos oficiales de la Metropolitana y a otro que trabajaba en estrecha colaboración con la Brigada Antivicio, que trataba principalmente con esa nueva generación a la que denominaban de los soplones. Desde los años setenta, eso se había convertido en un gran problema en la comunidad delictiva, provocando inquietud y desconfianza entre los que habían sido arrestados. Esos nuevos soplones normalmente eran criminales de poca monta a los que habían cogido con las manos en la masa y que, temiendo las severas condenas que les podían caer, estaban más que dispuestos a irse de la lengua con tal de salvar el pellejo. Bastaba con que la pasma los amenazase, para que ellos se pusieran a cantar como loros. No eran lo bastante hombres como para asumir lo que se les venía encima y siempre estaban dispuestos a delatar a alguien con tal de conseguir una reducción de la condena o salir en libertad condicional. Era algo abominable, se mirara por donde se mirase. De hecho, el nuevo estatus de Danny se debía en parte a que nadie tenía coraje para delatarlo; su reputación era tan bien conocida que nadie tenía el valor de implicarlo en ningún asunto. Danny Boy llegaba a bromear diciendo que podía aparecer con una metralleta en el pub a pleno día sin que nadie dijera nada, del miedo que inspiraba a todo aquel que le conocía. La incapacidad de su padre y su posterior suicidio incrementaron aún más esa reputación de despiadado. Danny había quitado de en medio a todo el que se interponía en su camino y jamás había sido arrestado ni se había visto envuelto en ningún asunto legal.

Michael, por mucho que se beneficiara de su reputación, sabía que Danny Boy no podía seguir comportándose de la misma manera y salir siempre bien librado. Algún día se cruzaría con la persona equivocada y eso era algo que él trataría por todos los medios de evitar. Precisamente por esa razón le preocupaba esa antipatía que mostraba por Frank. Por menos que eso uno se creaba un enemigo de por vida, y Frank pensaba que Danny lo estaba provocando. Una buena sociedad garantizaba que ambas partes se ofrecieran cierta protección en su lucha diaria para no ser arrestados, pero bastaba un mal sentimiento para que ese código criminal se rompiera al instante. ¿Quién se iba a tragar el marrón de una persona que ni siquiera le agradaba? Carecía por completo de sentido.

Cuando alguien mantenía la boca cerrada, agachaba la cabeza y cumplía su condena, ellos se aseguraban de que a su familia no le faltase de nada. Sin embargo, si abrían la boca, ocasionaban un montón de problemas y entonces se veían en la obligación de quitar a mucha gente de en medio. Cuanta menos gente hubiera actuando en las calles, menos oportunidades tenían de verse en el dilema de enfrentarse una noche a un desconocido que llevara una pistola o un machete. Michael se sorprendía de que Danny Boy no se diera cuenta de lo peligrosa que podía ser su situación si se creaba muchos enemigos. No cabía duda de que era un capo, un capo de cuidado y con una buena reputación, pero eso era algo que podía cambiar en un momento si no controlaba su carácter.

Michael vio las luces del coche de Danny cuando iluminaron la oficina y luego oyó el ladrido de los perros y el chirrido de la cancela al abrirse. Se sirvió otra copa y se preparó para el encuentro que iba a tener con su amigo. Danny no era un estúpido y sabía que él lo hacía en interés de los dos. Sin embargo, seguía siendo un tema de conversación que prefería no tocar.


– Tienes mejor aspecto de lo que pensaba.

Ange trató de sonreír mientras hablaba, pero el efecto fue demoledor. Ella aparentaba lo que era: una mujer a punto de derrumbarse. Que amaba al hombre que una vez más la había dejado sola, esta vez para siempre, era algo que nadie dudaba, aunque no lo comprendiera. Al parecer, Ange había visto algo en su marido que había pasado desapercibido para todo aquel que le hubiera conocido, incluso sus hijos. Mary la miró con cierto recelo, desconfiando de esa mujer que había engendrado un hijo del que hasta ella tenía miedo. Sin embargo, su visita fue bien recibida porque Mary sabía que le convenía tenerla de su lado, y esperaba que Auge se hubiese presentado allí como amiga, no como enemiga.

– Yo siempre tengo buen aspecto, Ange. Ése es el problema -dijo Mary con tristeza y sin ese tonillo que la hacía parecer más sexual de lo normal.

Hablaba con voz baja y profunda, como si siempre estuviera a punto de quitarse la ropa. Ésa era otra de las muchas cosas que su marido detestaba de ella, pues se la veía tan habilidosa que dejaba a las estrellas del porno a la altura de simples aficionadas.

Ange parecía destrozada, su cara arrugada parecía haber envejecido en cuestión de horas. Miraba a su nuera de forma escéptica, como si nunca la hubiese visto con anterioridad, como si la estuviese estudiando minuciosamente.

Ambas mujeres permanecieron calladas unos instantes. Mary no se sentía cómoda en presencia de su suegra. Por primera vez en la vida, pensó que la estaba juzgando y eso era algo que no había experimentado con antelación, al menos no en relación con ella. Ange había sido siempre una persona con la que podía hablar, aunque no la considerase gran cosa. Ni siquiera su hijo sentía ningún respeto por ella y, la verdad, nadie podía culparlo. Después de todo, ella había vuelto a acoger al hombre que había destrozado por completo a su familia, a esa familia que tanto quería, o al menos eso decía. Aceptarlo en casa había sido como una patada en los dientes para Danny, después de lo que había hecho por mantener a la familia unida y darles de comer a todos. Había conseguido que a ninguno le faltase un techo donde cobijarse, un techo que, por primera vez en su vida, era algo seguro y estable porque él había pagado todas las facturas. Danny había conseguido que su madre dejara de limpiar suelos y no tuviera que lavar la ropa de otra gente, además de haberse convertido en el esposo que ella siempre hubiera deseado tener, el hombre con el que había soñado. Danny Boy había asumido el papel de padre y se había olvidado de sí mismo con tal de proporcionarle un poco de felicidad a su familia, algo de lo que él se sentía sumamente orgulloso.

Danny había procurado que a su madre no le faltase de nada, y, a pesar de eso, ella había optado por volver al lado del hombre que tantos sufrimientos les había causado a todos, el mismo que había hecho que su hijo mayor se convirtiera en un ladrón y en un buscavidas para que a su familia no le faltase de nada. Una familia que jamás había vivido tan bien, una familia que finalmente había terminado por aceptar que vivía mejor sin ese padre al que tanto despreciaban, el que jamás había mostrado el más mínimo interés por ellos, incluida ella misma.

Ange había iniciado una serie de acontecimientos que, con los años, se habían vuelto en su contra y los había convertido a todos en unos auténticos desgraciados. Ahora esa mujer a la que Mary había ignorado y reconocido según le convenía, esa con la que no tenía nada en común, se había convertido en una persona importante porque contaba con el afecto de Danny Boy.

– ¿Te han dicho por qué has perdido al niño esta vez?

Ange habló con voz suave y compasiva, y Mary le respondió de la misma forma. Estuvo a punto de echarse a llorar de alivio al escuchar sus amables palabras.

– No, Ange. Sólo me han dicho que son cosas que pasan.

Ange asintió con tristeza y suspiró amablemente. Su pesado abrigo y la pintura de labios le daban el aspecto de un maniquí. La situación era tan irreal que Mary no sabía qué decir.

– Estás temblando, Mary, temblando más que un flan. Mírate las manos.

Mary levantó las manos y Ange se percató de la belleza de mujer que su hijo despreciaba, aunque la quisiera. Ella conocía a Danny y sabía que se parecía a su padre más de lo que él mismo imaginaba, más de lo que ninguno de ellos imaginaba.

– Sé que bebes cuando estás sola y, si yo estuviera casada con mi hijo, probablemente haría lo mismo. Sé que es un cabrón rencoroso y un vicioso, pero aun así merece un hijo y más vale que se lo des pronto o te pondrá de patitas en la calle antes de que te des cuenta. Escucha, Mary, quiero que te levantes y que vayas al funeral, y quiero que acudas para estar a mi lado y para que parezca que todos lamentamos su pérdida.

Mary asintió, desconfiando de esa mujer y de la seguridad y confianza que parecía haber recuperado repentinamente.

– Lamento lo de Big Danny.

Ange le dio unos golpecitos en la mano en señal de impaciencia y respondió de mala gana:

– No digas lo que no sientes. El se ha ido y nosotros aún estamos aquí. No quiero ningún consuelo que no sea de verdad, pero quiero que estés presente, a mi lado y al lado de tu marido, y quiero que lo hagas sobria. Tu pobre madre, que el cielo la tenga en su gloria, acabó destrozada por la bebida, que suele ser el refugio de los desamparados y de los débiles.

Ange se pasó una mano por la boca, como si quisiera borrar las últimas palabras que había pronunciado, por muy ciertas que fuesen. En lo más profundo de su ser sabía que su hijo había torturado a esa chica, pues conocía de sobra lo muy malvado que podía ser, algo que, sin duda, había afectado a su esposa. Se preguntó si él no tendría algo que ver con la pérdida de los dos bebés. Odiaba pensar que hasta podía ser el responsable, ya que pensarlo implicaba de alguna manera admitir su certeza. Trató de apartar esos pensamientos, como solía hacer, y dijo:

– Eres como una espina en su costado. Está tan colado por ti, te desea tanto, que asesinaría por ti. Sin embargo, al igual que con todas las cosas, una vez que las consigue, dejan de interesarle y las destruye sin pensárselo siquiera, no vaya a ser que sus acciones repercutan en los que le rodean. He venido para prestarte mi ayuda, pero tú tienes que poner de tu parte. Una vez que tengas un hijo, un hijo que sea fruto de vuestro matrimonio, ya no se marchará jamás. Se parece a su padre más de lo que cree y jamás te abandonará si eres la madre de sus hijos. Tiene una forma de ser tan extraña que no permitirá que ningún otro hombre se apropie de lo que es suyo, aunque ya no le interese ni lo más mínimo. Por eso te pido que me escuches y me hagas caso. Ten un hijo y siempre contarás con una baza a tu favor. Tienes que tener algo que él necesite y quiera, así te verá siempre como una cosa valiosa que merece la pena conservar y cuidar. Si no haces lo que te digo, te quedarás sola, Mary. Ahora debes asistir al funeral y procurar que Danny Boy se comporte como es debido. Si recuperas el control de tu vida, a lo mejor hasta te sorprende su reacción. Pero si le permites que te atropelle, puedes estar segura de que lo hará.

Mary Cadogan jamás había oído hablar tanto ni con tanta claridad a su suegra. Era como si la muerte de su marido la hubiese liberado del mundo que la rodeaba, como si su ausencia hubiera acabado con las ataduras que la mantenían a su lado, sin importarle lo que hiciera. Y eso que, en sus buenos tiempos, le había hecho todo tipo de barbaridades.

– No permitas que mi hijo te arrastre por el barro ni dejes que controle tu vida entera. Yo lo conozco mejor que nadie. Sé desde hace tiempo que no es nada amable ni cariñoso contigo, por eso debes hacerme caso cuando te digo que no le des una razón para hacerte daño, porque no la necesita. Si se la das, la utilizará para justificar su comportamiento. Ahora me voy, Mary. Ya te he dicho lo que tenía que decirte; el resto es cosa tuya.

Ange se levantó y Mary vio a una mujer que, por fin, era ella misma; una mujer que había perdido lo único que realmente había querido y que se sentía aliviada por ello. Ahora que su marido había muerto, podía relajarse completamente porque, lo mismo que el hijo que había parido, se alegraba de saber que, después de eso, ya nadie la dominaría. El jamás había podido abandonarla, siempre había sido irrevocablemente suyo. Su muerte, sin embargo, le permitía dejarlo marchar y, por primera vez en muchos años, eso era precisamente lo que estaba haciendo.

Una vez en la puerta, Ange miró a la joven que yacía tendida en la inhóspita habitación y sus rasgos se suavizaron momentáneamente. Tranquilamente dijo:

– Jamás te dejará irte de su lado y tú jamás lo entenderás. Lo mejor que puedes hacer es sacar provecho de lo que tienes. Como hemos hecho todas, incluida tu madre.

Sus palabras permanecieron flotando en el aire hasta mucho después de haberse marchado. Mary continuaba sollozando cuando las enfermeras decidieron ponerle una inyección para que consiguiera el muy deseado sueño.

Capítulo 20

Danny Boy miró la atestada iglesia y, nadando a contracorriente como siempre, se alegró de ver la muchedumbre que había asistido al funeral de su padre. Su ego se sentía pletórico de alegría porque todos los que habían acudido estaban allí por él y no por el cabrón inútil que lo había engendrado y al cual había llegado a anular por completo. La muerte de su padre no le había afectado en absoluto; había dejado de sentir afecto por él hacía muchos años y jamás se había molestado en tratar de recuperarlo. Su padre había sido como un grano en el culo y su muerte sólo había sido otra cobardía; algo que había esperado y que ahora recibía de buen grado. ¿Por qué iba a lamentar la muerte de alguien que ya llevaba muerto mucho tiempo? No obstante, el hecho de que numerosas personas se hubiesen tomado la molestia de alimentar su ego le hacía sentirse satisfecho porque demostraba el aprecio de la gente. De no ser él quien era, ese cabrón sería enterrado sin que nadie le llevara un ramo de margaritas. Sin embargo, habían enviado llores como para cubrir veinte tumbas y el único consuelo que le quedaba a Danny era pensar que, con todo lo que pesaban, el muy cabrón jamás lograría salir de su agujero. Había sido tan malvado en vida que seguro que en la otra seguiría mangoneando. Pensarlo le hizo gracia, pero bajó la cabeza para que nadie viese su sonrisa.

De pronto recordó el momento en que los Murray se habían presentado en su casa. Volvió a experimentar el miedo que le había invadido al oír sus amenazas e intimidaciones. Habían esperado que él se achantara mientras ellos se dedicaban a aterrorizar a su familia a su antojo. Sin embargo, mientras buscaba una forma de esquivarles, había descubierto que en su interior yacía dormida una bestia que los Murray habían despertado. Repentinamente pensó que, en el fondo, le debía mucho a su padre, ya que, de no haber sido tan inútil, jamás se habría dado cuenta de su potencial. De no ser por las deudas de juego contraídas por su padre, probablemente habría terminado como jornalero, de los que a duras penas llegan a final de mes y se pasan la vida anhelando votar cada cinco años. Lo más probable era que hubiese sido uno de tantos, de los que se pasan las horas muertas en la barra de un bar, igual que su padre. Se dio cuenta de que, por casualidad, había logrado evitar caer en esa mediocridad y asumido su destino. De no haber sido por las constantes putadas y por los embrollos en los que lo había metido su padre, seguramente habría terminado como uno más de los chicos con los que se había criado en el barrio; es decir, un chupatintas, un don nadie que se parte el lomo para que los demás se enriquezcan a su costa. Vaya vida.

Rezaba sin darse cuenta de lo que decía. Lo único que deseaba era comulgar, últimamente sentía la necesidad de hacerlo a menudo. De hecho, se le solía ver en la misa de las seis de la mañana. Le gustaba la misa matinal, la quietud de la iglesia, llegaba incluso a recibir de buen grado la presencia de los ancianos que asistían a esa hora con el rostro lleno de desengaño e impregnados en olor a ropa usada. Para él, eran un vivo ejemplo de lo que jamás quería llegar a ser, incrementaban su fe en sí mismo y en su percepción del mundo. Jamás terminaría como ellos. Jamás.

Danny agachó la cabeza y rezó; pronunció cada palabra con toda la fe del mundo y supo que Dios le comprendía. El, al igual que Cristo, había tenido que soportar todas las tribulaciones de los hombres con más poder. Si Jesús había sido torturado, él había tenido que soportar las mofas de todos y, aun así, había logrado salir del humilde entorno en que se había criado para hacerse un lugar en el mundo. Posiblemente la gente no hablara de él dentro de dos mil años, pero estaba seguro de que tampoco pasaría al olvido tan fácilmente como otros muchos. De hecho, ya se había convertido en una leyenda y gozaba de un estatus privilegiado. Cristo había sido traicionado por su padre y él había tenido que padecer ese mismo destino, con la diferencia de que su padre sólo lo había hecho en su propio interés y sin pensar en su familia.

Danny sentía compasión por Dios en algunos momentos porque, al igual que él, siempre había estado rodeado de completos inútiles a los que había tenido que resolver sus problemas, además de encontrarle un sentido a sus estúpidas vidas dándoles algo en lo que creer y a lo que poder aferrarse. Lo cual, para la mayoría, significaba hacer un poco de dinero y tener la oportunidad de sacar algo de su vana y patética existencia.

El sacerdote elevó el tono de voz; siempre lo hacía cuando pronunciaba palabras del Evangelio. Era posible que hubiera muchas mansiones en la casa del Señor, pero Danny Boy tenía el presentimiento de que el Padre no estaba muy dispuesto a permitir que Big Dan mancillara su reino. Hasta Myra Hindley y Adolf Hitler tenían más posibilidades que él. Danny vio a su esposa sosteniendo la mano de su madre; en los últimos días, ambas se habían comportado como si fuesen amigas del alma. Veía claramente la sombra de las pestañas sobre sus mejillas, sobre esos pómulos pronunciados que le recordaban a las viejas estrellas de cine. Mary estaba vestida impecablemente, como siempre, con un traje negro de los caros y el pelo recién lavado. La muy puta estaba realmente buena. La cólera volvió a invadirlo. Su esposa siempre tenía ese aspecto tan sosegado y cuidado. Era como una muñeca, una parodia de una verdadera mujer. Parecía la viva imagen de la salud y la vitalidad, aunque todos los que la rodeaban empezaban a hacer apuestas respecto de hasta cuándo le aguantaría el hígado. Bebía como un cosaco y ningún perfume, por muy intenso que fuese, lograba borrar su olor a alcohol. Era como una puñetera sanguijuela, como un albatros que se hubiera colgado de su cuello. Apartó la mirada de ella antes de dejarse llevar por un arrebato y tirarla al suelo de un puñetazo, ya que le bastaba con oír el sonido de su respiración para sentir unos deseos fervorosos de matarla. Jamás debió haberse casado con ella; debería haber hecho lo mismo que hicieron otros muchos: follársela y luego mandarla al carajo.

Danny apretaba los dientes, pero trató de relajar los músculos faciales porque se dio cuenta de que todo el mundo lo estaba observando. No pensaba mostrar la menor emoción delante de toda esa pandilla de capullos, ya que su reputación se vería en entredicho si hacía algo tan estúpido.

Miró a su hermana pequeña y vio que realmente era toda una belleza; además, por una vez, se había vestido con cierto decoro. A diferencia de Jonjo, no era una persona fácil. Jonjo se había dado cuenta por fin de que él lo había hecho todo pensando en el interés de la familia. Era un buen muchacho, todo lo contrario que su hermana, que era un completo fastidio. Era como su padre, alguien que se creía mejor que los demás, alguien que, erróneamente, se consideraba especial. Pues bien, muy pronto se daría cuenta de lo equivocada que estaba.

Un nuevo arrebato de rabia hizo presa de Danny. Respiró hondo tratando de sosegarse, pues estaba a punto de explotar. Instintivamente, metió la mano en el bolsillo de su abrigo y palpó el sobre que había en su interior. Sabía que lo tenía allí, pero no podía evitar tocarlo cada pocos minutos. Lo que había en su interior era razón suficiente para que perdiera la compostura, ya que se sentía profundamente traicionado. Que el hombre que había escrito esas palabras se hubiese pegado un tiro después de escribirlas no le sorprendía, porque sabía de sobra que su padre no tenía ni idea de lo que significaba la lealtad.

Resultaba ultrajante que su último gesto fuese escribir unas palabras que podrían haber hecho que su hijo se pasase la vida en la cárcel, algo que, en su mundo, resultaba más abominable que matar a alguien de tu propia familia, porque, además de ser una completa desgracia, era una mancha que impregnaba a toda la familia. En su mundo se asumía que el chivateo era algo hereditario, por lo que era como una losa que se cernía sobre los parientes y los convertía en personas sospechosas y poco dignas de confianza.

No era de extrañar que su padre se hubiera levantado la tapa de los sesos en lugar de presenciar lo que podría haber causado su gesto de deslealtad para con su familia. De hecho, si no hubiera contado con tan buenos contactos, su carta podría haber sido su sentencia de muerte, pues contenía más nombres y fechas que una antología criminal. El muy cabrón había intentado acabar con él, pero no lo había logrado. Su padre había sido tan poco valiente que había convertido en un gesto de cobardía hasta su propia muerte. Probablemente hubiese estado tramando la forma de destruirlo, pero no había tenido los cojones suficientes para presenciar lo que podía haber causado y había preferido volarse los sesos antes de ver que el tiro le salía por la culata.

Danny esperaba que ese viejo cabrón estuviese viendo su propio entierro, que viera cómo sus días habían acabado y supiera que su hijo había amasado una fortuna y se había asegurado de que fuese enterrado en terreno sagrado, algo que había hecho por su madre, no por él. Su madre era como las viejas enlutadas que había visto de niño, esas viejas irlandesas que se pasaban el día rezando por todos, que creían que todas las almas iban al cielo aunque necesitaran de miles de misas para redimir sus pecados y ser merecedores de vivir en el Reino de los Cielos. El Papa debería haber prohibido esa abominable práctica, pero es difícil acabar con las viejas costumbres y ésa era una creencia muy arraigada entre los católicos. Creían en el Purgatorio, por eso mucha gente pasaba el día entero rezando por sus seres queridos, convencidos de que, de esa manera, los librarían de las llamas del Infierno. Danny, por el contrario, rezaba para que ese viejo cabrón ardiera allí por toda la eternidad. Él, como Cristo, había sido traicionado por alguien cercano, pero, al contrario que Cristo, no tuvo que someterse a juicio ni fue encarcelado. Su Poncio Pilatos aún estaba libre, de eso estaba más que convencido. Esta vez había logrado librarse por los pelos, pero no pensaba permitir que eso se repitiera. Danny creía en la esencia de su religión, porque, después de todo, se la habían inculcado a base de palos los sacerdotes y las monjas. Sabía que su vida estaba planificada de antemano, que su destino estaba escrito. Él había sido elegido para convertirse en alguien importante, y la debilidad de su padre, su adicción al juego, fueron los acicates para que se diera cuenta de ello. La adicción de su padre, a fin de cuentas, había sido la que había escrito su destino. Dios era bueno porque te guiaba para que comprendieras los beneficios de una vida buena y decente. Si uno era lo bastante sensato como para escucharlo, El te señalaba la dirección correcta. Danny Boy admitió que su padre había sido el catalizador necesario para que él emergiera de la oscuridad y ascendiera hasta lo más alto. Lo único que deseaba era que la decencia no fuese tan importante, ya que, de haber sido por él, habría dejado que ese cabrón se muriese tirado en la calle. Ese funeral era su último gesto de contrición, pues ya había pagado con creces lo que le había hecho a su padre. Con suma rapidez había evaluado el consenso general sobre sus acciones y había sabido ver que, por su propio beneficio, le convenía aceptarle de nuevo en la familia. Había funcionado y él se convirtió en un héroe de la noche a la mañana, en el hijo indulgente y generoso.

Ahora estaba enterrando a su padre con toda la pompa y la suntuosidad que le permitían sus recursos, un hombre que, según decían los rumores, se sentía tan culpable por lo que había hecho que ya no soportaba vivir más con ese peso. Era una mentira podrida que no se creía ni él, pero Danny estaba dispuesto a alimentarla porque eso le hacía parecer aún más magnánimo y civilizado.

EI sacerdote tenía pruebas evidentes de que el viejo sufría una depresión y dos médicos estamparon su firma en un certificado que demostraba que no estaba en su sano juicio, con el fin de que ellos pudieran enterrarlo con la conciencia tranquila. Al parecer, ninguno de ellos había perdido el concepto de la hipocresía.

Danny se golpeó el pecho con suavidad cuando oyó la primera campanada y se dejó llevar por el fervor de la religión. Se dirigió lentamente hasta el altar y se arrodilló humildemente. Luego, aceptó la hostia sagrada con una pasión silenciosa. Se sintió encantado de oír el murmullo que levantaba, tanto que pensó que sólo por eso ya merecía la pena vivir. Cuando la hostia se disolvió en su lengua, se sintió limpio de nuevo, como si el poder de la verdad recorriera su cuerpo. Oía el murmullo que se había levantado entre las personas que habían asistido al funeral para presentarle sus respetos. No había duda; ahora se había convertido en un capo y ese funeral había servido para demostrárselo. Se dio cuenta de que ahora era intocable.


Mary estaba sentada con Annie, que observaba a la gente con su arrogancia acostumbrada. Que la muerte de su padre la había afectado resultaba más que obvio, pero también lo era que estaba buscando la forma de acercarse al sol que más calentara.

Annie sabía que tenía que hacer méritos para volver a ganarse a su hermano y que necesitaba hacerlo lo antes posible. Danny había hablado con ella y se lo había hecho saber, eso resultaba evidente para cualquiera que los viera juntos. Sin embargo, ella había percibido su indiferencia y la frialdad de su voz le había dejado claro que la había relegado a la última de sus prioridades. Ella había estado acostándose con todo quisqui, lo había puesto verde y lo había provocado, pero jamás hubiera esperado que él le hiciera eso. Danny estaba intentando por todos los medios anularla, y eso era algo que no debía suceder. Igual que su padre, sentía un desprecio absoluto por el sentido de las obligaciones. De hecho, trabajar para vivir era lo último que pensaba hacer, su último recurso. Era la pequeña de la familia y él debería cuidar de ella. Sabía que su hermano estaba interpretando su papel en público, tal como se esperaba que hiciera, pero también que para él ya no significaba nada, pues no contribuía a poner la mesa, y eso era algo de suma importancia en su familia. Tenía que buscar el modo de cambiar su imagen, porque Danny Boy era capaz de renegar de ella, y su reputación no jugaría en su favor, algo que esperaba que no sucediese jamás.

Annie vio que Arnold Landers hablaba con su hermano y verlos tan unidos la deprimió, pues sabía que ésa era la única razón por la que Danny Boy no la echaba a patadas. Sabía que su madre estaba ahora a merced de Danny y que su esposa vivía aterrorizada por él. Vio que todo el mundo quería acercarse a su hermano y que Michael sólo dejaba que se le aproximasen los que de verdad merecían que Danny gastase su tiempo y su energía con ellos. Algunos hasta eran tratados con cierto desprecio; hombres que ya gozaban de una reputación cuando Danny Boy aún no había sido concebido por ese borracho, ahora se esforzaban por que les concediera un poco de atención, porque les dirigiera unas cuantas palabras y los viesen en público junto a él, con el fin de que los considerasen como uno de los suyos. Ese era el poder que emanaba de Danny Boy ahora. Annie lo odiaba. Odiaba el poder que irradiaba, aunque por dentro se moría de ganas de que él mostrase un poco de interés por ella y por su vida. Lo detestaba por hacerla sentirse así.

Si su relación con Arnold Landers era lo que le garantizaría el respeto de su hermano, no sería ella quien le pusiera trabas. La muerte de su padre los había dejado en un limbo y ahora todos dependían de Danny Boy, tal como llevaban años haciendo. Ahora había enterrado su último vínculo con el pasado, el causante de la humillación de su familia, y eso le había proporcionado la fuerza necesaria para demostrar quién era. Se comportaba como si fuese el hombre de la casa y miraba a su alrededor con regocijo, sabiendo que por fin estaba donde deseaba estar y que nadie le arrebataría su sitio. Danny Boy estaba contento de que Landers hubiese empezado a trabajar con él, ya que contaba con los medios necesarios para quedarse con todos los contactos del sur de Londres. Era un verdadero ciudadano de Brixton y estaba más que dispuesto a contribuir y ampliar su comunidad. Por un estipendio razonable, claro.

Annie sonrió a Arnold Landers y éste le devolvió la sonrisa. Sabía que iba por el buen camino, que había dado con la forma de ganar un dinero que jamás hubiera esperado, y todo gracias a una muchachita con una buena familia y unas tetas aún mejores.

Arnold reconocía una buena oportunidad en cuanto la veía y Danny Boy era su pasaporte a una riqueza que ni siquiera había pasado por su imaginación. Su relación con su hermana también contaba a su favor, por lo que la ganancia era doble en lo que a él respecta. Arnold no era ningún estúpido y sabía que aquélla sería su única oportunidad de estar entre los grandes, por eso no estaba dispuesto a desaprovecharla con ningún pretexto. Ambicionaba lo mejor que pudiera ofrecerle la vida y ahora estaba allí, a plena luz del día, con Danny Boy Cadogan a su lado y presentándole a unas personas de las que antes sólo había oído hablar o, en algún caso, visto a distancia.

Eran los años ochenta y aunque el gobierno simulara que se vivía en una sociedad igualitaria, todo el mundo sabía que eso era una mentira podrida. Hasta el tráfico de drogas estaba controlado por unos cuantos escogidos, predominantemente blancos. Arnold pensó que ésa era su oportunidad para cambiar las cosas, dejar su huella y sentar algunos precedentes. Por eso no dejaba de asentir y sonreír como si estuviese entusiasmado por estar allí, cosa que era cierta.

El velatorio fue muy animado, tanto que las canciones irlandesas casi impedían conversar. Hacía mucho que el Shandon Club no estaba tan atestado; de hecho, estaba hasta la bandera, y la bebida, además de abundante, era gratuita. Jonjo miró la cantidad de botellas que había con un placer que le sorprendió incluso a él. Su padre por fin estaba muerto y enterrado, y él no sentía ni la menor pena, ni tan siquiera una pizca de arrepentimiento. Entró en los servicios, se metió en uno de los aseos y, después de cerrar la puerta, se sentó y sacó su equipo del bolsillo de la chaqueta. Lo guardaba todo en una caja metálica de esas que se utilizan para guardar los parches de la bicicleta y la abrió con sumo cuidado y disfrute. Sacó la aguja, la jeringa y una dosis de heroína. Sólo sería ese día, al menos eso era lo que se decía a sí mismo tratando de convencerse, pero necesitaba algo para superar ese trago. Se alegró de poder utilizar la muerte de su padre como excusa para evadirse, aunque su muerte no significara nada para él. Su padre había perdido todo significado para él hacía mucho, y ahora quien de verdad lo preocupaba era Danny Boy. Mientras calentaba la heroína en la cuchara notó la excitación que le invadía el cuerpo entero. Después de absorber el líquido con la jeringa contuvo la respiración mientras observaba el líquido color mierda que lo haría olvidar, que le proporcionaría un rato de alivio, un momento de desahogo de esa vida que detestaba tanto y que cada día le resultaba más imposible soportar. Se ató una cinta de cuero alrededor del antebrazo y la apretó con los dientes, unos dientes que se le estaban poniendo de color verdoso y que se le estaban haciendo añicos de tanto rechinar, hasta el punto de que ya le resultaba casi imposible comer nada sólido.

Jonjo atravesó su piel con la aguja e introdujo un poco de heroína en su cuerpo. Observó mientras se bombeaba la sangre, disfrutando mientras su sangre roja y espesa llenaba la jeringa y luego, conteniendo la respiración, se la volvía a introducir en sus venas y le llegaba hasta el cerebro. El subidón fue más rápido de lo habitual y la euforia muy breve, pero de nuevo se sentía capaz de funcionar. Se había metido lo suficiente para colocarse, para sentirse más animado, no para terminar tirado. Ahí estribaba la diferencia. Permaneció sentado, notando el sosiego que le recorría el cuerpo, suspirando profundamente. Sin preocuparse de quien pudiera estar cerca ni de que lo descubriesen, saboreó el goce que le proporcionaba la droga, ese sentimiento de indiferencia por todo y por todos los que le rodeaban. La heroína se había apoderado de él y ahora se sentía en armonía con el universo.

A los pocos minutos se había olvidado de que se encontraba en el velatorio de su padre y lo único que oía era la música y el entrechocar de vasos de aquella gente a la que ni siquiera conocía. La realidad se impuso y se obligó a sí mismo a afrontarla. Cuando salió de los aseos oyó la voz familiar de Danny Boy, aunque con un tono más irritado que de costumbre porque llevaba diez minutos buscándolo.


Ange estaba sentada con su nuera y su hija, observando con desengaño y desilusión en qué se había convertido su familia. Que su marido hubiese muerto de esa manera ya resultaba trágico, pero ver que su funeral se utilizaba como plataforma para catapultar a su hijo mayor le resultaba inaudito. Su hija iba camino de convertirse en una puta, pero Danny le daba tanto terror como a su propia esposa. Ange sabía que su hijo era un chulo, pero también sabía que era el único al que realmente había querido, ya que de los demás apenas se había preocupado. Había representado el papel de madre porque, como todas las mujeres de su generación, consideraba sumamente importante lo que pensaran los demás. Sin embargo, si era sincera, el único hijo al que de verdad había querido era Danny Boy; los demás no le preocupaban lo más mínimo.

Ahora estaba allí, de pie, un hombre agresivo y vicioso, y ella se sentía culpable de que el muchacho agradable que había sido se hubiese convertido en semejante cosa, puesto que había carecido del más mínimo cariño por parte de su familia. No obstante, le encantaba el respeto que ahora le mostraban los demás por el mero hecho de haberlo parido, le encantaba ver cómo la gente que antes la miraba con desprecio ahora se acercaba para saludarla, para interesarse por ella, tanto si les apetecía como si no. Danny sabía que hasta ese mismo día, y por mucho que su influencia le hubiese facilitado la vida, su lealtad había estado del lado de su padre, del hombre que había arruinado sus vidas. Ahora Big Dan había muerto a manos de su propio hijo y ella se sentía culpable hasta la médula. Su madre le había dicho siempre que una mujer no puede coger la tarta y comérsela entera, una verdad que ella había ignorado hasta ese preciso momento. Su hijo era el que había proporcionado la tarta y ellos quienes se la habían comido, ella incluida. Ahora había llegado el momento de pagar por sus pecados y seguro que lo haría; de eso no tenía la menor duda.

Ange miró a su alrededor y se dio cuenta de que su hijo había utilizado ese día para un acto triunfal, como medio para conseguir un fin. También se dio cuenta de que le faltaban las fuerzas, de que estaba vencida por el peso que le había dejado la muerte de ese hombre al que había querido tanto. Había muerto igual que había vivido, sin preocuparse lo más mínimo ni por ella ni por sus hijos, y eso le dolía.

La sala estaba repleta con la elite de ese mundo y su hijo se había convertido en la principal atracción. Ya no había forma de retroceder. Se dio cuenta de que era el final de su vida tal como la había concebido hasta entonces, pero también el principio de una nueva que sería la que su hijo le impusiera, ya que éste la aterrorizaba enormemente. Sabía que la muerte de su padre no era para él nada más que un acontecimiento social, una razón para reunirse, beber y hablar con sus socios. Sin embargo, ella había perdido el amor de su vida y, por mucho que dijeran, había sido su marido. Algunos deberían tener la decencia de recordárselo a ese hijo suyo por mucho que le estuviera proporcionando a su marido el funeral que cualquier mujer hubiera soñado. Ninguno de los asistentes tenía siquiera la decencia de simular que había asistido al funeral en memoria de su padre o por respeto a ella, lodo lo contrario; habían hecho del acontecimiento una mofa de la vida que había llevado su padre.

Las canciones irlandesas eran las apropiadas, la bebida abundante y copiosa, pero el ambiente que reinaba no era de pena por la muerte de su marido, sino más bien una celebración de los éxitos logrados por su hijo. Ange se sintió muy apenada porque, por mucho que hubiera hecho, seguía siendo su hijo y estaba obligada a permanecer a su lado y luchar por él hasta su último aliento. Era lo que se esperaba de ella y lo que pensaba hacer con tal de conservar al menos un poco de poder de decisión sobre sus otros dos hijos.


Frank Cotton se le acercó y Danny Boy esbozó una sonrisa. Frank se movía con esa gracia con que se mueven los hombres que saben que tienen un lugar propio, que gozan de una reputación que los mantiene a salvo y los hace andar con la cabeza bien alta. Danny Boy le estrechó la mano con firmeza y sintió la frialdad de su piel, la suavidad de su mano, esa delicadeza que denotaba que no había sabido lo que significaba mancharse las manos y trabajar en su vida. Danny recordó su infancia, las tardes que había tenido que pasar en el desguace trasladando chatarra de un lado a otro, el dolor de sus doloridos músculos resentido por trabajar en pleno invierno. Una vez más, su desprecio por Frank Cotton invadió todo su ser. Le parecía un tipo arrogante, demasiado seguro de sí mismo, como si se riera de él, como si lo considerase algo ridículo, alguien de quien podía reírse en público, incluso en el funeral de su padre.

Michael los observaba con suma cautela y vio que a Danny Boy le cambiaba la cara. Como siempre, era un cambio repentino, por eso cerró los ojos por unos instantes antes de acercarse e intervenir en la conversación. Lo hizo de la forma debida, sin llamar la atención de nadie, como si fuese algo normal y natural.

Michael notó que Frank Cotton se había percatado de su intervención y admiró que se comportase como si nada hubiera sucedido. Michael se lo agradeció. De hecho, por unos momentos deseó estar de su lado, en su mismo equipo, pues estaba convencido de que la vida sería mucho más fácil. También sabía que Cotton era una de esas personas que se daba cuenta de cuándo se le ignoraba, y él había sido ignorado y despreciado por Danny Boy, como había resultado evidente para cualquiera que tuviera un mínimo de percepción en cinco kilómetros a la redonda.

Cuando Michael vio que su hermana se servía otra copa de las suyas mientras miraba al mismo tiempo cómo su amigo del alma le daba la espalda intencionadamente a Frank Cotton, deseó desaparecer y evaporarse de aquella atmósfera, pero no pudo y ahora lo único que podía hacer era tratar de que ese desprecio deliberado y público no perjudicara sus negocios cotidianos de ninguna manera. Danny se apartó de ellos rápidamente, con la espalda rígida y el rostro de un hombre sumamente contrariado. Como siempre, estaba interpretando su papel para ejecutar su siguiente movimiento con suma precisión. Michael, suspirando profundamente, lo siguió con la esperanza de hacerlo entrar en razón.


Frank Cotton estaba enfadado, algo que no solía suceder con frecuencia. De hecho, estaba orgulloso de saber conservar la calma y la compostura cuando trataba con personas como Danny Boy, pues consideraba que estaban muy por debajo de él y las veía como un mal necesario que a uno no le quedaba más remedio que soportar, pero jamás alentar. Estar a merced de un matón como ése ya era malo de por sí, pero que ese matón le pidiera cuentas sobre supuestos crímenes de guerra resultaba una grosería que no estaba dispuesto a tolerar. Cadogan tenía el monopolio de las calles, algo que Frank había aceptado e incluso admirado, pero eso no significaba que tuviera que arrodillarse ante él ni que tuviera que soportar que lo tratase como un don nadie. Su gesto no había sido un gesto de arrogancia juvenil que se pudiera pasar por alto, sino un insulto calculado y premeditado, por lo que no le quedaba más remedio que responderle y recuperar el terreno perdido antes de que fuese demasiado tarde.

Que su padre hubiese muerto no era razón para que se comportase de esa manera, pues, para empezar, él había asistido a su funeral sólo por interés, un interés financiero, lo que era tan buena razón como cualquier otra. Había venido para presentarle sus respetos, nada más y nada menos. Ahora, sin embargo, su paciencia había llegado al límite y lo único que deseaba era tener una seria confrontación con él, cuanto antes mejor. Sus amigos sabían de sobra que lo mejor que podían hacer era no interferir. Big Danny Cadogan no gozaba de tanto prestigio como para que aquel funeral no tuviese un desenlace especial. De hecho, el consenso general era que precisamente ese funeral reclamaba a gritos un enfrentamiento definitivo. Frank Cotton se había convertido de pronto en el más indicado para convertir ese triste evento en un acontecimiento memorable. Muchos de los presentes disfrutarían de lo lindo si presenciaban cómo Frank Cotton le daba una buena tunda a Danny Boy; pero si éste salía ganando del incidente, los mismos que estaban a la expectativa tampoco perderían gran cosa. Por esa razón, la mayoría de los presentes, fuese cual fuese el resultado, no tenían nada que perder y sí todas las de ganar. Aunque casi todos deseaban que fuese Frankie quien saliera vencedor, ninguno se atrevía a admitirlo hasta ver el resultado y estar seguros de que Frankie Cotton había logrado una victoria aplastante sobre su adversario. Un certificado de defunción sería lo más adecuado, ya que, después de todo, ellos se tenían que ganar el sueldo.

Frankie salió del club con el ceño fruncido y unos deseos incontenibles de asesinar a alguien. Sabía que había llegado el momento decisivo y se dio cuenta de que se había comportado como un estúpido permitiendo que sus diferencias llegasen tan lejos. Ahora, sin embargo, ya era demasiado tarde para echarse atrás y no le quedaba otra opción que darle una lección a ese capullo, una lección que, para ser sinceros, había estado pidiendo a gritos.

Una vez fuera, cuando respiró el aire frío de la noche, sintió el subidón de adrenalina que siempre era el presagio de una pelea.

Ardía en deseos de enfrentarse a ese cabrón y pensaba darle una lección que no olvidaría fácilmente. Había intentado mantener con él una especie de relación laboral, pero no había dado resultado. El muchacho no era lo bastante inteligente para dejar al margen sus sentimientos personales y cualquier relación entre ellos resultaba imposible. Todas las personas que conocía y actuaban en las calles trabajaban con gente que no era de su agrado, incluso con personas que no eran de su total confianza, pero entablaban una relación amistosa y beneficiosa con el fin de pagar los sueldos de los hombres que estaban a su mando. Era una cuestión económica, algo que Danny no comprendía, lo cual era su principal problema. Pues bien, puede que él tuviera el control y el monopolio de las calles, pero eso no significaba que tuviera carta libre y estuviera a salvo de entrar en el trullo. El muchacho necesitaba una lección y él pensaba dársela, tanto si le gustaba como si no.

Frank se dirigió hacia donde se encontraba Danny con el cuerpo tenso y dispuesto para el combate. Su corpulencia intimidó a todos los que le conocían y sabían de lo que era capaz. Oía el murmullo que se había suscitado entre los que estaban en la puerta del club esperando pacientemente en el frío de la noche a que comenzase la pelea. Danny Boy sonrió de oreja a oreja al ver que Frank se acercaba; era una sonrisa abierta y sincera, como si se encontrase con un buen amigo de antaño. El rostro de Frankie resultaba cómico por la confusión y vio que Michael sacudía la cabeza lentamente antes de desaparecer entre las sombras.

Frankie se quedó desconcertado durante unos segundos. Sabía que él hacía el papel de agresor, por lo que, de haberlo pensado un poco, debería haber salido a la calle portando algún arma en la mano. El muchacho era muy corpulento, además de muy mañoso, como era de todos sabido. No había duda de que era un tipo fuerte, capaz de enfrentarse a cualquiera, pero él también lo era y, en sus buenos tiempos, no habría tenido problemas para llevárselo de calle. Sin embargo, al contrario que Danny, siempre había sabido respetar a los demás. Pensó que era algo generacional, ya que los jóvenes de ahora creían que los capos con cierta edad, como él, eran todos unos blandengues, unos capullos y unos peleles. Pues bien, Danny Boy se iba a dar cuenta de lo equivocado que estaba.

Cuando abrió la boca para hablar, apenas tuvo tiempo de ver el brillo del martillo que le golpeó en la cara. El primer golpe lo recibió en el ojo derecho, arrancándole la órbita y parte del hueso de la mejilla. Cayó de rodillas y, por fortuna, ya no se dio cuenta de los treinta golpes que Danny le propinó a continuación, garantizándole su entrada en el cementerio.

Danny siguió martilleando a Frank aun después de que éste perdiera el conocimiento. Estaba demasiado exaltado como para darse cuenta de que lo estaba presenciando un jurado formado por sus socios y demasiado ocupado para percatarse de que nadie pronunciaba una sola palabra. El silencio que reinaba resultaba abrumador y la animosidad que había suscitado era palpable.

Michael observó con tristeza cómo Danny Boy acababa de sopetón con todas las perspectivas de que podían haber disfrutado. Había logrado que el funeral de su padre tuviera un desenlace fatal y eso era algo que jamás se le perdonaría.

Los amigos y colegas de Frank observaron con suma y recatada intensidad cómo acababan con su vida, pero ninguno se atrevió a mover un dedo para ayudarle, aunque eso no significaba que no les importase lo sucedido.

Citando Michael logró por fin apartar a Danny Boy, tres de los más importantes peces gordos que rondaban por el Smoke cogieron a Frankie y se lo llevaron al hospital. Se miraron entre sí y Michael se dio cuenta de que Danny estaba de todo menos acabado. Danny sacó un sobre del bolsillo de su chaqueta y, agitándolo delante de todos, dijo con tristeza:

– Se lo había buscado. Aquí tengo una declaración suya hecha a la pasma en la que me acusa de toda clase de delitos.

Sacó la declaración del sobre y, rompiéndola en trocitos, la tiró al mugriento suelo. Mientras volvían a entrar en el club, Michael y Danny oyeron las sirenas de la policía a lo lejos. Sabían que los demás los seguirían.

Ya en los servicios, Michael observó cómo Danny se lavaba la cara y las manos con un gesto de asco antes de peinarse y arreglarse la ropa.

– ¿Qué pasa si alguien coge ese papel, Danny?

Danny dibujó su peculiar sonrisa de sarcasmo.

– ¿Qué puede pasar? Su firma está en el papel, no la de mi padre. ¿Me consideras tan estúpido como para hacer algo así?

Michael no se molestó en responderle. Danny lo miró a los ojos a través del sucio espejo que estaba encima del lavabo y, alegremente, añadió:

– Ya te dije que ese tío no me gustaba, ¿no es verdad?

Michael suspiró profundamente y, armándose de valor, respondió:

– ¿Qué pasa? ¿No podías haberlo dejado correr? ¿No podías haber tratado de llevarte bien y no ir matando a la gente así porque sí? Por lo que veo, no me necesitas, Danny Boy. Para empezar, jamás escuchas lo que te digo. Gracias a ti acabamos de perder nuestra mejor fuente de ingresos. Y no sólo lo has acusado de chivato, sino que has respaldado tu acusación con una declaración falsa. Se te ha ido la olla, Danny. Estás pirado por completo.

Las últimas palabras las dijo a gritos, ya que su rabia lo había superado y no le preocupaba en absoluto la reacción de Danny Boy ante sus críticas.

Danny Boy se rió mientras continuaba mirándose en el espejo. Se comportaba como si fuese un día normal, como si mantuviesen una conversación normal. Resultaba surrealista.

– ¡Cállate de una puta vez, maricona! Llevo mucho tiempo planeando este altercado y ahora más vale que me respaldes. En ningún caso iba a permitir que ese gilipollas celebrase otro cumpleaños, no si podía evitarlo. Y a ti más te vale tener en cuenta que no me dan arrebatos así porque sí, y, si no me crees, se lo preguntas a tu puñetera hermana. Ahora tranquilízate y volvamos al funeral de mi padre, ¿de acuerdo?

– No se te ocurra hablar de Mary de esa manera, Danny.

Danny puso su bonita sonrisa, esa que hacía que las mujeres mayores cometieran adulterio y las jóvenes perdieran la virginidad. Era como un diablo disfrazado.

– ¿Por qué no? ¿Acaso me vas a pegar? Yo os estoy dando de comer a todos y más vale que lo tengas presente de ahora en adelante. Más te vale que te des cuenta de quién paga las facturas y a quién debes lealtad. Te he visto escabullirte como un gusano cobardica. Pues bien, a partir de ahora me libero de cualquier restricción y te aseguro que estoy dispuesto a conseguir todo lo que quiera. Y a ti, maldito gusano, más te vale callarte y hacer lo que te digo.

Danny continuó peinándose tranquilamente mientras entonaba suavemente una versión propia de Forty Shades of Green.

Michael Miles se dio cuenta de que Danny Boy había quemado todas sus naves y, por desgracia, también las suyas. Siempre había sabido que sin Danny Boy Cadogan no era nada; pero ahora, con él, era aún menos.

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