Capitulo 5

Meredith se sintió aliviada cuando vio que amanecía despejado y que las previsiones eran buenas durante los cinco días siguientes. Tras el beso de la noche anterior, había hecho todo lo posible por mantenerse alejada de Griffin. Estaba tan ansiosa como él de salir de viaje, aunque sólo fuera para evitarse la vergüenza de sus propios e inútiles intentos de seducción.

Se sentía muy mortificada. No sabía cómo se había atrevido a tanto si él ya había dejado claro que no tenía intención de llevar su relación a ese extremo. Habían dormido juntos dos veces, pero Griffin no había hecho nada por seducirla; Merrie estaba convencida de que sus besos eran simplemente amistosos, una simple expresión de gratitud.

No quería pensar en ello, así que se concentró en los preparativos para salir de viaje al día siguiente. Griffin la acompañó al puerto y echó un vistazo al pequeño velero que había alquilado, encantado con la perspectiva de marcharse de la isla. Por supuesto, ninguno mencionó lo sucedido la noche anterior.

Mientras él examinaba la embarcación, ella fue a la tienda de Jenny, un ultramarinos que se encontraba en un destartalado edificio blanco, para comprar provisiones.

El edificio tenía un gran porche en la entrada, y las dos mecedoras y el banco estaban ocupados por el grupo habitual de las mañanas. El marido de Jenny, Hubey Hogue, descansaba en la mecedora más grande. Early Jackson, el enjuto propietario de la tienda de pesca Happy Jack, estaba en la otra. Junto a ellos se encontraban Lyle Burleswell, con sus sempiternas gafas, y el pelirrojo Shep Cummings; Lyle era dueño del hotel Sandpiper y Shep era el manitas de la isla. Todos estaban tomando café y bollos.

– Buenos días, Meredith -dijo Early, llevándose una mano a la gorra de capitán-. He oído que has alquilado un velero para salir mañana

Meredith sonrió. La única forma de mantener un secreto en Ocracoke era marcharse al continente. Y aun así, siempre se especulaba sobre los motivos de un viaje.

– ¿Vas a Bath? -preguntó Hubey.

– Sí, va con su amigo -dijo Lyle.

– Griffin Rourke -informó Shep.

– Es cierto, nos marchamos…

– Al amanecer, lo sé -dijo Early-. Se supone que mañana hará buen tiempo. Nada de huracanes, por fortuna.

Lyle asintió.

– Todos sabemos cuánto te disgusta el mal tiempo -dijo.

– Pero parece que has sobrevivido a Horace sin ningún problema -comentó Shep.

– Bueno, sólo era un huracán de categoría baja -observó Hubey-. No se parecía al Delia.

Meredith estaba deseando escapar de aquel tribunal de la Inquisición, de modo que dijo:

– Perdonadme, tengo que comprar algunas cosas.

– Hemos oído que tu amigo está buscando trabajo -intervino Hubey.

– ¿Cómo? -preguntó, cuando ya tenía una mano en el pomo de la puerta.

– Tank Muldoon dijo que tu amigo le preguntó «por posibles trabajos el otro día, cuando estuvo en su local.

– Parece que Rourke tiene intención de quedarse una temporada -dijo Lyle. Shep negó con la cabeza.

– Encontrar trabajos en la isla es muy difícil.

– Cuando volváis de vuestro viaje, dile a tu amigo que pase por nuestro muelle – dijo Early-. Los chicos y yo hemos comprado un viejo marisquero. Vamos a arreglarlo para vendérselo a un tipo de Georgia, y si a Rourke no le asusta el trabajo duro, podría ocuparse de ello.

– Se lo diré. Gracias…

Meredith entró en el viejo establecimiento, asombrada por lo que acababa de oír.

No podía creer que Griffin se hubiera resignado a quedarse en Ocracoke. Le parecía tan extraño, que pensó que Early había malinterpretado las palabras de Tank. No en vano, pensaba que si Griffin hubiera decido permanecer en la isla," ella habría sido la primera en saberlo.

– Buenos días, Meredith -dijo Jenny al verla-. He oído que tu novio está buscando trabajo…

Merrie estuvo a punto de dejar caer la lata de atún que había tomado de un estante. La dueña del establecimiento la estaba observando desde el mostrador, por encima de sus gafas y del crucigrama que había estado haciendo hasta entonces.

– Sí, eso tengo entendido.

– Entonces, ¿os vais a quedar mucho tiempo en la isla?

– Bueno, yo voy a estar todo el mes de diciembre, pero no sé qué piensa hacer Griffin.

– ¿Es que tenéis algún problema? Tank me dijo que Griffin y tú habíais discutido – comentó.

Meredith gimió sin poder evitarlo. Definitivamente, no había forma humana de guardar un secreto en Ocracoke; y mucho menos con un grupo de personas que eran como de la familia; todos ellos habían ayudado a su padre a criarla, y en consecuencia no podía enfadarse por sus intromisiones. Sólo querían que fuera feliz.

– No, no tenemos ningún problema – aseguró con una sonrisa.

Una vez más, pensó en el beso de la noche anterior. No había dejado de revivir el momento, sobre todo porque estaba casi segura de haber percibido deseo en él. Ciertamente, Griffin había corrido a alejarse de ella, pero ya no sabía qué pensar.

– Es un joven muy atractivo -dijo Jenny-. Aunque lleva el pelo demasiado largo.

– Sí, es atractivo. ¿Pero crees que necesita un corte de pelo?

Jenny consideró la pregunta durante unos segundos. Después, sonrió y respondio:

– No, qué va. Está muy bien así.

Jenny volvió entonces al periódico y a su crucigrama, de manera que Meredith también pudo regresar a su compra y a sus fantasías.

No entendía nada. Griffin había afirmado que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de volver a su época, y sin embargo, todos decían que estaba buscando trabajo. Si eso era cierto, cabía la posibilidad de que hubiera cambiado de opinión, e incluso de que estuviera respondiendo a la innegable atracción que existía entre ellos.

Mientras hacía la compra, intentó controlar el optimismo que había renacido en su corazón. No quería hacerse ilusiones, aunque era consciente de que tenía una oportunidad si Griffin seguía a su lado.

Diez minutos más tarde, pagó la cuenta y salió de ultramarinos con dos bolsas cargadas de comida. Griffin estaba sentado en el puente del velero, echando un vistazo a una carta de navegación.

Ella se detuvo, dejó las bolsas en el muelle y lo miró. Era devastadoramente atractivo, y por lo visto, no había sido la única mujer de la isla que lo había notado; todas ellas, desde las adolescentes a las abuelas, le lanzaban miradas de apreciación.

Al pensar en ello, la alegría de Merrie desapareció. Incluso si llegaba a quedarse en la isla, nunca le faltaría la compañía femenina. Y pensaba que ella, una aburrida profesora de Historia de la universidad que además no era precisamente una especialista en el arte de la seducción, no conseguiría retenerlo durante mucho tiempo.

– Hola, Merrie -dijo él al verla.

Meredith tuvo que hacer un esfuerzo para dejar sus pensamientos a un lado y volver a la realidad.

– Hola…

– Es un velero magnífico. Con este barco, podría cruzar el Atlántico yo solo.

– Bueno, sólo vamos a Bath.

– Ah, pero si pudiéramos hacerlo, te llevaría por todo el mundo. Sólo tendrías que subir a bordo y nos marcharíamos en este preciso momento.

Meredith se estremeció. Eran demasiadas posibilidades, demasiados sueños sin base real.

– Venga, sube, vamos a dar una vuelta por el puerto. Tengo que practicar.

Ella asintió, recogió las bolsas y subió al barco.

– Está bien, como quieras. Tú eres el capitán.

– Y tú serás un excelente segundo oficial, Merrie. Y ahora, pásame ese cabo, por favor -ordenó.

Merrie arqueó una ceja, pero lo hizo. Iban a navegar un rato para divertirse, pero al día siguiente, cuando salieran hacia Bath, lo harían para encontrar la forma de devolverlo a su época.

Y si lo conseguían, Griffin desaparecería de su vida. Para siempre.

La brisa levantaba pequeñas olas en la superficie del río Pamlico. El cielo estaba casi despejado y tenía un intenso color azul: el reflejo del mar que acababan de dejar atrás.

Meredith estaba sentada en el puente mientras Griffin se hacía cargo del timón y de las velas. Habían salido al amanecer, cruzado el Sound y virado para ascender por el río. El día anterior, Merrie lo había puesto al tanto de los avances tecnológicos necesarios y él se había acostumbrado de inmediato; era evidente que se había pasado toda la vida en el mar.

Hablaron mucho. Meredith le contó historias de los días cuando salía en el barco con su padre y ella se dedicaba a aprender navegación o a estudiar, envuelta en una manta, mientras él trabajaba. Él amaba el mar; ella, las cosas relacionadas con el mar.

Pero a diferencia de su padre, su amor tenía un límite porque no había conseguido superar su fobia al mal tiempo.

Ahora llevaban un buen rato en silencio. Meredith alzó la vista al cielo y miró a una gaviota que parecía flotar en el viento. La brisa se había hecho más suave y el sol había empezado a calentarlos en cuanto viraron para ascender por el Pamlico, de modo que decidieron detenerse a comer cerca de Pamlico Point, el lugar donde el río desembocaba en el Sound.

Llegaron a Bath Creek a última hora de la tarde. Bath Creek era un afluente del Pamlico que también daba nombre a la ciudad, una antigua localidad colonial que en el siglo XVIII había sido el prirícipal puerto de la zona y la sede del gobierno colonial inglés en Carolina del Norte.

Griffin se quedó muy quieto de repente. De no haber sido porque la brisa removía su cabello, habría parecido la estatua de mármol de un antiguo dios.

– ¿Reconoces algo? -preguntó ella.

– Algunas cosas. La orilla ha cambiado un poco.

– Ten en cuenta que en trescientos años han sufrido muchas tormentas terribles.

– Hay más casas en unas zonas y menos en otras, pero definitivamente ha cambiado. Y ese puente no estaba allí.

– Me temo que ninguna de las estructuras de tu época han sobrevivido, aunque tal vez podamos encontrar pistas… Barbanegra vivía allí, en Plum Point, ¿verdad? -preguntó, señalando el sitio.

Él asintió.

– Sí, se construyó una mansión muy elegante para ser un pirata. A Teach le gusta comportarse como si fuera un caballero. Da fiestas en su casa y afirma que no hay ningún lugar en la colonia donde no sea bienvenido -declaró con amargura.

A Meredith le resultó muy extraño que alguien hablara de Barbanegra como si estuviera vivo. Pero por otra parte, sentía una intensa satisfacción por las explicaciones de su acompañante; de repente quería saberlo todo sobre el pirata.

Además, se le ocurrió que podía utilizar la excusa de Barbanegra para conseguir que Griffin permaneciera más tiempo a su lado. Estaba escribiendo un libro sobre él, de modo que tal vez sería mejor que olvidara sus escrúpulos e interrogara a Griffin. Él podría contarle historias y ella las apuntaría/Así, su extraño viaje al futuro habría tenido un sentido.

– Un poco más adelante hay ruinas de aquella época -explicó ella-. Y en un campo llano entre este punto y Bath encontramos un ladrillo que creemos que perteneció a un horno usado por Barbanegra para calentar el alquitrán para calafatear los barcos.

– Sí, conozco ese horno. Cuando está encendido, el alquitrán se huele a muchas millas de distancia.

– Ya no queda casi nada del horno. Iban tantos turistas a verlo, que estropearon los sembrados del dueño del campo y lo destruyó. Pero al otro lado todavía se pueden ver las ruinas de la mansión del gobernador Edén.

– Sí, todo esto me resulta familiar. Pero ha cambiado tanto…

– ¿Crees que podrás encontrar el lugar donde caíste por la borda?

– Claro que sí. Fue aquí.

– ¿Aquí?

Griffin maniobró para arriar las velas; después, ella echó el ancla. El barco se detuvo suavemente y Griffin sonrió.

– ¿Por qué no me habías dicho nada? – preguntó Merrie.

El la miró con tanta intensidad, que ella añadió:

– ¿Qué ocurre?

– No sé. ¿Qué ocurre?

– Te estás riendo de mí -protestó, ruborizada.

– No, en absoluto. Es que eres una excelente marinera, Merrie.

– ¿Y te parece extraño?

– En mi época, las mujeres no navegaban. Y tus habilidades me parecen bastante útiles, muy… prácticas.

– Gracias por el extraño cumplido, capitán Rourke. Siempre he querido ser útil a los hombres -dijo con ironía.

Él gimió y negó con la cabeza.

– Me has vuelto a malinterpretar. Aunque eso también me parece admirable… eres una mujer de muchos talentos.

– Sí, capitán, lo soy.

Griffin aseguró la barra del timón y se sentó frente a ella, mirando hacia la localidad.

– En mi época, Bath Town es un sitio mucho más animado. Ahora casi parece desierto.

– Los grandes barcos ya no anclan aquí, así que no hay demasiado comercio… sólo quedan unas cuantas casas antiguas, una iglesia encantadora y doscientos habitantes permanentes. Pero es uno de los lugares más bonitos y tranquilos de Carolina del Norte. Yo he venido muchas veces para investigar sobre mi:

Merrie prefirió no dar más detalles.

– Bueno, sea como sea, será mejor que vayamos a lo nuestro antes de que se haga de noche.

Griffin se puso de pie, se quitó las zapatillas y acto seguido hizo lo mismo con la camisa. La luz de la tarde iluminó su duro pecho y sus músculos, y ella deseó acariciarlo, asegurarse de que era un hombre de carne y hueso.

Pero cuando vio que también pensaba quitarse los pantalones, preguntó:

– ¿Qué vas a hacer?

– Tirarme al agua, Merrie. Date la vuelta… No me gustaría incomodarte.

Griffin dejó los pantalones en el suelo y ella cerró los ojos.

– ¡No puedes desnudarte y saltar así como así!

– ¿Por qué no? Si puedo disfrazarme de mujer y pasear por Ocracoke como si tal cosa, dudo que bañarme desnudo en Bath Creek pueda provocar algún problema.

Un par de segundos después, Meredith oyó que se había tirado al agua. Griffin reapareció enseguida en la superficie.

– Está muy fría… -dijo.

Ella se asomó por la borda y lo miró. Era impresionante, sobre todo sin ropa. Deseó haber tenido la valentía de mirarlo cuando estaba desnudo en cubierta, pero dado que no lo había hecho, intentó ver a través del agua. Lamentablemente, él se alejó nadando.

– ¿Y bien? -preguntó Griffin en la distancia.

– ¿Y bien? ¿Qué?

– Me caí en este lugar y más o menos a esta hora. ¿No ves nada extraño?

– No veo ni la mitad de lo que me gustaría.

– ¿Cómo? -preguntó, frunciendo el ceño.

– ¿Qué se supone que debo ver? ¿Qué viste aquella noche?

– No lo sé. Recuerdo que estaba en la cubierta del Adventure y que creí oír algo a mi espalda. Me volví, y cuando volví a abrir los ojos, estaba en el sofá de tu casa.

– Bueno, tal vez sea mejor que nades un rato… lentamente.

Griffin hizo lo que Merrie había sugerido y nadó alrededor del velero, muy despacio. Ella lo observó con detenimiento mientras el sol se acercaba al horizonte y comenzaba a desaparecer tras las ruinas de la plantación Thistleworth, la mansión del gobernador Edén, el amigo de Barbanegra.

– Parece que no pasa nada -dijo él.

– ¿Qué sientes?

– Nada en especial. Estoy mojado y tengo frío, pero sólo eso -respondió con evidente frustración.

– Tal vez sea mejor que vuelvas al barco. Lo siento, Griffin. Al menos lo hemos intentado…

Griffin miró a su alrededor y de repente se sumergió.

– ¡Griffin! ¿Dónde estás? ¡Griffin!

Meredith contó los segundos con creciente nerviosismo. No lo veía por ninguna parte. Pero cuando ya estaba a punto de rendirse a la desesperación, Griffin apareció en cubierta, por detrás, y la abrazó.

– ¿Pensabas que me había ahogado?

Se apretó tanto contra ella que Meredith pudo sentir todo su cuerpo en la espalda y más abajo. Giró el cuello para mirarlo, pero la sonrisa de Griffin desapareció inmediatamente.

Entonces, la besó.

Ella no lo dudó ni un instante. Se dejó llevar y empezó a acariciarlo. Estaba dominada por el deseo y por la maravillosa constatación del deseo de Griffin. Aunque no lo admitiera, sus sentimientos eran recíprocos.

Sin embargo, él retrocedió enseguida.

– Maldita sea, no puedo resistirme a la tentación… tienes que impedir que vuelva a suceder.

– ¿Que lo impida? ¿Por qué? No lo entiendo…

– No me preguntes por qué. No sabría explicarlo -dijo él-. Tal vez sea una cuestión de honor… no me gustaría estropear más tu reputación.

– ¿Mi reputación?

– Eres una mujer apasionada, Merrie, y una mujer con experiencia. Sé que para ti es difícil, pero no podemos permitirnos ciertos placeres.

– ¿Por qué no?

– Uno de estos días me marcharé. No sé cuándo, pero no quiero que más tarde te arrepientas.

Meredith se inclinó y recogió sus pantalones.

– Será mejor que te pongas esto.

Griffin se los puso y ella se dirigió al puente, decepcionada y confundida. Cerró los ojos, se abrazó a sí misma e intentó recordarse que tenía razón. En efecto, Griffin debía regresar a su época.

Pensó que tal y como estaban las cosas era mejor que aprovechara su presencia para interrogarle sobre Barbanegra y avanzar con la investigación. Y entonces, se le ocurrió la idea de que tal vez el destino le había enviado a Griffin para atormentarla.

– ¿Qué te ocurre, Merrie? ¿Estás bien? – preguntó él, al notar su gesto de tristeza. Ella se estremeció pero no lo miró.

– ¿Ya te has vestido?

– Nunca habría imaginado que fueras tan puritana, Merrie -comentó en tono de broma, para animarla-. Te preocupas por eso cuando tú misma te pasas la vida enseñando las rodillas y hasta los muslos en público.

– Eso es distinto -dijo ella-. Además, no deberías haberme asustado de ese modo. He pensado que te habías ahogado de verdad… ni siquiera he notado cómo subías al barco.

– Es un viejo truco de pirata. Y resulta muy útil, ¿no te parece? Ella sonrió.

– ¿Es que has abordado muchos barcos sin más ropa que una sonrisa y la intención de seducir a una mujer?

Él frunció el ceño y simuló estar pensativo, pero sólo era otra broma.

– Digamos que he estado con muchas mujeres, pero con ninguna como tú.

Meredith lo miró a los ojos y le tocó el pecho con la mano. El contacto volvió a desatar su deseo, pero no la apartó.

– Siento que no haya funcionado, Griffin. Tal vez deberíamos intentarlo en otra parte.

– Tal vez, aunque empiezo a dudar que encontremos una salida.

– Lo haremos, no te preocupes -le aseguró-. Por cierto, tengo hambre. Podemos comer en el barco o bajar a tierra si lo prefieres. Hay un hotel donde se puede comer y pasar la noche.

– Preferiría quedarme aquí. Me siento más cómodo en un barco.

Meredith lo observó mientras él se alejaba hacia la proa. Durante un instante, habían experimentado el sencillo placer de estar juntos y compartir una pasión; pero después, el pasado los había asaltado como una especie de monstruo marino para recordarle que, por mucho que deseara lo contrario, había grandes posibilidades de que Griffin no llegara a ser suyo.

Los primeros rayos del sol llenaron de tonos rojizos el cielo de levante. La luz parecía como de otro mundo y los cantos de los pájaros se mezclaban con el suave sonido del agua al chocar con los costados del barco.

Griffin estaba en la proa del velero, contemplando Bath, y Merrie seguía dormida en el camastro del diminuto camarote. Él había intentado conciliar el sueño, pero no lo había conseguido; estaban tan cerca el uno del otro, que no dejaba de dar vueltas a las posibilidades más lúdicas de la situación.

Se pasó una mano por el pelo y se dijo que el tiempo jugaba en su contra. A medida que transcurría el tiempo, su decisión de acabar con Barbanegra iba desapareciendo ante la vida que había iniciado en aquel siglo; pero el pirata permanecía en lo más profundo de su ser, esperando.

Merrie apareció unos minutos más tarde. Llevaba una manta sobre les hombros, para protegerse del fresco de la mañana.

– ¿Te encuentras bien? Al despertar he visto que te habías marchado…

– Lo siento, no pretendía asustarte. Ella lo tocó en un brazo y dijo:

– Estás helado. ¿Es que has vuelto a bañarte?

Él asintió.

– Sí, lo hice hace un rato, guando todavía no había amanecido. No puedo creer que esté aquí… yo solía alojarme en una taberna que ya no existe y que estaba justo en la base de ese puente -explicó, señalando la construcción.

– Estar lejos de tu casa debe de ser muy duro…

Griffin se encogió de hombros.

– Mi hogar es el mar. Siempre lo ha sido. Y el mar no ha cambiado nada en trescientos años.

– ¿Nunca pensaste en asentarte en algún lugar, en tener una familia?

Él la miró y sonrió. Le gustaba la franqueza de Merrie.

– Sí, lo pensé en cierta ocasión. Pero el destino se encargó de recordarme que hay cosas que no son para mí.

– No te entiendo. ¿Qué quieres decir con eso?

– Yo vivo en el mar, Merrie, y la familia es algo restringido a tierra firme. No sería buen marido ni buen padre.

– No digas eso. ¿Cómo puedes saberlo si no lo has intentado?

Griffin apartó la vista y contempló el río. Pensó que debía decirle la verdad, pero no quiso hacerlo porque Merrie lo tenía _en alta estima y creía que lo despreciaría al saberlo.

– Lo sé -dijo mientras le pasaba un brazo por encima de los hombros.

Estuvieron así un buen rato, contemplando el horizonte y sin hablar. Se encontraba tan bien a su lado, que Griffin consideró la posibilidad, por primera vez, de que el destino hubiera querido unirlos. En aquel momento le pareció el motivo más lógico de entre todos los que podían explicar su presencia en aquella época. Pero, naturalmente, rechazó la idea.

– Creo que te equivocas -observó ella.

– ¿Que me equivoco?

– Sí, sobre lo que has dicho antes de la familia. Él rió.

– No me conoces, Merrie. No creas que soy una especie de héroe mítico con un corazón de oro.

– Nunca te he tomado por tal. Pero sí creo que eres un hombre ¿e honor y una

Buena persona.

– ¿En serio?

– Sí.

Griffin la acarició.

– No, no me conoces. Si soy un hombre de honor, ¿por qué deseo besarte ahora mismo?

Ella parpadeó, sorprendida.

– No lo sé. Pero tal vez deberías besarme y descubrirlo.

Griffin negó con la cabeza.

– Me estás tentando de nuevo. Ten cuidado o lo haré.

Meredith se inclinó hacia él y le apartó un mechón de pelo de la frente.

– Estás en mi siglo, Griffin, no en el tuyo. Y en este siglo, un beso es solamente un beso.

– ¿Y crees que eso hace de mí un hombre diferente? Yo me siento igual; no puedes esperar que cambie mis normas y mis costumbres -declaró él-. Te deseo, Merrie. Que Dios me perdone, pero te deseo. Sin embargo, tomarte sería injusto. No puedo prometerte nada.

Ella pasó los brazos alrededor de su cintura y se apoyó en su pecho.

– Tú no me tomarías; nos entregaríamos los dos, el uno al otro. Y por otra parte, no espero promesa alguna.

Griffin suspiró.

– Tengo que terminar lo que empecé, y aunque no sé por que estoy aquí, debo seguir creyendo que es importante que regrese a mi época para cumplir mi cometido. Pero, al hacerlo, te dejaré sola. Y no quiero que te arrepientas del tiempo que hemos estado juntos.

Meredith se ruborizó y se cerró la manta, con fuerza, alrededor del cuerpo. Como si pudiera protegerla de sus palabras.

– Si mi presencia te resulta demasiado dolorosa, puedo marcharme.

– No, no lo hagas. Te entiendo y entiendo tus sentimientos. No es preciso que te marches.

– Me alegro mucho -dijo con una sonrisa-. He aprendido a depender de ti y sin ti me sentiría impotente y perdido. Seamos amigos, entonces…

– Amigos -repitió ella con tristeza.

– Venga, no pienses más y vuelve al camarote a dormir. Será mejor que regresemos a Ocracoke. Yo me encargaré del barco, y cuando despiertes, te estará esperando un desayuno.

Griffin le dio un beso en la frente y Merrie regresó al camarote.

Sin embargo, Griffin no hizo ademán de levar el ancla. Bien al contrario, se desnudó de nuevo y se arrojó al agua, donde estuvo nadando varios minutos, hasta agotarse.

Entonces, se sumergió de nuevo y aguantó la respiración todo lo que pudo, esperando que se abriera la puerta del tiempo. Pero no pasó nada. Y cuando ya no podía aguantar más, regresó a la superficie.

Mientras flotaba de espaldas, miró el cielo y se dijo que tal vez no regresara nunca a su tiempo.

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