Por la presente me disculpo formalmente ante Stephan Oldenhoff. Era el hombre que encontré en el cementerio Père-Lachaise y que dio las pistas para este libro. Sé que he abusado de su confianza al publicar esta historia contra su voluntad después de haber efectuado mis investigaciones personales. El motivo de haber dado este paso no sorprenderá ni a él ni a mis lectores. Estoy convencido de que el tema es demasiado importante como para que se impidiera dejarlo anotado.