Capítulo 11

Emma no sabría decir si el dolor era por la resaca del champán o por la humillación. No sólo era que Reyhan la hubiera dejado sola en la fiesta, sino que lo había hecho después de besarla, tocarla y hacerle creer que la deseaba.

Se sentó a la mesa del comedor e intentó que el desayuno le despertara el apetito, pero no fue así. Había dado un paseo por la terraza que rodeaba el palacio y tampoco eso había ayudado. Tal vez debería darse una ducha a ver si así conseguía borrar la sensación de haber sido una completa estúpida.

Se levantó y se estiró. La buena noticia era que sus padres iban a irse aquella tarde en el crucero. No habían visto su humillación, no tendría que explicarles nada.

Se dirigió hacia el cuarto de baño. ¿Qué había salido mal? Había sido Reyhan quien la llevó a un rincón apartado para besarla y quien había empezado a tocarla… Salvo cuando ella se puso sus manos en los pechos. ¿Le habría parecido demasiado agresiva? ¿Necesitaba Reyhan llevar la iniciativa?

Estaba tan sumida en sus pensamientos que no se percató del vapor y el calor que emanaban del cuarto de baño. Sólo cuando vio a Reyhan saliendo de la ducha se dio cuenta de que no estaba sola.

En menos de dos segundos, pasó del dolor y la resaca al deseo. Quería tocarlo por todo el cuerpo y que él la tocara. Vio su erección creciente, como si él estuviera excitándose tanto como ella.

– ¿Qué haces aquí? -Le preguntó ella, lamiéndose los labios-. Normalmente te vas mucho antes de que yo me levante.

– Me fui a montar al amanecer y he vuelto para darme una ducha.

Estaba totalmente erecto. Obviamente la deseaba. Entonces, ¿por qué no hacía nada?

Reyhan alargó un brazo. Por un breve instante Emma pensó que iba a tirar de ella hacia él, pero entonces agarró una toalla y le dio la espalda.

– Habré acabado en unos minutos.

Era una invitación muy educada para marcharse.

Emma agachó la cabeza, con los ojos llenos de lágrimas y corrió a su dormitorio. Cerró con un portazo y se apoyó contra la puerta.

Diez días antes había visto la insistencia del rey en que se quedara como un golpe de buena suerte. Ahora era una tortura. Una sentencia que la condenaba a estar encerrada con un hombre que no quería saber nada de ella.


Reyhan leyó su e-mail sin entender nada de lo que decía. En vez de palabras veía los ojos inundados de lágrimas de Emma. Dos horas y tres reuniones después, aún no había podido borrar el recuerdo de su rostro afligido.

Él le había provocado ese dolor. Y no importaba cuánto quisiera negarlo o escapar de la verdad. Ésta permanecía. Nunca había pretendido hacerle daño a Emma, y la necesidad de compensarlo era demasiado fuerte.

Pensó en volver a sus aposentos y ofrecerle lo que ambos querían. Eso aliviaría su tensión y con suerte le daría placer a Emma. Pero no podía arriesgarse, ni podía hacer promesas que no tenía intención de cumplir.

Decidido a perderse en el trabajo, devolvió la atención al e-mail. Una hora más tarde, su ayudante lo llamó para anunciarle que Will estaba al teléfono.

– Ha habido un cambio en la situación -le dijo su jefe de seguridad.

– ¿Qué? -espetó Reyhan.

– He detenido a Fadl, el hijo menor de Bihjan – respondió Will.

– ¿Qué ha pasado?

– Lo sorprendieron robando un equipo de perforación. Había otros dos hombres con él.

– ¿Ha dicho por qué quería el material? -preguntó Reyhan frunciendo el ceño.

– No ha dicho nada. Tengo unas cuantas teorías. Podría venderlo en el mercado negro y sacar una buena tajada.

– Eso sería mucho trabajo para él y sus colegas.

– Estoy de acuerdo. También podría sabotear el material y luego devolverlo. Cuando las piezas fueran puestas en funcionamiento, se produciría un desastre.

Reyhan sacudió la cabeza. ¿Era posible que los chicos hubieran decidido pasar a la acción?

– Vamos a inspeccionar todo lo que se haya utilizado en los últimos meses.

– Ya me he encargado de eso -dijo Will-. También estoy buscando a todos sus amigos, pero están tan desperdigados que puedo tardar un tiempo.

– Sigue en ello. Estaré ahí en un par de horas.

– Bien. Tal vez Fadl te hable a ti. Yo no he conseguido sacarle nada.

– Veré lo que puedo hacer. Como príncipe, puedo amenazar a su familia de un modo que a ti jamás te creería.

Colgó y pensó en sus opciones. Había querido mantener el trato con los ladrones hasta cierto punto, pero ahora las reglas habían cambiado. Si Fadl estaba robando, o peor, saboteando, había que detenerlo a él y a sus amigos. Ser jóvenes e hijos de jefes no los protegería más.

Llamó a su ayudante e hizo los cambios pertinentes en su agenda. Una vez que el helicóptero y los pilotos estuvieron preparados, fue a las oficinas de su padre.

– Reyhan -lo saludó el rey-. ¿Qué te trae por aquí esta hermosa mañana?

– Will ha detenido a Fadl, el hijo de Bihjan. Le resumió lo que le había contado Will, lo cual no gustó nada al rey.

– Si hay que inspeccionar todo el material, la producción se detendrá durante unos días.

– Pero volvería a reanudarse al final de la semana – dijo Reyhan, que ya había hecho los cálculos-. Cabe la posibilidad de que ésta fuera la intención de Fadl. Infundir temor para que detuviéramos la producción. En cualquier, caso, no me arriesgaré. Todas las piezas y los pozos serán examinados.

– ¿Y las consecuencias internacionales?

– Mínimas. Haremos una declaración diciendo que es una inspección rutinaria y que la producción del mes próximo se incrementará para compensar las pérdidas.

– Bien pensado -dijo el rey-. ¿Cuándo te marchas?

– En cuanto hayamos acabado aquí.

– Estoy seguro de que a Emma le encantará el viaje.

– No hablarás en serio, ¿verdad? -Dijo Reyhan-. No puedo llevarla conmigo.

– Por supuesto que puedes. Ya tienes bajo custodia al líder de los rebeldes, y pronto tendrás al resto. Emma no correrá ningún peligro. Si de verdad te preocupa llevarla, haz que se vista con ropas nativas. Seguro que estará muy atractiva con ellas.

Reyhan miró el gato que dormía en el sofá y pensó el arrojárselo a su padre a la cara. Pero reconocía la mirada testaruda de su padre y sabía que no tenía elección. Llevarse a Emma… Era una petición absurda, y se negó a admitir que en el fondo le gustaba.

Dejó a su padre y se dirigió hacia sus aposentos. Al menos las actividades de Fadl no habían llegado a la violencia. No tendría que preocuparse de que Emma se viera atrapada en medio de un tiroteo.

Hizo acopio de fuerza y determinación para no reaccionar al verla. Emma estaba sentada en el sofá, leyendo, y levantó la mirada cuando él entró.

– Tengo que irme al desierto -dijo-. Estaré fuera un día o dos. El rey ha sugerido que me acompañes.

Emma lo miró con ojos muy abiertos. Parecía dolida, como si su alma hubiera sufrido demasiadas heridas mortales.

Reyhan se avergonzó. Era culpa suya, por rechazarla una y otra vez. Agarró el teléfono y marcó un número. Mientras esperaba a que respondieran, se preguntó si habría algún modo de explicárselo todo a Emma, de hacerle ver que no era por ella, sino por él mismo. Aunque dudaba de que nada pudiese consolarla.

Tras hacer su petición por teléfono, colgó y se fijó en ella. Emma no se había movido.

– ¿Son para mí? -le preguntó, refiriéndose a la ropa tradicional que él había encargado.

– Sí. Las necesitarás mientras estemos en el campamento. No creo que haya ningún problema, pero te ayudarán a pasar desapercibida por si acaso.

– No quieres que vaya contigo.

– Lo que yo quiero no importa.

– A mí sí me importa.

– Son negocios -dijo él, apoyando las manos en el respaldo de un sillón-. Ha habido un arresto y no estoy seguro de que todo vaya a salir bien. Preferiría que no fueras.

– Entonces, ¿sólo quieres que me quede para mantenerme a salvo?

Él asintió.

– No te creo -dijo ella-. Hay algo más -se levantó y lo encaró-. Quiero hablar con el rey y decirle que mi presencia te resulta intolerable. No hay razón para quedarme y torturarnos a los dos. No creo que sea ése su propósito. Cuando vea que no hay esperanza para una reconciliación, accederá al divorcio y podrás librarte de mí.

Hablaba con una firmeza y seguridad que sorprendieron a Reyhan. La niña asustada que fue en su día había desaparecido, y su lugar lo había ocupado una mujer autosuficiente que, erguida ante él, le ofrecía su libertad. Y todo lo que él quería era estrecharla entre sus brazos y reclamarla como suya para siempre.

– Cuando volvamos, hablaremos los dos con el rey -dijo.

La luz se apagó en los ojos de Emma, como si la última llama de su espíritu se hubiera extinguido. Reyhan quería acercarse y tocarla, decirle que las razones no eran las que ella pensaba… Pero permaneció donde estaba y clavó los dedos en el sillón.

– Supongo que debería hacer el equipaje -dijo ella con voz inexpresiva-. ¿Qué me pongo bajo esa ropa?

– Lo que te resulte más cómodo. Los días son calurosos, pero las noches son frías. Unos vaqueros te darán libertad de movimiento.

Emma asintió y se marchó a su dormitorio. Él fue al suyo a recoger unas cuantas cosas. Cuando volvió al salón, ya habían traído la ropa tradicional, que estaba sobre el sofá.


Emma no reconocía a la mujer del espejo, pero no sabía si era por toda la tela que la cubría de la cabeza a los pies, o por la puñalada mortal que la desgarraba por dentro.

Reyhan quería que se fuera. Ella había confiado en hacerlo reaccionar con la amenaza de hablar con el rey, pero él había estado de acuerdo. Iba a conseguir lo que quería y ella iba a pasarse el resto de su vida enamorada de un hombre que no la amaba.

Emma no sabía cuándo se había enamorado de él. Quizá lo había estado durante seis años, sin saberlo. ¿Acaso importaba? Lo único importante era que había perdido a Reyhan por segunda vez.

Él la llevó al helicóptero y le hizo abrocharse el cinturón y ponerse los auriculares. Cuando los motores empezaron a moverse, Emma sintió que los nervios aliviaban parte del dolor en su corazón.

– Vamos a adentrarnos cientos de kilómetros en el desierto -dijo él por el micrófono-. Hasta el borde occidental de los yacimientos petrolíferos.

El helicóptero empezó a elevarse y Emma se aferró a los brazos del asiento. La sensación era muy distinta a la de un avión, pero no era desagradable. Pronto dejaron atrás la ciudad y ante ellos se abrió la inmensidad vacía del desierto.

– Un joven ha sido arrestado hoy -le explicó Reyhan-. Estaba robando piezas de repuesto para las torres de perforación. No estamos seguros de si planeaba venderlas en el mercado negro o sabotearlas para luego devolverlas.

– Supongo que unas piezas defectuosas provocarían un desastre económico y ecológico.

– Exactamente. Sus amigos están siendo acorralados y también serán detenidos. Tenemos a su jefe, Fadl, pero no quiere decirnos nada. Voy a hablar con él a ver si puedo convencerlo para que colabore.

– ¿Irá a prisión? -preguntó ella, recordando lo que Reyhan le había contado sobre la necesidad de los nómadas por ser libres.

– Probablemente. Dependerá de la gravedad de su crimen. En este caso, sería un alivio para todos que sólo estuviera robando.

Emma se volvió hacia la ventanilla y contempló en silencio el paisaje.

– Hay un pequeño campamento de nómadas junto a los pozos petrolíferos -dijo Reyhan al cabo de unos minutos-. Son muy amistosos y estarás a salvo con ellos. Aun así, te asignaré dos hombres para que se queden contigo. Sólo por si acaso.

– Muy bien. ¿Hay alguna regla cultural que deba tener en cuenta?

– No. Simplemente sé tú misma y todos te adorarán.

«Como yo te adoro», añadió para sí mismo. Pero a Emma le pareció oír las palabras flotando entre ellos, tan fuertes como los motores del helicóptero. Miró a Reyhan, pero él también se había vuelto hacia la ventanilla y no pudo ver su expresión.

Una hora más tarde, el aparato se posó en tierra. Emma vio los edificios bajos y apiñados y más allá las torres perforadoras. A la izquierda había una docena de tiendas en torno a un oasis. Reyhan le había explicado que el estanque se alimentaba de un manantial subterráneo.

Salió él primero del helicóptero y le tendió la mano para ayudarla. Emma la tomó y sintió al instante el calor de sus dedos. Una debilidad la azotó, recordándole que tenía que aprender a controlar sus reacciones.

A su tiempo, se prometió a sí mismo. Las heridas sanarían a su tiempo.


Reyhan entró en la sala de interrogatorios y miró al joven que estaba allí sentado. Fadl tenía dieciocho años como mucho, era delgado y parecía muy antipático. El hijo menor de un poderoso jefe. Aunque no recibiera nada de su padre, podría haber prosperado en la tribu. En vez de eso, había elegido el camino del robo y la extorsión.

– Has hecho que me enfade -le dijo Reyhan-. Sabías que tu padre no quería que te hicieran daño ni que te arrestaran. Pensaba que acabarías dándote cuenta de tu error. Pero yo no soy un viejo estúpido que sigue consintiéndole todo a un niño mimado. Soy el príncipe Reyhan de Bahania, y ahora jugaremos según mis reglas.

El miedo destelló en los ojos de Fadl.

– Eso son tonterías. No puedes hacerme daño. Se lo prometiste a mi padre.

Reyhan se permitió esbozar una pequeña sonrisa.

– Accedí a dejarte libre y a que jugases a ser hombre mientras no quebrantaras la ley. Y eso es lo que has hecho al robar las piezas. Ahora el trato está roto y tú estás en mis manos.

El joven se retorció en la silla.

– No te creo.

– Bien. Me gustará meterte en prisión. Por tu culpa, las torres perforadoras tendrán que ser inspeccionadas para buscar las piezas saboteadas. Eso le costará a mi país cientos de miles de dólares. Como sé que no tienes dinero con el que compensarme, me cobraré lo que pueda de tu piel.

Fadl se puso visiblemente pálido.

– ¿Cómo sabías lo que íbamos a hacer? Reyhan se mantuvo impasible. Había acertado con sus suposiciones. Ahora sólo tenía que conseguir los detalles y dejar que Will se ocupara de lo demás.

– ¿Qué te hizo pensar que podrías salirte con la tuya? No sabes nada de los pozos petrolíferos. Nunca has trabajado en las perforadoras.

– No quiero ir a prisión -dijo Fadl, removiéndose otra vez.

– No tienes elección. La cuestión es por cuánto tiempo. Compláceme y me aseguraré de que tu estancia en la cárcel no sea muy dura. Irrítame y haré que sea un infierno.

Hubo varios segundos de silencio, hasta que al final venció el miedo.

– No fuimos nosotros -confesó Fadl-. De verdad que no. Unos cuantos de nosotros estábamos en un bar de El Bahar, intentando idear un plan. Entonces se acercó un tipo. Nos dijo que había estado escuchándonos y que sólo éramos unos aficionados, y que si queríamos ganar una fortuna, teníamos que contratar profesionales. Y eso hicimos.

Reyhan se quedó helado. Abrió la puerta y llamó a Will para que se uniera a ellos. Fadl les contó todo. El nombre del hombre a quien habían contratado, cuántos socios habían llevado a Bahania y cuánto iban a pagarles Fadl y su banda.

– No hemos instalado ninguna pieza saboteada – dijo Fadl frenéticamente-. Tienes que creerme, príncipe Reyhan. Lo juro. Sólo queríamos el dinero, y éste parecía un modo fácil de conseguirlo.

Reyhan lo miró con desprecio.

– Veremos si piensas lo mismo cuando estés en la cárcel.


Emma se paseaba por el oasis, seguida por sus guardaespaldas. Éstos estaban tan lejos que se había olvidado de ellos. Igual que en el oasis que visitó con sus padres, había niños jugando y riendo. Varios perros se enzarzaban en una pelea juguetona. Las mujeres cosían y cocinaban en grupos, y todas la miraban al verla pasar.

Una niña de siete u ocho años corrió hacia ella y le ofreció un plato con dátiles. Emma sonrió y mordió uno. Pronto se les unió otra niña, y luego otra y otra.

– No puedo comérmelos todos -dijo Emma, tocando a la niña más cercana en el pelo, negro y muy suave-. Pero muchas gracias.

Un niño pequeño le tiró de la manga. Ella se agachó para ponerse a su altura y él le tiró de la capucha. Emma se la deslizó por los hombros y todos los niños ahogaron un grito al ver su pelo rojizo.

– Lo sé. No es lo normal aquí -dijo ella alegremente.

Una niña alargó una mano para tocarlo, pero la retiró.

– No pasa nada -la tranquilizó Emma, riendo-. No quema, mira -se acarició ella misma el pelo y luego tomó la mano de la niña y se la llevó a la cabeza. La niña la tocó tentativamente, se rió y volvió a tocarla. Los otros niños se aglomeraron alrededor.

– Vaya, vaya, vaya. Qué dama tan hermosa. Al sonido de la voz masculina, los niños salieron corriendo. Emma se levantó y se volvió. Frente a ella había dos extranjeros altos y armados. No veía a sus guardaespaldas por ninguna parte.

– Usted es americano -dijo ella, intentando que no la traicionaran los nervios.

El hombre que estaba más cerca sonrió. Tenía el pelo rubio y muy corto, y el tatuaje de una serpiente en el antebrazo.

– Buena deducción -dijo él, y se colocó tras ella.

Antes de que Emma pudiera moverse, la agarró y le puso un cuchillo en el cuello.

– Y tú eres nuestra prisionera.


– ¿En qué demonios estabas pensando? -Preguntó Will mientras se paseaba de un lado a otro frente a Fadl-. Contrataste a un hombre al que conociste en un bar. ¿No se te ocurrió que no era un asesor militar?

Fadl parecía miserable y muerto de miedo.

– Dijo que si no hacíamos lo que quería, nos mataría -miró frenético a Reyhan-. Príncipe Reyhan, por favor. Tienen que ayudarme. A todos nosotros. Lo sentimos. No queríamos que nada de esto ocurriera.

– Sí, sí queríais que ocurriera -dijo Reyhan-. Pero habéis agarrado a un tigre por la cola y ahora no sabéis que hacer para que no os devore -miró a Will-. Éste es tu campo.

– Estoy en ello -le dijo su jefe de seguridad-. Llamaré a un equipo de El Bahar y… -miró a Fadl-. De alguna parte.

Reyhan sabía que Will se refería a la Ciudad de los Ladrones, una ciudad secreta en medio del desierto, en la frontera entre El Bahar y Bahania.

– Conozco al jefe de seguridad de allí -siguió Will-. Rafe Stryker y yo hemos trabajado juntos en otras ocasiones.

– Bien.

Will se dispuso a salir, pero antes de que alcanzara la puerta un hombre irrumpió en la sala y corrió hacia Reyhan.

– Ha sido secuestrada por dos americanos. Le dispararon a uno de los guardaespaldas y dejaron fuera de combate al otro. Tienen a la princesa Emma.

Reyhan se quedó de piedra. La sangre se le había helado en las venas.

– Si sufre el más mínimo daño -dijo, mirando a Fadl-, el desierto se teñirá de rojo con tu sangre.

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