Eran más de las ocho de la noche cuando Kasey se sobresaltó al oír que llamaban a la puerta del apartamento en el que vivía con una amiga. ¿Quién podría ir a verla a esa hora un sábado por la noche? Todos los conocidos que tenía en Sydney estarían en ese momento disfrutando del fin de semana.
Se retiró del rostro un mechón de pelo y miró desalentada su vieja camiseta y los raídos pantalones vaqueros. Aquella Kasey Beazleigh no tenía mucho que ver con la prometedora joven modelo Katherine Claire Beazleigh.
Atravesó la habitación y se asomó por la mirilla; al ver quién era, casi se le doblaron las piernas. Abrió la puerta rápidamente.
– ¡Hola Kasey! No esperaba encontrarte en casa un sábado por la noche -el visitante parecía nervioso-. Iba a esperar hasta mañana, pero… ¿Puedo pasar?
Kasey se apartó para dejarlo entrar, convencida de que estaba soñando.
– ¿Cómo estás? -la miró con atención mientras ella cerraba la puerta.
– Bien.
Kasey no podía dar crédito a lo que veía. Greg estaba allí. Por fin había ido a verla. Debía haber ido a decirle que había roto su compromiso con Paula. Eso debía ser.
Una oleada de alborozo la invadió mientras le tendía la mano.
– ¿Qué estás haciendo en Sydney?
Greg le estrechó la mano efusivamente.
– ¡Ah, Kasey, no sabes cuánto me alegro de verte! Ha sido un infierno estar sin ti todos estos meses -sacudió la cabeza y se sonrojó-. Tenía que venir… tenía que verte otra vez. He estado sentado en el bar de aquí abajo desde las seis, tratando de hacer acopio de valor para venir a verte. Me siento tan culpable por la forma en que nos separamos -tragó saliva-. ¡Pero, por Dios, Kasey, no me mires así!
La atrajo hacia él y la estrechó en sus brazos; buscó con sus labios los de ella y la besó con desesperación.
A Greg le sabía la boca a cerveza y Kasey retrocedió. Había soñado con ese momento durante tres largos meses. Tres miserables, solitarios meses. Desde que Greg le había dicho que se había comprometido con Paula Wherry.
Al principio, cuando se lo había dicho, Kasey había pensado que era una broma y entre risas había expresado su incredulidad. Paula sólo tenía dieciocho años, cuatro menos que Kasey, y por lo que ésta sabía, Greg apenas la conocía.
Pero Greg se lo había explicado todo. Era un hombre ambicioso y algún día le gustaría ser propietario de una granja. No podría lograrlo si seguía trabajando en Akoonah Downs, la propiedad del padre de Kasey. No era que no agradeciera todo lo que aquel hombre había hecho por él, pero sabía que Akoonah Downs pertenecería a la larga al hermano de Kasey, Peter, de modo que no había sitio en la granja para él. Sin embargo, Henry Wherry, el dueño de Winterwood, tenía setenta años y Paula era su única hija.
Kasey había recibido la noticia, consternada. Su vida siempre había estado vinculada a la de Greg Parker. Herida y desconcertada, le había costado creer que su felicidad se hubiera roto en mil pedazos en tan poco tiempo.
Lo peor de todo había sido tener que guardarse todo el dolor, ya que su orgullo le había impedido confesarle a su familia lo mal que se encontraba.
Claro que había notado que su padre y Jessie, el ama de llaves que había hecho las veces de madre de Kasey, la miraban con preocupación, pero ella había conseguido aparentar indiferencia. Sin embargo, desde el primer momento, había sabido que no era capaz de soportar de manera indefinida la tensión de fingir alegría.
De modo que había tenido que escapar a la ciudad, diciéndole a su padre que había decidido aceptar la oferta de empleo que había recibido unos meses antes. La madre de una compañera de colegio dirigía una agencia de modelos y siempre le había dicho a Kasey que sería una modelo perfecta, por su estatura y su aspecto.
Kasey era alta; sabía que su melena rojiza y sedosa era un marco excelente para su rostro impecable, cuya tez marfileña era la envidia de todas sus amigas. Sus ojos verdes armonizaban a la perfección con el color de su pelo.
– Oh, Kasey, es maravilloso tenerte en mis brazos -susurró Greg, acariciándole la espalda por debajo de la camiseta.
– Greg -musitó Kasey.
– Déjame abrazarte, mi amor. He estado pensando en ti todos estos meses. ¿Por qué te fuiste sin despedirte de mí?
– ¿Por qué? Pero, Greg, ¿cómo podía quedarme después de lo que me dijiste?
– Kasey, cariño, no quería hacerte daño -la miró con sus enormes ojos azules-. Sé que no debería estar aquí. Todo el mundo cree que estoy en la feria de ganado. Pero te he echado de menos terriblemente. Tenía que verte.
– ¡Oh, Greg! Yo también te he echado de menos. Abrázame fuerte.
Greg volvió a besar a la joven en los labios. Kasey le devolvió el beso con todo el ardor de sus tres meses de soledad, con toda su ansiedad y su nostalgia.
La pasión iba en aumento y aunque algo le advertía a Kasey que no debía dejarse llevar por aquel sentimiento, se negaba a ser prudente. Estaba con Greg, el hombre al que había amado toda su vida.
Sin saber cómo, llegaron a la habitación, sin embargo, en cuanto se tumbó en la cama, recobró algo de cordura.
– Greg… no, no podemos… -susurró con voz trémula.
Greg le quitó la camiseta y trazó un camino de besos por la cremosa piel de Kasey.
– Qué piel tan suave, Kasey. ¡He soñado tantas veces con este momento! -buscó con ansiedad el broche del sostén.
– Yo también -murmuró ella, se incorporó un poco y dejó sus senos al descubierto.
Greg se apoderó de uno de sus senos y la miró con ojos encendidos de pasión.
– ¿De verdad?
– Ya sabes que desde niña he deseado casarme contigo -dijo ella con una lánguida sonrisa, hundiendo los dedos en los cabellos rubios de su compañero.
Greg desvió rápidamente la mirada.
– ¿Grez? -Kasey frunció el ceño-. ¿Qué te pasa? Me… me quieres, ¿no?
– Lo sabes. Siempre te he querido.
Kasey se tranquilizó y cogió el rostro de Greg entre las manos.
– ¿Cuánto tiempo puedes quedarte? -Hizo una pausa y volvió a fruncir el ceño-. ¿Por qué le has dicho a todo el mundo que ibas a la feria de ganado? Sin duda…
Un frío terrible se apoderó de su corazón cuando Greg volvió a desviar la mirada, con expresión de culpabilidad.
– ¿Greg?
– Dejemos de hablar, Kasey -murmuró él-. Te deseo tanto…
Exploró con los labios los pechos femeninos y un relámpago de deseo sacudió a la joven; un relámpago de deseo que se desvaneció de inmediato cuando comprendió el significado del carácter furtivo de su visita.
– Greg… ¿qué…? -estaba asqueada-. ¿Tú y Paula estáis…? No has roto el compromiso con Paula, ¿verdad? -logró decir por fin, suplicándole con los ojos que desmintiera sus sospechas.
Greg no contestó; el sonido distante de un claxon en la calle pareció ensordecedor en el silencio reinante.
– ¿Has roto con ella, Greg?
Greg lo negó con la cabeza.
– Pero… -Kasey suspiró-, no entiendo nada.
– Kasey, tengo que casarme con Paula.
Kasey volvió a ponerse la camiseta para ocultar su desnudez.
– ¿Entonces a qué has venido, Greg? -logró preguntar con voz trémula por el dolor y la indignación.
– Porque tenía que verte; porque…
Kasey se levantó, se paró delante de Greg y le dirigió una mirada acusadora.
Greg se sentó lentamente y apoyó la cabeza entre las manos.
– Sigues comprometido con Paula… -Kasey se abrazó en un gesto de autoprotección instintiva-. ¡Pero has venido aquí y hemos estado a punto de hacer el amor!
– Perdóname, Kasey -Greg se levantó de la cama e intentó acercarse a ella, pero Kasey lo apartó.
– ¿Y si hubiéramos llegado a hacer el amor? -preguntó la joven con voz glacial.
– Kasey…
– ¿Cuándo te vas a casar con Paula?
– A finales de noviembre.
Kasey sabía que su expresión delataba su dolor y su humillación, pero era incapaz de disfrazarla.
Greg se apartó de ella con un movimiento brusco.
– Kasey, lo siento. No debería haber venido. Pensaba que podía visitarte, verte y sólo… he sido un estúpido -dio un par de pasos y exhaló un suspiro desgarrador-. Kasey…
Kasey se apartó de él; Greg salió de la habitación y después de unos segundos interminables la joven oyó que abría la puerta del apartamento y la volvía a cerrar. Greg se había ido para siempre.
Durante un largo y angustioso momento, Kasey permaneció inmóvil; luego corrió hacia el cuarto de baño con unas ganas terribles de vomitar. Se refrescó la cara y se dirigió tambaleante a la sala, agotada y, sin embargo, extrañamente serena.
Permaneció parada en medio de la habitación. Tenía el rostro bañado en lágrimas. Había visto renacer sus esperanzas, y las había visto también morir en cuestión de segundos. ¿Cómo podía haberle hecho eso Greg?
Kasey se había enamorado de Greg desde la primera vez que se habían visto, cuando ella era una tierna criatura de ocho años y él ya un joven de dieciséis. Llamar su atención había sido el primer objetivo de su joven vida.
Greg había ido a Akoonah Downs, la granja del padre de Kasey, en busca de trabajo. Era de la misma edad de Peter, el hermano de la chica, y el señor Beazleigh tenía necesidad de trabajadores, de modo que le había contratado. Kasey se dedicaba a seguir a Peter y a Greg por toda la granja, cabalgando, reuniendo el ganado, reparando cercados… había llegado a ser tan eficiente como Peter y Greg, para disgusto de Peter y orgullo del padre.
Greg y Peter se habían hecho amigos, y el amor de Kasey por el primero había crecido con ella. Kasey siempre había pensado que se casaría con Greg, vivirían en Akoonah Downs, tendrían muchos hijos y serían eternamente felices.
Se desplomó en un sillón. Greg había sido su vida entera. A Kasey nunca le había interesado otro hombre, ni siquiera cuando estaba en la escuela lejos de la granja.
Eternamente felices. Todo parecía tan fácil cuando tenía diecisiete años.
El dolor le atenazó el corazón. Con paso vacilante, fue hacia el armario en el que su compañera de apartamento guardaba una botella de whisky.
Kasey rara vez bebía. Levantó la botella y la miró. Con actitud desafiante, cogió un vaso, echó dos cubos de hielo y luego vertió el líquido ámbar.
Dio un sorbo al fuerte licor y estuvo a punto de atragantarse. ¡Ugh, sabía horrible! Se enjugó las lágrimas. ¿Y si lo bebía a sorbos pequeños? No, no tenía sentido. Era incapaz de beberse aquel brebaje.
Estaba un poco mareada. Hizo una mueca de fastidio y dejó el vaso en una mesa. Ya había vomitado una vez ese día y obligarse a beber no le serviría de nada.
¿Qué podía hacer, entonces? No podía quedarse allí, encerrada entre las cuatro paredes de su apartamento. Casi sin darse cuenta de lo que hacía, cogió una cazadora y salió a la calle.
Estuvo paseando durante un rato que le pareció interminable, pero cuando consultó el reloj se dio cuenta de que sólo eran las nueve y media. No se había preocupado de adónde la llevaban sus pasos, pero al mirar a su alrededor se dio cuenta de que la calle le resultaba conocida.
Por supuesto. Allí en la esquina estaba el bar de un hotel en el que solía reunirse su compañera de apartamento con su grupo de amigos. Cathy no estaba en la ciudad, pero era posible que alguno de sus amigos estuviera allí. Sin darse tiempo para cambiar de idea, abrió la puerta del bar y entró.
Una vez dentro, Kasey miró a su alrededor en busca de alguna cara conocida.
– ¡Hola! -la saludó una chica de larga melena rubia.
Kasey la reconoció. Era Anna, la prima de su compañera de apartamento. Se abrió paso entre las mesas. Le señalaron una silla vacía y alguien le ofreció una copa, que aceptó con una sonrisa. Con la música y la conversación de las siete personas que estaban reunidas alrededor de la mesa, Kasey no tuvo necesidad de hablar.
Dio otro sorbo a su bebida, disfrutando del sabor dulzón del vino.
El ruido la envolvía como un capullo protector y hasta que no transcurrió un buen rato, no volvió a ser otra vez consciente de sí misma. Miró la bebida que tenía en la mano. ¿Era la primera copa o la segunda? No se acordaba. Lo cierto era que sabía mejor que el whisky.
Observó a la gente que la rodeaba. Anna y su novio. El hermano del novio y una chica morena y otra pareja a la que nunca había visto con el grupo.
Al seguir su recorrido con la mirada, sus ojos se encontraron con otros ojos, muy azules, que la miraban con atención. El corazón le dio un vuelco. Tuvo la sensación de que la habían estado mirando fijamente durante largo rato. Bajó la mirada y después, recobrando su aplomo, la volvió a levantar para observar con más atención al hombre que estaba sentado frente a ella.
Le pareció vagamente conocido. Pero sin duda recordaría su nombre si alguna vez le habían presentado a un hombre tan atractivo.
Tenía el pelo negro. Su barbilla era firme y aunque estaba sentado, Kasey podía adivinar que era alto.
Volvió a levantar los ojos para encontrarse con la mirada del atractivo desconocido y se sonrojó cuando le vio arquear una ceja. Se había dado cuenta del escrutinio al que le había sometido la joven y era evidente que le divertía.
Deliberadamente, Kasey volvió a la contemplación de su bebida. Estaba segura de que el desconocido pensaba que estaba coqueteando con él, provocándolo. ¡Pues le esperaba un gran desengaño! Que pensara lo que le viniera en gana. Ella no tenía ganas de hablar con nadie.
Dio vueltas a su copa y observó el juego de la luz sobre el líquido rosado. Y el rostro de Greg apareció borroso ante sus ojos, recordándole su insultante actitud. ¿Cómo había podido hacerle eso? Greg había sido todo para ella. Había compartido sus años de crecimiento con él, incluso para él había sido su primer beso.
Fue arrastrada por una oleada de tristes recuerdos y la escena, los ruidos del bar se desvanecieron, transportándola a Akoonah Downs, a su lugar favorito: al estanque en el que ella y Greg solían bañarse.
Considerando que estaban en una zona semidesértica, el estanque alimentado por un manantial en medio de altos árboles frondosos parecía una especie de milagro.
Kasey estaba allí con Greg. Habían estado nadando y en ese momento tomaban el sol encima de una roca plana que sobresalía del agua.
– ¿Os lo pasasteis bien en el baile? -preguntó Kasey.
– ¿El baile? Oh, sí, estuvo bien. Como de costumbre.
Kasey se abrazó las largas y delgadas piernas. Había sido un fastidio en su adolescencia ser tan alta y delgada y tener el pelo tan rojo.
Era una joven de rostro alargado, su nariz, salpicada de pecas, era pequeña y un poco respingona. Pestañas oscuras, no demasiado largas, rodeaban sus grandes ojos y sus labios se curvaban en una expresión de regocijo permanente.
Pero Kasey era totalmente inconsciente de su hermosura; en ningún momento habría podido imaginar que su tez y sus facciones conformaban una combinación llamativa que le permitiría alcanzar un éxito casi meteórico en el mundo de la moda.
– ¿Por qué no volvisteis anoche a la granja?
– Bebimos algunas copas, por eso decidimos quedarnos en el pueblo.
– ¿Dónde os quedasteis? ¿En el hotel?
– Pues… no. Con unos amigos.
Kasey alzó la mirada.
– ¿Amigos… o amigas?
Greg pareció turbarse.
– Nos quedamos con… con los Carson. Ya sabes, los de la tienda de comestibles -dijo en tono gruñón.
Los Carson tenían un hijo de la edad de Peter y Greg, y cuatro hijas, todas mayores que Kasey. Ninguna de ellas era pelirroja.
– Han sido muy amables dejándonos dormir allí -añadió Greg, y Kasey asintió con desgana.
– Lo que pasa es que las chicas Carson son todas tan… bien… tan…
Greg soltó una carcajada.
– Sí, ¿verdad? Creo que Peter está medio enamorado de Jenny.
– No pensará casarse con ella, ¿verdad? -preguntó Kasey, consternada.
– No creo que Peter esté dispuesto a sentar cabeza todavía -la tranquilizó Greg-. A Peter le gusta demasiado flirtear con las chicas.
– ¿Y a ti? ¿No te gusta?
Greg se encogió de hombros.
– A veces.
– ¿Haces el amor con esas chicas?
– ¡Por Dios, Kasey, haces cada pregunta!
– Bien… ¿y las besas?
– Sólo responderé en presencia de mi abogado -bromeó Greg, para ocultar su turbación. Kasey guardó silencio y se mordió el labio.
– Greg, ¿te gustaría besarme? -preguntó por fin y él la miró escandalizado.
– Kasey, una chica no puede pedir eso.
– ¿Por qué no?
– Porque no. Al menos no con palabras. ¿Nadie te lo ha dicho?
– No -Kasey se encogió de hombros-. Nunca me han besado y me gustaría saber lo que se siente. Quiero que tú seas el primero en besarme, Greg.
– Kasey… No se hace así. Debes querer besar a alguien porque es especial. No sólo porque…
– Tú eres especial, Greg. Ya deberías saberlo.
Kasey se inclinó hacia él, apoyó las manos en sus hombros y posó su boca en la suya.
Los labios de Greg eran frescos, recordó. Había deseado besarlo durante tanto tiempo que la realización del deseo fue casi una decepción. Pero, a fin de cuentas, la inexperiencia de ella era absoluta.
– ¿Te ha gustado? -preguntó la chica con inquietud y él se sonrojó.
– Kasey, yo… pues… no sé qué decir, excepto que no debes besar a un chico sólo porque te apetezca. Pueden malinterpretarte.
– No te preocupes, sólo me apetece besarte a ti.
Greg masculló algo ininteligible.
– ¿Podemos hacerlo otra vez? -Greg retrocedió.
– ¡Kasey esto es una locura! Tu padre me torcería el cuello si se enterara.
– No tiene por qué enterarse -dijo Kasey con suavidad, al advertir un cambio en el tono de voz del joven y dándose cuenta de que comenzaba a ceder.
La segunda vez fue él quien la besó, movió los labios sobre los de ella con suavidad, con la lengua instó a la joven a que abriera la boca. Kasey se tensó antes de ceder con un suspiro. Aquello se parecía más al beso que había soñado y una deliciosa excitación aleteó en su estómago.
De repente, la intensidad del beso se tomó amedrentadora para la inexperta chica y Greg lo advirtió y se apartó.
– ¿Lo ves, Kasey? No puedes participar en juegos de adultos. Tienes que entenderlo -dijo él con tono de fastidio.
– Lo siento -murmuró la joven-. No es que no me haya gustado. Lo que pasa es que me he asustado. No estaba preparada -se sentía como una estúpida-. Supongo que no soy como el tipo de chicas a los que sueles besar, ¿verdad?
Greg la alzó la barbilla con un dedo.
– No pienses eso. Eres la chica ideal. Pero no adelantes los acontecimientos. Espera a crecer un poco más.
– ¡Pero se tarda tanto en crecer! -suspiró ella.
Greg sonrió.
– No tanto; ya verás -se puso de pie y le ofreció una mano para ayudarla a incorporarse-. Ya es hora de que volvamos. Y lo mejor será que olvidemos lo sucedido, ¿de acuerdo?
Ella lo miró a los ojos, diciéndole en silencio que eso sería imposible.
– A tu padre no le gustaría enterarse de lo que ha pasado -le dijo Greg-. De modo que nos controlaremos al menos durante unos años -le acarició la mejilla y ella no pudo descifrar la expresión de sus ojos-. Delante de los demás nos comportaremos como si no hubiera pasado nada. ¿Me entiendes?
Greg la siguió tratándola como a una hermana menor, aunque en ocasiones, ella lo descubría mirándola con cierta intensidad y Kasey temblaba de felicidad, resignada a dejar que él marcara el ritmo de su relación.
¡Relación! ¿Qué relación?, se dijo Kasey con desdeñosa ironía. Había ido a la escuela superior que su padre le había indicado, convencida de que al volver, adulta ya, Greg admitiría que la amaba y le pediría que se casaran.
Pero nunca había sospechado que durante todo aquel tiempo Greg había estado pensando en casarse con Paula.
Se le hizo un nudo en la garganta y los ojos se le llenaron de lágrimas. Suspiró y volvió a ser consciente del lugar en el que se encontraba. El desconocido que estaba frente a ella continuaba mirándola. ¿La había estado observando durante todo aquel tiempo? ¿Se habría dado cuenta del dolor que la embargaba?
Se obligó a volverse hacia el joven que estaba a su lado para entablar conversación. Pero por el rabillo del ojo observó que el hombre que estaba sentado frente a ella se levantaba y se dirigía hacia la barra.
En efecto era alto, observó al seguirle con la mirada.
Al poco rato, volvió a la mesa con dos copas y dejó una delante de Kasey. Ella lo miró, deseando poder rechazar la copa, pero no deseaba crear una situación molesta. Además, el resto del grupo les estaba observando con curiosidad.
Kasey dio un sorbo a la bebida y luego miró asombrada al desconocido. El líquido incoloro, efervescente, era una simple limonada. ¿Pensaría aquel tipo que había bebido demasiado? ¡Qué insolente!
– Nos vamos a conocer la discoteca que acaban de inaugurar -dijo Anna, apartando su silla-. ¿Quieres acompañarnos? -le preguntó a Kasey.
Kasey estaba terriblemente cansada. En aquel momento lo único que le apetecía era el olvido que le proporcionaría el sueño. Se puso de pie y tuvo la desagradable sensación de que todo le daba vueltas.
– ¿Vienes con nosotros? -insistió Anna, mirando a Kasey.
– No, esta noche no, gracias -Kasey sacudió la cabeza y al momento se arrepintió de haberlo hecho. Volvió a sentarse lentamente-. Me terminaré el refresco y me iré a casa. Gracias de cualquier manera.
– Está bien -los demás comenzaron a irse.
– ¿Y tú, Jordan? -preguntó alguien.
– Esta noche no -contestó y se sentó al lado de Kasey-. Te llevaré a tu casa -dijo con una voz profunda y seductora.
– No hace falta. Y puedes estar seguro de que no estoy borracha -Kasey lo miró y tuvo que admitir que de cerca aquel hombre era más atractivo. Dio otro sorbo a su limonada para disimular su turbación.
Limonada. Odiaba su sabor dulzón. Además, aquel hombre ni siquiera le había preguntado si era eso lo que le apetecía. Pasó un camarero cerca de la mesa y le pidió un whisky.
– ¿No crees que ya has bebido demasiado? -preguntó Jordan.
– No -replicó Kasey-. Y no me gusta la limonada.
Miró de soslayo a Jordan. Este mantenía fija la mirada en la copa medio llena que sostenía en la mano. Era una mano fuerte, morena, con largos dedos vigorosos.
– Supongo que ahora me saldrás con el sermón de que el alcohol mata las neuronas y destroza el hígado.
– No. Parece que eso ya lo sabes.
Llegó la bebida de la joven y Jordan la pagó antes de que Kasey encontrara el dinero en su bolso.
Kasey dio un trago al whisky y se atragantó. ¡Ugh! ¡Qué brebaje infame! ¿Cómo podía beber esas cosas la gente?
– Si lo que estás intentando es ahogar tus penas, puedo asegurarte que mañana tendrás que enfrentarte otra vez a ellas, pero además, con resaca -dijo Jordan.
¿Penas? Jordan no tenía ni idea de lo que ella sufría. ¿Cómo se sentiría él si su vida se hubiera reducido a cero? Los hombres eran todos iguales; egoístas, fríos y crueles. Y además condescendientes, se dijo la joven.
– Esa pócima no disuelve las penas -insistió el hombre, señalando el whisky.
– Por… por lo menos no pensaré en ellas esta noche -replicó Kasey con estudiado cinismo y se obligó a beber otro trago.
– Quizá te aliviaría hablar sobre el asunto.
Kasey soltó una carcajada amarga.
– Lo dudo. Además, no necesito un paño de lágrimas.
– ¿Qué te ha hecho tu novio? ¿Se ha olvidado de llamarte por teléfono?
Kasey se volvió hacia Jordan y abrió la boca, dispuesta a confiar sus cuitas al atractivo desconocido, pero todo le daba vueltas y cerró los ojos.
¿Qué sentido tendría confesarle su problema? ¿Qué podía hacer aquel desconocido? De nada serviría hablar de lo ocurrido. Greg había estado dispuesto a utilizarla para aliviar su deseo. Nada podía evitar que se casara con Paula.
Y de repente comprendió que se esperaría que ella asistiera a la boda. A finales de noviembre, según había indicado Greg. Las bodas eran todo un acontecimiento social en Akoonah Downs. ¿Cómo podría soportarlo? Todo el mundo sabía lo que sentía por Greg. No toleraría las miradas de compasión de sus familiares y vecinos.
Si al menos pudiera aparecer del brazo de un hombre. No cualquiera, ¡sino de su esposo! ¡Sí… un esposo!
Eso le demostraría a todo el mundo lo poco que le importaba la traición de Greg. Al menos así rescataría parte de su abatido orgullo.
– Háblame de tus problemas -la profunda voz de su acompañante irrumpió en los pensamientos de la joven-. Quizá yo podría ayudarte.
– No puedes. Nadie podría. A menos que conozcas a alguien que esté buscando esposa.
Miró al hombre que estaba a su lado. Sus ojos se encontraron y durante algunos segundos se observaron en silencio.
– Curiosamente, yo estoy buscando una -dijo Jordan tranquilamente, sosteniéndole la mirada-. ¿Qué te parezco como candidato?