Capítulo 5

A la mañana siguiente, Emma se despertó con la cabeza llena de preguntas y un dolor agudo en el estómago. Sabía que lo último era el resultado de los sueños eróticos que había tenido con Reyhan. En ellos, él la poseía una y otra vez y ella sucumbía dichosamente y participaba de la pasión.

Inquieta y un poco asustada, decidió ignorar el mensaje que su subconsciente intentaba mandarle en sueños. En aquel momento tenía otros problemas más serios… como lo que le había dicho a Reyhan y la verdad que él le había contado.

Se duchó y vistió rápidamente, pero se saltó el desayuno. Le debía una disculpa a Reyhan, y los nervios que le revolvían el estómago no le permitirían comer hasta ofrecérsela.

Después de que la joven criada le indicara dónde estaba el despacho de Reyhan, salió al pasillo principal y se dirigió hacia el ala administrativa de palacio.

Diez minutos y varios rodeos después, llegó a lo que parecía una oficina muy animada y se acercó al hombre de mediana edad que estaba sentado tras el mostrador de recepción.

– Quisiera hablar con el príncipe Reyhan -dijo.

La expresión del hombre permaneció inalterable, pero a Emma le pareció que se fijaba con desprecio en su vestido barato.

– ¿Tiene una cita? -le preguntó.

Ella negó con la cabeza, y el hombre agarró el teléfono.

– Llamaré a su ayudante para que compruebe su agenda. ¿A quién debo anunciar?

Emma estuvo a punto de decir su nombre, pero su orgullo estaba por los suelos. No era culpa suya que no pudiera permitirse ropa elegante. Además, se había aseado y maquillado a conciencia. Así que levantó ligeramente el mentón y le clavó la mirada al hombre.

– A su esposa.

El hombre alzó las cejas, completamente colorado y con la boca abierta.

– Por supuesto, alteza -asintió reverentemente y se apresuró a marcar un número en el teléfono. Cuando recibió respuesta, anunció a Emma y colgó-. Por aquí, princesa Emma -dijo al tiempo que se levantaba y hacía una reverencia.

Emma se sentía insignificante para reclamar un título por una relación que apenas existía, pero ya era demasiado tarde para echarse atrás.

El hombre la condujo a una zona abierta y espaciosa, desde la que se accedía a los despachos privados. Se disculpó por hacerla esperar y desapareció. Emma se entretuvo observando un mapa a color que cubría una pared. Vio la capital y el océano. El Bahar también aparecía en el mapa, y había varias marcas a intervalos irregulares. Se acercó para estudiarlo con detenimiento y entonces sintió un cosquilleo en la nuca. Se volvió y vio a Reyhan avanzando hacia ella.

El corazón estuvo a punto de salírsele del pecho. Era tan alto y guapo, tan poderoso, con un imperio bajo su mando… Un brillo ardía en sus ojos oscuros, pero se apagó antes de que Emma pudiera definirlo. Entonces Reyhan se detuvo frente a ella, mirándola fijamente, y Emma fue incapaz de seguir pensando. Sólo podía respirar, aspirar su fragancia masculina y desear que volviera a besarla.

– Emma -la saludó él con voz baja y sensual.

– Reyhan.

– Ahora que hemos dejado claro quiénes somos, tal vez podrías explicarme la razón de tu presencia en mis oficinas.

– ¿Qué…? Oh -miró a su alrededor. La gente trabajaba fingiendo que no prestaban atención, pero era obvio que no les escapaba ni una palabra-. ¿No podríamos hablar en privado?

– Desde luego.

La tomó del brazo y la llevó a un enorme despacho. Un escritorio de madera tallada dominaba el centro de la sala. Una exquisita alfombra oriental delimitaba el área de reuniones, y había una pared entera cubierta con estanterías.

Emma vio otro mapa detallado frente a la ventana y tres ordenadores.

– ¿Para qué es? -preguntó, señalando el mapa.

– Muestra la localización de los pozos petrolíferos aquí y en El Bahar.

– Hay muchos.

– Sí -confirmó él con una ligera sonrisa.

Emma había oído que Bahania era un país muy rico, y ahora podía ver por qué.

– Nuestra producción de petróleo es mi especialidad -añadió él-. Por eso fui a Texas a estudiar.

– Supongo que los texanos también somos expertos en eso -dijo ella, pensando en todo el petróleo de su estado.

– Así es.

La condujo hacia el sofá y le indicó que se sentara. Él se sentó enfrente y adoptó una expresión paciente.

Era curioso lo frío y lejano que parecía, pensó Emma. Como si el deseo no lo afectara.

¿O tal vez se había imaginado ella sus reacciones? ¿La habría besado únicamente para demostrarle que aún tenía poder sobre ella, sin que para él significara nada?

Emma no tenía la suficiente experiencia para discernir entre una posibilidad u otra. Y era una lástima, porque seguro que Reyhan sabía exactamente cómo lo estaba viviendo ella.

– ¿De qué querías hablar conmigo? -le preguntó él.

– Anoche hablé con mis padres -dijo. Esperó a ver si él decía algo, pero no fue así y continuó-. Tenías razón… sobre todo. El matrimonio, el dinero, tus intentos por contactar conmigo.

Reyhan no parecía sorprendido ni enojado.

– Siento haber dudado de ti – susurró ella.

– Es normal que dudaras -dijo él-. A tus padres los conoces desde siempre, mientras que conmigo sólo estuviste unas pocas semanas. Desaparecí tras la boda sin darte ninguna explicación. Tus padres sospecharon de mí y se temieron lo peor.

– Sí, eso se les da muy bien -corroboró Emma, sorprendida por la comprensión de Reyhan-. Tendría que haberles preguntado, pero tenía miedo.

– ¿De que yo te buscara?

– De que no lo hicieras. De que te hubieras olvidado de mí.

El la miró fijamente.

– Eso es imposible, Emma. Y yo también podría haberme esforzado más en contactar contigo. Sospecho que tu padre hizo lo posible por impedirlo, pero el caso es que me fui. Pensé que con el tiempo descubrirías lo ocurrido y entonces me llamarías.

Había más que eso, pensó ella. Reyhan era un hombre orgulloso. Jamás suplicaría por algo. Ni siquiera por ella. Y posiblemente por ninguna mujer.

– Debería haber sido más curiosa -dijo-. Pero en vez de eso tomé el camino fácil y creí a mis padres. Observó las líneas duras del rostro de Reyhan. ¿Quién era aquel hombre que se había casado con ella y luego había desaparecido? Si ella no hubiera sido tan joven e inexperta. Si se hubieran conocido como iguales… Seis años antes ella lo había intrigado al principio, pero él se cansó enseguida de su inocencia infantil. ¿Y ahora?

No tenía respuesta para eso, aunque estaba más que dispuesta a aceptar otro beso.

– Así que, después de todo este tiempo, al fin podemos hacer las paces con el pasado -dijo ella-. En unos días el rey autorizará el divorcio.

– Sí.

La aceptación de Reyhan fue un duro golpe para Emma, que se reprendió a sí misma por ser tan ingenua. No podía tener ningún interés en él. Lo que tenía que hacer era olvidarse de todo y empezar de nuevo. Encontraría a otra persona, alguien más parecido a ella, y formaría una familia. Aquél era su destino… no un príncipe arrebatador en un país extranjero.

Se levantó y él hizo lo mismo. Había mucho que decir, y al mismo tiempo ya estaba dicho todo. Lo que podría haber sido sería un misterio para siempre.

– Me preguntaba si sería posible visitar el palacio -dijo ella.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó él con el ceño fruncido.

– No es probable que vuelva a Bahania en el futuro. Me gustaría aprovechar al máximo mi estancia aquí y ver algo del palacio y de la ciudad.

– Puedes moverte a tus anchas por el palacio.

Ella se echó a reír.

– Gracias, pero vagar sin rumbo por ahí no es la idea que tengo de pasarlo bien. Me gustaría saber algo del palacio. Su historia, por ejemplo. ¿No se ofrecen visitas guiadas?

– Yo te llevaré a donde quieras ir.

– Es muy amable por tu parte, pero no es necesario. Ya sé que estás ocupado.

Por supuesto que le encantaría pasar tiempo con Reyhan, pero él tenía otras responsabilidades que la incluían a ella.

– Hasta que nos divorciemos eres mi mujer. Te enseñaré el palacio y la ciudad. Empezaremos hoy después de comer.

– Eso parece más una orden que una sugerencia.

Él sonrió.

– Has sido tú la que ha mencionado la visita. Yo solamente me amoldo a tus planes.

– En ese caso, estoy impaciente -dijo ella alegremente-. ¿A qué hora?

– ¿A las dos en punto te parece bien?

Emma se echó a reír.

– No se puede decir que tenga una agenda llena. Estaré lista a esa hora.

Él le tomó la mano y se la llevó a la boca. En el último segundo, le dobló los dedos y presionó los labios contra la cara interna de la muñeca.

El contacto húmedo y ardiente le provocó a Emma un escalofrío por todo el brazo. La tensión invadió su cuerpo y las rodillas le flaquearon peligrosamente.

– Hasta las dos, entonces -dijo él, soltándola.

Emma salió rápidamente del despacho, porque su única alternativa parecía arrojarse en sus brazos y suplicarle que no la soltara. Una sensación que no podía ignorar, ni tampoco explicar.


Reyhan se presentó puntualmente a las dos. Pero mientras que él ofrecía un aspecto increíble con su traje, Emma había pasado un mal rato eligiendo su ropa. Quería parecer sexy, glamorosa y atractiva. Todo un reto teniendo en cuenta el contenido de su equipaje. Su atuendo más elegante consistía en pantalones caquis, faldas largas y tops sencillos. No era exactamente la moda que captara la atención de un príncipe.

Un príncipe que quería divorciarse de ella, se recordó a sí misma con una sonrisa mientras se alisaba la falda. Reyhan le había dejado muy claro que quería echarla de su vida. No era exactamente lo que haría un hombre fascinado por sus encantos.

– ¿Qué te interesa más? -Le preguntó él cuando ella salió de la suite-. En algunas salas abiertas al público se exhiben unas colecciones de joyas antiguas impresionantes.

– Seguro que son preciosas -dijo ella-, pero me interesan más los muebles antiguos y los tapices.

Reyhan alzó una ceja, pero no hizo ningún comentario. Tal vez no la creía, pensó ella, pero ése no era su problema. Le gustaban las joyas como a cualquier mujer, naturalmente, pero no estaban en su país.

– Muy bien -aceptó él-. Empezaremos por la sección más vieja del palacio. La estructura original se construyó a finales del siglo X. Desde entonces, el palacio rosa ha experimentado sucesivas remodelaciones y ampliaciones. Una vez, durante el reinado de Isabel I de Inglaterra, la hija de un acaudalado mercader fue secuestrada por el hijo bastardo del rey de Bahania y la retuvo prisionera en palacio para pedir un rescate. Al cabo de un tiempo, en vez de liberarla, se enamoró de ella. Se casaron y fueron felices juntos. Para su décimo aniversario, él le regaló una capilla… una representación en miniatura de una catedral que ella había visto una vez en Francia. Empezaremos por ahí.

Emma caminaba a su lado, intentando que no la afectara el calor que emanaba del cuerpo de Reyhan.

– ¿Cuántas mujeres han sido secuestradas y retenidas contra su voluntad?

Reyhan sonrió.

– Es una tradición consagrada para los jeques tomar aquello que admiran.

Qué reconfortante, pensó ella con ironía.

– ¿Entonces hay un harén en el palacio?

– Naturalmente.

Emma no supo si quería verlo o no. Un lugar donde las mujeres eran encerradas para ofrecerle placer a un único hombre… Aunque por lo que recordaba de sus lecturas, eran mujeres con mucho tiempo libre.

Miró a su marido y se preguntó cómo sería ser secuestrada por él. ¿Sería amable? ¿Exigente? Tembló sólo de pensarlo. El deseo que siempre amenazaba con salir a la superficie cuando él estaba cerca estalló de repente y la necesidad de tocarlo le invadió todo el cuerpo. Quería que la apretara contra él, que la besara y acariciara. Pero en vez de eso tuvo que conformarse con el roce ocasional de sus brazos.

– ¿Los hombres de Bahania tienen más de una mujer? -preguntó.

– No. Esa práctica murió mucho antes de que fuera legalizada. Los hombres no tardaron en darse cuenta de que hacer feliz a una sola mujer era trabajo suficiente.

– Nunca he entendido por qué la poligamia fue tan popular -dijo ella mientras salían a un jardín. Lo reconoció como el que había visto desde su balcón. Por donde Cleo y su marido habían paseado a solas-. Para una mujer sería muy fácil estar con más de un hombre por la noche, pero después de que los hombres… eh, lleguen al final, tiene que pasar un rato para que se recuperen.

Apenas lo hubo dicho cuando se dio cuenta de que pisaba terreno muy peligroso. ¿Realmente quería tener esa conversación con Reyhan?

Él la miró con expresión inescrutable.

– ¿Eso lo sabes por propia experiencia?

– No. Sólo lo he… oído.

– No se trata de placer -dijo él-. Se trata de los hijos. Una mujer sólo puede concebir cada nueve meses. En ese tiempo, un hombre puede fecundar a otras mujeres.

– Oh. Eso tiene sentido -dijo ella animadamente-. ¿Qué es eso? -preguntó, señalando una gran estatua blanca de un caballo encabritado.

– Un regalo del rey de El Bahar. Siempre hemos tenido unos lazos muy estrechos con nuestros vecinos.

– Sí, recuerdo haberlo oído..Reyhan la condujo por un estrecho sendero, flanqueado por exuberantes plantas y altos árboles que ofrecían sombra. Estaban a mediados de abril y la temperatura aún era agradable, pero Emma estaba segura de que en verano sería insoportable.

– Hemos llegado -dijo él, señalando una capilla pequeña pero exquisitamente decorada, agujas que apuntaban al cielo, vidrieras de colores y escalones de piedra que conducían a un interior fresco y oscuro.

Emma entró y al instante la recibió una sensación de paz. Media docena de bancos se alineaban a ambos lados del pasillo central. Delante, las vidrieras se extendían hasta el techo abovedado.

– Se trajeron artesanos especializados de Francia -le explicó Reyhan-. Estuvieron trabajando en secreto durante tres años. Mientras estuvieron aquí, entrenaron a canteros locales, quienes posteriormente incorporaron los diseños a sus propios trabajos.

Emma tocó los bancos de madera tallada. El acabado era macizo y brillante, trabajado hasta el último detalle. Un verdadero tesoro privado.

– ¿Se celebra algún servicio aquí? -preguntó.

– En las fiestas especiales. Emma reprimió el repentino deseo de asistir a una, sabiendo que para entonces ya estaría lejos de aquel sitio. Reyhan la llevó de vuelta al palacio y bajaron varios tramos de escaleras de piedra, hasta que Emma se convenció de que estaban bajo tierra.

– Recientemente hemos recuperado los tesoros desaparecidos hace tiempo -dijo, abriendo una pesada puerta de madera-. Cuadros, estatuas, joyas y muebles. Nuestros expertos están restaurando nuestra historia.

Le mostró un enorme tapiz que estaba siendo reparado por dos mujeres. La escena representaba a cuatro hombres galopando por el desierto. Sus expresiones eran intensas y feroces, y sus rostros vagamente familiares.

Emma miró a Reyhan y notó la semejanza en sus ojos y en su cuerpo.

– ¿Son parientes tuyos? -le preguntó.

– Antepasados. Este tapiz data del siglo XIII. Emma quería tocar la tela, pero sabía que podía dañarla.

Reyhan siguió enseñándole estatuas y muebles antiguos.

– Muchas de las piezas están por el palacio. Otras se exhiben en el museo de la ciudad, y algunas recorren el mundo en exposiciones temporales.

– No puedo imaginarme lo que debió de ser crecer aquí -dijo ella mientras salían del almacén y subían las escaleras.

– De niño no me interesaba mucho el pasado. Sólo era información que necesitaba para complacer a mis tutores.

– Sí, supongo. De niños no apreciamos lo que tenemos… a menos que lo perdamos.

– ¿Qué has perdido tú? -le preguntó él, mirándola.

Emma pensó en su infancia. Había recibido mucho amor, y demasiada protección.

– Creo que nada. Hablaba en general -miró a su alrededor por las inmensas estancias que iban recorriendo-. Mi casa entera podría caber en una sola de estas habitaciones. Tus hermanos y tú debisteis de pasarlo muy bien jugando al escondite por aquí.

– No se nos permitía jugar en las salas principales del palacio.

– Menos mal. Os podríais haber perdido durante días.

– Nuestros tutores nos habrían encontrado enseguida.

– ¿No fuiste a la escuela?

– No. Cuando cumplí once años, me enviaron a un colegio interno en Inglaterra.

Entraron en una enorme sala de estar. El techo estaba a una altura de tres pisos. Había postes de madera y el suelo era de mármol con enrevesadas incrustaciones. La luz entraba a raudales por los altos ventanales, y al fondo de la sala había un escenario.

– Mi apartamento ni siquiera tiene un recibidor – murmuró Emma, y volvió a preguntarse qué habría visto Reyhan en ella seis años atrás-. ¿Esos adornos son de oro?

– Sí, pero eso no tiene importancia.

– Quizá no para ti -dijo, girando lentamente en círculos. Aunque le diera pena pensarlo, había sido lo mejor qué Reyhan la abandonara. De ningún modo habría encajado ella en un lugar como aquél.

– ¿Hay otro hombre? -preguntó él bruscamente.

Emma se detuvo y lo miró.

– ¿Qué? ¿Quieres decir si estoy viendo a alguien?

Reyhan asintió.

– No. En estos momentos no estoy saliendo con nadie. Nunca se me han dado muy bien las citas, pero eso tú debes de saberlo mejor que nadie.

Los recuerdos de las tres noches que pasaron juntos tras la boda se infiltraron en su mente. Cómo la había tomado una y otra vez, y cómo había sido ella incapaz de nada, paralizada por el miedo.

Ahora las cosas serían diferentes, pensó con pesar. Ahora estaba segura de poder responder con el mismo deseo que él, incluso más. Pero un hombre tan interesado en el divorcio no podía sentirse físicamente atraído por la mujer a la que iba a dejar… por muy apasionados que fueran sus besos.

– Cuando te hayas divorciado, puedes cambiar eso -dijo él.

– Igual que tú -replicó ella, pero no quería imaginárselo con otra mujer-. Me da miedo pensar en lo que podría haber pasado -añadió para distraerse-. De verdad que no sabía que el matrimonio fuese real. Si hubiera ido en serio con alguien y hubiésemos querido casarnos…

– Me habría puesto en contacto contigo para hacerte saber que seguías casada.

– ¿Y cómo ibas a saber tú si estaba con otra persona?

El la miró sin responder, y ella lo supo.

– Me has estado siguiendo, ¿verdad?

– Al principio recibía informes mensuales -admitió él-. Y después cada año. Eres mi mujer. Es mi deber vigilarte.

Emma hizo sus cálculos. Como Reyhan no había sabido nada de su trabajo, el último informe debió de recibirlo antes del último verano, después de que ella se graduara pero antes de que empezara a trabajar en el hospital.

– Si hubiera sabido que seguíamos casados, me habría puesto en contacto contigo -dijo ella-. No tiene sentido estar casados y separados… -se interrumpió al darse cuenta de cómo sonaba eso-. Y no estoy insinuando que deberíamos haber estado juntos.

– Lo comprendo. Por eso el divorcio es lo más sensato.

– En efecto. Aunque me pregunto qué habrá pasado si yo hubiera sabido que volviste a por mí. ¿Me habrías traído aquí?

– Por supuesto. Siendo mi mujer, tu lugar está a mi lado.

– ¿Y mis estudios? Aquí no habría podido ir a la universidad.

– ¿Debemos discutir lo que nunca sucedió?

– Probablemente no.

Pero todo habría sido diferente, añadió para sí misma. Habrían tenido hijos. Ella siempre había querido tener hijos. Y con Reyhan como padre, éstos habrían sido más fuertes que ella. Más capaces de valerse por sí mismos.

Pero ¿habría podido hacerlo ella feliz? ¿Su matrimonio habría florecido o habría perdido ella su juventud con tal de ganarse el afecto de Reyhan? ¿La habría amado él, aunque sólo fuera un poco?

– Reyhan…

Pronunció su nombre y se calló, sin saber qué decir o qué preguntar.

– Para -ordenó él, mirándola con ojos entornados.

– ¿Qué?

El pecho se le contrajo y le costó respirar. Su cuerpo temblaba de arriba abajo, tenía la boca seca y un cosquilleo le recorría los dedos.

Y entonces, sin comprender cómo había llegado ahí, estuvo entre los brazos de Reyhan. El la abrazó fuertemente, posesivamente, y ella se deleitó en pertenecerle aunque sólo fuera por aquel momento singular.

En menos de un segundo la boca de Reyhan había invadido la suya, reclamándola.

Emma separó los labios al instante. Lo deseaba, y necesitaba provocarle el mismo deseo a él. Una ola de calor líquido empezó a recorrerle el pecho y a concentrarse entre los muslos. Al primer contacto de la lengua de Reyhan contra la suya, cerró los ojos. Al siguiente, contuvo un gemido de satisfacción. La pasión fluía por sus venas, haciéndola retorcerse más contra él.

Ella lo tocó en los hombros y los brazos, y luego pasó las manos por su musculosa espalda. Los dedos de Reyhan se entrelazaron en su pelo. Sus lenguas se unieron en un baile circular, antes de que él la apartara ligeramente y la besara en la mandíbula.

Fue subiendo hacia la oreja, donde atrapó el lóbulo entre los dientes y succionó suavemente. Emma ahogó un gemido. Él bajó las manos hasta sus caderas y luego las llevó hasta sus nalgas. Apretó sus curvas y la presionó fuertemente contra él. Cuando la parte inferior de sus cuerpos entró en contacto, ella sintió un bulto. Una alegría salvaje la abrasó por dentro. Reyhan estaba excitado. Ella lo excitaba tanto como él a ella. Aquel pensamiento la estremeció, pero entonces él empezó a lamerle la piel sensible bajo la oreja y ya no pudo seguir pensando en nada más.

El calor la consumía por todas partes. Los dedos y el cuerpo de Reyhan quemaban al tacto. Emma quería despojarlo de la ropa y desnudarse ella misma. La espaciosa sala y los suelos de mármol no ofrecían ni intimidad ni comodidad, pero no le importaba.

Susurró su nombre, y cuando la boca de Reyhan volvió a reclamar la suya, fue ella quien le pasó la lengua por el labio inferior, antes de deslizarse en el interior.

Reyhan sabía a café, con una vaga dulzura que ella no pudo identificar. Seguían presionados el uno contra el otro, y él empezó a frotar la erección contra su vientre. Ella deseó ponerse de puntillas para que el roce fuera… allí.

Una de las manos de Reyhan se desplazó desde el trasero hasta la cadera, y empezó a subir. Los pechos de Emma se hincharon, esperando recibir su tacto. Ella le echó los brazos al cuello y se aferró a él para no caer desplomada cuando la mano llegara a su destino. Ésta se acercaba más y más, hasta que ella casi le suplicó que se apresurara. Al fin le tomó el pecho derecho y le acarició el pezón endurecido con el pulgar. Un intenso placer la recorrió como un rayo. Jadeó y le mordisqueó el labio inferior mientras seguía acariciándola. Podía sentir cómo aumentaba la tensión entre sus muslos, la humedad de sus braguitas y el temblor de sus piernas.

Y entonces el contacto se interrumpió bruscamente. Reyhan retrocedió y la miró a los ojos. Respiraba agitadamente. La pasión ardía en su mirada y endurecía las líneas de su rostro. Ella no tuvo el valor de bajar la mirada para comprobarlo, pero sabía que la deseaba.

Permanecieron mirándose el uno al otro durante lo que pareció una eternidad. Emma deseaba saber qué decir, o cómo preguntarle por qué se había detenido cuando era obvio que ambos deseaban lo mismo. Pero en su vida nada la había preparado para una reacción semejante, así que no pudo encontrar las palabras.

– Tengo que volver a mi despacho -dijo finalmente Reyhan-. Encontrarás el camino de vuelta a tus aposentos.

Era una afirmación, no una pregunta, y Emma no supo si podía hablar, y menos discutir. Lo vio alejarse y entonces se apoyó en una columna hasta que el corazón recuperó su ritmo normal.

No entendía lo que le pasaba con Reyhan. No lo había visto en años. ¿Por qué la afectaba tanto? ¿Y por qué tenía que ser el único hombre que le despertaba aquel deseo tan increíblemente apasionado?

– Demasiadas preguntas -susurró cuando recuperó finalmente la respiración-. Y ninguna respuesta.

Sólo un hombre que la hacía arder en llamas y un reloj recordándole que pronto llegaría el momento de marcharse.


Reyhan no volvió a su despacho enseguida, sino que estuvo un rato caminando por el extremo opuesto del palacio, intentando apagar la pasión que su deseo por Emma había generado.

Nada había cambiado. Emma seguía teniendo el poder de debilitarlo con tan sólo una mirada. Y cuando lo tocaba… Reyhan sería capaz de conseguir la luna si ella se lo pidiera.

No podía hacerle ver cuánto lo afectaba. Se detuvo junto a una ventana y contempló la vista, inquieto. Debía controlar aquello, se dijo a sí mismo. Y lo haría.

En unos días ella se habría ido y podría respirar aliviado. Pero en vez de impaciencia, lo que sentía al pensar en su ausencia sólo era dolor. Y ese dolor cada vez era más agudo.

Había tenido la esperanza de que, después de tanto tiempo, podría enfrentarse con ella sin temor a su propia reacción. Pero se había equivocado. Peor aún, ella le respondía con los deseos de una mujer experimentada. Ya no era la cría asustadiza con la que se había casado.

¿Quién le había enseñado a besar así?, se preguntó, malhumorado. ¿Qué hombre había instruido a la mujer que le pertenecía a él y a nadie más? La pasión se fundió con la ira mientras apretaba los puños. Si se encontrara con aquel hombre, lo destrozaría.

¡No! Control. Tenía que recuperar el control. Emma podía darle color a su mundo, pero era peligrosa. Era mejor vivir en tonalidades grises que arriesgarlo todo.

Sólo unos días más. Entonces ella se marcharía y él sería libre.

Загрузка...