15

Miles abrió el canal de su comunicador de muñeca.

—¡Nim! —llamó.

—¡Señor!

—Hay un escuadrón encubierto cetagandano en la Torre Siete. Fuerza desconocida, pero tienen arcos de plasma.

—Sí, señor —respondió sin aliento Nim—. Acabamos de encontrarlos.

—¿Dónde están y qué ven?

—Tengo a un par de soldados ante cada una de las tres entradas a las torres, con un refuerzo en los matorrales de la zona de aparcamiento. Los… ¿cetagandanos dice usted, señor?, dispararon algunos arcos de plasma en el corredor principal cuando tratábamos de entrar.

—¿Algún herido?

—Todavía no. Estamos en el suelo.

—¿Algún rastro de la comandante Quinn?

—No, señor.

—¿Puede localizar su comunicador de muñeca?

—Está en alguna parte de los niveles inferiores de esta torre. No responde y no se mueve.

¿Aturdida? ¿Muerta? ¿Llevaba todavía puesto el comunicador? No había forma de saberlo.

—Muy bien —Miles tomó aliento—, haga una llamada anónima a la policía local. Dígales que hay hombres armados en la Torre Siete… tal vez saboteadores tratando de volar la Barrera. Sea convincente, trate de parecer asustado.

—No habrá problema, señor —respondió Nim.

Miles se preguntó cómo habría peinado a Nim el rayo de plasma.

—Hasta que lleguen los polis, mantenga a los cetagandanos dentro de la torre. Aturda a todo el que intente salir. Los locales ya los distinguirán más tarde. Ponga a un par de oteadores en la Torre Ocho para bloquear esa salida; que avancen hacia el norte y hagan retroceder a los cetagandanos si tratan de salir por el sur. Pero creo que se dirigirán al norte —cubrió el comunicador con la mano y le comentó a Mark—: persiguiéndote.

Retiró la mano y continuó hablando con Nim.

—En cuanto llegue la policía, repliéguense. Evite contacto con ellos. Pero si son acorralados, ríndanse. Somos los buenos. Es a esos desagradables extranjeros de la torre con los arcos de plasma ilegales a quienes deberían perseguir. Nosotros sólo somos turistas que advirtieron algo raro mientras daban un paseo nocturno. ¿Entendido?

La voz de Nim era un poco forzada.

—Entendido, señor.

—Mantenga un observador a la vista en la Torre Seis. Informe cuando llegue la policía. Naismith fuera.

—Comprendido, señor. Nim fuera.

Mark soltó un gemido ahogado y se abalanzó adelante para agarrar a Miles por la chaqueta.

—Idiota, ¿qué estás haciendo? Llama otra vez a los dendarii… ¡ordénales que limpien de cetagandanos la Torre Seis! O lo haré yo.

Hizo ademán de agarrar a Miles por la muñeca, pero éste lo mantuvo a raya y le puso la mano izquierda a la espalda.

—¡Eh! Cálmate ya. Nada me gustaría más que jugar al tiro al blanco con los cetagandanos, sobre todo cuando los superamos en número… pero llevan arcos de plasma. Los arcos de plasma tienen un alcance tres veces superior al de los aturdidores. No le pido a mi gente que afronte una desventaja práctica como ésa si no es imperioso.

—Si esos hijos de puta te pillan, te matarán. ¿Tiene que ser mucho más imperioso?

—Pero Miles —dijo Ivan, mirando pasillo arriba y abajo, dubitativo—, ¿no nos has atrapado en el centro de un movimiento de pinza?

—No —sonrió Miles, alborozado—. No mientras tengamos un manto de invisibilidad. ¡Vamos!

Volvió corriendo hasta la intersección en forma de T y giró a la derecha, hacia la Torre Seis en poder de los barrayareses.

—¡No! —ladró Mark—. ¡Los barrayareses quizá te maten a ti por accidente, pero me matarán a mí a propósito!

Miles miró por encima del hombro.

—Los de ahí atrás nos matarán a ambos sólo para asegurarse. La operación de Dagoola dejó a los cetagandanos más fastidiados con el almirante Naismith de lo que pareces comprender. Vamos.

Reacio, Mark lo siguió. Ivan protegía la retaguardia.

El corazón de Miles redoblaba. Deseaba sentirse la mitad de confiado de lo que sugería su sonrisa. Pero no podía permitir que Mark notara sus dudas. Un par de cientos de metros de sintarmigón pelado quedaron atrás mientras corría de puntillas, tratando de hacer el menor ruido posible. Si los barrayareses ya habían llegado hasta esa parte del túnel…

Llegaron a la última estación de bombeo, y seguía sin haber rastro del problema letal que les esperaba delante. O detrás.

Aquella estación se encontraba otra vez tranquila. Faltaban doce horas para la siguiente marea alta. Si ninguna avalancha insospechada llegaba corriente abajo, debería permanecer desconectada hasta entonces. Con todo, Miles no quería dejar las cosas al azar, y por la forma en que Ivan se movía de un lado a otro, observándolo con creciente alarma, sería mejor que ofreciera alguna garantía.

Empezó a examinar los paneles de control; destapó uno para echar un vistazo a su interior. Por fortuna, era mucho más sencillo que, por ejemplo, el nexo de control de la cámara de propulsión de una nave de salto. Un cortecito aquí, otro allá, desmontaría esta bomba sin encender nada en la torre de vigilancia. Esperaba. Nadie de la torre presta demasiada atención a las pantallas en aquellos momentos. Miles miró a Mark.

—Necesito mi cuchillo, por favor.

A regañadientes, Mark le tendió la antigua daga y, a una mirada de Miles, también la vaina. Miles usó la punta para pelar los alambres finos como cabellos. Su suposición sobre cuáles eran resultó acertada; trató de fingir que lo sabía de antemano. No devolvió el cuchillo cuando terminó.

Se acercó a la compuerta de la cámara de bombeo y la abrió. Esta vez no sonó ninguna alarma. Su garfio gravítico se aferró al instante a la lisa superficie interna. El último problema era aquella maldita barra de cierre manual. Si algún inocente, o no tan inocente, pasaba por delante y le daba un tiento… ah, no. El mismo modelo de palanca tensora de campo, aliada del garfio gravítico, que Quinn había utilizado antes funcionó aquí. Miles suspiró aliviado. Regresó al panel de control del pasillo y dio un golpecito a la microcámara tras situarla al final de una fila de diales. No se notaba nada.

Señaló la compuerta abierta de la cámara de bombeo, como invitándolos a meterse en un ataúd.

—Muy bien. Todo el mundo adentro.

Ivan se puso blanco.

—Oh, Dios. Temía que fuera eso lo que tenías en mente —Mark no parecía mucho más entusiasmado que Ivan.

Miles bajó la voz, suavemente persuasivo.

—Mira, Ivan, no puedo obligarte. Sigue pasillo arriba y corre el riesgo de que tu uniforme impida que alguien te fría el cerebro por reflejo nervioso, si quieres. En caso de que sobrevivas al encuentro con la escuadra de asalto de Destang, te arrestará la policía local, aunque probablemente no será fatal. Pero preferiría que te quedaras conmigo —bajó la voz aún más— y no me dejaras a solas con él.

Ivan parpadeó.

—Oh.

Como Miles esperaba, esta petición de ayuda fue más efectiva que la lógica, las demandas o las exigencias.

—Mira, es como estar en una sala de tácticas —añadió.

—¡Es como estar en una trampa!

—¿No has estado nunca en una sala de tácticas cuando se va la luz? Son trampas. Toda sensación de mando y control es una ilusión. Preferiría encontrarme en el campo de batalla —sonrió, e indicó a su doble con la cabeza—. Además, ¿no crees que Mark merece la oportunidad de compartir tu experiencia?

—Dicho así, tiene cierto atractivo —gruñó Ivan.

Miles bajó el primero a la cámara de bombeo. Creyó oír pasos lejanos en el pasillo. Mark parecía querer salir disparado, pero con Ivan jadeándole al oído tenía pocas posibilidades. Finalmente Ivan, tras tragar saliva, bajó junto a ellos. Miles encendió la linterna. Ivan, el único que era lo bastante alto, cerró la pesada compuerta. El silencio fue sepulcral durante un instante, a excepción de su respiración, mientras permanecían agachados rodilla contra rodilla.

Las manos hinchadas y enrojecidas de Ivan se abrían y se cerraban, pegajosas por el sudor y la sangre.

—Al menos sabemos que no nos oyen.

—Es acogedor —gruñó Miles—. Reza para que nuestros perseguidores sean tan estúpidos como lo fui yo. Pasé por aquí delante dos veces.

Abrió la caja del escáner y colocó el receptor para proyectar la visión norte-sur del pasillo aún vacío. Advirtió que había una leve corriente en la cámara. Cualquier otra cosa anunciaría una riada de agua a través de las tuberías, y sería hora de salir corriendo, con cetagandanos o sin cetagandanos.

—¿Y ahora qué? —dijo Mark con un hilo de voz. Parecía sentirse realmente atrapado, emparedado entre los dos barrayareses.

Con falso aire de tranquilidad, Miles se apoyó contra la pared húmeda y resbaladiza.

—Ahora esperamos. Igual que en una sala de tácticas. Pasas mucho tiempo esperando en una sala de tácticas. Si tienes imaginación, es… un puro infierno —pulsó el comunicador de muñeca—. ¿Nim?

—Sí, señor. Estaba a punto de llamarlo —la voz entrecortada de Nim indicaba que estaba corriendo, o tal vez reptando—. Un vehículo aéreo de la policía acaba de aterrizar en la Torre Siete. Nos retiramos a través del paseo del parque tras la Barrera. El observador informa que los policías acaban de entrar también en la Torre Seis.

—¿Hay alguna novedad sobre el comunicador de muñeca de Quinn?

—Todavía no se ha movido, señor.

—¿Ha establecido alguien ya contacto con el capitán Galeni?

—No, señor. ¿No estaba con usted?

—Se marchó aproximadamente al mismo tiempo en que perdí a Quinn. Lo vi por última vez fuera de la Barrera, aproximadamente en la zona central. Lo envié a buscar otra entrada. Ah… informe inmediatamente si alguien lo localiza.

—Sí, señor.

Maldición, otra preocupación más. ¿Había tenido Galeni problemas con los cetagandanos, los barrayareses o los policías locales? ¿Lo había traicionado su propio estado mental? Miles deseó haber retenido a Galeni a su lado tan apasionadamente como deseaba haber retenido a Quinn. Pero entonces aún no habían encontrado a Ivan: difícilmente podría haber hecho otra cosa. Se sentía como un hombre que intentaba montar un rompecabezas de piezas vivas que se movía y mudaba de forma a intervalos aleatorios con risitas maliciosas. Cambió de expresión. Mark le miraba nervioso; Ivan estaba acurrucado, sin prestar demasiada atención a nada, enzarzado por la forma en que se mordía los labios en una lucha interna con su recién adquirida claustrofobia.

Hubo un movimiento en la distorsionada visión de ciento ochenta grados que el escáner ofrecía del pasillo: un hombre avanzaba en silencio por la curvatura desde el extremo sur. Un oteador cetagandano, supuso Miles, aunque civil. Sostenía en la mano un aturdidor, no un arco de plasma… aparentemente los cetagandanos estaban al corriente de que la policía había entrado en escena con fuerzas demasiado numerosas para ser silenciadas con un conveniente asesinato, y se proponían minimizar la situación o, al menos, quitarle importancia. El cetagandano escrutó el pasillo unos cuantos metros más, luego desapareció por donde había venido.

Un minuto más tarde, movimiento desde el norte: un par de hombres avanzaban de puntillas, tan silenciosamente como podía hacerlo una pareja de gorilas de ese tamaño. Uno de ellos era el atontado que había conseguido participar en una operación encubierta llevando las botas reglamentarias de servicio. También había cambiado el arma por un aturdidor más comedido, aunque su compañero seguía empuñando un mortífero disruptor neural.

Parecía que realmente tendrían ocasión de jugar al tiro al blanco. Ah, el aturdidor, el arma elegida para todo tipo de situaciones inciertas, la única arma con la que te permitías disparar primero y preguntar después.

—¡Enfunda el disruptor neural, eso es, buen chico! —murmuró Miles, mientras el segundo hombre cambiaba también de arma—. Levanta la cabeza, Ivan. Esto quizá sea el mejor espectáculo que veremos en todo el año.

Ivan obedeció, su sonrisa absorta e insegura transmutada en algo genuinamente sardónico, más parecido al Ivan de siempre.

—Oh, mierda, Miles. Destang te cortará las pelotas por orquestar esto.

—De momento, Destang ni siquiera sabe que estoy implicado. Sss. Allá vamos.

El oteador cetagandano había regresado. Hizo un gesto de avance, y un segundo cetagandano se reunió con él. Al otro extremo del pasillo, más allá de su visión debido a la curvatura, los tres barrayareses restantes vinieron corriendo. Eran todos los barrayareses que había en la torre; cualquier vigilancia del perímetro exterior había sido aislada ahora por el cordón policial. Los barrayareses, al parecer, habían renunciado a su presa, misteriosamente desaparecida, y andaban en retirada, esperando salir a través de la Torre Seis lo más rápidamente posible sin tener que dar explicaciones a un puñado de antipáticos terrestres. Los cetagandanos, que habían visto en efecto al supuesto almirante Naismith correr en esta dirección, iban todavía de caza, aunque su retaguardia presumiblemente se cerraba con la presión de los policías que venían detrás.

No había ningún rastro de la retaguardia todavía; ningún indicio de que Quinn estuviera prisionera. Miles no sabía si desear que así fuera o no. Sería agradable saber que estaba aún viva, pero enormemente difícil librarla de las garras cetagandanas antes de que la policía cerrara el cerco. La previsión de bajas mínimas posibles exigía dejarla aturdida o hacerla arrestar, y reclamarla a la policía más tarde… pero ¿y si algún matón cetagandano decidía en el calor de la batalla que las mujeres muertas no hablan? Miles se estremeció como una cafetera hirviendo con la idea.

Tal vez tendría que haber convencido a Mark e Ivan y atacado. Lo rompible dirigiendo a lo discapacitado y lo indigno de confianza en un asalto a lo desconocido… no. ¿Pero habría hecho más, o hecho menos, por cualquier otro oficial bajo su mando? ¿Tanto le preocupaba que su lógica militar estuviera siendo emboscada por sus emociones que ahora fallaba en la dirección opuesta? Eso sería una traición tanto a Quinn como a los dendarii…

El oteador cetagandano apareció en la línea de visión del oteador barrayarés. Los dos dispararon de inmediato y cayeron convertidos en un fardo.

—Reflejos de aturdidor —murmuró Miles—. Es maravilloso.

—Dios mío —dijo Ivan, embobado hasta el punto de olvidar su hermético encierro—, es como el protón aniquilando al antiprotón. Poof.

Los barrayareses restantes, distribuidos a lo largo del pasillo, se aplastaron contra la pared. El cetagandano se tiró al suelo y se arrastró hasta su camarada caído. Un barrayarés se asomó al pasillo y le disparó; el tiro de respuesta del cetagandano se perdió en el aire. Dos de los cuatro barrayareses corrieron hasta los cuerpos inconscientes de sus misteriosos oponentes. Uno se preparó para ofrecer cobertura de fuego, el otro empezó a revisar armas, bolsillos, ropa. Naturalmente, no encontró ninguna identificación. El aturdido barrayarés estaba sacando un zapato para examinarlo (Miles supuso que seguiría con el cuerpo mismo en un momento) cuando una voz ampliada y distorsionada empezó a resonar por todo el pasillo, desde su espalda. Miles no distinguía las palabras, deformadas por el eco, pero su sentido estaba claro.

—¡Aquí! ¡Alto! ¿Qué es todo esto?

Uno de los barrayareses ayudó a levantar al que había resultado aturdido para llevarlo en hombros; tenía que ser el hombre más grande, el propio Boots. Estaban tan cerca de la cámara que Miles apreció el temblor de piernas mientras se enderezaba y empezaba a tambalearse bajo su carga; dos hombres ocupaban el puesto del oteador y el último cubría la retaguardia.

El pequeño ejército condenado había avanzado unos cuatro pasos cuando otra pareja de cetagandanos apareció en la curva sur. Uno disparaba el aturdidor por encima del hombro mientras corría. Su atención estaba tan dividida que no vio caer a su compañero cuando el oteador barrayarés lo abatió hasta que tropezó con su cuerpo tendido y cayó de bruces. No soltó el aturdidor, convirtió la caída en una voltereta controlada y disparó a su vez. Uno de los oteadores barrayareses cayó.

El barrayarés que cubría la retaguardia saltó adelante y ayudó a su compañero a abatir al cetagandano; luego corrió con él, apretado contra la pared. Por desgracia, rebasaron la curva que los protegía en el mismo momento en que una andanada de fuego de aturdidores despejaba el pasillo: un equipo de combate de la policía, dedujo Miles tanto por la táctica como por el hecho de que el cetagandano había estado disparando en esa dirección. Los hombres se enfrentaron a la oleada de energía con resultados predecibles.

El barrayarés restante permaneció en el pasillo, lastrado por el peso de su camarada inconsciente y maldiciendo, los ojos cerrados como si con ello evitara la abrumadora vergüenza de toda la situación. Cuando la policía apareció tras él se dio la vuelta y alzó las manos para rendirse lo mejor que pudo, mostrando las palmas vacías y dejando que su aturdidor castañeteara por el suelo.

Ivan comentó con voz apagada:

—Me imagino la llamada vid al comodoro Destang. «Esto… ¿señor? Nos hemos topado con un pequeño problema. ¿Quiere venir a recogerme?»

—Quizá prefiera desertar —comentó Miles.

Los dos escuadrones de policía convergentes estuvieron a un pelo de repetir la aniquilación mutua de sus sospechosos en fuga, pero consiguieron comunicarse a tiempo sus verdaderas identidades. Miles se sintió casi decepcionado. Con todo, nada duraba eternamente; en algún momento el pasillo habría quedado intransitable debido al montón de cuerpos caídos y al caos subsiguiente relativo a la típica curva de senectud de un sistema biológico ahogado en sus propios desperdicios. Probablemente era mucho pedir que la policía se quitara de enmedio, llevándose a los nueve asesinos, para así poder escapar. Se avecinaba claramente otra larga espera. Maldición.

Con los huesos crujiéndole, Miles se levantó, se desperezó y se apoyó contra la pared, cruzado de brazos. Sería mejor que la espera no fuera demasiado larga. En cuanto la policía declarara que todo estaba despejado, el equipo de técnicos de la Autoridad de Mareas y los encargados de mantenimiento de las bombas aparecerían y empezarían a examinar cada centímetro del lugar. El descubrimiento de la pequeña compañía de Miles era inevitable, pero no letal. Mientras que… Miles miró a Mark, agachado a sus pies… mientras que nadie se dejara llevar por el pánico.

Miles siguió la mirada de Mark hasta la pantalla del escáner, donde los policías comprobaban los cuerpos aturdidos y se rascaban la cabeza. El barrayarés capturado se mostraba adecuadamente hosco y poco comunicativo. Como agente de operaciones encubiertas estaba entrenado para soportar la tortura y también la pentarrápida; los policías londinenses le sacarían poca cosa con los métodos a su disposición, y obviamente él lo sabía.

Mark sacudió la cabeza contemplando el caos del pasillo.

—¿De qué lado estás tú, por cierto?

—¿Es que no has prestado atención? —preguntó Miles—. Todo esto es por ti.

Mark lo miró bruscamente, el ceño fruncido.

—¿Por qué?

Por qué, claro. Miles miró al objeto de su fascinación. Comprendía que un clon se convirtiera en una obsesión, y viceversa. Alzó la barbilla en su tic habitual; al parecer de forma inconsciente, Mark hizo lo mismo. Miles había oído chismes sobre extrañas relaciones entre la gente y sus clones. Pero claro, todo aquel que deliberadamente encargara un clon debía de ser ya raro para empezar. Era mucho más interesante tener un hijo, a ser posible con una mujer más lista, más rápida y más guapa que uno; en ese caso habría al menos una posibilidad de evolución en el clan. Miles se rascó la muñeca. Mark, un momento después, se rascó el brazo. Miles se abstuvo de bostezar deliberadamente. Sería mejor no empezar nada que no pudiera parar.

Bien. Sabía lo que era Mark. Tal vez fuera más importante comprender lo que no era. Y no era un duplicado del propio Miles, a pesar de los esfuerzos de Galen. Ni siquiera era el hermano soñado de un hijo único. Ivan, con quien Miles compartía clan, amigos, Barrayar, recuerdos privados del pasado cada vez más lejano, era cien veces más hermano suyo de lo que Mark sería jamás. Era posible que hubiera subestimado los méritos de Ivan. No era posible volver a empezar de cero, pero sí enmendar un mal comienzo (Miles se miró las piernas, viendo mentalmente los huesos artificiales de su interior). A veces.

—Sí, ¿por qué? —intervino Ivan, ante el prolongado silencio de Miles.

—¿Qué? ¿No te gusta tu nuevo primo? —dijo Miles—. ¿Dónde están tus sentimientos familiares?

—Uno de vosotros es más que suficiente, gracias. Tu Gemelo Malvado aquí presente —Ivan hizo cuernos con los dedos para espantar el mal de ojo— es más de lo que puedo soportar. Además, los dos me encerráis en sitios estrechos.

—Ah, pero yo al menos pedí voluntarios.

—Sí, ese chiste ya me lo sé. «Quiero tres voluntarios. Tú, tú y tú.» Solías mangonearme a mí y a la hija de tu guardaespaldas de esa forma incluso antes de entrar en el ejército, cuando éramos críos. Lo recuerdo.

—Nacido para mandar —sonrió Miles brevemente.

Mark arrugó el entrecejo, mientras trataba aparentemente de imaginar a Miles como un matón de recreo para el grande y saludable Ivan.

—Es un truco mental —le informó Miles.

Estudió a Mark. Estaba agachado incómodamente con la cabeza entre los hombros, como una tortuga protegiéndose de su mirada. ¿Era malvado? Estaba confundido, sin duda. Distorsión de espíritu además de corporal… aunque Galen no podía haber sido mucho más horrible como mentor infantil que el propio abuelo de Miles. Pero para ser un sociópata adecuado hay que estar centrado en uno mismo hasta un grado extremo, cosa que no parecía describir a Mark; apenas le habían permitido tener un yo. Tal vez no estaba lo suficientemente centrado en sí mismo.

—¿Eres malvado? —le preguntó alegremente.

—Soy un asesino, ¿no? —replicó Mark—. ¿Qué más quieres?

—¿Eso ha sido asesinato? Me ha parecido detectar una cierta confusión.

—Él agarró el disruptor neural. Yo no quise soltarlo. Se disparó —el rostro de Mark estaba pálido, blanco y ensombrecido por la brusca iluminación lateral producida por la linterna de Miles al reflejarse en la pared—. En serio.

Ivan alzó las cejas, pero Miles no se entretuvo en darle detalles.

—No premeditado, tal vez —sugirió.

Mark se encogió de hombros.

—Si fueras libre… —empezó a decir Miles lentamente.

Mark arrugó los labios.

—¿Libre? ¿Yo? ¿Qué posibilidad tengo? La policía habrá encontrado ya el cadáver.

—No. La marea rebasó la barandilla. El mar se lo ha llevado. Pasarán tres, cuatro días antes de que vuelva a salir a la superficie. Si sale alguna vez.

Y entonces sería un objeto repelente. ¿Desearía reclamarlo el capitán Galeni, para enterrarlo adecuadamente? ¿Dónde estaba Galeni?

—Supongamos que fueras libre. Libre de Barrayar y Komarr, libre también de mí. Libre de Galen y la policía. Libre de la obsesión. ¿Qué elegirías? ¿Quién eres? ¿O sólo eres reacción, nunca acción?

Mark se retorció visiblemente.

—Vete a la mierda.

Miles torció la boca. Frotó el suelo con la bota y se detuvo antes de empezar a marcar dibujitos con el pie.

—Supongo que nunca lo sabrás mientras yo me imponga sobre ti.

Mark escupió las heces de su odio.

—¡Tú eres libre!

—¿Yo? —Miles casi se sorprendió de verdad—. Nunca seré tan libre como lo eres tú ahora mismo. Estabas atado a Galen por el miedo. Su control sólo era igual a su alcance, y ambas cosas se rompieron juntas. Yo estoy atado… a otras cosas. Dormido o despierto, cerca o lejos, no hay ninguna diferencia. Sin embargo… Barrayar puede ser un lugar interesante, visto a través de otros ojos que no sean los de Galen. Su propio hijo vio las posibilidades.

Mark sonrió con acritud contemplando la pared.

—¿Tienes otra utilidad para mi cuerpo?

—¿Para qué? No se puede decir que tengas la altura que mis… nuestros genes pretendían ni nada de eso. Y mis huesos van camino de convertirse en plástico de todas formas. No hay ninguna ventaja en eso.

—Estaré en la reserva, entonces. Un repuesto para caso de accidente.

Miles alzó las manos.

—Ya ni siquiera crees eso. Pero mi oferta original sigue en pie. Vuelve conmigo, con los dendarii, y te esconderé. Te llevaré a casa. Allí podrás tomarte tu tiempo y decidir cómo ser el auténtico Mark y no una imitación de nadie.

—No quiero conocer a esa gente —declaró Mark llanamente.

Con eso se refería a sus padres. Miles lo entendió con dificultad, aunque Ivan había perdido claramente el hilo.

—No creo que vayan a reaccionar mal. Después de todo, ya están en ti, a nivel fundamental. Tú, ah, no puedes huir de ti mismo. —Hizo una pausa, lo intentó de nuevo—. Si tuvieras la oportunidad de hacer algo, ¿qué sería?

Mark frunció profundamente el ceño.

—Cargarme el negocio de clones de Jackson's Whole.

—Mm —consideró Miles—. Está bastante protegido. De todas formas, ¿qué esperabas de los descendientes de una colonia que empezó siendo una base de secuestradores? Naturalmente, se convirtieron en una aristocracia. Tendré que contarte un par de historias sobre tus antepasados que no aparecen en las crónicas oficiales…

Así que Mark había adquirido una cosa buena de su asociación con Galen: una sed de justicia que iba más allá de su propia piel aunque la incluyera.

—Tal como es la vida, te mantendría ciertamente ocupado. ¿Cómo lo harías?

—No lo sé —Mark pareció sorprendido por este súbito cambio—. Volaría los laboratorios. Rescataría a los niños.

—Buena táctica, mala estrategia. Simplemente, reconstruirían. Necesitas más de un nivel de ataque. Si imaginaras alguna forma de hacer que el negocio no diera beneficios, se moriría solo.

—¿Cómo?

—Déjame ver… Están los clientes. Gente rica y sin ética. Supongo que difícilmente se los podría persuadir para que elijan la muerte sobre la vida. Un logro médico que ofreciera alguna otra forma de extensión personal de vida quizá los dividiera.

—Matarlos los dividiría también —gruñó Mark.

—Cierto, pero sería poco práctico a la larga. La gente de esa clase suele tener guardaespaldas. Tarde o temprano uno te pillaría y todo se acabaría. Mira, debe de haber cuarenta puntos de ataque. No te atasques con el primero que te venga a la cabeza. Por ejemplo, supongamos que regresas conmigo a Barrayar. Como lord Mark Vorkosigan, podrías esperar amasar con el tiempo una base de poder financiero y personal. Completar tu educación… adecuarte para atacar el problema estratégicamente, no sólo, ah, abalanzarte contra la primera pared con la que te encuentres y, zas.

—Nunca iré a Barrayar —dijo Mark entre dientes.

«Sí, y parece que todas las mujeres con un coeficiente superior de la galaxia están en completo acuerdo contigo… puede que seas más listo de lo que crees.» Miles suspiró entre dientes. «Quinn, Quinn, Quinn, ¿dónde estás?» En el pasillo, la policía cargaba a los últimos asesinos inconscientes en una plataforma flotante. La posibilidad de salir de allí se presentaría pronto, o nunca.

Miles se dio cuenta de que Ivan lo estaba mirando.

—Estás completamente chiflado —dijo, con total convicción.

—¿Qué, no piensas que ya es hora de que alguien se las haga pagar a esos bastardos de Jackson's Whole?

—Claro, pero…

—Yo no puedo estar en todas partes. Pero sí apoyar el proyecto —Miles miró a Mark—, si has acabado de intentar ser yo, claro está.

Mark vio cómo se llevaban a los últimos asesinos.

—Puedes quedártelo. Me extraña que no seas tú quien intenta cambiar de identidad conmigo —miró a Miles con la cabeza ladeada, lleno de renovado recelo.

Miles se echó a reír, dolorosamente. Qué tentación. Tirar su uniforme, meterse en un tubo y desaparecer con una nota de crédito por valor de medio millón de marcos en el bolsillo. Ser un hombre libre… Posó la mirada sobre el sucio uniforme verde imperial de Ivan, símbolo de su servicio. «Eres lo que decides ser… elige otra vez.» No. El hijo más feo de Barrayar elegiría seguir siendo su campeón. No se arrastraría a un agujero para no ser nadie.

Hablando de agujeros, era hora de salir de aquél. Los últimos miembros del comando policial desaparecieron tras la curva del pasillo, tras la plataforma flotante. Los técnicos llegarían de un momento a otro. Sería mejor actuar rápido.

—Es hora de irnos —dijo Miles, desconectando el escáner y recuperando la linterna.

Ivan gruñó aliviado y alargó los brazos para abrir la compuerta. Empujó a Miles para ayudarlo a salir. Miles a su vez le lanzó la cuerda del equipo de rappel, como antes. El pánico inundó el rostro de Mark durante un instante cuando vio a Miles enmarcado en la salida y advirtió por qué él podía ser el último; su expresión se cerró de nuevo cuando Miles hizo bajar la cuerda. Miles recogió la pequeña cámara, la devolvió a su caja y pulsó el comunicador de muñeca.

—Nim, informe de situación —susurró.

—Tenemos ambos vehículos de vuelta en el aire, señor, a un kilómetro tierra adentro. La policía ha acordonado su zona. El lugar está repleto de ellos.

—Muy bien. ¿Alguna noticia de Quinn?

—Ningún cambio.

—Déme sus coordenadas exactas dentro de la torre.

Nim así lo hizo.

—Muy bien. Estoy dentro de la Barrera, cerca de la Torre Seis, con el teniente Vorpatril de la embajada barrayaresa y mi clon. Vamos a intentar salir por la Torre Siete y recoger a Quinn de paso. O al menos —Miles tragó saliva, sintiendo estúpidamente que la garganta se le había agarrotado—, vamos a averiguar qué le ha pasado. Mantenga su actual situación. Naismith fuera.

Se quitaron las botas y tomaron pasillo abajo en dirección sur, pegados a la pared. Miles oyó voces, pero estaban detrás de ellos. La intersección en forma de T estaba ahora iluminada. Miles alzó las manos mientras se acercaban, se arrastró hasta la esquina y se asomó. Un hombre ataviado con un mono de la Autoridad de Mareas y un policía uniformado examinaban la compuerta. Les daban la espalda. Miles indicó a Mark e Ivan que avanzaran. Todos se introdujeron en silencio en la boca del túnel.

Había un policía estacionado en el vestíbulo del tubo elevador en la base de la Torre Siete. Miles, con las botas en una mano y el aturdidor en la otra, hizo una mueca de frustración. Se acabaron sus esperanzas de salir sin dejar rastro.

No podía evitarlo. Tal vez compensaran con velocidad la falta de sigilo. Además, el hombre se interponía entre Miles y Quinn y, por tanto, se merecía su destino. Apuntó con el aturdidor y disparó. El policía se desplomó.

Flotaron tubo arriba. «Este nivel», señaló Miles en silencio. El corredor estaba muy iluminado, pero no había ningún sutil sonido que indicara la presencia de gente cerca. Miles siguió las indicaciones que Nim le había dado y se detuvo ante una puerta cerrada con el rótulo: MATERIALES. Tenía el estómago revuelto. Supongamos que los cetagandanos hubieran preparado una muerte lenta para ella, supongamos que los minutos que Miles había pasado escondido lo significaran todo…

La puerta estaba cerrada. Habían atascado el control. Miles lo rompió, provocó un cortocircuito y abrió la puerta manualmente. Casi estuvo a punto de romperse los dedos.

Ella yacía en el suelo, demasiado pálida y quieta. Miles se arrodilló a su lado. El pulso en la garganta, el pulso en la garganta… lo había. La piel estaba caliente, el pecho subía y bajaba. Aturdida, sólo aturdida. Miró a Ivan que se acercaba ansioso, tragó saliva y controló su respiración entrecortada. Aquélla era, después de todo, la posibilidad más lógica.

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