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El avión aterrizó suavemente en la pista. Gabriella ardía en deseos de ver a Peter, pero por otro lado estaba nerviosa. Durante su convalecencia habían hablado mucho, mas no se habían visto desde entonces, ni fuera del hospital. Le costaba creer que sólo hubieran pasado tres días. Le habían ocurrido tantas cosas, había superado tantos fantasmas. Gabriella y Peter habían aceptado pasar el fin de semana en casa de los Waterford. Después de eso él tendría que volver al hospital y Gabbie quería regresar a la librería.

Aguardaba algo apartada y Peter no la vio cuando bajó del avión. Caminaba con la mirada al frente y sonrió alegremente cuando Gabriella le sorprendió cruzándose en su camino. Y al ver sus ojos azules y su pelo rubio y brillante sintió un deseo irresistible de besarla, pero en lugar de eso le rodeó los hombros y echaron a andar hacia la salida. Con la mirada radiante de felicidad, Gabriella hablaba relajadamente de sus descubrimientos. Sus ojos todavía tenían la profundidad que tanto había atraído a Peter al principio, pero ya no reflejaban dolor. Se detuvo y sonrió a Gabreilla.

– Te he echado de menos. El departamento de traumatología no es el mismo sin ti.

Nada lo había sido. Peter había estado muy preocupado por ella.

– Yo también te he echado de menos -Gabriella le sonrió, con ojos de mujer. Eran ojos sabios, ojos fuertes, ojos valientes, ojos que ya no temían verle-. Gracias por venir.

– Gracias por venir al departamento de traumatología -y por haber sobrevivido a tu horrible vida a fin de llegar hasta aquí, pensó.

Sin saberlo, Peter llevaba mucho tiempo esperándola. Durante todos estos años no había conocido a nadie que le importara realmente, nadie que poseyera las agallas para permanecer a su lado. Pero Gabriella ya no tenía miedo de nada y si lo tenía, Peter estaría a su lado y le ayudaría a superarlo. Del mismo modo que ella estaría al lado de él. Ambos poseían el valor necesario para hacer lo que tenían que hacer, para luchar por lo que deseaban, para apoyarse mutuamente. La experiencia les había enseñado. El camino no había sido fácil, sobre todo para Gabbie. Ella era la auténtica heroína. Había estado en el infierno y sobrevivido, y ahora sonreía con el coraje que había buscado durante toda su vida.

Peter le cogió la mano con firmeza y juntos abandonaron lentamente el aeropuerto. Él llevaba la bolsa sobre el hombro y ella su libertad. No tenían un lugar concreto a donde ir ni prisa por llegar. Disponían de tiempo y de toda una vida por delante y ya no les rondaban los fantasmas. El uno al otro era cuanto necesitaban, y tiempo para disfrutarlo. Gabriella ya no tenía respuestas que buscar. Por fin era libre.

Y mientras salían al sol de agosto, cogidos de la mano, Peter la miró y ella se echó a reír. El camino había sido tortuoso y en ocasiones interminable. Pero ahora, desde la cima de la montaña, parecía menos rocoso. Había sido duro y largo. Pero ahora Gabriella sabía que estaba en casa.

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