Capitulo 7

Meredith pensó que Griffin iría a su cama aquella noche, pero no lo hizo. A lo largo de la madrugada, se despertó un par de veces y creyó oír que paseaba por el salón y que se detenía junto a su puerta, a punto de llamar. Sin embargo, eso fue todo.

Al final consiguió conciliar el sueño y no volvió a abrir los ojos hasta un buen rato después del amanecer. Oyó que el loro estaba hablando solo en su percha y se levantó; supuso que Griffin se habría marchado a trabajar y se alegró: al menos no tendría que enfrentarse a él y a sus ridículas propuestas de matrimonio. Pero estaba a punto de llevarse una sorpresa.

Se puso unos vaqueros y una camiseta, salió del dormitorio y se dirigió a la cocina con intención de prepararse un café.

– ¡Buenos días! -dijo Ben.

– Buenos días…

En ese momento, vio que no estaban solos. Griffin se encontraba frente a la chimenea del salón. Se había puesto unos vaqueros, como ella, y una camiseta.

– Es muy tarde. ¿Por qué no has ido a trabajar?

Griffin se limitó a observarla.

– ¿Cuándo pensabas decírmelo, Merrie?

– ¿Decirte qué?

Él tomó los folios que Meredith había dejado en su escritorio y se los enseñó.

– Esto. Tu trabajo. El tema central del libro que estás escribiendo.

– ¿Has estado rebuscando entre mis cosas?-preguntó, incrédula.

– Por supuesto que sí. Olvidas que soy espía. Cuando necesito información, la busco.

– No tenías derecho a…

– ¿Que no tenía derecho? -la interrumpió-. Tenía todo el derecho del mundo. ¿Cuándo pensabas decírmelo?

Meredith dio un paso atrás, asustada.

– Dímelo, Merrie. Dime -que estás escribiendo un libro sobre ese canalla, que serías capaz de hacer cualquier cosa con tal de saber más sobre el hombre que más odio en el mundo. Dime qué tu eres la razón de mi presencia en tu época. Tú me trajiste, Merrie… Y ahora, ¡dime cómo lo hiciste! -exigió.

– No lo sé, te juro que no lo sé. He dado vueltas y más vueltas a ese asueto y no sé por qué estás aquí. Pero desde luego, no es por mi trabajo.

– Entonces, ¿por qué?

– Si te lo digo, no me creerás.

– Maldita sea… tengo derecho a saberlo. Meredith dudó, pero debía decirle la verdad.

– Está bien, Griffin. Creo que estás aquí porque eres el hombre de mis sueños.

– ¿Cómo?

– Verás… hace años que tengo sueños eróticos con un hombre, con una especie de pirata. Sólo eran fantasías y naturalmente no les di ninguna importancia -explicó, avergonzada-. Pero yo no quería hacer daño a nadie. Y, desde luego, no pretendí traerte a mi tiempo.

– Esto es increíble. Es una de las cosas más absurdas que he oído en toda mi vida. ¿Insinúas que he viajado en el tiempo sólo para acostarme con una mujer?

– Si no es así, ¿qué otra explicación se te ocurre? Por mi trabajo no puede ser, porque sé más de Teach que tú. Al principio pensé que podía ser por eso y preferí no darte más detalles porque Kelsey me advirtió sobre el peligro de cambiar la historia. Pero después…

– Ya has cambiado la historia. Me has traído a tu época y me has apartado de mi objetivo.

– No sé qué es lo que ha pasado, Griffin, pero lo siento. Si pudiera hacer algo para arreglar las cosas, lo haría.

– Si realmente no ha sido por tu trabajo, tiene que existir otra explicación. Has debido de pasar algo por alto… -dijo en tono acusador.

– ¿Crees que no te devolvería al pasado si pudiera?

– No lo sé. ¿Lo harías?

– ¿Cómo puedes preguntarme eso? Griffin maldijo en voz baja.

– Tengo que regresar. No puedo estar condenado a esta vida…

– ¿Tanto te molesta? ¿Tan repugnante te parece mi época? -preguntó, frustrada.

– No es eso. Pero yo tenía una vida propia en mi época y no puedo olvidarlo así como así.

– ¿Una vida? Tú único objetivo era vengarte de Barbanegra. ¿Y llamas a eso vida? -espetó-. Además, si la venganza era tan importante para ti, ¿por qué no lo mataste en el barco mientras dormía?

– Yo no soy un asesino como él. Quiero que lo juzguen y que pague por sus delitos.

– En tal caso, tendrás que convencerme de ello. Según los datos que tengo, Barba-negra no era un asesino sanguinario…

– No, claro que no. Él no mataba directamente, no fue su mano la que acabó con la vida de mi padre. Daba órdenes a otros para que lo hicieran. O provocaba sus muertes de otro modo.

– ¿De otro modo? ¿Qué quieres decir?

– Cuando atacó el barco de mi padre, llevó a toda la tripulación a tierra firme. Mi padre contempló la escena desde la playa y vio cómo hundían el Betty. Por entonces ya estaba bastante mal; no se había recuperado de la muerte de mi madre y aquello empeoró su estado. Los médicos intentaron salvarlo y le dieron calomelanos, pero murió meses después.

– ¿Calomelanos? ¿Ese brebaje se utilizaba para purgar? ¿Estás seguro?

– Sí, ¿por qué?

– Griffin, no puedes culpar a Teach de la muerte de tu padre. Por una parte, murió meses después de que abordara su barco; y por otra, es muy probable que lo mataran los médicos al darle eso. Por lo que me has contado, tu padre sólo estaba deprimido.

– No, no puede ser. Me aseguré de que lo trataran los mejores médicos de Wílliamsburg.

– El calomelanos se hacía con cloruro de mercurio, una sustancia venenosa. El propio George Washington, el primer presidente de Estados Unidos, murió por un tratamiento parecido.

– ¿Insinúas que fue culpa mía?

– No, en modo alguno. Fue culpa de la medicina de la época. Pero tal vez debas reconsiderar tu intención de vengarte de Barbanegra.

– ¿Reconsiderarla? ¿Qué significa eso? Ese hombre es el diablo en persona, Merrie, y alguien debe detenerlo.

– Sí, yo también creo que alguien debe detenerlo. Pero no estoy segura de que debas ser tú.

– ¿Por qué? ¿Porque tus libros de historia dicen algo diferente? ¿O porque prefieres pensar que Barbanegra es un personaje romántico?

Ella suspiró y negó con la cabeza.

– Es posible que tu presencia en este siglo tenga otra explicación.

– ¿Otra explicación?

Meredith se acercó a su escritorio, abrió una carpeta y sacó un documento que dio a Griffin.

– Esta es una copia de una carta dirigida al Almirantazgo británico. En ella se relata la batalla en la que los hombres de Robert Maynard acabaron con los de Teach. Pues bien, parece que uno de los hombres de Maynard murió por los disparos de un soldado de la Royal Navy que lo confundió con un pirata.

– ¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

– ¡Que ese hombre podrías ser tú! Intenté encontrar el nombre de la víctima, pero no lo conseguí. Sólo sé que lo tomaron por un pirata, lo que quiere decir que vestía como ellos. Y la única persona que se encontraba en esas circunstancias eras tú.

Griffin se encogió de hombros.

– Podría ser, pero no es seguro.

– ¿Qué más pruebas necesitas? Ahora ya sabemos que algo te envió al futuro para salvarte la vida.

– ¿Algo? Fuiste tú.

– ¿Y eso qué tendría de malo? ¿Es que te molesta que una mujer te salve la vida?

– No, pero soy perfectamente capaz de solucionar mis propios problemas. Y por supuesto, no me gusta molestar a los demás con ellos.

– ¿A los demás? ¿Es que de verdad te importan los demás? -Preguntó con amargura-. Dime la verdad, Griffin… Si pudieras volver al pasado en este mismo instante, ¿lo harías?

Griffin cerró los ojos durante un momento. Después, la miró y dijo:

– Sí. Lo haría.

– En ese caso, comprende que no me tome muy en serio tu propuesta de matrimonio.

– Eso no tiene nada que ver con mi deseo de regresar para terminar lo que he empezado. Son dos cosas distintas.

– ¿Y qué soy yo? ¿Un obstáculo en tu camino? ¿Una contingencia más?

– ¡Maldita sea, Merrie, no pongas a prueba mi paciencia! ¿Qué quieres que te diga? Pides que te diga la verdad, y cuando soy sincero, no te gusta lo que tengo que decir.

Tú me importas. Me importas mucho más de lo que me ha importado ninguna otra mujer en toda mi vida. ¿Eso no es suficiente?

– Si eso es verdad, ¿por qué quieres volver?

Griffin se acercó a ella y le acarició los brazos.

– No sería un hombre si no cumpliera mi obligación con Teach. Barbanegra y tú sois cosas distintas.

– Olvídalo. No quiero seguir hablando de ese asunto.

Griffin se apartó y se pasó una mano por el pelo.

– En eso estamos de acuerdo, así que no volveremos a sacar el tema. Me voy a trabajar.

– Ah, no, nada de eso -dijo ella-. Seguiremos hablando cuando vuelvas a casa.

Griffin se detuvo un momento. Pero, después, negó con la cabeza, abrió la puerta y se marchó.

– ¡Maldito cabezota! -exclamó Meredith.

– ¡Maldito cabezota! -repitió Ben.

Griffin se alejó a buen paso. La brisa de la mañana era fría, pero ni siquiera lo notó.

– Es increíblemente obstinada -murmuró-. Nunca había conocido a ninguna mujer como ella.

Al parecer, Meredith siempre quería salirse con la suya y tener la última palabra. Aquello lo confundía porque las mujeres de su época no se atrevían a tanto; eran más sumisas y pensaban que los hombres tenían más experiencia y autoridad. Jane jamás se habría comportado de ese modo. Pero, por otra parte, sabía que comparar a su difunta esposa con Merrie era injusto para ambas. Eran personas de mundos absolutamente distintos.

Griffin quería a Meredith y sabía que en el fondo también la quería por ser tan obstinada. No la habría amado de ser una mujer tímida y recatada que se limitara a dejarse llevar. Amaba su fuego y su pasión, su inteligencia y su arrojo.

En ese momento, sus pensamientos adquirieron un rumbo muy distinto. Estaba pensando en ella en términos que no se había planteado hasta entonces. Por extraño e incluso inconveniente que fuera, se había enamorado de ella; y aunque intentara negarlo, no tenía fuerzas para luchar.

Pero, a pesar de todo, quería volver a su tiempo. Se preguntó por qué y sólo encontró una respuesta: que en el siglo XX se sentía incompleto. Había dejado algo importante en el pasado, un círculo que debía cerrar y que en realidad no era Teach. Barbanegra sólo era un instrumento de su verdadero objetivo, una forma de despedirse definitivamente de su padre.

En el caso de Jane y de su hijo, había habido una razón para sus muertes, una razón contra la que él no podía luchar. Pero en lo relativo a su padre, había contemplado su lenta caída hasta la muerte y no había podido hacer nada. Acabar con Teach era una forma de dar sentido a su muerte.

Sin embargo, no sabía cómo explicárselo a Meredith, cómo hacerle comprender que tenía un profundo sentido del deber y del honor y que todos sus actos estaban regidos por él. Pensaba que no lo entendería.

Cuando llegó al muelle de Early Jackson, el puerto ya estaba lleno de gente. El mariscador se encontraba donde siempre, fuera del agua, pero prácticamente habían terminado con las labores de raspado del casco.

Se aproximó a la embarcación, la admiró durante unos segundos y la golpeó con el puño como para comprobar su solidez.

– Buenos días, Griff…

Era Early.

– Buenos días, Early. No te había visto.

– Esta mañana has llegado tarde…

– Oh, lo siento. Me quedaré hasta la noche.

– No, no te preocupes por eso. Has trabajado muy duro durante los últimos días y no me gustaría robarte más tiempo del necesario. Seguro que a Meredith le gustaría verte más a menudo.

Griffin asintió con cierta tristeza y se inclinó para recoger una espátula y seguir raspando. Early lo miró con expresión divertida.

– ¿Tienes algún problema con ella?

– ¿Por qué lo preguntas?

– Porque te has puesto a raspar como si te fuera la vida en ello. Si sigues haciéndolo con tanta fuerza, harás un agujero en el casco… Seguro que te sientes mejor si hablas de ello.

Griffin dejó lo que estaba haciendo y lo miró.

– ¿Estás casado, Early?

– Sí. Llevo cuarenta años de matrimonio -respondió, frotándose la barbilla.

– ¿Puedo hacerte una pregunta?

– Claro, adelante…

– ¿Quién tiene la última palabra en tu casa? ¿Tu esposa, o tú?

– Ella, desde luego.

– Creo que no me has entendido. Me refiero a quién da las órdenes.

– Ella -insistió.

– Sigues sin entenderme… Veamos: ¿tomas en consideración sus opiniones en todas las cosas que haces?

Early rió.

– ¿Estás loco? Por supuesto que sí.

– Ah, entonces es lo normal…

– Mira, Millie y yo creemos en una relación de iguales. Yo cedo un poco y ella cede otro poco. Hace que las cosas sean más interesantes y más justas.

– ¿Una relación de iguales?

– Cuando nos casamos, mucha gente pensaba de otro modo; pero Millie dejó bien claro que no se casaría conmigo si no respetaba su independencia. Yo lo hice, evidentemente. Y luego llegó el movimiento de liberación de las mujeres y todo el mundo empezó a comportarse como nosotros. Millie y yo nos adelantamos a nuestro tiempo.

– ¿Y no te molesta ceder el control? ¿No es como gobernar un barco con dos capitanes?

– No, en absoluto. Además, nunca quise tener el control -dijo él-. Pero no te preocupés… me consta que Meredith es tan obstinada como una muía: lo heredó de su padre. Pero tiene un corazón grande, como su madre.

– Sí, es verdad -dijo con una sonrisa.

– Como estoy seguro de que arreglaréis vuestros problemas, supongo que te quedarás más tiempo en la isla. Pues bien, me estaba preguntando si necesitas más trabajo -dijo Early, cambiando de tema-. Los chicos y yo hemos encontrado dos mariscadores más y no tenemos tiempo para trabajaren los dos a la vez. Podrías encargarte de uno y luego repartiríamos los beneficios de la venta. ¿Te parece bien?

Griffin dudó antes de responder. Seguía sin saber cuánto tiempo permanecería en aquella época y si realmente quería quedarse.

– Me parece justo, pero dame unos cuantos días para pensarlo -dijo al final.

– Claro, claro, ya imagino que tendrás que hablar de ello con Meredith. Griffin asintió.

– Sí. Y ya que lo dices, creo que voy a contárselo ahora mismo. Volveré dentro de unas horas…

– Tómate todo el tiempo que quieras -afirmó, sonriendo-. En lo relativo a las damas, no hay que ir con prisas…

– Gracias, Early, aprecio mucho tu comprensión.

Griffin volvió tan deprisa a la casa, que tardó menos de la mitad de lo normal. Subió los escalones del porche, abrió la puerta principal y gritó:

– ¡Merrie! ¡Merrie! ¿Dónde estás?

– ¡Merrie! ¡Merrie! -repitió el loro.

Meredith apareció en la puerta del cuarto de baño, con el pelo mojado y una toalla en la mano.

– ¿Se puede saber por qué gritas? ¿Y por qué no estás trabajando?

– He venido para disculparme -respondió mientras caminaba hacia ella. Ella sonrió.

– No hace falta que te disculpes.

– Claro que hace falta. Y lo siento mucho,

– Nunca quise arrancarte de tu tiempo, Griffin. Si pudiera cambiar lo sucedido, lo haría.

– Lo sé.

– Pero tampoco puedo decir que me sienta decepcionada -puntualizó-. Soy muy feliz de tenerte aquí. Sobre todo si, de paso, te he salvado la vida.

– Y yo también soy muy feliz.

– ¿En serio? -preguntó sorprendida.

– Sí, y creo que ha llegado el momento de asumir la situación. Dudo que vaya a regresar.

– Lo sé -dijo, asintiendo.

– Por eso, he decidido seguir viviendo aquí y hacer planes para los dos. Early Jackson me ha ofrecido un trabajo con el que podría mantenerte. Incluso podríamos quedarnos a vivir en la isla.

– ¿Cómo?

– Por supuesto, me gustaría conocer tu opinión.

– Comprendo…

– Y si quieres, podríamos casarnos. A mí me parece que es el paso más lógico. No podemos seguir viviendo así, no sería apropiado.

Ella se quedó mirándolo, boquiabierta, sin poder creer lo que acababa de oír. Pero no tardó en reaccionar. Y cuando lo hizo, le arrojó la toalla a la cara.

– Vuelve al trabajo, Griffin, porque si te quedas en mi casa un segundo más, ¡te juro que te devolveré a patadas a 1718!

Tras su súbita declaración, Meredith giró en redondo y se marchó a su dormitorio, cerrando la puerta con tanta fuerza, que la casa tembló.

Griffin bajó la cabeza y se frotó los ojos.

Por lo visto, para comprender a las mujeres de aquel siglo iba a necesitar más de una conversación con Early Jackson.

Al principio no podía dormir. Todo lo que había pasado a lo largo del día parecía conspirar contra su sueño, así que Meredith no hizo otra cosa que dar vueltas y más vueltas en la cama, aferrada a la almohada y maldiciendo a Griffin por su comportamiento.

Pero al final se durmió y tuvo un sueño, uno que había tenido muchas veces en el pasado. Sin embargo, esta vez fue diferente. Ya no era una imagen vaga que se evaporaba enseguida, sino un hombre de carne y hueso, su fantasía hecha realidad.

En ese momento, sintió que la cama se hundía a su lado y notó la respiración y el calor de Griffin. Sus ojos se encontraron con los ojos azules del hombre que deseaba mientras la luz de la luna, que entraba por la ventana, iluminaba su rostro.

– No digas nada, Merrie. No sé si debería estar aquí, y si dices algo, es posible que me arrepienta y me marche.

Al notar su indecisión, Meredith le acarició. El eco de sus discusiones y de sus diferencias desapareció de inmediato y ella supo, sin duda alguna, que se había enamorado de aquel pirata orgulloso y arrogante, de aquel hombre de honor.

Tocó su cara lentamente, explorando su fuerte mandíbula, sus labios, como si fuera la primera vez. Después, lo atrajo hacia sí y lo besó. Sabía que ya no podía volver atrás; llevaba toda la vida esperando a Griffin y no podía ni quería pensar en las consecuencias de lo que estaba a punto de hacer. Sus lenguas se encontraron y el sabor de Griffin le pareció adictivo, una droga que despertaba todos sus instintos. Aquel beso ' no se parecía nada a los anteriores; contenía la promesa de la pasión que iban a compartir y no desató ninguna de sus inseguridades. Bien al contrario, se sentía feliz entre sus brazos. Se sentía bella, completa, capaz de cualquier cosa.

Griffin se tumbó a su lado y se apretó contra ella, frente a frente.

– Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que estuve con una mujer -le advirtió él.;^

– Sí, casi trescientos años. Eso es mucho tiempo, no hay duda -observó mientras pasaba una mano por debajo de su camiseta.

Al sentir el contacto de su piel y de sus duros músculos, Meredith deseó desnudarlo.

– No estoy seguro de cómo son las cosas en este siglo, así que tal vez será mejor que procedamos lentamente…

– Lentamente -repitió Meredith, cada vez más segura.

– Lentamente, sí.

Griffin se levantó entonces de la cama y se quitó la camiseta, dejándola caer al suelo. Bajo la luz de la luna, parecía una estatua de mármol. Pero la visión de su cuerpo no era suficiente, así que ella decidió ir más lejos. Quería sentir la piel de Griffin contra su piel.

Empujada por un impulso irrefrenable, se quitó el camisón sin timidez alguna. Él se adelantó y empezó a lamerle los senos.

– Eres tan bella… Meredith se estremeció.

– ¿De verdad? Cuando nos conocimos, dijiste que parecía un chico.

– Acababan de darme un golpe en la cabeza. Pero ahora pienso con absoluta claridad.

– En ese caso, hazme el amor, Griffin. Quiero demostrarte que soy una mujer… tu mujer.

Los dos empezaron a acariciarse y a murmurar palabras de afecto mientras se exploraban poco a poco. No pasó mucho tiempo antes de que se desnudaran completamente, y para entonces, Meredith se sentía dominada por una necesidad que no había sentido en toda su vida. Cada caricia era perfecta. Aquélla era la pasión que se suponía que debía existir entre un hombre y una mujer. No se parecía nada a las experiencias nerviosas que había tenido en el pasado.

Sin embargo, sentirlo contra su cuerpo ya no le parecía suficiente. Ahora quería sentirlo dentro, así que se arqueó y lo tocó como nunca había tocado a ningún hombre. Cerró la mano alrededor de su sexo y él gimió, susurró su nombre y le devolvió el placer de forma tan íntima que se asustó un poco y se apartó.

– No tengas miedo de mí, Merrie. Deja que te lleve a un lugar perfecto.

Meredith se relajó y cerró los ojos, rindiéndose a su delicadeza. Empezaba a sentir un delicioso calor por todo su cuerpo. Su pulso y su respiración se habían acelerado y ya no había nada en el mundo salvo la sensación de su contacto.

– Sigue, por favor. Sigue -le rogó-. Te deseo, Griffin.

Griffin apartó los dedos, se situó sobre ella y la penetró lentamente. Sólo entonces, comprendió lo que sucedía.

– No puede ser -murmuró él.

– Sí, Griffin, tú eres el primero. Llevo esperándote toda mi vida.

La confusión de Griffin se transformó enseguida en comprensión y comenzó a moverse sobre ella.

– Puede que te duela, Merrie, pero te aseguro que será la primera y la última vez que te duele.

Ella asintió.

– Te necesito, Griffin.

– Y yo te necesito a ti, mi amor…

Él se detuvo un momento para que pudiera acostumbrarse a su presencia, pero acto seguido retomó el ritmo. Primero, lentamente. Después, con más intensidad.

Meredith susurró su nombre y se dejó llevar por las sensaciones que recorrían su cuerpo, ascendiendo cada vez más, subiendo y subiendo hasta que pensó que estaba a punto de perder el sentido de la realidad.

Cuando llegó al orgasmo, gritó y supo que sus corazones y sus almas se habían fundido en una sola. Y en ese glorioso instante, también supo que pertenecía íntegra y totalmente a aquel hombre, a Griffin Rourke.

Siempre había sido suya.

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