19.-

El día de Navidad la señora Boslicki preparó otro pavo para sus huéspedes y esta vez Steve cenó con ellos. Tenía un montón de historias divertidas que contar y les hizo reír mucho. Y luego todos intercambiaron pequeños regalos. Arrepentid de no tener nada par Steve, el día anterior Gabriella le había comprado un frasco de loción para el afeitado. El muchacho se mostró encantado con el regalo.

Y el profesor Thomas estaba loco de alegría con los libros. No podía creer que Gabriella los hubiera encontrado, y ella le contó que así era como había conseguido su nuevo trabajo. Todo resultaba increíblemente providencial, incluso el haber conocido a Steve. Esa noche Gabriella charló con él largo y tendido. No obstante, también habló mucho rato con el profesor, y como siempre, perdió al dominó. Tras la primera partida, el anciano invitó a Steve jugar.

A Gabriella le preocupaba que el profesor siguiera tosiendo. La señora Boslicki le hizo beber té con limón. El anciano añadió un chorro de brandy a la infusión y ofreció un vaso a Steve, que aceptó encantado y aseguró que de no ser por ellos ésta habría sido la peor Navidad de su vida. Y mientras lo decía miró fijamente a Gabriella.

Esa noche la acompañó a su habitación y se quedaron un rato hablando en la puerta. Pese a su apurada situación económica, Steve había hecho buenos regalos a todos, incluida una preciosa agenda de piel para Gabriella y una bonita bufanda para el profesor.

– Los huéspedes de esta casa están empezando a ser como una familia para mí -dijo Steve, y Gabriella le comprendió perfectamente. Ella sentía lo mismo.

Hablaron de su nuevo trabajo y de sus relatos y dejaron a un lado el pasado. Durante la cena, no obstante, Gabriella había echado de menos a las hermanas del convento, y de pronto se descubrió pensando que le habría gustado tener una foto de Joe. No tenía ninguna, y ahora le aterraba la idea de olvidar su cara, sus ojos, su sonrisa. También se descubrió pensando en el partido de béisbol que Joe había organizado el 4 de Julio, y sonrió al recordar algo que él habí dicho. Joe todavía aparecía bastante en sus pensamientos y Steve lo percibía. No quería presionarla, pero le encantaba estar con ella y esa noche, antes de dejarla, le acarició suavemente la cara. Una vez a solas en el curto, Gabriella se preocupó. Aún era pronto para tener otra relación. Ni siquiera sabía si podría tenerla algún día, y Steve era muy diferente de Joe. Era un hombre de mundo, un ejecutivo, y carecía de la inocencia y la magia de Joe. Aún así, era agradable y estaba vivo y con ella. Joe la había abandonado. Había tomado el camino fácil porque no había sido valiente como par luchar por ella. Gabriella ya no podía negarlo.

El día después de Navidad Steve llamó a su puerta. Había salido a dar un paseo y le traía una taza de chocolate caliente. Gabriella apreciaba ahora sus atenciones y él se sorprendió de verla escribiendo.

– ¿Puedo leer algo? -preguntó.

Ella le tendió dos relatos. Steve se quedó muy impresionado y ella se alegró. Hablaron durante un rato y luego salieron a dar un paseo. Hacía mucho frío y parecía que iba a nevar. Y a la mañana siguiente la ciudad amaneció cubierta de un manto blanco, y Gabriella y Steve salieron a la calle a tirarse bolas de nieve. Él dijo que le traía recuerdos de su infancia, pero ella calló. Todavía no estaba preparada para compartir esa parte de su vida. Con todo, lo pasaron bien y al regresar a casa Steve le confió que su situación económica le tenía muy preocupado. Estaba enviando dinero a su madre y si no encontraba pronto un trabajo tendría que volver a Des Moines o mudarse a un alojamiento más barato, quizá en el West Side. Horrorizada ante la idea, Gabriella se dijo que con la publicación de su relato en el New Yorker iba a tener más dinero del previsto. Podía prestarle algo hasta que las cosas le fueran mejor, pero no sabía cómo sacar el tema sin ofenderle. Y después de mucho sufrimiento, finalmente lo soltó y Steve se lo agradeció con lágrima en los ojos. Gabriella se ofreció a pagarle el alquiler de enero. Podía considerarlo como un préstamo y devolvérselo cuando su situación económica mejorara.

A la mañana siguiente Gabbie entregó el dinero a la señora Boslicki.

– De modo que ahora le mantienes -dijo enarcando una ceja-. ¿De dónde ha sacado tanta suerte ese pobre chico?

No quería que nadie se aprovechara de Gabriella, ni siquiera un muchacho tan agradable como Steve Porter. Después de todo, dijo a la señora Rosenstein más tarde, ¿qué sabían de él? Únicamente que recibía muchas llamadas telefónicas. Gabbie le explicó que sólo era un préstamo y únicamente por este mes.

– Eso espero -dijo la señora Boslicki.

Le gustaba que sus inquilinos le pagaran puntualmente el alquiler, pero cada uno el suyo.

Gabbie explicó al profesor Thomas lo que había hecho y a éste le pareció bien. En su opinión el muchacho era de confianza y se alegraba de verlos cada vez más unidos.

La noche de Fin de Año Steve la invitó a ir al cine. Era su primer Fin de Año fuera del convento y aunque al principio tuvo sus dudas, finalmente aceptó. Fueron a ver la última película de James Bond y ambos salieron muy contentos del cine. Después comieron salchichas y llegaron a casa a tiempo de ver por televisión la cuenta atrás desde Times Square y Gabriella espiró aliviada, cuando al dar la medianoche, Steve no intentó besarla. En lugar de eso, habló de su prometida y luego la acompañó a su cuarto, feliz simplemente de estar con ella. Pero una vez en la puerta la miró a los ojos y la atrajo lentamente hacia sí. Gabriella hubiera podido detenerle, y quiso hacerlo, pero su irresistible mirada le hizo desear lo contrario. Entonces Steve la besó. Gabriella intentó aparar el recuerdo de Joe de su mente y le avergonzó el intenso fervor con que respondía a la pasión de Steve. Volvieron a besarse y esta vez Gabbie notó que la arrastraba hacia el interior del cuarto y cerraba la puerta. Steve tenía algo que la hipnotizaba. En ese momento notó su mano en la blusa y haciendo un gran esfuerzo, le detuvo.

– No creo que debamos hacer esto -susurró Gabriella con voz ronca.

– Yo tampoco -susurró él a su vez-, pero no puedo parar.

Parecía un chiquillo y estaba tremendamente atractivo, y era mucho más apasionado de lo que Gabriella había imaginado. Volvió besarla y ella se dio cuenta de que le deseaba, y le abrió la camisa mientras él le desabrochaba el sujetador, le acariciaba los pechos y se inclinaba para besarle los pezones. Gabriella quería pedirle que se detuviera, pero no podía. Y cuando al final logró apartarse de él, ambos estaban a medio vestir y jadeando de deseo. Gabriella parecía asustada.

– Steve, no quiero hacer nada que más tarde podamos lamentar -dijo al fin, consciente de que si no le detenía ahora nunca lo haría.

Eran personas adultas, no tenían que dar cuenta de sus actos a nadie y ambos habían perdido a seres muy queridos. Las heridas estaban aún abiertas y los nervios mellados.

– Jamás me lamentaría de nada de lo que pudiera hacer contigo -susurró él-. Gabbie, te quiero.

Más ella no podía decir lo mismo. Todavía amaba a Joe, pero las manos de Steve eran maravillosas. Una parte de ella quería que se marchara, otra no. Deseaba acostarse con él, y por una vez, no estar sola. Era Fin de Año y no quería pensar en nada salvo el presente.

– Gabbie, deja que me quede contigo. No quiero volver a mi cuarto. Estoy tan solo allí… Te prometo que no haré nada que no quieras hacer.

Gabriella titubeó mientras le miraba y sentía lo mismo que él. No quería quedarse sola con sus recuerdos. Además, podían pasar la noche juntos sin hacer nada de lo que pudieran arrepentirse más tarde.

Finalmente asintió y se subió a la cama con la blusa y las medias puestas. Él se dejó la camisa y los calzoncillos, y cuando se abrazaron, Gabriella lo sintió de forma muy diferente. No experimentaba la misma profundidad que con Joe. No quería a Steve, mas era un hombre amable y se preguntó si con el tiempo llegaría a amarle. La posibilidad existía, y cuando él le acarició el cabello y le susurró cosas al oído, Gabriella se sintió segura, lo cual era muy importante para ella. Ambos estaban muy solos.

Hablaron a oscuras largo y tendido y a final Gabriella empezó a dormirse entre sus brazos. Se sentía muy a gusto con él en la cama.

– Feliz Año Nuevo, Steve -susurró.

Estaba a punto de dormirse cuando de repente le notó. Steve se hallaba tumbado a su lado, como al principio, pero la camisa y los calzoncillos habían desaparecido y le estaba bajando lentamente las braguitas. Ya le había quitado las medias y Gabriella no estaba segura de querer resistirse. Steve la acarició dulcemente y ella soltó un suave gemido involuntario. Era un hombre sensual y hábil, y despertaba una pasión en ella que ni siquiera Joe había despertado. La suya había sido la pasión de dos corazones, de dos almas entregadas sin reservas. Lo que empezaba a compartir ahora con Steve era muy diferente. Era una pasión de naturaleza sexual, y Gabriella se habría asustado si Steve no hubiese sido tan bueno en lo que hacía. La besó, la tocó, la acarició y la condujo lentamente al frenesí. Gabriella no le habría detenido ahora por nada del mundo. De hecho, le habría suplicado que siguiera. Steve le tocaba el cuerpo como si fuera un arpa y ella se arqueaba hacia atrás, ansiando sentirle dentro. Finalmente, con una lentitud torturante, Steve le dio lo que quería. Y le hizo disfrutar una y otra vez, hasta volverla loca, y al final Gabriella tuvo que suplicarle que parara porque ya no podía soportarlo más. Luego entraron en la ducha y él volvió a hacerle el amor, esta vez de pie, y estando todavía mojada la tendió en el suelo del baño y la tomó con una fuerza y una sensualidad renovadas que dejaron a Gabriella agotada y sin aliento. Nunca había experimentado nada igual con Joe y sospechaba que nunca volvería a sentirlo con nadie, pero era una noche que nunca olvidaría. Y una vez en la cama, con el cuerpo saciado y exhausto, acurrucada entre los brazos de Steve, Gabriella durmió como un ángel.

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