Capitulo 9

El viento soplaba en el exterior de la casa; las olas de un mar intensamente negro rompían en la playa y en el cielo brillaba la luna, ocultándose de vez en cuando tras las nubes.

Meredith echó la cortina del dormitorio y miró el despertador. Eran las doce menos cinco, casi la hora.

Cerró los ojos, apretó el libro contra su pecho y susurró:

– Por favor, por favor, que funcione.


Que vuelva a mí.

Llevaba un mes repitiéndose que Griffin no había muerto. Incluso había comprobado todos los registros y datos históricos sobré la época intentando encontrar alguna mención de su nombre. Y cuando encontró el nombre del marinero que había fallecido por equivocación, lloró de alegría: no era Griffin Rourke.

Cada noche, salía a la playa y esperaba un buen rato, como si algún milagro pudiera devolvérselo. A veces se tranquilizaba y se decía que volvería; a veces, se dirigía a él como si estuviera a su lado y hablaba sobre el niño y sobre el feliz futuro que los esperaba.

Encendió la lámpara de queroseno con dedos temblorosos. Ben ya estaba en el armario, aunque no parecía muy contento por ello, y ella se había puesto la misma ropa que llevaba durante el huracán. Sabía que seguramente era una exageración, pero había intentado que todo estuviera igual; incluso había apagado las luces de la casa y desconectado el teléfono.

– Ven a mí, Griffin. Ven a mí… ahora.

Se sentó en el fondo del armario, abrió el viejo libro y contempló la ilustración del pirata que se parecía tanto a Griffin.

– ¡Voto a bríos! ¡Raaac! ¡Por allí resopla! -exclamó Ben.

– Ven a mí, vuelve…


Meredith siguió repitiendo la letanía, una y otra vez. Minutos más tarde, se detuvo y notó que ya no se oía el sonido del viento.

Inmensamente aliviada, salió corriendo del armario. Ben la siguió,

– ¿Griffin? ¡Griffin!

Buscó por toda la casa, pero no encontró nada y salió al exterior. Aunque el viento se había detenido, las olas seguían rugiendo al romper en la playa. Durante un momento, la luna reapareció detrás dé una nube y ella creyó ver algo en la playa.

– ¡Griffin!

Corrió hacia el lugar, pero no había nadie y sus ojos se llenaron de lágrimas.

vio el libro de nuevo y volvió a mirar la ilustración. La luna iluminó el rostro del pirata.

– No puedes estar muerto. Lo sé. Sé que no lo estás… Te amo, Griffin. Siempre te he amado y siempre te amaré, allá donde te encuentres.

En ese momento, un terrible trueno interrumpió sus palabras. Meredith quedó en silencio, aterrada. El cielo había adquirido un intenso color azul y la superficie del agua parecía plata líquida. Varias siluetas de varios aparecieron ante ella y Meredith comprendió que lo que acababa de oír no era un trueno, sino un cañonazo. Y de repente, se encontró en mitad de un caos de gritos y disparos.

Asustada, se arrojó al suelo; pero el sonido cambió de nuevo y, cuando abrió los ojos, ya no era de noche, sino de día. Y no se encontraba en la playa, sino en un barco que llevaba una bandera fácilmente reconocible: negra y con una calavera.

A su alrededor, docenas de piratas se afanaban en disparar los cañones. Muchos estaban heridos.

– ¡Acabaremos con ellos!

Meredith se volvió hacia la voz que acababa de oír. Era un hombre alto que se elevaba en mitad del puente, un hombre al que sólo había visto en su imaginación y en las ilustraciones de los libros. Barbanegra en persona. Y estaba vivo. – Edward Teach era un hombre fuerte, de anchos hombros y barba y bigote negros. Llevaba una pistola en una mano y una espada en la otra.

– ¡Maldita sea! -Exclamó el pirata-. Duro con los cañones!

Meredith observó la escena. La batalla de Ocracoke se estaba desarrollando ante sus propios ojos tal y como decían los libros de historia. Se preguntó donde estaría Griffin; tal vez allí, o tal vez en alguno de los barcos de Maynard. Sólo sabía que ella había viajando al pasado por alguna razón. Quizás, para salvarle la vida.

El barco comenzó a alejarse de la costa y de los bancos de arena. Los dos navíos de Maynard lo siguieron; uno estaba bastante dañado, pero el otro aguantaba y se acercaba rápidamente al Adventure. Meredith miró hacia el segundo y tuvo qué frotarse los ojos para convencerse de que no estaba soñando cuando distinguió el rostro de Griffin.

Se preguntó si él también la habría visto e intentó recordar el resto de la batalla.

Casi todos los hombres de la tripulación de Maynard habían desaparecido misteriosamente, pero en realidad se encontraban en la cubierta inferior. Era una estratagema para que Barbanegra se confiara, y a su debido momento, saldrían para acabar con el pirata.

– ¡Ya los tenemos! -Exclamó Barbanegra-. ¡Preparados para abordar!

El navío se pegó al barco de Maynard y los piratas lo abordaron, capitaneados por Barbanegra en persona. A través del humo de los disparos, Meredith vio que los hombres de Maynard salían de la cubierta inferior para enfrentarse a los asaltantes.

A pesar de que ahora se encontraba en; inferioridad de condiciones, Barbanegra no se rendía. Ya había matado a varios hombres con su espada cuando Maynard se enfrentó a él; lucharon con destreza, hasta que en determinado momento, el pirata logró v desarmarlo y el inglés cayó a la cubierta. Parecía que estaba condenado a morir y Teach ya se aprestaba a hundirle la hoja de su espada. Pero, en ese momento, Maynard gritó:

– ¡Rourke!

Un hombre alto apareció de repente y se arrojó contra Barbanegra.

Al igual que Maynard, Rourke se batió con valor. Bloqueó las arremetidas del pirata y siguió luchando mientras su amigo inatentaba levantarse para ayudarlo. Entonces, Meredith cometió un error y llamó al hombre que amaba, incapaz de contenerse por más tiempo:

– ¡Griffin!

Griffin la miró y se detuvo, asombrado. Barbanegra alzó la espada para aprovechar el momento.

– ¡No! -gritó Meredith. Griffin reaccionó a tiempo, sacó su pistola y disparó. El pirata cayó hacia delante.

Sin embargo, la batalla no había concluido. El resto de la tripulación de Barbanegra siguió luchando y Griffin no pudo hacer otra cosa que defenderse. En cierto momento, estuvo tan cerca, que Meredith decidió tocarlo; dejó el viejo libro en un bote, debajo de unas lonas, y justo -cuando extendía el brazo, un pirata se aprestó a disparar a su amado por la espalda.

Tuvo tiempo de empujarlo y de salvarle la vida otra vez. Luego, sintió un intenso dolor en el brazo y vio qué su camisa se llenaba de sangre. Sin embargo, sonrió. El dolor no le importaba; al menos sabía que aquella sangre no era de Griffin.

Después, las rodillas se le doblaron y perdió la consciencia.

Griffin maldijo en voz alta y corrió junto a Merrie, haciendo caso omiso del combate que se desarrollaba a su alrededor.

– ¿Qué diablos estás haciendo aquí, Merrie? ¿Cómo es posible que hayas terminado en el barco de Teach?

Meredith no dijo nada.

– ¿Merrie? Dios mío, no… Griffin tuvo miedo por primera vez. Tenía que sacarla de allí como fuera. Entonces vio que el Adventure estaba casi vacío, puesto que la batalla se desarrollaba en el barco de Maynard. Sólo se veía a unos cuantos criados y al médico, que permanecían allí para no luchar.

– ¡Eh, tú, ven aquí! -Ordenó Griffin al médico-. ¡La han herido! ¡Ven a ayudarla!

El viejo médico movió la cabeza en gesto negativo y desafiante.

– No puedes dejar que se muera. Eres cirujano… ¡Haz tu trabajo!

– No pienso trabajar por un traidor ni por la mujer de un traidor. Que se muera. Yo no moveré un dedo por ayudarla.

Griffin sacó su pistola y le apuntó a la cabeza, pero el viejo se limitó a reír.

Por lo visto, tendría que ser él quien la salvara. Pero ante todo tenía que alejarse de la batalla y de aquel barco, así que se dirigió a la pequeña embarcación que los piratas usaban para desembarcar cuando anclaban en el mar.

Dejó a Merrie tumbada en la cubierta y sacó el cuchillo para cortar las sogas que ataban la barca. La embarcación cayó al mar unos segundos después y nadie se dio cuenta. Acto seguido, tomó en brazos a Merrie y se arrojó con ella al agua; no fue fácil, pero consiguió llegar a su objetivo y alejarse en la barca hacia el sur de la isla de Ocracoke, a salvo.

– No deberías haber venido. Te dije que me esperaras…

Griffin no había dejado de arrepentirse por haber tomado la decisión de volver a su época. Sabía que su sitio estaba con ella, no en ninguna venganza absurda, y ahora se sentía culpable por haberla puesto en peligro.

Remó con todas sus fuerzas, y tras un periodo de tiempo indeterminado, que le pareció una eternidad, alcanzó la playa. Aún podía oír los disparos en la distancia y no podía saber quién iba a ganar, pero debía confiar en los libros de historia de su Amanda. De ser así, los piratas serían capturados y Merrie y él estarían a salvo.

– No me dejes, Merrie. He viajado por el tiempo para encontrarte y no pienso perderte ahora.

Al examinar su herida, observó que no era tan grave como había pensado. La bala le había atravesado el brazo, pero sin rozar el hueso, y ya no sangraba tanto.

Sacó el barril de agua que siempre llevaban en la barca y lo abrió. El olor a ron llegó hasta él.

– ¡Maldita sea, espero que el otro barril tenga agua! Pero usaré el ron para curarte.

Afortunadamente, el otro barril sí tenía agua. Le limpió la herida y rompió su propia camisa para vendaría. Cuando terminó, se aseguró de que estuviera tan cómoda como fuera posible.

– Mañana por la mañana pasará algún pesquero y nos verá, pero me temo que esta noche estaremos tú y yo solos… Despierta, Merrie, abre esos preciosos ojos verdees que tienes. Despierta y mírame, por favor.

El sol de la tarde era bastante cálido, y la brisa, apenas perceptible. Sin embargo, sabía que dé noche refrescaría y se alegró de que en la barca también hubiera algunas mantas.

Entonces, ella abrió los ojos y lo miró.

– ¿Griffin?

– Hola, Merrie…

– Estás vivo… te he echado tanto de menos…

– Y yo a ti. ¿Pero cómo te sientes? Meredith frunció el ceño.

– Me duele el brazo… ¿Qué ha pasado?

– Nada por lo que debas preocuparte ahora. Estarás bien. No dejaré que te ocurra nada malo.

– Bien…Estoy bien… el niño y yo estamos bien…

Ella empezó a hablar con dificultad, como si apenas pudiera mantenerse consciente. Y enseguida, se desmayó.

Mientras ella dormía, Griffin encendió un fuego en la base de una duna. Era lo suficientemente grande como para calentarlos, pero no tanto como para llamar la atención en la distancia.

Habían transcurrido varias horas cuando Meredith abrió los ojos de nuevo y se sentó.

– Pensé que te habías marchado…

– Estoy aquí, contigo. No te abandonaré, te lo prometo -dijo él. Griffin la abrazó y añadió:

– No, nunca te abandonaré. Cuando perdí a Jane, me quedé sin fuerzas, sin motivos para, seguir viviendo. Buscaba una forma de apagar mi dolor, así que me dio por beber y por acostarme con todas las mujeres que podía, y después, por perseguir a Teach. Pero tú tenías razón. Él no fue responsable de la muerte de mi padre. Y creo que lo he sabido desde el principio.

Él la acarició y se detuvo un momento antes de continuar. Meredith se había vuelto a desmayar, pero siguió hablando de todas formas.

– Cuando te encontré, todo cambió. Me salvaste la vida y hoy lo has vuelto a hacer, pero lo más importante es que me has salivado con tu amor. Te amo, Merrie. Y espero poder decírtelo muchas veces, cuando puedas oírme.

El estado de Meredith empeoró durante la noche. Tenía fiebre y decidió quitarle una de las mantas, pero empezó a temblar de tal forma, que se la puso otra vez. Hablaba en sueños. Decía cosas inconexas sobre piratas y bebés, sobre Kelsey y sobre el huracán Delia.

Por fin, se relajó un poco y su sueño se hizo más tranquilo. Pero, a pesar de ello, Griffin no se durmió. Permaneció allí, mirándola, hasta el amanecer. Y en algún momento, empezó a rezar y a pedirles a todos los dioses que salvaran a la única mujer que había amado. A la mujer que tenía su corazón y su alma en un puño.

Meredith abrió lentamente los ojos y se preguntó dónde estaba. Sintió el contacto de las mantas, suspiró y pensó que sería mejor que siguiera durmiendo un poco más; pero una fría ráfaga de viento golpeó su rostro, y para empeorar la situación, las gaviotas no dejaban de chillar.

Le dolía la cabeza. Pero aún peor que la

Jaqueca era el intenso dolor que sentía en su brazo derecho.

– ¿Qué ha ocurrido?

– Te has despertado… ¿Cómo te sientes?

– ¿Griffin? ¿Eres tú? -preguntó.

– Claro que soy yo, mi amor.

– Oh, Griffin…

Griffin se arrodilló a su lado y le acarició el pelo, mirándola con preocupación.

– ¿Dónde estamos?

– En Ocracoke. Pero me temo que en mi Ocracoke, no en la tuya -respondió él.

– ¿Y qué ha pasado?

– Te hirieron durante la batalla y esta noche has tenido fiebre, pero ahora estás mejor.

– Ah, sí, ahora lo recuerdo. Viajé en el tiempo como tú. Te estaba esperando y pensaba que no volverías, que te había perdido para siempre… Pero, de repente, el cielo cambio de color y me encontré en el Adventure.

Él la besó con suavidad.

– Cuando te vi., no pude creerlo. Estaba muy enfadado contigo, por haberme desobedecido y por haberte puesto en peligro.

– No te he desobedecido. Anoche fui a la playa, como habíamos quedado, para esperarte. Pero el destino decidió jugarnos


Una mala pasada… Y aunque te hubiera desobedecido, te recuerdo que soy libre de hacer lo que me venga en gana. Griffin rió.

– Sí, ya veo que estás mejor; vuelves a ser la misma de siempre -declaró-. Además, creo que me alegro de que hayas venido. Es posible que me hubieran matado si no llegas a aparecer en el barco. Es posible que me hayas salvado la vida por segunda vez.

– Por supuesto. No quería perderte. No quiero volver a alejarme de ti, Griffin.

– Ni yo de ti, mi amor.

– Bueno, no te preocupes. Ahora estoy a tu lado y no pienso marcharme a ninguna parte -dijo, apretándose contra él-. Por cierto, ¿cuánto tiempo llevamos aquí?

– Desde la batalla -respondió él. Instintivamente, Meredith se llevó una mano al vientre.

– ¿Y el niño? ¿Está bien?

– Merrie, estás delirando. Aquí no hay ningún niño.

– Por supuesto que sí; El nuestro.

– Creo que será mejor que vuelvas a cerrar los ojos y que sigas durmiendo. Es evidente que aún estás bajo los efectos de la fiebre.

– ¿Es que no te he dicho lo del niño? – preguntó ella-. Ya no soy capaz de distinguir los sueños de la realidad… Estaba segura de habértelo dicho, pero si no es así, te lo digo ahora: Griffin, estoy embarazada.

Griffin la miró con verdadero asombro.

– ¿Embarazada? ¿Estás segura?

– Completamente segura. Fui a ver al médico ayer… bueno, no «exactamente ayer -dijo, sonriendo-. Más bien mañana, pero dentro de doscientos setenta y ocho años.

Al ver que Griffin la miraba con preocupación, añadió:

– ¿No estás contento?

– Si he de ser sincero, no. Esto no es lo que había pensado para ti.

– Oh, no… Ya estás pensando otra vez en mi reputación.

– No, en absoluto. Eso se puede solucionar muy fácilmente. Sólo tenemos que cansarnos, si quieres.

– ¿Y si no quiero casarme contigo? Él la miró y arqueó una ceja.

– Te casarás conmigo. De eso puedes estar segura.

– Pues lo siento, pero la decisión es mía.

– Vaya forma más extraña de declararse a alguien -dijo ella con ironía.


Griffin gimió y se pasó una mano por él pelo, desesperado.

– Meredith Abbott, te amo, maldita sea… ¿Me harás el honor de casarte conmigo? Ella sonrió.

– Está bien, te perdono. Y sí; me casaré contigo.

Griffin rió entonces y la besó en la mano.

– Quiero pasar el resto de mi vida contigo, Merrie.

– ¿Y el niño? ¿Qué me dices de él?

– También lo quiero, por supuesto. Es que… bueno, es que quiero hacerme viejo a tu lado.

– ¿Y qué tiene eso que ver con nuestro hijo? -preguntó ella-. Ah, ahora lo comprendo. No se trata de mí, sino de Jane…

– Es verdad. Tengo miedo de perderte como la perdí a ella. Sé que me moriría. Ella lo acarició para tranquilizarlo.

– Descuida, no pienso morirme. No hasta que hayamos pasado cincuenta años en este mundo y toda una eternidad en el siguiente.

– Las cosas son distintas en esta época, Merrie. Ya sabes que la medicina está muy poco avanzada… habría preferido que nos encontráramos otra vez en tu tiempo. Al menos sabría que nuestro hijo y tú estaríais a salvo.

– Pero no tenemos que quedamos aquí…

Meredith lo había dicho sin pensarlo, aunque algo le decía que era verdad. Y entonces, al ver el bote en la playa, sonrió. Era el mismo bote donde había dejado el libro.

– Me temo que no podremos volver – dijo él, muy serio-. No sé dónde está tu libro. Supongo que se quedó en tu tiempo o en el barco.

– Tú no lo sabes, pero yo sí. Está en el bote, bajo unas lonas.

– ¿Cómo lo sabes?

– Porque lo puse ahí.

Griffin la miró con extrañeza, como si pensara que definitivamente se había vuelto loca. Sin embargo, se levantó, se dirigió a la embarcación y regresó con el libro y con una enorme sonrisa.

– Es verdad, podemos volver a tu tiempo.

Lleno de alegría, se inclinó sobre ella, la abrazó y la cubrió de besos.

– Podemos regresar -repitió-. Estaremos a salvo y viviremos juntos y felices durante muchos años.

– ¿Eso es lo que quieres? ¿De verdad – quieres vivir en mi época?

– Sí. No debí haberme marchado.

– ¿No quieres quedarte aquí?

– Te amo más que a nada en este mundo. Y si estar en tu época significa que viviéremos más años, que estaremos más tiempo juntos, quiero estar allí -respondió.

Meredith tomó el libro y lo apretó contra su pecho antes de mirar al hombre que había viajado en el tiempo para encontrarla.

Griffin tenía razón. Estaban hechos el uno para el otro, destinados a vivir juntos, y nada volvería a separarlos.

Pasó los brazos alrededor de su cuello y le besó.

– En ese caso, creo que ha llegado el momento de que regresemos a casa, Griffin Rourke. Tenemos todo un futuro por delante, una larga aventura, y quiero empezar ahora mismo.

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