Capítulo 8

Reyhan se dijo que tenía que marcharse, salir de la habitación antes de que despertara. Por mucho que la deseara, no podía tenerla. Ni ahora ni nunca. Pero no podía moverse. La pasión era demasiado fuerte. Lo único que podía hacer era quedarse allí, sin moverse, admirando su belleza.

Debió de emitir algún sonido, o quizá ella presintió su presencia, porque Emma se movió y abrió los ojos.

– ¿Reyhan? -preguntó con voz somnolienta. Se apartó el pelo de la cara y se apoyó sobre un codo-. ¿Qué hora es? -miró el reloj y luego a él-. Sólo llevo dormida un par de minutos, creo -parpadeó unas cuantas veces-. Espera… ¿Qué estás haciendo aquí?

– Es mi habitación.

– ¿Qué? -miró a su alrededor-. ¡Oh! Sí, claro. Yo… Estaba cenando con el rey y tu familia cuando alguien informó de que una tubería había reventado en mi habitación. El rey dijo que tenía que dormir en otra parte, y resultó ser aquí. Me pareció extraño, pero era tarde y pensé en quedarme aquí hasta mañana. No sabía que volverías esta noche.

Pues claro que no lo sabía. Él no le había dicho cuándo regresaría. Pero sí se lo había dicho a su padre, quien parecía haberlo dispuesto todo para que él se encontrara a Emma durmiendo en su cama. Y por mucha curiosidad que sintiera sobre las razones que había tenido su padre, lo preocupaba más la tentación. Tenía que salir de allí antes de que dijera o hiciera alguna estupidez. Antes de sucumbir al deseo que lo consumía.

– Lo siento -dijo ella, sentándose y abrazándose las rodillas-. Debería haber dicho algo enseguida. Puedo irme a buscar otro sitio donde dormir.

Empezó a levantarse y Reyhan vio un atisbo de tejido semitransparente y sensuales curvas.

– No -dijo, volviéndose hacia las puertas del balcón-. Quédate aquí. Me iré yo.

– Pero es tu habitación.

– Esta noche es la tuya.

Esa noche y siempre, pensó, sabiendo que nunca olvidaría haberla visto allí.

– ¿Cómo fueron tus reuniones? -preguntó ella.

– Bien.

– ¿Realmente tenías que irte, o sólo estabas evitándome?

La pregunta, suavemente formulada, lo sorprendió. La Emma que él recordaba jamás había sido tan atrevida. Volvió a mirarla y la vio con las piernas cruzadas, con la vista fija en las sábanas.

– Te estaba evitando, pero no lo por que tú crees.

Ella levantó el rostro y lo miró con ojos muy abiertos.

– No te entiendo.

Tal vez fuera la noche. Tal vez el dolor que creía en su interior. Tal vez la dulzura del aire, una fragancia que sólo podía provenir de Emma. Tal vez fuera locura. Fuese cual fuese la razón, Reyhan decidió decirle la verdad.

– No puedo estar cerca de ti sin desearte. Y en vez de ceder al deseo, me fui.

La suave luz de la luna no permitía ver mucho, pero imaginó que Emma se había ruborizado. Ella tragó saliva y se encogió de hombros.

– Oh. Yo… -se aclaró la garganta-. Te refieres al sexo.

Su comprensión casi lo hizo sonreír, aunque no supo si Emma intentaba fingir despreocupación o si realmente no la sorprendía su admisión. ¿Qué había aprendido en esos seis años y quién había sido su maestro?

– Prefiero referirme a ello como hacer el amor, pero sí.

Ella se puso un mechón tras la oreja.

– Supongo que es algo propio de los hombres. Nunca lo entenderé.

– ¿Tus amantes no te dieron suficiente placer? – preguntó él, intentando no reaccionar ante sus palabras.

– Procuro evitar eso de tener a un hombre en mi cama -dijo ella arrugando la nariz-. No es mi estilo.

Dos pensamientos contradictorios invadieron a Reyhan, provocándole sensaciones muy diferentes. La primera era de placer y alivio por saber que Emma no había estado con nadie más. Por saber que seguía siendo solamente suya. La segunda era su orgullo herido por no haberla complacido sexualmente cuando habían estado juntos. Ahora sabía que había estado tan obsesionado con su propio placer que no se había preocupado en satisfacerle.

– No es culpa tuya -dijo ella, interrumpiendo su lucha interna-. Yo era demasiado joven. Pasamos muy rápidamente de un simple beso a… bueno, ya sabes. Tenías razón en lo que me dijiste. Yo quería una seducción romántica, con besos y regalos.

Fue un golpe demasiado duro para Reyhan. Se obligó a sí mismo a controlarse y se sentó en la silla próxima a la cama.

– Eras virgen. La culpa es mía. Yo era joven y estaba ansioso por tomar a mi novia.

– Sí, bueno, eso suele pasar -murmuró ella, ladeando la cabeza.

– No tendría que haber pasado de esa manera. Las mujeres con las que había estado hasta entonces habían sido mayores y más experimentadas que yo. Eran las maestras y yo el alumno. Contigo… -apretó los dientes-. Debería haber sido más paciente y comprensivo. Debería haberte seducido con besos y caricias. Y sólo debería haberte tomado cuando tú suplicaras más.

Un estremecimiento sacudió a Emma.

– Eso suena muy bien -susurró.

El ligero temblor de su voz le dijo a Reyhan que sus palabras la habían afectado, después de todo. Aquella certeza casi lo hizo levantarse de un salto e ir hacia la cama. ¿Qué pasaría si se acostara junto a Emma? ¿Se lo permitiría ella? ¿Lo desearía?

¡No! No podía hacerlo. Sabía cuál era el precio por volver a estar con ella. Un único momento de placer exquisito seguido por toda una vida deseando lo imposible.

Se obligó a levantarse pero sin acercarse a la cama.

– Buenas noches, Emma -dijo mientras se volvía-.Que duermas bien.

– Reyhan, espera.

El crujido de las sábanas le dijo que se había levantado de la cama. Sus pisadas no se oían en la gruesa alfombra, pero podía sentir cómo se aproximaba por detrás.

La sangre le hirvió en las venas y su erección palpitó dolorosamente. Era más de lo que podía soportar, y sin embargo no se giró. No lo haría, por mucho que le costara resistir.

– Cuando me besaste… fue diferente -susurró ella.

Reyhan pensó en la pasión con que Emma se había aferrado a él. En cómo encajaban a la perfección. Y en cómo se había forzado a apartarse.

– Fue diferente -corroboró. -Ya no soy una cría.

Cinco palabras… una invitación al paraíso. Reyhan casi temía creerlas.

Pero tomarla ahora, hacerle el amor, sería un desastre. ¿Cómo podría después dejarla marchar? ¿Cómo podría casarse con otra mujer por la que no sintiera nada?

Sin pensar, se dio la vuelta lentamente y la miró. Estaba a un metro de distancia, vestida únicamente con un camisón de seda diáfana que acariciaba sus curvas. Su largo cabello rojizo le caía sobre los hombros, y los extremos rizados descansaban sobre sus pechos. Los ojos le brillaban, tenía los labios entreabiertos y su respiración era agitada.

Reyhan se dijo que podía resistir, pero entonces ella se acercó, se puso de puntillas y le dio un beso en la boca.

La presión suave, casi casta, lo desarmó por completo. Fue como si la bestia salvaje que llevara en su interior se hubiera desatado para lanzarse a la caza de su presa. Agarró a Emma y la apretó contra él. Quería tocarla por todas partes a la vez. Inclinó la cabeza y le pasó la lengua por el labio inferior. Ella abrió la boca para recibirlo y él empezó a explorar ávidamente su interior, mientras le subía el camisón con la mano izquierda y con la derecha le acariciaba la piel desnuda de las caderas. Ella se estremeció y lo rodeó con los brazos, y él frotó la erección contra su vientre, haciéndola gemir.

Dejó caer el camisón hasta los tobillos y llevó las manos hasta sus hombros. Los finos tirantes se deslizaron fácilmente. La besó en la mandíbula y bajó por el cuello, saboreando, lamiendo, succionando, mordiéndole la piel.

La seda del sujetador se aferraba a sus pechos, pero un rápido tirón bastó para quitarla de en medio. Emma quedó desnuda ante él.

Debatiéndose entre la admiración y la necesidad de tocar, Reyhan se agachó y le atrapó un pezón con la boca. Movió la lengua alrededor de la punta endurecida y ella jadeó de placer mientras le entrelazaba las manos en el pelo.

– Reyhan -susurró-. Es maravilloso…

Sus palabras fueron como un chorro de agua helada. La realidad lo golpeó de lleno al darse cuenta de lo que estaba haciendo. La estaba poseyendo como si fuera un salvaje. Ni siquiera estaban en la cama, y él seguía vestido. ¿Acaso no había aprendido nada?

Maldijo en voz baja y se irguió, dejando los pezones de Emma mojados y duros como guijarros. A ella no parecía importarle estar desnuda… siempre que él la tocara.

– Lo siento.

Ella lo miró a los ojos y la boca.

– ¿Por qué? Me ha gustado.

– Me alegro de que te guste -dijo él con una media sonrisa-. Pero mi intención era seducirte, no tomarte.

– Pero me gusta que me tomes. De verdad que sí.

– Eso es porque no has sido seducida. Ven y te enseñaré la diferencia.

La condujo a la cama y la hizo tumbarse. Mientras ella se ponía cómoda, él se desvistió rápidamente, quedándose en ropa interior, que no hacía nada por ocultar su erección. Pero el interés de Emma en su bulto prominente se esfumó cuando él se deslizó junto a ella y la estrechó entre sus brazos.

– Eres tan hermosa… -le susurró al oído, antes de mordisquearle suavemente el lóbulo-. Tan suave… – la besó en la oreja y el cuello, mientras con una mano le acariciaba el vientre-. El olor de tu piel me vuelve loco. Quiero estar dentro de ti. Llenarte lentamente, hasta que el placer te haga gritar de delicia.

¿Gritar? Emma no se imaginaba gritando, pero dadas las circunstancias estaba dispuesta a intentarlo. Sólo el tacto de su mano en el vientre le hacía querer retorcerse.

– El color de tus pezones -siguió él-. Es como un melocotón maduro. Abre los ojos.

Emma obedeció y vio a Reyhan inclinado sobre sus pechos. Mientras observaba, él le tocó la punta del pezón izquierdo con el extremo de la lengua. La combinación visual y táctil fue la experiencia más erótica de su vida. Soltó un grito ahogado de placer.

Entonces él se introdujo el pezón en la boca y empezó a succionar suavemente, al tiempo que su mano se deslizaba hacia los rizos de la entrepierna. Emma se arqueó y separó las piernas, conteniendo la respiración mientas él le frotaba su centro de placer.

Nunca había sentido nada igual, pensó a medida que la tensión inundaba su cuerpo. Cada fibra de su ser vibraba de deseo. Cuando los dedos de Reyhan se movieron y encontraron el punto exacto, casi saltó de la cama.

– Reyhan -gritó con voz ahogada-. No te pares.

Y él no se detuvo. Siguió tocándola, acariciándola en círculos mientras con la boca adoraba sus pechos. El intenso placer dejó a Emma con la mente en blanco, los miembros fláccidos y la respiración entrecortada.

No podía saciarse de él. Quería estar más desnuda, más expuesta, más íntima. Su deseo fue cumplido cuando él cambió de postura y se arrodilló entre sus piernas. Cuando empezó a besarla en el vientre, una parte de Emma sospechó lo que estaba a punto de hacer, pero otra parte no podía creérselo. Lo había oído, lo había leído, pero él nunca…

Reyhan la besó entre las piernas. Un beso con la boca abierta que la hizo temblar violentamente. La tensión explotó en su interior y todos los músculos se le contrajeron. Él volvió a encontrar el punto exacto y lo lamió una y otra vez, hasta que ella no pudo hacer más que clavar los talones en el colchón y aferrarse a las sábanas. Movió la cabeza de un lado para otro, frenética, y soltó todo el aire que había estado conteniendo cuando la liberación la sacudió.

Nunca había imaginado que pudiera existir tanto placer, pensó vagamente mientras su cuerpo se relajaba poco a poco. Que pudiera sentirse tan bien, tan completa, tan… todo.

Reyhan la siguió tocando hasta que el último temblor del clímax abandonó su cuerpo. Entonces ella abrió los ojos y lo miró.

– No puedo creer que hayas hecho eso.

– Ha sido mejor que antes -dijo él con una sonrisa.

– Ha sido un milagro. Nunca había… ya sabes.

– Sí, lo sé.

Se sentó y se quitó los calzoncillos. Emma apenas tuvo tiempo para ver su erección antes de que él se colocara entre sus piernas y le besara los pechos. Sintió cómo volvía a recorrerla un estremecimiento delicioso. De repente se le abrían más posibilidades de las que nunca había soñado. Deseaba a Reyhan dentro de ella.

– Sí -susurró cuando él la miró-. Te quiero dentro de mí -y sin pensárselo más, le agarró el miembro y lo guió hacia su interior.

Al instante se sintió plena, colmada, y aun así necesitaba más. El la abrazó y la mantuvo fuertemente presionada contra su cuerpo.

– Más -exclamó ella-. Tómame. Oh, Reyhan, sí. Reyhan aceleró el ritmo. Dentro y fuera. Dentro y fuera. La tensión volvió a aumentar a una velocidad vertiginosa. Emma no podía pensar en nada salvo en lo que estaban haciendo. Y entonces su cuerpo se convulsionó en otra gloriosa liberación y él la subió de golpe al cielo. Y cuando ya creía que no podía haber nada más, él se estremeció violentamente al tiempo que gritaba su nombre.

Más tarde, cuando la luna se había ocultado y los dos estaban desnudos bajo las sábanas, Emma apoyó la cabeza en el hombro de Reyhan. Lo sintió cálido y relajado junto a ella. Había temido que las cosas pudieran ser incómodas entre ellos, pero él lo había hecho todo muy fácil y natural, simplemente abrazándola.

Como si no quisiera dejarla marchar y aquél fuera su sitio…


Emma se despertó al recibir la luz de un día soleado y con la sensación de que podía volar. Quería reír y cantar de alegría, y frotó la mano contra las sábanas que había ocupado Reyhan, antes de levantarse. Estaba desnuda, pero no había nadie que la viera.

– Y esta noche más -se dijo a sí misma, pletórica e impaciente por volver a hacerlo.

Mientras estaba bajo la ducha, se le ocurrió que aún quedaba mucho para la noche y que tal vez Reyhan estuviese libre a la hora de comer. Podrían hacerlo en la gran mesa de su despacho. La superficie sería un poco dura, pero el espacio era amplio…

Cuarenta minutos después, estaba caminando por los pasillos del palacio. Encontró las oficinas de Reyhan sin mucha dificultad y le sonrió al hombre del mostrador.

– Princesa Emma -la saludó, poniéndose en pie-. Le comunicaré a su marido que está aquí.

– Gracias.

Siguió sonriendo a nadie en particular y entró flotando en el despacho de Reyhan. Este levantó el teléfono cuando la vio.

– ¿Hay algún problema? -le preguntó, en tono severo y distante.

– No, claro que no -respondió ella. Se detuvo y esperó.

Reyhan la miró. Un tenso silencio inundó la habitación, tan sólo interrumpido por el tictac del carillón.

Emma sintió cómo se desvanecía parte de su felicidad, y entonces pensó que tal vez Reyhan se lamentaba de lo ocurrido.

Tras unos segundos, él se levantó y rodeó el escritorio.

– Estoy muy ocupado, Emma. ¿Necesitas algo?

Hablaba con frialdad, como si se dirigiera a una secretaria incompetente. Emma dio un paso hacia atrás, sintiendo cómo se le hacía un nudo en el pecho.

– Pensaba que… -tragó saliva-. Yo sólo…

Le parecía imposible contarle la fantasía sexual sobre la hora de la comida y el escritorio. ¿Quién era aquel desconocido? ¿Dónde estaba el hombre apasionado de la noche anterior? ¿Qué había pasado?

Él aguardó, observándola en silencio. Ella recordó que había intentado abandonar el dormitorio y que había sido ella la que se lo había impedido. ¿Lo había retenido contra su voluntad? ¿No había querido él hacer el amor? ¿Lo había hecho por obligación?

Los ojos empezaron a escocerle, pero se negó a ceder ante las lágrimas. Era una mujer adulta y sabía lo que estaba haciendo al invitarlo a su cama. Había deseado hacer el amor con él. Y si tenía que afrontar las consecuencias, lo haría.

Levantó el mentón con orgullo y lo miró a los ojos. Tal vez aquél fuera el momento para conseguir respuestas.

– ¿Por qué te casaste conmigo? -le preguntó-. Y cuando decidiste regresar a Bahania, ¿por qué seguiste casado conmigo? No creo que fuera porque temías contárselo a tu padre. No le tienes miedo a nada ni a nadie.

– No importa.

– Tal vez no te importe a ti, pero yo quiero saber lo que está pasando. Desapareciste de mi vida durante años, y luego me traes aquí y te comportas como un anfitrión encantador, para luego desaparecer de repente y volver anoche y…

Unos golpes en la puerta interrumpieron su furiosa diatriba.

– Adelante -exclamó Reyhan con el ceño fruncido.

Su ayudante entró en el despacho.

– Siento interrumpir, señor, pero el rey quiere verlos a la princesa Emma y a usted enseguida. Parece que los padres de la princesa han llegado a palacio.


– No pueden estar aquí -murmuró Emma mientras caminaba junto a Reyhan por el laberinto de pasillos-. No les gusta volar. Ni siquiera quieren que yo tome un avión. Íbamos en coche a todas partes.

Pero allí estaban. Al entrar en un inmenso salón, vio a sus padres junto al rey, todos guardando un silencio obviamente incómodo.

Antes de que la vieran, aprovechó para observarlos. Su madre era pequeña y un poco encorvada, con unos espesos cabellos más grisáceos que rojizos. Su padre era mucho más alto y delgado. Ambos parecían viejos, frágiles y fuera de lugar. Emma había vivido siempre con el temor a desafiarlos y cuestionar sus reglas. Su único acto de rebelión había sido enamorarse de Reyhan y fugarse con él, y ya había pagado por eso. Ahora veía que sólo eran personas. Personas mayores, fuera de su elemento, y que estaba preocupados por ella. Habían actuado por amor, aunque erróneamente.

– ¡Emma! -exclamó su madre al verla. Sus padres corrieron hacia ella y la abrazaron efusivamente. Reyhan se apartó.

– ¿Estás bien? -le preguntó su padre-. ¿Te han hecho daño?

– ¿Qué? Estoy perfectamente. Todos me han tratado muy bien.

– No deberías haberte ido de Dallas -dijo su madre-. Sabes que no eres fuerte. Una situación como ésta te confunde.

– Yo creo que descubrir que eres una princesa confundiría a cualquiera -dijo Emma.

Intentó separarse, pero sus padres la sujetaron con fuerza y se volvieron hacia el rey.

– Hemos presentado una queja oficial al Departamento de Estado por el secuestro de nuestra hija – dijo su padre.

– No, papá. No me han secuestrado. Estoy aquí como invitada del rey para solucionar mi matrimonio con Reyhan. Estáis exagerando.

– ¿Exagerando? -repitió él, perplejo-. Desapareces de repente y nos mientes sobre tu paradero. Por lo que nosotros sabemos, te han lavado el cerebro.

Por el rabillo del ojo Emma vio que Reyhan daba un paso adelante. La indignación se reflejaba en su rostro.

– Nadie me ha lavado el cerebro -protestó ella.

– Como marido de su hija, es mi deber cuidar de ella -dijo Reyhan rígidamente-. Les aseguro que su bienestar y seguridad son mis principales preocupaciones.

– No me hables de preocupaciones -espetó su madre-. Tú eres la razón de que esté aquí. Si no te la hubieras llevado aquella vez, nada de esto habría pasado. Sólo era una niña.

– Tenía dieciocho años -le recordó Emma-. Y lo amaba.

– No sabes lo que es el amor -replicó su madre, sin dejar de mirar furiosa a Reyhan.

– La sedujiste y luego te largaste -añadió su padre-. ¿Qué clase de preocupación es ésa?

– Intenté contactar con ella en varias ocasiones – dijo Reyhan-. Fuisteis vosotros los que me impedisteis acercarme.

– Y menos mal que lo hicimos. ¿Quién sabe lo que hubiera pasado si no?

Que ella se habría ido a Bahania, pensó Emma. Que habría sido la mujer de Reyhan y habrían tenido hijos.

– Con esto no vamos a conseguir nada -le dijo a sus padres-. Me casé con Reyhan y ahora tenemos que solucionarlo. No quiero que os entrometáis. Ya os interpusisteis una vez entre nosotros. No quiero que vuelva a pasar.

– Dijiste que venías para divorciarte -dijo su madre.

– Sí, pero…

– Y no hay nada que te lo impida, ¿verdad?

– No, pero…

– Nos llevaremos a nuestra hija esta tarde -la interrumpió su madre-. Que alguien vaya haciendo su equipaje.

– No voy a marcharme -dijo Emma-. Aún no.

– ¿Por qué no? -Preguntó su padre-. No puedes estar pensando en…

– Silencio -ordenó el rey.

Su voz no era especialmente poderosa, pero algo en su tono captó la atención de todos.

– Son ustedes mis invitados de honor por todo el tiempo que deseen permanecer en Bahania -les dijo a los padres de Emma con una sonrisa-. O pueden irse cuando quieran, igual que su hija.

Aquello sorprendió a Emma. Y también Reyhan pareció desconcertarse.

– El divorcio -dijo él.

– Eso es un asunto aparte -respondió el monarca.

Emma sintió que el pánico atenazaba su corazón. De repente no quería oír lo que el rey tenía que decir. ¿Estaba dispuesto a conceder el divorcio unos días antes? Parecía lo más sensato, pero Emma no quería que lo hiciera. Las cosas estaban demasiado confusas entre Reyhan y ella. Necesitaba entender lo que había significado la otra noche y por qué él estaba tan frío aquella mañana. Y quería saber lo que significaban esas violentas palpitaciones cuando él estaba cerca. ¿Sería sólo atracción sexual o era algo más?

Tiempo. Necesitaba tiempo.

El rey la miró y fue como si pudiera leer su mente. Sus ojos parecían decirle que todo saldría bien. Que confiara en él. Ella respiró hondo e intentó relajarse.

– A pesar del interés de Reyhan por divorciarse, no estoy seguro de que sea la opción adecuada -dijo el rey.

– ¡No!-protestó su madre.

– Esto es un escándalo -dijo su padre.

Reyhan permaneció en silencio, y Emma sólo pudo sentir alivio.

– Es mi decisión que Reyhan y Emma vuelvan a conocerse el uno al otro. Algo los juntó y los impulsó a casarse. ¿Fue pasión juvenil o amor verdadero? Sólo el tiempo lo dirá. Por tanto, deben pasar dos meses en mutua compañía. Ni un día ni una noche separados. Al cabo de ese tiempo, volveremos a hablar. Si aún quieren divorciarse, contarán con mi aprobación y será como si el matrimonio nunca hubiera existido.

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